Sulpicia


Capítulo lxvij: De Sulpicia, dueña muy noble romana, a juyzio de todas las otras dueñas havida por muy casta, ca siendo al Senado, pedidas cient mujeres y dueñas castas y honestas, entre las otras fue nombrada esta Sulpicia. E como de ciento deviessen escoger diez, ahún escogieron a Sulpicia, de guisa que de todas ésta fue ecogida por más casta y más honrrada.


Sulpicia, en tiempos passados muger de gran acatamiento, no menos gloria -según el juyzio y testimonio de las dueñas romanas- alcançó por guardar su castidad que Lucrecia, que se mató con cuchillo. Ésta fue fija de Servio Petriculo y mujer de Fulvio Flaco, ambos nobles varones. Y como el Senado -vistos por los diez varones los Libros Sibilinos, según el costumbre de los antiguos- hoviesse deliberado de consagrar una ymagen a la vanidad de Venus en Roma porque las donzellas y las otras mujeres no solamente se abstuviessen del vicio de la carne, empero ahun más rafezmente se inclinassen a la castidad y honestad, y hoviesse pedido -según el mandamiento de los diez en el qual se dezía y ordenava que la más casta de las dueñas romanas lo dedicasse- de la muchedumbre infinita de mujeres de que entonces abundava Roma, fue establecido que de todas se escogiessen ciento, las más honestas, entre las quales fue escogida Sulpicia. Después, por mandamiento y decreto del Senado, a juyzio de las mismas mujeres sacaron dies, las más escogidas, entre las quales fue contada Sulpicia. En fin, como de las diez pidiessen una, a juyzio concorde y común de todos fue escogida Sulpicia. A la qual, ahunque le fue honrra en aquella sazón y tiempo haver dedicado statua a la vanidad de Venus, empero mucho mayor honrra le fue que a juyzio de tanta muchedumbre fue en castidad y honestad antepuesta a las otras, porque no solamente fue mirada por los que ende se fallaron presentes como una celestial divinidad de pudicicia y maravillosa honestad, mas ahun a todo el tiempo venidero por una honrra y gloria perpetua ha sido passado su renombre y fama.

Mas dirá quiçá alguno, ¿si cient castas fueron escogidas, qué se pudo más añader a ésta para que la antepusiessen a las otras? Esto vean y júzguenlo aquéllos y aquéllas que piensan ser castidad sólo el no conocer otro hombre sino a su marido. La qual no consiste, si lo quisiéremos mirar y considerar con buenos ojos, solamente en guardarse de conoscer otro varón sin el marido, lo qual muchas fazen a su pesar, mas conviene para que la dueña sea honesta y para que pueda ser por entero limpia y casta, primeramente refrenar sus ojos, que no los buelva acá y acullá, y ponerlos mucho y esconderlos debaxo de sus vestidos; y no solamente fablar honestas palabras, mas ahun pocas, y aquéllas a su tiempo y sazón; y fuyr del ocio como de un muy cierto y peligroso enemigo de la limpieza y castidad; guardar y abstenerse mucho de comer demasiado, como sea cosa cierta que la carne se enfría y se refrena con el comer poco; y no beviendo vino; esquivar esso mismo los cantares y danças y bayles, como saetas de la luxuria; y studiarse en la templança; y gastar poco; y curarse de su casa; ataparse los oydos quando se fablaren algunas suziedades; apartarse de torpeles y corros de gentes; echarse de sí las species, aromáticos y olores y perfumos; desechar los arreos supérfluos; y darde cozes y hollar con todas sus fuerças los pensamientos y appetitos vellacos y dañosos; estar muy puesta en sagrados pensamientos; y velar -y por no discorrer por todos los testimonios de la entera castidad- amar solamente sobre manera a su marido, y honrarlo, y dexar [de] amar a los otros sino como a próximos; y no allegarse a su marido para fazer fijos desvergonçadamente. Las quales cosas todas, como no se fallassen quiçá en las otras assí allegadas y se fallassen en sola Sulpicia, con razón y méritamente la antepusieron a las otras.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 70 v y ss.