Romana, joven


Capítulo lxv: De una mujercilla, cuyo nombre no se sabe, empero dízese della una fazaña muy esclarescida, ca estoviendo su madre presa por crimen y delicto capital y le defendiessen el comer, esta fija, a caso primeriza y rezient parida, de secreto yva a la presión y dava la teta a su madre, lo qual sabido, ambas fueron muy honradas.


Una jovencita romana fue, la qual -si yo no me engaño- no era de baxa condición, cuyo nombre por malicia de la Fortuna es perecido, y la noticia de sus padre y madre y de su marido le han quiçá quitado algo de la honra a ella devida. Mas porque no parezca yo quitárgelo si no la pusiesse en la cuenta de las claras mujeres, pensé de la poner, y recitar la excellente piedad y caridad desta mujer que no tiene nombre.

Esta moça tuvo madre de buena parte, empero desdichada, porque en Roma en el auditorio del pretor, no sé porqué delicto fue condemnada a muerte y entregada ya al executor para que executasse la sentencia, y después encomendada por el executor al carcelero que la guardasse para fazer sentencia de ella. Empero porque era noble, encargáronle que la matasse de noche, mas el carcelero y borrero induzido por una humanidad, como él hoviesse piadad de la nobleza de aquella mujer, no quiso matarla con sus manos, mas dexóla viva y cerrada para que se muriesse por sí misma de fambre. A la qual vino la fija [a] ver, y catada primero con mucha diligencia que no le truxiesse algo de comer, obtuvo y recabó que la dexassen entrar dentro, y a la madre que perecía de fambre soccorió con sus tetas, ca abundava de leche porque era rezient parida. En fin, continuando algunos días, començóse de maravillar el que la guardava cómo vivía tanto sin comer, y secretamente púsose a mirar qué es lo que fazía. Y vio cómo se sacava las tetas y las ponía en la boca a su madre. Y maravillándose de la piedad y modo nunca acostumbrado de criar y alimentar de nueva manera la madre, contólo al carcelero; y el carcelero al juez y presidente; y el presidente al Consejo Público. Por lo qual, de común consentimiento de todos, fue relaxada la pena de la madre, la qual merecía, y fue dada en don y gracia por la piedad y amor de la fija.

Si la antigüidad dava corona al que en la pelea guardava y defendía su ciudadano, ¿qué corona daremos a la fija que dio la vida a su madre en la cárcel con la leche de sus pechos? Por cierto, no fallaremos guirlanda o corona ygual a obra tan piadosa. Entre las fijas esta piedad no solamente fue sancta, mas ahun maravillosa; y no solamente es de ygualar, mas ahun de anteponer al don de la natura, que nos enseña con la leche conservar la flaca edad de los niños, ca ésta nos enseña librar de la muerte a la madre, que es novedad mas estraña. Por consiguiente, maravillosas son las fuerças de la piedad y del amor, que no solamente penetra los coraçones de las mujeres que se declinan rafezmente a haver compassión y a llorar, mas ahun algunas vezes traspassa los coraçones fieros y endurecidos como diamantes, y assentando su silla cabe las entrañas de aquéllos, primero con una humanidad dulce ablandesce al hombre duro y cruel, y buscando ella oportunidad, avinenteza, y fallándola, faze que mezclen sus lágrimas con los desdichados y míseros, y a lo menos con el desseo se pongan a los peligros y a las dolencias, y a las vezes quando fallecen los remedios se pongan ellos a çufrir y meter sus manos a passar el ajeno trabajo. Los quales obran tan grandes effectos que menos nos devemos maravillar si alguna obra de piedad fazemos los fijos a nuestros padres, como parezca en aquéllo que más les rendemos las vezes, y les pagamos y restituimos lo que de ellos tomamos.

¡O providencia maravillosa de Dios, que tanta compassión plantó en las entrañas de nuestras madres, a que defender no se pueden de nos tanto amar que olvidan muchas vezes a sí mismas por suplir nuestros trabajos y males! Mas, ¿qué podía salir de Dios que no pareciesse a las entrañas de aquélla bondad infinita? ¿E qué es Dios, sino bondad, caridad clemencia, misericordia, y toda nobleza?

De aquella excellente romana, ahunque el nombre quede escondido y secreto, la virtud es tan pública, tan famosa y tan pregonada su piadosa novedad que los más de los coronistas acompañan y favorescen sus corónicas con la rica y lumbrosa memoria de tan señalado acto, y puede bien ser que por no avergonçar la condenada y generosa madre callaron el nombre de tan virtuosa fija, y mereció la fija que se callase el nombre de tal madre, porque el crimen de aquélla no podiesse ofender la gloria de un acto tan digno de ser por entero alabado.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 69 r y ss.