Capítulo xxvj: De Prochris, mujer de Céphalo,
cuya historia, siquier fábula, dize más por estenso Ovidio
en el Mathamarphoseos cómo el uno del otro concibió celos, de lo qual
en fin se siguió que Prochris de dolor se destierró, y después tornada murió
a mano de Céphalo mismo que la mató, el qual crehía ser ella bestia. E assí
ambos desventuradamente fenecieron sus días.
Prochris, fija de Pandíon, rey de Athenas, y
mujer de Céphalo, fijo del rey Eolo, assí como por
su avaricia fue malquerida de las honestas y honradas matronas, assí fue muy
accepta a los hombres, porque por ella se descubrió el vicio de las otras
mujeres, ca viviendo gozosos ella con su marido, ambos mancebos con un ledo y
piadoso amor, por desventura dellos acaheció que se enamoró de Céphalo una
mujer llamada Aura, siquier Aurora, según
algunos dizen, mujer de maravillosa fermosura. El qual, siendo algún tanto
contento y detenido del amor de Prochris, su mujer, no le pudo assí traher
a su voluntad con sus ruegos. De lo qual Aurora indignada y sañosa le dixo:
"Tú, Céphalo, te arepentirás de haver tanto amado y tan fervientemente a
Prochris, ca yo faré que si hoviere alguno que la tiente de amores que
anteporná el dinero a tu amor". Lo qual oydo, este mancebo Céphalo, codicioso
de lo esperimentar, fuese de ahí fingiendo una luenga peregrinación. Y
después bolviendo a la patria, por un medianero tentó la constancia de su
mujer con dádivas, las quales, quanto quier grandes se le prometiessen no
la podieron mover luego en los principios. En fin, él perseverando y
acrescentando joyas, a la postre trastornó y inclinó el ánimo dudoso de
Procris, y assignóle ella al medianero noche cierta y offrecióle su persona
si le davan el oro prometido. Entonces se mostró Céphalo como sobrado de
tristeza y perdido, que con engaño havía conocido y fallado el frío amor
de Procris; la qual de vergüença y acusándole la consciencia de la
vellaquería, luego se fue a las selvas y montes, y dióse a la soledad. Y
el mancebo, no podiendo suffrir el amor, perdonóla de su mesma voluntad,
y con ruegos tornóla en su gracia.
Mas, ¿qué aprouecha? Ca ningunas son las fuerças del perdón contra
los remordimientos de la consciencia. Procris pensava consigo muchas cosas
diversas y yvanle muchos movimientos por el pensamiento; y recelando que el
marido quiçá por afalagos de Aurora no fiziesse contra ella lo que ella
mercada por oro fiziera contra él, ascondidamente por piedras y por las
fragosas cumbres de los montes y por los logares secretos de los valles
començó de seguir la caça y alcançó al caçador, su marido. Lo qual faziendo
Prochris, acaheció que mientra se movía entre las hierbas y cañas que
estavan en el agua, estando ascondida por ver y provar si andava su marido
tras la otra, creyendo el marido ser ella alguna bestia fiera, tiróle y
matóla con una saeta.
No se qué me diga ni me sé determinar cerca desto, o que no hay
cosa en el mundo más poderosa que el oro, o más loca que buscar lo que
hombre no querría fallar. Las quales dos cosas mientra la loca y
indiscreta mujer aprovó, falló vituperio y infamia que nunca se le quitó,
y otrosí la muerte que no buscava. Mas dexando aparte el desmesurado
desseo del oro (empós del qual somos quasi trahídos todos como locos),
ruego los que están corrompidos de aquel zelo y avaricia tan obstinada
que me digan: ¿qué ganancia sienten dello, o qué honra o que gloria
o alabança alcançan? Por cierto, a mi juizio ésta es una dolencia del
pensamiento mucho digna de scarnio, que nasce y trahe si origen de la
pusilanimidad y poco ánimo del que la çufre y padece. Como no veamos otro
cada día sino que aquéllos que se estiman ser de tan poca y abjecta virtud
que se vencen del oro, otorguen de rafez que qualquier les sea puesto
delante.
Yo más culparía, si juez de tal causa me fizieran, al indiscreto
Céphalo que a la temptada (y con tanto afinco) Procris, su mujer, porque
no solamente él dio com[i]enço al mal, y endemás por creer de ligero a la
competidora y verdadera enemiga de su mujer; y mucho peor por se procurar
él mismo su infamia y porfiar tan sobrado, que no fue gran maravilla mujer
tan moça y tan ahincada y a poder de dinero salir a barrera, que ya el
refrán dize que "el dar quebranta las peñas"; pues quánto más una flaca
mujer y en absencia del marido, y con sperança que se terná secreto su mal.
No le abastara y le saliera mucho mejor que, pues tanto se le defendía,
publicara su mujer por constante y a él por marido de mujer tan honesta
que ni ahun por dádivas grandes havía ofendido a su virtud, que no porfiar
fasta llegar tan al cabo, que más por importunidad que por amor la venciesse.
Assí que si cayó, derribóla no sola su flaqueza y mollez, que mujer era y
muelle como las otras lo son, mas aquella común sentencia que dize: "porfía
mata venado"; y bien pareció en la segunda, que más por engaño que por
voluntad fallesció, ca luego tomó vengança de sí misma y se condempnó al
rigor de los yermos y penitencia llorosa, que por esso agradó tanto a la
casta Diana que le dio muchas joyas, y en
especial una flecha que ningún tiro errava; y a la postre de que havía
fecho caça, ella misma bolvía al que la havía tirado, que significa
propiamente los celos, que no sólo matan al triste que fieren mas a la
postre se buelven a aquél que los causa, ca son tan incurables y dañosos
al uno y al otro que matan al uno y al otro no dexan, que al uno dan muerte
de temor y cuydado, al otro dan guerra de quexos injustos. Assí que nunca
en la casa do entran los celos hay paz, sossiego, folgança ni bien, ni
fallecen bozes, riñas, enojos y mal. Pues monta que si entrada les days,
les fallarés para nunca remedio y salida. Preguntadlo a los tocados dessa
dolencia, que nunca saben della sanar.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 33 v. y ss.