Capítulo lxxxij: De Porcia, fija de Catón,
romano, dicho [el] Uticense, la qual tanto amó a su marido Decio Bruto
que oyda su muerte, deliberando luego de morir, se echó en la garganta
carbones vivos y ardientes, que le quemaron toda la garganta y las entrañas,
y assí ella murió.
Porcia fue fija de aquel Marco Catón, que después de sacadas del Egipto
por las ardientes soledades y yermos de Libia en África las reliquias y todo
el restante de la hueste de Pompeo, no podiendo çufrir la victoria del
César, él mismo se mató en la ciudad de Útica.
E esta insigne mujer, por cierto, no paresció en cosa alguna haverse
apartado de la sangre de su padre, ni faltado al linaje ni a la fortaleza
y perseverancia de aquél. La qual, dexadas aparte todas las noblezas de su
virtud, como ella viviendo ahún su padre se hoviesse casado con Decio Bruto,
tan enteramente y casta le amó que entre los otros cuydados mujeriles éste
era el primero y mas principal que ella tenía, y no pudo la honestad en el
tiempo conveniente y oportuno encerrar y asconder las llamas del tan sobrado
amor en su casto pecho. Las quales, porque salieron para perpetua alabança
suya, offrécensenos por sí mismas para ensanchar su claridad y nobleza.
Ya havía cessado aquel pestífero tumulto y alboroço de las guerras civiles,
siendo en cada lugar vencidos y oppressos por César los pompeyanos, quando la
parte más anciana del Senado fizo monipodio y conjuró contra el que era
dictador perpetuo; y según asaz se crehía porque affectava el reyno. Entre
los quales conjuradores fue el mismo Bruto, el qual sabiendo la integridad y
castidad de Porcia, com[o] le hoviesse descubierto el secreto de aquella maldad,
acaheció que la noche antes del día que César fue muerto por los juramentados,
saliendo Bruto de la cámara, Porcia tomó la navaja del barbero como por
cortarse las uñas, y fingiendo que se le hoviesse caydo, acaso firióse
adrede. E assí como las sirvientas, que estavan cabe ella, viessen salirle
sangre, sospechando ser alguna cosa más grave, sin gritos fue llamado Bruto,
y tornóse a su cámara y maltrayó a Porcia diziendo que havía quitado el
officio al barbero. Empero Porcia, apartadas las sirvientas, díxole: "No ha
sido locamente fecho lo que tú piensas, ca yo lo he fecho por provar si
podría yo çufrir la muerte por ti y matarme si no saliesses con tu
empresa".
¡O amor de fuerça terrible, y marido bienaventurado por tal mujer!
Los conjurados -por no detenerme- fueron a su empresa, e los matadores
-muerto César- escaparon, empero no sin punición; mas como todas las cosas
les saliessen a la contra de lo que ellos pensavan, los matadores condemnados
por el restante del Senado fuyeron a diversos lugares. Y Bruto y
Cassio, yendo a Levante, allegaron mucha gente
d'armas contra César Octaviano y Antonio,
herederos de César, contra los quales -como Octaviano y Antonio hoviessen
sacado la hueste- pelearon en el campo Philipo, y como fuesse vencida y
desbaratada la gente de Cassio y Bruto, tanbién el mismo Bruto de su mano
fue muerto. Lo qual como hoviesse oydo Porcia, pensando que muerto su
marido ninguna cosa la havía de alegrar, y arbitrando que no havía de
padecer la muerte de otra manera que en tiempos passados la ferida de
la navaja, luego vino a su antiguo propósito. Y como a la muerte voluntaria
no se le offreciesse tan presto instrumento alguno quanto su ímpetu
demandava, los carbones encendidos -que a caso tenía cabe sí- tomó con
las manos, y echados en la boca tragóselos, y como le quemassen las
entrañas rendió el spíritu. Y no hay duda que quanto más le dieron una
specie de muerte inusitada tanto alcançó ella más honrra del tanto amor
marital, a cuya fortaleza la ferida del padre, abierta y mostrada con
las manos, ninguna cosa le pudo quitar de la gloria suya y merecimiento.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 84 r y ss.