La mujer de Orgiagontes


Capítulo lxxiij: De la mujer de Orgiaguntes, rey de los Gálatas, la qual siendo presa por los romanos, como la hoviesse desonrado un capitán que guardava las captivas y como por rescate la hoviesse librada, tomó ella consigo sus esclavos que trahían el dinero para el capitán, al qual mandó matar y cortarle la cabeça, la qual ella mesma echó delante de los pies de su marido.


El merecimiento de la mujer de Orgiaguntes, rey de los gálatas, y el premio y gualardón de su sobirana claridad y nobleza, parecía podiesse quitarle el ignorarse el nombre della, el qual el barbarismo del lenguaje ignoto, por invidia creo, lo cegó entre los montes mediterráneos y cuevas del Asia, y lo furtó assí cerrado a los latinos. Nunca plege a Dios que este infortunio y desdicha pueda tanto haver fecho que a ella so el título y nombre del marido no reciba el merecimiento, alabança, honor y gloria que pueden mis letras darle.

Sobrado, pues, y vencido el potentíssimo Antíocho, rey de toda la Asia, por los romanos, siendo entonce capitán y caudillo Scipión el Asiano, y como por suerte Gneo Manlio Torquato, cónsul, hovo la provincia de la dicha Asia, y porque no pareciesse en vano haver passado la gente d'armas que toviesse ociosos sus cavalleros, aposentado el restante de los enemigos cabe las regiones marítimas, por su mismo arbitrio y voluntad passó a las montañas, y secretas y escondidas provincias del Asia, y movió terrible guerra contra los gállatas, pueblos sobre todos los bárbaros ferocíssimos, porque havían ayudado a Antíocho contra los romanos y alguna vez havían puesto en Asia grandes alboroços. E como desfiuzassen y perdiessen coraçón los gálathas, desamparadas las ciudades fueron y apartáronse con sus mujeres y fijos y los otros bienes suyos a los cerros y cumbres de los montes, naturalmente fuertes, y defendíanse con las armas y fuerças que podían de los enemigos comarcanos. Empero sobrados con el duro trabajo de los cavalleros romanos y lançados por las faldas de los montes, y muertos los que quedaron después de haverse dado a prisión, atorgaron la victoria a Manlio.

Havía ende gran multitud de cativos: hombres y mujeres, a cuya custodia era puesto por presidente un capitán de cient lanças, el qual como vio la mujer de Orgiaguntes de gentil edad y muy fermosa enamoróse de ella, y no recordándose de la honestad romana, como ella le desechasse, desonróla por fuerça. Lo qual la mujer tomó tan fuerte que no desseava más la libertad que la vengança. Empero ella como discreta y astuta encubrió callando su deseo fasta su tiempo y lugar. E como ella hoviesse venido para redemir los cativos con el rescate que tenía concordado, encendióse como de nuevo una saña y alteración en el coraçón casto della, la qual pensando qué es lo que se deviesse fazer después de libre y suelta de la presión, apartóse con los suyos y mandó que pagassen el rescate al caudillo. Y como él estoviesse muy puesto y con gran atención a recebir el dinero y toviesse ende puesta toda su ymaginación y sus ojos y sentido, ella en su lenguaje, el qual no entendían los romanos, mandó a sus siervos que matassen el caudillo y después de muerto le cortassen la cabeça. La qual guardada en el seno, sin lisión bolvió a los suyos. Y como hoviesse venido en presencia de su marido y le hovo contado lo que a ella cativa le fizieron, echóle a los pies lo que havía trahído como precio de la desonra que le havían fecho y de la vergüença femenil, y como aquélla que havía trahído un descargo y excusación suya.

¿Quién no dirá a ésta no solamente romana, más aun del linaje de Lucrecia, más que bárbara? Estavan aún delante della no solamente la presión y las cadenas, y fazían ruydo las armas vencedoras, y los crudos segures del borrero estavan sobre ella, y aun no tenía ella enteramente la libertad quando la saña de su cuerpo vituperado puso a su honesto coraçón tan grandes fuerças que, si fuera menester otra vez entrar en la presión y en cadenas y parar la cerviz a la segur no se espantara esta mujer animosa y noble, vengadora de la scelerada maldad, que no paró fasta animar los cuchillos de sus siervos contra la cabeça del triste capitán que la desonró.

Pregunto, ¿en dónde fallarás hombre alguno más fuerte, ni capitán más animoso ni mas crudo contra los que mal merecen, que esta mujer? ¿Ni en dónde fallaras mujer más astuta ni más osada, ni que más velasse sobreguardar la matronal honestad? Veya esta mujer con una maravillosa vivez de ymaginación que le era mejor ir a recebir y emprender muerte cierta que tornar a casa de su marido con incierta deshonra, y que no podía sino con grandes osadías y peligros dar testimonio en el cuerpo corrompido haver estado el pensamiento sano y incorrupto. Porque assí se conserva la honra femenil; y assí se cobra lo perdido; y assí da qualquiere testimonio de su casto coraçón.

Por ende, miren las que tienen cuydado de conservar su castidad que no abasta para dar testigo de su virginidad y honestad con quexos y lágrimas dezir haver sido forçada, sino que passe a la vengança con obra y effecto maravilloso. Como quier que padezca el cuerpo, quando el noble coraçón queda casto no se manzilla ni se pierde la castidad, antes parece que rejovenece y sale más a luz, porque lo que estava secreto y como escondido, entonce se demuestra y sale más a lo público. ¿Quién supiera de aquesta reyna quán limpio y casto tenía el espíritu si el cuerpo no fuera tan por fuerça ofendido? Forçó lo que pudo forçar el tirano, mas la voluntad entera quedó, y assí como digno de padecer justa pena, recibió la merecida muerte porque más la vida de la virtud, de la fama, prez y gloria de la reyna luziesse.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 76 v y ss.