Havía ende gran multitud de cativos: hombres y mujeres, a cuya custodia
era puesto por presidente un capitán de cient lanças, el qual como vio la
mujer de Orgiaguntes de gentil edad y muy fermosa enamoróse de ella, y no
recordándose de la honestad romana, como ella le desechasse, desonróla por
fuerça. Lo qual la mujer tomó tan fuerte que no desseava más la libertad
que la vengança. Empero ella como discreta y astuta encubrió callando su
deseo fasta su tiempo y lugar. E como ella hoviesse venido para redemir
los cativos con el rescate que tenía concordado, encendióse como de nuevo
una saña y alteración en el coraçón casto della, la qual pensando qué es
lo que se deviesse fazer después de libre y suelta de la presión, apartóse
con los suyos y mandó que pagassen el rescate al caudillo. Y como él
estoviesse muy puesto y con gran atención a recebir el dinero y toviesse
ende puesta toda su ymaginación y sus ojos y sentido, ella en su lenguaje,
el qual no entendían los romanos, mandó a sus siervos que matassen el
caudillo y después de muerto le cortassen la cabeça. La qual guardada
en el seno, sin lisión bolvió a los suyos. Y como hoviesse venido en
presencia de su marido y le hovo contado lo que a ella cativa le fizieron,
echóle a los pies lo que havía trahído como precio de la desonra que le
havían fecho y de la vergüença femenil, y como aquélla que havía trahído
un descargo y excusación suya.
¿Quién no dirá a ésta no solamente romana, más aun del linaje de
Lucrecia, más que bárbara? Estavan aún delante
della no solamente la presión y las cadenas, y fazían ruydo las armas
vencedoras, y los crudos segures del borrero estavan sobre ella, y aun no
tenía ella enteramente la libertad quando la saña de su cuerpo vituperado
puso a su honesto coraçón tan grandes fuerças que, si fuera menester otra
vez entrar en la presión y en cadenas y parar la cerviz a la segur no se
espantara esta mujer animosa y noble, vengadora de la scelerada maldad, que
no paró fasta animar los cuchillos de sus siervos contra la cabeça del triste
capitán que la desonró.
Pregunto, ¿en dónde fallarás hombre alguno más fuerte, ni capitán
más animoso ni mas crudo contra los que mal merecen, que esta mujer? ¿Ni
en dónde fallaras mujer más astuta ni más osada, ni que más velasse
sobreguardar la matronal honestad? Veya esta mujer con una maravillosa vivez
de ymaginación que le era mejor ir a recebir y emprender muerte cierta que
tornar a casa de su marido con incierta deshonra, y que no podía sino con
grandes osadías y peligros dar testimonio en el cuerpo corrompido haver estado
el pensamiento sano y incorrupto. Porque assí se conserva la honra femenil;
y assí se cobra lo perdido; y assí da qualquiere testimonio de su casto
coraçón.
Por ende, miren las que tienen cuydado de conservar su castidad que no
abasta para dar testigo de su virginidad y honestad con quexos y lágrimas
dezir haver sido forçada, sino que passe a la vengança con obra y effecto
maravilloso. Como quier que padezca el cuerpo, quando el noble coraçón queda
casto no se manzilla ni se pierde la castidad, antes parece que rejovenece y
sale más a luz, porque lo que estava secreto y como escondido, entonce se
demuestra y sale más a lo público. ¿Quién supiera de aquesta reyna quán
limpio y casto tenía el espíritu si el cuerpo no fuera tan por fuerça
ofendido? Forçó lo que pudo forçar el tirano, mas la voluntad entera quedó,
y assí como digno de padecer justa pena, recibió la merecida muerte porque
más la vida de la virtud, de la fama, prez y gloria de la reyna luziesse.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 76 v y ss.