Capítulo lxxxj: De Julia, fija de Julio César,
mujer del grande Pompeo, la qual dio gran testimonio
de amor a su marido. Ca levándose a caso los vestidos de su marido a casa
ensangrentados del sacrificio, creyendo ella ser él muerto luego aquéllos
vistos, muerta y preñada cayó en el suelo de dolor.
Julia, assí de linaje como por matrimonio, fue quiçá la más noble mujer
del mundo, empero más clara fue por el sanctíssimo amor y súbita muerte. Ca
ella fue fija de Cayo Julio César y de Cornelia,
su mujer. El qual Julio descendía de Eneas, noble
capitán de los troyanos, por muchos reyes y otros medios; y esto de parte
del padre. Empero por parte de la madre descendía de Anco,
rey de los romanos. Éste por gloria de guerras y de triumphos, y por la
perpetua dictatura, fue hombre muy insigne. Ésta casó después con el gran
Pompeo, que era en aquel tiempo muy esclarescido varón de los romanos, el
qual en vencer reyes y deponerlos, y degradarlos y fazerlos de nuevo, y de
subjugar naciones y de matar cossarios, toviendo el favor de la gente
popular de Roma, y alcançando los acuestos y adherencias de los reyes del
mundo, no solamente fatigó y dio trabajo mucho tiempo a la tierra, mas
ahun al cielo.
Al qual tanto le amó esta illustre mujer, ahunque era ella mochacha y
él ya puesto en edad, que por esto ella buscó la muerte antes de tiempo.
Ca Pompeo, haviendo de sacrificar en los días de la electión de los officios,
y en sacrificando como fuesse todo ensuziado de mucha sangre del animal que
tenían entre las manos -que después de ferido se movía a diversos lugares,
y por esto despojado de aquellos vestidos los embiasse a casa para vestirse
otros- acaheció que el que los levava se topó con Julia, que estava preñada.
La qual como vio ensangrentados los vestidos del marido, antes de preguntar
la causa, sospechando que alguno hoviesse puesto las manos en Pompeo, no
paresciéndole razón que siendo muerto su tan amado marido ella hoviesse de
sobrevivir, cayda súbitamente en un siniestro temor, bueltos los ojos y
cerradas las manos, luego la triste en esse punto expiró con grande
incomodidad y daño, no solamente de su marido y de los ciudadanos de
Roma, mas ahun con daño de todo el mundo en aquella sazón, porque por
medio suyo se havía -por cierto, que se hoviera- quitado la diferencia y
enemiga que después nasció entre César y Pompeo, de la qual se siguió
infinito daño en todo el universo.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 83 v y ss.