Juana, Papesa


Capítulo cj: De Joana, Papa, la qual fingiendo ser hombre algunos años, de consuno con un enamorado suyo vivió de tal guisa que nunca alguno la conoció. Y como fuesse de soberano y elevado ingenio y de muchas letras, entre los otros cardenales fue fecha Papa; empero sabido y descubierto su parto, que fizo de un fijo, fue condemnada y desterrada; y el lugar en donde parió es havido en Roma por diffamado.

[J]oan, esto en el nombre parecía masclo, empero en la verdad fue mujer en el sexo, cuyo atrevimiento nunca oydo fue causa que fuesse conocida por todo el mundo y para los que después vernían; cuya patria, ahunque algunos digan haver sido de Maguncia de la Al[e]maña alta, empero no se sabe el nombre propiamente, ahunque algunos dizen haver sido Giliberta. Esto empero es cierto, que siendo ella moça fue muy amada de un mancebo scolar o clérigo, al qual dizen amó tanto que, dexada la vergüença virginal y el miedo femenil, fuyó ascondidamente de casa de su padre y se fue con aquel mancebo, mudado el vestir y hábito y el nombre, con el qual studiando en Inglaterra la tenían todos por clérigo, y dávase a las letras juntamente con la luxuria.

Después, fallecido aquel mancebo su enamorado, como ella se conociesse valer mucho en el ingenio y le pluguiesse mucho la sciencia, estúvose en el mismo hábito, y no quiso tomar otro enamorado ni descubrir que fuesse mujer, mas dándose con mucha diligencia al studio y letras tanto aprovechó en las artes liberales y en la theología que fue tovida por más excellente que todos los otros. Y assí, ella siendo ornada de maravillosa sciencia, y tanto adelante en su edad, vínose de Inglaterra para Roma, y ende algunos años leyendo en un lugar cabeça de tres calles hovo insignes oydores. E como allende de la sciencia pareciesse tener una honestad [y] sanctidad singular, creyendo todos ser hombre y siendo amada por todos, muerto el papa Leo, quinto de aquel nombre, los cardenales todos a una voz le elegieron en Papa. Y fue llamado Joan, la qual si fuera varón fuera el ocheno de aquel nombre. La qual no temiendo subir y governar silla tan alta y sanctíssima y tractar los sanctos y sagrados misterios, cosa a ninguna mujer jamás otorgada ni permetida, y no dudando tanpoco dar a los otros obispados y fazer cardenales, algunos años rigió el mundo y fue vicario de Christo en la tierra.

Empero Dios, haviendo dende alto piedad de su pueblo, no çufrió que una mujer toviesse lugar tan señalado y presidiesse al pueblo christiano y con tan poco miedo y espanto engañar el mundo, y no la dexó sin punición, pues la vehía tener [y] osar de emprender cosas no devidas. Por lo qual -el demonio assí instigándolo, que fasta entonces la havía detenido en tan osado y scelerado atrevimiento- fizo que aquélla que primero -siendo persona privada- havía mucho guardado la honestad, siendo levantada en tan alta cumbre de dignidad viniesse en un ardor y fuego de luxuria. Y como aquella que mucho tiempo havía sabido fingir el sexo, no le fallecieron artes y mañas para fartar el dissoluto appetito de su luxuria; mas fallado uno que le quitava la comezón ascondidamente, al que fue successor de Sant Pedro acaheció el Papa concebir.

¡O pecado maldito! ¡O paciencia de Dios nunca vencida! A la postre, a la que havía podido mucho tiempo enluzernar y offuscar los ojos de los hombres le falleció el ingenio para encubrir su incestuoso y diabólico parto. Ca siendo ella -no pensándolo- cerca del término de parir, como fuesse dende un lugar de Roma llamado Janículo en processión a Sant Joan de Letrán, entre el Coliseo y el templo del Papa Clemente, sin llamar la madrina públicamente hovo de parir. Con el qual engaño -salvo a su enamorado- havía engañado tanto tiempo todos los otros hombres, y dende aquí lançada por los cardenales a la yra de Dios, la desventurada se hovo de yr con su fijo.

Por testigo de la qual suziedad y continuar la memoria de su nombre fasta hoy, quando se faze la processión de las Rogaciones con el clero y pueblo, abhominando mucho el lugar del parto, que está puesto en medio del camino, dexado aquél van por callejones y tuercen, y assí apartándose de aquél y tornando después al camino acaban su processión començada.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 103 r y ss.