Capítulo viij: De Ysis, diosessa de los egyptianos, que en su lenguaje
se llama luna, la qual fue fija de Inacho, rey de los
argivos, siquier griegos, según las fictiones y fábulas de los poetas. Muy honrada
mayormente de Ovidio en el Metam[o]rphoseos,
la qual passó en Egypto, y ende a los pueblos rudos y nescios. Dio a entender
muchas cosas, en tanto que fue havida y honrada por diosessa dellos, y su ymagen
fue en Roma tovida en gran veneración.
Ysis, llamada primero Yo, no solamente fue clarissima
reyna de los egypcianos, mas ahun a la postre venerable y sancta diosessa dellos.
Empero en qué tiempo fue o quién[es] fueron sus padre y madre, entre los
illustres hystoriadores hay contienda, porque algunos dizen que fue fija de
Inacho, el primero rey de los argivos, siquier griegos, y hermana de
Phoroneo, los quales reynaron en el tiempo de
Jacob, fijo de Isaac. Otros
affirman haver sido fija de Prometheo, reynando
en Grecia o Argos [o] Phorbante,
lo qual fue mucho después del primer tiempo; hay algunos otros que dizen haver
ella sido en los tiempos de Cícrope, rey de Athenas.
Otros tanbién dizen haver ella florescido en los tiempos de
Linteo, rey de los argivos. Las quales variedades
y diversidades entre los excellentes hystoriadores no están menguadas de razones
y argumentos, por donde paresce ella haver sido excellente y digna de memoria
entre las mujeres de su tiempo.
Empero dexadas aparte las discordias de los históricos, mi opinión es remedar
los más y conformarme con ellos. Conviene saber, ella haver sido fija del rey
Inacho, la qual ahunque los poetas antigos fingan por su fermosura haver mucho
contentado a Júpiter y haver sido por él corrompida
y transformada en vaca por encubrir el crimen, y haver sido otorgada y dada a
Juno que la pidió, y que Mercurio
mató a Argos que la guardava y que súbitamente la passó a Egypto, y ende cobró
la forma y ser primero, y que de Yo fue llamada Ysis, no discrepa ni se aparta
de la verdad de la hystoria, como haya algunos que affirman Júpiter adúltero haver
corrompido a esta donzella y ella por temor de su padre, por el peccado cometido
movida, haverse puesto con algunos de los suyos en una nave, cuya bandera y cuyo
estandarte era de figura de una vaca; y con viento muy próspero haver passado a
Egypto, y en aquella provincia a su desseo muy conveniente haver quedado.
En fin, como no se sepa de qué manera ganó y optuvo a Egypto, quasi por cierto
se cree que ende falló pueblos rudos y sin arte alguna, y que ignoravan todas las
cosas y vivían más a manera de bestias que de hombres, y que ella no sin mucho
trabajo, con grande industria y maña les enseñó [a] arar la tierra y, después de arada,
sembrar; y en fin, después de cogida las miés, fazer pan. Allende desto les enseñó
cómo, siendo derramados y salvajes, se havían de ayuntar en un lugar y cómo havían
de vivir civilmente, dándoles leyes. E lo que es más de loar en una mujer, forçando
su ingenio con todo su poder a aprender las letras y figuras de su lenguaje; después
de falladas y sabidas, a los que eran más hábiles enseñó de qué manera se havían de
ayuntar. Las quales cosas, dexadas las otras, tan maravillosas parescieron a los
hombres en las tales no acostumbrados, que ligeramente pensaron no haver Ysis venido
de Grecia, mas del cielo. Y por esto, ahun en vida le fizieron y ordenaron todos
honores divinos, cuya divinidad (el diablo engañando los nescios) después della
fallescida, vino y llegó a tan gran veneración y tan famosa que en Roma, que era
ya entonces señora del mundo, le fizieron un gran templo. Y cada año, afuer de
los egypcios, le ordenaron solempne festividad. Y no hay dubda este error haver
llegado y passado a las bárbaras naciones de poniente.
El marido desta clara mujer fue Apis, al qual la
antigüidad, llena de errores, tuvo por fijo de la fija de Júpiter y
Níobes, el qual dizen que dexado el reyno de
Achaya a Egialeo, su hermano, después de haver
regnado en Grecia treynta y cinco años, se fue a Egypto y reynó juntamente con
Ysis, y que fue tanbién tovido por dios y llamado Osiris
o Serapio; dado que hay algunos que dizen que un
Thelégon[o] fue marido de Ysis y haver havido
della a Epapho, el qual después reynó
en Egypto, y pensaron ser fijo de Júpiter y della.
Tan engañada fue la gente del Egypto sobre todas las otras naciones, que
fasta los canes, monos, ratones y otras suziedades adoraron; fasta los corruptos
vientos que por el deshonesto alvañar del humano cuerpo salen, que no sé cómo
pueda honestamente nombrarlos, acataron como a cosas divinas. Que del adorar a
Ysis, que según algunos pensaron no de Grecia, como el Bocacio
y otros escriven, mas de la Ethiopía al Egypto vino (assí lo reza el mismo
Augustino, De la cibdad de Dios, en el décimo
octavo libro, capítulo tercero), no tanto los condeno, que fue tan sabidora que a
lo menos truxo las primeras letras que ahí se usaron; mas del mandar cortar la
cabeça a qualquier que osasse dezir que havía sido muger, desto los afeo mucho,
porque no solamente consintieron en adorarla, mas ahun quisieron tanto enxalçarla
que su mentira pública mandaron, so pena de muerte, que fuesse encubierta por
mas engañar a sí mismos y a los venideros. Pensaron los desavidos que salvo
callando la verdad no se podía la honra de su negra divinidad tener en pie, y en
esto me pareçe que la diffamavan más, ca luego que la pintavan el dedo puesto en
la boca, dando a entender que vedado era por ley pública el osar fablar en ella,
demonstravan a qualquier que la viesse que algún mal o engaño havía en el fecho,
que assí vemos que lo fazen los malos príncipes quando son dotados de algún crimen
feo, que no consienten que alguno fable del vicio en que tocan, por no ser por
ello quiçá diffamados. Y vemos que las más vezes se faze la contra, ca entonce
recresce más codicia de saber el fecho. Y por mucho que lo viedan, más en ello se
fabla y se murmura dello, a lo menos en secretos logares. ¡Guárdanse los grandes,
guárdanse de pecar, que si en pecado cayeren no esperen poder escapar de saberse!
Que si los crímines de los dioses gentiles no podieron callarse, ¿cómo esperan
ellos poder los suyos cubrirse? Fagan luego penitencia, confiessen y descubran
al padre spiritual su pecado y podrán mucho antes remediar su infamia.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, f. 14 v y ss.