Fue ciertamente Harmonía por una parte dichosa y por otra desdichada;
fue próspera por fe y desdichada en perderse después. E assí como Harmonía
dende el lugar secreto donde estava viesse la perseverancia de aquella donzella
que era sin culpa y que la matavan tomándola por otra, y viesse su ánimo
constante en la muerte y le viesse manar la sangre de las feridas, espantada
de tanta virtud, como después de aquella donzella muerta, yéndose ya los
matadores, ella podiesse escapar, començó de maravillarse con todas sus
fuerças de la fe de la muerta, y haviendo gran compassión y derramando muchas
lágrimas sobre ella, no çufrió de mirar sin punición aquella sangre sin culpa
y dilatar su vida guardada con fe ajena para más luengos tiempos, estimando
ser mejor descender a los infiernos con muerte anticipada con donzella tan
leal que sperar la vejez y las canas con ciudadanos tan desleales.
¡O piedad! ¡O fe antigua! Aquélla que havía escapado salió
públicamente y púsose en medio, y llamó para contra sí los cuchillos
sangrientos, y atorgó la astucia de la ama, la fe de la muerta y su condición.
Y de su voluntad derramó su sangre y vida con la de la muerta, y ferida de
muchos golpes, trabajó de caer muerta cabe el cuerpo de la otra, su sirvienta.
A la qual lo que le quitó el tiempo ha sido cosa muy digna havérgelo restituydo
con letras y memoria la fama.
Empero difícile cosa es juzgar si fue mayor la fe de la muerta o la piadad
de la que sobrevivió, porque aquélla fizo eterna la virtud de la primera; esta
otra fizo perpetua la fama de la segunda.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 71 v y ss.