[Capítulo j:] De nuestra primera madre Eva, la qual ahunque no sintió
las miserias de la niñez, empero no pudo fuyr la vejez y parió fijos con dolor.
Y fue desterrada por su pena, y comió pan con su trabajo, y filó lana. En fin,
por sus tiempos, mundanalmente murió como las otras mujeres.
Pues tengo d'escrivir qué rayos de lumbre tovieron las insignes mujeres, no
parescerá cosa no devida començar de la madre de todos. Ca ella assí como más
antiga madre y primera, así fue insigne y tovo magníficas y grandes ventajas,
ca no fue produzida en esta desventurada valle de miserias, en la qual todos los
hombres nascemos para trabajo, ni fue fabricada con el mesmo martillo y yunque
que las otras, ni vino al mundo llorando el crimen de su nascimiento, como las que
nascen agora, ni nasció flaca y sin fuerça, como nacen los otros, mas (lo que nunca
oymos haver a otro contecido) como aquel buen maestro de todas las cosas hoviesse
con su mano propia formado a Adam y le hoviesse del campo, que después llamaron
Damasceno, trasladado al huerto de los deleytes y le hoviesse resolvido en sueño
plaziente, con el artificio por él sólo conoscido, del lado del que dormía sacó
su compañera, que fue nuestra primera madre, ya discreta y mujer cumplida, para
varón muy gozosa y leda por el deleyte del lugar y por ver su fazedor, y immortal
si no pecara, y señora de todas las cosas, y compañera del varón ya
despierto, y por él llamada Eva.
Pregunto, ¿qué mayor y más noble cosa pudo jamás conteçer a hombre nascido?
Allende esto podéys pensar que tuvo una maravillosa fermosura. Ca demando,
¿qué cosa fue nunca fecha con la mano de Dios que no sobrepuje las otras
en belleza? E ahunque esta fermosura haya de pereçer con los años -o en medio de
la edad con una pequeña dolencia muchas vezes se pierda-, empero porque las mujeres
la cuentan entre las más principales excellencias suyas, y por ella han alcançado
por un indiscreto juhizio de los hombres mucha gloria, no sin causa ni
demasiadamente ha sido puesta entre las claridades y noblezas dellas como principal
gracia y se porná en las siguientes.
Allende de lo dicho, ésta assí por derecho de nascimiento como de morada
fue cibdadana de paradiso y cubierta de un resplandor a nosotros ignoto, y gozando
juntamente con su marido de los deleytes del lugar, el enemigo muy invidioso de
su prosperidad con falso consejo le puso en el pensamiento que si venía contra
aquella única ley que Dios les havía puesto podrían alcançar mayor gloria. A lo
qual, como diesse fe con su liviandad femenil más de lo que a ella y a nosotros
cumplía, y pensasse locamente haver por ello de subir a grado mas alto con blandas
palabras, traxo al marido a su opinión. Y assí, luego que contra la ley del Señor
con loco atrevimiento hovieron gustado la fruta del árbol de la sciencia de bien
y de mal, a sí y a todos sus descendientes traxeron de la folgança y eternidad a
trabajos cuydadosos y mísera muerte, y de patria deleytosa vinieron entre spinas,
céspedes y cantos.
Ca en partiéndose dende, reprendidos de su Creador yrado, y dexándolos aquella
lumbrosa claridad de que estavan primero cubiertos, puestas sobre sí fojas de
árboles por vestidura, echados y desterrados del lugar de los deleytes, vinieron
al territorio de Hebrón. E ahí, esta noble muger, esclarescida por sus fazañas,
como primera de todas hoviesse inventado -y segund que algunos creyeron mientre
su marido cavava- filar con la rueca, muchas vezes experimentó los dolores del
parto y padesció las angustias que suelen atormentar el coraçón por la pérdida y
muerte de los fijos y de los nietos; y dexados los fijos y caluras y otros trabajos
que padesció, ya fatigada, haviendo de morir, llegó ala vejez.
Mas no sin renombre de muy excellente y sanctíssima persona, ca tanto sintió el grave destierro y las
tantas desaventuras y daños, que de sola su causa en ella y en sus descendientes
por su grave peccado havían seguido, que siempre llorava y gemía, siempre afeava y
dolía su culpa, siempre se llamava homecida mortal de todos sus fijos. Y por ende,
con tanto rigor de penitencia su delicada y tan noble persona ella fatigava, penava,
y affligía, que fasta los santos ángeles movió a compassión, los quales visto su
tanto reconoscimiento y dolor, con tanto fervor y desseo presentaron ante Nuestro
Señor sus tantas lágrimas, sospiros y llantos, y le suplicaron tan humilmente por
ella que le ganaron no sólo perdón, mas consuelo maravilloso para en
sus tribulaciones y angustias, ca le revelaron de cómo havía de nascer de su
sangre una tan alta y tan virtuosa donzella que sola remediaría los tantos
inconvenientes y daños que havía ella causado. Y sabido el nombre de aquélla,
que sería María, con tanta devoción y esperança en sus afruentas y partos la
invocava, y ahun antes de nascer, que sintía en la reclamando y en la nombrar
descanso muy grande, alivio y consuelo especial en sus graves trabajos, dolores
y angustias.
¿Quién puede pensar, dizen algunos grandes contemplativos, quántas
vezes ella reconosciendo la gravedad de su yerro y culpa tan desigual, y los
males terribles que della seguían, [cómo] dava vozes al cielo, gemía y llorava,
y se quería desfazer de dolor? ¡O, con qué sospiros, sollozos y lamentaciones
suplicava entonce a Nuestro Señor que bolviesse contra sola ella su yra, y de
sola ella tomasse vengança, pues ella sola tenía la culpa, ella era la sola
causa de se aver todo el mundo perdido, sola por ende merescía la pena, no los
tristes sin culpa que havían de naçer! ¡O, quán terrible y crudamente se movía
entonce contra sí misma, quán ásperamente se penava y se affligía, se atormentava
y se desfazía con ayunos, vigilias, abstinencias, con açotes y oraciones llorosas
y otros rigores de penitencias terribles, fasta que vencida cahía por suelo y
reclamava a su fija que rogasse por ella! Trabajava, en fin, la triste cómo en
todos sus fechos podiesse alguna enmienda fazer por su tanto y tan grave crimen,
y assí optuvo de Nuestro Señor a la postre grandes consuelos, revelaciones y
gustos muy altos de contemplación, tanto que al tiempo de la muerte le hovo de
embiar Dios Nuestro Señor al príncipe de los ángeles y capitán de los escogidos,
Sant Miguel, para que recibiesse aquella tan sancta, devota y bienaventurada
alma y la levasse al descanso del Sancto Limbo, donde falló [a] aquel su tan
amado y tan llorado primer justo fijo Abel, y con él y con los otros escogidos
fijos suyos recibió consuelo grande; y esperó con mucha paciencia y desseo fasta
la venida de aquella tan sancta, excellente y tan desseada fija suya, y siempre
virgen, Señora Nuestra María, por cuyo medio y del fruto maravilloso de su vaso
real, que fue Nuestro Redemptor, su grave cahída y perdimiento mortal fue reparado,
ella y sus fijos librados del cativerio tan largo en que estavan, y a la postre
levados a la eterna bienaventurança del cielo, do fuelgan sin fin y folgarán para
siempre jamás.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 5 r.