Capítulo xciij: De Epitharis, no romana -como algunos piensan- mas
estrangera mujer, que entró en la compañía, tracto y conjuración de matar a
Nero juntamente con otros y con Pisón,
que era el principal. La qual finalmente accusada de aquel delicto no quiso
otorgar o descubrir cosa alguna, aunque le dieron graves tormentos y graves
afflictiones, ante como se conociesse ya flaquear y que no tenía más constancia
para suffrir, matóse ella misma por no descubrir algo contra los que estavan
juramentados.
Epitharis, según algunos creen, más fue mujer estranjera que romana, ni
fue tanpoco de linaje fija dalgo, mas fue fija de uno que fue esclavo y
después franco y líbero; y lo que ahún es peor, nunca se delectó en alguna
buena obra. Empero ya estando para morir, mostró tener ánimo generoso y de
esfuerço y constancia grande. Ca cresciendo cadaldía entre todos los romanos
y ytalianos las sobervias y dissoluciones de Nero, príncipe y emperador de
Roma, vino a que algunos de los senadores y ciudadanos fizieron monipodio y
conjuración contra él, siendo capitán y caudillo dellos Lucio Pisón. Y como
con diversas fablas y diversos razonamientos tentassen de traher a effecto
y execución el negocio, no sé de qué manera vino todo a noticia de Epitaris,
y aun supo los nombres de los juramentados. Empero como a su parecer el
negocio se dilatasse mucho, quasi enojándose dello, fuese a Campania por no
dexar passar el tiempo ociosamente, y fabló con el capitán de la armada y
naves de los romanos -y matador de Agrippina
en tiempos passados-, pensando que ella faría grande ayuda en la conjuración
si ella le podía traher y inclinar a su parte. Y mostrando y significándole
por luengo orden y razonamiento los vicios carnales de Nero, y sobervias y
insensados costumbres y demasías, y trayéndole a la memoria la ingratitud
que havía con él usado, que por una tan grande fazaña -qual era la de la
muerte de Agrippina- de cosa alguna no le hoviesse fecho merced, haviéndolo
tanto servido y merecido. Y contándole todo por orden, a la postre
descubrióle la conjuración, y trabajó con todas sus fuerças de ayuntarlo a
los otros que tenían armada la conjuración.
Empero mucho de otra manera acaheció que havía pensado Epicaris,
ca él pensando y queriendo experimentar si podiesse quiçá con servicios
atraher a sí y ganar y alcançar la gracia del Emperador, luego que pudo
haver audiencia con su majestad le reveló quanto Epicaris le havía dicho,
ahunque complida y verdaderamente no le supiesse dezir ni relatarlo, porque
ella con su astucia, viéndole ahún dudar, no le havía descubierto nombre
alguno de los conjurados. La qual llamada, nunca pudieron fazer con ella
que descubriesse cosa de quanto le preguntaron.
Finalmente, como estoviesse ella muy bien guardada, descubierta acaso
la conjuración por los mismos conjurados, llamada otra vez al examen -como
aquélla que creyan podría menos çufrir los tormentos que los hombres y que
más ligeramente podrían sacar de ella lo que desseavan saber- después de
muchos tormentos, los quales le davan los borreros de mucha gana y voluntad
y porque no pareciesse que una mujer los sobrava y vencía en no poderla
fazer descubrir o sacar sus secretos, dávanle mayores tormentos. En fin,
guardada para el día siguiente, como ella no podiesse andar por sus pies,
temiendo que si la llamavan tercera vez que por flaqueza mujeril quiçá no
podría abastar a çufrir tan fuertes y abhominables tormentos, y porque
fallesciéndole las fuerças no dixiesse o le scapasse palabra alguna dañosa
a los conjuramentados, quitóse misma la faxa que trahía en los pechos
religándola al arzón de la silla en donde la levavan, y fizo una lazada
y echósela en la gar[g]anta; y assí cayda con el peso del cuerpo quedó
ahorcada. Por lo qual ella se dio misma la muerte, quedando por vano aquel
antiguo proverbio que dize que "las mujeres aquéllo sólo callan y tienen
secreto que no saben".
E assí dexó a Nero burlado y vazío y con mucho miedo. Lo qual, ahunque
parezca muy gran cosa en la mujer, empero mucho es más de maravillar, si
paramos mientes, a la inconstancia de los excellentes hombres y esforçados
de aquella conjuración. De los quales, conocidos por otra vía y por otro
miedo que el de Epicaris, ninguno tuvo tanta constancia ni tanto esfuerço
que, no digo padecer por la propia salud lo que Epicaris padesció por la
ajena, más ahún que padesciesse y çufriesse oyr los nombres de los tormentos,
antes cada uno dellos luego que fue preguntado reveló todo lo que sabía del
monipodio y conjuración. E assí ninguno dellos perdonó a sí ni a sus amigos
y compañeros, haviendo la tan noble mujer y esforçada popado a todos salvo
a sí.
Yo creería que la natura yerra alguna vez quando pone las almas en los
cuerpos, viendo que pone en un cuerpo femenil la alma que crehía haver puesto
en el cuerpo de algún hombre. Mas como el mismo Dios sea el repartidor de
las tales cosas, como sea yerro creer que Él duerme y no está en sus cosas
atento, dexemos de creer esto. Por consiguiente, es de creer todas las
almas ser perfectas, empero si guardamos nosotros después la perfectión
que Él infunde, la misma obra se lo muestra. E creo, por cierto, que
devrían los hombres haver muy gran vergüença de ser vencidos en çuffrir
trabajos, no solamente de una mujer delicada y dissoluta mas ahun de
qualquiere quanto quiere constante. Ca si les tenemos ventaja en el sexo,
¿por qué no será cosa razonable y conveniente que les tengamos
ventaja en la constancia y fortaleza? Lo qual si no es, con razón paresce
que nosotros effeminados havemos con ella trocado y fecho pacto de los
costumbres.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 94 v y ss.