Costancia


Capítulo ciij: De Constancia, emperadriz de Roma y reyna de Sicilia, la qual fue fija de Guillelmo, rey de los romeos. La qual, siendo apartada en la claustra del monesterio para que perpetuamente guardasse su virginidad, finalmente fecha vieja salió para que fuesse, como heredera del reyno, emperadriz; y casada con el emperador Henrico parió un fijo en su vejez.

Constancia, del sobirano quicio del cielo resplandeció para ser emperadriz de los romanos en la tierra. Empero porque esta honrra y gloria tovo ella común con muchas, que assí como ella lo fueron, otra causa de claridad suya havemos de buscar, la qual en ella no fallesció. Ca puesto que otro merecimiento no hoviesse, con un solo parto fue fecha de mucha nombradía. Esta fue fija de Guillelmo, rey de Sicilia, en cuyo nascimiento como se fallassen muchos -según se dize-, un Joachim, abad de Calabria, dotado de spíritu prophético, dixo a Guillelmo haver nacido la que havía de ser destructión del reyno de Sicilia. De la qual prophecía el rey espantado, como diéssese al juyzio, començó de rebolver con gran cuydado en su pensamiento de qué manera podía esto contecer y venir por mujer. Y no viendo poderse esto fazer sino por su marido venidero o por su fijo, haviendo compassión de su reyno y pensando de empachar esto si podiesse, deliberó de quitarle la sperança de haver marido y fijos. Y siendo ella niña y mochacha, encerróla en una claustra de un monesterio para que offreciesse a Dios y votasse perpetua virginidad.

El qual consejo no fuera malo si aprovechara, mas quando contra Dios, que venga justamente los grandes y graves pecados de los hombres, nosotros locos y de pocas fuerças tomamos alguna empresa, quando menos nos catamos con una remputada y empenta nos echa a perder. E assí ésta, como después de muertos su padre y hermano, viendo que no havía quedado sino ella en el reyno heredero alguno legítimo, y assí hoviesse passado su vida y ya pareciesse haverse fecho vieja y hoviesse tomado después de la muerte de Guillelmo su padre Tancredo, rey fingido, la corona del reyno, y después d'él Guillelmo, su fijo, que era aún mochacho, acaheció que quier por el mudar a menudo de reyes, quier por ser nuevos indignos, que con los bandos y parcialidades de los principales nascieron guerras de cada parte, de manera que todo el reyno ya yva a sangre y a fuego, por lo qual haviendo algunos compassión del tal infortunio pensaron lo que después se siguió, de casar a Constancia con algún poderoso príncipe, porque con su potencia y govierno se amansassen y apaziguassen los movimientos y tumultos pestíferos. Lo qual no sin difficultad y gran trabajo se optuvo, dando en ello su consentimiento el Padre Sancto para que Constancia declinasse a esta opinión de casar, como ella estoviesse firme en su propósito de vivir y fenecer sus días religiosamente y pareciesse contrastar a ello su edad. Y como ella ahún rehusándolo hoviessen las cosas passado tan adelante que no podiessen comodamente bolver atrás, desposáronla con Henrico, emperador de los romanos, fijo de Federico, el primero de aquel nombre.

Y assí, la vieja rugada dexado el monasterio y claustra y los vestidos de monja, arrreada y luzida de vestidos reales, casada y emperadriz salió del monesterio y mostróse públicamente, y la que havía offrecido a Dios su perpetua virginidad, entrando en el thálamo del príncipe y subiendo a la cama de la boda, dexóla contra su voluntad. De lo qual se siguió, no sin gran admiración de los que lo oyeron, que en el año cinquenta y cinquo de su edad concibiesse. Y como esta concepción en tal edad pareciesse cosa de engaño, por quitar esta sospecha fizieron una discreta provisión, que acercándose el tiempo del parto por un pregón y edicto del Emperador todas las dueñas del reyno de Sicilia fueron llamadas, las que quisiessen entrevenir en el parto. Las quales viniendo aun de lexos, puestas las tiendas en los prados fuera de la ciudad de Palermo, y según otros dentro de la ciudad, todos viéndolo, la Emperadriz vieja parió un fijo, que se llamó Federico, que después fue hombre monstruoso y como pestilencia de toda Ytalia, quanto más de Sicilia, porque no quedasse mintroso el juyzio del Abad de Calabria.

¿Quién, pues, no terná por monstruoso el parto de Constancia, como fuera d'él no hayamos oydo otro tal en nuestros tiempos? ¿Qué digo en nuestros tiempos, ni aun después que vino Eneas a Ytalia, salvo el de Helisabeth, mujer de Zacharías, del qual por misterio divino nació Sant Joan Baptista, al qual no se le egualó alguno entre los fijos de las mujeres en sanctidad.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 104 v y ss.