Capítulo xxxiiij: De Clitemestra, mujer del rey Agamenón.
Ésta fue mujer muy scelerada, ca absente el marido cometió adulterio con
Egisto, un pontífice. Y después, tornando Agamenón
de la victoria y presa de Troya, Clitemestra le mató y se ayuntó con Egisto. Y
después Horestes, su fijo y de Agamenón, vengando
la muerte del padre, mató a ella y a Egisto.
Clitemestra fue fija de Tindár[e]o, rey de
Tebalia, y de Leda, y hermana de
Cástor y de Póllux y de
Helena, y casó donzella con Agamenón, rey de Micenas.
La qual, dado que fuesse noble assí por su linaje como por el de su marido,
empero fue más nombrada por la osada maldad que cometió, ca siendo su marido
Agamenón presidente y caudillo de las huestes de los griegos en Troya, como ya
de él hoviesse parido muchos fijos, enamoróse de Egisto, ocioso y vagabundo
mancebo, fijo de Trestes y de Pelopia,
el qual por causa del sacerdocio se abstenía de las armas. Y según algunos
quieren, por consejo y induzimiento de Nauplio viejo,
padre de Palamides, llegó a todo lo que quiso
con él. Del qual desorden se siguió que, o por temor de la maldad cometida
quando bolviesse Agamenón, quier por consejo del enamorado y codicia del
reyno, indignada porque Agamenón trahía a Cassandra
a Micenas, la animosa mujer -y de gran y armado coraçón- con engaños y loca
osadía levantóse contra su marido; y como hovo recebido con fingida alegría y
con rostro fingido en el palacio real al vencedor, que bolvía cansado y fatigado
de las tempestades de la mar, y -según plaze a algunos- después de haver
cenado y bien bevido, mandó al adúltero, que estava en secreto ascondido,
que le matasse. Otros dizen que como estoviesse de costado, embuelto en los
vestidos ganados con la victoria, como que hoviesse de fazer alguna fiesta
muy noble a los grecanicos, la adúltera dulcemente consejó a su marido que
se vestiesse los vestidos de su patria, y señaladamente las que ella havía
antes fecho para esto; y diógelas ella con atrevimiento, las quales no
tenían cabeçón; y como él hoviesse puesto los braços por las mangas y
buscasse embuelto en el vestido por dónde sacar la cabeça, dióle medio atado
al adúltero que le feriesse. Y assí fue ferido sin saber de quién o cómo. Lo
qual fecho, occupó todo el reyno; y mandó y tovo el Imperio con el adúltero
Egisto siete años. Mas después como hovo crecido y fue fecho hombre Horestes,
fijo de Agamenón y de ella, el qual havían secretamente guardado los amigos de
la yra y saña de la madre, y hoviesse emprendido con ánimo de vengar la muerte
de su padre, tomado y buscado tiempo conveniente para ello, matóla juntamente
con el adúltero.
No sé qué inculpe más: el peccado o la osadía. Primeramente no havía merecido
mal tan grande un varón tan noble. Lo segundo, que quanto menos convenía a mujer
no leal tanto era más abhominable. Empero yo tengo que loar. Conviene saber:
la virtud de Horestes, la qual no suffrió mucho tiempo ser retrahída de la
piedad y amor de la madre adúltera que el animoso vengador no cayesse luego
en vengar la no merescida muerte de su padre. Y que el fijo no fiziesse contra
la madre, que tanto mal le havía fecho, lo que el padre sin merecer por
mandamiento de una mujer adúltera havía padecido del sacerdote adúltero, y
de aquéllos por cuyo mandamiento y obra la sangre de su padre havía sido
derramada, porque el peccado se bolviesse y tornasse contra sus auctores, y
se pagasse y purgasse derramando sangre.
Mucho es de culpar la desonestidad desta fembra. Empero yo más afearía
la grande alevosía del fementido Egisto, que siendo primo hermano de Agamenón
assí offendió los derechos del parentesco, los atamientos de la sangre, las
leyes de naturaleza. ¡Mas guárdeos Dios de los hombres engendrados en
pecado, y tan espantoso pecado qual fue aquél de su padre Thiestes, que de su
misma fija Pelopia le hovo! ¿Qué podía de tan grave crimen salir? Y assí
mereció padecer muerte cruel. ¿Éstas son las salidas de la gloria mundana?
¿Qué le aprovechó la gloria del vencimiento al rey Agamenón? Si no que
permitió su desdicha que assí como con engaño ganaron los griegos a Troya, bien
assí los engañassen y les diessen muerte sus deudos mismos y más cercanos; y
como ensuziaron las manos en verter sangre de tantos viejos y infantes, assí de
la suya dellos quedassen sus palacios manzillados y tristes. ¡O mundano y
engañoso favor, quán pocas vezes tienes verdad a los que te siguen! ¡O
sacerdocio alevoso, y quán presto passas del mucho folgar al crimen del adulterio!
¿No te abasta que vives sobre la sangre y limosnas de los casados, sin que
rompas y penetres los secretos y tan defendidos encerramientos de las ociosas
y viles mugeres, y finchas las casas reales de zizañas, cruezas y homicidios
mortales? ¡O quán poco duró aquel hurtado y tan dañoso plazer, y quánto
que ha de durar -dexemos la pena del infierno- mas la infamia y tan manzillado
zumbido que d'él ha sonado y sonará para siempre!
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 40 v. y ss.