Capítulo lxxx: De las mujeres de los Cimbros, vencidos por los romanos,
las quales viendo a los suyos derramados y muertos, y no podiendo recabar el
perdón que pidían de Cayo Mario, fecha conjuración,
todas de consuno se ahorcaron.
Grande fue el número de las mujeres de los Cimbros, vencidos por Gayo Mario
en fuerte pelea; el qual número es mucho de alabar por su noble, sagrado y
constante propósito de castidad, y ahun mucho de enxalçar, porque quanto fue
mayor la suma tanto paresce se deven más pregonar, y con mayores honrras. Y
esto porque havemos leydo muchas vezes haver pocas guardado la castidad, mas
haverse muchas ayuntado a la guardar nunca o muy a tarde lo havemos oydo.
Floresciendo, pues, las cosas y actos romanos, los theutones y cimbros y
otras bárbaras naciones fizieron conjuración contra el Imperio y nombre romano.
E ayuntados primero en uno, de guisa que ninguno creya poderlos fazer fuyr,
levaron sus mujeres, fijos y toda su hostilla y mueble consigo en carros con
mucha compañía, y después porque con un mismo ímpetu y assaute diessen en
tierra con Ytalia, deliberaron de entrarle con tres esquadras y por tres
partes. A los quales, embiado al encuentro Cayo Mario, cónsul, por los romanos,
muy aclipsados de miedo de tanta gente, del qual colgava en aquella sazón
toda la sperança de la república, hovo por encuentro y topóse primero con
los más soberbios y ultrajosos capitanes de los theutones, contra los
quales -que nada rehusaron la pelea- como hoviesse peleado, y por la luenga
pelea la Fortuna hoviesse sido varia algún tanto, en fin, derramada mucha
sangre, bolvieron las cuestas los theutones y dieron a fuyr. Y después dieron
sobre los cimbros, y assí como venció y derramó los theutones en las aguas
Septias, assí derramó aquéllos en el campo Randio con doble pelea y con
muchas muertes.
Lo qual mirando las mujeres, que estavan apartadas con el fardage y
victuallas, no seguieron el fuyr de los maridos, mas fizieron de los carros
-de que tenían ellas mucha abundancia- un palenque, y con un coraçón más
loco y atrevido que animoso, con palos tostados y piedras y cuchillos
deliberaron defender su libertad y castidad quanto podiessen. Empero
viniendo a porfiar, pel[e]ando con los cavalleros marianos, como no hoviessen
mucho spacio resistido, conoscieron a la postre que en vano ponían sus
fuerças en más pelear. Y por esto pidieron si con el capitán podieran haver
alguna concordia, ca ellas tenían muy assentado en el coraçón que, puesto
que hoviessen perdido sus maridos y sus herencios y haziendas de avuelos
y su assiento en la pelea, a lo menos por vía que pudiessen havían
deliberado guardar su castidad. Y por esso, ellas de consuno y concordes
no pidieron la paz de los maridos que fuyan, ni bolver a su patria, ni
que les refisiessen sus daños, mas que todas fuessen ayuntadas a las
vírgines vestales. Lo qual como hoviesse parecido a todas cosa muy honesta
y testigo de un pensamiento no dañado, y no lo hoviessen podido recabar
con el capitán, encendidas con furia terrible, por un crudo medio y triste
fazaña llegaron a su desseo. Y ante de todas cosas, lançados en el suelo
sus pequeños fijos y muertos por quitarlos y librarlos de servitud por
la vía que podían, en la misma noche dentro del palenque -fecho por ellas
porque no fuessen trahídas en desonrra de su castidad- para que [no]
burlassen dellas los vencedores todas se ahorcaron con dogales y
cabestros, y no dexaron a los cavalleros codiciosos otro despojo salvo
sus cuerpos colgando.
Otras fuera que hovieran ydo, ya quebrantadas sus fuerças, con mucha
humildad a los vencedores, descabelladas y tendidas las manos, finchiéndolo
todo de llantos y de ruegos; y lo que fuera más suzio y desonesto, algunas
con falagos y abracijos hovieran recabado si podieran conservar y salvar
a lo menos su mueble, y bolver a la patria sin ha[c]er mención alguna de
la honestad mujeril, o quiçá se hovieran dexado levar a qualquiere a manera
de ganado. Mas las cimbras con coraçón muy constante de mejor fortuna
guardaron sus ánimos, y no çufrieron con alguna vergüença ensuziar la gloria
de la majestad de su gente, y mientra fuyan la servidumbre y turpitud,
obstinadas, ofreciéndose al cabestro, no por la fuerça de los enemigos mas
por mala suerte, muestran haver sido vencidos sus maridos, y ganaron y
alcançaron luenga vida de su castidad, echados y lançados a parte los
pocos años, con los quales hovieran podido sobrevivir a su triste muerte.
Y dexaron a los venideros causa de se maravillar tan gran número de mujeres,
no por pacto ni por deliberación pública, dentro de spacio de una noche
-no de otra manera que si todas tovieran una misma voluntad- haver venido
en un mismo parescer de escoger tal muerte.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 82 v y ss.