Capítulo xxvij: de Argia, muger del rey Pollinice, cuyo acto memorable
es mucho alabado, porque muerto en la pelea de Thebas Pollinice y fecho mandamiento
que ninguno de los enemigos fuesse sepultado, ella empero por la mucha humanidad y
caridad que a su marido tenía, entre todos los cuerpos de noche con lumbre le buscó
y le sepultó honrradamente contra el mandamiento y pregón de Ethíocles, el enemigo.
Argia, mujer griega, la qual descendía de los antiguos y generosos reyes de los
Argivos, siquier griegos, fue fija del rey Adrasto, y assí como con su maravillosa
fermosura a los de su tiempo dio de sí leda y agradable vista, assí dexó a los que
después vinieron un entero noble y perpetuo testimonio del amor matrimonial. Por lo
qual fasta nuestros días ha llegado su claro renombre con lumbre y resplandor special.
Ésta, pues, siendo casada con Pollinice, fijo de Edipo, rey de Thebas, y desterrado
como hoviesse de él parido a Thesandro, mirando que Pollinice, su marido, por engaño
de Etíocles, su hermano, era atormentado de muchos cuydados que le mordían y penavan,
tomando parte de aquellas angustias, no solamente recabó de Adrasto, su padre ya viejo,
con muchas lágrimas que lo fiziesse, más ahun fízole armar contra Ethíocles contra
las leyes y pactos que entre él y su hermano havía. El qual Ethíocles tenía ocupado
tiranamente el reyno de Thebas. Y porque no recibiesse daño ni fuesse menguada la
respuesta fatal de Euridico Amphiorao, adevinó fecha liberal con su marido contra
la natura de las mujeres; aquel precioso collar de mal agüero en tiempos passados
a las mujeres thebanas, diógelo de su propio motivo. Y después que Amphiorao
ascondido fue revelado y se mostró, fueron a Thebas con mal agüero, ca después
de muchas muertes fechas en diuersas peleas, muertos los otros capitanes y Adrasto
ya despojado de todas sus ayudas y desamparado y medio fuera echado, como entre los
otros cuerpos muertos de los hombres soezes hoviesse oydo la cuydadosa mujer estar
el cuerpo de Pollinice, su marido, sin sepultar, luego en esse punto, dexada a parte
la gravidad y cerimonia real y la mollez y delicadez del tálamo y del estrado, y
dexada tanbién a parte la flaqueza del sexo feminil, con vnos pocos que la
acompañaron emprendió camino para en donde estoviera assentado el real. Y no la
espantaron los caminos peligrosos ni las crueles manos de los enemigos, ni las
fieras ni las aves que buscan los cuerpos muertos, ni menos la espantaron los
spíritus de los muertos (según algunos locos piensan) que van por el ayre, ni
lo que parecía más terrible, el pregón de Creonte, en el qual mandava so pena
capital que ninguno osasse sepultar muerto alguno. Mas con el ánimo y coraçón
ardiente, ahunque triste, a la media noche entró en los campos donde havía estado
la pelea y yazían los cuerpos muertos, y atapándose las narizes por el olor y
corrupción de los cuerpos, andava rebolviendo los unos y los otros; con una
candelilla mirava si podría conoscer el rostro de su caro marido. Y nunca cessó
fasta fallarle.
¡O cosa maravillosa! La cara ya medio comida y del orín de las armas y de
la suziedad y polvo llena y toda amanzillada de sangre podrida, que ninguno conoscer
la podiera, no pudo encubrirse a la amada mujer. Ni las suziedades y máculas del
desfigurado y apostemado rostro podieron fazer que no le besasse. Y ni el pregón
ni sus lágrimas, ni el fuego, ni el mandado de Creonte la podieron detener, ca
haviendo ella buscado mucho, besándole si ternía ahún alma, como le hoviesse
lavado con lágrimas sus fediondos miembros y hoviesse con grandes bozes llamado
al muerto que la abraçasse, porque no fallesciesse cosa de lo que devía al officio
de piedad, encendidas ya las llamas, quemóle. Y después puso las cenizas en un vaso,
y después de descubierto el fuego de vna tan piadosa obra no se espantó, ni hovo
miedo del cuchillo y presiones del rey.
Muchas ha hovido que çufrieron con esfuerço las dolencias de sus maridos y las
presiones, la pobreza y muchas adversidades con sperança empero de alguna prosperidad
y reposo. Y quitado otro miedo crudo qualquier, lo qual, ahunque parezca loable,
no puede empero ser dicho extremo indicio de amor, según podieron ser dichas
las exequias de Argia. Ésta fue a los campos de los enemigos, podiendo llorar
en su casa; tractó y maneó el cuerpo fediente, lo qual podía mandar a otros; con
las llamas fizo las honras y reales exequias al cuerpo, que soterrar occultamente
según el tiempo era asaz; dio bozes y llantos mujeriles en donde podía passar
callando; ni tenía qué sperar del muerto desterrado, haviendo causa y ocasión
de temer del enemigo. Y esto le abastaron a consejar y a fazer y a emprender el
verdadero amor, la entera fe, la sanctidad del matrimonio y la intacta castidad.
Por el qual merecimiento Argia deve ser alabada, honrada y enxalçada con claro
pregón para siempre.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 34 v