Autor: Pedro Tena Tena (Instituto Cervantes)

Título Artículo: La cosmética áurea a través de mujeres literarias

Fecha de envío: 10/03/2004


 

Resumen: Este artículo es un estudio sobre la cosmética de los siglos XVI y XVII. En él se ofrece un acercamiento hacia saberes cosmetológicos de las mujeres hispanas de la época y las muestra interesadas por el aspecto físico, a pesar de las directrices de moralistas y religiosos.

 

Résumé: Cet article est un étude sur la cosmétologie des XVIe et XVIIe siècles. Dans cette recherche on offre des connaissances de cosmétique des femmes hispaniques de l’époque et on les montre intéressées à l’aspect physique, malgré les directives des moralistes et des religieux.

 

 

La cosmética áurea a través de mujeres literarias

 

 

Desde siempre la mujer ha procurado encontrar manera y tiempo para una atención y aderezo corporal. Y ello, ante incluso (a) curiosidades masculinas o (b) deficiencias de higiene en la sociedad  del momento. De las primeras se da buena cuenta desde un pasado con actitudes indiscretas de David hacia Betsabé (2 Samuel, 11, 2-3)[1] o de los viejos jueces hacia Susana (Daniel, 13, 15-17)[2] hasta apuntes de Ovidio (ss. I a. C. - I d. C.), presentes en las Metamorfosis, con el desgraciado Acteón ante Diana,[3] o en los Remedios de amor, con las recomendaciones para el olvido sentimental.[4] Y lo mismo es posible indicar con el rey Rodrigo hacia Cava, conforme la Crónica sarracina, de Pedro del Corral (s. XV);[5] … “Son cosas que las mujeres / siempre esconden de los hombres.”, dice, de hecho, la celestinesca Dorotea a Florero en La bella malmaridada, de Lope de Vega (ss. XVI-XVII), cuando es preguntada por su mercancía cosmetológica.[6]

 

Las letras, aun con todo, no fueron el único privilegiado marco para reflejar la inquieta mirada masculina hacia el aseo, el baño o el embellecimiento de la mujer. La pintura, de hecho, es magnifico ejemplo de cómo las artes han procurado desvelar lo privado. Y esto lo vemos, verbigracia, con desnudos mitológicos, a pesar del rechazo tridentino (3 de diciembre de 1562), considerándolos deshonestos o impúdicos,[7] o muestras cotidianas de aseo, como en Baño femenino (1496), de Durero; Dama en el baño (1590), de un pintor anónimo de la Escuela de Fontainebleau; Dama en el baño (1628), de Jan Van Eyck;  Mujer bañándose (1654), de Rembrandt; Mujer aseándose (1660), de Steen…[8]

 

De las aludidas dificultades para un íntimo (y mínimo) cuidado por el aspecto personal femenino, la literatura ofrece claros detalles. Y es que la sociedad del momento (ss. XVI-XVII) no sólo no era rica, ni siquiera acomodada, conforme uno siente tras un acercamiento a obras de picaresca o con la lectura de De subventione pauperum (1526), de Luis Vives, o con Amparo de pobres (1598), de Cristóbal Pérez de Herrera, por ejemplo,[9] sino que también vivía condicionada por la poca limpieza (urbana), debida a un deficiente servicio de alcantarillado o de recogida de basuras o de retirada de aguas sucias,[10] y a pesar de disposiciones dictadas para reglamentar el vertido de porquerías en la calle.[11] Todo, en verdad, subrayaba faltas de higiene personal.

 

No obstante lo dicho, en una época marcada por la importancia dada a lo simbólico, el gusto por lo espectacular o el valor del gesto, como es el Siglo de Oro, era fuerte el peso social que se concedía a la imagen de los demás, en especial de las mujeres.[12] Lo exterior, el significante visual, se valora para llamar y mantener la atención, pero, también, con el fin de alcanzar reconocimiento. El honor, sobre todo el basado en la estimación no menos que en la virtud, sobrepuja ya entonces en un calderoniano teatro en que se convierte por aquel tiempo el mundo. “De donde es cierto, / que la honra está en otro y no en él mismo.”, escribe Lope de Vega (ss. XVI-XVII) en Los comendadores de Córdoba para darnos nota del peso del honor;[13] “-Advierte que quiero empezar a enseñarte distintamente, en este teatro donde tantas figuras representan, las más notables, en cuya variedad está su hermosura.”, señala Luis Vélez de Guevara (ss. XVI-XVII) en El Diablo Cojuelo para subrayar el valor de la apariencia.[14] En este escenario de los siglos XVI y XVII, pues, todos gustan de agradar y ser bien estimados, mirados, a pesar de los inconvenientes apuntados arriba. Ni siquiera los dioses sabrán retraerse al valor de lo exterior, conforme comprobamos con la velazqueña Venus del espejo. Lo mismo sucederá, incluso, con aquellas mujeres que, por su condición u origen social bajo, se vean dirigidas a una vida de picardía. “Los temas favoritos picarescos se organizaban no alrededor del tema del hambre, de la indigencia y de la lucha por la vida, sino alrededor de la honra, es decir, alrededor de la respetabilidad externa, que se funda en el traje, el tren de vida y la calidad social heredada, […]”, señala Marcel Bataillon.[15]

 

Es en este último marco, el de la cortesanía, la picaresca, lo popular, donde nos detendremos más en el presente estudio. Nuestras líneas, basadas más en un acercamiento hacia saberes y tareas cosmetológicas de las mujeres que no pertenecían a los estamentos altos, procurará mostrarlas interesadas por su aspecto, preocupadas por hallar mañas y ocasiones, aun siendo pobres en una España pobre, fuera sus más íntimos deseos.[16]

 

En las sociedades tuteladas bajo directrices masculinas, la sola intención femenina de mostrarse atrayente ante los demás fuera del hogar, de buscar una positiva recepción exterior, era considerada por los hombres, en general, como peligrosa pretensión de romper los márgenes de la custodia y del sometimiento del varón, como ajeno lenguaje que había que limitar o enmudecer. Se hacen comprensibles, entonces, referencias en contra de la indecorosa sofisticación física ya desde primeros momentos judeocristianos. Tertuliano (ss. II-III) en De cultu feminarum, por ejemplo, ya defiende para las mujeres modestia y simplicidad frente a todo lo que realce lo exterior, lo físico.[17] Dicho pensamiento se respaldará en la Edad Media europea por los hombres del momento[18] y se verá reflejado en variadas obras, como en el Román de la Rosa (s. XIII):

 

 Y no cabe duda de que, bien mirado,

las mujeres hacen gran ofensa a Dios

con sus desvaríos y con sus locuras,

ya que no se tienen nunca por contentas

con los atractivos con que Él las formó. [19]

 

El sueño, de Bernat Metge (ss. XIV-XV),[20] o el Espejo, de Jaume Roig (s. XV),[21] quienes nos permiten, de igual modo, ser privilegiados testigos de una cotidianidad medieval de baños y cosméticos.

 

No obstante lo aportado, perfumes y ungüentos serán realidad desde mucho tiempo atrás. Ya la Biblia brindaba al receptor de la época medieval alusiones al valor de los productos aromáticos, muy en especial en pos de la reverencia divina, tal y como nos recuerda Ángela Bravo, señalando instrucciones santas recogidas en Éxodo, por ejemplo.[22]

 

Los escritos más creativos, en general, tampoco dejaron de ser campo fecundo para la evocación del entorno cosmético (y farmacológico), igualmente en torno a las mujeres. Primeros casos se hallan en el siglo XIII, con el Libro de Alexandre,[23] y en obras del siglo XIV, como el Libro de buen amor[24] y la citada creación de Bernat Metge.[25] También textos de la siguiente centuria darán espacio para notas similares, como las Coplas de las comadres, de Rodrigo de Reinosa; el Diálogo entre un amor y un viejo, de Rodrigo Cota; el Laberinto de Fortuna, de Juan de Mena,[26] y, sobre todo, La Celestina, de Fernando de Rojas.[27] Los ejemplos, en verdad, son variados y ofrecen curiosos detalles.

 

Por su parte, las letras más científicas fueron fuerte base de autoridad para las obras anteriores, en especial cuando la Medicina dio espacios a dichos saberes. Esto lo comprobamos, como muestras, y en primer lugar, con textos que manifiestan un eco erudito musulmán, conforme vemos con Trótula (¿s. XI?), al mencionar saberes sarracenos en su Liber de passionibus mulierum,[28] o con el anónimo autor (s. XIII) del Ornatus mulierum, cuando subraya las enseñanzas recibidas por una mujer sarracena,[29] o hasta con el desconocido responsable del catalán Speculum al foder (ss. XIV-XV), que abre su texto erotológico con la cita de un Albafumet.[30]

 

Asimismo, las vinculaciones entre Medicina y estética fueron muy patentes en textos de tradición latina,[31] como sucede con el catalán Flor del tesoro de la belleza, atribuido a Manuel Dies de Calatayud (ss. XIV-XV), ineludible testimonio para el amplio conocimiento del quehacer estético de la mujer medieval. A través de su lectura se comprueba, en concreto, el empleo de elementos de naturaleza animal, como buey, cabra, cerdo, ciervo, codorniz, coral, cuervo, erizo, gallina, golondrina, hormiga, rata, sepia, …, o de origen mineral, como alcanfor, amoniaco, antimonio, arcilla, bórax, cal, mármol, oropimiente, plomo, sal, vidrio, …; o de procedencia vegetal, como aceituna, almáciga, almendra, altramuz, arroz, avena, azahar, calafonia, cebada, celidonia, piña de ciprés, clavel, clavo, col, estoraque, haba, higo, incienso, jengibre, laurel, manzana, mirra, mirto, raíz de olmo, opio, puerro, rosa, raíz de sauce, serbal, urchilla, zamarrilla, zarza, … Todo, un inmenso recetario con noventa y tres capítulos, que da excelente idea del calado del texto, en particular, y del amplio saber cosmético en la España del momento, en general.[32]

 

Con el paso del tiempo, y desde la España de los Reyes Católicos, poco cambia en relación con la idea que se tiene de la mujer. Así, a modo de muestra, el humanista Pedro Mártir de Anglería (ss. XV-XVI) acogía hacia sí satisfacciones de universitarios peninsulares cuando explicaba las sátiras de Juvenal (ss. I-II);[33] en El Escorial del siglo XVI, Felipe II contaba como apreciada y curiosa obra la llamada Mesa de los pecados capitales, de El Bosco (ss. XV-XVI), en cuyo apartado relativo a la Soberbia se representaba a una mujer, ricamente vestida, contemplándose en un espejo que sostiene el diablo.[34] Estas imágenes tan negativas hacia la mujer, y que entroncaban con fuerza en los medievales fundamentos ideológicos de una sociedad tutelada por la masculinidad, se vio complementada en los siglos XVI y XVII con el ideal femenino de los pensadores (varones) del momento (inquisidores, moralistas y teólogos, además de escritores satíricos): doncellas y casadas, modestas, obedientes, recatadas; viudas, dolientes, enclaustradas, enlutadas.[35] El significativo título Tratado en loor de las mujeres y de la Castidad, Honestidad, Constancia, Silencio y Justicia, con otras muchas particularidades y varias historias, de Cristóbal de Acosta, procedente de las prensas venecianas de Giacomo Cornetti en 1592, ya es buen reflejo; el famoso abecé en Peribáñez y el Comendador de Ocaña, de Lope de Vega, sacada en el taller madrileño de Miguel Serrano de Vargas en 1614, es magnífico adorno:

 

Casilda.                          ¿Qué ha de tener para buena

                                             una mujer?

Peribáñez.                                          Oye.

Casilda.                                                                  Di.

Peribáñez.                     Amar y honrar su marido

                                             es letra de este abecé,

                                             siendo buena por la B,

                                             que es todo el bien que te pido.

                                             Haráte cuerda la C,

                                             la D dulce, y entendida

                                             la E, y la F en la vida

                                             firme, fuerte y de gran fe.

                                             La G grave, y para honrada

                                             la H, que con la I

                                             te hará ilustre, si de ti

                                             queda mi casa ilustrada.

                                             Limpia serás por la L,

                                             y por la M maestra

                                             de tus hijos, cual lo muestra

                                             quien de sus vicios se duele.

                                             La N te enseña un no

                                             a solicitudes locas;

                                             que este no, que aprenden pocas,

                                             está en la N y la O.

                                             La P te hará pensativa,

                                             la Q bienquista, la R

                                             con tal razón, que destierre

                                             toda locura excesiva.

                                             Solícita te ha de hacer

                                             de mi regalo la S,

                                             la T tal que no pudiese

                                             hallarse mejor mujer.

                                             La V te hará verdadera,

                                             la X buena cristiana,

                                             letra que en la vida humana

                                             has de aprender la primera.

                                             Por la Z has de guardarte

              de ser zelosa; que es cosa

                                                             que nuestra paz amorosa

                                                             puede, Casilda, quitarte.

                                                             Aprende este canto llano;

                                                             que con aquesta cartilla

                                                             tú serás flor de la villa,

                                                             y yo el más noble villano.[36]

 

No es extraño, pues, que entre consideraciones pedagógicas del Humanismo contra los pecados sociales, como los desatinos de la honra, desórdenes y remedios en el comer y en el vestir, fraudes de la medicina, reprensión del juego...,[37] los tratados sobre la educación de las mujeres dieran espacio, también, a la denuncia de la falsedad de los cosméticos y sus peligros, por lo que suponían de manifestación de (contraproducente) exhibicionismo y narcisismo, frente a la propia función de las mujeres como productoras en los doméstico y reproductoras en lo biológico, y origen de envidias, lujurias o ruinas económicas. Y así esto lo advertimos, por ejemplo, con Luis Vives (ss. XV-XVI), a quien ya el mismo Erasmo de Rotterdam (ss. XV-XVI) señala lo siguiente:

 

En lo del matrimonio [en tu tratado De institutione feminae christianae] te has mostrado más duro con las mujeres; espero que serás más cortés con la tuya. Y de los afeites dijiste demasiado.[38]

 

y con Luis de León (s. XVI) en La perfecta casada, comentario del capítulo XXXI del bíblico Proverbios:

 

[¿Qué pensáys las mugeres que es afeytarse? Traer pintado en el rostro vuestro deseo feo. Mas no todas las que os afeytáis deseáys mal. Cortesía es creerlo. Pero si con la tez del afeyte no descubrís vuestro mal deseo, a lo menos despertáys el ageno. De manera que, con esas posturas suzias, o publicáys vuestra suzia ánima o ensuzyáis la de aquellos que os miran. Y todo es ofensa de Dios. Aunque no sé yo qué ojos os miran, que, si bien os miran, no os aborrezcan. ¡Oh asco, oh hedor, oh torpeza!];

Pone la hermosura de la buena muger, no en las figuras del rostro, sino en las virtudes secretas del alma, las quales todas se comprehenden en la Escriptura debaxo desto que llamamos temer a Dios;

Mas [como la hermosura consista en dos cosas, la una que llamamos buena proporción de figuras, y la otra que es limpieza y aseo, [...][39]

 

Junto a estos autores es obligado citar a Antonio Marqués (ss. XVI-XVII), quien en su manuscrito Afeite y mundo mujeril (Universidad de Barcelona, ms. 1017), obra centrada en el asunto que nos ocupa, recoge con un planteamiento ascético todo el ideario social (masculino) del pasado y de la época sobre el mundo del cosmético en la mujer. Su texto de 1617 se impregna, además, del espíritu presente en los manuales de confesores. “¿Tovistes cuydado de las hijas? / ¿Posístelas en locuras de afeites y atavíos?”, escribe Pedro de Covarrubias en su Memorial de pecados y aviso de la vida cristiana (1516);[40] “Péccase, también, en lo accessorio, antecente, concomitante o consequente a esto, como es en las vista, tocamientos illícitos, mensages, cartas, presentes, dádiuas, offertas, trages, músicas, inuenciones, vanidades, olores curiosos y vsos de cosas lasciuas que incitan a esto [, al peccado de luxuria].”, señala Martín de Ayala en su Compendio para bien examinar la consciencia en el juicio de la confesión (1567).[41] Ya uno comprueba lo aludido, nada más acudir al índice, que, a la vez, nos sirve de claro colofón sobre las doctrinas que se destilaban sobre el tema:

 

                    Libro primero.

 

-          Capítulo I.             – En que se declara qué sean afeites y galas.

-          Capítulo II.           – No es cosa nueva ni de suyo ilícita el afeitar y engalanarse las mujeres.

-          Capítulo III.          – Son los afeites de ordinario en las mujeres no lícitos ni honestos.

-          Capítulo IV.          – Los preciosos vestidos y galas en las mujeres huelen a deshonestidad.

-          Capítulo V.            – Pecan de ordinario las mujeres con sus afeites y galas por el escándalo que causan en otros.

-          Capítulo VI.          – Prosigue la materia del pasado.

-          Capítulo VII.         – Enseña el desorden que tienen las mujeres en curar los cabellos y dientes.

-          Capítulo VIII.       – Es muy más indecente afeitarse y engalanarse los hombres que las mujeres.

-          Capítulo IX.          – Muestra la vanidad de los afeites y galas de las mujeres por los olores de que van mezcladas.

-          Capítulo X.           – El curioso aderezo de la mujer y del hombre procede de vanidad por la consulta grande <que> tienen con el espejo.

-          Capítulo XI.          – Muéstrase la vanidad de las mujeres por la que traen en el calzado.

-          Capítulo XII.         – Enseña cómo el calzado con lunas fue antiguamente insignia y nobleza; y se saca la que usó la Virgen, madre de Dios.

-          Capítulo XIII.       – Enseña la vanidad de las mujeres por las galas de las orejas, cuello y manos.

-          Capítulo XIV.       – En el ornato que traen en los días de fiesta las mujeres, yendo a los templos, muestran mucha vanidad.

 

 

Libro segundo.

 

-          Capítulo I.             – No son sólidas las excusas que traen las mujeres casadas de sus afeites y galas que es para agradar a sus maridos.

-          Capítulo II.            – El aderezo de afeites y galas curioso en las mujeres las hace soberbias y menos castas.

-          Capítulo III.          – Las galas y atavíos hermosos de las mujeres son dañosos a sí y a los maridos.

-          Capítulo IV.          – Que no gustan los maridos de las galas de sus mujeres, porque gastan y consumen las casas y haciendas.

-          Capítulo V.           – El fin que tienen las mujeres por casar en sus afeites y galas.

-          Capítulo VI.          – En que se prosigue la materia del pasado.

-          Capítulo VII.         – Contiene no tener excusa alguna los afeites y galas en las viudas.

-          Capítulo VIII.        – No tienen excusa ninguna los afeites y galas en las monjas y en las que tienen hecho voto de castidad.

 

Libro tercero.

 

-          Capítulo I.             – Hanse de huir los afeites, porque afean y roban la hermosura natural.

-          Capítulo II.           – Los afeites y atavíos curiosos son trajes de malas mujeres.

-           Capítulo III.          – La demasiada curiosidad en el adorno de las mujeres es indicio del poco aliño del alma.

-          Capítulo IV.          – Toda la hermosura corporal es flor vana y presto se ha de agostar y acabar.

-          Capítulo V.           – Prosigue la materia del pasado con la consideración de la muerte.

-           Capítulo VI.          – De las penas que las mujeres padecen en la otra vida por el nimio aderezo de su cuerpo.

-          Capítulo VII.         – La hermosura de la Virgen, con haber sido la mayor, no fue nada afeitada sino en todo recatada.

-          Capítulo VIII.        – La hermosura de Cristo crucificado es la que ha de dar los afeites a las mujeres.

-          Capítulo IX.          – La hermosura, así exterior como interior, de las mujeres se conserva y sin gasto se aumenta encerrada.

-          Capítulo X.           – En que se prosigue la materia del pasado.

-          Capítulo XI.          – Que el afeite y hermosura mayor de la mujer es la vergüenza.

-          Capítulo XII.         – Que las aguas que han de procurar las mujeres para lavar sus caras han de ser de lágrimas.

-          Capítulo XIII.       – Es la virtud y hermosura espiritual la que hace lustrar la corporal de donde ella mana.[42]

 

Aun estos pocos nombres citados, resulta fácil hallar otros testimonios, desde escrituras que subrayan la nota costumbrista, cargada de humor, hasta ejemplos donde destaca la pincelada llena de crítica social, también punta para el desencanto.[43] Y sin olvidar el refranero, donde percibimos eco de lo referido: “Beldad y hermosura, poco dura; más vale la virtud y la cordura”, “Belleza sin talento, veleta sin viento”, “Hermosura sin bondad, más que bien suele ser un mal”, “Vana es la hermosura, si con ella no hay virtud”...[44] No obstante lo apuntado, el mero hecho de que a lo largo de los siglos XVI y XVII variados autores procuraran fijar unos modelos para las mujeres daba buena cuenta de la resistencia ante semejantes directrices. María de Zayas (ss. XVI-XVII)[45] y Ana Caro (s. XVII),[46] en la Península Ibérica, y Juana Inés de la Cruz (s. XVII),[47] en territorio americano, son algunos ejemplos de que la mujer podía ser capaz de mostrarse en defensa hasta con las armas de las letras.[48] Ello se subraya más acudiendo a diversos testimonios indirectos, que también ofrecen viva imagen de la realidad de la época: Las mujeres, ¿todas?, se preocupaban por su aspecto físico, querían mostrarse siempre bellas, además. “Hadas malas me fizieron negra, / que yo blanca era.”, se llegaba a escuchar como queja en la lírica popular hispánica desde los siglos XV al XVII;[49] “Eso [, el afeitarse,] por la graçia de Dios, de Oriente a Poniente y de Mediodía a Setemptrión se usa tanto, que no creo haber ninguna que no lo haga.”, se escribía en el Viaje de Turquía (h. 1557-1558).[50] Al parecer, no había excepción, desde las solteras hasta las monjas, según leemos en Diálogo de mujeres, de Cristóbal de Castillejo (ss. XV-XVI).[51] Y, así, esto lo vemos en muy variadas muestras sociales; en especial, en las fiestas.[52]

 

En la obra Todo es enredos, amor, de Agustín Moreto (s. XVII), por ejemplo, una joven que desea servir en una casa enumera sus habilidades ante la posible futura señora. “[...] Perfumes, aguas, sahumerios, / Y otras mil curiosidades, / Que con arte y con ingenio / Me ha enseñado la experiencia, /  Porque estuve en un convento”, señala la muchacha para mostrar, también, la no difícil elaboración de cosméticos.[53]

 

Incluso lo escrito, el desconocimiento inicial para producir cosméticos podía suplirse con la existencia de recetas. Del empleo de éstas dan buena cuenta Manual de mujeres en el cual se contienen  muchas y diversas recetas muy buenas (¿s. XVI?) (Biblioteca Palatina de Parma, ms. 834)[54] y Recetas experimentadas para diversas cosas (s. XVII) (Biblioteca Nacional de España, ms. 2019),[55] textos que brindan espacio a la alimentación, cosmética y Medicina. Apunte literario de ello, en Las harpías en Madrid, de Alonso de Castillo Solórzano (ss. XVI-XVII):

 

 

 

Com[isario].                  Mostradme ese papel que se ha caído.

Alg[uacil]. 2º                Él [, el lindo,] da de ser figura indicios llanos.

Com[isario].                  Esta es receta de aderezar las manos.

                                             ¿Usáis mucho las mudas y sebillos,

                                             blandurillas, pomada y vinagrillos?[56]

 

En cuanto a la venta de tales productos, ésta se llevaba a cabo a través de establecimientos, según leemos en La culpa busca la pena y el agravio la venganza (¿1601-1612?), de Juan Ruiz de Alarcón:

 

                       ... Mujeres

                       hay aquí, y son por lo menos

                       de buena ropa, que dan

                       tal olor, que es el zaguán

                       la tienda de los Morenos.[57]

 

o en el Libro de entretenimiento de la pícara Justina (1605), de Francisco de Úbeda:

 

A propósito. Tuve envidia como Blandina, y por no tener que pedir a Júpiter ni a otro beodo como él, y por tener juntamente galas y colores de papagayo y libertad de andar y parlar como mujer, envié por blanco y color a la tienda de una amiga, con que me pueda poner hecha un papagayo real. Trajéronme buen recado, sino que yo no lo supe amasar.[58]

 

o en los Conceptos espirituales (1606), de Alonso de Ledesma:

 

                             La mentira cada dia

                             se pone color y blanco

                             por dissimular las pecas,

                             y boluer atras los años.

                             Poco la cuesta el afeyte,

                             porque su padre el engaño

                             es el tendero que esta

                             al soliman obligado.[59]

 

La comercialización, asimismo, podía llevarse a cabo por medio de una venta ambulante, conforme vemos con la citada Dorotea de La bella malmaridada, quien enumera una larga lista de productos:

 

        Dorotea.                    Traigo lindas aguas claras

                             para el rostro y bellas mudas,

                             y si del efecto dudas,

                             son peregrinas y raras,

                             de alcanfor de Lima y lirio,

                             de azucena y hiel de vaca,

                             que cada cual la tez saca

                             limpia y blanca como un cirio;

                             traigo del huevo enterrado

                             la rica destilación,

                             y algunos untos que son

                             de olor y efecto extremado,

                             de gato, culebra y hombre,

                             que remoza a quien le usa,

                             y aquello que no se excusa

                             que tiene el turco por nombre;

                             traigo aceite de cristal

                             que es rico para los dientes,

                             y otros polvos diferentes

                             de drago, río, y coral,

                             palomina y porcelana,

                             y otros contra el neguijón,

                             y que para el olor son

                             medicina soberana;

                             traigo para la cabeza

                             y el ojo sahumerios ricos

                             para los grandes y chicos,

                             y otros contra la tristeza;

                             traigo espliego, almea, helecho;

                             traigo hinojo de la mar;

                             traigo manteca de azahar

                             para el cabello y el pecho,

                             bujetas de algalia fina

                             y de almizcle y algodón,

                             hecha cierta confacción

                             de esteriles medicina;

                             traigo emplastos, tacamaca,

                             laraña, añime, menjuí.

                Florelo.                            ¿Y todo cabe aquí?

 

                Dorotea.                                                            Sí.

 

  Florelo.                           Mucho dice y poco saca.

 

  Dorotea.                         Estuches traigo también,

              y librillos de memoria,

              pero ha rompido su historia;

              yo digo entre dientes quién,

              limón traigo hecho con oro,

              aceite de ambar, jazmín,

              de perlas, de azahar, en fin,

              traigo de todo un tesoro;

              traigo color de Granada

              y resplandor de Sevilla,

              y de almizcle y cochinilla

              una cerilla extremada;

              traigo aceite de rasuras,

              flor del romero al caer,

              palos de malva, si hacer

              los dientes perlas procuras,

              huevos de gallina negra,

              sacados por alquitara,

              agua que limpia la cara,

              le da buen color y alegra,

              miel virgen traigo labrada

              con solimán y limón,

              y traía un buen jabón

              de una receta extremada,

              y un cierto conde extranjero

              que tiene un nombre romano,

              muy gallardo y cortesano,

              hombre de mucho dinero

              que vive a san Luis, me ha dado

              por lo que valía un escudo

              treinta o cuarenta.[60]

 

Las mujeres del alto estamento social, de igual modo, no dejaban de ocuparse del menester cosmetológico. Y así, en su Relación del viaje de España, publicada en 1691, la francesa d’Aulnoy (s. XVII) nos cuenta los detalles del quehacer que lleva a cabo una  señora del momento para adecentarse una vez levantada. Por ella observamos el empleo de colorete para los dedos, frente, hombro, mejillas, mentón, nariz, orejas, manos; la utilización de perfume por todo el cuerpo. A primera vista, toda una exageración.[61]

 

América, asimismo, será marco lógico donde hallar casos del interés femenino por el cosmético, a pesar de carestías y precios. Valgan dos ejemplos. El primero, el inventario de los bienes de Antonia Briceño, fechado el 23 de diciembre de 1594 en Panamá, en donde se menciona una cajita de solimán. Y el segundo, el inventario de las pertenencias de Juana del Castillo, redactado el 7 de marzo de 1631 en Los Reyes, que recoge una cajetilla con dos estuches de almizcle muy seco.[62]

 

Y en este marco, en sus márgenes, las pícaras y las prostitutas (cortesanas, mancebas y rameras).[63] En un tiempo donde la penuria económica en la sociedad peninsular del momento era grande no resultaba extraño que muchas mujeres se vieran obligadas a llevar a cabo sacrificios y astucias con el propósito de vivir, al menos con cierto alivio. Sobre los primeros, es imagen el abandono de los hijos y la prostitución (declarada u oculta), conforme vemos con Antona Pérez, madre de Lázaro de Tormes;[64] para las segundas, la buena apariencia o el lujoso disfraz, sin faltar el aparatoso cosmético de las protagonistas de Los peligros de Madrid, de Baptista Remiro de Navarra (s. XVII), por ejemplo.[65]

 

A pesar de lo mencionado, y aun cuando pueda traerse a colación variados nombres en este último apartado, consideramos que es la protagonista de La Lozana Andaluza, de Francisco Delicado (ss. XV-XVI), quien mejor puede representar un conocimiento cosmetológico entre penurias y artificios. Y esto, incluso, desde la misma cubierta de la edición príncipe veneciana de 1528: Allí se la ve quitando cejas a una mujer que sostiene un espejo. “[...] que no hay quien use el oficio mejor ni gane más que la señora Lozana, [...]”, se escribe, también, al comienzo de la obra.[66]

 

En una sociedad pautada por voces masculinas, y en la que se busca asentar con fuerza las ideas humanistas en torno a la educación de la mujer (doncellas, casadas, viudas, religiosas), bien aspira Lozana, no obstante, a conseguir provechos materiales, a lograr los mayores espacios de libertad personal posibles, pero procurando no alterar los pilares del orden establecido. Por eso, cuando encuentra algún resquicio para alcanzar una propia independencia, no duda en aprovecharlo. De esta forma, y en un entorno donde la prostitución disfruta de amplias posibilidades de autonomía personal (sólo hay que recordar las enumeraciones de putas que hay en Roma),[67] nuestra protagonista no duda en desenvolverse por ese marco. Ella bien sabe que el mundo, en verdad, no es más que un cuadro de apariencias donde se encubre toda falta y en el que la bella imagen, la buena opinión de los demás, puede derribar voluntades y hacer alcanzar magnífico porvenir. No duda, entonces, en invertir sus últimos dineros en cosméticos nada más llegar a la capital italiana.[68] Aceptando reglas, pero, al menos, mujer independiente. “[...] se guardaba muncho de hacer cosas que fuesen ofensa a Dios ni a sus mandamientos, [...]”, escribe el autor; “Quiero vivir de mi sudor, [...], dice la protagonista.[69] Toda una declaración que podía darse a las mujeres del Siglo de Oro.[70]

 

 

 

 

 

 



[1] Sagrada Biblia, ed. E. Nácar Fuster y A. Colunga, Madrid, La Editorial Católica, 1985, 37ª ed., p. 368.

[2] Sagrada Biblia, p. 1086.

[3] Ovidio, La Metamorfosis, ed. V. López Soto, Barcelona, Bruguera, 1972, pp. 80-83.

[4] P. Ovidio Nasón, Arte de amar, ed. J. I. Ciruelo, Barcelona, Boch, 1979, pp. 234, 235.

[5] El Amor y el Erotismo en la Literatura Medieval, ed. J. Victorio, Madrid, Editora Nacional, 1983, pp. 100-101.

[6] Lope de Vega, La bella malmaridada o la cortesana, ed. C. Andrés, Madrid, Castalia, 2001, p. 120.

[7] Julián Gállego, Visión y símbolos en la pintura española del Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, 1996, 4ª ed., pp. 68-71; Rosa López Torrijos, La mitología en la pintura española del Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, 1995, 2ª ed., pp. 271-293.

[8] http://www.artehistoria.com

[9] Manuel Fernández Álvarez, Felipe II y su tiempo, Madrid, Espasa-Calpe, 2002, 16ª ed., pp. 207-212; Ricardo García Cárcel, Las Culturas del Siglo de Oro, Madrid, Historia 16, I, pp. 85-86.

[10] Manuel Fernández Álvarez, La sociedad española del Renacimiento, Madrid, Cátedra, 1974, pp. 92-96; M. Fernández Álvarez, Felipe II, pp. 198-200, 243-245.

[11] Luis Vélez de Guevara, El Diablo Cojuelo, ed. F. Rodríguez Marín, Madrid, Espasa-Calpe, 1941, p. 13.

[12] En torno a una bibliografía general sobre las mujeres de los siglos XVI y XVII, Images de la femme en Espagne aux XVIe et XVIIe siècles, ed. A. Redondo, París, Université de Paris III Sorbonne Nouvelle, 1994; Las mujeres en la sociedad española del Siglo de Oro, ed. J. A. Martínez Berbel y R. Castilla Pérez, Granada, Universidad de Granada, 1998; Relations entre hommes et femmes en Espagne aux XVIe et XVIIe siècles, ed. A. Redondo, París, Université de Paris III Sorbonne Nouvelle, 1995; Spanish Women in the Golden Age, ed. M. S. Sánchez y A. Saint-Saëns, Westport, Greenwood Press, 1996; P. W. Bomli, La femme dans l’Espagne du Siècle d’Or, La Haye, Martinus Nijhoff, 1950; J. Deleito Piñuela, La mujer; M. Vigil, La vida.

[13] R. García Cárcel, pp. 79-84.

[14] Luis Vélez de Guevara, El Diablo Cojuelo, ed. Á. R. Fernández e I. Arellano, Madrid, Castalia, 1988, p. 81.

[15] Marcel Bataillon, Pícaros y picaresca, Madrid, Taurus, 1969, p. 216. Como pincelada en el amplio hontanar de tal tipo de escritos, no hace falta más que recordar a don Pablos en casa de los amigos de don Toribio, tan vestidos de remiendos, tan aparentes con engañosas ropas (Francisco de Quevedo, La vida del Buscón llamado Don Pablos, ed. D. Ynduráin, Madrid, Cátedra, 1984, 6ª ed., pp. 199-205).

[16] Para considerar el amplio campo en el que nos movemos, basta acudir, por ejemplo, a Jesús Terrón González, Léxico de cosméticos y afeites en el Siglo de Oro, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1990 [e Ignacio Arellano, “Sobre el léxico de los afeites del Siglo de Oro y las dificultades del contexto (a propósito del Léxico de cosméticos, de J. Terrón, con breves observaciones quevedianas”, en Rilce, 6 (1990), pp. 179-199]. Ya Lupercio Leonardo de Argensola llega a escribir lo siguiente en “A Flora”: “¿Quién podrá numerar las garrafillas / dedicadas al sucio ministerio, / ungüentos, botecillos y pastillas?” [Lupercio Leonardo de Argensola, Rimas, ed. J. M. Blecua, Madrid, Espasa-Calpe, 1972, p. 100 (100-102)].

[17] Sobre Tertuliano y su huella en España, Victoria Eugenia Rodríguez Martín y Virginia Alfaro Bech,De cultu feminarum de Tertuliano como exhortación moral cristiana y su influencia en el humanismo de Luis Vives”, en Analecta Malacitana, 6 (2000) [http://www.anmal.uma.es/anmal/numero6/Martín-Bech.htm].

[18] A modo de apuntes bibliográfícos, Pedro M. Cátedra García, “La mujer en el sermón medieval (a través de textos españoles)”, en La condición de la mujer en la Edad Media, Madrid, Casa de Velázquez – Universidad Complutense de Madrid, 1986, pp. 39-50; Isabel M. Frontón Simón, “Los afeites como artificio de la prostitución: Imágenes eclesiásticas de la mujer medieval”, en Historia 16, 22 (257) (1997), pp. 52-59; Isabel M. Frontón Simón, “Moralistas y cosméticos en la Edad Media”, en Historia 16, 22 (269) (1998), pp. 16-24; Alicia Martínez Crespo, “La belleza y el uso de afeites en la mujer del siglo XV”, en Dicenda, 11 (1993), pp. 197-222; Francisco Javier Pérez Carrasco, “Afeites y cosméticos en la Edad Media, una creación del diablo”, en Historia 16, 20 (233) (1995), pp. 85-93; Mireille Vincent-Cassy, “Péchés de femmes à la fin du Moyen Age”, en La condición, pp. 501-517. Unos archicitados exponentes de la época, dardos furibundos contra los aspectos negativos del aderezo en las mujeres, fueron Alfonso Martínez de Toledo (Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera o Corbacho, ed. M. Gerli, Madrid, Cátedra, 1992, pp. 160-167) y Hernando de Talavera (Teresa de Castro, “El tratado sobre el vestir, calzar y comer del arzobispo Hernando de Talavera”, en Espacio, Tiempo, Forma (Serie III. Historia Medieval), 14 (2001), pp. 11-92. Mírese, también, la versión electrónica en http://www.geocities.com/tdcastros/Historyserver/Fuentes/Talavera/tratadoint.htm. Para los afeites, capítulo XXII).

[19] Guillaume de Lorris / Jean de Meun, Roman de la Rose, ed. J. Victorio, Madrid, Cátedra, 1998, 2ª ed., p. 285.

[20] Bernat Metge, El sueño, ed. M. de Riquer, Barcelona, Planeta, 1985, p. 77.

[21] Jaume Roig, Espejo, ed. J. Vidal, Madrid, Alianza, 1987, pp. 33-34.

[22] Ángela Bravo, Femenino singular. La belleza a través de la historia, Madrid, Alianza, 1996, p. 303.

[23] Libro de Alexandre, ed. J. Cañas Murillo, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 141.

[24] Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, ed. A. Blecua, Madrid, Cátedra, 1992, pp. 115, 117.

[25] B. Metge, pp. 73-74.

[26] Fernando de Rojas, La Celestina, ed. D. S. Severin, Madrid, Cátedra, 1992, 6ª ed., pp. 110-111.

[27] F. de Rojas, pp. 111-112. El asunto será tópico en las sucesivas imitaciones en el siglo XVI, según vemos en Feliciano de Silva, Segunda Celestina, ed. C. Baranda, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 315-316, y Sancho de Muñón, La tercera Celestina, Madrid, Akal, 1977, pp. 49-50.

[28] Luce López-Baralt, Un Kama Sutra español, Madrid, Siruela, 1992, p. 194. También, María-Milagros Rivera Garretas, “Las escritoras de Europa: Cuestiones de análisis textual y de política sexual”, en Árabes, judías y cristianas: Mujeres en la Europa medieval, ed. C. del Moral, Granada, Universidad de Granada, 1993, pp. 195, 200.

[29] José Rivair Macedo,A face das filhas de Eva. Os cuidados com a aparência num manual de beleza do século XIII”, en História, 17-18 (1998-1999), pp. 293-314.

[30] Speculum al foder. Speculum al joder, ed. T. Vicens, Barcelona-Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, 1978, p. 17.

[31] Como primer apunte bibliográfico, M. Montserrat Cabré i Pairet, La cura del cos femení i la Medicina medieval de tradició llatina. Els tractas `De ornatu´, `De decprationibus mulierum´ atribuïts a Arnau de Vilanova, `Tròtula´ de mestre Joan i `Flors del tresor de beutat´ atribuït a Manuel Dieç de Calatayud, Barcelona, Universitat de Barcelona, 1996. También buena muestra de lo señalado es Bernardo de Gordonio con su Lilio de Medicina, en cuya impresión sevillana de 1495, por ejemplo, no sólo hallamos datos médicos (terapéuticos), sino también capítulos dedicados a Medicina para afeitar las mujeres, Medicina para hermosear y Medicina para hacer bermejas las mejillas (Bernardus de Gordonio, Lilium Medicinae. Lilio de Medicina, tr. J. Cull y C. Wasick, en ADMYTE. Archivo Digital de Manuscritos y Textos Españoles, Madrid, Ministerio de Cultura - Micronet, 1992, vol. I, tit. 21).

[32] Flor del tesoro de la belleza, ed. O. Comas, Barcelona, José J. de Olañeta, 1981, pp. 8-11.

[33] Juan Luis Alborg, Historia de la literatura española. Edad Media y Renacimiento, Madrid, Gredos, 1997, 2ª ed., 8ª reimpr., I, p. 518. También Virginia Alfaro Bech, “La mujer en Juvenal. Sátira VI”, en Comportamientos antagónicos de las mujeres en el mundo antiguo, ed. M. D. Verdejo, Málaga Universidad de Málaga, 1995, pp. 89-108; Guadalupe Morcillo Expósito, “Misoginia clásica en Juvenal, Sát. VI”, en Homenaje a Carmen Pérez Romero, Cáceres, Universidad de Extremadura, 2000, pp. 339-349.

[34] La obra puede admirarse en el Museo del Prado, en Madrid.

[35] Lope de Vega, Peribáñez y el Comendador de Ocaña, ed. F. B. Pedraza Jiménez, Madrid, Castalia, 1989, pp. 66-68.

[36] Lope de Vega, Peribáñez y el Comendador de Ocaña, ed. F. B. Pedraza Jiménez, Madrid, Castalia, 1989, pp. 66-68.

[37] Lina Rodríguez Cacho, Pecados sociales y literatura satírica en el siglo XVI: los Coloquios de Torquemada, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 1989.

[38] Antonio Prieto, “La prosa en el siglo XVI”, en Historia de la Literatura Española, coord.. J. M. Díez Borque, Madrid, Taurus, 1980, p. 71.

[39] Fray Luis de León, La perfecta casada, ed. J. San José Lera, Barcelona, Espasa-Calpe, 2002, pp. 146, 194, 195. Para mayores consideraciones, incluyendo las autoridades de las que se sirve el autor, pp. 138-170.

[40] Real Academia Española, Corpus histórico (CORDE), en http://www.rae.es, en afeytes (Párrafo 50. 30/01/2004).

[41] Martín de Ayala, Compendio para bien examinar la consciencia en el juizio de la confessión, ed. S. Galí Garrido, en Lemir (2002) [http://parnaseo.uv.es/Lemir/Textos/MartinAyala/Index.htm].

[42] Fray Antonio Marqués, O. S. A., Afeite y mundo mujeril, ed. F. Rubio, Barcelona, Juan Flors, 1964.

[43] Más manifestaciones, en M. Vigil, pp. 172-194. No nos resistimos a señalar la cruel burla que expone en 1539 Cristóbal de Villalón en El Scholástico; allí un marido, harto de los potingues de su esposa, cambia el agua de rasuras o de limones y el albayalde por tintas [Cristóbal de Villalón, El Scholástico, ed. R. J. A. Kerr, Madrid, CSIC, pp. 224-225. Se toma la referencia de Real Academia Española, Corpus histórico, en afeytes (Párrafo 3. 30/01/2004)].

[44] Julia Sevilla Muñoz y Jesús Cantera Ortiz de Urbina, Vida e interculturalidad del refrán. Pocas palabras bastan, Salamanca, Diputación de Salamanca, 2002, pp. 186-193.

[45] María de Zayas y Sotomayor, Desengaños amorosos, ed. A. Yllera, Madrid, Cátedra, 1983; María de Zayas y Sotomayor, Novelas amorosas y ejemplares, ed. J. Olivares, Madrid, Cátedra, 2000.

[46] Ana Caro Mallén, Valor, agravio y mujer, ed. L. Luna, Madrid, Castalia, 1993.

[47] Juana Inés de la Cruz, Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz, ed. O. Paz, Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional, 1993.

[48] Más datos, Zayas and her Sisters. An Anthology of Novelas by 17th Century Spanish Woman, ed. J. A. Whitenack y G. E. Campbell, Asheville, Pegasus, 2000; Teresa Ferrer Valls, “La ruptura del silencio: mujeres dramaturgas en el siglo XVII”, en Mujeres: escrituras y lenguajes (en la cultura latinoamericana y española), ed. S. Mattalía y M. Aleza, Valencia, Universitat de Valencia, 1995, pp. 91-108.

[49] Margit Frenk, Corpus de la lírica popular hispánica (siglos XV a XVII), Madrid, Castalia, 1987, 2ª ed., p. 68. Más casos similares, pp. 62-69.

[50] Viaje de Turquía, ed. F. García Salinero, Madrid, Cátedra, 1986, cap. XIX, de

http://www.cervantesvirtual.com.

[51] Cristóbal de Castillejo, Diálogo de mujeres, ed. R. Reyes Cano, Madrid, Castalia, 1986, vv. 1745-1759, 2775-2809, de http://www.cervantesvirtual.com.

[52] José Deleito y Piñuela, La mujer, la casa y la moda (en la España del Rey Poeta), Madrid, Espasa-Calpe, 1946, pp. 188-202; José Deleito y Piñuela, ... También se divierte el pueblo, Madrid, Alianza, 1988, pp. 10-59.

[53] Miguel Herrero García, Oficios populares en la sociedad de Lope de Vega, Madrid, Castalia, 1977, p. 45. Francisco Delicado refleja en el siglo XVI prácticas de elaboración a través de La Lozana Andaluza (Francisco Delicado, La Lozana Andaluza, ed. C. Allaigre, Madrid, Cátedra, 2000, 3ª ed., pp. 188-189).

[54] Manual de mugeres en el qual se contienen muchas y diversas reçeutas muy buenas, ed. A. Martínez Crespo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1996.

[55] Francisco Rodríguez Marín señala en nota la existencia de tal manuscrito en L. Vélez de Guevara (1941), p. 35. El título nos lo ofrece Pilar Hernández Aparicio (Biblioteca Nacional de España).

[56] Alonso de Castillo Solórzano, Las harpías en Madrid, ed. P. Jauralde Pou, Madrid, Castalia, 1985, p. 118.

[57] Juan Ruiz de Alarcón, La culpa busca la pena y el agravio la venganza, ed. V. Williamsen, en Comedia, en http://www.coh.arizona.edu/spanish/comedia/alarcon/esculbus.html (13 de abril de 1999) (No obstante la cita, tomo la nota de J. Deleito y Piñuela, La mujer, p. 191). Muchos productos tenían procedencia italiana (A. de Castillo Solórzano, p. 119).

[58] La novela picaresca española, ed. F. Sevilla, Madrid, Castalia, 2001, p. 461.

[59] Real Academia Española, Corpus histórico, en afeyte (Párrafo 47. 30/01/2004).

[60] L. de Vega, pp. 120-124. Figura parecida a Dorotea, con similares mejunjes y artificios, en  Francisco Santos, Obras selectas. I. Día y noche de Madrid y Las tarascas de Madrid y Tribunal espantoso, ed. M. Navarro Pérez, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1976, pp. 116-120.

[61] Madame d’Aulnoy, Relación del viaje de España, ed. P. Blanco y M. Á. Vega, Madrid, Cátedra, 2000, pp. 180-181. Para miradas peninsulares, Juan de Zabaleta, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, ed. C. Cuevas García, Madrid, Castalia, 1983, pp. 113-115.

[62] María del Carmen  Pareja Ortiz, Presencia de la mujer sevillana en Indias: Vida cotidiana, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1994, pp. 187, 278.

[63] Ann Daghistany, “The Picara Nature”, en Women Studies, 4 (1977), pp. 51-60; José Deleito y Piñuela, La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid, Alianza, 1987, pp. 21-76, 134, 149-151; Thomas S. J. Hanrahan, La mujer en la novela picaresca española, Madrid, Porrúa Turanzas, 1977; Julio Rodríguez-Luis, “Pícaras: The Modal Approach to the Picaresque”, en Comparative Literature, 31 (1979), pp. 32-46; Pablo Javier Ronquillo, Retrato de la pícara, Madrid, Playor, 1980.

[64] La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, ed. A. Ruffinatto, Madrid, Castalia, 2001, pp. 113, 117-118. Sobre el desarraigo familiar en los pícaros, ficticios o reales, Antonio A. Gómez Yebra, El niño-pícaro literario de los Siglos de Oro, Barcelona, Anthropos, 1988, pp. 24-31, 61-80.

[65] Baptista Remiro de Navarra, Los peligros de Madrid, ed. M. S. Arredondo, Madrid, Castalia, 1996. La literatura picaresca dará hueco para que las protagonistas muestren sus intereses cosmetológicos, conforme advertimos en Justina (Francisco de Úbeda, Libro de entretenimiento de la pícara Justina) o Elena (Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, La ingeniosa Elena), por ejemplo (La novela picaresca, pp. 405, 611).

[66] F. Delicado, p. 190. Acúdase, asimismo, al mamotreto XLVIII, cuyo título ya es esclarecedor: “Cómo vinieron diez cortesanas a se afeitar, y lo que pasaron y después otras dos, casadas, sus amigas, camiseras.” (F. Delicado, p. 400).

[67] F. Delicado, pp. 270-272, 275-278.

[68] F. Delicado, pp. 239-240.

[69] F. Delicado, pp. 484, 324.

[70] Como última cita, deseo manifestar mi agradecimiento a Consuelo Álvarez Solís (Biblioteca del Instituto Cervantes de Lyon) y a Belén Fernández del Pino (Biblioteca del Instituto Cervantes de París) ante mis reiteradas peticiones de préstamo interbibliotecario para llevar a cabo esta investigación.