Autor:
María del
Carmen Vaquero Serrano
Título
Artículo: Juan
de Luna, continuador del Lazarillo:
¿Miembro de la toledana familia Álvarez Zapata?
Fecha de envío: 20/01/2004
JUAN DE LUNA, CONTINUADOR DEL LAZARILLO:
¿MIEMBRO DE
A José Luis
Madrigal, que ha descubierto
al muy
posible autor del Lazarillo de Tormes,
el toledano
Francisco Cervantes de Salazar
La hipótesis
es un ingrediente necesario, incluso indispensable en la búsqueda y, por
decirlo así, obligatorio.
Franco Cardini
ABREVIATURAS
ACC Archivo del Conde de
Cedillo
AHPT Archivo Histórico
Provincial de Toledo
PRÓLOGO
Hace mucho tiempo algún
investigador propuso -y así fue aceptado en general- que Juan de Luna, el autor
de
LOS JUAN DE LUNA DE
Para proponer que Juan de
Luna sea un Álvarez Zapata me baso en que, a lo largo de mis investigaciones,
dentro de la telaraña familiar de los Zapata toledanos, he hallado varios
individuos con este nombre.
El apellido Luna entra en la
familia Zapata por vía política de una dama. Lo explicaré con detalle. El hijo
mayor de Fernán Álvarez de Toledo Zapata, secretario de los Reyes Católicos y
hermano del maestrescuela don Francisco Álvarez Zapata, se llamó Antonio
Álvarez (I)[6]
y contrajo matrimonio con doña María Ponce de León (I), de la familia de los
condes de Arcos. Pues bien, la abuela paterna de esta señora se llamaba doña
María de Luna, y de ahí arranca -creo- el Luna en la familia Álvarez Zapata,
apellido que sólo se encuentra en la rama de los descendientes de Antonio
Álvarez y María Ponce, y en ninguna más.
En tal rama, aunque es casi
seguro que hubiera otros, yo hasta ahora he encontrado tres varones así
llamados: un hijo y dos nietos (uno bastardo y otro legítimo) de Antonio
Álvarez (I). Haré una somera biografía de ellos.
Juan de Luna (I) (1499-1534), hijo de Antonio Álvarez (I)
Nació, según se deduce de su
inscripción sepulcral, en 1499. Fue clérigo y alcanzó las dignidades de
arcediano de Galisteo en la catedral de Coria y de canónigo en la de Toledo.
Fue también protonotario apostólico.
De su rango de canónigo en
conviene a saber: el licenciado don Bernaldino
Çapata, maestrescuela, y el obispo don Pedro del Campo y [...] Juan de Luna [...] y don Juan Ruiz
[...] y don Alonso de Rojas [dan un poder a] don Bernaldino Çapata, capiscol, y
don Francisco de Silva, nuestros concanónigos[7].
Y firman el documento “el
maestrescuela de Toledo, Pedro [del Campo], episcopus
Uticensis [y] Juan de Luna”. Un
tiempo después[8],
en 1532, nuestro personaje es testigo de una carta y se alude a él como “el
reverendo don Juan de Luna, canónigo
en la dicha Santa Iglesia”[9].
Falleció, conforme reza su inscripción, el 14 de noviembre de
D. Ioanes de Lvna, Archidiaconvs de Galisteo,
Canonicvs Toletanvs, Protonotarivs Appostolicus, filivs Antonii Alvarez de Toleto et
D. Mari[a]e Ponce de Leon, obiit anno
Salvtis millesimo quingentesimo tricesimo qvarto, qvarta decima die Novenbris, [a]etatis su[a]e anno tricessimo qvinto.”
Que, traducido, es:
D. Juan de Luna, Arcediano de Galisteo,
Canónigo de Toledo, Protonotario Apostólico, hijo de Antonio Álvarez de Toledo y
de D.ª María Ponce de León. Murió en el año de Nuestra Salvación de 1534, el 14
de noviembre, a los 35 años de edad.
Un impreso anónimo, de
mediados de 1623, escribe acerca de nuestro clérigo: “Antonio Álvarez de Toledo
[...] tuvo por su hijo a don Juan de Luna, canónigo, a quien el cardenal Tavera
llamaba espejo de
Juan de Luna (II) (1538-), nieto bastardo de Antonio Álvarez (I)
El hijo mayor de Antonio Álvarez
(I) y heredero de su señoríos de Cedillo y Manzaneque fue Fernando Álvarez
Ponce de León y de Toledo, que aparece en muchos documentos como Hernandálvarez
de Toledo como su abuelo el secretario de
Asimismo yo di regreso a don Juan de Luna,
hijo natural del señor don Fernando, al beneficio simple de Belalcázar y
Tenía el muchacho entonces
dieciocho años. Más adelante, por una alusión expresa a Belalcázar (o
Benalcázar) queda claro que este mismo Juan de Luna, treinta y cinco años
después, el 7 de septiembre de 1591, cuando contaba cincuenta y tres de edad,
aparece como clérigo presbítero en Toledo dando un poder para que se venda un
esclavo suyo. Reproduzco en parte el documento por su curiosidad:
Sepan
cuantos esta carta de poder vieren cómo yo, don Juan de Luna, clérigo
presbítero, vecino de esta muy noble ciudad de Toledo, otorgo y conozco que doy
y otorgo mi poder [...] a Alonso Calvo, vecino de esta dicha ciudad de Toledo,
que está ausente, especialmente para que [...] pueda vender y venda a
cualesquier personas con quien se concertare a Alonso, mi esclavo, de color de
membrillo cocido, que yo hube y compré de Hernando Morillo ... y de Antonia
Gutiérrez, su mujer, vecinos de la villa
de Benalcázar; que el dicho Alonso, mi esclavo, es de edad de diecinueve
años [...] y tiene una señal en la barba que parece haber sido herida; el cual
dicho Alonso, esclavo, podáis vender y vendáis con que no es ladrón, ni
borracho, ni fugitivo, ni tiene mal contagioso, ni de gota coral, ni tiene otra
tacha [...].
Don
Juan de Luna. Francisco de Uceda, escribano público[19].
Y a los tres días, ante el
mismo escribano, el esclavo fue vendido al regidor de Toledo Juan de Herrera
por treinta y cuatro mil maravedís[20].
Habiendo muerto Fernando
Álvarez Ponce de León, padre de nuestro personaje, en 1560, esto es, unos
treinta y un años antes del anterior documento, había heredado el señorío de
Cedillo un hermano suyo, Antonio Álvarez de Luna (II). Pues bien, un hijo del
segundo matrimonio de éste, Gabriel Ponce de León, alquila el 27 de julio de
1592, en nombre de su padre y como curador de sus hermanos menores, una casa a
un “don Juan de Luna, clérigo presbítero”. Si se trata, según parece, del mismo
Juan que venimos estudiando, Gabriel sería su primo hermano y Antonio Álvarez
de Luna (II) su tío carnal paterno. Veamos unas líneas del documento:
Sepan
cuantos esta carta de arrendamiento vieren cómo yo, don Gabriel Ponce de León,
vecino y regidor de esta ciudad de Toledo, en nombre de don Antonio Álvarez de
Toledo, mi señor y padre, señor de las villas de Cedillo y Moratalaz, [...]
otorgo y conozco que alquilo y arriendo al señor don Juan de Luna, clérigo
presbítero, vecino de esta ciudad de Toledo, que está presente, conviene a
saber:
Pero Antonio Álvarez de Luna
(II) había engendrado en su primer matrimonio al que sería el sucesor y
heredero de
Pues bien, el 23 de
septiembre de 1602, ante el escribano Francisco Rodríguez, un “don Juan de
Luna, clérigo”, hace una cesión a Eugenio Álvarez Ponce de León (¿serían acaso
tío y sobrino doble?). Comienza así:
Sepan
cuantos esta carta de cesión vieren cómo yo, don Juan de Luna, clérigo, vecino
de esta ciudad de Toledo, digo que por cuanto don Eugenio Álvarez Ponce de León
me dio poder en causa propia para cobrar de sus alimentos seiscientos ducados
[...], de los cuales dichos seiscientos ducados yo tengo cobrados cuatrocientos
[...], don Eugenio me pide haga esta escritura. Y yo, por le hacer placer, es
mi voluntad que el dicho don Eugenio Álvarez Ponce de León haya y cobre los
dichos doscientos ducados que así me restan de los dichos seiscientos ducados.
Por tanto [...] otorgo y conozco que doy [...] cesión al dicho don Eugenio
Álvarez Ponce de León...[22].
Por tanto, en el caso no
imposible de encontrarnos ante el Juan de Luna (II) nacido en 1538, este
sacerdote tendría sesenta y cuatro años en esta última ocasión en que lo tengo
documentado.
Juan de Luna (III) (h. 1575-), nieto legítimo de Antonio Álvarez (I)
El hijo varón tercero de Antonio
Álvarez (I), llamado, como hemos dicho, Antonio Álvarez de Toledo y Luna (II)
(¿1525?-1596), heredó el señorío de Cedillo por muerte sin descendencia
masculina de sus hermanos mayores Fernando Álvarez y Luis Ponce de León. Pues
bien, Antonio Álvarez de Luna (II) casó tres veces[23].
La primera con doña Isabel de Ayala, de quien tuvo tres hijos: el sucesor,
Antonio Álvarez de Toledo y Luna (III), Diego Ponce de León y Ana de Ayala,
monja en San Clemente. La segunda con doña María de Alarcón y Toledo, hija de
su prima hermana doña Bernardina de Toledo (I), hija natural del maestrescuela
Juan Álvarez de Toledo (hermano de Antonio Álvarez (I) y del maestrescuela don
Bernardino de Alcaraz) y esposa de Rodrigo de Alarcón, hijo de Martín de
Alarcón y nieto de Rodrigo Cota. Y la tercera con doña Juana de Ayala, de quien
no tuvo descendencia.
La boda de Antonio Álvarez
(II) y María de Alarcón debió de celebrarse entre 1560 y 1571, y del matrimonio
nacieron los ocho hijos siguientes: Gabriel Ponce de León, ya citado; fray Juan de Luna (III), de
Todos hubieron de nacer antes
del 15 de noviembre de 1581, dado que ese día doña María de Alarcón aparece en
un documento como ya difunta[25].
De algunos de ellos, como Gabriel y Bernardina (II), he recopilado varias
noticias; de otros como Manuel y Jerónimo, muy pocas. Pero del que aquí me
interesa, Juan de Luna, el hijo varón segundo, nacido muy probablemente en
1575, año apuntado por los investigadores como el del posible nacimiento del
continuador del Lazarillo, solo he
hallado su referencia en la genealogía citada, con el interesantísimo dato de
que fue fraile agustino. Y de este bisnieto del maestrescuela Juan Álvarez de
Toledo, y sobrino nieto por parte de padre y sobrino bisnieto por parte de
madre del maestrescuela Bernardino de Alcaraz, y descendiente por el lado
paterno de los Álvarez Zapata y por el materno de los Cota y los Álvarez
Zapata, no he vuelto a encontrar más información. Lo único, por tanto, que sé
de Juan de Luna (III) es que pertenecía a dos de las más señaladas familias
judeoconversas toledanas y que, como hemos visto, ingresó en una orden
religiosa, dato éste del cual infiero que hubo de poseer una buena cultura
humanística. Su nombre, su posible año de nacimiento, el lugar donde vio la
primera luz y su acervo cultural me inducen a pensar que puede tratarse del
autor de la parisiense Segunda parte de
la vida de Lazarillo de Tormes.
EL JUAN DE LUNA CONTINUADOR DEL LAZARILLO
Natural de Toledo, donde pudo
nacer hacia 1575 según Piñero dice que conjetura Pelorson[26],
abandonó España en 1612 y, conforme datos del investigador francés, vivía ya en
París en 1615. En esa ciudad y en tal año se imprimió la primera edición de su Arte breve y compendioso para aprender a
leer, pronunciar, escribir y hablar la lengua española. Un bienio después,
hacia 1617, se casó con Marguerite Rouchou, y el día 1 de enero de 1618 nació
Anne, su primera hija. En 1620 publica en la capital francesa su Segunda parte de la vida de Lazarillo de Tormes, y en 1621 se traslada a
Inglaterra. Establecido en el barrio londinense de Cheapside, siguió ganándose
la vida, como lo había hecho en Francia, enseñando español. Al poco tiempo
revisa la versión inglesa de su Segunda
parte que se editó en Londres en 1622 con algunos cambios. También en la
ciudad del Támesis, en 1623, apareció la tercera edición de su Arte breve, ahora en español e inglés,
seguido de un Coloquio familiar. El
libro lleva una dedicatoria a un noble y en ella el escritor aduce “la
necesidad que de un tal amparo tiene un forastero que ha dejado su patria,
parientes y haciendas por una justa y legítima causa”.
En ese mismo año de 1623 Luna
consta como clérigo protestante encargado de la predicación en
LAS CONTINUACIONES DEL LAZARILLO.
MOTIVOS DE
El Lazarillo de Tormes original, del que actualmente conocemos cuatro
ediciones de 1554, tuvo una continuación impresa en Amberes en 1555, hasta hoy
día de autor anónimo. En ella, tras un primer capítulo en que Lázaro disfruta
en Toledo de la compañía de unos tudescos “hasta que se mudó la gran corte”[27],
el protagonista, que continúa casado con la barragana del arcipreste, de la que
ya ha tenido una hija, decide abandonar la ciudad para servir a un caballero de
Nada más caer en lo hondo del
mar, Lázaro es atacado por un grueso ejército de peces, él se defiende con su
espada, pero, al cabo de un tiempo, ya extenuado, logra refugiarse en una cueva
de entrada muy angosta, donde pide a Dios, a
En los capítulos siguientes
al buen Licio, por culpa de un traidor, lo meten en la cárcel y lo condenan a
muerte. Entonces Lázaro y sus amigos atunes se organizan para liberarlo y
triunfan en la empresa. A continuación preparan y envían una primera embajada
de atunas, encabezada por la esposa de Licio, para explicar al rey que el
alboroto acaecido no había constituido una sublevación contra Su Alteza. En una
segunda visita de la dueña al monarca, este se encapricha de Luna, la hermosa
atuna hermana de la señora, y la joven debe quedarse en la corte. Luego Lázaro
asentó como privado del rey y éste determinó casar al antiguo pregonero con la
linda Luna, y el matrimonio se llevó a efecto. Y un buen día, habiendo
acompañado a las atunas a desovar en las costas de Cádiz, Lázaro sale a flote
en la red de unos pescadores, que lo llevan a Sevilla y allí en un cadalso
públicamente lo sacaron del pellejo del atún.
Vuelve a Toledo y, al
pretender ver a su familia, que estaba en la casa del arcipreste, un alguacil
se lo lleva a la cárcel por molestar de noche. Una vez en prisión y tras muchos
problemas y ruegos, acuden su mujer y el clérigo, lo reconocen, y queda libre.
En el capítulo final marcha a Salamanca donde ante toda la universidad sostiene
una disputa con el rector. Y, por último, regresa a Toledo, donde “quisiera quedar
en tan noble ciudad con fama de fundador de universidad muy celebrado”.
Muchos años después de la
publicación de la antuerpiense -exactamente sesenta y cinco-, en 1620, en París
se edita otra continuación del Lazarillo,
que, en lugar de llamarse, Tercera parte,
como era lo esperable, se imprime de nuevo con el título de Segunda parte. Pero, al iniciar la
lectura, comprendemos las razones de la repetición, y es que este tercer relato
comienza en el mismo punto en que lo hace la antuerpiense, es decir, cuando
Lázaro parte de Toledo, dejando en la ciudad a su mujer y a su recién nacida
hija al cuidado del arcipreste, y marcha al servicio del capitán de
En Madrid, una noche,
habiéndolo colocado con su tonel en la habitación de una posada, Lázaro intentó
liberarse, pero, con el traqueteo, la cuba se volcó, y toda el agua se derramó
sobre un aposento donde yacía la hija de la casa con un clérigo. Los amantes,
espantados del diluvio, se echaron por una ventana desnudos como Adán y Eva. Al
poco tiempo los captores llegaron con Lázaro a Toledo, donde su mujer con su
hija de la mano fue a verlo, pero no lo reconoció; en cambio, él sí pudo
apreciar que su esposa estaba embarazadísima, y del arcipreste, según
cotillearon unas vecinas. Del disgusto se desmayó en el tonel y los pescadores,
creyéndolo muerto, decidieron llevarlo a tirar al Tajo. Cuando lo conducían
echado sobre un mulo al río, él, recuperado, gritó justicia a la ronda que
pasaba y logró librarse de sus verdugos. Acudieron a la cárcel a reconocerlo su
mujer y el arcipreste y salió libre, mas, como su esposa no quería nada con él,
Lázaro les puso una querella a ella y al arcipreste y, tras perder el pleito,
se marchó de Toledo.
A partir de entonces se
desarrollan unos capítulos en Madrid, donde intentó vivir de ganapán y padeció
lo suyo a causa de una alcahueta, que, sin decirle su contenido, lo contrató
para llevar un arca a casa de una damita. Resultó que en el baúl iba escondido
un galán, y cuando, por un accidente, los padres y los hermanos de la joven
descubrieron al mancebo, éste se escapó. En aquel instante todos los varones de
la familia arremetieron contra Lázaro, hasta que el padre se detuvo y explicó
al ganapán que, si les decía quién era el robador de su honra, no le harían más
daño. Lázaro estuvo de acuerdo y, marchando todos por las calles de Madrid en busca
del ofensor, dio la casualidad de que nuestro protagonista vio a su amo el
escudero y, en venganza del robo que otrora le hizo, se lo señaló a sus
acompañantes como el galán de marras. Los caballeros salieron tras él, lo
pillaron, y Lázaro pudo escapar.
Emprendió entonces el
pregonero viaje hacia su pueblo de Tejares, pero, después de pasar por El
Escorial, habiendo tomado equivocadamente no el camino hacia Salamanca, sino el
de Valladolid, dio con una compañía de gitanos, que resultaron ser en su mayoría
clérigos, frailes, monjas o ladrones que habían escapado de las cárceles o de
sus conventos. Y entre ellos se encontraban la hija del posadero y el clérigo
que habían saltado por la ventana desnudos. Después de largas conversaciones
con ellos, se encaminó Lázaro hacia Valladolid y a una legua de esta villa, en
una venta, se encontró comiendo a la alcahueta de Madrid con la doncellica y su
galán, quienes, por ir Lázaro disfrazado y con un parche en un ojo, no lo
reconocieron. Inesperadamente entraron en la venta los hermanos de la joven y
descubrieron a la muchacha y a la vieja y pretendieron matarlas. Ellas gritaron
que eran ladrones, acudió el ventero, los detuvo y, acusándolos de haber dicho
algunas palabras contra los oficiales de
Una vez llegado a Valladolid,
ciudad en la que sirvió como escudero a siete mujeres juntas, Lázaro acabó
yéndose a vivir con un ermitaño, que falleció a los pocos días y a quien heredó,
y, finalmente, de regreso en la villa del Pisuerga, dio por su mala fortuna con
la viuda del difunto, que lo ilusionó arteramente para que se casara con ella.
Todo resultó una trampa de la que salió muy mal parado, y él se refugió en una
iglesia, pensando que su vida ya no podría ser muy larga y para que los
clérigos no le tuvieran que buscar en otra parte después de muerto.
Pero, ¿cuál fue la causa que
movió al toledano Juan de Luna a hacer una nueva redacción de
A los lectores
La
ocasión, amigo lector, de haber hecho imprimir
Este
libro, digo, ha sido el primer motivo que me ha movido a sacar a luz esta Segunda Parte al
pie de la letra, sin quitar, ni añadir, como la vi escrita en unos cartapacios,
en el archivo de la jacarandina de Toledo[28],
que se conformaba con lo que había oído contar cien veces a mi abuela y tías al
fuego las noches de ivierno [...] Y asimismo le advierto [al lector] me tenga
por coronista, y no por autor desta obra [...].
Finalmente, cuando Luna
concluye su novela, vuelve a insistir en que él no se ha inventado nada, no ha
hecho como el necio de la antuerpiense, sino que se ha limitado a referir la
historia tal como se relataba en su ciudad y a él se la contaban en su casa.
Dice en el último párrafo de la novela:
Esta
es, amigo lector, en suma, la segunda parte de la vida de Lazarillo, sin añadir
ni quitar de lo que della oí contar a mi bisabuela. Si te diere gusto, aguarda
la tercera, que te lo dará no menor.
COINCIDENCIA ENTRE LAS SEGUNDAS PARTES.
UNA DIGRESIÓN SOBRE
Si bien en los resúmenes de
ambas novelas ya he apuntado algunas de las similitudes existentes entre una y
otra, quiero volver sobre cierto aspecto en el que coinciden y hacer hincapié
en ese punto común, que me parece de verdadero interés.
Uno de los rasgos primeros
que comparten -y piénsese que el autor de la antuerpiense pudo ser contemporáneo
del creador del Lazarillo original, y
Luna conocía muy bien las historias de Toledo- es en situar el comienzo de esta
segunda parte de la vida de Lázaro en el momento en que el protagonista, que
acaba de tener su primera hija, está a punto de embarcarse para la jornada de
Argel. Pues bien, sabiéndose que esta fracasada empresa del reinado de Carlos V
acaeció en 1541, y que la primera parte del Lazarillo,
es decir, la original, concluye cuando Lázaro estaba recién casado y “el mismo
año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y
tuvo en ella Cortes”, forzosamente hemos de concluir, según dos escritores
enterados -uno por ser de la época y otro por su vinculación a la ciudad-, que
tales Cortes tuvieron que ser, como ya advirtieron en su día los investigadores[29],
las de 1538, y no las de 1525. Y asimismo habría que pensar que la batalla de
los Gelves, en la que murió, según la obra original, el padre de Lazarillo
cuando él tenía ocho años, no fue la de 1510 -pues el pícaro, si hubiera nacido
en 1502, tendría treinta y seis al casarse en 1538-, sino la más cercana
empresa de los Gelves de 1520, año del que inferimos que el joven habría nacido
en 1512 y se habría casado a los veintiséis. Esto si nos atenemos al hecho
histórico de donde hacen arrancar sus relatos ambos novelistas, algo en lo que
coinciden uno y otro plenamente. O ¿vamos a pensar que los dos malinterpretaron
o no supieron ver el punto histórico en el que terminaba el primer Lazarillo? Traigo esto a colación de haberse
puesto en candelero últimamente y de nuevo la atribución de autoría del Lazarillo a Alfonso de Valdés, escritor
fallecido en 1532, y que, si realmente hubiera sido el creador del pícaro,
tendría que referirse a las cortes de 1525, porque él no conoció las de 1538, y
lógicamente, en ese caso, la de los Gelves sería la de 1510.
Permítaseme ahora una
digresión y un apunte en relación con esa defensa de la autoría de Alfonso de
Valdés afirmada recientemente por Rosa Navarro Durán[30],
aunque tal atribución no es original, pues ya la apuntó en su día Alfred Morel
Fatio[31],
que situaba al autor entre los erasmistas y en particular aludía a los hermanos
Valdés, y la ha defendido Joseph V. Ricapito, que cree la obra atribuible a
Alfonso de Valdés[32].
El excurso tiene que ver con
el verbo entrar, que -si no he
entendido erróneamente- quiere decir, según Navarro Durán, `entrar por primera
vez´ en un sitio. Escribe la profesora:
En el texto, además, lo que se subraya no son
las Cortes, sino la entrada del
Emperador en Toledo por primera vez:
“en esta insigne ciudad de Toledo entró”[33].
Pues, aunque parezca de
Perogrullo lo que voy a decir, el verbo entrar
significa -sin más añadidos temporales- acceder a un sitio, y no solo acceder
por primera vez, sino también por segundas, terceras y enésimas veces, como
bien sabe cualquier hablante de español. Pero, para abundar en la cuestión,
pondré algún ejemplo histórico donde el contexto sea similar al de su uso en el
Lazarillo. Veamos. Nadie dudará de
que los Reyes Católicos visitaron Toledo en múltiples ocasiones antes de 1502,
pues bien, la soberana en diciembre de ese año recompensó a un toledano con
cierta cantidad
por el daño que reçibió en una casa quel tiene
çerca de Lazarobuey, en que posamos el Rey mi señor e yo al contra e a las
bísperas el día que agora entramos en la
çibdad de Toledo[34].
Y otra muestra. En la tercera
parte de su historia, después de la toma de Alhama (1482), el cronista Pulgar
cuenta “cómo el Rey entró a talar la
vega de Granada”, y explica:
Como el Rey ovo bastecido a Alhama, andobo por
aquella tierra de moros faciendo talas [...] e luego volvió con toda su hueste
para la cibdad de Córdoba. En estas
entradas que el rey fizo en tierra de moros se mostró el gran poder del Rey
[...][35].
Esto en el capítulo X, y en
el XLI, referido a 1485, tres años después, el historiador narra “Cómo el Rey e
Me detendré ahora en el
apunte. Navarro Durán da por hecho que el padre del pícaro, citado en el Lazarillo original, falleció en la
derrota de los Gelves de 1510. He aquí sus palabras:
Como dice su madre al ciego, “había muerto en
la de los Gelves”, es decir, en la malhadada expedición de García de Toledo,
duque de Alba[37]
(de Tormes), en 1510[38].
Ante todo es justo decir que
fue Marcel Bataillon el primero en apuntar que esa de los Gelves podía no ser
la de 1510, en la que falleció don García, el hijo del duque de Alba, sino la
de 1520[39],
dirigida por don Hugo de Moncada y que resultó un éxito, aunque es de suponer
que con las consiguientes bajas. Entre los muchos ejemplos de referencias en
documentos históricos a esta última jornada de los Gelves, aduciré aquí varios
y, en primer lugar, uno muy interesante por proceder de un toledano hacia 1530.
Se trata de Diego Hernández Ortiz, un jurado de Toledo -por cierto, amigo y
compañero de alboroto del poeta Garcilaso de
Madrid se leuantó y comenzó a tomar las varas a
Fray Prudencio de Sandoval,
que probablemente en su Historia de la
vida y hechos del emperador Carlos V tomó como base para sus capítulos de
las Comunidades el relato de Hernández Ortiz, al llegar en su narración a 1521,
escribe:
Jueves [...], a 21 de hebrero de este año [1521],
salió Juan de Padilla de Zaratán, llevando consigo mucha gente de Valladolid de
a pie y caballos, con los demas de la gente que vino de los Gelves...[43].
Y Pedro Mexía, “cronista del
invictísimo emperador Carlos V”, en su Relación
de las Comunidades de Castilla[44],
cita a don Hugo de Moncada y alude a:
la otra armada y gentes de guerra que
últimamente había llevado don Hugo, con que conquistó la isla de los Gelves...[45].
Y el mismo historiador,
cuando comenta que el cardenal Adriano de Utrecht, como gobernador del reino
designado por Carlos V, desde Valladolid había mandado al licenciado Ronquillo
para someter a la ciudad de Segovia, explica:
enviaron con él mil hombres de a caballo, los
más de los cuales eran de las guardias que poco había que eran venidos de la jornada de mar que don Hugo
de Moncada había hecho de los Gelves[46].
Con esto lo que quiero probar
es que, en torno a 1530, y aun después, la expedición a los Gelves que más
sonaba, la que estaba más viva en la mente de los españoles era la más próxima
en el tiempo, la última, la de don Hugo de Moncada[47].
La de 1510 quedaba muy lejos y había sido opacada por la más recientemente
ocurrida. Y ya tan pronto como hacia 1525, según nos muestra el testimonio de
Hernández Ortiz, en Toledo, cuando se hablaba de la de los Gelves, no se aludía
a la de 1510, sino a la que encabezó Moncada.
SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS ENTRE LAS SEGUNDAS PARTES
La continuación del Lazarillo
de 1555 y la de Luna, además del citado embarque del protagonista para Argel y
del inmediato naufragio, tienen otros detalles ya iguales; ya en parte
similares, en parte diferentes; ya completamente distintos, que me interesa
analizar.
Empezaré por el hecho
absolutamente calcado de una a otra de que la mujer de Lázaro haya parido una
niña, y de que a ella, que sigue enredada con el arcipreste, se le dé en las
dos novelas el nombre de Elvira. Pero lo llamativo es que en el relato de Luna,
la segunda vez que se la nombra, sufre un lapsus el toledano y la llama de otra
manera. Veamos los dos momentos. Dice cuando la cita en la primera ocasión:
Entre otros vino mi Elvira
con mi hija de la mano...[48].
En cambio, en el siguiente capítulo, explica:
Hicieron venir al acipreste y a mi
buena Brígeda para probar si era verdad que yo fuere el Lázaro de Tormes
que decía. Entró mi mujer la primera...[49].
¿A qué se debió el error? ¿Al
apresuramiento? ¿A una errata? ¿O había algo más en el fondo que llevó a Luna a
dar un nombre distinto del que había puesto a la barragana el de la
antuerpiense? ¿Sería el nombre verdadero de la manceba, que él supiera por
tradición oral de sus abuelas y tías? Desde luego, Elvira y Brígida pueden
parecerse, aunque no mucho. Y lo que sí estoy en condiciones de afirmar es que
el segundo de esos nombres en el siglo XVI era muy poco común, menos incluso
que el primero. Baste decir que en el censo de Toledo de 1561, que he revisado,
solo se cuentan treinta y seis Elviras, y Brígidas nada más que cinco[50].
De hecho, en mis investigaciones toledanas, yo apenas lo he registrado. Y digo
apenas porque solo lo he anotado dos veces y ambas como nombre de sirvientas.
La primera lo era de doña Aldonza de Alcaraz, la madre de Antonio Álvarez (I),
señora que en 1508 ordenó unas mandas para que se cumplieran al fin de sus días
y, entre ellas, incluyó la siguiente para una mujer de su servicio:
-A Brígida está satisfecha, que le di cinco
mil maravedís y una cama de ropas [...][51].
Y la segunda, mucho más
curiosa, ya la apunté hace cuatro años como una de las posibles amantes de don
Bernardino de Alcaraz, ilustre clérigo del Toledo del siglo XVI que puede que
fuera conocido en la ciudad como el “arcipreste de San Salvador”. Escribía yo
entonces:
Repasaré
las mujeres -excluyendo a las de su familia y a las de noble linaje- que
aparecen como beneficiarias de diversas cantidades en el testamento y codicilo
del maestrescuela Alcaraz, pues, en el caso -¿hipotético?- de que D. Bernardino
hubiese sido para el autor el modelo del arcipreste, podríamos aventurar que la
mujer de Lázaro de Tormes fuese alguna de las recompensadas.
Y, entre las cinco que
seleccioné, una se llamaba Brígida, para la cual el maestrescuela ordenaba:
A Brígida[52]
Fernández mando en limosna cinco mil maravedís [...][53].
Admito que tal vez sea una
pura casualidad, pero no deja de resultar interesante.
Sigamos con los nombres de
los personajes en una y otra novela. Ha llamado la atención que el autor de la
antuerpiense, casi al final de su relato, ponga nombre al arcipreste de San
Salvador. Copiaré la frase inserta en el capítulo XVII. Dice el protagonista:
-¡Oh, mi señor Rodrigo de Yepes, arcipreste de San Salvador, mirad cuál está el
vuestro buen criado Lázaro de Tormes...[54]
Contrariamente, Juan de Luna
en ningún momento de su novela da un nombre al clérigo, al que solo designa por
su cargo eclesiástico, aunque sí adoptó y coincidió en llamar a la criada
Elvira, salvo cuando se equivocó. Y esta vez, ¿por qué Luna no adopta el
nombre? ¿Tal vez porque en la realidad el arcipreste no se llamaba así, y él,
como el autor del Lazarillo original,
estaba dispuesto a mantener en secreto lo que solo era sabido en la ciudad del Tajo
y únicamente en determinados círculos familiares o de amigos? ¿O sencillamente
se le había olvidado ya cómo se llamaba el individuo, pero sabía que no era
Rodrigo de Yepes? Desde luego, el nombre de la antuerpiense es muy toledano;
según ya dijo Bataillon, “cae bien a un propietario de viñas”[55];
y, como curiosidad, aunque debió de haber más en la provincia, diré que en el
censo de la ciudad de Toledo de 1561, ya citado, aparece un individuo con ese
nombre[56]
y yo he documentado a un mercader con igual denominación[57].
Mas, respecto del arcipreste
innominado de Juan de Luna, me vuelven a sorprender los lapsus, en esta ocasión
referidos a la dignidad que el clérigo ostentaba. Comienza llamándolo
“acipreste”[58]
(cap. I), pero, la segunda vez que lo cita (cap. VI), le da el rango de
“arcediano”. Después usa cuatro veces “acipreste” (cap. VII), para muy pronto
volverlo a llamar “arcediano” (cap. VIII) e inmediatamente retoma el “aciprés”,
ahora apocopado. Y a partir del siguiente capítulo no vuelve a sacar al personaje
en lo mucho que queda de novela. En ningún caso utiliza el complemento “de San
Salvador”.
Es cierto que Juan de Luna
sufre algún despiste y que acaso por falta de información cae en el
anacronismo, como, cuando entre los años 1541 y 1550 que es aproximadamente el
tiempo que cubre el relato, habla de que se está construyendo El Escorial. Pero
la confusión de cargos eclesiásticos en un escritor nacido en Toledo, ciudad y
arzobispado abundantísimos en clérigos, y cada cual con su categoría bien especificada,
parece impensable en alguien mínimamente informado. ¿Qué le ha ocurrido
entonces? ¿Por qué confunde arcipreste
con arcediano? Intentaré dar una
respuesta en el siguiente apartado.
“UNA DIGNIDAD DE
Juan de Luna, en el capítulo
octavo de su continuación, después de haber venido mezclando indistintamente,
como hemos visto, la categoría de arcipreste con la de arcediano, cita por
última vez al personaje y no lo hace empleando ninguno de esos dos títulos,
sino refiriéndose a él como “una dignidad de la santa iglesia de Toledo”. Y eso
es lo que parece que Luna tenía claro en su mente, que el clérigo en cuestión
era alguien vinculado, no a algún lugar del arzobispado de Toledo, sino a la
catedral primada. Porque explicaré que la expresión “de
estando dentro de la santa iglesia de Toledo, antel venerable e sabio varón
don Francisco Áluares de Toledo, vicario [se presentó una carta de los reyes][59].
Y el canónigo Bernardino de
Alcaraz otorga el 27 de marzo de 1527 una carta de poder:
que fue hecha y otorgada en la dicha ciudad de
Toledo estando dentro en la santa
iglesia de Toledo...[60].
Una vez sabido que el autor
se refiere a una dignidad de la catedral toledana, veamos por qué entiendo yo que
confunde las categorías de arcipreste y arcediano, aunque no quiero eludir el
hecho de que pueda tratarse de un simple y comprensible error, dado que son
palabras muy parecidas y que no es el único caso constatado de uso incorrecto
de una por otra[61].
Pero yo creo que la equivocación se explica porque, como bien escribe Piñero,
cuando Juan de Luna se pone a escribir su relato “ha llovido mucho”, hacía
muchos años tanto de la historia real, si es que la hubo, como del primer Lazarillo. Además a él la versión le
había llegado cuando era niño -época en que es imposible que distinguiera las
dignidades- y a través de ancianas que no se detendrían en aclarárselo. A él se
le quedó en la cabeza la palabra arcipreste,
pero no la distinguía de arcediano
que también le sonaba.
Aparte de esto, yo hallo una
explicación más para la confusión. Y es que, si el personaje literario del
“arcipreste de San Salvador” tuvo como modelo en la realidad a don Bernardino
de Alcaraz (1484-1556), canónigo y maestrescuela de la catedral de Toledo[62],
conocido acaso burlonamente en la ciudad con aquella denominación (que sería la
que trasladase el autor del Lazarillo
original a su novela), resulta -para mayor confusión de niños- que Alcaraz
tenía un hermano mayor, de nombre Juan Álvarez de Toledo (1478-1546), canónigo
y maestrescuela toledano como él, cuyo título más conocido era el de
“arcediano”, en este caso de Écija, aunque residía en Toledo.
Recordemos que ambos
-Alcaraz, “arcipreste”, y Juan Álvarez, arcediano- pertenecían a la familia
Álvarez Zapata y eran hermanos de Antonio Álvarez (I) y cuñados de María Ponce
(I), la nieta de la de Luna. Y uno y otro -tanto Juan como Bernardino- habían
sido archifamosos en la ciudad, con muchísimo dinero y los dos concubinarios.
El arcediano, según quedó dicho[63],
fue padre de doña Bernardina de Toledo. Y, si no me equivoco, Alcaraz, el
posible “arcipreste”, había engendrado un varón a quien puso su mismo nombre[64].
Por cierto, que del 30 de agosto de 1527 he descubierto un documento
curiosísimo, donde se ve claramente cómo a Juan Álvarez se le llamaba el arcediano y donde además consta que
era cura de la iglesia toledana de San Salvador. Dice el texto así:
Sepan cuantos esta carta de poder vieren cómo yo, el arcediano don Juan Álvarez, canónigo en
Joan[e]s Alu[are]z
Canonicus Toletanus[65]
Para mayor abundamiento y
vinculación familiar traeré a colación de nuevo cómo el tercer Juan de Luna, el
nacido hacia 1575, era, por parte de madre, bisnieto del maestrescuela,
canónigo y arcediano Juan Álvarez, y sobrino bisnieto por el lado materno y
sobrino nieto por el lado paterno del maestrescuela y canónigo Alcaraz.
De este modo, ¿cómo no se le iban a confundir las dignidades a un Juan de Luna niño que oía los viejas historias de sus antepasados contadas por su abuelas y tías? Lo raro hubiera sido que con el tiempo que había pasado él recordara todo a la perfección y distinguiera con claridad y exactitud a los numerosos clérigos y dignidades que había habido en su familia.
OTRAS
REFLEXIONES
Haré a continuación cuatro
comentarios finales relativos al supuesto caso de que Juan de Luna (III) fuese
el autor de
Segundo, dado que estos
relatos familiares tan antiguos normalmente se transmiten por la misma rama
donde se han producido, tales señoras tuvieron que ser de los Álvarez Zapata, y
más aún si tanto el padre como la madre -según sabemos- y las dos abuelas
-conforme diré- de Juan de Luna (III) pertenecían a dicha familia. Por otro lado,
las referidas bisabuela, abuela y tías Álvarez forzosamente habrían de ser
señoras de cierta edad y que estuviesen vivas en torno a 1580 ó 1585 cuando el
muchacho contase entre cinco y diez años. Pues bien, las mujeres de la familia
Álvarez Zapata que, entre otras, podrían cumplir estas condiciones serían:
a) Bisabuela: la madre de
doña Bernardina de Toledo (I), esto es, la concubina del arcediano Juan
Álvarez. Desconozco su nombre, pero si nos atenemos al Lazarillo original y pensamos que fue ella la barragana del
“arcipreste”, suponiendo que para 1538, cuando comenzó su relación con el
clérigo, pudiera tener veinte años, habría nacido en 1518 y a la altura de 1585
contaría sesenta y siete. Sin embargo, yo creo que esta señora debió de nacer
antes, como hacia 1508. Conforme a
b) Abuela: doña Bernardina
de Toledo, la citada hija espuria del arcediano Juan Álvarez y sobrina carnal
de Bernardino de Alcaraz. Nacida aproximadamente en 1525, casó hacia 1540 con
Rodrigo de Alarcón, nieto de Rodrigo Cota el Viejo e hijo de Martín de Alarcón
e Isabel Zapata[66]
(prima hermana del maestrescuela Juan Álvarez, como hija de su tío Luis). Tuvo
doña Bernardina seis o siete hijos, entre ellos a la fallecida María de
Alarcón, madre de Juan de Luna (III), y vivía en septiembre de 1579.
c) Tías carnales: las
hermanas de la difunta María de Alarcón, llamadas María de Toledo y Ana
Carrillo. Descarto para los relatos familiares a Isabel de Peralta, también
hermana de María, y a Jerónima de Alarcón, asimismo posible hermana, porque
ambas, desde 1549 y 1562 respectivamente, eran monjas en la toledana Concepción
Francisca.
Tercero, la historia de Juan
de Luna (III) como fraile agustino, luego posiblemente salido de
Y cuarto, si en algún momento
se confirmara que Juan de Luna (III) es el mismo que el escritor refugiado en
París y Londres, por el hecho de pertenecer a los Álvarez Zapata y haber
afirmado en su obra que la vida del pregonero era un relato tradicional de su
familia transmitido oralmente por sus tías y abuelas, ello confirmaría mi
hipótesis de que el “arcipreste de San Salvador” del Lazarillo de Tormes tuvo algo que ver con algún tonsurado de los
Álvarez Zapata.
CONCLUSIÓN
Creo haber demostrado
sobradamente que Juan de Luna, el autor de
Pero, debido a los muchos
años transcurridos, a Luna, cuando se pone a escribir, se le confunden en su
imaginación los cargos eclesiásticos de sus parientes, y, sin embargo, tal vez
recuerda con claridad el nombre de la manceba por haberlo oído muchas veces de
boca de sus abuelas y tías o porque acaso la joven sobrevivió mucho a su amante
y se convirtió en su ancianidad en la “buena Brígida”.
Lo que también parece
evidente, ya que en ello coinciden las dos Segundas
partes, es que la barragana -¿del arcipreste? ¿del arcediano?- tuvo como
primer fruto de su relación con el clérigo una niña. Y yo me pregunto, ¿es
posible que fuera doña Bernardina (I) aquella criatura? ¿o engendró el
maestrescuela Alcaraz también una hija de la que no he hallado ningún rastro?
Sería curioso que aquella niña nacida de un amor fuera quien, pasados los años,
contase a su nieto la irregular vida amorosa del “arcipreste”.
Por último, en el supuesto
caso de que el novelista Juan de Luna fuese descendiente de doña Bernardina de
Toledo (I) y de su marido Rodrigo de Alarcón, sería manifiesto que el escritor
procedía de dos conocidísimas familias judías toledanas, los Álvarez Zapata y
los Cota. Y acaso por ello, por venir de antepasados judeoconversos, también el
escritor pudo tener problemas con
ANEXO I
[2] Elmer Richard Sims, Introducción de su ed. de
[3] “Un document inédit sur Juan de Luna (14 juin
1616)”, en Bulletin Hispanique, LXXI
(1969), núms. 3 y 4, pp.
577-578. Doy las gracias a mi amiga
[4] Piñero, op. cit., p. 70. He revisado los dos artículos de Jean-Marc Pelorson que cita Piñero -el de la nota precedente y el que hizo junto a Hélène Simón, “Une mise au point sur l´ “Arte Breve...” de Juan de Luna”, Bulletin Hispanique, núms. 1 y 2 (1969), pp. 218-230- y en ninguno de ellos consta la conjetura del año de nacimiento del escritor. Agradezco a mi hermana Mercedes y a Aurelio Vargas el haberme proporcionado sendas copias del último de estos artículos.
[5] Vid. mi trabajo Una posible clave para el Lazarillo de Tormes: Bernardino de Alcaraz, ¿el arcipreste de San Salvador? Ciudad Real, Oretania Ediciones, Serie minor, 2000; y http://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista/Revista5/Revista5.htm
[6] A los diferentes personajes homónimos les asignaré desde ahora para diferenciarlos un número romano. Para facilitar la comprensión de la enrevesada genealogía de esta familia recomiendo a los lectores que tengan muy presente a partir de aquí el árbol familiar del anexo I.
[8] En 1530 encuentro a un Juan de Luna, vecino de Toledo y morador en Torrijos, que no creo sea éste (AHPT, prot. 1.337, de Pedro Núñez de Navarra, ff. 26r. y 38r.).
[11] Se conserva una escritura de un pago de treinta mil maravedís hecho el 2-I-1553, por Fernando Álvarez a Catalina de Arellano cuando ésta, años después, casó con Alonso Pérez, donde ella explica cómo: “siendo yo la dicha Catalina de Arellano mujer soltera y asimismo siendo soltero el muy ilustre señor don Fernando Álvarez Ponce de León, señor de la villa de Cedillo, regidor [...] de Toledo, tuvo que hacer conmigo, del cual yo hube y tengo un hijo que se llama don Juan de Luna, [...] él hube siendo él y yo solteros. [Y habíendole entregado el referido dinero, ella afirma que:] dado caso que el dicho señor don Fernando Álvarez hubiese habido la virginidad de mí la dicha Catalina de Arellano, quedo contenta y pagada y satisfecha con lo que [...] me ha dado para los dichos mis alimentos y vestidos en cada un año desde el día que conmigo tuvo acceso carnal...” (ACC, leg. 20/34, ff. 1r., 2v., 4v. y 5r.).
[12] Como hijo de don Fernando habido fuera del matrimonio, sin más, aparece en ACC, leg. 34/5 (2), f. 49r.
[13] ACC, leg. 27/48, ff. 11r.-13v. Si tenía esa edad (f. 11r.) el 15-IX-1552, de ahí se deduce que nació en 1538.
[14] Ibídem, f. 11r. (aunque en los folios previos se repite en muchas ocasiones el nombre de su padre, ibídem, ff. 8r. y 10v.).
[17] ACC, leg. 27/48, ff. 8r. y ss., y la cantidad y lo entrecomillado en 14r. El 5-IX-1552 el muchacho acepta la donación (ibídem, ff. 10v. y 13v.-15v.). Actualizo las grafías.
[23] Para todos los datos relativos a la familia de Antonio Álvarez de Toledo (II) pueden leerse en ACC, leg. 34/5 (2), Memoria de la genealogía del apellido de Zedillo y Ajofrines..., f. 49v.
[24] La lista completa de los hermanos consta en la genealogía ya citada de ACC, leg. 34/5 (2), f. 49v. Aunque Bernardina figure por ser mujer en uno de los últimos lugares de los árboles genealógicos, casi con toda seguridad no era la pequeña. Para todos los hermanos -salvo Juan de Luna-, vid. ACC, leg. 1/34, passim; y para Mariana y María, ibídem, ff. 9v.-10r.
[25] ACC, leg. 20/58, Traslado simple de una cláusula de ratificación y donación que don Antonio Álvarez de Toledo y Luna otorgó por la que mandó a su hijo Gabriel Ponce que diese a su hermana doña Bernardina de Toledo 300 fanegas de pan para ayuda de su dote y casamiento (15-XI-1581), f. 1v.
[26] Op. cit., p. 70. Sigo en este apartado el resumen de la vida de Luna hecho por Piñero, ibídem, pp. 70-72.
[27] La presencia de alemanes en Toledo y la mudanza de la gran corte nos lleva a la época de Carlos V y enlaza con las cortes con las que concluye el Lazarillo original.
[28] Según recoge Piñero, op. cit., p. 267, n. 3: ““Ni que decir tiene que todo esto de los
cartapacios con la historia de Lázaro y los archivos de la jacarandina de
Toledo es pura invención del autor, que parece inspirarse en Cervantes cuando
finge que la historia de don Quijote estaba escrita en los archivos de
[29] Vid., por ejemplo, Lazarillo
de Tormes, edición de Francisco Rico, Madrid, Ediciones Cátedra, 4.ª ed., 1989,
p. 19*, donde el editor escribe: “
[31] “Recherches sur Lazarillo de Tormes”, Études sur l´Espagne, 1.ª ser. II, París, 1895, pp. 164-166.
[32] Vid. Lazarillo de Tormes, edición de J. V. Ricapito, Madrid, Cátedra, 11.ª ed., 1983, pp. 44-51 y 81.
[34] Tomo esta cita de Rafael Domínguez Casas, Arte y etiqueta de los Reyes Católicos. Artistas, residencias, jardines y bosques, Madrid, Editorial Alpuerto, 1993, p. 234. La negrita es mía.
[35] Hernando del Pulgar, Crónica de los muy altos e muy poderosos don Fernando e doña Isabel, en Crónicas de los reyes de Castilla III, Biblioteca de Autores Españoles, tomo LXX, Madrid, M. Rivadeneira; reimp. Madrid, Ediciones Atlas, 1953, p. 375. La negrita es mía.
[39] Marcel Bataillon, Novedad y fecundidad del Lazarillo de Tormes, Salamanca, Ediciones Anaya, 1973, p. 23.
[40] Editada por el conde de Atarés, Boletín de
[41] Este personaje había dirigido en septiembre de 1516, siendo regente Cisneros y cuando aún no había venido Carlos I a España, una fracasada expedición a Argel (vid. José García Oro, El cardenal Cisneros. Vida y empresas, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1992, t. I, pp. 364-368). El desastre lo contó Álvar Gómez de Castro en De rebus gestis..., donde explica que, al recibir el cardenal la noticia, dijo: “Nos comunican que nuestro ejército ha sido vencido y desbaratado en África. Pero no ha sido gran pérdida, pues España se ve vaciada de hombres criminales y audaces”. Y el mismo Álvar Gómez comenta a las pocas líneas: “Lo que dijo que “España se veía así vaciada y liberada de hombres perversos”, lo copió del rey Fernando quien solía repetir que deberían hacerse algunas expediciones no por otro motivo sino para purgar de ladrones [...] a la juventud española” (cfr. Alvar Gómez de Castro, De las hazañas de Francisco Jiménez de Cisneros, edición, traducción y notas por José Oroz Reta, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1984, p. 444).
[43] Fr. Prudencido de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, edición y estudio de Carlos Seco Serano, Madrid. Biblioteca de Autores Españoles, Ediciones Atlas, 1955, t. I, p. 402. La negrita es mía.
[44] En Historiadores de sucesos particulares, Biblioteca de Autores Españoles, tomo XXI, Madrid, 1852, pp. 367-407.
[47] Joseph Pérez, La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521), Madrid, Siglo XXI de España Editores, 6.ª ed., 1998, p. 232, escribe el siguiente párrafo que corrobora lo que venimos diciendo: “Otra parte de los guardas del reino había constituido el grueso de la fuerza expedicionaria enviada a ocupar la isla de Djerba en 1519. Una vez efectuada su misión con éxito, esta tropa (la gente de los Gelves de la que hablan los cronistas), 800 lanzas en total, había desembarcado en Cartagena en julio de 1520. Se había pretendido que interviniera contra los comuneros que habían puesto sitio al alcázar de Madrid, pero su jefe, Diego de Vera, se había negado a tomar parte en la guerra civil”.
[48] Anónimo y Juan de Luna, Segunda parte del Lazarillo, 2.ª ed., Madrid, Cátedra, 1999, p. 304. La negrita es mía.
[51] ACC, leg. 22/18, Memorial de los descargos y mandas que D.ª Aldonza de Alcaraz ordenó
que se habían de cumplir, f. 1v. Actualizo las grafías.
[57] AHPT, prot. 1.337 (año 1530), f. 402v. José Luis Madrigal me apunta la existencia de un fraile en el monasterio de San Jerónimo el Real de Madrid llamado también Rodrigo de Yepes, religioso y escritor relacionado con el toledano maestro Alejo Venegas (cfr. Ildefonso Adeva Martín, El maestro Alejo Venegas de Busto. Su vida y sus obras, Toledo, Diputación Provincial, 1987, p. 198; y Julián Martín Abad, La imprenta en Alcalá de Henares (1502-1600), Madrid, Arco Libros, 1991, t. II, pp. 826-827, 873, 878, y t. III, pp. 1016 y 1065).
[58] La forma acipreste es una variante que ya aparece en algunas ediciones del Lazarillo original en 1554 (vid. La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, edición de Alberto Blecua, Madrid, Clásicos Castalia, 2.ª ed. 1984, p. 65). Según el Diccionario de Autoridades (s. v. acipreste), “Nebrixa en su vocabulario, y Covarrub[ias] en su Diccionario trahen esta voz”.
[59] Pilar León Tello, Judíos de Toledo, Madrid, CSIC, Instituto “B. Arias Montano”, 1979, t. I, pp. 516-518, entrada núm. 74. La negrita es mía.
[61] A un tío carnal de San Juan de