Autor: Pilar Cabanes Jiménez (Universidad de Cádiz)
Título Artículo: La sexualidad en
la Europa medieval cristiana
Fecha de envío: 17/11/2003
Resumen: La sexualidad
humana se inserta y se define en un campo cambiante y difuso de la cultura. Se
ve sometida a condicionamientos naturales y culturales de diversa índole: religiosos,
políticos, éticos, etc. En este artículo ofrecemos un panorama de la sexualidad
medieval, a través de fuentes religiosas, filosóficas, médicas y literarias.
Résumé: La sexualité humaine
s’insère et se défine dans un champ changeant et diffus de la culture. Se voit
soumise aux conditionnements naturels et culturels de différent type:
réligieux, politiques, philosophiques, etc. Dans cet article on offre le
panorama de la sexualité mediévale à travers des sources réligieuses,
philosophiques, littéraires et de la médicine.
Consideramos
que el análisis de la sexualidad, una cuestión tan íntima, tan privada, es
bastante complejo, independientemente de la época en que nos ubiquemos. Pero no
dejamos de reconocer que ciertos períodos históricos, como el medieval,
requieren un esfuerzo investigador e interpretativo más intenso que otros. Así,
la dificultad que entrañan en sí los textos medievales, se incrementa por el
tabú con que se trataba la materia en cuestión. Nos hallamos ante una cultura
que restringía la observación directa de la conducta sexual y el acceso a la
información. Vamos, pues, a sumergirnos en una era sexual oscurantista. Pese a
esto, procuraremos ofrecer una visión lo más completa posible. Para ello, hemos
creído interesante recurrir a distintos tipos de fuentes: religiosas, médicas,
filosóficas, literarias, etc. Empezando por el punto de vista de la Iglesia,
nos parecen muy ilustrativos los Libros Penitenciales, los Concilios y los escritos
de los teólogos. A la luz de este tipo de documentos, advertimos que existía
una moral clerical que afirmaba la renuncia a la carnalidad, como símbolo del
pecado, y la aspiración a la castidad, como emblema de la virtud. Las raíces de
esta vinculación de la carnalidad con el pecado, el vicio, la suciedad, podemos
encontrarlas, esencialmente, en las doctrinas de los estoicos y los gnósticos
de la Antigüedad tardía[1]:
Aversión al placer sensual, restricción del acto sexual al matrimonio, la
procreación y la exaltación de la continencia. A partir de estos principios los
Padres de la Iglesia de los siglos IV y V, es decir, Jerónimo, Gregorio Niseno,
Juan Crisóstomo y Agustín de Hipona, entre otros, elaboraron una ética sexual
que perduraría, en su esencia, durante siglos. Ética que los nuevos
representantes del Cristianismo, tales como Alberto Magno o Tomás de Aquino, se
encargarían de amplificar y difundir. La imagen del cuerpo como algo
rechazable, porque era nido de la carnalidad y de los sentidos, que podían
provocar el apetito y el desorden. La concepción de la lujuria como un pecado,
una ofensa a Dios y al orden del Cristianismo, porque suponía un mal uso de los
órganos sexuales. La adscripción del acto sexual al matrimonio y a la
procreación. La castidad como el bien más preciado, modelo de vida del perfecto
cristiano. Y la idea de la mujer como una creación fallida, un ser inferior
moral e intelectualmente. Junto a esta moral clerical existieron otros sistemas
morales disidentes. Así, podemos constatar una cultura de los sentidos que se
enriqueció y fortaleció, a partir del siglo XIII, sobre todo por el
redescubrimiento de las ciencias naturales y el nacimiento del espíritu laico y
letrado. La risa, el canto, la danza, el placer sexual y la belleza corporal
fueron algunos de los elementos de esta cultura mundana, que fue duramente
recriminada por los componentes de la Iglesia, a través de prohibiciones y de
castigos. Así, en el Iº Concilio de Lyón, en 1245, el Papa Inocencio IV
califica de pecado mortal la fornicación entre personas solteras:
Respecto a la fornicación que comete soltero con soltera, no ha de
dudarse en modo alguno y es pecado mortal, como quiera que afirma el apóstol
que tanto fornicarios como adúlteros son ajenos al reino de Dios (1º Cor.6, 9s)[2].
Y,
a la luz de los Penitenciales[3],
advertimos que se establecieron reglas para realizar el acto sexual en el
matrimonio, sin caer en el vicio y en el pecado de la lujuria. Observamos que
se restringieron una serie de prácticas, posturas y tiempos: No se debía
practicar el sexo oral ni anal, pues su único propósito era el placer que de él
se derivaba. Se debía ejercitar una única postura, la denominada natural, esto
es, la mujer debajo, pasiva, dominada, sometida. Se debía reprimir el deseo
desmesurado (voluptas), las fantasías depravadas (delectio
fornicationis), las caricias y los tocamientos (contactus partium
corporis), ya que constituían un placer innecesario para la procreación. En
cuanto a los tiempos, no estaba permitido realizar el coito en los días
sagrados, las festividades religiosas ni durante los días de la menstruación.
También se reprobaban los diferentes recursos, en su mayor parte naturales, y
las prácticas sexuales que impedían la concepción. Así, Tomás de Aquino, en su Summa
Theologiae, cataloga como vicios contra natura la masturbación, el bestialismo
y la homosexualidad[4],
entre otras conductas. Y, en el caso de que la concepción hubiera tenido lugar,
se castigaba la opción del aborto. Un dato muy interesante apuntado por J.T.
Noonan es la confusión que existía entre la anticoncepción y las prácticas
mágicas. El autor hace hincapié en las estrechas relaciones que se establecían
entre aborto, anticoncepción y magia, entre veneno, aborto y anticoncepción[5].
En cuanto a la postura médica referente a la sexualidad, hallamos diversidad de
opiniones. En general, los facultativos se hallaban sometidos a influencias
contradictorias: La ética cristiana frente a las necesidades fisiológicas; lo
saludable para el cuerpo frente a lo que era bueno para el alma. Así, por una
parte, se citaban los malestares que se derivaban del coito. Constantino el
Africano, en su Liber de coitu, destaca, entre los efectos, la
tristeza, la hinchazón del vientre, el dolor de cabeza, la audición
de sonidos agudos, la debilidad, los temblores, las contracciones
y el olor desagradable[6]. Pero
el facultativo no deja de reconocer que la actividad sexual también reportaba
beneficios a los que la practicaban. De hecho, dedica un capítulo de su tratado
a especificarlos. En la misma linea hallamos a Bernardo de Gordonio, en su Lilium
medicinae, donde declara que el coito es bueno con moderación. Según el
autor, debe hacerse de modo que “el cuerpo se sienta aliviado, que coma y
duerma mejor, que purgue las cosas superfluas y alegre el ánima; por eso
conviene. Pero tanto aprovecha el coito moderado, daña el inmoderado,
enfriando, consumiendo y enflaqueciendo”[7]. En
el caso de las mujeres, según la opinión médica, la abstinencia provocaba
consecuencias más negativas que en el hombre, tales como la sofocación de la
matriz. Así, lo refiere el ilustre médico de Montpellier, también en su Lilium
medicinae, donde apunta que la mujer que presenta esta dolencia padece
“escotoma, vértigo, dolor de cabeza, siente humo dañino que sube a las partes
de arriba, tiene las manos apretadas sobre el vientre y las piernas encogidas”.
Según comenta, las más afectadas son las viudas y las mozas mayores cuando
no tienen varones[8].
Esta misma idea aparece recogida en otro tratado atribuido al propio Gordonio, De
sterilitate mulierum. Libro en el que vuelve a declarar que esta sofocación
sobreviene a las viudas y tiene su origen en la “retención del esperma
del que proceden, según se ha dicho, nocivas emanaciones”[9].
Consideraciones éstas que fueron tomadas, esencialmente, del De Locis
affectis de Galeno[10]. En
definitiva, apreciamos que la mayoría de los médicos pensaban que del acto
sexual podían derivarse tanto efectos benéficos como maléficos[11].
Así, casi todos aconsejaban que se practicara equilibradamente, ni en exceso ni
en defecto. Pero los religiosos, a menudo, tergiversaron las fuentes de
información, acudiendo a determinados fragmentos aislados de libros que no
condenaban el acto sexual en sí mismo; pero que contenían algunas
prescripciones y advertencias que, fuera de contexto, podían confundir a los
lectores o receptores. Aunque no hemos de obviar el hecho de muchos
facultativos, al igual que los hombres de la Iglesia o tal vez influidos por
ellos, reprobaban algunas formas de practicar el sexo. Así, Gordonio, en el
Lilium medicinae, declara que ver las vergüenzas de la mujer es una
manera no debida y fea de realizar el coito. También afirma que hacerlo
en la putería, lugar sin vergüenza, esteriliza a los varones honestos[12].
Asimismo, los médicos, al igual que los religiosos, prescribían remedios contra
los pensamientos impuros. A lo varones les recomendaban una sangría de las
venas superficiales, situada en la cara externa superior del muslo; y, a las
mujeres, incienso y otras fumigaciones, que hacían penetrar por los órganos
genitales[13].
También la dieta podía ser una poderosa aliada. La abstinencia de determinadas
comidas, en especial de la carne, era una forma de evitar el coito. Y es que la
filosofía humoral vigente, atribuía a este alimento un importante papel en la
formación de la materia seminal, con el consiguiente incentivo de la lujuria.
Una muestra representativa de esta consideración la tenemos en Arnau de
Vilanova. Éste, en el Tractatus de esu carnium, apunta que los manjares
sabrosos y suculentos, por excitar el gusto, abrían el camino a la sensualidad.
Y que, por ser muy nutritivos, proporcionaban al cuerpo una excesiva
exuberancia vital que lo hacía difícilmente dominable. Entre los alimentos que
convenía moderar, la carne ocupaba, según el catalán, el primer lugar[14].
Siguiendo con el tema del apetito sexual, advertimos que los facultativos
apuntaban las divergencias que se producían entre los hombres y las mujeres.
Según refiere el mismo Gordonio: “las mujeres tienen mayor deseo en el verano
porque su esperma es frío y entonces se calienta, se mueve y trabaja. En los
varones en cambio sufre exhalación, consumimiento y flaqueza, pero en invierno
el calor es más fuerte por lo que tienen más deseo durante el invierno que las
mujeres”[15].
También señalaban los doctores las diferencias de género en la intensidad del
placer y en la manera en que se experimentaba. El ilustre médico de Montpellier
afirma que la mujer siente deleite en más cosas que el varón pues se deleita
con la esperma del varón y con la suya propia; pero el varón siente placer
más fuerte y con más intensidad porque su simiente es más templada[16].
Respecto a este aspecto, nos parece interesante destacar que hemos hallado más testimonios
sobre el deseo erótico de la mujer. Y es que la capacidad sexual femenina
inquietaba profundamente al hombre medieval. El aristotelismo reinante le había
hecho creer que el exceso de humedad en su cuerpo le daba una capacidad erótica
ilimitada, que difícilmente se podía saciar[17]. Y la fórmula
de Juvenal, lassata uiris necdum satiata[18] -cansada de
hombres pero no satisfecha- era susurrada
una y otra vez por los fantasmas masculinos. Por otra parte, se había extendido
la idea de que los órganos femeninos ejercían una especie de posesión, que
había una interioridad que escapaba a todo control. Pensamiento éste que remite
a la teoría hipocrática de los desplazamientos uterinos y al Timeo de
Platón[19].
Consideraciones, por otra parte, que hicieron que la imagen de la mujer
ninfómana, gobernada por sus órganos genitales y viviendo su sexualidad de una
manera desorbitada, fuera muy frecuente, sobre todo en la literatura de corte
satírico.
En
cuanto al punto de vista médico respecto a la anticoncepción y al aborto, nos
llama especialmente la atención. Y es que, por una parte, se censuraban este
tipo de ejercicios; pero, por otra, los manuales estaban repletos de recetas
destinadas para tal fin. Es más, a partir del siglo XIII, y a pesar de las
prohibiciones, circularon de una manera aún más abierta. Encontramos numerosos
ejemplos en el De plantis de Aristóteles, el Liber ad Almansorem
de Rhazes, el Canon de Avicena o el Lilium medicinae de Gordonio,
obras que pasaron a los programas de la Universidad. Respecto a esta evidente
contradicción, son muy ilustrativas las palabras que nos deja Bernardo de
Gordonio:
Téngase
cuidado de no enseñar a nadie un brebaje ponzoñoso ni para abortar porque puede
lamentarlo siempre[20].
Pese
a su consejo, en el capítulo XV de esta obra, “Del regimiento de las preñadas y
del aborto”, expone una serie de técnicas que podían provocar el
desprendimiento del feto, como “tomar medicina laxativa o para vomitar,
correr, dar voces, saltar, practicar el coito excesivamente o hacerse sangría”[21].
Asimismo, el capítulo destinado a provocar la menstruación, “De las
enfermedades de las mujeres y en primer lugar de la menstruación” contiene una
serie de ingredientes naturales que podían provocar la muerte del feto si lo
hubiera. La artemisa, el orégano, la hierba gatea, el poleo,
el perifollo oloroso, el anís, el díctamo y el hinojo[22],
eran algunos de ellos. Vemos, pues, que la información sobre las técnicas
abortivas era copiosa. Y no pensemos que el estudio y el conocimiento sobre los
métodos abortivos se reducía a los círculos intelectuales. Este interés era
compartido por la sociedad entera, de ahí que existieran obras como el
Thesaurus pauperum “Tesoro de los pobres”, atribuida al médico y filósofo
Pedro Hispano, y conocida por un público más amplio. Es más, no sabemos hasta
qué punto nos hallamos ante un libro erudito o un libro que recoge recetas de
la medicina popular. Pero, vayamos a lo que nos interesa en este momento, que
es el elevado número de recetas anticonceptivas que contiene: Veintiséis en
total, recogidas bajo el epígrafe “De impedimento conceptus”. Algunas de las
cuales nos resultan sorprendentes, como comerse una abeja o un corazón de
ciervo; pasar por encima de la sangre menstrual de otra mujer o untarse
con ella; llevar en el momento del acto una oreja o un poco de piel de
mula, excrementos de elefante o una piedra de azabache[23];
etc. Y, además de las recetas indicadas para no concebir, hallamos las
destinadas a provocar la menstruación, “De provocatione menstruorum” que, pese
a que su finalidad no era producir un aborto, también podían utilizarse con
este propósito. La mayoría de los compuestos se elaboraban a base de plantas,
tales como el orégano, la menta, la artemisa, el azafrán,
la ajedrea, la salvia, el poleo o la azucena,
combinadas con aceite, vino o miel[24].
En cuanto al punto de vista femenino en lo relativo a las prácticas
anticonceptivas, podemos observarlo, por ejemplo, en Trótula. En el capítulo XI
de Las enfermedades de las mujeres antes, durante y después del parto,
trata el tema de “Cómo impedir o favorecer la concepción”. La
salernitana justifica sus consejos argumentado que el embarazo podía suponer un
peligro mortal para la mujer que tenía la vulva y el útero estrechos o que
había sufrido un desgarro perineal en un parto anterior. Su testimonio es de
especial interés por el valor que le concede a la vida de la mujer en sí misma,
por encima de su función social primordial, esto es, la procreación:
Mira
bien -dice Galeno- que las mujeres de vulva y útero estrechos no deben tener
relaciones con hombre porque si quedan encintas, corren riesgo de morir. Pero
como no todas consiguen evitarlo, tienen necesidad de nuestra ayuda[25].
Los
sistemas anticonceptivos que propone la autora pertenecen, en su mayor parte, a
la medicina popular de tipo mágico-brujeril, como “llevar sobre la carne
desnuda un útero de cabra virgen, colgarse al cuello o tener en la boca una
piedra especial llamada gagates, guardar en el pecho los testículos de un macho
de garduña envueltos en piel de ganso o insertar in loco unos granos de cebada”[26].
Estas propuestas nos dejan ver, con toda claridad, las conexiones que se
establecían entre la medicina y las prácticas mágicas en el medievo. De hecho,
las comadronas de Salerno tenían fama de realizar actividades que pertenecían a
este mundo de lo prohibido. Arnau de Vilanova les atribuía la práctica de tener
en la mano tres granos de pimienta, en el momento del nacimiento de un niño, y
de pronunciar sobre cada uno de ellos la siguiente oración:
Libra,
señor, a esta mujer de las penas del parto.
Después,
la especia era administrada en una poción a la parturienta, a cuyo oído era
susurrada, junto con el Pater noster, esta misteriosa fórmula mágica:
Bizomie lamion lamium azerai vachina
deus deus sabaoth. Benedictus qui
venit
i n
nomine Domini, osanna in excelsis[27].
En
este caso, la medicina, la magia y el milagro se entremezclaban. Hoy puede
resultarnos sorprendente e ilógica esa invocación divina para evitar una futura
concepción, esto es, para no dar vida.
Otra
fuente a la que hemos recurrido para analizar la concepción sobre la sexualidad
en el medievo es la literatura. Encontramos multitud de referencias eróticas,
tanto explícitas como implícitas, en gran parte de la producción literaria de
este período histórico, tanto culta como popular. Pero la imagen que los textos
ofrecen varía en función del género literario, la ideología, la clase social y
el sexo del autor. Así, en la literatura masculina de corte satírico,
advertimos que se ofrece una visión muy negativa y distorsionada de la
sexualidad de la mujer. Bajo la perspectiva del hombre medieval, el deseo de
ésta raya en lo grotesco, lo enfermizo, lo corrupto, lo desequilibrado. Mujeres
insaciables que reclaman sexo a sus compañeros; que no dudan en ser infieles si
no se sienten complacidas y que no vacilan en pagar a hombres o utilizar
consoladores para satisfacerse. Una composición muy representativa,
perteneciente al género de escarnio y maldecir gallego-portugués, es la de
Fernand’Esquio. El autor le regala a una abadesa, que califica irónicamente de
amiga, cuatro carallos franceses (vs.6) y dos a una prioresa. Con el
presente que le ofrece deja ver que la mencionada mujer es insaciable, que está
deseosa de practicar el sexo. Es más, el número de artilugios nos indica que,
probablemente, lo practicaría muy a menudo y con tanta ímpetu que los
destrozaría, viéndose obligada a sustituirlos con mucha frecuencia:
A vos, Dona abadessa,
de min, Don Fernand’ Esquio
estas doas os envío,
porque sei que sodes essa
dona que as merecedes:
quatro caralhos franceses,
e dous
aa prioressa.[28] (Vss. 1-7)
El
poeta se burla de la insaciable excitabilidad genital de la abadesa, que necesita
más de un consolador para satisfacerse. Otra composición muy ilustrativa es la
que nos ofrece Afonso Eanes do coton, también dentro del género de escarnio y
maldecir. El poeta se queja de que María García no le ha pagado sus servicios
sexuales:
Ben me cuidei eu, Maria Garcia,
en outro dia, quando vos fodi,
que me non partiss’eu de vós assi
como me parti já, mao vazia,
vel por serviço muito que vos fiz;
que non me destes, como x’omen diz,
sequer
un soldo que ceass’un dia[29]. (Vss.1-7)
De
esta manera, quiere poner en evidencia el deseo desenfrenado de este tipo de
mujeres, que son capaces de pagar dinero u ofrecer regalos a cambio de sexo.
Detrás de muchas de estas composiciones que tratan el tema de la hiperactividad
sexual patológica o ninfomanía, se esconde el fantasma de la impotencia
masculina u homosexualidad. Un ejemplo lo tenemos en la cantiga de Joan Soárez
Coello. El autor presenta a una Luzía Sánchez insatisfecha, enfadada con él,
porque no puede satisfacerla plenamente:
Vejo-vos jazer migo muit’agravada,
Luzia
Sánchez, porque non fodo nada[30]. (Vs.7-8)
Las
causas que le impedían provocar una completa satisfación erótica a su compañera
eran varias: Primero, que ya tenía cierta edad. Segundo, que su miembro era
pequeño (pissuça cativa, v.13). Y, por último, que estaba en nefastas
condiciones (colloes, que tragi inchados...é con maloutía v.21), tanto
que no podía eyacular (ya non pode soll cospir a saíva v.14). El estado
en que se encontraba el sexo del poeta se manifiesta en la genial alegoría de
la casa en llamas que evidencia que, por muy ardiente que estuviera la
soldadera, él no conseguiría una erección (sell’ ardess’a casa nos’erguería,
v.16). Nos parece muy sugestiva esta figura de la mujer exigiendo su derecho al
placer. Sobre todo, porque a las mujeres medievales se las educaba para
desempeñar papeles eminentemente pasivos: casamiento, sexualidad, gestación,
parto y lactancia. En el matrimonio no tendían a buscar, sino a ser buscadas.
En las relaciones sexuales, no era común que iniciaran el juego erótico o que
respondieran a éste de una manera activa. En cuanto a la fecundación, la
gestación, el parto y la lactancia, les venían dados. La actividad femenina
consistía, pues, en recibir y aceptar. Nos referimos a la actividad femenina
moralmente aceptada. Esto es, a la mujer que los hombres veían como esposa y
madre de sus hijos. Frente a ésta, la mujer mala, sensual, resuelta,
exigente y espontánea. Prostituta, concubina, amante, tal vez, pero nunca
esposa. Éste es el tipo de la protagonista de esta cantiga. Una mujer que se
aparta de lo moralmente aceptado, al reclamar el placer en sí, no supeditado a
la concepción.
Como
ésta, la mayoría de las composiciones que encontramos no son un reflejo de la
sexualidad de la mujer medieval; sino más bien de las creencias, las
obsesiones, los temores, de los hombres de este período histórico. Un miedo
que, bajo nuestro punto de vista, pudo derivarse del desconocimiento de la
naturaleza y la psicología femenina. Pero no siempre que acudimos a las fuentes
masculinas nos encontramos con este tipo de fantasmas. También hallamos
testimonios literarios en los que se reflejan los encuentros furtivos, los
besos, los tocamientos precipitados y las relaciones íntimas, sin una intención
degradante. Un ejemplo lo encontramos en el siguiente fragmento de una cantiga
de amigo, donde la muchacha declara que su amado desea vivir con ella y que
durante este período no dormirá, sino sólo cuando estén separados:
O meu amigo forçad’e d’Amur
ois agora comigo quer viver
ua sazon; se o poder fazer,
non dórmia
ja mnetre comigo for,
ca’d’aquel tempo que migo guarir,
a
tanto perderá quanto dormir[31].
Pero
para un estudio más profundo y veraz de los anhelos de la mujer, como bien
apuntó Cristina Segura Graíño[32], se nos impone
acudir a los textos escritos por éstas, esto es, poesías, cartas, biografías,
etc. Aunque no debemos obviar el hecho de que, en una sociedad patriarcal como
la del medievo, a la mujer le resultaría muy difícil -por no decir imposible- eludir la
presión de la mentalidad masculina y expresarse libremente. Por otra parte,
contamos con un problema añadido: la escasez de documentos elaborados por
mujeres. Y es que la escritura no se encontraba entre las labores asignadas a
éstas. Pero en esta sociedad, que coartaba la realización de la mujer, que le
impedía expresarse libremente, que nos dificulta el conocimiento de la
verdadera esencia femenina, hallamos testimonios que iluminan el sombrío
panorama. Este tipo de documentos tiene un valor esencial para el establecimiento
de una imagen de la mujer y de su sexualidad auténtica, o al menos más
verosímil. La siguiente canción de trobairitz constituye un ejemplo muy
ilustrativo. La Condesa (¿Beatriz?) de Dia, autora de la composición, confiesa
que desearía tener a su amado desnudo, entre sus brazos, y besarlo
apasionadamente. Destacamos el hecho de que la mujer no sólo se contempla a sí
misma como receptora pasiva en la relación, sino tomando la iniciativa, con
poder de actuación:
Estat ai en greu cossirier
per un cacavallier qu’ai agut,
e vuoil sia totz temps saubut
cum ieu l’ai amat a sobnier;
ara vei qui, eu sui tiahida
car iesu non li donei m’amor,
don ai estat en gran error
en lieig e quand sui vestida.
Ben volria mon cavallier
tener un ser en mos bratz nut,
qu’el s’en tengra per erevbut
sol qu’a lui fezes cosseillier;
car plus m’en sui abellida
no fetz Floris de Bancrefor:
ieu l’autrei mon cor e m’amor
mon sen, mos huoills e ma vida.
Bel amics avinens e bos,
cora us tenrai en mon poder?
e que jagues ab vos uns er
e qu’ie us des un bais amoros;
sapchatz, gran talan n’auría
qu’ie us tengues en loc del marit,
ab su que m’aguessetz pleuit
de fat tot
so qu’ieu volria[33].
Y
en el fragmento que citamos a continuación, que pertenece a uno de los Lais
de María de Francia, la protagonista le pide a su amado, explícitamente, que
haga de ella su amante:
vostre drue
faites de mei![34].
Nos
parece muy novedosa la libertad que le concede la autora a la mujer, que toma
la iniciativa. Aunque hemos de tener presente que, en la mayoría de los casos,
esta supuesta libertad era una licencia poética más que una prerrogativa real.
Pero, independientemente de que la mujer tuviera esta posibilidad o no, lo
esencial, bajo nuestro punto de vista, es que se plasmaba a sí misma en sus
textos con este poder de actuación. Si tenemos que ofrecer una imagen de la
sexualidad de la mujer, nos encontramos ante un dilema: mirada masculina,
femenina o ambas. Consideramos que cualquier visión, por sí misma, suele ser
incompleta, parcial y subjetiva. Además, nosotros nos enfrentamos al problema
añadido de la lejanía del período histórico. Los textos medievales ofrecen una
misteriosa riqueza simbólica difícil de interpretar hasta para los más
entendidos en la materia. Salvando estas dificultades, consideramos que no se
puede dar una noción de la sexualidad que encubra y defina al género femenino
en su conjunto. En todo caso, podríamos hablar de modelos de mujer y de deseo,
con matizaciones, por supuesto. Así, hallamos a la fémina que vivía de su
cuerpo y se entregaba a los placeres carnales por intereses económicos; a la
que se entregaba sin más objeto que satisfacer su exacerbado apetito sexual; a
la que se unía en cuerpo y espíritu por amor y a la que optaba por una vida
conventual. Mujeres lascivas y virginales, impulsivas y recatadas, apasionadas
y frías, y entre éstas toda una gama de términos medios. En cuanto a la
sexualidad del hombre, ya hemos apuntado que detentaba el poder de actuación,
tomaba la iniciativa, era la parte activa de la pareja. A diferencia de lo que
ocurría con la mujer, no se les exigía llegar vírgenes al matrimonio, ni se les
castigaba de la misma manera ante una infidelidad. Sin embargo, tampoco
vivieron su sexualidad de una manera distendida, debido a ciertas ideas,
supersticiones y fobias en torno a los peligros que conllevaba el acto sexual.
En la difusión y la asimilación de estas creencias, tuvieron mucho que ver los
escritos y relatos orales que ofrecían una imagen distorsionada, irreal, de los
peligros a los que se exponía el hombre al realizar el coito con la mujer,
sobre todo si ésta tenía la menstruación[35].
Así, circulaba la idea, ya documentada por Plinio, de que si un hombre
mantenía relaciones con una mujer que menstrúa, durante un eclipse o con luna
nueva, podía perder la vida[36].
También se creía que el hijo que fuera engendrado durante la menstruación,
nacería con el pelo rojo, con todas las connotaciones peyorativas que se
vinculaban a ese color. Asimismo, se pensaba que tendría cierta tendencia a
padecer enfermedades como la viruela, el sarampión y la lepra[37].
Advertencia ésta que aparece plasmada en obras médicas tan fundamentales y
conocidas como el Lilio de la medicina:
De
las viruelas y del sarampión:
la menstruación retenida en las porosidades
de los miembros y el feto; la naturaleza se
esfuerza en lanzarlo y echarlo fuera,
que limpia la piel del bebé, del mozo o del
adolescente, pocas veces, en la mancebía, y
mucho menos en la vejez. Esta forma de purgación
es común a todos, pero accidentalmente viene
de otras causas, por ejemplo, si alguno es
engendrado en el tiempo de la menstruación;
esta clase es muy mala, porque los así
engendrados pocas veces escapan de lepra o
de alguna enfermedad[38].
De
lepra:
La lepra se adquiere de dos maneras: en el
vientre de la madre o después de nacer. En
el vientre de la mujer, porque fue engendrado
en el tiempo de la menstruación de la mujer;
porque es hijo de leprosa o algún leproso se
echó con mujer
preñada[39]
Y
la imaginación y la locura colectiva llegaban hasta el punto, que se afirmaba
que la mujer, en el período menstrual, podía generar las especies más
aborrecidas. El siguiente fragmento de Los admirables secretos de Alberto el
Grande, nos deja constancia de ello:
Tomad,
dice, cabellos de una mujer, ponedlos bajo tierra bien sazonada, donde haya habido
un estercolero durante el invierno, y al principio de la primavera o del estío,
cuando el cabello se haya calentado por el calor del sol, engendrará
serpientes, que seguidamente darán nacimiento a otras de la misma especie[40].
El
discurso hostil hacia el género femenino dio cabida a todo tipo de argumentos,
incluidos los más irracionales. Así, se tenía la creencia de que la mujer, en
el período menstrual, podía transmitir veneno a través de la mirada. El aire
tenía la función de intermediario, de conducto, entre los ojos y el objeto o
ser. Basándose en esta característica, los hombres medievales establecieron una
relación asociativa entre la mujer y un animal fabuloso presente en los
bestiarios medievales: el basilisco. Según se apuntaba, este animal no nacía de
la unión de un elemento macho y otro hembra, sino del huevo de un gallo. Se
desarrollaba en el intestino de éste a partir de una materia tóxica: las malas
superfluidades de los riñones y de los órganos genitales. Como consecuencia,
estaba dotado de una naturaleza venenosa. Y, como la mujer, era capaz de
generar veneno a través de la mirada. Plinio, en su Historia natural,
habla ya de los perjuicios ocasionados por el basilisco[41].
Y, a lo largo de la Edad Media, encontramos numerosas alusiones a este ser en
obras de diversa naturaleza, tales como el Lilio de la medicina. En ésta,
Bernardo de Gordonio vuelve a mencionar la capacidad del basilisco para matar
con la mirada. A su vez, establece una asociación entre este animal y la mujer
en el período menstrual, en tanto que los dos podían dañar el espejo al
fijar la vista en él[42].
Esta imagen del género femenino, relacionada con lo venenoso, remite, por otra
parte, al Diálogo de Placides y Timéo[43].
En éste se cuenta como el rey, temeroso ante el poder de Alejandro, crio a una
muchacha alimentándola con veneno. Después, se la envió al joven como regalo,
esperando que se contaminara, ya fuera a través de un beso, del aliento o del
coito –el modo de contagio varía según la versión–. Pero Aristóteles y Sócrates
descubrieron el secreto que guardaba la doncella e intentaron hacerselo ver a
Alejandro. Para ello, hicieron que la chica abrazara a dos siervos, que
murieron al instante, y a una serie de animales que corrieron la misma suerte.
El final de la muchacha será la quema en la hoguera. A la luz de toda esta
información que hemos ido ofreciendo, podemos afirmar que la avalancha de
información negativa acerca de la menstruación era desmesurada. Y este tipo de
creencias populares sobre la malignidad de este fluido se fundamentaban en la
autoridad de los textos de numerosos médicos, filósofos y religiosos, con lo
que la veracidad de dichas concepciones estaba, para el hombre del medievo,
fuera de toda duda. Indagar cuándo surgieron todas estas ideas, y casi leyes,
es una tarea harto complicada. Desde las primeras edades de la historia, cada pueblo,
cada cultura, ha tenido sus ideas mágicas o religiosas, sus supersticiones, sus
ritos. Unas veces similares, otras profundamente divergentes. Probablemente, de
todos los pueblos antiguos que ejercieron su influencia en el medievo, el
hebreo fue el que estableció las leyes y las afirmaciones más terribles e
irracionales. Basta con ojear algunas páginas de la Biblia que, como sabemos,
fue uno de los libros más aceptados y asimilados por la conciencia popular. Los
preceptos que contiene sobre la menstruación son estremecedores. Así, si un
marido cohabitaba con su esposa en la época menstrual era considerado impuro
durante siete días. En el transcurso de una semana, la mujer tenía prohibido
mantener el contacto con las personas, los animales y los objetos. Si tocaba un
animal, tenía que ser sacrificado; si rozaba algún objeto, había de quemarse[44].
Pensamos
que esta creencia venía dada por la confusión entre la pureza y la limpieza.
Además de los preceptos de la Biblia, no fue menos apreciable la presencia de
las ideas de Aristóteles, cuyas aseveraciones se repetirán en los más
importantes manuales médicos del medievo. De hecho, los facultativos tomarán su
concepción de la sangre menstrual como sustancia residual capaz de provocar
enfermedades nefastas si se retiene[45]. Por
último, en el campo de la medicina, hallamos en las afirmaciones de Galeno[46]
la referencia principal de los facultativos medievales. De éste tomarán la idea
de que la retención del flujo menstrual era una de las causas que generaban la
sofocación de la matriz:[47]
Pero,
podemos preguntarnos qué es lo que subyace debajo del horror de la sangre
menstrual. A nuestro juicio, la respuesta va más allá del marco de las
supersticiones o del pensamiento consciente; probablemente guarda mucha
relación con el significado biológico de dicha sangre, esto es, la no
concepción. Un hecho descorazonador y traumático para una mentalidad que, por
lo general, concebía a la mujer como mero instrumento reproductor. Sea como
fuere, el daño que estas lecturas produjeron en muchas imaginaciones sencillas
fue considerablemente mayor del que hubiera podido causar la exposición de la
verdad escueta. Es más, este tipo de escritos antiguos, a los que se sumaron
otros, propiciaron numerosos ataques antifeministas durante toda la época
medieval. El desconocimiento, la falta de información, la fantasía, fueron,
entre otras, las causas del odio, del resentimiento, de la incomprensión del
hombre hacia la mujer. Pero entre todos los temores que asolaron la mente del
hombre medieval el que figuró, de una manera más destacada, fue el problema de
las enfermedades venéreas[48].
Entre las dolencias que existían en la época hallamos la gonococia,
blenorragia o gonorrea, la denominada por los autores latinos con el nombre
de ficus, el chancro blando, la de Nicolás y Favre o Linfogranuloma
venéreo y el cáncer de la verga y de la vulva. Estas afecciones venéreas se
asociaban, mayoritariamente, a las prácticas sexuales. Así, se pensaba que el coitus
interruptus podía provocar la ulceración del pene. También se decía que las
relaciones con una mujer que tuviera algún germen en la vagina, como el trichomonas
vaginalis o el hongo candida albicans, podían resultar nefastas para
el órgano masculino. Del mismo modo, se afirmaba que el hombre que practicara
el sexo con una mujer que tuviera algún problema en la matriz, sufriría
enfermedades en la verga. Un ejemplo lo hallamos en el Lilium medicinae,
donde se advierte, como una de las posibles causas externas de las enfermedades
de la verga - apostemas, ulceraciones, hinchazón, dolor y comezón- de la
verga, el acostarse con mujer que tiene la matriz sucia, llena de veneno,
materia, ventosidad y semejantes cosas corrompidas[49].
Pero no sólo en el acto sexual veía el hombre medieval un motivo de
peligro, sino en el mismo sentimiento del amor. De hecho, apenas encontramos
ningún texto, de origen laico o clerical, en el que se emplee la palabra amor
en un sentido positivo. En general, los autores aplicaban este término a la
pasión sensual, irracional, irresistible y destructiva. Para designar el afecto
conyugal nunca utilizaban el vocablo amor, sino charitas coniugalis
(mezcla de ternura y amistad), dilectio (amor de preferencia y de
respeto) o caritas (amor conyugal y honesta copulatio).
La palabra amor era, en este período, extra conyugal[50].
Un dato que nos interesa, especialmente, es que a la convicción de que esta
pasión era destructora iba asociada la idea de que podía generar una enfermedad
conocida con el nombre de amor hereos o amor heroicus. Esto no
supone ninguna novedad ya que la obsesión amorosa ha estado incluida, desde la
Antigüedad, dentro de la patología. Los árabes transmitieron la información
sobre las causas y los efectos de dicha dolencia al Occidente[51].
Asimismo, la idea de que el amor era destructor iba asociada a su frecuente
conexión con el mundo de la brujería. No pocas prácticas eróticas se
consideraban paganas, mágicas y demoníacas, desde el momento que se oponían a
la reproducción. Esta consideración se hallaba reforzada por el arte secreto de
los maleficios, las pociones de hierbas, las filacterias y otras recetas
mágicas que avivaban o destruían el deseo del hombre, sometían su voluntad. Y
no pensemos que las creencias mágicas se reducían a un sector limitado de la
población. En general, el hombre de la Edad Media creía fervientemente en la
eficacia de estas destrezas sobrenaturales; de ahí las numerosas condenas que
recibieron. Sirva como ejemplo la censura que hace Alfonso X el Sabio en las Partidas:
De los
que encantan los espíritus malos o facen imagines o otros fechizos, dan yerbas
para enamoramiento de los hombres et de las mujeres: Que ninguno non sea osado
de dar yerbas nin brebages a home o a muger por razon de enamoramiento, porque
acaesce a las vegadas que destos brebages a tales vien a muerte los que los
toman, o han muy grandes enfermedades de de que fincan ocasionados para siempre[52].
Algo
que nos parece importante destacar es que este arte prohibido se consideraba esencialmente
femenino. Así, la mayor parte del género masculino veía a la mujer como un ser
misterioso, tan pronto maléfico como benéfico, fuente de vida y de destrucción.
Asimismo, la esencia de la mujer, sometida a fuerzas nocturnas, infernales y
profundas, era considerada cósmica. Los médicos hacían referencia a la
influencia que ejercía la luna sobre los ciclos menstruales[53].
Todas estas ideas referidas a la sexualidad y al universo femenino, alcanzaron
un importante auge en el siglo XIII, tanto que incrementaron el temor masculino
hacia la mujer, íntimamente ligado al mundo de la brujería. Pero, a pesar del
miedo que los religiosos y los moralistas trataban de infundir a los hombres y
las mujeres del medievo, de las numerosas prohibiciones sobre la sexualidad,
ésta se practicaba, de ahí los manuales de arte amatorio y las obras, mitad
médicas mitad eróticas que, desde el siglo XIII, no dejaron de desarrollarse[54].
Otro indicio de que la sexualidad se ejercitaba, son los numerosos textos que
hemos señalado sobre las prácticas abortivas. Hecho éste que implica que se
mantenían relaciones incluso fuera del matrimonio. También las numerosas
prohibiciones de la Iglesia nos revelan que existían todo tipo de juegos
sexuales; pese a que ésta trató de simplificar esta actividad a una única
postura y finalidad: La postura natural, esto es, la mujer debajo del
hombre; posición que facilitaba la concepción. Y no podemos olvidar el valioso
testimonio que nos ofrece la literatura, tanto implícitamente, a través de
metáforas, de símbolos, de insinuaciones; como explícitamente, mediante una
patente manifestación del deseo, de las experiencias eróticas, del placer. Y es
que la sexualidad es connatural al ser humano. Es una expresión directa de
nuestra biología. De esta manera, aunque los hombres y las mujeres de la Edad
Media trataran de luchar contra ésta, el instinto resurgía poderosamente. Por
otra parte, es un hecho probado que la represión incrementa el deseo. Así, la
sexualidad se veía en el medievo como algo pecaminoso, reprobable y peligroso;
pero, también, como lo más soñado, meditado y, secretamente, deseado.
[1] Foucault, M., “El Cultivo de
sí”, en Historia de la Sexualidad, Siglo veintiuno editores, Madrid,
1987, cap. II, pp. 38-68.
[2] Historia de los Concilios Ecumenicos. Lyon I
y Lyon II, por
Wolter, H. y Holstein, H., Eset, Vitoria, 1979.
[3] Estos escritos han sido analizados, entre
otros, por
[4]Summa teológica de Santo Tomás
de Aquino, II,
1-2 q.31 a7, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1962, pág. 209.
[5] Noonan, J.T., Ob. cit.,
pág. 204.
[6] “De la debilidad subsiguiente
al coito y otras consecuencias”, cap. 11, Constantini Liber de Coitu. El
tratado de andrología de Constantino el Africano, ed. Enrique Montero
Cartelle, Santiago. de Compostela, Universidad de Santiago, 1983, pág. 131.
[7]“De la escasez de coito”, Lilio
de Medicina, ed. Dutton, B. y Sánchez, Mª. N., Arco/Libros, Madrid, 1993,
Lib. VII, cap. I, pp. 1418-1419.
[8] “De la sofocación de la
matriz”, Ob. cit., Libro VII, cap. X, pág. 1471.
[9] “Esterilidad por sofocación de
la matriz”, en De sterilitate mulierum, trad. Conde, P., Montero, E.,
Herrero, Mª C., Universidad de Valladolid, 1999, pp. 74-75.
[10] Sobre los lugares afectados, trad. García, M.C., Ed.
Clásicas, Madrid, 2000, Lib. VI, cap. 5, pp. 377 y 378: “Se esta de acuerdo en
que esta afección sobreviene sobre todo a las viudas, en especial cuando en un
tiempo anterior han tenido una menstruación regular, han concebido y han
mantenido trato sexual con los hombres, pero se ven privadas de todo ello (..).
Quizá, sobre todo, dependan de la retención del semen, porque el semen tiene
una gran fuerza y es más húmedo y más frío en las mujeres, y necesitan
eliminarlo cuando tienen mucho esperma exactamente igual que los hombres. Es
más, sabemos que en los hombres la diferencia es grande: unos tan pronto como
llega la pubertad, se ven debilitados por las relaciones sexuales, otros, por
el contrario, si no hacen uso del
sexo con frecuencia, tienen la cabeza pesada, ansiedad y fiebre, peor apetito y
mala digestión”.
[11] Esta idea está ya presente en
los autores clásicos, fuentes básicas del saber en la Edad Media. Así lo expone
Aristóteles, en Investigación sobre los animales, donde aboga porque se
satisfagan, equilibradamente, “las exigencias que reclama el desarrollo mismo
del cuerpo: En efecto, todos los chicos y chicas, cuyos cuerpos producían
sustancias residuales, al ser eliminadas estas sustancias nocivas, ya con la
emisión del esperma, ya con el fuego de las reglas, sus cuerpos se vuelven más
sanos y se desarrollan mejor, pues se eliminan los obstáculos que perjudicaban
a la salud y al desarrollo” (trad. de Pallí, J., Gredos, Madrid, 1992,
Lib. VII, pp. 385-386). Galeno, Sobre los lugares afectados, donde
expone los peligros de un exceso o defecto de sexo: “unos tan pronto como llega
la pubertad, se ven debilitados por las relaciones sexuales, otros, por el
contrario, si no hacen uso del sexo con frecuencia, tienen la cabeza pesada,
ansiedad y fiebre, peor apetito y mala digestión” (Ob. cit, Lib. VI,
Cap. 5, pp. 377 y 378).
[12] Gordonio, B., Ob. cit.,
Tr. II, Lib. VII, cap. I, pág.1407.
[13] Barquín, H., “La influencia de
las Cruzadas sobre la medicina. Las Escuelas de Medicina y las Universidades
medievales”, en Historia de la Medicina, Méndez ed., México, 1994, cap.
XVIII, pág. 215.
[14] “Abstinencia de carnes y
medicina. El Tractatus de esu carnium de Arnau de Vilanova”, Scripta
Theologica, Revista de la Facultad de Teología de la Universidad de
Navarra, 16 (1984), pág. 331.
[15] Gordonio, B., Ob.cit.,
Tr. II, Lib. VII, cap. II, pág. 1425.
[16] Gordonio, B., Ob.cit.,
Tr. II, Lib. VII, cap. II, pág. 1427.
[17]Investigación sobre los
animales, trad.
de Pallí, J., Gredos, madrid, 1992, Lib. VII, pág. 397: “La mujer y la yegua
son entre los animales, las más inclinadas a tener relaciones sexuales durate
la gestación. Las demás hembras, cuando han quedado preñadas, esquivan a los
machos” Ver G.A, IV 5.
[18] D.J. Juvenal, Sátiras,
VI, Instituto de investigaciones filológicas, México, 1974, pág.38.
[19] Platón, Obras Completas, Aguilar,
Madrid, 1969, 91c, pág. 1178.
[20]“Del regimiento de las preñadas
y del aborto”, Ob. cit, Tr. II, Lib. VII, Cap. VIII,
pág. 1512.
[21]Del regimiento de las preñadas y
del aborto”, Ob. cit, Tr. II, Lib. VII, Cap. VIII,
pp. 1504-1513.
[22]“De las enfermedades de las
mujeres y en primer lugar de la retención de la menstruación”, Ob. cit,
Tr. II, Lib. VII, Cap. VIII, pp.1454-1464.
[23]“De impedimento conceptus”, Obras
Médicas de Pedro Hispano, da Rocha, Mª H., Coimbra, Universidad de Coimbra,
1973, pp.259-261.
[24]“De provocatione menstruorum”, Ob.
cit, pp. 245-248.
[25]F. Bertini, ”Trótula la médico”,
La mujer medieval, Alianza editorial, Madrid, 1991, pp. 148-149.
[26]F.Bertini, Ob. cit., pág. 134.
[27]F.Bertini, Ob. cit., pág. 134.
[28]M.R. Lapa, Cantigas
d’escarnho e de mal dizer dos cancioneiross medievais galego-portugueses,
Galaxia, 1970, núm. 148, pág. 236.
[29] Lapa, Ob. cit, num. 46, pág. 82.
[30] Lapa, Ob. cit., num.234, pág. 356.
[31] Antología de la poesía
gallego-portuguesa,
selección, estudio y notas por Alvar, C. y Beltrán, V., Alhambra, Madrid, 1984,
pág. 294.
[32] C. Segura Graíño, La voz del
silencio (siglos VIII-XVIII), Laya, Madrid, 1992, pág.10.
[33] Ob. cit., p.62: “He estado muy angustiada / por un
caballero que he tenido / y quiero que por siempre sea sabido / como le he
amado sin medida;/ ahora comprendo que yo me he engañado, / porque no le he
dado mi amor, / por eso he vivido en el error / tanto en el lecho como vestida.
// Cómo querría una tarde tener / a mi cavallero, desnudo, entre los brazos, /
y que él se considerase feliz / con que solo lo hiciese de almohada; / lo que
me deja más encantada / que Floris de Blancaflor: / yo le dono mi corazón y mi
amor, / mi razón, mis ojos y mi vida. // Bello amigo, amable y bueno, / ¿cuándo
os tendré en mi poder? / ¡Podría yacer a vuestro lado un atardecer! / y podría
daros un beso apasionado! / sabed que tendría gran deseo / de teneros en el
lugar del marido, / con la condición de que me concedierais / hacer lo que
quisiera”.
[34] Lais de Marie de France, ed. K. Warnke, Lettres gottiques, Librarie
Générale française, 1990, Bisclavret, IV, pág. 122, vs. 115-116: Haced de mi
vuestra amante.
[35] Estos temas han sido estudiados
por Thomasset, “Le femme au Moyen age. Les composantes fondamentales de sa représentation: immunité-impunité”, Ornicar,
22-23 (1981), pp. 223-238. En cuanto a la numerosa bibliografía relativa a la menstruación,
podemos hacer alusión, entre otras obras, a la de P.C. Racamier “Mythologie de
la grossesse et de la menstruation”, L’Evolotion Pp.ychiatrique, 1955,
pp. 285-297.
[36] Pline L’ancien, Ob. cit., lib. XXVIII, cap XXIII estr. 77-78, pp. 46.
[37] La explicación de la
transmisión de la lepra a través de la relaciones sexuales posee una tradición
muy antigua, que se remonta a la medicina india. Para un estudio más profundo
sobre la sorprendente coincidencia entre las creencias de esta remota medicina
y las de la Edad Media occidental, ver: Grmek, M.D., Les maladies à l aube
de la civilisation occidentale, París, 1983, pág. 234.
[38] “De las viruelas y del sarampión”, Ob. cit., Tr. I, Lib. I, Cap. XII, pág. 150.
[39] “De lepra”, Ob. cit., Tr. I,
Lib.I, Cap. XXII, pp. 245-246.
[40] Alberto el Grande, Los
admirables secretos de Alberto el Grande, Casa ed. Maucci, Ed. facsimilar
realizada por Alta Fulla, Barcelona, 1982, pp. 25-26.
[41] Pline L’Ancien. Histoire Naturelle, trad. Ernout, A., Les Belles Letres,
París, 1952, Lib. VIII,
Cap. XXXIII, Estr. 78, pp. 49-50, y Ob. Cit., 1962, Lib. XXIX, Cap. XIX, Estr. 66, pp. 41-42.
[42] “De la mordedura de la serpiente y otros reptiles venenosos”, Ob. cit., Tr. I, Lib. I, Cap. XIV, pp. 172-173.
[43] Estudios muy completos sobre la historia son los realizados por
Thomasset, C., Placides et Timéo ou Li secrés as philosophes, Textes
Littéraires Français, ed. Thomasset,
C., Droz, París-Ginebra, 1980, y Une vision du monde à la fin du XIII
siècle. Commentaire du Dialogue de Placides et Timéo, Droz, Ginebra, 1982,
pp. 71-110. El
autor analiza las fuentes y ejemplos de la leyenda en Europa.
[44] Es muy ilustrativo el Levítico
15, Impurezas sexuales de la mujer.
[45] Ob. cit., Lib. VII, p. 386: “En efecto,
todos los chicos y chicas, cuyos cuerpos producían sustancias residuales, al
ser eliminadas estas sustancias nocivas, ya con la emisión del esperma, ya con
el fuego de las reglas, sus cuerpos se vuelven más sanos y se desarrollan
mejor, pues se eliminan los obstáculos que perjudicaban a la salud y al
desarrollo. En cambio, los que se hallaban en una situación contraria, sus
cuerpos se debilitan y enferman”. Véase también De Generatione animalium
(I, 19 y II, 4)
[46] Galeno toma esta idea, a su
vez, de Hipócrates: “Aforismos”, Tratados hipocráticos, I, trad. López,
J.A. Biblioteca Clásica, Gredos, Madrid, 1983, Sec. V, Af. 57, p. 278: “Cuando
la menstruación es excesiva, ocurren enfermedades, y, cuando no tiene lugar, se
producen enfermedades causadas por la matriz”. Tratados Hipocráticos,
IV, “Sobre las enfermedades de las mujeres”, trad. Sanz, L., Gredos, 1988,
Madrid, Mul.I, 2, p.49-51: “Así, pues, cuando a una mujer que no ha dado nunca
a luz se le retira el flujo menstrual y no puede encontrar este camino para
salir afuera, le sobreviene una enfermedad (..)Al cabo de tres meses ésta
mejorará si logra eliminar el flujo menstrual antes retenido. Si no es así, le
ocurrirá lo siguiente: sufrirá sofocos de vez en cuando e igualmente tendrá
fiebre, temblores y dolor en la región lumbar”.
[47] Galeno, Ob. cit.,
Lib.VI, Cap. 5, pág. 377.
[48] Para el tema de las afecciones
venéreas hemos consultado: King, A., y Nicol, C., Les maladies vénériennes,
trad. Delamare, J., Maloine, París, 1965; Brody, S. N., The diseases of the
soul: Leprosy in medieval literatures, Cornell University, Press, Ithaca y
Londres, 1974; Delanoe y Puissant, A., “Les affections transmises par voie
génitale”, Concours médical, 1977; Wisdom, A., Atlas en couleurs de vénérologie,
trad. Polge d’Auttheville, F.
y R. H., Maloine, 1979; Grmek, M. D., Les maladies à l’aube de la
civilisation occidentale, Payot, París, 1983, pp. 199-255; Jacquart, D. y
Thomasset, C., “Lepra y enfermedades venéreas”, Ob. cit., pp. 186-196.
[49] Ob. cit, parte II, Lib VII, Cap. V, pág. 1436.
[50] Rouche, M., “El cuerpo y el
corazón”, en Ariès, P., y Duby, G., Historia de la vida privada. “Del
Imperio Romano al año mil”, IV, Taurus, Madrid, 2001, pág. 474.
[51] E.R. Harvey, The inward wits Psychological theory in the
Middle Ages and Reinassance, Londres, Warburg Institute, 1975. En este libro se describen los
antecedentes médicos-filosóficos, antiguos y árabes, de esta teoría. Entre los
tratados médicos que se hicieron eco de esta enfermedad destacamos el de Arnau
de Vilanova, “Epistola de amore que dicitur heroicus”, ed. M.R. Mc.
Gaugh, en Arnaldi de Villanova Opera medica omnia, Granada-Barcelona,
1985.
[52] “Las Partidas”, Alfonso X el
Sabio Tomo XXIX, selección y notas de M. Cardenal de Tracheta, Biblioteca
lit. Del estudiante, Madrid, 1956, Partida VII, Título XXII, pp. 170-171.
[53] La coincidencia entre las
reglas de las mujeres y el menguante de la luna remite a creencias populares
muy remotas. Dicha concepción será asumida y difundida, ya desde la antigüedad,
por numerosos autores. Entre otros, Aristóteles, que recoge dicha aseveración
en algunas de sus obras. Así, en Historia animalium (Investigación sobre
los animales), cita lo siguiente: “El flujo de la regla se produce a
finales de mes. Por esta razón algunos sabiondos dicen que también la luna es
del sexo femenino, porque hay coincidencias entre las reglas de las mujeres y
los menguantes lunares, y que después del flujo y del menguante la mujer y la
luna recobran su plena integridad” (Ob. cit., pág. 388.). En la Edad
Media estas ideas son recogidas por autores como Gordonio, De las enfermedades
de las mujeres y en primer lugar de la retención de la menstruación”, Ob.
cit., Lib. VII, Cap. VIII, pág. 1145.
[54] Para un estudio sobre la
tipología de la medicina en la Edad Media, remitimos a la obra de Sarton, Introduction
to the History of Science, I-IV, Washington-Baltimore, 1927-1948. Según
este autor, frente a los libros eróticos y a la literatura de ginecología y
obstetricia, se dio un tipo de literatura intermedia, mitad erótica mitad
médica, representada casi exclusivamente por obras arábigas o de autores
arabizados.