Autor: Ignasi
Ribó Labastida (University of Sussex (Reino Unido))
Título Artículo: Galatea o la leche. La
descripción de la belleza femenina en Teócrito, Ovidio y Góngora
Fecha de envío: 16/10/2006
Resumen:
Este
artículo compara la descripción de la belleza femenina en los poemas de
Teócrito, Ovidio y Góngora que tratan el tema del amor de Polifemo por Galatea.
El estudio se centra en la metáfora fundamental utilizada para describirla, la
leche, y se pregunta por qué esta imagen, junto con el tono irónico de Teócrito
y Ovidio, ha desaparecido del poema de Góngora. Se sugiere que la causa está en
el proceso de idealización de la mujer durante el Renacimiento.
Abstract:
This
essay compares the description of feminine beauty in the poems of Theocritus,
Ovid and Góngora that treat the subject of Polyphemus’ love for Galatea. The
study concentrates on the fundamental metaphor used to describe her, i.e. milk,
and wonders why this image, together with Theocritus and Ovid’s ironic tone,
has disappeared from Gongora’s poem. It is suggested that the cause may be
found in the process of idealization of the woman during the Renaissance.
Galatea
o la leche. La descripción de la belleza femenina en Teócrito, Ovidio y Góngora
El tema del
amor del cíclope Polifemo por la bella nereida Galatea tiene una larga
tradición en la literatura occidental. Según parece, fue el ditirambo llamado El cíclope o Galatea, obra del autor helenístico Filoxeno, el que popularizó
esta interpretación humorística y sentimental del mismo personaje que aparece
en la Odisea como un monstruo
sanguinario.[1]
Pero ésta y otras obras que trataron el mismo tema desde la época clásica, como
la de Hermesianacte y posiblemente un buen número de dramas satíricos, nunca
han llegado hasta nosotros. Así pues, es en los Idilios de Teócrito —y sobre todo en el Idilio XI— donde hallamos
el primer texto de referencia y la fuente de los desarrollos posteriores. Entre
éstos hay que destacar, por supuesto, la refundación del género idílico en
manos de Virgilio. En sus Bucólicas,
sin embargo, la historia de Polifemo y Galatea no aparece tratada como un tema
unitario, sino que se refleja en églogas diversas, sobre todo en la segunda,
donde el pastor Coridón se dirige a su amado Alexis en términos muy similares a
los del Polifemo teocriteano.[2] Será, pues, Ovidio quien
retomará la fábula del cíclope y la nereida en el canto XIII de sus Metamorfosis (Ov. Met. 13.750-897) y le dará la forma en la que se inspirarán los
poetas posteriores, desde la Antigüedad tardía hasta el Renacimiento y el
Barroco.
A nivel
temático, la innovación fundamental de Ovidio es la introducción del amante de
Galatea: Acis, el bello hijo del fauno y la ninfa que provocará los celos y la
furia del monstruoso Polifemo. Así, mientras en Teócrito el cíclope se limitaba
a lamentarse del poco caso que le hacía la nereida, al tiempo que intentaba
seducirla con sus “encantos” —en el marco, eso sí, de un diálogo sobre la
virtud del arte como remedio amoroso—, en Ovidio es la misma Galatea la que relata
cómo el gigantesco Polifemo la descubrió in
fraganti y asesinó a su amante aplastándolo bajo una roca. Se trata,
posiblemente, de una elaboración temática supeditada al conjunto de la obra de
Ovidio, puesto que es la transformación de Acis en río lo que permite
introducir esta historia en el tejido de las Metamorfosis; aunque no se puede descartar que este personaje
apareciese ya en alguna versión perdida de la fábula.[3] Para nosotros, sin
embargo, lo importante es que la narración que Ovidio pone en boca de Galatea
recoge un elemento fundamental del idilio de Teócrito: la célebre “canción de
amor” con la que Polifemo se lamenta y al tiempo intenta seducir a la nereida
(Theocr. Id. 11.19-79 y Ov. Met. 13.789-807). Es en estos lamentos
del cíclope donde hallamos, tanto en Teócrito como en Ovidio, la descripción de
Galatea que analizaremos aquí. Pero no nos limitaremos a ver cómo Ovidio recoge
la descripción de Teócrito y la exagera o la transforma, sino que, en un
segundo momento, estudiaremos cómo Góngora (Fábula
de Polifemo y Galatea, 1612), dieciséis siglos más tarde y desde una
estética barroca, retoma el tema a partir de la narración de Ovidio. En la obra
de Góngora no falta el monólogo de Polifemo, ni tampoco el rico retrato de
Galatea, aunque muchos elementos descriptivos aparecen ahora en boca del poeta
y no del amante. Todos ellos, en cualquier caso, serán objeto de nuestro
estudio. Pero no nos preocuparemos tanto de rastrear las fuentes de las
imágenes concretas utilizadas por unos y otros, como de indagar las constantes
y los cambios en la descripción del personaje de Galatea. Esta investigación,
por otro lado, nos debería hacer reflexionar sobre el hecho de que la
descripción de la nereida no es —no puede serlo— una imagen especular, tan
objetiva como la que podría dar un espejo, sino que está cargada de
subjetividad, en este caso la del cíclope. También éste, en las tres obras que
estudiaremos, se describe físicamente, ya sea para “venderse” a Galatea o para
justificarse ante sí mismo —en el fondo no soy tan feo, dice, y además soy
rico. La contraposición entre los rasgos de Polifemo y de Galatea, la bestia y
la bella, la monstruosidad y la belleza, la oscuridad y la luz, es sin duda uno
de los elementos que más han contribuido a despertar el interés de los poetas
por esta fábula, pero también el de los críticos literarios, empezando por
Dámaso Alonso.[4]
Nuestra intención, sin embargo, es mucho más modesta. Intentaremos no perdernos
en un análisis global de cada una de estas obras y nos fijaremos exclusivamente
en las descripciones de Galatea. Así, sin olvidar la subjetividad —la de
Polifemo, pero también la del poeta— que hay detrás de las diferentes
descripciones, intentaremos encontrar la imagen de esa belleza que en la fábula
aparece tan dramáticamente contrapuesta a la fealdad.
Así pues, la
pregunta que nos interesa aquí es: ¿cómo ven a Galatea los poetas? O para ser
más exactos: ¿cómo ve Polifemo a Galatea?
Antes que nada,
es preciso desvelar la descripción que se esconde —por lo menos para un lector
que no tenga conocimientos de griego— en el nombre mismo de la nereida. En Γαλάτεια,
además de una posible referencia al origen étnico (celta) del personaje,
resuena la palabra γάλα, que quiere
decir “leche”. Así pues, con la simple mención del nombre, nos encontramos de
pleno en la metáfora fundamental, casi diríamos la esencia del personaje:
Galatea es “como la leche”.
Que el rasgo
que cabe destacar de esa “leche” que resuena en el nombre de Galatea es la
“blancura” —antes que la frescura, la suavidad o la dulzura— se hace evidente
en la aproximación más superficial a las descripciones de Teócrito y Ovidio. El
incipit del Polifemo de Teócrito es
una exclamación tan elocuente como pleonástica: “¡Blanca Galatea!” (Ὦ
λευκὰ
Γαλάτεια, Id. 11.19). Pero también Ovidio pone en
boca de su gigante estas primeras palabras: “Más blanca, Galatea, que las hojas
nevadas de la alheña” (candidior folio
nivei Galatea ligustri, Met. 13.789).
En este caso, las “hojas nevadas de la alheña” forman parte de una comparación
que se superpone a esa otra imagen oculta en el nombre y que, como hemos visto,
es la metáfora fundamental de la nereida. Tan fundamental es esta comparación
pleonástica —“Galatea es (blanca) como la leche”— que el Polifemo de Teócrito,
después de la primera exclamación, describe a su amada con una imagen que hace
explícita la relación: “más blanca que la cuajada” (λευκοτέρα
πακτᾶς, Id. 11.20). La cuajada sustituye aquí a
la leche (oculta) del primer verso, conservando la misma función metafórica que
aquélla. No sólo eso, sino que la cuajada es
leche; de hecho, el sustantivo participial “cuajada” (como el griego πακτᾶς)
resulta de una elusión del núcleo originario, de manera que el participio
absorbe las cualidades del sustantivo desplazado: [leche] cuajada. Por tanto,
no sólo el primer verso es ya una metáfora oculta, sino que el segundo insiste
en la misma metáfora y constituye así una anáfora. Reduciendo las palabras de
Polifemo a su esqueleto significativo, vendría a decir algo parecido a:
“¡Blanca [como la leche]! [...] más
blanca que la [leche]”.
Pero ¿por qué
la leche?
Antes de
intentar responder a esta pregunta, intentemos reseguir las imágenes que nos
vehiculan la “blancura” por otras vías. Así, en Teócrito las manos de Galatea
son como “lirios blancos” (κρίνα
λευκά, Id. 11. 56), y en Ovidio, además de la comparación inicial con las
“hojas nevadas de la alheña”, se habla de “vid blanca” (vitibus albis, Met.
13.800). Por otro lado, están las imágenes, igualmente visuales, de la
“claridad” o del “brillo”, que podríamos denominar imágenes de la luz, muy
vinculadas a la blancura, aunque con ciertos matices, en las descripciones de
la belleza femenina tradicionales. Así, en Ovidio: “más brillante que el
cristal” (splendidior vitro, Met. 13.791), “más luciente que el
hielo” (lucidior glacie, Met. 13.795) o “clara frente” (nitidum caput, Met. 13.838).
Pero la leche,
que como hemos visto es la metáfora esencial de Galatea, casi su identidad, no
sólo es “blanca”, sino que tiene otras cualidades importantes y que también
ilustran la belleza de la nereida. De este modo, la “frescura”, la “suavidad” y
la “dulzura” son atributos de Galatea que Teócrito y Ovidio hacen surgir en sus
descripciones mediante las comparaciones más variadas. Para Teócrito, Galatea
es “más tierna que un cordero” (ἁπαλωτέρα
ἀρνός, Id. 11.20), “más suave que la uva en agraz” (φιαρωτέρα
ὄμφακος ὠμᾶς, Id. 11.22) o como una “delicada amapola”
(μάκων᾽ ἁπαλὰν, Id. 11.57). Para Ovidio, “más suave que
la concha pulida por el mar” (levior
adsiduo detritis aequore conchis, Met.
13.793) o “más dulce que la uva madura” (matura
dulcior uva, Met. 13.795, que
desarrolla el verso 22 de Teócrito), hasta llegar a un verso clave: “más suave
que la pluma del cisne y que la leche cuajada” (mollior et cycni plumis et lacte coacto, Met. 13.796), en el que el cisne y la leche (cuajada) aparecen
unidos como vehículos de la suavidad, pero también, implícitamente, de la
blancura.
En resumen,
podemos decir que la imagen de la leche
constituye —sobre todo en su carácter de blancura, pero también de frescura,
suavidad/ternura y dulzura— el núcleo descriptivo de Galatea, hasta el punto de
convertir su descripción en una constante metáfora pleonástica. Si el Polifemo
de Teócrito venía a exclamarse algo así como: “¡Blanca como la leche!... Más
blanca que la leche”, el de Ovidio no se queda atrás y se regodea igualmente en
la imagen: “Blanca... como la leche... dulce y suave como leche cuajada”.
Pero,
insistimos, ¿por qué la leche?
Está claro que
la leche tiene una serie de características que permiten visualizar los
atributos de la mujer hermosa, básicamente de su piel, de una manera poéticamente eficaz. Ya los hemos visto:
blancura, frescura, suavidad, dulzura. Se trata, pues, de una imagen “natural”,
que podemos encontrar en otras tradiciones —por ejemplo, en el Cantar de los
Cantares: “miel y leche hay debajo de tu lengua” (4:11)— y que tendrá una larga
vigencia en la poesía occidental. Esto no explica, sin embargo, la centralidad
de esta imagen en el caso de Galatea. Como hemos visto, a la nereida también se
la compara con la “uva en agraz” o con la “delicada amapola”, pero estos
elementos no constituyen, como la leche, núcleos metafóricos esenciales. Lo que
hace que la leche sea un vehículo tan valioso en este caso, además de su
efectividad poética, es el contexto referencial de la fábula. Y es este mismo
contexto el que nos dará la clave para situar muchas de las otras metáforas que
se utilizan para describir la belleza de Galatea.
No debemos
olvidar que la Sicilia mítica donde se desarrolla esta historia es un entorno
básicamente rural y que su protagonista, Polifemo, no es tan sólo un horrendo
gigante, sino también un pastor. Él
mismo presume de ello: “Apaciento mil cabezas de ganado, yo mismo las ordeño y
bebo la mejor leche” (Ἀλλ᾽ ωὑτὸς
τοιοῦτος ἐὼν
βοτὰ χίλια
βόσκω, κἠκ
τούτων τὸ
κράτιστον ἀμελγόμενος
γάλα πίνω, Id. 11.34-35) o “Todos los animales son
míos; muchos vagan por los valles, otros se ocultan en los bosques o se
guarecen en las cavernas. [...] La leche, como la nieve, nunca me falta; una
parte para beber, la otra cuajada.” (hoc
pecus omne meum est, multae quoque vallibus errant, multas silva tegit, multae
stabulantur in antris [...] lac mihi semper adest niveum: pars inde bibenda
servatur, partem liquefacta coagula durant, Met. 13.821-822, 829-30). Basta con estos dos fragmentos para
comprender el sentido profundo de la imagen de la leche en esta fábula. No es
sólo que la leche sea una metáfora capaz de trasladar eficazmente al lector la
blancura, frescura, suavidad o dulzura de la piel de Galatea, sino que se trata
de la imagen que viene inmediatamente a la mente del pastor Polifemo cuando
quiere comparar a su amada con lo más deseable y lo más valioso. La leche
tiene, así, una doble función. Por un lado, es la metáfora que aparece naturalmente
en la memoria visual de Polifemo para describir las cualidades físicas de
Galatea; no se entendería, por ejemplo, que Polifemo comparase su blancura a la
del marfil o a la del mármol, materias fuera de su contexto habitual. Pero
además es el referente de valor que permite a Polifemo ensalzar el objeto de su
deseo —no olvidemos que pretende seducirla— y compararla con lo más alto, lo
más precioso, lo mejor; nuevamente, sería absurdo que Polifemo utilizase
unidades de valor como el oro o la plata. Se podría llegar a decir, si
quisiéramos franquear un poco atrevidamente el límite entre la realidad y la
ficción, que ha sido él mismo quien le ha puesto el nombre de Galatea — ¿tal
vez porque no sabía cómo se llamaba en realidad?— ya que era el nombre que mejor
describía lo más preciado y hermoso en su rústico mundo.
Pero,
obviamente, no ha sido él, sino el poeta o los poetas, los que han establecido
este vínculo tan estrecho, ineludible incluso, entre la nereida Galatea
—“(blanca) como lo leche”— y el fiero pastor siciliano. Y como era de esperar,
el resto de imágenes que Teócrito y Ovidio ponen en boca del cíclope se mueven
dentro del mismo contexto de referencia que la leche, aunque ya no sean tan
esenciales como aquélla. Así, por ejemplo, vemos cómo el Polifemo de Teócrito
dice de Galatea que es “más tierna que un cordero,
más vivaz que una ternera, más suave
que la uva en agraz” (ἁπαλωτέρα
ἀρνός, μόσχω
γαυροτέρα,
φιαρωτέρα ὄμφακος
ὠμᾶς, Id.
11.20-22, mi énfasis); imágenes todas ellas sacadas del mundo rústico del
gigante. Ovidio, por su parte, en un lenguaje mucho más artificial y amanerado
que el de Teócrito, desarrolla la descripción de la belleza de Galatea,
lanzándose a una enumeración de las virtudes físicas y morales de la nereida,
pero sin salirse nunca del marco de referencia rural que exige el tema. Así, su
Polifemo compara a Galatea con la “alheña” (ligustrum),
el “prado” (pratum), el “aliso” (alnus), el “cristal” (vitrum), el “cabritillo” (haedus), la “concha” (concha), la “sombra en el verano” (aestiva umbra) o el “sol de invierno” (solibus hibernis), las “manzanas” (pomi), el “plátano” (platanus), el “hielo” (glacies), la “uva” (uva), la “pluma” (pluma),
para acabar diciéndole que es “más bella que el huerto recién regado” (riguo formosior horto, Met. 13.789-799). Comparando estas dos
series de referentes —mucho más extensa en el latino— podríamos llegar a la
conclusión de que Ovidio ha sedentarizado al gigante Polifemo, otorgándole un
interés por la fruta y el huerto que en Teócrito era tal vez más difuso. Pero aquí no nos
interesa tanto la figura de Polifemo como la de su amada.
Es importante, por tanto, que intentemos discernir el sentido que subyace a
estas comparaciones; no ya lo que Polifemo pretende decir, sino lo que el poeta
pretende que Polifemo diga.
En ese sentido,
conviene mirar con un poco más de atención el movimiento estructural que
subyace en la descripción de Teócrito y que después mantendrá, ampliándolo,
Ovidio. Si nos fijamos en los versos que siguen a la primera invocación —“¡Blanca
Galatea!”— nos daremos cuenta de que constituyen dos conjuntos descriptivos
diferentes y simétricos. En el primero, las imágenes utilizadas evocan los
atributos de Galatea, lo que llamaríamos su atractivo:
“tú que pareces más blanca que la cuajada, más tierna que un cordero, más vivaz
que una ternera, más suave que la uva en agraz” (λευκοτέρα
πακτᾶς ποτιδεῖν,
ἁπαλωτέρα ἀρνός,
μόσχω γαυροτέρα,
φιαρωτέρα ὄμφακος
ὠμᾶς, Id.
11.20-21). En el segundo, en cambio, se hace hincapié en la inaccesibilidad de la nereida, empleando
una metáfora única que recoge los elementos positivos de las anteriores
—blancura, ternura, alegría— pero para convertirlos en causa de contraste y
desasosiego: “huyes como una oveja al ver aparecer el lobo gris” (φεύγεις
δ᾽ ὥσπερ ὄϊς
πολιὸν λύκον ἀθρήσασα, Id. 11.24). Polifemo desea a Galatea
porque es blanca, tierna y vivaz, pero esas cualidades la convierten en una
oveja que huye al ver al lobo, es decir, a él mismo. Esta estructura se repite
en Ovidio, pero ahora el paralelismo está remarcado por una larga enumeración
de atributos distribuidos en dos estrofas diferentes. Así, en los versos
789-799, como hemos visto antes, el atractivo
de Galatea es descrito con una serie de metáforas y comparaciones sacadas del
entorno rural de Polifemo. A continuación, entre los versos 800 y 807, es la inaccesibilidad de la nereida la que es
objeto de un exhaustivo y vertiginoso retrato metafórico en el que vuelven a
aparecer referentes del entorno rural: “más rebelde que un novillo salvaje” (saevior indomitis iuvencis), “más dura
que una vieja encina” (durior annosa
quercu), “más traicionera que las olas” (fallacior undis), “más correosa que las ramas del sauce y que la
vid blanca” (lentior et salicis virgis et
vitibus albis), “más tenaz que estos peñascos” (his inmobilior scopulis), “más turbulenta que el torrente” (violentior amne), “más soberbia que el
pavo real” (audato pavone superior),
“más arisca que el fuego” (acrior igni),
“más punzante que el abrojo” (asperior
tribulis), “más feroz que una osa preñada” (feta truculentior ursa), “más sorda que el mar” (surdior aequoribus), “más virulenta que
una serpiente pisoteada” (calcato
inmitior hydro), “no sólo más ligera que un ciervo huyendo de los ladridos”
(non tantum cervo claris latrabitus acto),
“sino más fugaz incluso que el viento y los pájaros en el aire” (verum etiam ventis volucrique fugacior aura).
Como puede verse, aunque el entorno de referencia continúa siendo el rural, los
elementos que aparecen en esta enumeración se contraponen a los de los versos
anteriores, ya que pertenecen, en general, al universo de las fuerzas naturales
—y por tanto incontrolables— frente a aquellos otros elementos sometidos al
hombre o que le son en cierta manera propicios. Así, lo que en Teócrito sólo
era una correspondencia sugerida, se convierte en Ovidio en un paralelismo
sostenido.
Resulta lógico
suponer que unas estructuras descriptivas tan elaboradas hayan de tener alguna
causa interna, una motivación que vaya más allá de los factores estilísticos.
Podríamos pensar que esta motivación es de tipo psicológico-realista, es decir,
que Teócrito y Ovidio hubiesen intentado que el monólogo de Polifemo fuese lo
más verosímil posible, poniendo en su boca aquellas comparaciones e imágenes
que más naturalmente le vendrían a la cabeza en una situación así. Es una
explicación plausible, pero en absoluto concluyente. Tomemos la declaración del
cíclope de Teócrito un poco más adelante: “Ojalá fuese una criatura marina,
para sumergirme hasta ti y besarte la mano, si no me permitieras hacerlo en la
boca, y traerte lirios blancos, o una delicada amapola con sus pétalos rojos”.
(Ὤμοι, ὅτ᾽ οὐκ ἐτεκέ
μ᾽ ἁ μάτηρ
βράγχι᾽ ἔχοντα,
ὡς κατέδυν ποτὶ
τὶν καὶ τὰν
χέρα τεῦς ἐφίλησα,
αἰ μὴ τὸ στόμα λῇς,
ἔφερον δέ τοι ἢ
κρίνα λευκά ἢ
μάκων᾽ ἁπαλὰν ἐρυθρὰ
πλαταγώνι᾽ ἔχοισαν, Id. 11.54-57). Aquí nos encontramos con
una imagen fijada por la tradición, ya incluso en la época helenística. La
combinación del blanco y el rojo, de los lirios y la amapola, de la mano blanca
y los labios rojos, forma parte del repertorio poético para describir la
belleza femenina y no tendría nada de sorprendente en el discurso de un amante
apasionado. Pero he aquí que Polifemo, después de hacer esta comparación tan
poética, dice: “Pero ésta [la amapola] es del verano, mientras que los otros
[los lirios] nacen en invierno, así que no podría traértelos todos a la vez” (ἀλλὰ
τὰ μὲν θέρεος, τὰ
δὲ γίνεται ἐν
χειμῶνι, ὥστ᾽ οὔ
κά τοι ταῦτα
φέρειν ἅμα
πάντ᾽ ἐδυνάθην, Id. 11.57-58). En una lectura
psicológico-realista, este comentario es claramente incongruente e
inexplicable. De hecho, parece que el
cíclope se esté riendo de sus palabras anteriores y, por ende, ¡de toda la
tradición poética! Lo que sucede en realidad es que aquí se hace visible un
elemento que, si nos fijamos bien, subyace a todo el discurso del cíclope. Ese
elemento es la ironía.
Descubrimos
entonces que todo lo que habíamos estado leyendo en un sentido se vuelve, de
pronto, equívoco. La ironía tiñe la imagen más inocente de indeterminación y de
ambigüedad. Cuando Polifemo canta: “¡Blanca Galatea!, ¿por qué rechazas a quien
tanto te ama, tú que pareces más blanca que la cuajada, más tierna que un
cordero, más vivaz que una ternera, más suave que la uva en agraz?” (Id. 11.19-21), ¿está describiendo a la
amada con las comparaciones más hermosas de su mundo? O bien ¿se está poniendo
en ridículo? La cuestión, claro, no la podremos discernir a nivel del
personaje. Es el poeta quien decide poner en escena un monstruo romántico y
sentimental que ensalza como puede a su amada o un ridículo patán que la reduce
a un tazón de cuajada. El problema —o la virtud— de la ironía es que se mueve
siempre en la ambigüedad y no permite zanjar la cuestión en un sentido o en
otro. Por eso se han podido hacer tanto lecturas románticas de este Idilio, muy
abundantes en la tradición, como claramente burlescas, aunque tal vez estas
últimas no hayan sido tan comunes. En cualquier caso, ninguna de las dos
lecturas es equivocada; precisamente porque el sentido de las palabras de
Polifemo es equívoco, es irónico.
Pero no sólo Teócrito, también Ovidio se mueve en el terreno inestable de la
ironía, y su Polifemo es tan ambiguo como el de su modelo griego. La diferencia
—y tal vez por eso la tradición ha tendido a tomarse más en serio, más
“románticamente”, el Polifemo de Ovidio que el de Teócrito— es que el latino no
lleva la ironía hasta la parodia.
Quedémonos,
pues, con la ambigüedad inherente a la descripción de Galatea en las obras de
los dos autores clásicos y pasemos a examinar en qué medida se transforma esta
imagen en un autor tan lejano en el tiempo y en la concepción estética como es
Góngora. Antes, sin embargo, debemos advertir que nuestro interés aquí no es
llegar a una comprensión global de la obra de Góngora —tarea, por otra parte,
ciclópea, tal como demuestran los ingentes trabajos de Dámaso Alonso[5] y de Antonio Vilanova.[6] Así que no nos detendremos
en los problemas de retórica y estilística que plantean los abigarrados conceptos creados por el poeta cordobés,
ni nos preocuparemos de desentrañar las complejas estructuras sintácticas que
tanto contribuyen a su famoso hermetismo. Vamos, pues, a concentrar toda
nuestra atención en las imágenes que el poeta utiliza para describir la belleza
de Galatea, reduciéndolas cuando haga falta a sus elementos fundamentales, aún
a costa de desfigurar el preciosismo barroco del original.
Una de las primeras
diferencias que advertimos entre Góngora y los autores clásicos vistos
anteriormente es que en aquél la descripción de Galatea no se limita a las
palabras de Polifemo. De hecho, es en las estrofas 13 y 14 donde encontramos
—en voz del poeta— la más amplia descripción de la belleza de la nereida.
Luego, en la estrofa 46, siguiendo los modelos clásicos, es el mismo Polifemo
quien ensalza los atributos de su amada. Pero lo hace sin romper el tono del
conjunto, en el mismo estilo lírico y con imágenes muy parecidas a las que
había utilizado el poeta anteriormente. No entraremos en valoraciones estéticas
de esta fusión o falta de definición de la voz enunciativa en el caso de
Góngora —en esto tan alejado de Teócrito, por ejemplo. Pero sí que tomaremos nota
de ello, sobre todo porque es el indicio de un cambio profundo en el contexto
referencial de la descripción de Galatea. Más allá de quién enuncie qué en cada
momento, la pregunta es: ¿quién describe a Galatea en el poema de Góngora:
Polifemo o el poeta? Más aún: ¿hasta qué punto sigue habiendo un Polifemo en el
poema? ¿Y una Galatea?
Pero vayamos
por partes. Hemos visto en el análisis anterior que el atributo fundamental de
Galatea es la “blancura” de su piel, que los poetas clásicos vehiculaban
principalmente a través de la imagen de la “leche”. En Góngora, la belleza de
Galatea sigue centrada en la blancura de su piel, pero las imágenes mediante
las cuales esta blancura se hace presente son significativamente distintas.
Así, el rostro de Galatea es como la “blanca pluma” del “cisne” o como una
“roca de cristal” (vs. 102-104), su frente es más blanca que “la perla” (v.
109), sus miembros son como “nieve” (v. 180), sus pechos son “fugitivo cristal,
pomos de nieve” (v. 328), “cristalinos pámpanos sus brazos” (v. 353), su piel
es más blanca “que las plumas de aquel ave [el cisne]” (v. 363), su pie es
“blanco” (v. 374), y toda ella, “fugitiva nieve” (v. 482). Vemos, pues, que la
blancura de Galatea se compara fundamentalmente a la del cisne, la nieve y la
perla; mientras que el cristal juega un papel auxiliar, destacando su
transparencia, su extrema blancura.
La pregunta es:
¿adónde ha ido a parar la leche?
Intentemos
reseguir el origen —las fuentes— de las imágenes que utiliza Góngora.
Examinemos, en primer lugar, los versos “Son una y otra luminosa estrella /
lucientes ojos de su blanca pluma:” (vs. 101-102), donde se comparan los ojos
de Galatea con las estrellas y su rostro blanco con la pluma de un cisne. Como
hemos tenido ocasión de ver, ni Teócrito ni Ovidio habían utilizado la
comparación “ojos como estrellas” en sus descripciones. Así pues, ¿de dónde ha
sacado Góngora esta imagen? Las fuentes, como se desprende del detallado
estudio de Antonio Vilanova (1992: I, 614-618), son innumerables: el mismo Ovidio,
por ejemplo, en el primer libro de las Metamorfosis
—“sideribus similes oculos”,
13.498-99— o Petrarca en el Canzionere —“gli occhi eran due stelle”, CLVII; “e l’una e l’altra stella”, CCXCIX— entre
otros muchos. Hasta aquí, pues, podemos estar tranquilos. Parece que Góngora no
ha hecho más que trasladar un tópico clásico y renacentista a la descripción de
la nereida. Ni Teócrito ni Ovidio habían creído oportuno comparar los ojos de
Galatea con estrellas, pero no parece que hubiese ninguna razón a priori para no hacerlo. La segunda
parte de la comparación plantea, sin embargo, problemas más embarazosos. Para
intentar sacar algo en claro, tomemos la célebre estrofa 46: “¡Oh bella
Galatea, más süave / que los claveles que tronchó la aurora; / blanca más que las
plumas de aquel ave / que dulce muere y en las aguas mora; / igual en pompa al
pájaro que, grave, / su manto azul de tantos ojos dora / cuantas el celestial
zafiro estrellas!” (vs. 361-367). Aquí, además de dos nuevas metáforas —una de
ellas, “los claveles que tronchó la aurora”, innovación de Góngora— tenemos el
mismo doblete de imágenes que hemos visto en los versos anteriores:
ojos-estrellas y piel blanca como las plumas del cisne. Resiguiendo el estudio
de Antonio Vilanova (1992: II, 441-482), podemos observar que la estructura
estilística de esta estrofa resulta de la contaminación de dos fuentes
principales. Por un lado, Virgilio: “Oh, nereida Galatea, más dulce para mí que
el tomillo de Hibla, más blanca que los cisnes, más hermosa que la pálida hiedra”
(Nerine Galathea, thymo mihi dulcior
Hyblae / candidior cycnis hedera formosior alba, Virg. Ec. 7.37-38). Por el otro, el ya conocido verso de Ovidio: “más
suave que la pluma del cisne y que la leche cuajada” (mollior et cycni plumis et lacte coacto, Met. 13.795). Como puede observarse, no hay ningún rastro del lacte coacto de Ovidio en el verso de
Virgilio, que prefiere utilizar la hedera
para visualizar la piel blanca de Galatea. Sin embargo, que la leche, para
decirlo de alguna manera, deje de ser un término de comparación útil en estos
versos no significa que Virgilio esté abandonando el contexto metafórico del
tema bucólico; en ese sentido, la hiedra es igualmente válida. Pero es que ni
siquiera significa, como podría parecer a primera vista, que Virgilio se haya
olvidado de la leche. Todo lo contrario. No olvidemos que la Bucólica VII es un
carmen amoebaeum, un torneo poético
donde los contrincantes se responden con versos simétricos. Y ¿a qué está
respondiendo Coridón con su candidior
cycnis? Pues a los siguientes versos de Thyrsis: “Bastante tienes, ¡oh,
Priapo!, con esperar cada año un tarro de
leche y estas tortas” (Sinum lactis
et haec te liba, Priape, quotannis exspectare sat est, Ec. 7.33-34, mi énfasis). Es decir, que el Coridón de Virgilio hace
referencia a Galatea porque antes Thyrsis
ha utilizado la imagen de la leche. En este contexto, hubiese sido una
repetición burda e innecesaria volver a mencionar la leche; la cual, por otra
parte, ya está contenida en el nombre de la nereida.
Pero ¿qué
justificación pudo tener Góngora para —él sí— olvidarse de la leche?
No parece que
haya nada en el gusto estético de la época que hubiese impedido a Góngora
imitar a su ilustre predecesor latino y comparar la blancura de Galatea con la
leche, además de con el cisne. La prueba la tenemos en los versos de la Fábula de Acis y Galatea de Carrillo y
Sotomayor, publicada sólo un año antes que el Polifemo de Góngora: “Compite al blando viento su blandura / –de
cisne blanca pluma– y en dudosa / suerte la iguala, de la leche pura / la nata
dulce y presunción hermosa” (vs. 14-17), donde la leche no sólo no desaparece,
sino que ¡incluso se convierte en nata! Pero también Garcilaso, en el carmen amoebaeum de la Égloga III, hacía que Tirreno dijese de su amada
Flérida que era “más blanca que la leche” (v. 307). Así pues, si el “príncipe
de los poetas castellanos” se había permitido comparar a una ninfa “cualquiera”
con la leche, ¿qué impedía a Góngora comparar a Galatea con ella misma?
Tal vez
encontremos alguna explicación a esta omisión, ciertamente sorprendente,
indagando en la poesía que hace de puente entre las fuentes clásicas y el
Barroco, es decir, en el Renacimiento italiano. Lo primero que constatamos es
que la “leche”, como elemento de comparación de la tez femenina, se vuelve
extremadamente inusual en la tradición que se inicia con el dolce stil novo. Así, no hay ningún
rastro de esta metáfora en la Vita Nuova
de Dante (1293), como tampoco en el Canzionere
de Petrarca (1374). Pero ¿qué hay de extraño en ello? Al fin y al cabo, a
diferencia de la Galatea de Teócrito y de Ovidio, ni la Beatrice de Dante ni la
Laura de Petrarca viven en un entorno rural. Y los poetas que cantan a sus
musas no lo hacen transformándose en un personaje como Polifemo, un ganadero entre
terrible y ridículo que no ha salido jamás de su pequeño mundo siciliano. Así
pues, tendremos que buscar en aquellos poemas del Renacimiento italiano que
intentan recrear un mundo pastoril o bucólico para encontrar las escasas
imágenes de bellas mujeres “blancas como la leche”. Por ejemplo, Ergasto en la Arcadia de Sannazaro (1504): “Menando un giorno gli agni presso un fiume,
/ vidi un bel lume in mezzo di quell'onde, / che con due bionde trecce allor mi
strinse, / e mi dipinse un volto in mezzo al core / che di colore avanza latte e rose” (Ecloga 1, mi énfasis). Pero
también, en la descripción de la mismísima Galatea que encontramos en las Stanze (1478), donde Angelo Poliziano
imita claramente a Ovidio: “ch’ella è
bianca più che il latte” (estrofa 117). Estas fugaces apariciones de la
leche no pueden, sin embargo, ocultar el importante déficit láctico en el
repertorio metafórico del Renacimiento italiano. Hemos visto que esta falta de
leche en Dante o en Petrarca podía explicarse de una manera sencilla
atribuyéndola a los cambios en la temática y en el entorno de referencia
respecto a las ficciones bucólicas anteriores. Así pues, en la nueva poesía, de
carácter eminentemente urbano, no quedaría lugar para la leche y sus derivados.
Este razonamiento vendría reforzado por el hecho de que la leche sólo es
utilizada, y muy fugazmente, por aquellos poetas que siguen la tradición
bucólica: Sannazaro, Poliziano, Garcilaso o Carrillo y Sotomayor, como hemos
visto. Pero entonces aparece un cordobés con muchas ínfulas, don Luis de
Góngora, y nos presenta un poema de temática aparentemente bucólica, con unos
protagonistas y una historia de larga tradición, que no se sale del entorno
rural y que imita decididamente los modelos anteriores. Pero resulta que en
este poema no hay leche. Más aún: la
leche se evita, se oculta, se elimina.
¿Qué es lo que
ha sucedido?
Lo que ha
sucedido podríamos resumirlo con un verso del propio Góngora: “deidad, aunque
sin templo, es Galatea” (v. 152). La espiritualización de la mujer, su
divinización casi, en manos de los renacentistas italianos —Dante, Cavalcanti,
Petrarca, Ficino, Bembo— impregna desde el primer hasta el último verso de este
poema, alejando radicalmente a la Galatea gongorina de la de Teócrito y Ovidio.
Debido en parte a la herencia del amour
courtois y a la influencia del neoplatonismo, la figura femenina se había
convertido durante el Renacimiento italiano en un ser idealizado, la
manifestación terrenal de una Belleza hipostasiada, cuya función fundamental
era conducir al amante hasta el Uno o principio universal, en definitiva, a
Dios. Como señala Marina Zancan,[7] la mujer “è metafora complessa del nuovo e garanzia
del valore del pensiero che lo riflette: essa è una immagine antica e
ancestrale di valori umani e divini insieme, proiezione totalmente astratta di
un corpo reale e materiale; è, infine, un simbolo forte e persuasivo che già la
tradizione cristiana aveva elaborato come tramite privilegiato e passivo alla
conoscenza della vera verità”. En este contexto metafísico, ¿cómo comparar
a Galatea con la leche?
Y con la leche desaparece la
ironía, la ambigüedad que habíamos encontrado en los poemas de Teócrito y
Ovidio. Todo se vuelve grave y trascendental. Polifemo ya no ofrece a Galatea
corderos y cabritos, cuajada y dos cachorros de osa, sino un arco de marfil,
con su bruñida aljaba, ¡regalo del rey de Malaco! ¿Cómo podría Galatea quedar
indemne? Ahora la vemos pisar la arena con su “blanco pie” que “conchas
platea”, “cuyo bello contacto puede hacerlas, sin concebir rocío, parir
perlas.” (vs. 374-376). Pero ya no la veremos, ¿como podríamos?, huyendo “como
una oveja al ver aparecer el lobo gris” (Id.
11.24), ni pataleando rebelde cual “novillo salvaje” (Met. 13.796). Y ahora que don Luis de Góngora y Argote les ha
arrebatado la leche, cabe preguntarse si podemos seguir llamando Galatea a
Galatea, e incluso Polifemo a Polifemo. ¿O es que acaso el divino cordobés
hubiese podido escribir sin pestañear la Fábula
del Charlatán y la Lechosa?
[1] cf. M. Brioso
Sánchez, Bucólicos griegos, Madrid
1986, 140-144.
[2] cf. J. Moore-Blunt, “Eclogue 2. Virgil’s Utilisation
of Theocritean Motifs”, Eranos 75,
1977, 23-43.
[3] cf. F. Bömer, P.
Ovidius Naso, Heidelberg 1982, 410
[4] “Monstruosidad
y belleza en el Polifemo de Góngora”, en Poesía
española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, Madrid 1966 (=1950),
315-392.
[5] Góngora y el Polifemo, Madrid, 1967.
[6] Las fuentes y los temas del Polifemo de Góngora,
Barcelona, 1992 [1ª ed. 1957].
[7] “La donna”, en Letteratura Italiana. Le Questioni,
Torino 1986, 771.