"Poner la cabeza
del público en movimiento. Conversación con Juan Mayorga
en dos actos" Por Vanessa Monfort
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LA VANGUARDIA DIGITAL: "Perfil.
Juan Mayorga frente a Maurice Rossel"
Doctorado en Filosofía y licenciado en Matemáticas,
el madrileño Juan Mayorga es ya, más que un valor emergente, un valor
consolidado de la dramaturgia española más reciente. Un teatro con la
verdad por horizonte
Mayorga es un preciso cerrajero que usa como ganzúa
unos estudios de Filosofía que impregnan su teatro |
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Palabras, y no golpes de efecto, ésa es su receta
contra el teatro que se mide con la industria del espectáculo |
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DAVID BARBA - 18/01/2006
Maurice Rossel, un hombre compasivo, visita el gueto de Theresienstadt
para inspeccionar las condiciones de los cautivos. Es delegado de la
Cruz Roja en el Berlín de 1944. Le acompaña un comandante de las SS
y el responsable judío del lugar. Ve una escuela, un colegio, una sinagoga.
Ve unas rampas que unen las vías de tren con un hangar. "Es la enfermería.
A la rampa los judíos le llaman Himmelweg, que quiere decir camino
del cielo", asegura el comandante. Y Rossel, incapaz de abrir puerta
alguna para comprobar que todo es un decorado, vuelve tranquilo a Berlín
mientras los habitantes del gueto continúan siendo aniquilados. A partir
de esta anécdota, Juan Mayorga (Madrid, 1965) escribió Himmelweg,
estrenada en 2003 en Málaga y representada en el Centro Dramático Nacional
y el Royal Court de Londres. "Maurice Rossel me interesa porque se parece
a mucha gente que conozco. O porque me reconozco en él". Rossel prefiere
creer lo que le muestran. "El colegio, el teatro, la sinagoga, le dicen,
y él acepta que detrás de las puertas están realmente el colegio, el
teatro y la sinagoga. Si hubiera abierto alguna de esas puertas, habría
descubierto que se hallaba envuelto por un gran decorado".
Quizás buena parte de la actual relevancia de Mayorga en el teatro español
resida no sólo en su capacidad para traspasar los decorados sociales;
es que, además, es capaz de hacerlo sin recurrir a la patada en la puerta,
como a veces perpetra con ánimo rupturista el teatro contemporáneo.
El autor de Cartas de amor a Stalin -una pieza sobre las difíciles
relaciones entre arte y poder- es un fino engrasador de mecanismos teatrales,
un cerrajero preciso que usa como ganzúa maestra unos estudios de Filosofía
(se doctoró con una tesis sobre Walter Benjamin) que han impregnado
su teatro. Licenciado también en Matemáticas, antes que hombre de escena
fue un escritor de narrativa que no había pisado una sala más que como
espectador. "No puedo presumir de haber acarreado focos desde la adolescencia.
Sin embargo, mi compromiso con el arte dramático es cada vez más profundo".
Siete hombres buenos, su primer texto, le supuso el accésit del
Premio Bradomín en 1989. Pero no entraría de lleno en el mundo de las
tablas hasta que Guillermo de las Heras, su primer director fetiche,
estrenó El sueño de Ginebra en 1996. "No he conocido nunca el
conflicto entre autor y director". Tampoco conoce más conflicto con
Andrés Lima y Animalario -sus actuales fetiches- que el generado en
la sociedad por obras como Hamelin (2005), Premio Nacional de
Teatro, o Alejandro y Ana: lo que España no pudo ver del banquete
de la boda de la hija del presidente (2003, un Premio Max), que
fue nuestra catarsis teatral ante la pompa del aznarato.
Para Mayorga, el teatro, la filosofía y la política son mundos superpuestos.
"La filosofía y el arte tienen como misión decir la verdad. Lo que no
significa que posean la verdad y sepan expresarla, sino que la verdad
es su horizonte". Como la filosofía, el arte desvela la realidad, la
hace visible. "Sófocles en Antígona o Calderón en La vida
es sueño fueron capaces de mostrar las contradicciones de su tiempo
gracias a la escena". Himmelweg es, en este sentido, una obra
plenamente política. También lo es Hamelin, que plantea un caso
de abusos a menores donde el mundo de los acusadores -funcionarios,
periodistas- fabrica un discurso coherente y el de los desposeídos,
en cambio, no encuentra palabras para defenderse. "Mi padre me contó
que iba a una escuela tan pobre que tenía que llevarse la silla de casa";
un recuerdo que le sirvió para estructurar esta contundente reflexión
sobre el lenguaje como espacio de dominación: "la pobreza empieza por
la pobreza del lenguaje". En Hamelin, unos padres a los que se
les ha retirado la custodia de sus hijos se reencuentran con ellos en
una escuela hogar. Y sólo serán capaces de decir banalidades, no tienen
palabras para ordenar lo que les ha ocurrido.
La sociedad y sus tensiones siempre están presentes en los textos de
Mayorga, para quien el teatro se hace en asamblea, dialoga con la ciudad.
"No es posible hacer teatro y no hacer política. Por eso piden un imposible
quienes reclaman a las gentes de teatro que no se metan en política."
Él lo hizo a conciencia durante la guerra de Iraq de la mano de Animalario
y montajes como Alejandro y Ana. "Fue una obra de coyuntura,
de guerra. Andrés Lima me vino a ver con el Hola! en la mano,
lo desplegó para mostrarme el banquete de El Escorial y me dijo: ¡tenemos
que hacer algo! Desde entonces, uso la expresión Teatro Histórico
de Urgencia para referirme a esta clase de espectáculos. Nuestro
sueño sería hacer teatro sobre lo que acaba de pasar". Para ello, es
indispensable dedicar toda la madera escénica a construir la narración;
en cuanto al atrezzo, Mayorga se impone sobriedad. "Hamelin es
una obra tan pobre que necesita que el espectador ponga, con su imaginación,
la escenografía, el vestuario". Y es que, sólo con las palabras, "Sófocles,
Shakespeare o Calderón podían convertir el pequeño escenario en una
ciudad invadida por la peste, un mar tempestuoso o un castillo polaco".
Palabras, y no golpes de efecto: ésa es su receta contra el teatro de
shock. "El shock es un elemento fundamental en el cotidiano existir
del trabajador/ consumidor contemporáneo", ante el que el mundo se convierte
en una secuencia de golpes de efecto que no dejan huella en la memoria.
Andrew Darley, teórico de la comunicación, ha escrito en Cultura
visual digital que el cine de finales de siglo XX ha vuelto a sus
orígenes de espectáculo de feria donde lo de menos es la narración.
El teatro contemporáneo a menudo padece el mismo síndrome. "Una obra
puede ser reaccionaria incluso utilizando tecnología punta. El teatro
a veces quiere medirse con la industria del espectáculo: una operación
suicida. En su pequeñez, en su capacidad de convocar a la ciudad en
un aquí y ahora precario pero hermoso, reside todo su sentido. En la
memoria del espectador no hay nada tan precioso como el pequeño gesto".
Tal sencillez contrasta con la tensión de un teatro de profunda vocación
crítica: "como ciudadano, me interesa que haya recursos para la disidencia,
sobre todo para aquella disidencia que está en peligro porque no sabe
convertirse en mercancía. Sé que de la autonomía de una cultura crítica
depende mi propia autonomía. Por eso, nada me interesa tanto como una
cultura que haga de mí y de mis conciudadanos una comunidad crítica".
También como ciudadano, Mayorga le reclama esa cultura crítica a la
ciudad. A todos nosotros. Desde su compromiso con la verdad del teatro,
sus textos nos invitan a abrir las puertas de los decorados sociales
para encarar su vacuidad. De otra forma, estaremos condenados a convertirnos
en seres bienintencionados, en nuevos Maurice Rossel.
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- ANIMALES NOCTURNOS (2004)
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ABC, 20 DE NOVIEMBRE DE 2004. Pedro Manuel Víllora
Juan Mayorga y sus animales humanos
El estreno de Himmelweg, que abre la temporada del Centro Dramático
Nacional, y la actualidad de otros montajes y publicaciones confirman
a Juan Mayorga como una de las más sólidas voces del teatro
español contemporáneo
La urgencia periodística quiere que Juan Mayorga (Madrid, 1965)
sea el joven dramaturgo de moda o del momento, algo que se justifica
en sus recientes estrenos de Últimas palabras de Copito de Nieve
en el Nuevo Teatro Alcalá y Himmelweg (Camino del cielo), Premio
Enrique Llovet 2003, en el Centro Dramático Nacional, institución
que ya programó en su día otras dos obras suyas, Cartas
de amor a Stalin y El jardín quemado –si bien el estreno
de esta última no llegó a producirse– además
de su versión de La visita de la vieja dama de Dürrenmatt;
y a ello hay que añadir la inclusión de su Hamelin en
la temporada actual del Teatro de la Abadía y las reposiciones
tanto de su exitosa colaboración con Juan Cavestany para la compañía
Animalario titulada Alejandro y Ana (Lo que usted no pudo ver de la
boda de la hija del presidente) como de la inquietante Animales nocturnos
para La Guindalera de Juan Pastor. Tal vez Juan Mayorga esté
de actualidad, pero a estas alturas, después de más de
quince años publicando y estrenando una de las escrituras teatrales
más apasionantes del periodo, tal vez habría que ir despojándolo
de etiquetas que, no por elogiosas, dejan de ser reductoras.
Evolución de estilos y géneros
Juan Mayorga es, simplemente, un autor de textos fundamentales que vertebran
la realidad del teatro contemporáneo. Sin él, se hace
muy difícil entender la evolución del teatro de hoy, entre
otras cosas porque en sus obras es evidente la voluntad de tender lazos
socioculturales con el pasado para la comprensión del presente;
y ese aspecto integrador que afecta al contenido, se alía con
el acabado formal de unos textos que, lejos de sugerir rupturas sustentadas
en el vacío, plantean la evolución de estilos y géneros
consolidados. Supone una continuidad artística dentro de la tradición
–Mayorga es hijo del teatro independiente y de la generación
de los 80, así como nieto responsable de todo lo anterior–,
una apuesta por la recuperación de la palabra escénica
y un respeto absoluto por la inteligencia de un espectador consciente
y jamás adocenado. Si a eso se añade el papel cada vez
más relevante del humor en sus obras –véanse Alejandro
y Ana... o Copito de Nieve–, su público potencial afortunadamente
se amplia.
A este abundante número de estrenos se suma una no menos sustanciosa
relación de publicaciones. Es el caso, por ejemplo, de Palabra
de Perro. El Gordo y el Flaco (Teatro del Astillero, Madrid, 2004),
dos textos reunidos en un solo volumen publicado por el colectivo Teatro
del Astillero, del que Mayorga forma parte junto a Inmaculada Alvear,
José Ramón Fernández, Luis Miguel González
Cruz, Guillermo Heras y Raúl Hernández Garrido. Palabra
de perro nace a la luz de El coloquio de los perros de Cervantes. Cipión
y Berganza son dos perros que, sorprendidos por su capacidad para hablar
como humanos, repasan sus vidas con sentido ejemplarizador a fin de
hallar el origen de su don. Cercana conceptualmente a Copito..., sorprende
la relación que se establece entre unos perros perseguidos y
apaleados y el trato que la sociedad occidental propina a ciertos inmigrantes
vistos como perros. El contrastre entre la humanización del animal
y el hombre deshumanizado y animalizado se acompaña de la conexión
entre lo real y lo ficticio, lo cultural y lo social, el teatro y la
vida, en un intento de revelar las contradicciones del primer mundo
satisfecho y biempensante. La pieza que completa el volumen es El Gordo
y el Flaco, un divertimento de raíces próximas al absurdo
que propone un juego de personalidades entre Laurel y Hardy –los
verdaderos o quienes fingen o creen serlo, como hiciese Carlos Fuentes
con María Félix y Dolores del Río en Orquídeas
a la luz de la luna–, condenados a repetirse y, paradójicamente,
a perder su identidad cuanto más se empeñan en reafirmarla:
eco de un tiempo que nos iguala en el anhelo de ser distintos.
José Jiménez Lozano, Felicísimo Martínez
y Reyes Mate son los escritores y filósofos que acompañan
con sus textos teóricos la publicación de la versión
realizada por Mayorga del Natán el Sabio de Gotthold Ephraim
Lessing en un libro conjunto titulado Religión y tolerancia (An-
thropos, Barcelona, 2003). Mayorga reduce el amplio texto original de
esta obra situada en la época de las Cruzadas e inspirada en
un cuento de Boccaccio, pero mantiene intacta la defensa de que las
tres religiones monoteístas no son necesariamente modelos excluyentes
así como la creencia en la igualdad esencial de todos los hombres.
El presente y la Historia
Otro de los libros recientes de Mayorga es el que recoge tres de sus
obras más conocidas: Animales nocturnos. El sueño de Ginebra.
El traductor de Blumemberg (La Avispa, Madrid, 2003). Si bien es habitual
que el autor indague en las relaciones entre el presente y la Historia,
el referente del primero de estos textos es plenamente actual: la Ley
de Extranjería gracias a la cual es posible el chantaje a un
inmigrante ilegal que plantea Mayorga. La austeridad expresiva y la
falta de estridencia en las situaciones hace que, tras una frialdad
aparente, este drama sobre una vecindad mal entendida se revele especialmente
contundente en la exposición de una deshumanización inmisericorde
y desoladora. El sueño de Ginebra es un monólogo en ocasiones
alucinado que una mujer que evidentemente es Jacqueline Kennedy dirige
a un hombre que sólo puede ser Aristoteles Onassis y que se basa
en esa suerte de nueva Camelot que fue la presidencia de John F. Kennedy,
identificado este con Arturo y su mujer con una reina Ginebra que en
algún momento le engañó con Lancelot. En cuanto
a El traductor de Blumemberg, una de sus primeras obras, la protagoniza
un antiguo ideólogo nazi exiliado en Sudamérica que regresa
a Berlín mientras dicta a un traductor llamado Calderón
un tratado que es a la vez crítica y justificación de
la violencia.
Por último, esta relación de publicaciones estaría
incompleta sin incluir un texto formalmente muy alejado de los anteriores
pero en el que acaso quepa encontrar la justificación teórica
de los mismos: el ensayo procedente de su tesis doctoral titulado Revolución
conservadora y conservación revolucionaria (An- thropos, Madrid,
2003), donde se analiza el pensamiento histórico de Walter Benjamin
en su encuentro con los de Georges Sorel, Carl Schmitt y Ernst Jünger.
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EL PAÍS, 10 DE JULIO DE 2005. Begoña Barrena
"Político y poético"
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EL PERIÓDICO, 30 DE DICIEMBRE DE 2005.
"Un programa para todos
los gustos"
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BABELIA (13/8/2005): "De cómo
la Mujer Baja recuperó el sueño perdido"
Animales nocturnos, de Juan Mayorga, dirigida
por Magda Puyo en la sala Beckett
Uno. Podría ser una novela corta de Ian McEwan. O una de las
primeras películas de Polanski. O incluso un Hitchcock, el eterno
extranjero, siempre obsesionado por la desposesión, por perder
el favor de la América que le había acogido o, simplemente,
contratado. Vamos al asunto. A Juan Mayorga le encargaron una obra en
el Royal Court. Es lo que suele pasar cuando eres resident writer. Transitorio,
por supuesto. La primera idea fue escribir sobre la "residencia"
y, coda, sobre la ley de extranjería. Mayorga pronto atrapó
una variante mucho más sugestiva: el extranjero como alguien
que, esencialmente, "está a merced". De una ley, desde
luego, pero sobre todo de una mirada. Que se lo pregunten al pobre electricista
brasileño asesinado con siete tiros por la poli inglesa. Sí,
una mirada puede matar: la mirada precede a los siete tiros. En Animales
nocturnos, la obra que Mayorga escribió en su residencia del
Royal Court, hay una mirada que mata más lentamente. Día
a día o, mejor dicho, noche a noche. "¿Usted no es
de aquí, verdad? No puede engañarme. "Usted es extranjero",
le dice el Hombre Bajo al Hombre Alto, su vecino, al principio de la
obra. La mirada se ha puesto en marcha, como una máquina fatal.
El Hombre Bajo: afable, siempre atento a arreglar una cañería
rota, una mala conexión eléctrica. O una situación
irregular, sobre todo para un extranjero. Le ofrece una copa y un trato:
disponibilidad a cambio de silencio. "Un día le pediré
un rato de conversación; otro, que me acompañe a dar una
vuelta". El Hombre Alto es escritor; malvive haciendo guardias
en un hospital, de madrugada. La Mujer Alta, su esposa, también
(mal)vive de noche, traduciendo guías turísticas y novelas
infames. El Hombre Bajo está casado con una mujer insomne, infantil,
adicta a los consultorios esotéricos. El Hombre Bajo vive de
día como si siempre fuera de noche, los ojos muy abiertos, como
los animales del nocturama del zoo -topos, erizos, lechuzas, ginetas-
que muestra al Hombre Alto en una de las mejores escenas de la función.
Poco a poco, el Hombre Alto se convierte en el perro del Hombre Bajo,
siempre dispuesto a saltar ante un chasquido de dedos. Mayorga construye
muy bien la lenta disolución de las dos parejas: el nuevo vínculo
corroe como un ácido. La Mujer Baja no puede competir con un
esclavo. La Mujer Alta no puede vivir con un esclavo. De los cuatro
personajes, la Mujer Alta es la peor pintada, la más borrosa.
Yo diría que le falta carne, carne exhausta, y le sobra una historia
de amor, un punto de fuga -un admirador secreto, denominado "el
hombre del sombrero"- que no llega a aparecer. Mayorga es muy bueno,
pero a ratos, como ése, hay en su teatro algo de excesivo cálculo,
de taller de dramaturgia. Los diálogos del "matrimonio alto"
están, cómo decirlo... demasiado escritos. Ésa
sería mi única pega. Aparte de eso, Animales nocturnos
tiene misterio, intuición, gancho. Y acaba en punta. Un final
perfecto, en el que el Hombre Alto baila para el Hombre Bajo. Y para
su mujer. Con los elementos justos, turbadores de puro precisos. El
muñequito en la copa de vino, boca abajo, ahogándose.
El tren nocturno alejándose con una nueva pasajera. Y el diario.
Una idea sensacional: Pinter se sentiría orgulloso. Escribir
el diario del otro, inventar su felicidad. El diario de un día
perfecto. Esa última escena, en la que muda radicalmente el destinatario
del juego, podría llevar un subtítulo: de cómo
la Mujer Baja recuperó el sueño perdido.
Dos. Magda Puyo ha dirigido la función en la Beckett. Ha sido
un exitazo de público, pero demasiadas veces hay que ir rescatando,
adivinando el texto, como un hilo de metal precioso bajo un lecho de
piedras, o un agua demasiado rápida y turbia: sobran subrayados,
gesticulaciones, vocinglerías. Hay un problema de reparto. Pep
Jové tiene un físico ideal para personajes "instantáneamente
turbios", pero eso no es, me atrevería a decir, lo que pide
Mayorga para el hombre bajo. No Sidney Greenstreet, no Peter Lorre,
sino, pongamos, el Robin Williams de Retratos de una obsesión.
O el Norman Briski de El plomero: cuanto más neutro, más
amenazador. No quisiera cargar todo el peso del desacierto en Pep Jové,
pero es que realmente es el eje de la obra. Y Magda Puyo le permite
todas las miradas insidiosas, los tonos -falsísimos- del depredador
de serie Z: sólo le falta un cuervo sobre el hombro. La escena
del acoso a la mujer alta, por ejemplo (puro Pinter, el Pinter de El
portero), está montada con una apabullante falta de sutileza.
Es el problema, tan corriente en nuestro teatro, de repartir un papel
por el tipo físico en vez de jugar al contrapié, que siempre
es mucho más inquietante. Pep Pla y Mercé Mariné,
el "matrimonio alto", los eternos extranjeros, tampoco acaban
de convencer. Decir que el suyo es un trabajo digno es decir poco, porque
saben y pueden alcanzar mucha más verdad. Yo creo que les aprisiona
el castellano, y hay bastantes líneas de diálogo que tampoco
ayudan. La reina de Animales nocturnos es Teresa Urroz en el rol de
la mujer baja. Teresa Urroz es una "maverick", una inclasificable.
A mí me hace pensar en un cruce entre Lali Soldevila y Julia
Caba Alba: esos ritmos verbales grácilmente sonámbulos,
esa ferocidad tras la sonrisa; ese nadar, sin parecerlo, en las aguas
más profundas. También debe haber una especial empatía
entre la Urroz y Magda Puyo, porque la dirigió de maravilla en
Tractat de blanques, una obra endiabladamente extraña de Enric
Nolla, también en la Beckett, en el otoño de 2001. Teresa
Urroz es una de esas actrices que puede hacer, por lo que llevo visto,
cualquier cosa. Convertirse en negra, como en la pieza de Nolla, o en
auténtico animal nocturno, un pájaro desnortado, una lechuza
que gira en círculos hasta que de repente avista el ratón
que llevaba años buscando y se lanza sobre él. Teresa
Urroz consigue que no puedas quitarle la vista de encima, y que salgas
del teatro convencido de que es la verdadera protagonista de Animales
nocturnos.
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IMPERDIBLE#19: ANIMALES NOCTURNOS
L'escenari de la Beckett es transforma. Dos patis de butaques resten
separats per l'escenari on transitaran els "Animales nocturnos"
de Juan Mayorga tan bon punt s'apaguin les llums. En aquesta selva teatral,
la llei que impera és la d'Estrangeria. No us imagineu foscos
tallers ilegals, prostitució o violència física
sobre l'escenari. La història que ens proposa Mayorga ens parla
d'una explotació molt més habitual. La de totes aquelles
persones que tot i jurar i perjurar no tenir res contra dels extrangers,
treuen profit de la seva situació.
I per mostra l'obra de Mayorga. Un home sap que el seu veí no
té permís de residència. A partir d'aquí
l'home disposa del temps i la paciència del seu veí al
seu gust. Òbviament, aquest pacte també tindrà
conseqüències en les seves parelles. Les relacions que es
tramen entre els quatre personatges estan marcades per la por i el xantatge.
D'aquesta manera, Mayorga fila prim i demostra que l'esclavatge piscològic
al que estan sotmesos els sense papers de la ficció és
tan o més brutal que el físic. A més, les opcions
són escasses: la fugida cap a un destí tan dubtós
com l'actual, o ressignar-se a viure en segona categoria. Una tria final
difícil que Ramon Simó ressol de manera brillant a nivell
escenogràfic. D'aquesta manera posa el punt i final a un treball
digne de recordar.
Magda Puyo imprimeix a l'obra el ritme perfecte. En aquest sentit, la
música d'Àlex Polls és un element fonamental. El
seus sons ens mantenen en un territori de penombres de difícil
sortida. Però Puyo també dirigeix als actors en aquest
tempo contingut que tan neguiteja l'espectador. Un quadre d'intèrprets
dels que destaca Pep Jové, una ment retorçada capaç
de xantatjar-te sense aixecar la veu, ni predre el somriure. Però
d'aquesta constel·lació d'animals nocturns brilla amb
llum pròpia l'estrella de Teresa Urroz, una coach potato insomne
que és, simplement, imperdible.
"Animales Nocturnos" de Juan Mayorga
Dirigida per Magda Puyo
Repartiment: Pep Jové, Teresa Urroz, Pep Pla i Mercè Mariné.
Sala Beckett
Fins el 31 de juliol
1h 30 min
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ANIMALES NOCTURNOS
Sala Beckett
Director d'escena: Magda PuyoAmb Teresa Urroz, Pep Jové, Pep
Pla, Mercè Mariné
L'esclau
Sense més preàmbuls: “Animales nocturnos”
és fins ara el millor espectacle autòcton del Grec i ens
atrevim a preveure que serà l’estrella del Festival, mentre
que Juan Mayorga es perfila com el dramaturg castellà més
interessant dels últims temps. Estem davant d’una obra
tallada amb diàlegs diamantins en què la qualitat literària
va de bracet amb l’escaiença escènica. Rèpliques
que van dibuixant uns personatges densos i inquietants, que s’encadellen
en un ritme trepidant per confegir una acció carregada de misteri
i expectació que arrabassa l’atenció del públic
i el deixa sense respiració fins a la fi. És un drama
cruel, que té com a leitmotiv la llei d’estrangeria amb
totes les seves ignomínies, exclusions i discriminacions, que
obre les portes a actituds com les que es mostren a “Animales
nocturnos”, on un gris personatge sense gaires ambicions, descobreix
la fórmula per esclavitzar el veí, ni que sigui de manera
cordial i aparentment incruenta. És un text potent i esponjós,
brillant metàfora de la nova esclavitud que s’està
escampant a Occident: la que s’exerceix amb el xantatge, l’amenaça
i la por sobre els sense papers.
La impecable posada en escena de Magda Puyo aposta per estimular la
intel.ligència del públic amb imaginatives resolucions
que dinamitzen l’acció, clarifiquen els conflictes i ens
fan directes i propers els personatges. A començar per la disposició
escènica central amb els espectadors a banda i banda amb una
eficaç escenografia de Ramon Simó que posa simultàniament
i a la vista tots els espais de la ficció per on transiten els
personatges, cosa que atorga fluïdesa i organicitat a l’escenificació,
en una articulació embastada de rimes internes i amb un bellíssim
i sorprenent estrambot final. Tot plegat amb un fons sonor d’Àlex
Polls que incideix substantivament en el clima d’assetjament,
de neguit i de recel que tenyeix l’obra.
Els quatre actors duen a terme un treball interpretatiu d’alt
voltatge. Pep Jové, amb formes amables i mirada gèlida,
construeix el petit gran monstre que sense perdre la compostura tiranitza
el veí. Pep Pla encarna el discret estranger que empal.lideix
quan se sent descobert i entra en el joc pervers de la dominació
a costa d’allunyar-se de la companya, elegant Mercè Mariné
que acaba per lliurar-se a una estranya aventura que potser també
pararà en algun tipus d’esclavatge. La reina de la funció
és Teresa Urroz, amb la rara capacitat d’explicar d’immediat
el seu personatge des del més mínim gest i que travessa
la línia d’esposa submissa i insomne per compartir dominació
sobre el nouvingut esclau. Un muntatge que és tota una troballa.
Francesc Massip
Avui 11/07/2005
Con nocturnidad y psicopatía
Caprichos del azar: leía hace muy pocos días la descripción
que W.G. Sebald hace del nocturama de Amberes en su espléndida
novela Austerlitz (Edicions 62). Y, curiosamente, esta misma semana,
en la sala Beckett, podía escuchar palabras muy parecidas referidas
a una instalación zoológica similar que Juan Mayorga (Madrid,
1965) introduce en su obra Animales nocturnos que dirige Magda Puyo.
Convencido del carácter fortuito de tal coincidencia, no me resisto
a silenciarla aunque sólo sea para subrayar la utilización
de un escenario de una notable virtualidad dramática. Frente
a él, cualquier lector-personaje-espectador es invitado a descubrir
el universo inquietante de un bestiario para el que algunos zoos crean
un hábitat artificial, con sus falsas noches, sus estrellas y
su luna troqueladas, sus brisas húmedas de ventilador, sus turbias
auroras de termostato. En el momento más propicio, el visitante
puede contemplar topos y erizos furtivos, el corto vuelo de lechuzas
y mochuelos, la sombra escurridiza de algún lobo, las pupilas
encendidas de ginetas y de otras alimañas...
He aquí la metáfora del mundo que habitan unos seres humanos
para quienes la noche es su medio indispensable. Ellos necesitan esconderse.
De unas pulsiones inconfesables o, simplemente, de la policía.
Un hombre solitario, maquinador (Pep Jové), con el espíritu
inclinado a tiranizar a su vecino (Pep Pla), un sin papeles y, por consiguiente,
un individuo temeroso de su vulnerabilidad, protagonizan un dúo
amo-esclavo de inequívocas raíces psicópatas. Sus
respectivas esposas se verán inevitablemente involucradas en
esa relación enfermiza.
La del solitario (Teresa Urroz), es una mujer insomne, fatigada por
una pesada carga de frustraciones, adicta a los consultorios sentimentales.
La del ilegal (Mercè Mariné), una joven cuya obligada
existencia semiclandestina la predispone a una oscura atracción
hacia un individuo de educados modales, que parece intentar seducirla
con tanta discreción como tenacidad.
Con esta doble pareja, Juan Mayorga, una de las firmas más interesantes
y solventes de la nueva dramaturgia española, construye una historia
tensa, hábilmente dialogada, colmada de excelentes matices psicológicos,
y que se sigue con creciente atención. Queriéndolo o no
el autor, el rastro de Harold Pinter se hace patente en esos Animales
nocturnos, un drama revelador de la espléndida madurez creativa
de Mayorga, aunque, ami juicio, le falte la rúbrica de un buen
desenlace total para ser un producto de irreprochable calidad.
Denso y tenso clima
Un respeto elemental para con el futuro espectador impide contar tanto
el final bueno,la maquinación del solitario, como el final más
frágil que el autor asignó a la mujer del sin papeles,
en realidad, el personaje de todo el cuadrilátero dibujado con
trazos más confusos. Dejando a un lado este extremo, importa
señalar el denso y tenso clima de la historia, el cuidado sentido
del tempo dramático, la excelente organización escenográfica
(Ramon Simó) del espectáculo, con la ubicación
de la acción en puntos generosamente distanciados y, en general,
los buenos acabados logrados por la directora Magda Puyo.
En la dirección de intérpretes, la responsable del montaje
consigue asimismo felices resultados. Efectiva y peleona la pareja Pep
Pla-Mercè Mariné y sencillamente magnífica la formada
por Pep Jové y Teresa Urroz. Ella, conmovedora, absolutamente
creíble. Jové en un personaje maléficamente soberbio.
Uno de los mejores de su carrera.
Joan-Anton Benach
La Vanguardia 10/07/2005
Els immigrants
La Sala Beckett de Barcelona acull aquesta obra de Juan Mayorga (Madrid,
1965), cofundador del col.lectiu teatral El Astillero, autor de la versió
de Fuente Ovejuna que ha estrenat el TNC i altres obres. Animales nocturnos
és un bon text que parla de situacions actuals, de fets que afecten
els immigrants i de qui s'aprofita de tot això.
És un text compromès, ben dialogat, dirigit per Magda
Puyo i interpretat amb domini i eficàcia pels actors Pep Jové,
Teresa Urroz, Pep Pla i Mercè Mariné. La primera parella
brilla en dos personatges de característiques oposades.
Mayorga hi reflexiona sobre la diferenciació entre ciutadans
i no ciutadans que suposa la Llei d'Estrangeria espanyola i l'aplica
en un cas concret entre veïns d'un mateix immoble. L'un acabarà
exercint d'amo i sotmetrà l'altre a la condició d'esclau.
La història, que afecta les dones dels protagonistes, és
una metàfora de la situació dels sense papers i conté
una forta càrrega de violència soterrada. La capritxosa
explotació que practica el personatge en regla --el xantatge
implícit i explícit vehicula una cruel relació--
fa que aflorin en escena sentiments amagats: soledat, perversitat, ignorància,
incomunicació, submissió.
Mayorga estructura l'obra en diferents escenes, sempre diàlegs
entre dos, que passen en llocs diferents. Juga també amb l'element
intriga, que Puyo dosifica amb prudència. L'escenari és
un llarg rectangle, amb els espectadors situats cara a cara; la proximitat
als intèrprets és un al.licient més.
És una funció intimista, que ofereix diversos nivells
de reflexió, amb una disposició escenogràfica i
la il.luminació (Ramon Simó) que juguen a favor. Puyo
és una bona directora d'actors i aquest valor es destaca aquí.
Jové i Urroz estan magnífics i expressius, ell amb la
seva loquacitat i ella amb els silencis. No hi ha fissures. Hi ha un
bon equip en escena.
Gonzalo Pérez de Olaguer
El Periódico 09/07/2005
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LA NETRO.COM
¿Tienes tus papeles en regla? Si no es así,
procura que tu vecino no lo descubra; nunca se sabe.Puede que, como
sucede en esta excelente obra de Mayorga, utilice esa información
para convertirte en su esclavo incondicional. Nada humillante, té
dirá él. Nada violento, sucio, delictivo, ni sexual: simplemente,
acompañarlo siempre que él lo desee, convertirte en su
ficticio amigo, tener claro que cualquier momento libre tuyo quedará
anulado por su llamada. ¿Puede haber algo más humillante?
Aunque una ley de extranjería esté en el punto de origen
del conflicto, esta no es exacta ni exclusivamente una obra en torno
a la inmigración, sino más bien en torno a como la dominación,
el chantaje y el secreto forman con frecuencia parte bien activa de
las relaciones más cotidianas. Y de cómo, siguiendo el
viejo ejemplo señalado por Hegel en la dialéctica del
amo y del esclavo, la presencia de éste último no hace
más que señalar las carencias del primero.
Mayorga dibuja un muy reconocible mundo de esclavitudes vecinales y
extorsiones sentimentales, y consigue sus momentos más notables
describiendo la sutil tortura doméstica que rige la relación
de nuestro esclavista a pequeña escala con su insomne esposa,
un personaje con el que Teresa Arroz ofrece una espléndida creación.
Nos habla de seres que viven en la noctambulidad porque tienen que ocultar
su identidad o sus deseos, y de cómo estas criaturas de la noche
se sirven de estrategias legales o emocionales para crear dependencias.
Pero también de cómo, frecuentemente, acabamos aceptando
esta condición dependiente, y ya no concebimos otra vida que
la vida del esclavo.
Texto Ramón OliverCopyright © LaNetro, S.A. Madrid (2005).
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- ÚLTIMAS PALABRAS DE COPITO DE NIEVE
(2004)
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- "LA IDENTIDAD COMO PROFESIÓN" Por
Elena Alemany en El Nido del Escorpión (editada por la
Escuela Contemporánea de Humanidades (ECH).)
Juan Mayorga (Madrid, 1965) es un autor teatral atípico.
Ha estudiado Matemáticas y se licenció en Filosofía
con una tesis titulada La filosofía de la historia de Walter
Benjamin, publicada por Anthropos con el título Revolución
conservadora y conservación revolucionaria. Política y
memoria en Walter Benjamin. Y, contrariamente a lo que le ocurre a muchos
de sus colegas autores dramáticos, a él no le tienta la
dirección escénica de sus propios textos. Camiseta abierta,
ojos negros brillantes, pelo negro rizado sin una sola cana y labios
finos que en otra cara podrían tener un matiz de astucia maquiavélica,
pero que en alguien como Mayorga parecen más bien producto de
la concentración y de un cierto pudor o timidez. Aparenta menos
años de los que tiene y es una persona generosa y atenta que
acoge cada pregunta con un “sí” que quiere decir
solamente “te he entendido”, “me ha llegado bien tu
pregunta” como aliviado al comprobar que el primer paso de la
comunicación se ha producido con éxito. Salpica sus contestaciones,
bien argumentadas, de conjunciones adversativas poco frecuentes como
“si bien”, rasgo que yo atribuyo –quizá equivocadamente-
a sus lecturas de textos alemanes, ya que cursó estudios en Berlín
y en su formación tienen mucho peso autores de esta lengua. Fue
fundador del grupo teatral “El Astillero” junto a José
Ramón Fernández, Luis Miguel González Cruz, Raúl
Hernández y Guillermo Heras. Se inició en el teatro a
raíz de un premio que le permitió entrar en contacto con
el teatro desde dentro, momento en el cual empezó a engancharse
a él. Es autor de Más ceniza, El traductor de Blumemberg,
Cartas de amor a Stalin, El jardín quemado y Himmelweg (Camino
del cielo en alemán) “la obra de la que me siento menos
descontento”, en la que un delegado de la Cruz Roja acude a un
campo de concentración y le acaba dando el visto bueno. También
es responsable, junto a Juan Cavestany, del texto de Alejandro y Ana
sobre la boda de la hija de Aznar. Además de lo anterior, es
profesor en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático
de Madrid).
Me ha citado en el Café Molière, “un lugar atípico
de mi barrio”, cerca de la madrileña plaza de Manuel Becerra.
Viene de una reunión de padres en el colegio de su hijo mayor,
de cinco años. Tiene otro de dos.
Elena Alemany -¿Todo el teatro es político?
Juan Mayorga - El teatro se realiza ante la polis y para la polis. Convoca
a la polis y dialoga con ella.
E.A. ¿Qué le falta y qué le sobra al teatro actual?
J.M. Le falta amor propio, confianza en sus propias posibilidades, ganas
de desafiar a la gente. Le sobran horizontes utópicos, como cuando
se compara con las grandes producciones cinematográficas: el
teatro no tiene por qué medirse con el cine, porque es otra cosa.
E.A. ¿En qué estás trabajando ahora?
J.M. Estoy adaptando Fuenteovejuna para el Teatro Nacional de Cataluña.
Por otra parte, los procesos de ensayos de Himmelweg (que se va a estrenar
en el María Guerrero) y de Hamelin (que se estrenará en
La Abadía) me llevarán probablemente a corregir ambos
textos.
E.A. ¿Cuál ha sido tu participación en el montaje
de Últimas palabras de Copito de Nieve?
J.M. He cooperado tanto como ha querido su director, Andrés Lima,
a quien aprecio y admiro. En general, tengo claro que el espectáculo
es del director.
E.A. ¿Qué temas tratas en tus clases en la RESAD?
J.M. Imparto Filosofía, Adaptación Textual y Prácticas
de Dramaturgia. En Filosofía leemos textos clásicos que
por algún motivo me parecen fundamentales para un autor teatral
(el Gorgias de Platón, El nacimiento de la tragedia de Nietzsche);
además, los participantes han de escribir un texto teatral sobre
un gran debate filosófico (por ejemplo, el curso pasado propuse
tratar el conflicto libertad/seguridad)... En Adaptación Textual
se trata de elaborar un texto teatral a partir de otro, teatral o no.
En Prácticas de Dramaturgia, mi misión es servir de interlocutor
al alumno en un proyecto de creación elegido por él.
E.A. ¿Cómo surgió Últimas palabras de Copito
de Nieve?
J.M. A mí el personaje siempre me había llamado la atención.
Aunque no fui a verlo de pequeño: pensaba que era sólo
para los niños de Barcelona. Hace unos meses, la Universidad
Carlos III de Madrid me encargó un texto teatral para tres personajes
que se pudiera representar en el hall de la facultad de Humanidades
y que tuviese como tema la noción de identidad. Ahí volví
a pensar en Copito. Me interesó el modo –las grandes colas,
los debates acerca de qué hacer con él cuando expirase...-
en que la ciudad de Barcelona estaba despidiéndose del mono moribundo.
También me interesó que se le aplicase la eutanasia, para
que no sufriera innecesariamente, cosa que no se les concede a los humanos.
También me llamó la atención que el alcalde dijera
de Copito de Nieve que era el mejor ciudadano de Barcelona. ¡El
mejor ciudadano, un cautivo! Por otro lado, en aquella época
estaba leyendo las reflexiones sobre la muerte de Montaigne, y acabé
llevándolas a la boca de Copito.
E.A. -¿Cómo son los autores dramáticos jóvenes?
J.M. –Hay buenos autores jóvenes en toda España.
En particular, las últimas promociones de la RESAD han dado dramaturgos
excelentes: escritores muy maduros en sus conocimientos y en el sentido
de responsabilidad con que se toman su oficio.
E.A. ¿Hasta qué punto crees que la crítica es importante?
J.M. Los críticos influyen en la recepción de una obra.
Primero, porque subrayan unos elementos sobre otros condicionando así
la recepción que se puede hacer del espectáculo. Además,
un crítico puede desanimar a un determinado sector del público
y en cambio animar a otro a ver el espectáculo. En la medida
en que el público completa el espectáculo, el crítico
puede ser considerado un agente más en la configuración
final del espectáculo.
E.A. ¿Qué quieres decir exactamente con que el público
hace la obra?
J.M. Me explicaré con un ejemplo. Con Alejandro y Ana, durante
la gira que se hizo por toda España, nos dimos cuenta de que
en determinados lugares ciertos temas perdían interés
para la gente. Hay lugares donde la mayoría no sabe quién
es Luis Cernuda, de manera que los comentarios sobre él (en la
escena del ministro y el Poeta, o en el discurso del Presidente) no
recibían la reacción esperada. Inevitablemente, los buenos
actores detectan esto y pueden “encogerse” en las partes
que creen que no reciben especial interés y “estirarse”
en los momentos que están funcionando. De esta forma la obra
es distinta ante distintos públicos.
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