LOS MALDITOS: DEL TEXTO A LA REPRESENTACIÓN.

Guillermo Heras

"Entre los cuatro ríos, Pisón, Guijón, Jidequel, Perat, tierra fértil, un jardín para el prímer hombre, una tumba para el último hombre. El Paraíso. Y en mi carne sigue germinando la tierra. Entre los dedos de mis pies, machacados por estas botas. Regadas por este agua sucia, crecerá. No hay manera de buscar alivio, siguen creciendo, más y más. Expandiéndome. Desmesurándome. Veneno. Vida, sangre, savia. Hasta que las botas no puedan ya contenerlos, los pies, los dedos de los pies, la tierra que se pudre entre los dedos de los pies, eso que crece ahí en esa tierra puirefacta; entre los dedos, en mis pies. Y echaré raíces. Allí donde esté, tendré que decirles, seguid adelante, ya os alcanzaré. No, ya no les alcanzaré, porque me hundiré más en la tierra, llenándola, alcanzando el fuego que alimenta la roca, viviendo ya de él. Mis brazos serán ramas y mis dedos acabarán en hojas, hojas que todo lo verán, todo lo vigilarán, Árbol de la Ciencia, Árbol del Bien y del Mal. ¿Descansaré?

(Coge un puñado de tierra y se lo lleva a la boca)

Entonces éste será mi alimento, la tierra de la que surgen los hombres, la tierra regada por su sangre, la tierra a la que los hombres retornan, mañana. Sí, quizá mañana.

¿Quién piensa salir de esta Selva? Tenía una casa. Una casa pequeña, jardín, un manzano y un ciruelo, plantados por estas manos. Seguirán floreciendo, dando frutos. Una casa y una familia. Sus nombres.. ¿Cuáles eran sus nombres? Sólo me queda una selva para ahogarme. ¿Realmente tuve una familia, mujer, hijos? ¿Cuándo? Hace diez años, quince, cien... Ya no puedo recordar, no puedo volver."

Cuando fue premiada la obra de Raúl Hernández Garrido con el Premio Calderón de la Barca, escribí un prólogo coincidiendo con la publicación del texto. Desde ese momento, el colectivo teatral El Astillero se propuso como objetivo lograr que lo que hasta esa momento era literatura dramática se convirtiera en carne escénica. Muchos han sido los avatares desde entonces, y sólo en este año 1999, y gracias al apoyo del I.N.A.E.M. y la Comunidad de Madrid, así como la generosa asunción del riesgo de la dirección del Festival de Otoño de aceptar el estreno absoluto de la pieza, hemos podido afrontar la puesta en escena de nuestra quinta producción autónoma como Astillero.

Los malditos es, sin duda, una obra que requeriría de un presupuesto similar al que manejan los Centros de Producción públicos para penetrar en el complejísimo entramado de signos que la catarata textual y didascálica nos ofrece en su estructura. Sin embargo, el hecho de no contar con esos recursos económicos no es una excusa o una coartada para no penetrar en la propuesta desde otros parámetros muy alejados del teatro de mercado al uso. Y por ello he decidido afrontar el reto de la representación desde unas líneas de trabajo que la especificidad del proyecto aconsejaba: esencialidad espacial y pasión actoral. Claro que estos dos ejes deberían ser preferentes en cualquier trabajo teatral, pero si analizamos nuestra realidad escénica no podríamos concluir que esto es lo que se ocurre, sino más bien todo lo contrario, y lógicamente no por culpa de los creadores sino del propio entramado en que se sustentan los criterios de éxito y fracaso de nuestras carteleras.

Los malditos, en esta concreta puesta en escena con este ejemplar equipo de actores y demás equipo artístico, es una lectura tan específica que en nada debería anular la posibilidad de estrenar la primera versión del texto. Porque aquí Raúl ha tenido que ejercer además de autor como dramaturgo de su obra y así ir logrando una dialéctica interna entre lo utópico y lo posible. No me cabe duda que en la mente de todo autor teatral existe un imaginario personal en el que se sueña con lo imposible y que luego, la práctica cotidiana sitúa en su auténtica realidad. Raúl, como otros autores de su generación, sabe que si quiere estrenar teatro lo debe hacer en unión de otros creadores y así su trabajo se halla muy lejos de la "torre de Marfil", pues se tiene que enfangar en la experiencia cotidiana.

Al leer por primera vez Los malditos yo mismo soñaba con el cine, hoy me parece una pieza isabelina y como tal la he encarado. He pedido a los actores que trabajen desde el cuerpo, desde claves que están más cerca de Shakespeare que de las modas minimalistas. Para nosotros, la pieza habla de los horrores de la guerra y quizás esto sólo puede ser tratado desde el arte como si fuera una gran pesadilla. La pesadilla de un ser perdido en la selva, algo así como un Kaspar Hauser, (nifio/niña)-lobo que ha aprendido a hablar un lenguaje, el único que ha visto ejercer en esa isla en guerra: el de la violencia, el pillaje o la traición. El teatro admite mal el hiperrealismo, ya que esa batalla la perdimos hace tiempo con el Cine y luego con la televisión, así que ahora no nos queda otro remedio que arriesgar y encontrar formas analógicas y poéticas para resolver el verosímil de la muerte, las violaciones, las palizas o los desollamientos. ¿Será posible lograrlo? Si volvemos a creer en al teatro como un lugar mágico en el que además de instruir y divertir se pueden encontrar señas de identidad, recuperación de la memoria y golpes a la lógica, quizá estemos dando un "pequeño" paso más en el camino para situar esta práctica artesanal en los códigos de evolución que sin duda la Humanidad alcanzará en el próximo siglo. Aunque, como todos nos tememos, muchos de los avances de esa evolución seguramente se vuelquen en uno de los juegos demoniacos y favoritos de toda nuestra Historia: la destrucción.

 

RAÚL HERNÁNDEZ: UNA POÉTICA DE LA ACCIÓN DRAMÁTICA.

Guillermo Heras * 

Seguir insistiendo en que el actual panorama de autores dramáticos españoles es apasionante es una tarea que más allá de la militancia entra de lleno en el terreno de la justicia.

No insistiré en las diferentes generaciones que desarrollan en este momento su escritura a lo largo de todo el Estado Español, ya que son muchos los trabajos que han venido publicándose últimamente en el que se valoran muy positivamente las aportaciones textuales y la vitalidad creativa de la amplia nómina de autores vivos españoles.

Dentro de esta realidad palpable es francamente alentador observar cómo la incorporación de nuevos autores ha sido una constante en los últimos años. Incorporación que, por desgracia, sigue siendo fundamentalmente a la escritura y con un poco de suerte a la publicación de sus textos, pero no de una manera normalizada a la practica de producciones concretas sobre los escenarios de nuestro país. Sigue habiendo una gran dosis de cobardía por parte de empresarios públicos y privados a la hora de apostar por estas nuevas generaciones de dramaturgos, cosa que no es de extrañar cuando tampoco se hace con los autores que llevan toda una vida comprometida con esta práctica artística.

Otra reflexión que podríamos aventurar es cómo en la última década los premios de escritura dramática han vuelto a suponer un fuerte impulso para el conocimiento de jóvenes valores que de una u otra manera han utilizado esta vía para dar a conocer sus propuestas textuales. Premios como el Calderón de la Barca, Lope de Vega,Tirso de Molina, Marqués de Bradomín, Borne, Ciudad de Alcoy, SGAF, María Teresa León, Castilla-La Mancha, San Sebastián o Durango, así como muchos otros diseminados por todas nuestras Comunidades Autónomas, han realizado una importante labor de promoción a las que sólo puede ponérseles el reparo de no haber impulsado el estreno sobre la escena viva de estos interesantes textos. Autores como Sergi Belbel, Antonio Álamo, Ignacio del Moral, Joan Antón Baulenas, Chatono Contreras, Javier García Mauriño, Santiago Martín Bermúdez, Luis Miguel González Cruz,José Ramón Fernández, Rafael González, Francisco Sanguino, Lucía Sánchez, Ignacio García May, Alfonso Plou o el propio Raúl Hernández son algunos de los autores que han visto inscrito su nombre como ganadores de alguno de estos premios.

Estoy convencido que nos encontramos ante un fin de siglo en el que nuestra literatura dramática atraviesa uno de sus grandes momentos de creatividad. Las múltiples vías de escritura anle las que nos podemos encontrar hace imposible hablar de catalogaciones o líneas maestras dentro de esta amplia gama de escritores. Sin embargo, sí me gustaría referirme a un colectivo al que precisamente pertenece Raúl Hernández Garrido, denominado El Astillero y al que también pertenecen Luis Miguel González Cruz,Juan Mayorga y José Ramón Fernández. Dicen las crónicas que este grupo se creó a partir de nn Taller de Dramaturgia que impartió el eminente maestro chileno Marco Antonio de la Parra, inductor y mago de diferentes estrategias escénicas. De cualquier modo ya se sabe que en el territorio de la creación ficción y realidad se entremezclan continuamente por lo que, más allá de los sabios consejos del maestro lo que sin duda poseía ese grupo era una carga de talento al que el inductor sólo le era preciso tirar de la espoleta para que el artefacto estallara en toda su intensidad.

Los malditos resultó premiada en el Calderón de la Barca de la último edición, confirmando de este modo la evolución y madurez en la escritura de Raúl. No podemos olvidar que procede del mundo profesional de la imagen, de ahí que su literatura dramática esté profundamente impregnada de la construcción filmica.

Y de ahí que su concepción de la acción dramática diste mucho de las convenciones derivadas del teatro naturalista de otras épocas. No es fácil poner en escena este texto de Raúl, pero sin duda es un reto lleno de atractivos. También es cierto que quizás el texto necesite una dramaturgia que le ayude a evitar determinadas reiteraciones que pueden aparecer a lo largo de la obra, pero eso no le resta ningún valor a las amplias posibilidades de esta propuesta abierta y polisémica. Texto cruel que reflexiona sobre el horror de un "estado de guerra" con el que, por desgracia, convivimos todos los días a través de las terribles imágenes que nos ofrece cualquier medio de comunicación y ante las que asistimos como si fueran una mera representación virtual. Los malditos, como tantos otros interesantísimos textos de las nuevas promociones de autores teatrales españoles corre el peligro de convertirse en referente de su propio título, una obra maldita para los escenarios vivos. Espero y deseo que no sea así y que muy pronto un director, unos actores, un equipo tenga el coraje y la valentía de atreverse a montar este texto. De esa manera los ecos de unos personajes míticos destrozados por diferentes tipos de violencia nos volverían a traer los sonidos del "ruido y la furia" de tantos personajes clásicos. ¿0 es que acaso no hay reflejos de Lear en ese trágico personaje ciego que debe cumplir las órdenes de su superior, en medio de una selva en llamas? El final, a la vez realista y enigmático, no es más que una analogía del propio desarrollo de la obra en la que la crueldad de las piezas isabelinas parece mezclarse con el documental de cualquier corresponsal de guerra. ¿Podrán el niño y el militar ciego salvarse de la catástrofe en algún lugar del imiudo?

 *Publicado en Teatro español contemporáneo/4.

 


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