FICHA DE LA OBRA

¡SANTIAGO DE CUBA Y CIERRA ESPAÑA!

 

Dirección: Ernesto Caballero.

Intérpretes: Josep Albert (Don Ramón Gómez de la Serna, Juanito Ventolera, tertuliano, doctor, vendedor de periódicos, zopilote y requeté); Raúl Calderón (El Humanismo, Ramoncito Murguía, soldado, tertuliano, doctor y Alfonso XII); Ruth Díaz (Mimí y cubanita); Fernando González (La Ilustración, Enrique Barón, contralmirante Cervera y zopilote); Natalia Hernández (La Chelito, la Dama de Elche, cubanita y Doña María Guerrero), Alberto Jiménez (El Luterano, Felipe Trashorras, soldado, zopilote y Juan Carlos I); Carmen Machi (Alma de España, La Fornarina y cubanita); Carles Moreu (La Industria, Paco el Seguro, soldado, doctor, zopilote y Alfonso XII); Roberto Mori (Aureliano, cura y Fidel); Lydia Otón (La Bella Otero, Adelita modistilla, figura blanca); Lucía Quintana (Amaltea y cubanita); Rosa Savoini (Remedios, Reina Cristina, cubanita y modistilla); Javier Pezzi (Piano); Pepe Milán (Guitarra y percusión).

Escenografía: Mónica Quintana

Vestuario: Rosa García Andújar.

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo.

Música original: Fernando González.

Técnica músico-vocal: Andrés Navarro.

Coreografía: Raúl Calderón

Técnica movimiento: Helena Ferrari.

Documentación: Jorge Saura.

Ayudantes de dirección: Cristina Lozoya y Karmele Aramburu.

Producción: Teatro de la Abadía.

Estreno:Parque de Aluche, Madrid, 18-24 agosto, 1984.

Teatro Egale, Leganés, 31 agosto, 1984.

CNNTE, Sala Olimpia, Madrid, 22-23 septiembre, 1984.

Corral de Almagro. Festival Internacional de Almagro 84. 27 septiembre.

Festival de Teatro del Mediterráneo, Lyon, 1984.

TEXTO DEL PROGRAMA DE MANO

LA LINTERNA MÁGICA DEL 98.

La linterna mágica era un artefacto consistente en una combinación de lentes que permitía proyectar determinadas figuras sobre un lienzo o pared. En nuestro caso pretendemos proyectar imágenes dotadas de relieve espacio-temporal, pertenecientes a una época que, a pesar de ser determinante de nuestro presente, percibimos como algo irreal, como un sueño colectivo con momentos tanto de apacible sugestión como de angustiosa pesadilla.

Esta alternancia nos ha llevado a elaborar una heterogénea amalgama de elementos que principia con una remembranza de Ramón Gómez de la Serna y termina con los acordes de la famosa Marcha de Cádiz. De este modo el tratamiento dramatúrgico, al recurrir a numerosos y dispares géneros y estilos, tanto escénicos como literarios obliga tanto al actor como al espectador a cambiar constantemente su perspectiva con respecto a la obra.

Por ello, al escribir la pieza, encargo del Teatro de la Abadía, he creído oportuno reclamar alguna que otra vez las voces genuinas de insignes personajes históricos, así como la de otros no tan insignes vates o plumillas del momento. Vaya desde aquí mi póstumo homenaje a todos ellos, al igual que a los ilustres historiadores coetáneos Carlos García Barrón, Álvaro Armero, J. Eslava Galán, D. Rojano Ortega, José Luis Calvo Carrilla, y tantos otros, de los que ahora me olvido injustamente.

Nunca ha sido de mi agrado ese teatro de corte historicista que pretende recrear una determinada época a base de la supuesta objetividad con que los historiadores han dado cuenta de unos determinados acontecimientos, y que no logra más, en el mejor de los casos, que esmerados ejercicios de estilo sin ninguna voluntad de diálogo para con su tiempo. Ante tan desalentadora visión, he preferido inventar la historia a partir de unos hechos reales, antes de verme en el fatigosos trance de tener que oficiar de notario trasnochado de cuanto nos contaron en la escuela. De ahí las fugas temporales en la anécdota, las inesperadas alusiones a nuestro presente, la distancia con que se trata la retórica característica de nuestro pasado siglo, contemplada hoy con una mezcla de ternura, perplejidad e hilaridad.

Por último, resulta obligado incluir de forma destacada en la prolija relación de agradecimientos a mi colega Ignacio del Moral, tan determinante en la génesis de este proyecto, a José Luis Gómez por su decidido apoyo y su permanente magisterio, y en fin, a todo el equipo concitado por La Abadía para hacer posible esta travesía desde la memoria hacia la ilusión.

Gracias pues a todos, y a ustedes en especial, pues sin su dispuesta mirada esta linterna nunca podría alumbrar.

Ernesto Caballero.

 

anterior