Exterminio
Algo perturbador planea constantemente
sobre la obra de Antonio Álamo. Los
enfermos es buen ejemplo de ello. Uno se pregunta,
¿dónde están los enfermos?
¿quiénes son estos enfermos?
¿cuál es la enfermedad?
Los protagonistas históricos
(Hitler, Stalin, Churchill) nos hacen caer en la cuenta
de un hecho casual: la imagen de la enfermedad
está muy presente en los hombres de poder. Para
Álamo son enfermos crónicos, que nos
remiten a protagonistas más cercanos igualmente
marcados por la enfermedad. Pensemos por ejemplo en
personajes como Yeltsin, Juan Pablo II o Pinochet, o, en
cierto modo, Clinton.
Si seguimos la trayectoria de Antonio
Álamo, vemos algo distintivo, el tratamiento de la
Historia. Podemos pensar que es eso lo que nos perturba,
la imagen que nos da de una Historia cancerígena.
El autor no está aquí para fijar los
acontecimientos, como tradicionalmente se ha hecho en el
teatro histórico, sino para desdibujarlos y
ponerlos en duda. Para desmitificar la Historia, para
diagnosticar su mal.
La oreja izquierda de Van Gogh
(premio Marqués de Bradomín 1991) toma
la personalidad artística del pintor; Pasos
(Premio Palencia 1996) dará voz a dos cucarachas
que pese a su insignificancia nos unen a lo universal,
con temas como la supervivencia, el miedo a la muerte o
las víctimas del sometimiento; pero es sobre todo
Los borrachos (Tirso de Molina 1993) la que nos
acerca más a Los enfermos, ya que toma una
excusa histórica como inspiración. Si bien
estos son personajes mucho más anónimos
para el espectador, el suceso les da protagonismo
suficiente. Son los padres de la bomba
atómica.
En Los enfermos Adolf Hitler se
va convirtiendo en auténtico protagonista de la
historia (y también de la Historia). Ya se anuncia
en el Acto I, significativamente titulado "Aventuras de
un cadáver" y que relata en tono paródico
el suicidio ritual de Hitler. Esos restos harán un
largo viaje desde un búnker alemán hasta
los sótanos del Kremlin. Se convertirá en
un acto simbólico, donde quedará enterrada
la semilla ideológica que parece esconderse bajo
toda Europa.
No hay una continuidad en la trama.
Cada uno de los tres actos presenta fragmentos ocultos de
la Historia, sólo unidos por la presencia
constante del fantasma de Hitler. Así, el Acto II
es otro acto litúrgico que podría
calificarse como Testamento de Hitler. Es otro momento
aparentemente vulgar que ha pasado por el filtro de la
Historia con fotografías y recortes de prensa: La
reunión entre W. Churchill y Stalin antes de
Yalta. No estamos donde se escribe la historia, "estamos
fuera de la Historia." Significativamente son seres
enfermizos que acaban repartiéndose un
cadáver, el geográfico de una Europa
moribunda, y el anatómico del dictador. Sobre
él se instaurará la duda oficial,
¿está realmente muerto Hitler? La duda, el
miedo es lo que mantiene los estados sociales. Convertir
en miedo tener que perseguir el fantasma de Hitler hasta
el final de la Historia. Ahora que no tienen enemigos,
dirá Stalin, "el Estado que yo he creado
podrá mantenerse y crecer al menos medio siglo
más sobre el cadáver de ese hijo de puta "
(p. 43). Churchill, por el contrario, se quejará
irónicamente "a usted le basta con mandar. Yo
tengo que convencer y persuadir". Para él "la
pobreza será nuestra enemiga", es decir, el paro
será el nuevo temor. "Debemos administrar el
miedo. No dilapidarlo."
El Acto III funciona con total
independencia dramática, es en sí el
núcleo de toda la obra, por ello más
extensa, donde se cierra la trama de los restos de Hitler
con un juego perverso y angustioso. Son tres escenas
donde se van sumando personajes, los hombres de
"confianza" de un maníaco Stalin. Entre ellos
cobra total protagonismo Nikita Kruschev, que el autor
utiliza para jugar con la complicidad histórica
del lector/espectador. Sabemos que Kruschev oficialmente
se hace con el poder, la duda que nos crea es cómo
sucede en el imaginario de la posibilidad
histórica de Álamo.
La tensión va creciendo con las
dos primeras escenas, a medida que la llegada de Stalin
se va haciendo inminente. La imagen de un enfermo,
despótico y macabro dictador crea una inquietud
cómplice. Este es el nuevo miedo, la herencia
ideológica del fascismo que se ha adueñado
de políticas tan opuestas.
Sembrados por toda Europa, los restos
de Hitler enterrados en aquel búnker dieron fruto
en su herencia ideológica. El ejemplo de
cómo manejar a las masas.
Nosotros acabamos siendo los
pacientes, los afectados por una calculada epidemia, la
del miedo. Ese es el diagnóstico de la
Humanidad.
Supervivencia.
Es mecanismo básico en la obra
de Álamo instalar en el texto una lógica
particular. Lo vemos así en La oreja izquierda
de Van Gogh o en Breve historia de la
inmortalidad (novela) donde el receptor parece
participar de la locura del personaje. Ejemplos
más notables son Los borrachos y Los
enfermos. En la primera el texto se construye sobre
paradojas científicas, sobre una lógica
matemática como metáfora del mundo.
Simplificar la realidad y traducirla a un sistema
más lógico, humano. Los enfermos comparte
el mismo gusto por el juego, la trama parece construirse
sobre adivinanzas y engaños que pueden remitirnos
a la propia Historia. Recurre, de hecho, en el
tratamiento de los mitos del siglo XX y en el
empeño por desentrañar momentos oscuros de
nuestros tiempos.
No se trata de un teatro
histórico, si bien guarda elementos comunes con
autores que sí han abordado directamente el teatro
histórico. Recordemos el gusto de generaciones
previas por el tema histórico. Es evidente que los
autores del final de la época franquista y de la
transición (Buero Vallejo, Sastre, Martín
Recuerda, Alberti) tuvieron que dar cuenta de todo un
período histórico de silencio. Son
años donde el teatro se compromete con los cambios
sociales que se están produciendo. De hecho el
mayor compromiso del teatro es madurar la nueva
situación política.
Autores como Sanchis Sinisterra o
Domingo Miras continúan a lo largo de los ochenta
con el tratamiento histórico. Pero se va
adivinando una notable inflexión hasta llegar a
los noventa. En una época asentada sobre una
sólida democracia, el teatro histórico ha
ido perdiendo la fuerza del compromiso político.
Las nuevas generaciones han volcado sus intenciones sobre
la intimidad del individuo, incluso cuando se utiliza la
historia como excusa. Dos son los autores más
notables, uno A. Álamo y otro J.
Mayorga.
¿Qué es lo que se sigue
buscando en la Historia? Como de una mina abandonada, los
autores, pese a todo siguen adentrándose en busca
de motivos. Según Álamo, es un
auténtico expolio a los muertos. "Todo lo que
somos gira a su alrededor, en el escenario que nos
dejaron. Toda civilización es una
civilización de muertos." La diferencia de estos
autores estriba en la globalidad de la Historia. Ya no se
limitan a la historia de España. Es un intento por
inmiscuirnos dentro de la historia europea y mundial del
último siglo. Como si sólo
hubiésemos ido en paralelo, Los borrachos y
Los enfermos ponen de manifiesto que
también estas historias nos han
afectado.
El tratamiento es lo que caracteriza a
Mayorga y a Álamo. Rasgo evidente es la
desmitificación. Ya no se trata de coger momentos
históricos puros, sino de coger la historia desde
momentos muy pequeños. Es como jugar con la
trastienda de la historia. Sergi Belbel ha
señalado que es un proceso de metonimia, donde el
autor escoge personajes, situaciones del ámbito
histórico, que todo el mundo tiene en la cabeza.
Por una parte este proceso permite jugar con el
imaginario colectivo. Cuando vemos a la Jackie Kennedy de
El sueño de Ginebra, de Mayorga, jugamos
con ella. Igual que se despierta la complicidad del
receptor viendo la ironía de unos fraternales
Churchill o Stalin en Los enfermos; o la acritud y
angustia de conocer todas las repercusiones de la bomba
atómica en Los borrachos. Entre la comicidad de
este Álamo y el desasosiego de la Historia
según Mayorga en Siete hombre buenos o
El traductor de Blumemberg.
El objetivo final de este proceso, sin
embargo, es menos lúdico. No es una
investigación histórica, a pesar de las
frecuentes críticas a la veracidad
histórica. Va más allá, se busca la
línea de motivación de los personajes. El
mal, por ejemplo, como reflexión.
¿Dónde está el grado de
perversión de Hitler? El problema es que el mal es
algo relativo que puede no existir. La mayor parte de las
ocasiones es el fruto de las buenas intenciones. Como
dice el propio Juan Mayorga citando a Karl Smith (o Carl
Schmitt) "el mal es un instrumento para un final feliz",
"yo estuve al frente del mundo del derecho del III Reich
porque, en realidad, si no hubiese estado ahí,
hubiese sido peor". Seres tan aparentemente vulgares,
presentados "fuera de la Historia", en una fiesta
totalmente ebrios en Los borrachos, movidos por
una total ambigüedad moral, son los que han marcado
el signo de la historia.
La conclusión nos la da
Mayorga, la perspectiva histórica no deja de ser
una mirada más a la experiencia humana.