ars theatrica

reseñas teatro siglo xx

LOS ENFERMOS

 

ÁLAMO, Antonio

Edicions BITZOC, Palma de Mallorca, 1997.

 

 

UN DIAGNÓSTICO DE LA HUMANIDAD

Exterminio 

Algo perturbador planea constantemente sobre la obra de Antonio Álamo. Los enfermos es buen ejemplo de ello. Uno se pregunta, ¿dónde están los enfermos? ¿quiénes son estos enfermos? ¿cuál es la enfermedad?

Los protagonistas históricos (Hitler, Stalin, Churchill) nos hacen caer en la cuenta de un hecho casual: la imagen de la enfermedad está muy presente en los hombres de poder. Para Álamo son enfermos crónicos, que nos remiten a protagonistas más cercanos igualmente marcados por la enfermedad. Pensemos por ejemplo en personajes como Yeltsin, Juan Pablo II o Pinochet, o, en cierto modo, Clinton.

Si seguimos la trayectoria de Antonio Álamo, vemos algo distintivo, el tratamiento de la Historia. Podemos pensar que es eso lo que nos perturba, la imagen que nos da de una Historia cancerígena. El autor no está aquí para fijar los acontecimientos, como tradicionalmente se ha hecho en el teatro histórico, sino para desdibujarlos y ponerlos en duda. Para desmitificar la Historia, para diagnosticar su mal.

La oreja izquierda de Van Gogh (premio Marqués de Bradomín 1991) toma la personalidad artística del pintor; Pasos (Premio Palencia 1996) dará voz a dos cucarachas que pese a su insignificancia nos unen a lo universal, con temas como la supervivencia, el miedo a la muerte o las víctimas del sometimiento; pero es sobre todo Los borrachos (Tirso de Molina 1993) la que nos acerca más a Los enfermos, ya que toma una excusa histórica como inspiración. Si bien estos son personajes mucho más anónimos para el espectador, el suceso les da protagonismo suficiente. Son los padres de la bomba atómica.

En Los enfermos Adolf Hitler se va convirtiendo en auténtico protagonista de la historia (y también de la Historia). Ya se anuncia en el Acto I, significativamente titulado "Aventuras de un cadáver" y que relata en tono paródico el suicidio ritual de Hitler. Esos restos harán un largo viaje desde un búnker alemán hasta los sótanos del Kremlin. Se convertirá en un acto simbólico, donde quedará enterrada la semilla ideológica que parece esconderse bajo toda Europa.

No hay una continuidad en la trama. Cada uno de los tres actos presenta fragmentos ocultos de la Historia, sólo unidos por la presencia constante del fantasma de Hitler. Así, el Acto II es otro acto litúrgico que podría calificarse como Testamento de Hitler. Es otro momento aparentemente vulgar que ha pasado por el filtro de la Historia con fotografías y recortes de prensa: La reunión entre W. Churchill y Stalin antes de Yalta. No estamos donde se escribe la historia, "estamos fuera de la Historia." Significativamente son seres enfermizos que acaban repartiéndose un cadáver, el geográfico de una Europa moribunda, y el anatómico del dictador. Sobre él se instaurará la duda oficial, ¿está realmente muerto Hitler? La duda, el miedo es lo que mantiene los estados sociales. Convertir en miedo tener que perseguir el fantasma de Hitler hasta el final de la Historia. Ahora que no tienen enemigos, dirá Stalin, "el Estado que yo he creado podrá mantenerse y crecer al menos medio siglo más sobre el cadáver de ese hijo de puta " (p. 43). Churchill, por el contrario, se quejará irónicamente "a usted le basta con mandar. Yo tengo que convencer y persuadir". Para él "la pobreza será nuestra enemiga", es decir, el paro será el nuevo temor. "Debemos administrar el miedo. No dilapidarlo."

El Acto III funciona con total independencia dramática, es en sí el núcleo de toda la obra, por ello más extensa, donde se cierra la trama de los restos de Hitler con un juego perverso y angustioso. Son tres escenas donde se van sumando personajes, los hombres de "confianza" de un maníaco Stalin. Entre ellos cobra total protagonismo Nikita Kruschev, que el autor utiliza para jugar con la complicidad histórica del lector/espectador. Sabemos que Kruschev oficialmente se hace con el poder, la duda que nos crea es cómo sucede en el imaginario de la posibilidad histórica de Álamo.

La tensión va creciendo con las dos primeras escenas, a medida que la llegada de Stalin se va haciendo inminente. La imagen de un enfermo, despótico y macabro dictador crea una inquietud cómplice. Este es el nuevo miedo, la herencia ideológica del fascismo que se ha adueñado de políticas tan opuestas.

Sembrados por toda Europa, los restos de Hitler enterrados en aquel búnker dieron fruto en su herencia ideológica. El ejemplo de cómo manejar a las masas.

Nosotros acabamos siendo los pacientes, los afectados por una calculada epidemia, la del miedo. Ese es el diagnóstico de la Humanidad.

Supervivencia.

Es mecanismo básico en la obra de Álamo instalar en el texto una lógica particular. Lo vemos así en La oreja izquierda de Van Gogh o en Breve historia de la inmortalidad (novela) donde el receptor parece participar de la locura del personaje. Ejemplos más notables son Los borrachos y Los enfermos. En la primera el texto se construye sobre paradojas científicas, sobre una lógica matemática como metáfora del mundo. Simplificar la realidad y traducirla a un sistema más lógico, humano. Los enfermos comparte el mismo gusto por el juego, la trama parece construirse sobre adivinanzas y engaños que pueden remitirnos a la propia Historia. Recurre, de hecho, en el tratamiento de los mitos del siglo XX y en el empeño por desentrañar momentos oscuros de nuestros tiempos.

No se trata de un teatro histórico, si bien guarda elementos comunes con autores que sí han abordado directamente el teatro histórico. Recordemos el gusto de generaciones previas por el tema histórico. Es evidente que los autores del final de la época franquista y de la transición (Buero Vallejo, Sastre, Martín Recuerda, Alberti) tuvieron que dar cuenta de todo un período histórico de silencio. Son años donde el teatro se compromete con los cambios sociales que se están produciendo. De hecho el mayor compromiso del teatro es madurar la nueva situación política.

Autores como Sanchis Sinisterra o Domingo Miras continúan a lo largo de los ochenta con el tratamiento histórico. Pero se va adivinando una notable inflexión hasta llegar a los noventa. En una época asentada sobre una sólida democracia, el teatro histórico ha ido perdiendo la fuerza del compromiso político. Las nuevas generaciones han volcado sus intenciones sobre la intimidad del individuo, incluso cuando se utiliza la historia como excusa. Dos son los autores más notables, uno A. Álamo y otro J. Mayorga.

¿Qué es lo que se sigue buscando en la Historia? Como de una mina abandonada, los autores, pese a todo siguen adentrándose en busca de motivos. Según Álamo, es un auténtico expolio a los muertos. "Todo lo que somos gira a su alrededor, en el escenario que nos dejaron. Toda civilización es una civilización de muertos." La diferencia de estos autores estriba en la globalidad de la Historia. Ya no se limitan a la historia de España. Es un intento por inmiscuirnos dentro de la historia europea y mundial del último siglo. Como si sólo hubiésemos ido en paralelo, Los borrachos y Los enfermos ponen de manifiesto que también estas historias nos han afectado.

El tratamiento es lo que caracteriza a Mayorga y a Álamo. Rasgo evidente es la desmitificación. Ya no se trata de coger momentos históricos puros, sino de coger la historia desde momentos muy pequeños. Es como jugar con la trastienda de la historia. Sergi Belbel ha señalado que es un proceso de metonimia, donde el autor escoge personajes, situaciones del ámbito histórico, que todo el mundo tiene en la cabeza. Por una parte este proceso permite jugar con el imaginario colectivo. Cuando vemos a la Jackie Kennedy de El sueño de Ginebra, de Mayorga, jugamos con ella. Igual que se despierta la complicidad del receptor viendo la ironía de unos fraternales Churchill o Stalin en Los enfermos; o la acritud y angustia de conocer todas las repercusiones de la bomba atómica en Los borrachos. Entre la comicidad de este Álamo y el desasosiego de la Historia según Mayorga en Siete hombre buenos o El traductor de Blumemberg.

El objetivo final de este proceso, sin embargo, es menos lúdico. No es una investigación histórica, a pesar de las frecuentes críticas a la veracidad histórica. Va más allá, se busca la línea de motivación de los personajes. El mal, por ejemplo, como reflexión. ¿Dónde está el grado de perversión de Hitler? El problema es que el mal es algo relativo que puede no existir. La mayor parte de las ocasiones es el fruto de las buenas intenciones. Como dice el propio Juan Mayorga citando a Karl Smith (o Carl Schmitt) "el mal es un instrumento para un final feliz", "yo estuve al frente del mundo del derecho del III Reich porque, en realidad, si no hubiese estado ahí, hubiese sido peor". Seres tan aparentemente vulgares, presentados "fuera de la Historia", en una fiesta totalmente ebrios en Los borrachos, movidos por una total ambigüedad moral, son los que han marcado el signo de la historia.

La conclusión nos la da Mayorga, la perspectiva histórica no deja de ser una mirada más a la experiencia humana.

Arturo Sánchez Velasco

Dramaturgo