Revista Escena nº 58, pag24.
Marzo
1999. ...Y el Bradomín. Porque
la capa del insigne Marqués que creara
Ramón María del Valle Inclán ha
abrigado a los jóvenes autores, menores de 30
años, con el Premio que lleva su nombre, promovido
y convocado por el INJUVE. Un galardón que en esta
edición decidió un jurado compuesto por
Jesús Campos, Jesús Cracio, Jorge
Díez, José Manuel Garrido, Guiillermo
Heras, Carla Matteini y Paco Zarzoso y que
consideró mejor obra Martes.3. a.m. más
al sur de Carolina del sur, de Arturo Sánchez
Velasco (Castellón, 1974). Velasco, licenciado en
Filología Hispánica por la Universidad de
Valencia y alumno de Rodolf Sirera y Fermín Cabal,
entre otros, ya se hizo con el Primer Premio de la
Universidad Politécnica de Madrid. En este texto
sitúa a tres personajes (Mía, Don y Doc) en
las fronteras de las relaciones y de la
comunicación. En el paisaje de un gran
aparcamiento subterráneo Míua (una
aventurera) y Don (un vigilante nocturno del
aparcamiento) se mienten, se acercan, se siguen y se
acechan; se enfrentan a pequeñas situaciones, no
exentas de humor y absurdo y a grandes preguntas,
vacilaciones sobre la existencia. "Me pierdo en los
grandes conceptos. Me resulta comprometido decirlo, pero
es así. Las ideas se me quedan grandes. Siempre
por defecto, acudo a la anécdota. Evito la
reflexión. No quiero decir que no piense. O que no
entienda ciertas cosas", dirá Mía.
(...)
EN EL BOSQUE DE UN APARCAMIENTO
Enrique Centeno, Diario 16 Martes,
21 de septiembre de
1999 El Astillero es un colectivo
formado por algunos de los más interesantes
creadores de la nueva escena que emerge. Suman entre
ellos varios e importantes reconocimientos, y ofrecen
singularidad, riesgo y calidad. El director de este
espectáculo, Luis Miguel González Cruz, es
premio Calderón de la Barca y acaba de ganar el
Lope de Vega, pero demuestra aquí, como autor de
la puesta en escena, que conoce muy bien este oficio. Por
su parte, Arturo Sánchez Velasco fue el
último galardonado con el Marqués de
Bradomín para jóvenes autores (tiene ahora
25 años). Este Martes 3. 00 a.m.-.. es un
texto de riesgo, sin contaminar, sin imitación a
nada. Transcurre en un aparcamiento subterráneo
muy particular, con un carril-bici y un extraño
habitante, que ha acampado en una de sus plazas: una
especie de demiurgo y de rebelde derrotado cuyos
conocimientos y cierta perversidad contrastan con la
inocencia de los otros dos personajes. Mia es una joven desconcertada,
ingenua, perdida en el bosque de los pilares de cemento;
busca no se sabe qué en un mapa, corre, huye y
regresa siempre sin encontrar respuestas a sus
reflexiones de mente primaria ("O me ahogo o me muero de
sed", se dice a sí misma). Quien la persigue, y a
quien ella persigue a su vez en el bosque de pilares de
cemento, es Don, otro desconcertado con un pasado
absurdo. Hablan de soledad sin referirse a ella de forma
expresa, de amor, de amistad y de desolación sin
que parezcan percibirlo ellos mismos, en un lenguaje de
una poética muy sencilla y llena de humor.
Se entienden, se odian y parecen
pertenecer a otro mundo, o quizá al mundo mismo
del aparcamiento en el que se han encontrado (es la cita
a la que alude el título). Los textos, estructurados en numerosos
cuadros cortos, se cohesionan muy bien y ofrecen un
retrato que se acepta como algo real y natural, gracias
también a la excelente dirección. Y, desde
luego, a sus tres espléndidos intérpretes,
Mélida Molina -magnífica en su gracilidad-,
Roberto Enríquez -dirección, presencia- y
Alberto Miguel -la veteranía y el saber
construyendo su personaje; que se mueven por la buena
escenograffa de Elisa Sanz.
LA VII MUESTRA DE ALICANTE SIN SORPRESAS. UN FESTIVAL VENIDO A MENOS.
Virgilio Tortosa. Levante 1 de diciembre de 1999
Pocas sorpresas y una dudosa
selección del nuevo panorama teatral ha ofrecido
este año la Muestra de Teatro de Alicante, un
encuentro que en su momento fue catalizador del teatro
contemporáneo. La respuesta popular obliga a una
reflexión de futuro. Bajo una misma y monótona
cantinela parece haberse librado edición de una
muestra que nació con pretensión de exhibir
las dramaturgias más frescas y plantear un debate
social esa tan trajinada nueva escritura teatral que
inunda por doquier todos los rincones del Estado
español. De entre la veintena de
espectáculos exhibidos, apenas unos pocos causaron
una grata sensación en el público. Entre
ellos la rigurosa estética humorista del grupo
gadítano La Zaranda con un texto de Eusebio
Calonge titulado Cuando la vida eterna se acabe,
bajo las premisas que han hecho famoso al grupo a partir
de un existencialismo cercano al mundo beckettiano.
En el trayecto inicial de la muestra,
el Teatro de la Huella representó el texto de
Sanchis Sinisterra Ñaque o de píojos y
actores, un texto clásico del autor
valenciano, en el marco de un emotivo homenaje realizado
a su trayectoria. Una obra a la que le faltó mayor
garbo interpretativo. Entre lo visto, la obra inicial de una
trilogia planteada por José Ramón
Fernández, Yotanda Pallín y Javier
Yagüe titulada Manos, muestra de manera poco
alentadora los modos de vida de nuestros antepasados en
pleno franquismo. De fracaso se puede tildar la
representación de obras como La ciudad
sitiada y Los carniceros, ambos,
respectivamente, de Laila Ripoll y Antonio Morcillo, a
partir de unos textos confusos. Acartonada resultó
la obra de Paloma Pedrero que condensa el mundo de la
violencia juvenil en Cachorros de negro mirar.
Ignacio Amestoy vio estrenado Violetas para un
Borbón, un aburrido texto que dirime los
últimos días de Alfonso XII sin mayor
aporte que una dudosa arqueología teatral.
Una adaptación de la novela de
Javier Tomeo Los misterios de la ópera,
firmada por Caries Alfaro, tuvo el rigor del director
valenciano pero sin mayor conflicto que el retratado en
la situación inicial. En cuanto a la dramaturgia
valenciana, estuvo representada por el último
premio Marqués de Bradomín Arturo
Sánchez Velasco, con Martes 3:00 A. M.
más al sur de Carolina del Sur, en la que su
autor tantea multitud de lenguajes sin acabar de
conformar una estética propia, aun con momentos
rotundos. Eduardo Zamanillo representó
Adultos, una obra crítica, contemplada
semanas antes en la Sala Moratín. Caries Alberola
hizo lo propio con Besos, su último montaje
a partir de un revival de canciones de los ochenta. El
director de Jácara Juan Luis Mira vio estrenado su
último texto, Malsueño, una obra que
hace honor a su título a través de una
situación sainetesca modernizada, esclerotizada
hasta sus últimas consecuencias. Una muestra que en su momento fue
catalizadora de la nueva dramaturgia y que edición
tras edición pierde fuerza, a través de una
dudosa selección del panorama. Indicios como el no
acabar de calar la muestra en la ciudad de Alicante, el
medio aforo de teatros y la poca repercusión de
esta cita anual, dan mucho que pensar.
ALICANTE FINALIZA SU CITA CON EL
TEATRO CONTEMPORÁNEO ALICANTE. - Las últimas
cosechas de los "bradomines" no parecen ser grandes
añadas. Todo lo contrario. El premio de teatro
Marqués de Bradomín se otorga anualmente a
textos de autores jóvenes menores de 26
años (más o menos), y si bien algunos de
los ahora tenidos por autores consagrados lo obtuvieron,
lo cierto es que se ha depositado en él una
confianza excesiva , a la luz de lo visto. Y es que tras
el desastre de "Los carniceros", ganadora del premio en
1997, la Muestra de Teatro Español
Contemporáneo de Alicante presentó el de
1998, "Martes, 3.0 A.M. Más al sur de Carolina del
Sur", de Arturo Sánchez Velasco (25 años).
Al autor, según nos dijo, no le gusta explicar por
qué escribió esa obra. Tras la
función, la pregunta -considerada en ciertos
medios dramatúrgicos como una tontería-
seguía sin respuesta y cuestionaba la ligereza con
la que se promueve la autoría teatral a los
escenarios para escarnio del espectador. Y no es que Sánchez carezca
necesariamente de futuro en el teatro, pues
interés y capacidad de trabajo, me dicen, no le
falta, y si me apuran hasta apunta la búsqueda de
un universo propio, un tanto surreal y absurdo por ahora.
Y no es tampoco que su primer texto escenificado redunde
en formas fragmentarias un tanto cansinas ya, es que esa
falta de respuesta a la pregunta que hacíamos ha
sido probablemente la causa del auténtico desatino
perpetrado por el debutante director Luis Miguel
González Cruz. No sé si otra lectura
escénica con un clara opción clownesca de
este cúmulo de sinsentidos habría resuelto
el enigma, pero es posible que la hubiera hecho
soportable. Parece urgente una labor de contraste de la
autoría teatral antes del escenario. En el extremo opuesto, el veterano
Ignacio Amestoy presentó en Alicante "Violetas
para un Borbón", texto que inicia una
trilogía de teatro histórico sobre la
monarquía española desde Alfonso XII y que
llegará a Juan Carlos I en la tercera entrega. La
primera se ocupa de un lascivo y concupiscente Alfonso
XII en sus últimas horas de vida, cuando su
segunda esposa, la despreciada teutona María
Cristina de Austria, decide arrancarle un coito final que
le dé el heredero varón que hasta el
momento la naturaleza le ha negado. Para ello
deberá seducirlo y contará con el
asesoramiento de Francesillo, bufón y demonio, con
el que realizará un pacto faústico.
Amestoy sabe qué quiere
explicar y para quién lo explica. Además de
hacerlo con el oficio que se le reconoce. Si el texto se
deja oír y puede gustar a quien interese, el
montaje de Francisco Vidal huele a naftalina (no
descartemos que hay quien disfruta con ese olor) y bajo
su dirección los intérpretes van poco
más allá de la mera palabra, en un texto en
el que hay más caricaturas que personajes. La
Muestra de Alicante fianaliza hoy sabiendo que debe
buscar nuevas fórmulas para trascender e influir
en el mapa teatral. Por lo pronto el Instituto de las
Artes Escénicas y la Música ha aumentado su
aportación para la próxima edición
de 18 a 30 millones.
Santiago Fondevilla. La vanguardia domingo, 28 de noviembre 1999
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