VENTANILLA
DE
RECLAMACIONES

 

 

 

 

 

Habitación en penumbra. Las escasas luces marcan la silueta de la cesta de un globo suspendida en el aire a poca altura. En su interior se asoma un hombre. Viejo y decrépito. Lleva una venda en los ojos. Por lo demás, todo hace parecer que es un típico jubilado de vacaciones en Benidorm.
Aguarda un silencio molesto.

A estas alturas a alguien se le podría haber ocurrido un final feliz. No digo un final perfecto, digamos ir volando en la tormenta y aterrizar justo en una isla llena de amazonas. No. A estas alturas cualquier final vale. Yo me conformaría con una tierra donde caer. No digo una isla desierta, no digo un jardín de rosas, pero tampoco esperaba...esto. Este abismo, esta noche dormida que nos ciega, no es lo que nos habían ofrecido.
Prometieron un dulce viaje. Prometieron volar entre nubes blancas que transparentaran los paisajes más hermosos. Prometieron, si acaso, una noche clara de primavera. Prometieron un amanecer radiante, todos los amaneceres radiantes que quisiéramos, todas las noches claras de primavera que fuésemos capaces de soportar. Pero no hay nada. A estas alturas itinerarios pactados, las palabras del guía en los tres idiomas de rigor. Que entiendo: dicen lo que sé. Describen los mismos paisajes que nos arropan y que van deslizándose a nuestro paso. Pero, al final del camino, hay un peaje que nos anuncia nuestra deuda contraída por utilizar siempre las mismas vías, los mismos sueños noche tras noche.
Despierto. Los abismos se disfrazan de un palpable infinito. Prometieron, ofrecían un compromiso completo. Hasta el final. Siempre aseguraron firmemente una salida. Pero no. No hay nada aquí que lo atestigüe.
Cierra los ojos. Cierra los ojos, decían. Cierra los ojos y repite conmigo. Yo no repetía nada porque ya no oía nada. Creo que fue el momento en que me quedé sordo. Aunque no lo he adivinado hasta hoy. Cuando ni los llantos al otro lado de la pared ni el despertador a las 7.15 han logrado despertarme, como cualquier día. Cuando he despertado tres horas después, lo he comprendido. Una de dos: O me he quedado sordo, lo cual explica de paso el insoportable mutismo que envuelve este día, o bien todos me han abandonado durante la noche. No tenía tanto sueño.
El silencio me aburre y duermo otro tiempo impreciso. Pero hay algo en este sueño que me hace sospechar. No sé muy bien qué. Es esa terrible sospecha que te sacude en plena noche y que te deja inerte hasta que se hace de día. Alguien ha encontrado un filón de oro vendiendo el infinito a plazos y por entregas. Sin entradas. Sin intereses. Sólo el firme compromiso de no desenvolver el paquete hasta el final.
Yo no lo he resistido. Había algo en el dolor de la paciencia...algo en las promesas insufribles...que convertía la fe en un acto de militancia.
Prometieron un buen día. Un día perfecto. Con todos los servicios meteorológicos contratados para que nada aguase la excursión. Prometieron los mejores asientos con ventanillas. El transporte más seguro. La compañía más fiable. Prometieron un viaje a alguna parte.
Y, sin embargo, nos lo han prohibido todo. Nos han prohibido mirar. Nos han prohibido oír... Miramos, pero son los mismos paisajes de siempre. Los que dan al patio interior con las ropas tendidas de podredumbre. Con los árboles ahogados en fango.

Un círculo de llamas se enciende bajo la cesta. Como en un rito caníbal, o una simple paella dominguera. El hombre nota el olor a chamusquina.

Prometieron que me llevarían a un lugar más seguro. A un lugar donde no hubiese que cubrirse los ojos con gomaespuma para amortiguar la fealdad de lo visible. Prometieron cubrirme los ojos y llevarme de la mano a cualquier otro sitio sin peligro de caer en un abismo.
Y qué. Sigo aquí. He dejado de ver el  mundo. De tanto insistir en bocanadas de acritud me quedé ciego. Sí, solucionó el problema de los malos paisajes, pero sigo aquí.Y ahora, todo huele mal.

Se deja caer en el respaldo de la cesta. Silencio consumido por el crepitar de la hogera.

ARTURO SÁNCHEZ VELASCO, 1998.
(Este texto fue publicado en The Elm Magazine de la Universitat de València, abril-junio, 1998. Nº 12.) Fotografía de J.H. Lartigue,1906.


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