JAVIER GUIJARRO CEBALLOS,
El <<Floriseo>> de Fernando Bernal,
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1999, 348 p.
Frente a la enorme popularidad que los libros de caballerías tuvieron en el seiscientos, muchas de estas obras estarían condenadas al olvido de no ser por la osadía de investigadores como Javier Guijarro. En su reciente estudio este autor traza una imagen novedosa del Floriseo de Fernando Bernal, una obra desconocida para el lector actual que permite acercarnos al género caballeresco desde una óptica sugerente. El extenso prólogo de Pedro Mª Cátedra, aparte de recordar los problemas bibliográficos que plantea el corpus caballeresco, y destacar los esfuerzos realizados por la crítica en las últimas décadas, subraya, sobre todo, la <<necesidad de revisar toda la producción caballeresca con una lectura previa, sin condicionamientos modélicos ni dependencias vicarias y anacrónicas>> (p. 12). Tras poner de relieve cómo el género evoluciona según unas circunstancias históricas e ideológicas precisas que afectan tanto a la redacción como a la recepción de estas obras, Cátedra inicia un breve recorrido por las primeras etapas del período constituyente del libro de caballerías y sitúa al Floriseo en el marco cronológico comprendido entre 1489 y 1525, momento en que se asienta entre los lectores esta literatura como género editorial impreso. Mediante esta parcelación descubrimos varios paralelismos con textos caballerescos originales y traducciones de obras francesas o italianas. Algunos aspectos del realismo del Floriseo es posible vislumbrarlos muy pronto: en la edición castellana de 1489 de la Historia de la linda Melusina <<la competencia entre novela de caballería y libro de caballerías de raigambre artúrica empieza ya como opción nueva>> (p. 30). En 1512, la traducción del Guarino mesquino, a través de las aventuras africanas y mediterráneas y el espíritu de cruzada de su protagonista, ofrece un renovado punto de contacto con el Floriseo, e incluso con el Tirant lo Blanc. Precisamente, el editor de este último libro, en su versión valenciana y en su traducción al castellano, Diego de Gumiel, tendrá mucho que ver con la teoría de una <<conexión valenciana>> entre el Floriseo, el Arderique, el Claribalte o el Lepolemo. En cualquier caso, concluye el prologuista destacando la <<modernidad>> de la crónica de Bernal, un texto más sensible a las preocupaciones de su tiempo, con un caballero más <<real>> y unos lazos evidentes con la experiencia militar del propio Marqués de los Vélez, personaje al que va dirigida la obra, que permiten interpretar esta historia como relato <<en clave>>.
Después de estas reflexiones, puede parecer innecesaria la introducción que realiza Guijarro. No obstante, el interés de las distintas líneas investigadoras propuestas queda patente enseguida. En primer lugar, el presente ensayo se plantea como una descripción del Floriseo y de su originalidad. En segundo lugar, la disquisición argumentativa pretende replantear la perspectiva desde la cual se ha venido interpretando el libro de caballerías del XVI, condicionada por dos factores restrictivos: <<sujeta a la extrapolación de los rasgos del Amadís de Gaula>> y limitada, además, por <<la visión retrospectiva que impone Don Quijote de la Mancha sobre los libros de caballerías precedentes>> (p. 51). De acuerdo con este objetivo, las posibles desviaciones del Floriseo con respecto a las pautas del modelo-tipo del Amadís, serán estudiadas en relación con textos como el Cifar, Tirant(e), Arderique, Claribalte, Lepolemo o Florisando, obras que mantienen entre sí unas afinidades que las integrarían dentro de un grupo génerico propio. A partir de una nueva globalización temática y estructural de los libros de caballerías, del deslinde entre la tendencia idealista y una línea más realista, sería incluso factible buscar el lugar que ocupa el género dentro de la prosa de ficción áurea y definir su papel en la evolución de la prosa <<desde el romance medieval al realismo de Cervantes>> (p. 51). Dejando para otro momento esta vasta empresa, el autor dedicará otros apartados a darnos un resumen argumental de la obra, una antología de sus pasajes más relevantes y un listado de sus personajes. Con ello facilita a cualquier lector el acceso a una obra de la que no disponemos de ninguna edición moderna.
Así las cosas, Guijarro inicia su periplo por el Floriseo analizando las referencias que sobre el texto figuran en los distintos catálogos y resolviendo las confusiones bibliográficas que han engrosado su historia editorial. Coincidencias onomásticas o errores involuntarios asociaron al Floriseo con un extraño Polismán Florisio, con el Polismán de Jerónimo de Contreras o con el Florindo de Basurto. Pero lo bien cierto es que la biografía del libro de Bernal es más modesta. Editado por Diego de Gumiel en 1516, no volvió a ser reimpreso. Actualmente sólo conservamos un ejemplar cuyo argumento se resume en el siguiente apartado. La larga extensión de este capítulo revela uno de los rasgos externos del libro de caballerías: sus grandes dimensiones, pero, además, permite apreciar la originalidad de las aventuras narradas, sobre todo en la primera parte de la obra, en relación con las pautas habituales en los libros que derivan del linaje amadisiano. Mientras el protagonista se forja una identidad heroica a través de numerosas hazañas, Guijarro evidencia su familiaridad con la materia a partir de guiños irónicos puntuales y un estilo fluido que merece ser destacado.
La reflexión crítica preside el apartado central del ensayo. El autor retoma entonces las ideas enunciadas anteriormente para reivindicar que la diversidad del corpus caballeresco demanda <<una clasificación más heterogénea en el molde genérico de los libros de caballerías>> (p. 120). Las páginas siguientes proponen, en efecto, la vinculación entre diversos textos de carácter más realista que reflejan la persistencia de unos intereses narrativos que permiten establecer un puente entre el romance medieval y el realismo posterior del Lazarillo y la novela cervantina. Desde el momento en que se relacionan unas obras que comprenden un amplio espacio temporal a partir del concepto del <<realismo>>, tal vez hubiera sido conveniente un breve capítulo dedicado al papel que tuvo dicha noción cuando Bernal compone su relato y en años posteriores, señalando, a su vez, la difícil aplicación del término a unas obras donde, como el mismo Guijarro reconoce, las convenciones literarias del género son el criterio básico para definir la verosimilitud de algunos hechos. En todo caso, sigue siendo laudable el esfuerzo del autor por revisar juicios vertidos sobre el género para demostrar su importancia en la prosa de ficción áurea. Los ejemplos aportados por Guijarro confirman que los detalles realistas están más presentes en el libro de caballerías de lo que se pudiera creer. Con ellos se intenta verosimilizar ciertos episodios y <<ofrecer una imagen de las andanzas del caballero más realista y cercana al lector>> (p. 140). Esta es la misión de las referencias al dinero que se necesita para adquirir tropas y para el propio sustento del caballero, o las menciones al aprendizaje idiomático del héroe que, en su continuo viajar, debe comunicarse con hablantes de distintas lenguas. En el plano discursivo, se analizan las intromisiones del narrador en el relato para atajar posibles contradicciones internas o aclarar un suceso previo, estrategias que confieren a la fábula una coherencia y una verosimilitud sólo explicable en el marco de la peculiar poética del género.
El análisis de los personajes <<bajos>> que aparecen en el Floriseo muestra cómo la ampliación del marco social favorece la inserción de una realidad distinta al universo esencialmente aristocrático de estas obras. En ellas se concede, a veces, un protagonismo inusitado a individuos cuya procedencia social ensancha la imagen de la realidad, pero, además, un estudio más detallado de tales personajes podría ayudarnos a comprobar cómo penetran en el libro de caballerías elementos procedentes de otros géneros literarios de la época. Dejando de lado estas relaciones extratextuales, podemos confirmar que el capítulo más interesante es el dedicado a las armas y combates en el Floriseo. Aquí destaca Guijarro la presencia de la artillería y de varias tácticas bélicas que, por un lado, aproximan la crónica a la realidad militar de finales del XV y, especialmente, a las campañas granadinas; mientras que, por otra parte, el privilegio de la astucia y de estrategias como las emboscadas o la ruptura de treguas, abre una brecha entre la ética del caballero tradicional y los hechos que protagoniza y que introducen nuevas realidades históricas. Al tiempo que el individualismo caballeresco se ve desplazado por el interés común del grupo, siguiendo el nuevo estilo de caballerías propuesto en las Sergas o el Florisando, algunas tretas utilizadas por su héroe chocan con la caracterización del caballero ideal. Sea como fuere, lo que es evidente es el mayor realismo de un texto que implícitamente presenta hechos o problemas coetáneos al autor. Es lo que Guijarro denomina <<pseudohistoricidad>> y que se concreta en episodios como la conquista de Polenda, que podría aludir de forma velada al asedio real de Málaga, o las disquisiciones de Floriseo al ser elegido gobernador de la Ínsola Encantada, discusiones que pueden remitir a las tensiones políticas provocadas por largas ausencias del emperador Carlos fuera de España.
A lo largo de su recorrido por la historia de Bernal, Guijarro muestra la impronta de la realidad en el libro de caballerías, en unos años en que el influjo del Amadís se revela decisivo. Curiosamente, un tal Andrés Ruiz compone un romance basado en el desenlace del segundo libro del Floriseo, tal y como se transcribe al final del ensayo, y elimina los detalles realistas de su fuente. El hecho de que los lectores de la época pasaran por alto estas aportaciones no significa que no existieran, y esto es lo que viene a demostrar el estudio de Guijarro, un trabajo que apunta nuevas líneas de investigación desatendidas por la crítica y que nos enseña a leer desde una óptica diferente el género caballeresco en su variedad. Su proyecto se dirige en ocasiones a cimas más altas. Sin desconfiar de la autoridad de Cervantes, cuestiona algunas opiniones del cura del Quijote, invitándonos a ver al escritor alcalaíno y a su personaje como lectores subjetivos de libros de caballerías y, por tanto, no siempre en poder de la verdad absoluta, sino de su propia verdad.
Emilio Sales Dasí