El corpus de los libros de caballerías castellanos:

¿una cuestión cerrada? (1)

 

José Manuel Lucía Megías

Universidad Complutense de Madrid

 
 
"-Verdaderamente, señor cura, yo hallo por mi cuenta que son perjudiciales en la república estos que llaman libros de caballerías y, aunque he leído, llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de todos los más que hay impresos, jamás me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cuál más, cuál menos, todos ellos son una mesma cosa, y no tiene más éste que aquél, ni estotro que el otro" (2).
 
Con estas palabras el canónigo de Toledo sentencia los libros de caballerías impresos en su tiempo (recuérdese, principios del siglo XVII). En la escena se encuentran presentes el cura, Sancho Panza y un don Quijote encantado en una jaula, camino de su aldea. Es el capítulo XLVII de la primera parte del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Esta idea, la del género caballeresco compuesto por una serie de textos monótonos, idénticos en sus historias y en sus desarrollos, de los que sobresalen sólo unos títulos, por todos conocidos y por algunos leídos y admirados (Amadís de Gaula, Palmerín de Olivia, Tirant lo Blanc...) ha terminado por convertirse en un lugar común en la crítica de la prosa de ficción de los Siglos de Oro.
Pero, sin duda, diversa hubiera sido la imagen de los libros de caballerías si se hubieran tenido en cuenta otros párrafos del mismo capítulo. En un momento determinado, el canónigo no puede dejar de admirarse de que alguien pueda creer que sea verdad lo que los libros de caballerías cuentan, demostrando una lectura más atenta de la que habría confesado en primer encuentro:
 
Y ¿cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, tanto F[e]lixmarte de Hircania, tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías contienen?
 
Y ello puede encontrarse en los libros de caballerías castellanos, en un género que se mueve a lo largo de dos siglos entre el didactismo y el entretenimiento.
Otros factores han venido a potenciar este lugar común ("son todos iguales") de la crítica moderna de los libros de caballerías castellanos, como es la complejidad de concretar el corpus caballeresco (formado por más de setenta títulos), la extensión de los textos, sin olvidar la inexistencia de ediciones modernas de la mayoría de ellos (3) , lo que obliga a la lectura de los mismos en ediciones antiguas o en testimonios manuscritos, con la consiguiente dificultad de su localización, ya que algunos sólo se conocen gracias a ejemplares dispersos en varias bibliotecas de todo el mundo (4). Y con la tan citada frase "son todos iguales" se ha sentenciado un género con casi dos siglos de vida, compuesto por casi setenta títulos diferentes, de los que se hicieron decenas de ediciones durante los siglos XVI y XVII, y se imprimieron miles de ejemplares, difundidos por toda Europa y América; género que es una de las columnas vertebrales de la industria editorial hispánica en el XVI (en especial para algunos talleres, como los de la dinastía de los Cromberger en Sevilla) y que conforma la base del imaginario de la ficción en español (cuando lo español se convirtió en el modelo cultural y literario de la Europa de su tiempo) y del nacimiento de la novela moderna
Por este motivo, se hacía necesario una antología del corpus completo de los libros de caballerías castellanos de los que, hasta hoy, tenemos noticia; una antología que huyera de los episodios más conocidos y de las obras más citadas, para intentar ofrecer, aunque sólo de un modo general por falta de espacio, la riqueza de matices de un género al que se han acercado escritores de muy diferente calidad con intenciones también diversas; un género que ha sabido apoyarse y utilizar elementos propios de otros géneros narrativos triunfantes, como la ficción pastoril o la ficción sentimental (5); un género que fue capaz de crear una literatura de entretenimiento, que culminará con el Quijote y, de la que, en el fondo, somos todavía hoy deudores. De esta necesidad, de este deseo, nació, gracias a la colaboración de decenas de investigadores, la Antología de libros de caballerías castellanos (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos) que se publicó en el 2001 (6).
Muchos aspectos se repetirán en sus páginas, algunos de ellos de un modo tópico (combates bélicos y amorosos, ritos de investidura, victorias sobre el mal), pero también es cierto que en todos ellos aparecen otras voces, otros matices, otros detalles, dignos también de ser tenidos en cuenta; los únicos que explican su éxito, más allá de cualquier geografía y de cualquier cronología.
Don Quijote y su autor lucharon contra la caterva de los malos libros de caballerías, contra aquellos libros, impresos y manuscritos, que se leían y escribían a finales del siglo XVI y principios del XVII. Pero Cervantes escribió con su Ingenioso Hidalgo un libro de caballerías de entretenimiento, un libro de caballerías que, como Los cuatro libros de Amadís de Gaula , según la reelaboración de Garci Rodríguez de Montalvo, pudiera ser origen de una restauración del género caballeresco. En este sentido, la crítica cervantina estaría dirigida contra los "malos libros de caballerías" y no contra el género caballeresco, al que el canónigo de Toledo defiende con vehemencia en las últimas palabras de su intervención:
 
-Y siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lazos tejida, que, después de acabada, tal perfeción y hermosura muestre que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente, como ya tengo dicho. Porque la escritura desatada d'estos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria; que la épica también puede escrebirse en prosa como en verso.
 
Con la Antología de libros de caballerías castellanos pretendimos acercar un poco de luz, más allá de los textos particulares, a un género, el caballeresco, que, aún hoy, sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la filología; uno de los géneros castellanos que más repercusión ha tenido en toda Europa, y que ha sido, en el fondo, el que ha hecho posible el nacimiento de la narrativa moderna.
Allí se encontrarán emperadores justos, reyes traicionados, caballeros valientes, damas guerreras, hermosas doncellas, aventuras fantásticas, monstruos horribles, espadas encantadas, gigantes invencibles, trajes riquísimos, ciudades encantadas; pero también consejos prácticos (de cómo las mujeres han de tener los dientes blancos) y normas de conducta cortesana, discursos didácticos y excursos moralizantes. Y algunos de ellos escritos en un estilo más apacible que otros, demostrando unos más invención que otros, pero siempre dando cabida a lo lírico y a lo épico, a lo cómico y a lo trágico: risas y lágrimas, sonetos y arengas se dan cita en el género caballeresco.
Pero, más allá de los resultados obtenidos, más allá de la pertinencia de los fragmentos elegidos, la Antología de libros de caballerías castellanos nos obligó a volver sobre una cuestión que no ha sido, desde nuestro punto de vista, lo suficientemente debatida: ¿qué textos, que títulos forman parte del corpus de libros de caballerías castellanos? O si se quiere plantear desde otro punto de vista: ¿Es posible establecer un único corpus de los libros de caballerías castellanos? Cuestión abierta más que cerrada; cuestión entreabierta, si se prefiere, dado que durante el 2001 comenzó a distribuirse una herramienta esencial para el conocimiento y el estudio de los libros de caballerías castellanos: la Bibliografía de los libros de caballerías castellanos de Daniel Eisenberg y Mª Carmen Marín Pina, publicada en el 2000 por las Prensas Universitarias de Zaragoza; una herramienta que ofrece un corpus caballeresco que propuse en mi Antología del 2001, que es heredero de los planteamientos teóricos del libro Imprenta y libros de caballerías que publiqué en el año 2000 en la editorial madrileña Ollero & Ramos.
Intentemos abrir, de nuevo, esta puerta crítica; planteemos la posibilidad de poder cerrarla, al menos, desde un determinado punto de vista.
 
B
 
Los libros de caballerías castellanos, desde el Amadís de Gaula refundido por Garci Rodríguez de Montalvo (seguramente a finales del siglo XV: nº 2) (7) hasta la Tercerca y cuarta parte de Espejo de príncipes y caballeros (nº 34), último libro de caballerías en folio impreso en la Zaragoza de 1623, sin olvidar algunos libros de caballerías posteriores a esta fecha, como la Quinta parte del mismo texto (nº 35), constituyen el género de ficción más complejo, por su geografía, por su cronología, por sus diferentes registros y múltiples influencias, de las letras castellanas. La conciencia que se tenía en su época de la existencia de un género caballeresco determinado está fuera de dudas... sólo hay que hablar del "linaje de Amadís" para que el lector (u oídor) coetáneo supiera ante qué texto se va a encontrar (8); y esto mismo sucede con los grabados de las portadas, con determinadas palabras en el título, codificadas por los usos de la imprenta (esforçado, por ejemplo) o por el tamaño de los libros. Marcas externas que se complementan con otras textuales, por todos conocidas: desde el escrutinio de la biblioteca del hidalgo Quijana (o Quexana), al sueño del prólogo del Olivante de Laura (nº 56), desde el enfrentamiento de Belinflor (nº 40) a las pinturas en la Casa del Amor en el Felixmarte de Hircania (nº 38).
Pero el problema de establecer un corpus de los libros de caballerías castellanos no radica tanto en los mínimos como en los máximos; o en otras palabras, ¿qué criterio utilizar a la hora de delimitar un corpus, que pretenda ser completo, de los libros de caballerías castellanos? ¿Uno o varios criterios? En el caso de los textos de los siglos XVI y XVII, el corpus puede ampliarse a límites casi inabarcables, en donde las fronteras no siempre quedan claras, ni para nuestra comprensión actual ni para la realidad de su época. No hemos de olvidar que durante el siglo XVI el arte de imprimir (es decir, de difundir la letra escrita) se convierte en una industria del imprimir (es decir, de ganar dinero a partir de la letra escrita), por lo que un nuevo factor (el de las estrategias editoriales y empresariales) puede afectar la creación y difusión de los textos. Tampoco olvidemos que este cambio (el del arte a la industria) en tierras castellanas tiene un protagonista: los libros de caballerías. De este modo, a la hora de realizar un acercamiento al corpus caballeresco durante los Siglos de Oro, es necesario tener en cuenta tanto factores internos (narratológios y literarios) como externos; en otras palabras: es necesario tener en cuenta tanto el texto (literatura) como el libro (industria).
Los criterios que, de manera mayoritaria, se han utilizado para la delimitación del corpus de los libros de caballerías castellanos se han basado exclusivamente en aspectos internos: el contenido de los mismos (lo que permite además establecer una clasificación de los libros que forman parte del género) o su naturaleza de texto original o texto traducido (9) .
Pascual de Gayangos en su Catálogo razonado de los libros de caballerías que hay en lengua castellana ó portuguesa hasta el año 1800 (Madrid, 1857) realizó la que puede ser considerada, incluso hoy en día, la más ambiciosa de las clasificaciones realizadas de los libros de caballerías. El único criterio que utilizó es el del contenido, basado en el "origen" de los textos objeto de estudio, como así indicó en su introducción:
 
Para tratar de estos libros con el debido órden, convendrá dividirlos en tres grandes ciclos: el bretón, el carlovingio y el greco-asiático. Los dos primeros son, con alguna ligera excepción, exclusivamente franceses; y el tercero fué engendrado en la Península por la brillante imaginación de nuestros escritores. A este último habrá necesariamente de agregarse otra multitud de libros, así en prosa como en verso que, estrictamente hablando, no son más que una modificación del género, como son la novela-caballeresca-sentimental, los libros de caballerías morales ó á lo divino, los que están fundados sobre la historia de España, y por último, las bellísimas epopeyas caballerescas traducidas ó imitadas del italiano (1874: vi).
 
De acuerdo con este criterio, los títulos (y sus caballeros) irán situándose en las siguientes casillas:
 
[1] Ciclo bretón: Merlín y sus profecías, El libro del Baladro, La Demanda del Santo Greal, Lanzarote del Lago, Tristán de Leonís y Tristán el Joven, Tablante de Ricamonte y Jofré, hijo del conde don Ason, Sagramor y segunda Tabla Redonda.
 
[2] Ciclo carlovingio: Crónica fabulosa del arzobispo Turpin, Carlomagno y sus doce pares, Segunda parte, Tercera parte, Espejo de caballerías, Guarino Mesquino, Morgante, Renaldos de Montalbán.
 
[3] Ciclo Greco-Asiático
[3.1] Sección primera: los Amadises [...].
[3.2] Sección II: Los Palmerines: Palmerín de Oliva, Primaleón, Polindo, Platir, Flotir, Palmerín de Inglaterra, Don Duardos II de Bretanha, Don Clarisel de Bretanha.
[3.3] Sección II: Libros independientes de las dos séries anteriores: Arderique, Belianís de Grecia, Belindo, Caballero de la Luna, Caballero de la Rosa, Cifar, Cirongilio de Tracia, Clarián de Landanís, Claribalte, Claridoro de España, Clarimundo, Clarindo de Grecia, Clarisel de las Flores, Cristalián de España, Dominiscaldo, Caballero del Febo, Febo el Troyano, Felix Magno, Felixmarte de Hircania, Floramenta de Colonia, Florambel de Lucea, Florando de Inglaterra, Florimon, Floriseo, Gellio el Caballero, Leon Flos de Tracia, Leonis de Grecia, Lepolemo, Lidaman de Ganail, Lidamante de Armenia, Lidamor de Escocia, Lucidante de Tracia, Lucidoro, Marsindo, Olivante de Laura, Oliveros y Artus, Philesbian de Candaria, Policisne de Boecia, Polindo, Polisman, Reymundo de Grecia, Tirante el Blanco, Valeriano de Hungría, Valfloran.
 
[4] Historias y novelas caballerescas
[5] Libros caballerescos fundados en asuntos históricos, principalmente españoles
[6] Traducciones é imitaciones del Orlando y otros poemas caballerescos en castellano.
 
Por otro lado, en la reciente, e imprescindible, Bibliografía de los libros de caballerías castellanos de Daniel Eisenberg y Mª Carmen Marín Pina (Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2000) se considera un criterio diferenciador el ser escrito originalmente en español o ser una traducción (del francés, del italiano, del portugués o del catalán). Por este motivo, quedan fuera de la antología el Tirante el Blanco (nº 69), los dos primeros libros de Espejo de caballerías (nº 29 y 30), el ciclo de Renaldos de Montalbán (nº 65-67), Palmerín de Inglaterra (nº 57), Morgante (nº 55), Guarino Mezquino (nº 47) o Arderique (nº 12). Pero muchos de ellos aparecen en la biblioteca del hidalgo Quijano dentro del grupo de los libros de caballerías, así como también en otros textos coetáneos.
Todas estas obras aparecen en nuestra antología; de la misma manera que algunos de los textos analizados por Pascual de Gayangos no han encontrado un hueco en nuestras páginas, ¿por qué razón? ¿Qué criterio o criterios hemos utilizado para establecer el corpus de los libros de caballerías castellanos?
Frente a los citados criterios de clasificación que, sin duda, son los que han marcado y marcan la comprensión de un género tan complejo como el de los libros de caballerías castellanos (10), puede resultar más esclarecedor tener en cuenta esa doble naturaleza del libro de caballerías antes indicada (texto y libro, es decir, mensaje y canal ), y que se ha denominado género editorial (11). Este fue el criterio que utilicé para establecer el corpus de mi Imprenta y libros de caballerías (Madrid, Ollero & Ramos, 2000), y el que he seguido a la hora de concretar los títulos que formarán parte de la citada antología, con algunas modificaciones, como ya se ha indicado anteriormente.
¿Qué se quiere decir cuando se habla de género editorial ? En el género editorial se engloban tanto las características internas que hacen posible que una serie de textos compartan una unidad genérica literaria, como aquellas externas que marcan vinculaciones (tipográficas e iconográficas) entre ellas. En otras palabras, el género editorial abarca tanto al lector (relacionado con el texto ) como al comprador (relacionado con el libro ), y todo ello gracias a unas determinadas expectativas de recepción, muy codificadas y (re)conocidas por todos, que pueden ser utilizadas por los libreros o impresores para hacer más atractivos sus productos (12). De esta manera, no debe extrañar que el canónigo o el barbero cuando entran en la biblioteca del "ingenioso" hidalgo vayan primero a los libros de cuerpo "grande": ¡estos son los de caballerías! Cuando los hayan visto todos, pasarán a otro género editorial, el pastoril, de un tamaño menor, gracias al que el cura puede decir: "Estos no deben de ser de caballerías, sino de poesía".
De este modo, a la hora de establecer el corpus de los libros de caballerías castellanos hemos tenido en cuenta dos criterios: el interno (textos extensos, escritos en prosa, en donde se relatan las aventuras de varios caballeros, con una estructura narrativa compleja, dividido en libros y partes, y con un final abierto en la mayoría de los casos) (13) así como el externo (libros en formato folio, a dos columnas, con un grabado en portada -normalmente representando un caballero jinete-, y un título en donde se especifican aquellos elementos -bélicos, amorosos, didácticos, maravillosos o humorísticos- que pretende cubrir unas determinadas expectativas del receptor).
Por este motivo, quedan fuera del corpus de los libros de caballerías castellanos, los textos que conforman otro género editorial: el conocido como historias caballerescas , libros en formato cuarto, de poca extensión que difunden textos sencillos de materia caballeresca, muchos de ellos de origen medieval (14). El corpus del género editorial de las historias caballerescas ha sido concretado por su editora, Nieves Baranda (Madrid, Turner, 1995), en los siguientes títulos: Corónica del Cid Ruy Díaz, Historia de Enrique fijo de doña Oliva, La historia de los nobles cavalleros Oliveros de Castilla y Artús d'Algarbe, Libro del conde Partinuplés, Historia de la reina Sebilla, La crónica del noble caballero el conde Fernán Gonçáles, La espantosa y admirable vida de Roberto el Diablo, Libro del rey Canamor, La historia de los dos enamorados Flores y Blancaflor, La corónica de los nobles caballeros Tablante de Ricamonte y de Joafré, La historia de la linda Melosina, La Poncella de Francia, Historia del emperador Carlo Magno y de los doze pares de Francia, Historia del caballero Clamades y La historia del noble cavallero París y de la donzella Viana. A este corpus, a pesar de sus diferencias -especialmente literarias- habría que incluir el Rosián de Castilla de Joaquín Romero de Cepeda (Lisboa, Marcos Borges, 1586), ya que comparte todas las características externas de este género editorial.
Por su parte, las traducciones, teniendo en cuenta los dos criterios antes indicados, forman parte, con todo derecho, del corpus del género editorial de los libros de caballerías castellano. Son libros que han sido editados compartiendo unas determinadas características externas y que fueron recibido en su época al mismo nivel que los textos "originales", ya que todos ellos van a compartir el tópico de la "traducción" (15); unos desde la "falsedad" (los textos originales) y otros desde la realidad (las traducciones).
En el escrutinio de la biblioteca del hidalgo Quijano, tantas veces indicado, aparece junto al libro de Amadís de Gaula, de Belianís de Grecia o de Olivante de Laura , el Tirante el Blanco o el Palmerín de Inglaterra, sin hacer en ningún momento alusión a su naturaleza; una naturaleza particular, la de la traducción, que en su realidad comparte espacio con la ficción del resto de los textos caballerescos. Una vez más, dentro del género caballeresco, realidad y ficción se dan la mano, se confunden en un abrazo. Éstos títulos, como los Espejos de caballerías, Guarino Mezquino, Morgante o el ciclo de Renaldos de Montalbán merecen, tanto por sus características internas como externas, formar parte, de pleno derecho, del corpus del género editorial de los libros de caballerías castellanos.
Dentro del corpus de los libros de caballerías ocupan un lugar indiscutible aquellos que se han transmitido por medio de copias manuscritas (16); textos que, al margen de la difusión de la imprenta, se convierten a partir de finales del siglo XVI en el medio de supervivencia del género caballeresco. La más de una veintena de títulos (los que hoy conocemos) (17), que van desde algunos de principios del siglo XVI (Adramón [nº 1] y Marsindo [nº 53]), a los que no llegaron nunca a imprimirse por problemas económicos (Tercera parte de Florambel de Lucea [nº 42]) a mediados de la centuria, hasta otros que podemos fechar con posterioridad a 1623 (Quinta parte de Espejo de príncipes y caballeros [nº 35]); todos ellos muestran cómo el género caballeresco pervive, y con salud, más allá de los últimos textos originales impresos (el Policisne de Boecia en 1602 [nº 62]) e, incluso, más allá de la publicación de las dos partes del Quijote.
Los libros de caballerías manuscritos han abierto un nuevo campo de estudio que la crítica, desde una lectura parcial de las últimas líneas de la primera y la segunda parte del Quijote, no había querido transitar: el de la supervivencia de los textos caballerescos cuando su canal de difusión habitual (la imprenta) no puede asumir el coste económico de su realización (por causas externas -estructurales, que se diría hoy en día-, antes que literarias). De este modo, a finales del siglo XVI y principios del XVII se va a producir una transformación del género caballeresco (entendido éste como simbiosis entre texto y libro ), en donde el texto no puede valerse de la imprenta para su difusión; pero no es el momento de la muerte sino del cambio: algunos lo harán utilizando un medio de difusión activo todavía en los Siglos de Oro como es el manuscrito (18); en otros, acercándose a los nuevos géneros editoriales de éxito a principios del siglo XVII. Si a mediados del XVI, algunas crónicas se "disfrazan" de libros de caballerías en su forma externa como una estrategia editorial, ¿por qué no lo iba a hacer también Don Quijote de la Mancha para aprovecharse del éxito del Guzmán de Alfarache ? Las mismas estrategias editoriales, la misma voluntad de inteligentes libreros o impresores (Francisco de Robles y Jacobo Cromberger) para conseguir ganancias con esta industria que se llama imprenta.
De este modo, en la Antología de libros de caballerías castellanos quisimos recoger, por primera vez, el corpus completo de los libros de caballerías castellanos, de los que hasta hoy se tienen noticia; corpus basado en los principios teóricos antes indicados. La labor ha sido larga (y fruto de varios años de trabajo), pero también somos conscientes de que todavía queda mucho por hacer, muchos textos por descubrir... que mañana mismo (así lo esperamos) esta antología no podrá decirse completa, ya que faltará algún nuevo texto descubierto recientemente. No ha de olvidarse que tenemos constancia de títulos de ediciones caballerescas, de los que, hasta hoy, no hemos conservado ningún ejemplar, como:
 
1.Caballero de la Rosa, Valencia, A costa de G. Trincher, 1526 (perteneció al Duque de Calabria)
2.Leoneo de Hungría, Toledo, 1520 (perteneció a Fernando Colón)
3.Leonís de Grecia (perteneció al Duque de Calabria)
4.Lucidante de Tracia, Salamanca, ¿Juan de Junta?, 1534 (perteneció a Fernando Colón)
5.Taurismundo, Lisboa, Diego de Cibdad, 1549 (perteneció al Conde de Gondomar)
 
No es de extrañar que en los próximos años alguno de estos títulos (y otros diferentes) puedan formar parte de una antología similar a la nuestra al encontrarse algún ejemplar que hoy consideramos perdidos. Lidamor de Escocia (nº 52) o Philesbián de Candaria (nº 61), por recordar algún ejemplo, se han conservado en un único ejemplar, y durante muchos años se consideraron perdidos.
¿Y qué decir de los libros de caballerías manuscritos que quizá se escribieron pero que, al menos al día de hoy, no tenemos noticia de que se hayan conservado, como Florisdoro de Grecia , del que confiesa el morisco Román Ramírez que tiene escrito una buena parte, o el libro que Santa Teresa y su hermano Rodrigo escribieron siendo niño, según lo relata el Padre Francisco de Ribera en su Vida de Santa Teresa de Jesús de 1590, sin olvidar los folios que tenía ya escrito el canónigo cervantino, sin olvidar que de algunos de los títulos de la antología sólo hemos conservado unos folios sueltos (Clarís de Trapisonda, nº 26) o continuaciones (El caballero de la Luna, nº 17)? En su mayoría, los libros de caballerías manuscritos se han conservado en un único testimonio manuscrito, muchos de ellos descubiertos y dados a conocer en los últimos diez años. En los próximos años, la nómina de nuevos textos puede crecer significativamente.
Desde este doble criterio, el que tiene en cuenta las dos caras del libro de caballerías castellano, que es a un tiempo portador de un universo literario y ejemplo de un producto editorial que mantiene, inalterables, unas características externas a lo largo de su larga existencia, el corpus de los libros de caballerías castellanos podría estar formado por los siguientes setenta y cinco títulos (19):
 
[1] Adramón [MS]
[2] Amadís de Gaula (I-IV) de Garci Rodríguez de Montalvo
[3] Las sergas de Esplandián (V) de Garci Rodríguez de Montalvo
[4] Florisando (VI) por Ruy Páez de Ribera
[5] Lisuarte de Grecia (VII) de Feliciano de Silva
[6] Lisuarte de Grecia (VIII) de Juan Díaz
[7] Amadís de Grecia (IX) de Feliciano de Silva
[8] Florisel de Niquea (X: partes I-II) de Feliciano de Silva
[9] Florisel de Niquea (XI: parte III) de Feliciano de Silva
[10] Florisel de Niquea (XI: parte IV) de Feliciano de Silva
[11] Silves de la Selva (XII) de Pedro de Luján
[12] Arderique (")
[13] Baladro del sabio Merlín (")
[14] Demanda del santo Grial (")
[15] Belianís de Grecia (partes I-II) de Jerónimo Fernández
[16] Belianís de Grecia (partes III-IV) de Jerónimo Fernández
[17] Belianís de Grecia (parte V) de Pedro Guiral de Verrio [MS]
[18] Bencimarte de Lusitania [MS]
[19] Caballero de la Luna (libros III-IV) [MS]
[20] Cirongilio de Tracia de Bernardo de Vargas
[21] Clarián de Landanís (primera parte, libro I) de Gabriel Velázquez de Castillo
[22] Clarián de Landanís (primera parte, libro II) de Álvaro de Castro
[23] Floramante de Colonia (segunda parte de Clarián de Landanís ) de Jerónimo López
[24] Clarián de Landanís (libro III) de Jerónimo López
[25] Lidamán de Ganail (cuarta parte de Clarián de Landanís ) de Jerónimo López
[26] Claribalte de Gonzalo Fernández de Oviedo
[27] Claridoro de España [MS]
[28] Clarís de Trapisonda [MS]
[29] Clarisel de las Flores de Jerónimo de Urrea [MS]
[30] Cristalián de España de Beatriz Bernal
[31] Espejo de caballerías (libro I) de Pedro López de Santa Catalina (")
[32] Espejo de caballerías (libro II) de Pedro López de Santa Catalina (")
[33] Don Roselao de Grecia (libro III de Espejo de caballerías ) de Pedro de Reinosa
[34] Espejo de príncipes y caballeros (I) de Diego Ortúñez de Calahorra
[35] Espejo de príncipes y caballeros (II) de Pedro de la Sierra
[36] Espejo de príncipes y caballeros (III[-IV]) de Marcos Martínez
[37] Espejo de príncipes y caballeros (V) [MS]
[38] Febo el Troyano de Esteban Corbera
[39] Félix Magno (libros I-IV)
[40] Felixmarte de Hircania de Melchor Ortega
[41] Filorante [MS]
[42] Flor de caballerías de Francisco de Barahona [MS]
[43] Florambel de Lucea (partes I-II) de Francisco de Enciso Zárate
[44] Florambel de Lucea (parte III) de Francisco de Enciso Zárate [MS]
[45] Florando de Inglaterra
[46] Florindo de Fernando Basurto
[47] Floriseo (libros I-II) de Fernando Bernal
[48] Reimundo de Grecia (libro III de Floriseo ) de Fernando Bernal
[49] Guarino Mezquino (")
[50] Leon Flos de Tracia [MS]
[51] Lepolemo (El Caballero de la Cruz) de Alonso de Salazar
[52] Leandro el Bel (")
[53] Lidamarte de Armenia de Damasio de Frías y Balboa [MS]
[54] Lidamor de Escocia de Juan de Córdoba
[55] Marsindo [MS]
[56] Mexiano de la Esperanza (primera parte) de Miguel Daza [MS]
[57] Morgante de Jerónimo Aunés (")
[58] Olivante de Laura de Antonio de Torquemada
[59] Oliveros de Castilla (")
[60] Palmerín de Inglaterra (")
[61] Palmerín de Olivia de ¿Francisco Vázquez?
[62] Primaleón de ¿Francisco Vázquez?
[63] Platir de Francisco de Enciso Zárate
[64] Philesbián de Candaria
[65] Policisne de Boecia de Juan de Silva y Toledo
[66] Polindo
[67] Polismán de Jerónimo de Contreras [MS]
[68] Renaldos de Montalbán (libros I-II) de Luis Domínguez (")
[69] La Trapesonda (libro III de Renaldos de Montalbán ) (")
[70] Baldo (libro IV de Renaldos de Montalbán ) (")
[71] Selva de Cavalarías (segunda parte) de Antonio de Brito da Fonseca (")[MS]
[72] Tirante el Blanco (")
[73] Tristán de Leonís (")
[74] Tristán el Joven
[75] Valerián de Hungría de Dionís Clemente
 
La cuestión del corpus de los libros de caballerías castellanos, en absoluto, puede darse por cerrada. Tampoco estas páginas tenían esta pretensión, sino todo lo contrario: poner en evidencia la necesidad de un debate sobre el número de textos que forman parte del género de los libros de caballerías, para así poder establecer sus características, sus transformaciones... su génesis y su transmisión a lo largo del siglo XVI y el XVII. Libros de caballerías que comparten tanto un papel literario como comercial; corpus, el de los libros de caballerías, que debería, según nuestra propuesta, conjugar también aspectos internos (el texto ) como externos (el libro ) con la pretensión de recuperar, en la medida de lo posible, la realidad de su éxito y de su supervivencia a lo largo de más de cien años.
 

[Madrid, febrero del 2002]

 
 

NOTAS

(1) Una primera versión de este trabajo, fue publicada como introducción a mi Antología de libros de caballerías castellanos , Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2001.

(2) Las citas del Quijote remiten a la edición del Centro de Estudios Cervantinos realizada por Florencio Sevilla y Antonio Rey Hazas.

(3) En este sentido, en 1997 comenzó su andadura los Libros de Rocinante del Centro de Estudios Cervantinos (Alcalá de Henares), colección dirigida por Carlos Alvar y José Manuel Lucía Megías que pretende editar el corpus completo de los libros de caballerías castellanos; hasta la fecha se han publicado los siguientes volúmenes: [1] Platir (por Mª Carmen Marín Pina), [2] Flor de caballerías (por José Manuel Lucía Megías), [3] Primaleón (por Mª Carmen Marín Pina), [4] Felixmarte de Hircania (por Rosario Aguilar), [5] Tristán de Leonís (por Luzdivina Cuesta Torre), [6] Tercera parte de Florisel de Niquea (por Javier Martín Lalanda), [7] Arderique (por Dorothy A. Carpenter) y [8] Segunda parte de Clarián de Landanís (por Javier Guijarro), [9] Félix Magno, I-II (por Claudia Dematté); [10] Félix Magno, III-IV (por Claudia Dematté) y [11] Claribalte (por Alberto del Río Nogueras). Para la difusión del género caballeresco también se ha abierto en el Centro de Estudios Cervantinos una colección titulada Guía de lectura caballeresca, que, hasta el 2001, ha publicado 23 títulos.

(4) La Bibliografía de los libros de caballerías castellanos de Daniel Eisenberg y Mª Carmen Marín Pina (Zaragoza, Prensas Universitarias, 2000) ofrece un catálogo de todos los testimonios manuscritos e impresos conservados de todas las ediciones conocidas de las mismas.

(5) No deja de ser un error metodológico la comparación sistemática del Amadís de Gaula , un texto refundido de un original medieval que conocemos gracias a una edición de 1508, con el Quijote , escrito un siglo más tarde, para así analizar las aportaciones narrativas del texto cervantino. Su hipotexto caballeresco hay que buscarlo en los libros de caballerías coetáneos y no en la propuesta de 1508; hay que buscarlo en esa literatura caballeresca de entretenimiento que había triunfado a finales del siglo XVI.

(6) En la Antología participaron los siguientes investigadores: Mª del Rosario Aguilar, Carlos Alvar, Nieves Baranda, Rafael Beltrán Llavador, Anna Bognolo, Hernando Cabarcas, J.Manuel Cacho Blecua, A. Campos García Rojas, Dorothy A. Carpenter, Cristina Castillo, Mª Luzdivina Cuesta, Claudia Demattè, Patricia Faul, Lilia Ferrario de Orduna, Folke Gernert, Javier Guijarro Ceballos, Javier Gómez-Montero, José Manuel Lucía Megías, Mª Carmen Marín Pina, Javier Martín Lalanda, José Julio Martín Romero, Gema Montero, Rafael Ramos, Alberto del Río Nogueras, Isabel Romero, Carlos Rubio Pacho, Emilio Sales Dasí y Mª T. Soriano Romero.

(7) Mantenemos la numeración de los textos, según como aparece en nuestra Antología del 2001.

(8) No hay que decir más en una crítica, moralista o literaria, a los mismos para que todos los libros que forman parte del género fueran incluidos; varios ejemplos pueden encontrarse en el volumen de Elisabetta Sarmati, Le critiche ai libri di cavalleria nel Cinquecento spagnolo (con uno sguardo sul seicento). Un'analisi testuale , Pisa, Giardini Editori, 1996.

(9) Además de los dos ejemplos que comentamos, hay que recordar la clasificación de Juan Ignacio Ferreras ("La materia castellana en los libros de caballerías (Hacia una nueva clasificación", Philologica Hispaniensia in honorem Manuel Alvar, tomo III: Literatura, Madrid, Gredos, 1986, pp. 121-141), que amplía los límites cronológicos y lingüísticos ya que presta su atención también a obras compuestas y difundidas exclusivamente en la Edad Media y a textos escritos en portugués.

(10) Está todavía por hacer una clasificación y bibliografía de las traducciones de los libros de caballerías castellanos durante los siglos XVI y XVII. Sin duda, las traducciones mejores conocidas son las francesas del Amadís de Gaula , ya que se consideran como muestra de la prosa francesa durante el siglo XVI. Sobre este asunto concreto, véase Les "Amadis" en France au XVIe siécle, París, Éditions rue d'Ulm, 2000.

(11) Véase Víctor Infantes, "La prosa de ficción renacentista: entre los géneros literarios y el género editorial", Journal of Hispanic Philology, 13 (1989), pp. 115-124). [publicado también en Antonio Vilanova (ed.), Actas del X Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (Barcelona, 21-26 de agosto de 1989), Barcelona, PPU, 1992, tomo I, pp. 467-474.

(12) Como crónicas que aparecen con el disfraz de un libro de caballerías, gracias a su grabado de portada y determinadas palabras en su título, como así sucedió con la edición de La historia del emperador Carlomagno y de los doce pares de Francia ô dela cruda batalla que vuo Oliueros con Fierabras Rey de Alexandria hijo del grande almirante balan, que Jacobo Cromberger temina de imprimir el 24 de abril de 1521 en su taller sevillano y que, para aprovecharse del éxito comercial de sus ediciones caballerescas, arropa con los ropajes externos de un libro de caballerías, dejándole en formato folio, con sólo 46 folios.

(13) Por este motivo, hemos dejado fuera del corpus dos textos que por su vinculación a modelos medievales (Crónica del cavallero Zifar ) o a modelos estructurales propios de obras más breves (Oliveros de Castilla ) no comparten las características internas antes mencionadas. El hecho de que ambos textos, en Burgos y en Sevilla, en 1499 y en 1512 respectivamente, se publiquen con las características externas de los libros de caballerías castellanos, ha de ser entendido como una estrategia editorial de ofrecer, con las vestiduras caballerescas, textos que sólo marginalmente lo son, justo en un momento de una gran demanda de nuevos libros de caballerías.

(14) Víctor Infantes y Nieves Baranda anuncian para este año la publicación de una Bibliografía de este género editorial en la que llevan trabajando hace tiempo.

(15) Véase Mª Carmen Marín Pina, "El tópico de la falsa traducción en los libros de caballerías españoles", en María Isabel Toro (eda.), Actas del III Congreso de la AHLM (Salamanca, 1989), Salamanca, Universidad, 1994, tomo I, pp. 541-548.

(16) Comencé a estudiarlos como objeto de estudio caballeresco en 1994 en un Curso de la Universidad Menéndez Pelayo en Cuenca, dirigido por el profesor Carlos Alvar, cuyos primeros resultados se publicaron en 1996: "Libros de caballerías manuscritos", Voz y Letra, VII/II, pp. 61-125.

(17) Víctor Infantes me informa, sin más detalles, del descubrimiento de un nuevo libro de caballerías manuscrito; como hace unos años me indicó la existencia del Selva de Cavalarías (nº 68) en la Biblioteca Nacional de Lisboa. El corpus, como se ve, está abierto a la espera de nuevos descubrimientos.

(18) Incluso, en algunos casos, se documenta en deseo de imitar por medio de la pluma los modelos editoriales de la imprenta, como en el manuscrito conservado en la Real Biblioteca de Madrid que ha transmitido Flor de caballerías (nº 40).

(19) Con una flecha ("), se indican aquellos títulos que no han entrado en la Bibliografía de los libros de caballerías castellanos de Daniel Eisenberg y Mª Carmen Marín Pina (2000). Con [MS], se identifican los libros de caballerías manuscritos dentro del corpus. Una repertorio completo de ediciones antiguas y ejemplares conservados, puede consultarse en la citada bibliografía, así como en la Antología de libros de caballerías castellanos, ob. Cit, y en mi artículo: "Libros de caballerías castellanos: textos y contextos", Edad de Oro, 14 (2002).