Victoria CIRLOT, Figuras del destino. Mitos y símbolos de la Europa medieval, Madrid, Siruela, 2005
Paula Bibiana Tuset Rodríguez
Universitat de València
Victoria Cirlot abre nuevas perspectivas que trascienden la previsible inocencia de un primer e inocente acercamiento al mágico mundo de la literatura de caballerías, introduciéndonos, a partir de las que denomina “figuras del destino” y desde la exploración del sentido de la aventura en esas “figuras”, en el difícil espacio personal, en el drama individual del caballero que forma parte del ciclo artúrico.
Desde el primer capítulo, la autora nos muestra cómo el destino determina la vida de los caballeros y cómo las presencias de los símbolos se entrecruzan, dotando de sentido cada acto que deciden llevar a cabo. Erec, por ejemplo, escucha de su esposa un rumor que se extiende en la corte y que derrumba toda su frágil felicidad. Su lugar no está en la tranquilidad hogareña de la corte, sino que vuelve a vestir sus armas -ante la imagen de un leopardo- y ha de salir a enfrentarse con lo que tenga que ser. Lo mismo les ocurrirá a los demás caballeros, que deben salir a descubrir lo que les espera, que no es ni más ni menos que su propio destino. Y es que en la partida se encuentra la aventura, que es el sentido primero del caballero andante: la necesidad de marchar en busca de un momento que le permita perpetuarse como lo que es, como caballero y como emblema del honor.
Los caballeros deben introducirse en el bosque, lejos de la civilización, y asumir que no saben hacia dónde van ni tienen idea de lo que pueden encontrar: la maravilla, la muerte, el valor. Aquí reside el verdadero y arriesgado sentido de la aventura, en el no saber y en la intranquila pero gozosa espera a que ésta llegue. La aventura es la vida pletórica de los caballeros, y tomará un nuevo sentido cuando aparezca el tema por excelencia del Grial: la búsqueda. Pero no todos los caballeros encuentran lo que quieren. Es más, hay uno que no desea encontrar nada, que rehúsa la aventura: el Caballero Cobarde, quien sintomáticamente viste con las armas al revés. Sin embargo, al final de sus andanzas se enfrenta a ella, la conoce y la experimenta. ¿Quién puede resistirse a una aventura?
Al adentrarnos en el tercer capítulo, “La coronación de Erec”, la autora guía al lector a través de la gran cantidad de imágenes que albergan los romans artúricos y a través del plano simbólico al cual trascienden. Habla de cómo se traduce en esas imágenes la presencia de la materia de Bretaña y de los mitos celtas, desde el primer roman, Erec y Enide, y de cómo en éste se hallan concentrados dos emblemas de poder del arte medieval: el caballero que lleva en el puño un gavilán y el rey sentado en su trono. Además, muestra cómo se nutren mutuamente los ritos antiguos, paganos, con los ritos cristianos aceptados plenamente en la sociedad de los siglos xii y xiii. A partir de este momento, tres emblemáticos caballeros serán los protagonistas de la ficción: Lancelot, Tristán y Perceval. Se ha escrito mucho de los tres, y Cirlot argumenta sobre la trascendencia de estos caballeros y sobre los cambios sustanciales que experimentan, al pasar de las versiones en verso a las versiones en prosa. Cada uno de ellos ocupará uno de los siguientes capítulos en el libro.
La decisión de Lancelot, el mejor caballero del mundo, al subir a una carreta para ayudar a la reina Ginebra, que ha sido raptada, es sumamente arriesgada, ya que la carreta es símbolo de la infamia, asociada a asesinos y traidores. Si lo hace, será tratado como tal; de lo contrario, no sabrá nada del paradero de la reina. La carreta es la “figura del destino” en Lancelot. El hecho de subir representa un cambio en la condición del caballero: ahora será reconocido con el nombre de “Caballero de la Carreta” y tendrá que vivir un sinnúmero de aventuras marcadas todas por el sacrificio.
En Tristán parece estar encarnada la rueda del destino. Su momento más alto en el giro perpetuo de ésta lo constituye el instante en el cual Tristán y su otro yo, Isolda, beben de forma equivocada el filtro de amor. El filtro dispone la “figura del destino” en el azar, en ese amor que no logra conciliarse con la corte y que hace que Tristán sea un ejemplo constante del dolor. Ese amor que marcará la diferencia entre el amor cortés, que ve al amante como servidor y vasallo de la dama, y el mito tristaniano, que se fundamenta en la igualdad y la reciprocidad entre los amantes.
Perceval es el estandarte de la eterna búsqueda. Él es un adolescente que no conoce nada sobre la caballería ni sobre la corte; vive en un lugar apartado del bosque junto a su madre, quien teme por su supervivencia ya que su esposo y demás hijos han perdido la vida oficiando como caballeros. En él se mostrará el camino del aprendizaje desde sus primeras aventuras, las cuales le proporcionarán lo que más necesita: el conocimiento. Sin embargo, y aunque muy pronto le es revelado un gran misterio, el Grial, no lo sabrá entender, ya que guarda silencio en lugar de preguntar por qué brota la sangre de la lanza blanca y a quién se sirve alimento con la bandeja o cáliz. Al perder esta única oportunidad buscará siempre el momento para formular aquellas preguntas que no supo hacer cuando era necesario.
Tras los capítulos cuarto, quinto y sexto, dedicados a cada uno de los tres caballeros, en el séptimo, “Las semblanzas del mundo”, Cirlot utiliza una de las metáforas sin duda más apropiadas para describir los romans artúricos. Partiendo de su semejanza con un tapiz, esgrime y desarrolla el símil de que las aventuras y los personajes son un conjunto de hilos entrelazados de especial belleza y con determinadas características, los cuales muestran una visión de lo que es el universo que reflejan. Ella explica esta visión desde tres ángulos: la interrelación, la búsqueda y el mundo como laberinto.
Finalmente, nos encontramos con dos apartados que cerrarían la estructura conformada a modo de hilo conductor en el libro por el destino y la aventura: “Negaciones” y “El juego de la muerte”. En el primero, se nos aproxima a una idea que solemos considerar muy poco, o casi nada, cuando nos referimos a las historias de caballeros: la concepción de fracaso, de ocio y de hastío. Perceval, al no formular –al “negarse a”‑ las preguntas que responden al misterio del Grial, fracasa en la aventura. La salida de Erec de la corte corresponde a la necesidad de “negarse”, de hacer algo diferente a los juegos cortesanos; el ocio lo está devorando y le hace perder sus facultades como caballero. El propio rey Arturo decide retirarse a su recámara, en Yvain o El caballero de León, porque parece hastiado del mundo caballeresco. En la misma historia, revela el más rotundo fracaso otro pasaje, en el que se habla de la vergüenza de Calogrenante al haber perdido en combate, además de tener que regresar desarmado al lugar donde lo habían hospedado. Y Keu, la otra cara de los caballeros que reconocemos, se presenta en sus más lastimosas y “negativas” facetas de grosero, descortés y petulante. La razón del caballero al permitir mostrar este lado opuesto de la medalla, esas “negaciones”, sería la misma que tuvo Chrétien a la hora de escribirlas: reavivar la acción. El fracaso de la vida es sólo una forma de empezar de nuevo.
En cuanto a “El juego de la muerte”, lo principal es entender que ésta forma parte de la vida y de los caballeros. Aceptan todos sus duelos porque están preparados para morir y en el inconsciente colectivo se percibe una realidad espiritual, que no permite concebir la muerte como un “cese absoluto”. Las justas de caballería y los torneos no fueron, para Cirlot, otra cosa más que repetidos intentos de integrar la muerte como parte de un juego.
Victoria Cirlot se refiere siempre al caballero como individuo, no como estereotipo. Su libro permite contemplar a ese individuo en plena Edad Media como alguien en continua búsqueda y nos permite igualmente admirarlo como responsable de una colectividad; de ahí, tantas veces, su conflicto interno. Individuo y comunidad medievales son un ente indisoluble, aunque puedan ser analizados de forma independiente. Cirlot trata de rescatar al hombre del mito, sin que pierda el encanto intrínseco de la maravilla, y logra convencer al lector, con argumentos, persuasión y una elegancia expositiva clásica, de que para el caballero el destino y la aventura son el sentido de todo ese magnífico, mítico y simbólico mundo.