Libros de caballerías (De
«Amadís» al «Quijote»). Poética, lectura, representación e identidad, Eva Belén Carro Carvajal, Laura Puerto Morro y María Sánchez Pérez (eds.), Salamanca, Seminario-Sociedad
de Estudios Medievales y Renacentistas, 2002
Ana Carmen Bueno Serrano
Universidad de Zaragoza
Estas actas contienen
la mayoría de las ponencias leídas durante el Segundo Seminario Internacional
sobre Literatura de caballerías, celebrado en Salamanca entre los días 4-6 de
junio de 2001. Este seminario se presentaba como continuación al encuentro que
había tenido lugar en Colonia (Alemania) del 3 al 5 de abril de 1997,
organizado por el Romanisches Seminar und Petrarca-Institut der Universität zu
Köln, con el título de Ritterliche Erzählliteratur in Italien und Spanien
(1460-1550) (“Encuentro sobre Literatura caballeresca en España e Italia”),
cuyas actas vieron la luz en 2004 en la Letteratura
cavalleresca tra Italia e Spagna (da «Orlando» al «Quijote») — Literatura
caballeresca entre España e Italia (del «Orlando» al «Quijote»), dirigido
por Javier Gómez Montero & Bernhard König, edición Folke Gernert,
Salamanca, SEMYR & CERES. La convocatoria respondía a la necesidad de
replantear determinados aspectos del estudio de la literatura caballeresca del Amadís al Quijote, tanto desde una perspectiva teórica como histórica:
motivos caballerescos, confrontación entre realidad y ficción, aspectos
concretos de obra precisas (anotaciones marginales, humor, nacionalismo e
historia,...). Estas reuniones periódicas tuvieron su última cita en el
Seminario Internacional "De la literatura caballeresca al Quijote", que reunió en Albarracín
(Teruel) del 30 de junio al 2 de julio de 2005 a los mejores investigadores,
nacionales e internacionales, que en este momento trabajan sobre la materia
caballeresca de ficción en prosa. Las actas de este tercer encuentro serán
publicadas próximamente.
En estas tres
convocatorias se ha buscado ofrecer un panorama general sobre la difusión y
recepción de la materia caballeresca histórica y de ficción recurriendo a las
fuentes mismas. Desde este punto de vista lo caballeresco se realiza a través
de distintos discurso, cada uno de los cuales ofrece su particular visión de un
problema complejo y demuestra que, incluso el corpus de la prosa de ficción,
sigue siendo una cuestión abierta (Lucía Megías 2001). Sin embargo, la
expansión y la pervivencia de las caballerías queda garantizada por su enorme
versatilidad y su capacidad para adaptarse a poéticas y formas narrativas
distintas, en cuyas páginas se debaten los pilares de un código deontológico ya
esbozado en la materia de Bretaña (xii-xiii).
Según sentencia
el canónigo en el Quijote, los libros
de caballerías "cuál más, cuál menos, todos ellos son una mesma cosa
(...)" (i, 47). Estas
palabras han caído como una losa sobre el género caballeresco y han justificado
su postergación en el estudio literario, a pesar de gozar de un gran éxito,
dentro y fuera de la Península, durante el siglo xvi. Este desprecio supone unificar un género por una de sus
características, que, en último término puede justificarse por la práctica
imitativa renacentista, que no veía en estas contaminaciones ningún demérito
sino una moda generalizada y legítima que permitía a los autores adscribirse a
una tradición previa (Cuesta Torre 1997: 58). "En aquella época, se
concebía el arte, también el literario, de una forma que actualmente nos podría
parecer artesanía, esto es, se buscaba la perfección en determinadas
capacidades: la perfección implicaba la habilidad de hacer lo que han hecho
otros, pero mejor. No se trata tanto de hacer cosas nuevas, sino de hacerlas de
una manera más correcta y acabada" (Martín Romero en prensa).
En este
contexto, las palabras del canónigo adquieren nuevos matices y pierden un poco
de su dureza. "Como buen conocedor del género, el sacerdote toledano alude
a lo genérico de estos libros, a la poética
fijada en la práctica, que no en
preceptiva alguna, por la repetición de motivos, tópicos, temas, personajes
y recursos narrativos" (Marín Pina 1998: 896. Cursiva añadida). De este
modo, a partir de la práctica Cervantes llega a ser el primero en reflexionar
sobre lo común de la prosa caballeresca de ficción, y también, como su
personaje, a veces identificado con su alter
ego, recrea magistralmente el universo de los libros de caballerías a
partir de sus mismos resortes y procedimientos narrativos (Ferrario 2004-2005),
pero con la distancia de la burla y la parodia, a veces por inversión y otras
aplicación fiel de los esquemas caballerescos (en relación con la investidura
de don Quijote, véase Cacho Blecua 2004).
Tempranamente,
pues, la crítica ha sido consciente de la existencia de unidades recurrentes en
los libros de caballerías. Sin embargo, hasta la aparición de “Introducción al
estudio de los motivos en los libros de caballerías: la memoria de Román
Ramírez”, pp. 27-53, de Juan Manuel Cacho Blecua no se había reflexionado de
forma global, coherente y monográfica sobre este asunto, planteando problemas
en la delimitación del corpus y proponiendo soluciones a cuestiones concretas a
través de una metodología bosquejada a grandes trazos. Tomando como marco de
referencia de su argumentación las críticas directas e indirectas de Cervantes
en el Quijote a los libros de
caballerías y la prodigiosa memoria de Román Ramírez, que le valió un proceso
inquisitorial (Díaz Migoyo 2004), Cacho Blecua concluye que estas obras
reiteran unos mismos motivos, o lo que es lo mismo, similares segmentos
textuales, con variaciones de diversos grados, complementarios por oposición
con las fórmulas y expresiones formularias. Centrado en la definición de motivo
como elemento recurrente como criterio objetivo para una catalogación, su
artículo sirve como reflexión inicial sobre los problemas que plantea la
elaboración de un índice informatizado de estas unidades. Usa el Motif-Index de Stith Thompson como
paradigma clasificatorio, identificatorio y empírico "porque me parece un
repertorio muy útil que no puede dejarse de lado, por ser un libro de
referencia internacionalmente aceptado, por haber sido su esquema aplicado a la
literatura caballeresca, por la riqueza de sus materiales, y, por qué no
decirlo, también por algunas de sus propuestas, (...)" (p. 53). A partir
de un concienzudo análisis, señala las ventajas e insuficiencias de su
aplicación a los textos caballerescos comentando distintos capítulos, episodios
o aventuras de algunas obras del género (Cristalián,
Amadís de Grecia o Amadís de Gaula). Sin embargo, este
catálogo considera a los motivos como enunciados autónomos, y no tiene en
cuenta que "forman parte de una obra y de un género [y que] al
incorporarse al sistema, establecen nuevas relaciones con los anteriores y
pueden adquirir connotaciones adicionales" (p. 50). De este modo, insiste
en la idea de que la obra literaria es un sistema de signos que entablan
relaciones intratextuales, intertextuales e incluso interdiscursivas (Cacho
Blecua 2003: 140). Incluye abundante y excelente bibliografía sobre el tema, y
valora críticamente la misma mediante su adaptación a fragmentos concretos de
las historias fingidas.
Un repertorio
de motivos es la herramienta más efectiva para aportar argumentos concluyentes
sobre los rasgos de la poética del género caballeresco y para comprobar la
evolución de este en su desarrollo diacrónico. Rafael Beltrán y Susana Requena
se interesan en “La declaración de amor a través del espejo: un motivo cortés
en textos de caballerías”, pp. 13-26, en un motivo concreto que indirectamente
viene a avalar la necesidad comentada por Cacho Blecua de diseñar un índice de
motivos caballerescos. El motivo del enamoramiento del héroe a través de la
imagen de la amada reflejada en el espejo o reproducida en un retrato,
importado de la novelística italiana y francesa, incorpora a la literatura
caballeresca elementos pastoriles y corteses, aunque esta combinación de
fuentes no tuvo mucho éxito. La primera documentación aparece en el Tirant lo Blanc, y se repite en otras
obras (Primaleón, Platir, Don Belianís,...) en las que no hay declaración propiamente sino
que el espejo o retrato funcionan únicamente como desencadenante del amor. La
ridiculización o superación de este motivo aparece ya en Feliciano de Silva.
Frente a las
recurrencias, los libros de caballerías evolucionan en el propio género a
través de los desvíos de los paradigmas preexistentes, codificados por Montalvo
y herederos, en parte, de la materia artúrica. Sin embargo, la evolución del
género puede comprobarse en el propio texto, en el que se superan modelos
previos adaptando la narración a nuevas situaciones. Paloma Gracia demuestra en
“El Amadís de Gaula entre la tradición
y la modernidad: Briolanja en la Ínsola Firme”, pp. 135-146, la existencia de
distintas fases en la elaboración de la obra de Montalvo. Teniendo en cuenta la
diferencia entre la Ínsula Firme que prueban Amadís y Oriana y la que prueba
Briolanja, observa una evolución en el tratamiento de lo mágico. En el primer
caso los antecedentes se localizan en la magia-espectáculo de las fiestas
cortesanas medievales; la isla de Briolanja, en cambio, es plenamente
renacentista porque incluye elementos maravillosos, está protagonizada por un
único individuo y porque lo caballeresco deja de ser tratado seriamente y se
somete al juicio de la risa.
Al margen de estas constantes y desvíos
en el nivel del contenido, los libros de caballerías constituyen conjuntos
homogéneos de narraciones que no son reacias a incluir en sus páginas nuevas
formas de narrar, bien como versos, bien como relatos breves. En este sentido
Folke Gernert en “Novela e
intercalación narrativa: el relato breve en el Baldo (1542)”, pp.111-121, analiza los procedimientos narrativos,
fundamentalmente relatos intercalados con los que se busca producir admiración,
usados por el autor del Baldo para
engarzar todos los libros que pertenecen al ciclo narrativo de Reinaldo de Montalbán. Además, se tienen
en cuenta las fuentes de inspiración del texto, con precedentes antiguos y
modernos (El asno de oro de Apuleyo o
Convivium fabulosum de Erasmo). Estos
textos clásicos y la evocación de modelos picarescos, además del tópico
caballeresco del sabio-cronista y el deseo de transmitir una ideología apoyada
en la razón y en la verosimilitud, intentan dar veracidad y autenticidad a la
obra. El resultado es un “anti-libro de caballerías” porque adopta una actitud
crítica con respecto a las historias fingidas.
En esta misma línea de las estrategias
narrativas insiste Javier Gómez-Montero en su artículo “Una poética de la
re-escritura para los libros de caballerías", pp. 123-133. A partir del
estudio del Baldo y del Libro de Morgante, concluye que la
reflexión sobre el propio texto tiene como objetivo legitimar la ficción del
texto caballeresco. La poética de estas obras intenta armonizar ficción y
verdad a través de un concepto de ficcionalidad dependiente, basado en la
re-escritura. La autonomía plena no se alcanzó hasta el Quijote, donde el texto de la ficción es el resultado de una lógica
autónoma y propia. Estas deficiencias, no obstante, no deben servir para
marginar la producción caballeresca de la teoría literaria. Karl Kohut, “Teoría
literaria y libros de caballerías”, pp.173-185, reivindica la inclusión de
aquellos en la teoría de la literatura a partir de las informaciones aportadas
por las referencias a los libros de caballerías en obras humanistas del xvi (empezando por Luis Vives y
recorriendo las propuestas de la retórica, historiografía y poética), por los
propios autores y editores (de 1508 a 1596) y por el vaciado de los prólogos
del Claribalte y Espejo de príncipes y caballeros.
La novela de
caballerías asumió en su configuración modelos de géneros preexistentes, de los
que obtuvo recursos y técnicas narrativas. Uno de ellos fue el discurso
historiográfico, cuyo trasvase de técnicas fue en aumento a medida que se
escribían las primeras crónicas ficticias, como la Crónica sarracina. De este modo puede comprenderse que si la
realidad incluía elementos de la ficción, esta, a su vez, podría articular su
discurso a partir de datos históricos. Estas premisas orientan el trabajo de
Cuesta Torre, “La realidad histórica en la ficción de los libros de
caballerías”, pp. 87-109, artículo en el que se intenta demostrar que los
libros de caballerías no sólo persiguen la evasión sino que se implican en la
realidad contemporánea a través de referencias, en ocasiones deformadas, que el
receptor renacentista era capaz de decodificar. De esta manera las obras se
convierten en instrumentos de una propaganda política, en “vehículos de una
ideología” (exaltación de la monarquía, del espíritu de cruzada y conversión de
infieles,...) que pueden recrearse en episodios novelescos concretos (la guerra
entre Lisuarte y Amadís quedaría supuestamente representada en la guerra de
sucesión motivada por al muerte sin descendencia de Enrique IV y el matrimonio
de Isabel y Fernando). Por ello, para Rodríguez Velasco en “Teoría de la fábula
caballeresca”, pp. 343-358, la ficción caballeresca ofrece una interpretación
existencialista sobre el sentido de la vida del caballero medieval. La clave
final de este tipo de novelas es reflejar la realidad del momento: el
caballero, que se desconoce a sí mismo, no será tal por linaje sino por su
esfuerzo, por su actos, idea que convierte a la obra en un “artefacto
monárquico”, un instrumento al servicio de la monarquía de los Reyes Católicos
que se apoyan en este caballero, al que ellos habían concedido esa dignidad,
para paliar los problemas con la nobleza vieja a raíz de los conflictos
dinásticos.
No se trata esta de la única aportación
en esta dirección, pues Guijarro Ceballos en “La historia en los libros de
caballerías: la «nacionalización» del libro segundo de don Clarián (1522)”, pp.
147-171, reflexiona sobre las ventajas de recurrir a la historia para
comprender la ideología subyacente en los relatos caballerescos. En este
sentido ciertos episodios narrativos y pasajes digresivos de los dos primeros
libros de Don Clarián de Landanís
pueden tener como referente acontecimientos históricos del reinado de Carlos V.
Con datos históricos precisos y con conclusiones muy bien argumentadas afirma
que el libro segundo, a partir del capítulo 38, nacionaliza la caballería al
reflejar problemas políticos del momento (la sublevación de los comuneros y
otros problemas derivados de la subida al trono del solitario de Yuste).
Al margen de la deuda
historiográfica, el discurso de ficción en prosa sobre la caballería castellana
contrajo deudas con otras materias y formas de narrar, tanto nacionales como
extranjeras. Bernand König y su “Prosificando la caballería: de los cantari al libro de caballerías”, pp.
187-200, propone la inclusión en el género caballeresco de poemas españoles de
temática caballeresca pero de origen italiano, en concreto de Espejo de caballerías, Libro de Morgante, Reinaldos de Montalbán y Baldo.
Analiza la adaptación libre de estos en prosa castellana, comprobando a través
del recorrido de episodios, personajes y expresiones lingüística la deuda
española con los cantari, el Morgante de Luigi Pulci y la Trapesonda. Marín Pina en “El humor en
el Clarisel de las flores de Jerónimo
de Urrea”, pp. 245-266, comenta los paralelismo entre los poemi cavallereschi italianos y el libro primero del Clarisel de las flores por cuanto ambos
textos contienen elementos realistas combinados con otros risibles y cómicos.
La risa, con la que se busca la burla de algunos tópicos de la caballería y del
amor, surge por personajes distintos al conjunto —distinción esta basada en una
peculiar disposición física (viejo enamorado, enano,...) y mental (arrogancia,
jactancia, cobardía,...) o en un ingenio intelectual-verbal sobresaliente
(pullas, dobles sentidos, gracias, burlas y recaudos falsos, donaires,...)—
cuyo interés último es dar variedad a la obra.
A la deuda italiana en la configuración de la caballería en prosa de
ficción, puede añadirse el influjo de “Tradiciones postclásicas y materia
troyana en el Quijote”, pp. 55-70. En
este trabajo Casas Rigall, con ejemplos tomados del Quijote, insiste en que la reivindicación de la materia antigua en
el Siglo de Oro no es producto únicamente de la lectura directa de los clásico
sino que este tipo de saberes formaban parte del patrimonio de la colectividad,
conocido a través de manuales de mitografía, libros de emblemas o del
refranero. Marín Pina en el artículo citado estudia el mito de Píramo y Tisbe
cuyo uso demuestra que el influjo clásico en
los libros de caballerías es más intenso de lo que comúnmente se ha admitido, y
procede de la literatura caballeresca italiana. Como en el Primaleón, Jerónimo de Urrea, si bien con más destreza, logró convertir “la fábula
mitológica en una aventura caballeresca”. De este modo, “la leyenda (...) deja
de ser un relato digresivo para convertirse en un típico episodio caballeresco,
en una prueba de cualificación” (Marín Pina 2002: 309). Por otra parte, Cacho
Blecua vio ve en los amores entre Hipòlit y la Emperadriu (Tirant lo Blanc) la reactualización de
otro mito, el del enamoramiento de Fedra de su hijastro Hipólito (Cacho Blecua
1993: 158-161). El Zifar tampoco es
ajeno a esta tradición (Cacho Blecua 2000). Según Lastra Paz, la revitalización
de los mitos antiguos en Edad Media tiene distintas causas: a) son empleados
como referentes culturales e históricos; y b) tienen una función legitimizadora
“para reafirmar y enaltecer los intereses de un grupo social, la nobilitas guerrera” (1998b: 127), y para
“transmutar o sublimar anacrónicamente los hechos” (1998: 129). Además de los
mitos, la tradición clásica ha dejado su huella a través de autores como
Tácito, en cuyos Annales y De vita agricolae pueden servir para
explicar, según Suárez Pallasá (1999), la Isla de Mongaça del Amadís de Gaula, así como Ovidio permite
rastrear las fuentes del ciclo de los clarianes (Guijarro Ceballos 2002b). La
presencia de Plutarco en el Felixmarte de
Hircania (Aguilar Perdomo 1999) puede ser otro caso significativo. En este
sentido, González (1999) llega a afirmar que esta obra es una historia romana.
Siguiendo la estela de Riquer (1999), Montaner Frutos en “Emblemática
caballeresca e identidad del caballero”, pp. 267-306, propone cambiar el punto
de vista del estudio caballeresco tomando como guía la emblemática, un campo interesante
de estudio por cuanto en ella se concentra la esencia del ser caballero, tanto
histórica como literaria, ya que, al margen de su valor ornamental (centrado
fundamentalmente en la heráldica) permite identificar y clasificar socialmente
al caballero, sea a través del sistema heráldico (cimeras, divisas, armerías,
invenciones, indumentaria o ceremonias) o vexiolológico. Tras repasar la
emblemática histórica, se concluyen características de la heráldica
caballeresca que la alejan de los usos reales contemporáneos (empleo de armas
personales no colectivas o de linaje, ausencia de divisas y cimeras, carga
alegórica de los aparejos, ausencia de descripciones vexiolológicas, cambio
continuo de armas,...).
En estas actas no se olvidan los problemas relacionados con la edición,
tema que todavía sigue preocupando a la crítica, incluso en el caso del Amadís de Gaula, el título mejor
conocido. Rafael Ramos anda a vueltas con los “Problemas de la edición
zaragozana del Amadís de Gaula”, pp.
319-342, revisando la impresión de Coci para concluir que en ella se nos
ofrecen textos aceptables, amplificados rellenando espacios en blanco para
cuadrar los cuadernillos y corregidos con intención de eliminar errores en un
texto que llega a la imprenta muy deteriorado. Los problemas textuales, aunque
de signo muy distinto, llevan a Lucía Megías a escribir “Una nueva página en la
recepción de los libros de caballerías: las anotaciones marginales”, pp.
210-243, en el que repara en que las anotaciones en los márgenes o marginalia ofrecen una nueva lectura de
los libros de caballerías, una lectura claramente contemporánea, siempre que
dicho acercamiento se contraste con otros datos. Con variedad de textos y
ejemplos, se tipifican los problemas derivados del estudio, de la clasificación
del contenido y de la ordenación de estos comentarios marginales, así como se
presenta una propuesta personal para sistematizar los niveles de recepción.
No quedan fuera de estas actas las manifestaciones de la materia
caballeresca al margen de la prosa literaria de ficción. En este sentido
Cátedra en “Realidad, disfraz e identidad caballeresca”, pp. 71-85, llama la
atención sobre el hecho de que durante la segunda mitad del siglo xvi los fundamentos caballerescos se
habían convertido en un bien mostrenco que formaba parte de los juegos
infantiles y celebraciones sagradas y profanas (Epifanía, Carnaval, cortejos
nupciales, entradas triunfales,...), como muestra el texto de “Sortija de
caballeros niño, con motivo de la boda de la infanta María de Castilla con el
príncipe Alfonso de Aragón” (1415) que incorpora a su artículo. De este modo se
presenta el motivo del torneo fingido de niños o la “sortija de caballeros
niños” como un rito iniciático en el que los muchachos copian las formas de los
caballeros adultos tanto reales como literarios. Con todo, no son únicamente
los niños los que convierten los gestos y fórmulas caballerescos en medios de
adiestramiento y hacen suyos los rituales y ceremonias asociados a la
caballería. Wolfram Nitsch, en “Juegos caballerescos en el teatro de Lope de
Vega”, pp. 307-317, afirma que tempranamente los juegos caballerescos barrocos
(rejoneo, peleas con lanzas de caña o juego de la sortija) pasan a la comedia,
en la que estos juegos se representan de forma narrativa. Se repasan varias
obras teatrales lopescas (El caballero de
Olmedo, Peribáñez y el Comendador de
Ocaña, El marqués de la Navas, Porfiar hasta morir) en las que se
incorporan estos motivos dominados por una idea erótico-amorosa y de
ostentación social y de transgresión caballeresca, tanto seria como cómica. De
este modo se comprueba cómo la materia caballeresca pervive más allá del siglo xvi fuera de la poética de los libros
de caballerías (Baranda 1996).
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colaboración de Joaquín Forradellas, estudio preliminar de Fernando Lázaro
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