Riquer, Martín de, Caballeros medievales y sus armas, Madrid, Instituto Universitario “General Gutiérrez Mellado”, UNED, 1999, pp. 308.

 

Ana Carmen Bueno Serrano

Universidad de Zaragoza

Caballeros medievales y sus armas ofrece la recopilación de diecisiete estudios de Martín de Riquer publicados de forma independiente entre 1962 y 1996, ahora reelaborados, ampliados y con bibliografía actualizada. Como indica el título, los protagonistas son caballeros reales de la Edad Media cuyas acciones tienen sentido en el ambiente caballeresco que se respiraba en el continente europeo. El intercambio de misivas o de carteles de desafío entre ellos da cuenta de una situación ideológica y social en la que los límites entre la realidad y ficción son, a veces, muy débiles. En esta situación se observan interferencias mutuas entre referentes históricos y literarios e, incluso, confusiones que podrían justificar, aunque someramente, la equiparación para don Quijote de caballeros reales y entes de ficción. En todo caso, las referencias a personajes históricos proceden de datos obtenidos de testimonios escritos, históricos y ficticios y, a veces, también de detalles iconográficos. Además, se estudia el combate caballeresco tanto en la lucha individual como en el mero impulso o ejercicio deportivo mediante el análisis del intercambio de cartas de batalla entre dos contrincantes reales. En este contexto se otorga especial atención al estudio del armamento ofensivo y defensivo y a las condiciones y desarrollo del combate. Asimismo, la heráldica se trata como un elemento fundamental de reconocimiento en el campo de batalla, y también como un símbolo de la honra del caballero. La pérdida de un emblema exhibido durante la lucha suponía una derrota porque una vez en manos del enemigo estos materiales eran deshonrados públicamente como personificación de sus dueños.

En “El arte de la guerra en Eiximenis y el conde de Denia”, pp. 25-44, el profesor Riquer analiza el texto de Lo Crestià del franciscano catalán F. Eiximenis, centrándose en este caso en los capítulos comprendidos entre el 213 y el 337, concebidos como un regimiento de príncipes para el destinatario de la obra, el conde de Denia. Se comentan en ellos aspectos del arte de la guerra a partir de fuentes latinas (Vegecio, Frontino y Trogo Pompeyo), matizadas y actualizadas con estrategias militares de combates contemporáneos, como los celebrados en Nájera. El resultado es que, aunque estos capítulos “reiteran (...) consideraciones y anécdotas tomadas de los antiguos, de escasa originalidad y de discutible aplicación bélica en los dos últimos decenios del siglo xiv”, en el texto de Eiximinis “de cuando en cuando emergen notas actuales y nuevas debidas a su fina percepción de la realidad que lo circunda y ofrece datos que iluminan sobre puntos rara vez expuestos en textos de su tiempo” (p. 42).

La caballería, en sus múltiples discursos (Heusch 2000) y manifestaciones, puede entenderse como un espíritu que "constituye un point of no return de la ética y la estética europeas" (Ruiz Domènech 1995: 5). De este modo, la caballería es un producto nacional, pero también supranacional, europeísta, por el legado carolingio común; es una dignidad que creó un mundo que se refleja en la cultura, con la que establece "una vinculación esencial e indisoluble" (Fleckenstein 2006: 8), y en la forma de vida. Solo en este contexto previo, que, con cambios en su evolución, se mantuvo durante varios siglos, tiene sentido y se decodifica correctamente las cartas de batallas que se intercambiaron entre 1428 y 1429 los caballeros Francí Desvalls y Joan de Boixadors, a los que Riquer dedica el artículo “El caballero Francí Desvalls”, pp. 45-59. Este enfrentamiento, más retórico y lúdico que bélico, sirvió de aprendizaje para Desvalls quien, a lo largo de su vida, participó en diversos juegos de carácter belicoso como el Paso honroso de Suero de Quiñones, las galeras de Alfonso el Magnánimo, o los desafíos al conde de Ischia y a Bofillo de Giudici. En este contexto la manifestación más acabada de este espíritu es la carta de batalla enviada por Carlos V a Francisco I, con la que se pretendían resolver problemas de política internacional (Cacho Blecua y Marín Pina, en prensa). Estas cartas muestran el gusto contemporáneo por las formas, el ritual, la ceremonia, la retórica y la teatralidad del desafío.

No estamos, pues, ante el único caso de referentes históricos dedicados a la tarea de buscar aventuras o resolver conflictos acudiendo al código deontológico caballeresco, como demuestran otros artículos que añaden matices novedosos al lance de Francí Desvalls y Joan Boixadors. En el primero, “El caballero Bernat de Vilarig”, pp. 79-101, se reconstruye una aventura de 1448 del caballero valenciano mossèn Bernat de Vilarig a través de las cartas de batalla que intercambió con su contendiente. Estos carteles de desafío gustaron a Martorell y algunos de sus fragmentos, los más atractivos, los incorpora al Tirant. Era Vilarig un caballero pendenciero y combativo, que imprimía en sus cartas un marcado estilo poético, pues “no en vano era amigo de Ausià March y lector de Bernat Metge” (p. 101). De este modo, progresivamente los referentes literarios e históricos empiezan a difuminar sus límites y se contaminan e influyen mutuamente. En uno y en otro caso estos enfrentamientos y desafíos tenían un componente lúdico similar a los juegos infantiles, como el de la de “Sortija de caballeros niño, con motivo de la boda de la infanta María de Castilla con el príncipe Alfonso de Aragón” (1415). En este caso el torneo fingido de niños sirve como rito iniciático en el que los muchachos copian en sus diversiones las formas de caballeros adultos tanto reales como literarios (Cátedra 2002).

El juego de la sortija tiene su paralelo en las “Andanzas del caballero borgoñón Jacques de Lalaing por los reinos de España y la empresa del brazalete”, pp. 61-77, recogidas en el Livre des faits de Jacques Lalaing, narración de las aventuras caballerescas de este personaje por tierras de Navarra, Castilla, Portugal y Aragón, a partir de información novelesca que se declara fidedigna y que muchas veces se comprueba en las fuentes. “Los caballeros navarros y castellanos mencionados en el texto francés están perfectamente documentados históricamente, y la batalla entre Lalaing y Diego de Guzmán queda corroborada, hasta en algunos pormenores, por la Crónica de Juan II” (pp. 76-77). Con todo se concluye que, desde cierto punto de vista, el Livre des faits puede definirse como una “histoire romancée”, simbiosis de novela y vida. Esta misma relación se observa en “El juego de la Tabla Redonda”, pp. 153-162, el cual, junto con las justas y los torneos reglados, permitía al caballero ejercitarse en el manejo de las armas en tiempos de paz. Se estudia este entretenimiento cortesano a partir de las fiestas de Calatayud en 1291 y de su proyección literaria en la Gran Conquista de Ultramar y el Tirant, gracias a cuyo análisis se reconstruyen once puntos de sus reglas.

Visos de verosimilitud tiene también “El episodio barcelonés del Jehan de Saintré”, pp. 145-151, una “novela caballeresca” de Antoine de La Salle. Riquer habla de ella como una historia fingida con rasgos verosímiles, opuesta, por lo tanto, al tipo de ficción asociada a los “libros de caballerías” escritos o inspirados por Chrétien de Troyes y marcados por su exotismo, fantasía, inverosimilitud y gusto por la magia y lo sobrenatural. Con ello se confrontan en este artículo dos clases de ficción; frente a la inverosimilitud e imaginación de los “libros de caballerías”, las “novelas caballerescas” sujetan la imaginación a la naturalidad y realidad, tomando como referente la realidad circundante. El verismo en el Jehan de Saintré está presente ya en la primera hazaña del caballero, una acción definida por su verosimilitud realista gracias a la mención de los nombres de nobles y caballeros catalanes contemporáneos que intervinieron en el episodio y al ambiente caballeresco que evoca.

Al margen de informaciones sobre los usos y costumbres de los caballeros, los carteles de desafío informan sobre cuestiones históricas contemporáneas, hasta el punto de que, a veces, sus andanzas son recogidas en la historiografía de la época. En este sentido el artículo “La batalla a ultranza entre João de Almada y Menaut de Beaumont”, pp. 103-117, aporta seis cartas de batalla intercambiadas entre João de Almada y Menaut de Beaumont que permiten conclusiones históricas y literarias. Por un lado, este epistolario nos ofrece el punto de vista distinto de los dos bandos de la guerra civil catalana, representación de las discusiones en las cortes de Juan II y Pedro el Condestable. Por otro, nos ayuda a comprender el tono de algunos pasajes del Tirant, inspirados, según Riquer, en la vida de João de Almada. También se editan las siete cartas cruzadas del epistolario intercambiado entre Gracián de Arazuri y don Joan de Cardona en “Gracián de Arazuri y don Joan de Cardona: un litigio sobre rescate de prisioneros en 1468”, pp. 119-138. Esta edición viene a demostrar que durante la guerra civil catalana se produjeron batallas particulares al margen de la general. A partir de estos datos, se reconstruyen algunos sucesos derivados o concomitantes a la aventura, como el reclamo que hizo Gracián de Arazuri a don Joan de Cardona porque lo había hecho prisionero.

Así pues, el caso anterior demuestra que, en ocasiones, los desafíos por misivas rebasaban los límites de la ficción y dejaban de ser ejercicios retóricos en respuesta a una ideología contemporánea, una manifestación más de la prosa sobre la materia caballeresca, para ser anticipo de enfrentamientos reales, como la “Batalla entre dos castellanos en el Born de Barcelona en el año 1469”, pp. 139-143 (1970). En este caso se reproducen los carteles de Pedro de San Estevan y Perot de Planella, caballeros castellanos contendientes de una batalla caballeresca juzgada y presidida en 1469 por Juan de Lorena y celebrada en el Born de Barcelona.

Un segundo bloque de trabajos de Caballeros medievales y sus armas hace referencia al armamento, usado como recurso externo para datar textos de ficción. Es el caso de “La fecha del Ronsasvals y del Rollan a Saragossa según el armamento”, pp. 163-195, artículo en el que se propone la datación de ambos poemas épicos teniendo en cuenta el armamento ofensivo y defensivo que describen y enumeran. Se concluye que el autor no refundió nada, y que refleja con fidelidad los usos logísticos del xii, fecha que se sugiere para ambos cantares. En esta línea se insiste en “El armamento en el Roman de Troie y en la Historia troyana”, pp. 199-222, en el que se comparan los equipos de lucha armada en el Roman de Troie y en la Historia troyana como base para el conocimiento y el estudio de las armas en la Edad Media. El autor, colocando la voz castellana junto con la correspondiente en lengua francesa, ejemplifica el armamento ofensivo y defensivo de la época.

De nuevo en “El haubert francés y la loriga castellana”, pp. 223-244, se presentan textos literarios como argumentos para matizar y poner en tela de juicio las revolucionarias conclusiones de F. Buttin en su Du costume militaire au Moyen Âge et pendant la Renaissance en el que se propone una nueva disposición y uso del haubert. Teniendo en cuenta fragmentos y detalles iconográficos de diversos manuscritos de Chrétien de Troyes, del Lancelot en prose y del Tristán, se concluye que lo que Buttin llama haubert es, en realidad, un capmalh. Ejemplos del Cantar de mío Çid o del Amadís de Gaula identifican el haubert francés con la loriga castellana. Finalmente, en “Las armas en el Victorial”, pp. 245-268, se concluye que en esta crónica de Díez de Games (1448) los datos que ofrecen sobre su armamento merecen todo crédito para hacer una tipología de las armas en la Edad Media. La disposición, el uso o la forma de la lanza, la piedra puñal, el bacinete, el barrete, el yelmo, el arnés, etc., o de ingenios y artillerías como los truenos y las lombardas pueden ayudar y confirmar la datación de la obra.

Además de recurrir al armamento como medio de enriquecer los significados de los textos, datarlos y contextualizarlos, en “La heráldica y los trovadores”, pp. 269-276, se propone usar la heráldica con esta misma función. Aplicada a la lírica provenzal, se afirma que la vinculación más efectiva se da entre aquélla y la figura del trovador Elias Cairel, quien pintaba blasones y escudos de armas a la vez que se dedicaba a tareas poéticas. Por otro lado, el atender a los distintos elementos de la heráldica (emblemas, vexiolologías, grabados, etc.) permite identificar personajes históricos y ver su representación simbólica en las obras medievales. A este nivel están orientados el trabajo de Montaner (2002) sobre la heráldica en el Primaleón y el de Sales Dasí (2003) sobre el Amadís de Gaula. De forma paralela, la heráldica puede resolver problemas relacionados con la fecha de escritura de los textos, como comprueba el trabajo sobre “La heráldica en el Libro del conoscimiento y el problema de su datación”, pp. 283-292. Esta obra es “un auténtico armorial blasonado y pintado, y ello le da una importancia singular en la historia de la heráldica española” (p. 283). Su relevancia es tal que permite conocer las banderas en el siglo xiv y atribuir una razonable heráldica a los países europeos más familiares y conocidos (Castilla, Portugal, Mallorca, Nápoles o Bohemia). A partir de estos datos y con la consulta de mapamundis y los viajes del autor, se puede precisar la fecha de redacción de la obra: se comenzó a escribir entre 1352 y 1360 y se concluyó sobre 1376

La heráldica en el estudio literario proporciona, asimismo, argumentos a favor de existencia de textos. En “Un libro fantasma de mossén Diego de Valera”, pp. 293- 305, Riquer rechaza la hipótesis de que mossén Diego de Valera escribiera el Llibre de armoria (1478), uno de los tratados de heráldica catalana más antiguo que se conservan. Además de rebatir las distintas teorías de esta atribución, se pone en duda la existencia misma del libro. Estudia para ello dos manuscritos de la Biblioteca de Catalunya, el 529 y el 167, concluyendo que “la atribución a mossén Diego de Valera de una relación de blasonamientos de linajes catalanes es totalmente falsa y debida a osadas deducciones hechas hacia el años 1480 en compilaciones misceláneas de materias nobiliarias que recogían blasonamientos anónimos de linajes catalanes y obras auténticas del escritor castellano, y se creyó y defendió que todo el conjunto se debía a su pluma” (p.305).

Pero la heráldica no se circunscribe únicamente al ámbito de la ficción literaria, como demuestra Riquer en “Guillem de Mediona en la batalla de Portorí”, pp- 277-281, trabajo que destaca la relevancia del estudio heráldico de detalles iconográficos para la reconstrucción de hechos históricos. Así en la batalla de Portorí (1229), primera acción militar en la conquista de Mallorca, participaron Guillem de Mediona y Guillem de Montcada, como demuestra un mural del xiii del palacio Aguilar de la calle Montcada de Barcelona, cuya escena se comenta.

En suma, la recopilación de artículos de Caballeros medievales y sus armas se ha realizado atendiendo a una escrupulosa selección de materiales previos que se articulan en torno a tres ejes: a) los caballeros reales en la Edad Media y el uso que hacían de la caballería como recurso lúdico, retórico e, incluso, efectivo para la resolución de problemas; b) sus armas, empleadas, en este caso, para obtener información literaria, rastrear fuentes y aportar argumentos para datar los textos; c) finalmente, como el armamento, la heráldica cumple idéntica función en la ficción, pero también permite la reconstrucción de hechos históricos. En último término todos estos datos tienen vitalidad en un contexto imbuido por el espíritu de la caballería, donde la materia caballeresca se realiza y se difunde a través de distintos discursos (políticos, literarios, legislativos, etc.).

Bibliografía

 

Cacho Blecua, J. M. y M.ª C. Marín Pina (en prensa), "La rivalidad caballeresca de Carlos V y Francisco I (Épica culta y carteles de desafío)", en La Historia de Francia en la Literatura Francesa, ed. Mercedes Boixareu y Robin Lefere.

Cátedra, P. (2002), “Realidad, disfraz e identidad caballeresca”, Libros de caballerías (De «Amadís» al «Quijote»). Poética, lectura, representación e identidad, Eva Belén Carro Carvajal, Laura Puerto Morro y María Sánchez Pérez (eds.), Salamanca, Seminario-Sociedad de Estudios Medievales y Renacentistas, pp. 71-85.

Fleckenstein, J. (2006), La caballería y el mundo caballeresco (Rittertum und Ritterliche Welt), traducción José Luis Gil Aristu, estudio preliminar de Jesús Rodríguez-Velasco, Madrid, 1ª edición, Siglo XXI de España Editores; Real Maestranza de Caballería de Ronda; Fundación Cultural de la Nobleza Española.

Heusch, C. (2000), La caballería castellana en la baja edad media. Textos y contextos, Montpellier, ETILAL, Université de Montpellier III, Col. Espagne médiévale et moderne, 1, colaboración de Jesús Rodríguez Velasco.

Montaner Frutos, A. (2002a), “Emblemática caballeresca e identidad del caballero”, Libros de caballerías (De «Amadís» al «Quijote»). Poética, lectura, representación e identidad, Eva Belén Carro Carvajal, Laura Puerto Morro y María Sánchez Pérez (eds.), Salamanca, Seminario-Sociedad de Estudios Medievales y Renacentistas, pp. 267-306.

Ruiz Domènech, J. E. (1995), "Interpretaciones de la caballería medieval", Ínsula, 584-585, pp. 3-5.

Sales Dasí, E. (2003), “Una primera aproximación a la heráldica literaria de las continuaciones caballerescas del Amadís de Gaula”, Emblemata, 9, 2003, pp. 219-230.