Dos mujeres tristes
ante el romance de don Tristán: del canto de la Emperatriz en Tirant lo Blanc a la copla XLI del Juego trovado de Jerónimo del Pinar
Rafael
Beltran (Univ. de València)
Isabel
Vega (Univ. de Santiago de Compostela)
Aunque
su datación se fija en torno al año 1497, el Juego trobado se conserva impreso en el Cancionero General de Hernando de Castillo, en la edición de 1511 y
sucesivas (González Cuenca, ed., 2005, t. IV: 179-199). La introducción en
prosa al Juego trovado (“…juego
trobado que hizo a la Reina doña Isabel, con el qual se puede jugar como con
dados o naipes, y con él se puede ganar o perder y echar encuentro o azar y
hazer par…”), que sólo aparece en la primera edición y fue elaborada por el
compilador, supone probablemente un resumen de las instrucciones originales
(hoy perdidas), y deja constancia del uso de naipes o dados en su
funcionamiento, y del grupo cortesano femenino para el que fue expresamente
compuesto.
El poema de Jerónimo Pinar es una de las muestras más extensas y elaboradas dentro de su especie. Consta de cuarenta y seis coplas o décimas antiguas, que pueden ser divididas a su vez en dos apartados: las seis primeras coplas van dirigidas expresamente a la familia real (los Reyes Católicos y sus cuatro hijas, Isabel, Juana, María y Catalina, por orden descendente de edad); a continuación, precedidas de un epígrafe que así lo indica, las cuarenta coplas restantes van dedicadas a otras tantas damas de la corte. Atendiendo a la naturaleza y finalidad del poema, este segundo grupo constituye el verdadero cuerpo del juego, porque, al no revelar la identidad de la destinataria de cada mensaje (oculta tras una hábil combinación de símbolos), se mantiene la necesaria expectación e intriga hasta el final. El caso de las seis primeras coplas, que indican en el epígrafe el nombre de cada destinatario, supone, en cambio, únicamente un elogio poético, en la línea de los poemas de alabanza real de los poetas cortesanos de principios y mediados del siglo XV, que florecieron especialmente en el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
El
Juego trovado incluye en cada una de
sus coplas cuatro palos, jugadas o envites (llamados "suertes"),
simbolizados a través de la presencia de cuatro elementos: una planta o árbol,
un ave, el primer verso de una canción o romance, y un refrán (“las coplas son
los naipes y las quatro cosas que van en cada una de ellas han de ser las
suertes”). Gracias a la resolución del sentido simbólico del conjunto de los
cuatro elementos (“cosas”) se llega al mensaje oculto, relacionado con casos
amorosos concretos, y acompañado en muchas ocasiones de consejos personales.
Las damas a quienes iba destinado este ingenioso poema podrían identificarse
sin dificultad al escuchar las coplas, ya que los materiales empleados en ellas
eran muy comunes en la época, aunque hoy muchos de ellos han perdido
completamente su significación simbólica.
La copla que nos interesa
comentar, la número XLI, dice así:
DE OTRA SEÑORA
Un
fresno, dama, os presento
con una
grúa crescida,
y, entre
tanto, el pensamiento
piensa en
qué serés servida.
Y el
romançe que aquí os dan
es aquel
que havéis oído,
mucho
triste y dolorido:
“Mal se
quexa don Tristán.”
Y el
refrán, dicho por nombre,
que “a
las vezes lleva el ombre…”
(González Cuenca,
ed., 2005, t. IV: 191).
Por medio de esta copla se demuestra que los
comentarios de índole personal que el poeta introduce en el Juego son sumamente útiles para enfocar
la interpretación simbólica de los versos a los que acompañan.
Se otorga como árbol el fresno, conocido
desde la antigüedad por la solidez de su madera. Se consideraba símbolo bélico
porque con él se fabricaban las lanzas para la guerra. Así, San Isidoro (Etim., XVII, 7, 39) explica que su
nombre le viene de lo abrupto de las zonas en que suele crecer. A la vista de
estos datos, podemos deducir que el poeta asigna un fresno a la dama como
alusión al fuerte o agresivo carácter del galán que la corteja, ya que, además,
el fresno era símbolo de vigor masculino en la antigua Grecia.
La grulla (“grúa”) es también un ave que gozó
de considerable fortuna en el terreno simbólico desde la época clásica y en
multitud de culturas. Algunos de sus rasgos emblemáticos eran la longevidad, la
justicia, la prudencia y la bondad, todos ellos atributos altamente positivos.
En esta copla es evidente que la significación simbólica se relaciona con la
proverbial vejez que alcanzan estas aves, ya que se explica que la grulla
signada es "crescida", o, lo que es lo mismo, que se trata de un
ejemplar de edad avanzada. San Isidoro apuntaba en sus Etimologías (XII, 7, 14) que era posible distinguir los especímenes
más viejos de los jóvenes, porque, a medida que envejecían, su color se tornaba
más y más oscuro.
A continuación, el poeta interpola una
reflexión propia en la que se pregunta qué beneficio puede obtener esta dama de
su situación amorosa. Es probable que con esto se pretenda evidenciar la mala
unión que resulta de una mujer madura (y con ello, sabia y prudente) con un
pretendiente de carácter desabrido y guerreador. La combinación puede pensarse
incluso a la inversa (e imaginar una dama de fuerte carácter y un cortejador
maduro y de nobles cualidades), pero en cualquier caso, Pinar parece desaprobar
la unión manifestándolo con la conjunción de dos elementos simbólicos tan
dispares e incluso opuestos.
Pero vamos con el tercer elemento, que es el
que nos interesa para poner en relación con un conocido pasaje de la novela de
Joanot Martorell. El poema citado por Pinar es en este caso un romance del
ciclo tristaniano. El hecho de que pertenezca a una temática tan conocida y
difundida como la de los desdichados amores de Tristán e Iseo ya nos da una
pista para relacionar su sentido simbólico individual con el de la copla en
general. "Mal se quexa don Tristán" narra los últimos momentos del
héroe, herido de muerte por su celoso tío, y sólo preocupado por ver a su amada
una vez más. El propio Pinar da la medida de la notable divulgación que debió
tener en su época este romance, pues afirma, cuando se refiere a él que
"es aquel qu´habéis oído". No le cabe duda alguna de que tanto la
destinataria como el resto de las damas conocerán perfectamente el poema
elegido.
Al parecer, la versión más antigua y
difundida del romance era la que comenzaba “Ferido está don Tristán de una mala
lanzada” (Di Stefano 1993: 226-227; Díaz-Mas 199: 260-261). Sin embargo, el
octosílabo de Pinar coincide con el primero de una versión recogida algo más
tarde, en 1605, que reproduce Di Stefano (1993: 225-226):
Mal se quexa don Tristán, que la muerte le aquexava;
preguntando por Iseo, de los sus ojos llorava:
‑¿Qu’es de ti, la mi señora? ¡Mala sea la tu tardada!,
que si mis ojos te viesen sanaría esta mi llaga.‑
Él
este planto haziendo y la reina que
llegava:
‑¡Quién
os hirió, mi señor, herida tenga de
rabia!
‑Hirióme
el rey mi tío de aquesta cruel
lançada;
hirióme desde una torre, que de cerca no osava.
Juntóse
boca con boca, allí se salió el
alma.
Di Stefano, en nota explicativa a esta
versión, no duda en afirmar que “el verso [de Pinar] debió de extractarse de un
texto del R.[omance] idéntico o muy
parecido al que aquí presento”. Y añade: “También a éste creo que remite la
cita en el Tirante el Blanco (mitad
del siglo XV): la emperatriz de Constantinopla le canta a su amante Hipólito
“un romance de don Tristán como se quexava de la lançada que le avíe dado el
rey Mares”. Concluyendo: “ambas referencias, la directa y la indirecta,
concuerdan menos con el texto 56 [es decir, con la versión de “Ferido está don
Tristán…]”.
En el contexto de la copla, la elección del
romance quizás viniera dada por un deseo de ejemplificar el calamitoso final
que a menudo tienen los amores imposibles, en este caso tal vez entre
individuos muy diferentes: ¿una mujer madura (“grulla crecida”) y un joven
aguerrido (“fresno”)? Para ese calamitoso final nada más adecuado que la
conocidísima historia de Tristán e Iseo. Pero, en ese caso, ¿qué tendrían que
ver Tristán e Iseo, amantes de edad semejante, con la pareja desequilibrada de
la “grulla crecida” y el enérgico “fresno”?
Antes de tratar de aportar otros elementos de
juicio con el examen algo más detenido del texto de Tirant lo Blanc, concluyamos comentando el cuarto elemento de la
“suerte” en la copla. El refrán "A las vezes lleva el ombre…" se
continúa con "…a su casa con qué llore" y aparece recogido por
Correas (p. 10). En él se hace alusión directa a la vital importancia que tiene
el saber escoger con buen criterio a las personas de nuestro entorno, amistades
o compañías, pero sobre todo, por contexto, en alusión a la pareja amorosa,
porque incluso aquellas que se juzgan más sólidas y convenientes pueden
provocarnos disgustos y desengaños. Resultaría, como es evidente, una
advertencia coherente con todo lo expuesto anteriormente.
*************
Pero vayamos al episodio de Tirant lo Blanc. Hipólito, el joven pretendiente de la Emperatriz,
que ha tenido que vencer dificultades mil –desde la vergüenza inicial, antes de
declarársele, hasta otras de índole más práctico‑ para poder estar con
ella sin ser descubierto, se quedará quince días en el "retrete" del
aposento de la Emperatriz. Pero no puede estar allí indefinidamente. El día
antes de irse, se produce la emotiva escena de despedida:
y un día antes que saliesse,
estando en las faldas de la Emperatriz, la suplicó que por amor dél cantase un
romance. Y ella por hazerle plazer, a su boz, cantó un romance de Don Tristán,
como se quexava de la lançada que le avie dado el rey Mares, y cantóle con muy
gentil boz y gran perfición, y a la fin en manera de desecha dixo: "Muger,
¡cómo quedas sola, pues que tu Ypólito se parte!" E con la dulçura del
cantar le cayeron de los ojos muchas lágrimas... (cap. 263)
El
“romance de Don Tristán, como se quexava de la lançada que le avie dado el rey
Mares” sería, como acabamos de ver, el mismo o variante del que comienza “Mal
se quexa don Tristán”, al que se refiere el Juego
trovado de Pinar, y del que aporta Di Stefano, recogido de los Nueve Romances […] por Iuan de Ribera […].
1605, pliego suelto que se encuentra en Londres, en la British Library. De
hecho, aunque se suele citar siempre la versión castellana de Pinar como el
primer testimonio castellano conocido del romance, la alusión al mismo en Tirant lo Blanc implicaría el
conocimiento, en la corona de Aragón, en la década de los años 60 (es decir, al
menos treinta años antes), del romance.
En el
original catalán de Tirant lo Blanc se
incluye también —incluso más claramente que en la traducción— la palabra
"romanç", asociada a "cançó": "ell la suplicà que
cantàs una cançó [...] La senyora, per fer-li plaer, cantà un romanç ab baixa
veu, de Tristany com se planyia..." Es importante el hecho de que se
introduzca esta palabra, “romanç”, en catalán, traduciendo tal vez el término
del castellano. De hecho el romance ha sido siempre reconocido como “cançó”, y
no como tal “romanç” en la tradición catalana y, en parte, también en la
castellana. Pero interesa también especialmente destacar la "desecha"
o desfecha, como muy bien se traduce
y añade lo que en el original aparece sin definir: "e a la fi dix:
<<Dona, restaràs sola sens lo teu Hipòlit>>". El contenido de
esa desfecha recuerda la situación
del yo poético y la literalidad en algunos versos —"restant soleta"—
de una canción de despedida de Pere Serafí (Poesies
catalanes, LVIII), poeta y pintor catalán de la primera mitad del siglo
XVI; canción que Josep Romeu incluye, sin dudar que sea “tradicionalizante” y
de base popular, dentro del Corpus
d'antigua poesia popular escrita en catalán (nº 359):
Llassa, mesquina! Què fare,
puix mon amat
se'n vol partir?
La nit y jorn yo ploraré
com hu qu.és
cert qu.a de morir.
Restant soleta,
mesquinelleta,
dolre's poran de ma dolor
los qu.an sentit penas
d'amor.
Bé m'à promès que tornarà
—per ço no vull desesperar—
y qu.altr.amor no.l detindrà,
que sols a mi vol ben amar.
Mas sa partida
m'és dolorida,
qu.en ser
absent mon dolç amich,
hon trobaré
jamés abrich?
"Restaràs sola...", "restant
soleta...". En canciones de lamento muy parecidas a la que recrea Pere
Serafí pensaba Martorell, sin duda, al escribir esta magnífica escena en la que
una Emperatriz humanizada, gracias a la literatura, canta doliéndose de la
partida —"m'à promés que tornarà..."— del dulce amigo, sin el cual no
va a encontrar nunca abrigo.
Para Di Stefano, los versos y el llanto del romance “Mal
se quexa don Tristán…” son exclusivos o privativos de esa versión: “La
invocación, entre lágrimas, a la amada y a su poder de sanar las heridas del
amado con su sola vista, es un lugar común de la poesía cancioneril, como
también la conformación del texto en lamento del amante infeliz. Es él el
protagonista, modelo de triste amador que proclama su desesperación y recibe ya
tarde el auxilio invocado; en otras versiones predomina Iseo” (Di Stefano 1993:
226).
En efecto, la protagonista, tanto en Tirant, como en el Juego,
es una dama, que asume en todo caso el dolor de Tristán como propio. Como hace
Iseo –tal como recuerda Di Stefano‑ en otras versiones.
Sólo querríamos aportar a la comparación el testimonio de
otro romance, procedente del Cancionero
musical de Palacio, que presenta una escena de dolor protagonizada también
por una reina –como la Emperatriz de Constantinopla‑, que “asentada en su
estrado” –también como la Emperatriz, con Hipólito en su regazo‑,
pronuncia “palabras muy lastimeras” y destila “lágrimas de sus ojos” –como a la
Emperatriz, a quien “con la dulçura del cantar le cayeron de los ojos muchas
lágrimas”. Una reina que, en fin, tal vez pronuncie luego palabras de soledad.
Dice así el romance:
Triste está la reina,
triste
está, que no reyendo.
Asentada en su estrado
frangas de
oro está texendo.
Las manos tiene en la obra
y el
corazón comidiendo.
Los pechos l’están con rabia
ansiosamente
batiendo.
Palabras muy lastimeras
por su boca
está diziendo.
(González
Cuenca 1996: 105; núm. 148; Beltran 2002: 770; núm. 218).
Comenta Vicenç Beltran, al recoger el romance en su
antología: “este romance parece haber pasado desapercibido a gran parte de los
estudiosos del género; no encuentro datos suficientes para adscribirlo a un
ciclo completo; a juzgar por la intervención de una reina no especificada y por
su tono triste pudiera hacer referencia a la leyenda de Tristán e Iseo, pero
por su contenido parece recordar la introducción del romance de la reina Hécuba
y el llanto por sus hijos…” (Beltran 2002: 770).
Efectivamente, la dolorosa majestuosidad con que solía
ser presentada la Hécuba (o Hécabe) medieval, la mujer de Príamo, llorando la
pérdida de sus hijos, se ajusta perfectamente con la posición de estas grandes
damas, la reina o la emperatriz, atormentadas por el dolor de un abandono.
Hécuba es la mujer infortunada por antonomasia. El Plany dolorós de la reina Hècuba es una de las obras de Roís de
Corrella que Joanot Martorell utiliza, sirviéndose del monólogo de la troyana
para al menos sendas ocasiones de planto dramático de mujer que se ve
abandonada por los suyos: la condesa de Varoic por su hijo (cap. 22) o
Carmesina, cuando muere Tirant (cap. 479).
Aunque
parece clara y queda explícita, tanto en la copla de Pinar y en el pasaje de la
Emperatriz e Hipólito, la alusión a Tristán y no a Hécuba, en ambos casos hay
una posición de mujer madura que abre paso a la ambigüedad: amante pero tal vez
también madre.
Imaginemos por un momento que la Emperatriz de Tirant canta como “romanç” (al fin y al
cabo Martorell podía aplicarle la acepción antigua, la que le da el marqués de
Santillana, de ‘canción vulgar, popular’) el poema de Serafí: “restant soleta”.
Del mismo modo, podríamos pensar que la desconocida protagonista del poema 148
del Cancionero musical de Palacio cantara
el poema siguiente, el número 149:
A los baños del
amor
sola
m’iré
y en
ellos me bañaré.
Porque sane d’este mal
que me causa desventura,
que es un dolor tan mortal
que destruye mi figura,
a los baños de tristura
sola m’iré,
y en
ellos me bañaré.
(González
Cuenca 1996: 106; núm. 149; Beltran 2002: 771; núm. 219).
Ambos poemas (el de Serafí y el anónimo del CMP) hablan
de amor y hablan de soledad femenina (el segundo con una “alusión enigmática”
–dice Beltran‑ a los baños de amor. El de Serafí “tradicionalizante”, el
anónimo de estribillo popular, pero glosa cortés (“tristura”). ¿Dolor de madre
(Hécuba), dolor de amante (Iseo)? Hay un punto en que el dolor de la amante y
el dolor de la madre se neutralizan como uno solo y trascendente. Dolor de
mujer, abandono único y destructor (“que destruye mi figura”), venga causado
por el hijo o por el hombre; mal “tan mortal” que no tiene más vía de fuga que
la triste soledad (“los baños de tristura”): quedar sola (“restant soleta”), ir
sola (“sola m’iré”).
BIBLIOGRAFIA CITADA
BELTRAN, Vicenç (2002), Poesía española 2. Edad Media: Lírica y
cancioneros, Barcelona, Crítica.
DI STEFANO, Giuseppe (1993), Romancero,
Madrid, Taurus.
GONZÁLEZ CUENCA, Joaquín, ed.
(1996), Cancionero musical de Palacio,
Madrid, Visor.
GONZÁLEZ CUENCA, Joaquín, ed.
(2005), Hernando del Castillo, Cancionero General, Madrid, Castalia, 5
vols.
VEGA, Isabel (2004), “Poesía de entretenimiento en la corte de los Reyes Católicos: hacia una
interpretación del simbolismo en el Juego Trovado de Jerónimo Pinar”, en
Estudios de literatura hispánica: Líneas actuales de investigación literaria
(Actas del I Congreso de la Asociación de Jóvenes Investigadores de la Literatura
Hispánica), Valencia, Universidad, pp. 33-44.