EL ORNAMENTO DE PRINCESAS: UN DIÁLOGO SOBRE EDUCACIÓN FEMENINA DE FELICIANO DE SILVA [1]
José Julio Martín Romero
Universidad de Jaén
I. El debate sobre la mujer y la educación femenina: de la Edad Media al Renacimiento
A lo largo de la Edad Media se constata una corriente misógina en diversos autores que veían a la mujer como maestra de engaños y de maldades, por un lado, y como origen de la lujuria en el varón, por otro. Algunos moralistas llegarón a considerarla como causa de males, pecadora e incitadora al pecado. La enorme capacidad para mentir y engañar se expresó de forma verdaderamente gráfica gráfica en el Sendebar, colección de exempla que el infante don Fadrique mandó traducir en las décadas centrales del siglo XIII; en esa obra se afirmaba que “aunque se tornase la tierra papel, e la mar tinta e los peçes d’ella péndolas, que non podrían escrevir las maldades las mugeres”[2]. El Sendebar o Libro de los engaños e los asayamientos de las mugeres presentaba así la figura femenina como superior al hombre en inteligencia, siempre y cuando esa inteligencia se utilizara para la maldad y el engaño. Esta idea resulta especialmente evidente en uno de los cuentos de esta colección, el “enxemplo del mançebo que non quería casar fasta que sopiese las maldades de las mugeres”[3]; en este relato se cuenta cómo, a pesar de haber estudiado pormenorizadamente las astucias femeninas, un mancebo no puede evitar caer, como todos los hombres, en el engaño de una mujer; precisamente esa mujer es la encargada de indicarle que su propósito de averiguar todas las maldades femeninas para librarse de ellas resulta una meta imposible de alcanzar: “esto que tú demandas nunca lo acabarás tú nin omne de quantos son nasçidos”[4].
A partir del siglo XIII comienza a detectarse dos posturas opuestas con respecto al valor de la mujer —misógina y feminista— que se constatará más claramente en las obras didáctico-moralizantes del siglo XV[5].
Precisamente en el cuatrocientos, Alfonso Martínez de Toledo compuso su conocido Arcipreste de Talavera, también llamado Reprobación del amor mundano, para avisar al hombre de la necesidad de guardarse del pecado, especialmente de la lujuria, y, casi como si fuera lo mismo, de la mujer, que aquí es presentada como cúmulo de vicios y constante riesgo para la castidad del varón[6].
En estas épocas también existió una concepción positiva de la mujer, que se constata en diversos textos narrativos en los que se presentaban heroínas que, a buen seguro, hubieron de servir de modelos de comportamiento, así como en diversas obras en las que se ofrecían repertorios de mujeres ilustres, al modo de la conocida obra de Boccaccio, que fue traducida al castellano y publicada en Zaragoza en 1494 por Paulo Hurus y Alemán de Constancia con el título de De las mujeres illustres en romançe[7] .Precisamente el gran escritor italiano ejemplifica mejor que nadie la doble consideración sobre la mujer, pues, si bien es el autor de la citada obra —de la que derivan tantos repertorios de mujeres ilustres en defensa de este sexo—, también compuso una obra de talante misógino, el Corbacho; esta evolución boccacciana ante el tema femenino será criticada por Diego de Valera: “¿tú eres aquel que escreviste el libro De claras mugeres, onde con gran trabajo ayuntaste la castidat, e perpetua viginidat de muchas? (...) ¿E después, olvidada la vergüença de ti, escreviste en el tu Corvacho lo que mi lengua deve callar?”[8].
La mayoría de las obras castellanas en las que se defiende a la mujer datan ya del siglo XV; entre ellas se cuentan El libro de las claras e virtuosas mugeres, de don Álvaro de Luna, el Triunfo de las donas, de Juan Rodríguez del Padrón, el Tratado en defensa de virtuossas mugeres de Diego de Valera y la conocida defensa de las féminas que pronuncia Leriano en la Cárcel de Amor de Diego de San Pedro, entre otros. Estos autores pretendían rechazar las tesis misóginas de obras como el Arcipreste de Talavera; así lo afirma expresamente Diego de Valera en su Tratado en defensa de virtuossas mugeres:
Parésceme que te plaze saber, muy caro amigo, quál es el fundamento de aquestos començadores de nueva seta que rotamente les plase en general de todas las mugeres maldesir; e pues tanto te agrada saberlo, como quiera triste me sea exercer la torpe mano en tan orrible materia, por dos razones averé de quitar el silencio de aquélla: primera, queriendo satisfaser a tu ruego; segunda, que conoscida tu discrición, soy cierto que, vistas por ti sus conclusiones, ligeramente anichilarás su opinión. [9]
De esta manera, Diego de Valera se alinea con los pensadores llamados “feministas”, esto es, los que defendían el valor de la mujer, normalmente apoyándose en las virtudes que a lo largo de la historia han demostrado diversas féminas.
La Cárcel de amor de Diego de San Pedro ejemplifica ya un cierto cambio de rumbo. En esta obra se retoma el tópico de enumeración de mujeres virtuosas, pero en un contexto ficticio en el que lo que verdaderamente se defiende es el sentimiento amoroso que originan. Y es que no sólo se opusieron a los misóginos los pensadores que rechazaban estas virulentas críticas apoyados en su análisis del sexo femenino, sino que también defendieron a la mujer algunos autores —fundamentalmente los de obras de ficción, pero no sólo ellos— que consideraban el amor un sentimiento idealizado que mejoraba al amante; de acuerdo con esto, la mujer, objeto de ese amor, se había de presentar asimismo como un ser enaltecido que lograba ennoblecer a quien la amaba. Estos autores defendían el valor de la mujer al partir de un concepto elevado del amor, frente a los moralistas que rechazaban este sentimiento al considerarlo lujuria encubierta. El valor de la mujer no derivaba sólo de sus virtudes, constatadas en los tópicos repertorios de mujeres ilustres, sino del propio valor del amor que ellas despertaban. La mujer, como origen de este amor elevado, era considerada, igualmente, el origen de todos los bienes que proporcionaba este sentimiento. Esta corriente de pensamiento se prolongará en el tiempo y pervivirá sobre todo en la literatura de tipo idealista[10]. Incluso en una obra como la Selva de aventuras de Jerónimo de Contreras encontramos un debate (escenificado dentro de la ficción por dos actores con disfraz pastoril) sobre el amor y la mujer, en el que la defensa del sexo femenino parte, precisamente, de una concepción positiva del amor[11].
En el paso del siglo XV al XVI se produjo un cambio en la forma de tratar el papel de la mujer. Tal como indicó Mariló Vigil, frente a la tendencia misógina de épocas anteriores, a partir del quinientos los moralistas tendían a ofrecer textos de carácter didáctico que proponían modelos de comportamiento que ofrecían la imagen perfecta de cada uno de los papeles sociales de la mujer, como viuda, monja, casada o doncella[12].
Vista tantas veces hasta el siglo XV como objeto —y sujeto— de tentación, se la vinculaba claramente con la lujuria; de ahí que los moralistas las criticaran abiertamente como causa de pecado, mientras que otros defendían el valor de la mujer apoyándose, como he dicho, en repertorios de mujeres ilustres. El debate consistía en considerar a la mujer como un cúmulo de virtudes o de vicios. Pero el incipiente Humanismo y la importancia que confirió a la educación propició que se tratara no sólo el valor y el papel de la mujer en la sociedad, sino que se planteara la necesidad de proporcionar educación a las doncellas. Es decir, mientras que antes se debatía si la mujer era fundamentalmente viciosa o virtuosa, a partir de un determinado momento comienza a analizarse la forma de educarla convenientemente. Surge entonces otro debate entre los que consideraban a la mujer como intelectualmente inferior al varón y los que pensaban en la igualdad entre ambos sexos[13].
Entre las obras de educación femenina destacan las aportaciones de Erasmo y de Luis Vives. Este último compuso su Institutio Foeminae Christianae (Instrucción de la mujer cristiana) en 1523 para Catalina de Aragón.
No obstante, se siguieron componiendo obras en las que se trataba fundamentalmente de analizar el valor de la mujer, como sucede en una obra de Cristóbal de Castillejo, el Diálogo de mujeres, establecido entre dos hombres, Alethio y Fileno; éste defiende a la mujer, mientras que aquél la ataca de manera feroz[14]. Por su parte, el Diálogo en laude de las mujeres de Juan de Espinosa comparte muchos rasgos de la obra de Castillejo y, por tanto, también se relaciona con la tradición del debate sobre el valor de la mujer propia de los siglos anteriores, si bien introduce una serie de elementos sobre la educación femenina que demuestran una inquietud más cercana al Humanismo[15].
Dentro de esta corriente pedagógica, los autores de libros de caballerías decidieron incorporar elementos didácticos orientados a la mujer, conscientes de la importancia de la recepción femenina y en un deseo de conferir a sus obras un valor moralizante que los librara de las críticas de los moralistas[16].
Efectivamente, las mujeres del siglo XVI conformaban un importante grupo entre los escasos lectores de esa época[17]. Y las lecturas de las féminas abarcaban diversos campos, las más cultas no desdeñarían las aportaciones erasmianas y de otros importantes pensadores de la época, pero la mayoría de ellas conocerían bien la literatura de ficción, especialmente la caballeresca[18].
Por otra parte, no hay que olvidar que varios de los autores de libros de caballerías redactaron obras de carácter didáctico: Don Florindo es obra de Fernando Basurto, que también compuso el Diálogo del cazador y el pescador; Pedro de Luján, autor de Silves de la Selva, también redactó unos Diálogos matrimoniales; Antonio de Torquemada es el autor de Olivante de Laura, pero también del Manual de escribientes, del Jardín de Flores Curiosas y de los Coloquios satíricos; y Damasio de Frías y Balboa compuso tanto el Lidamarte de Armenia como los Diálogos de diferentes materias[19].
Y, por último, tampoco hay que olvidar que, en mayor o menor medida, los aspectos didácticos y moralizantes no fueron nunca olvidados por los autores de libros de caballerías, que proporcionaron enseñanzas envueltas en su ficción de diversas maneras[20].
En definitiva, muchos de los autores quinientistas de diálogos y diversas obras didácticas también sucumbieron a la fascinación caballeresca, de forma que en varios de estos libros de caballerías se encuentran ecos de la formación humanística de algunos de ellos, o del interés por la cultura y educación de casi todos. En buena medida, la aparición cada vez más frecuentemente de personajes de la antigüedad grecolatina puede contemplarse como resultado de un intento de legitimación erudita de este tipo de narrativa, de la misma manera que la aparición de aspectos didácticos puede entenderse en este mismo sentido[21].
Tampoco hay que olvidar que buena parte de los llamados libros de caballerías “a lo divino” datan de mediados del siglo XVI y, aunque algunos de ellos fueron los únicos libros de caballerías que entraron a formar parte del índice de libros prohibidos, su propósito era aprovecharse del interés que la materia caballeresca despertaba para adoctrinar a sus lectores con hazañas mucho más provechosas para su alma: la derrota de las propias tentaciones y vicios.
No es de extrañar, por tanto, que los autores de libros de caballerías decidieran insertar apartados doctrinales para mujeres en sus obras narrativas. Tampoco hay que olvidar que la literatura caballeresca ofrecía una visión idealizada del amor, visión que implicaba una consideración positiva de la dama, tal como sucedía en la ficción sentimental (recordemos la ardiente defensa de la mujer por parte de Leriano en la Cárcel de amor). En este sentido, cabe pensar que la visión positiva de la mujer propia de la narrativa idealista, la importancia de la recepción femenina, las inquietudes más o menos eruditas de algunos de sus autores y la preocupación por la educación de las doncellas en esa época explica por qué este tema aparece en varios libros de caballerías. Marín Pina señaló la importancia de estos aspectos en el Rosián de Castilla, del pacense Joaquín Romero de Cepeda y en el Mexiano de la Esperanza, de Miguel Daza; este último incluyó un índice en el que recogía los temas doctrinales tratados en su libro. Daza insertó diversos diálogos entre sus personajes sobre temas como el maquillaje y el acicalamiento femenino, la higiene bucal o la mejor forma de pasar el tiempo para las damas[22]. Por su parte, Romero Tabares se centró en el Rosián de Castilla para determinar el modelo femenino propuesto por el extremeño[23].
Pues bien, a estos libros de caballerías con aspectos formativos para la mujer hay que añadir la Cuarta parte de Florisel de Niquea, en el que Feliciano de Silva incorporó, precisamente, un diálogo sobre la educación de las doncellas, diálogo que tituló Ornamento de princesas. En este sentido, Silva pasa a engrosar la lista de autores de libros de caballerías preocupados por la formación femenina. Al igual que Antonio de Torquemada, Pedro de Luján, Damasio de Frías y Fernando Basurto, Feliciano ensayó su pluma en la composición de un diálogo, si bien inserto en uno de sus textos caballerescos, lo que explica buena parte de sus características literarias[24].
II. Silva y su tendencia a la experimentación narrativa
Feliciano de Silva es uno de los escritores más influyentes del siglo XVI. Fue el más prestigioso continuador de la saga amadisiana, saga que —a través de la refundición de Garci Rodríguez de Montalvo— conquistó el incipiente mercado editorial[25]. Este escritor también continuó otro gran éxito de la literatura bajomedieval, La Celestina, componiendo la considerada como mejor de sus continuaciones, la Segunda Celestina. Su talante creativo y audaz lo llevó a incluir elementos de diversa procedencia en su producción literaria. Son bien conocidos los elementos pastoriles en algunas de sus entregas amadisianas; asimismo, la ficcion sentimental, en boga todavía en las primeras décadas del siglo XVI, también influyó en Silva, tanto en sus libros de caballerías como en la Segunda Celestina[26].
Cuando a mediados de siglo Feliciano dio a la imprenta la última entrega que compondría del ciclo del Amadís, la Cuarta parte de Florisel de Niquea, siguió sorprendiendo con nuevos aspectos. Entre ellos destaca la importancia concedida a los elementos puramente sentimentales. Silva cierra uno a uno todos los desamores que había ido imaginando en las entregas precedentes. Las figuras femeninas cobran mayor importancia en estos episodios sentimentales en los que las damas y doncellas rechazadas, abandonadas o engañadas por diversos caballeros consiguen superar esos traumas amorosos gracias a una aventura mágica[27].
Se trata de una nueva forma de clausurar esas aventuras, de darles un fin adecuado e indica la importancia que este autor concedía a la recepción femenina. Por ello no es de extrañar que en esta obra Feliciano incorporara episodios de carácter didáctico orientados a la mujer. Uno de ellos es precisamente el mencionado debate sobre la educación de las doncellas que el propio texto denomina Ornamento de princesas[28].
Sin duda, el regidor de Ciudad Rodrigo conocía bien las críticas que los moralistas lanzaban contra todo tipo de ficción, críticas que resultaban especialmente virulentas contra la narrativa caballeresca[29]. El aspecto más veces criticado de estas obras era el carácter inútil (moralmente hablando) de este tipo de ficción, que no era sino un simple entretenimiento de donde no se sacaba ningún provecho didáctico. Este tipo de críticas ya había incitado a varios autores a componer libros de caballerías distintos, en los que estuvieran bien presentes elementos didácticos y moralizantes[30]. En cualquier caso, con todo ello tan sólo se acentuaba una más de las posibilidades genéricas; recordemos la clara intencionalidad didáctica del propio Garci Rodríguez de Montalvo o de su primer continuador, Ruy Páez de Ribera, en su Florisando[31].
En la Cuarta parte de Florisel de Niquea, ciertas damas y doncellas nobles deciden permanecer en sus palacios sin salir, tras haber sufrido un intento de secuestro por parte de malvados gigantes[32]. Para pasar el tiempo una de ellas propone iniciar “alguna conversación provechosa” (fol. 79v)[33]. La ausencia de provecho era, como he dicho, una de las tachas que los moralistas reprochaban a los libros de caballerías. De esta manera, esa “conversación provechosa” añadía un beneficio didáctico al libro. El hecho de que se trate de una conversación —un diálogo— no ha de sorprender, pues es el momento de auge de este género fundamentalmente humanista que sigue los modelos platónicos y lucianescos; en realidad, Silva es tan sólo uno más de los autores de libros de caballerías que atendieron a este género didáctico en boga en aquellos momentos[34].
De esa manera, Feliciano ofrece un ejemplo más del debate sobre la mujer; hay que recordar las páginas que Baltasar de Castiglione había dedicado precisamente a este tema en El Cortesano, obra que había aparecido espléndidamente traducida en 1534 por Juan Boscán; asimismo, en las décadas posteriores aparecerán el Diálogo en laude de las mujeres de Juan de Espinosa y La perfecta casada de Fray Luis de León; pero no hemos de olvidar tampoco los libros latinos que sustentaban buena parte de los presupuestos teóricos de estos textos: las obras didácticas de Erasmo de Rotterdam y, claro está, la Institutio Foeminae Christianae de Luis Vives.
Este es el contexto histórico en que apareció la Cuarta parte de Florisel de Niquea. Silva, por tanto, decidió incorporar un diálogo sobre educación femenina en su libro de caballerías, siguiendo la moda dialógica del momento y acudiendo a un tema que despertaba gran interés, la educación de la mujer, tanto más cuanto que buena parte de los lectores de libros de caballerías pertenecían al sexo femenino. Así, Feliciano supo abrir su obra narrativa a nuevos horizontes literarios, pero asumiendo con acierto los intereses y las inquietudes de su momento histórico.
III. El Ornamento de princesas en el contexto humanista sobre la educación de la mujer
El Ornamento de princesas es un diálogo que se desarrolla en dos capítulos no continuos de la obra, el xliii y el xliv. No se establece un debate, sino que se compone de largos parlamentos en los que las interlocutoras se alternan, sin verse en ningún momento interrumpidas ni por opiniones contrarias ni por preguntas. El orden de estos parlamentos implica un orden lógico de desarrollo de ideas, y va desde los primeros años de la doncella hasta su vida de casada.
Es probable que Silva conociera El Cortesano de Castiglione; y tampoco podemos descartar que hubiera leído con detenimiento el Relox de príncipes de Antonio de Guevara, obra en la que también se tratan algunos de los temas que se encuentran en el Ornamento de princesas; también debió de conocer otras obras de la época sobre la educación femenina. Sin embargo, la reiteración de ideas en la época hace que la búsqueda de fuentes concretas resulte una labor compleja y resbaladiza.
Resulta curioso que Silva no trate dos aspectos que habían despertado interés en la primera mitad del siglo XVI. Por una parte, el proceso de gestación[35]; y, por otra parte, el que no recomendara explícitamente —siguiendo las enseñanzas de Luis Vives— que fuera la madre quien amamantara a la criatura. Guevara dedica varios capítulos de su Relox de príncipes a señalar la importancia de la lactancia materna[36]; y sólo con causa justificada acepta que sea una nodriza quien lo haga, siguiendo las ideas de Plutarco (De liberis educandis[37]). Estas ideas habían sido seguidas por diversos humanistas tanto españoles —Rodrigo Sánchez de Arévalo (De arte, disciplina et modo alendi et erudiendi), Antonio de Nebrija (De liberis educandis)— como extranjeros —Francesco Barbaro (De liberorum educatione), Maffeo Vegio (De liberorum educatione), Francesco Patrizi (De institutione reipublicae), Erasmo (De pueris statim) [38]—, entre otros.
El proceso de gestación no era un tema ausente en los libros de caballerías. El tópico del matrimonio secreto y el nacimiento en condiciones poco ortodoxas hicieron frecuentes las menciones a los dolores del parto. No obstante, las consideraciones médicas al respecto no habían logrado calar lo suficiente en la literatura didáctica como para que apareciera frecuentemente en los consejos pedagógicos para las féminas.
Más difícil de explicar resulta el hecho de que Silva no recomendara de forma explícita que las madres amamantaran a sus propios hijos; más bien parece dar por sentado todo lo contrario, esto es, que fueran las amas o nodrizas quienes debieran encargarse de dar el pecho al bebé; es más, se llega a afirmar que “las amas son manjar a las hijas de los príncipes” (fol. 80v) en el primer parlamento, pronunciado por la reina Sidonia, en el que trata sobre los momentos en la que doncella, aún bebé, toma el pecho; ésta señala la importancia de la elección de las nodrizas y no duda en afirmar que las amas son el mantenimiento de las doncellas; de ahí la necesidad de que el ama tenga tres condiciones, que sea noble, sabia y bien acondicionada.
Silva parte de la idea de que las condiciones se transmiten a través de la leche, idea frecuente en la época y que se evidencia en los casos de amamantamiento por animales. Ya en el Amadís de Gaula se indica la importancia de los animales que amamantaron a Esplandián[39]. En Febo el troyano se cuenta cómo la sabia Dragontina hizo que los más fieros animales amamantaran a su hijo Bramarante para que resultara el más bravo y fuerte de los seres:
(...) al cual crió con leche de leones, serpientes y tigres, y de otros los más feroces animales que en todas aquellas montañas pudo hallar. Y nunca consitió que mamasse de su leche porque fuesse más robusto y furioso. Y ansí se crió él tal que bien pareció averse juntado en él la ferocidad del padre y de la madre y de la leche que avía mamado (...)[40]
De igual manera, pero con propósitos más pacíficos, Silva propone que la niña herede las virtudes de un nodriza virtuosa a través de la lactancia. Por otra parte, recomienda que se evite todo aquello que pueda empeorar la calidad de la sangre del ama, de forma que hay que ahorrarle todo disgusto, ha de estar bien casada y se le ha de dar “continuo plazer” (fol. 80v), pues todo ello redunda en la calidad de la sangre.
La importancia que Feliciano concede a la elección del ama es un tema frecuente en las obras sobre educación femenina. Tal como indica Emilie L. Bergman, “la sangre, como exlican los autores, se convierte en leche, y por eso hay que tener cuidado en la selección de la nodriza”[41]. Lo explica claramente Antonio de Guevara al afirmar que “la leche blanca no es otra cosa sino sangre cozida” (p. 531). La idea de que la sangre se convierte en leche es precisamente lo que Silva advierte al afirmar que “las amas son manjar a las hijas de los príncipes” (fol. 80v).
La importancia de la selección del ama ya había sido puesta de relieve por San Jerónimo en varias de sus epístolas. En su epístola A Gaudencio, indica la necesidad de que la maestra esté siempre con la niña, y que “su aya sea la que la guarde, y ésta no sea muy dada al vino, ni habladora, sino templada, grave y hacendosa, y que hable solas aquellas cosas que puedan servir para instruir el ánimo de una doncella en cosas de virtud y buenas costumbres”[42]. Recomendaciones parecidas se leen en otra de sus cartas, la dirigida a Leta, en la que vincula claramente las virtudes de quien amamanta con las que va a adquirir la niña: “Procurad, pues, que la que le diere leche no sea bebedora, ni amiga del vino, ni deshonesta ni parlera” (p. 91); pero habla de otros dos sirvientes que pueden afectar a la educación del bebé, la “criada que la trae en brazos” (que ha de ser modesta) y el ayo (que ha de ser “hombre grave”, Ibíd.).
Aunque existe cierta confusión terminológica entre aya, ama y maestra, parece claro cuándo se refiere Feliciano a la nodriza que amamanta y cuándo al aya que enseña, independientemente de que estas funciones pudieran desempeñarlas la misma persona. En cualquier caso, inicialmente Silva se refiere específicamente a la necesidad de elegir al ama en función de la leche que puede proporcionar al bebé. Y por ello señala los motivos que pueden malograr la leche de la nodriza, con el propósito de que se eviten en la época de lactancia.
También Antonio de Guevara habló sobre la importancia de la elección de las amas, importancia debida a la misma idea expresada por Silva: la necesidad de que la leche dada al bebé sea la mejor y que a través de ella se hereden buenas costumbres y no vicios. Guevara afirma explícitamente “Que las princesas y grandes señoras deven mucho parar mientes qué tales son las amas que toman para dar de mamar a sus hijos” (p. 522), siempre y cuando las mismas madres no puedan por algún motivo concreto, a pesar de que eso sería lo más adecuado. Virtud y salud parecen ir de la mano, pues ambas se transmiten en la leche: “no sólo se ha de contentar con que tenga la leche sana, pero aun que sea de buena vida” (p. 524) y explica: “porque de otra manera no hará tanto provecho al hijo con la leche blanca, quanto daño hará a la madre si es muger de mala vida” (Ibíd.). Por tanto, siguiendo la indicación de Quintiliano en su Institutio Oratoria, indica que el ama ha de ser “de honesta y virtuosa vida” (p. 525). Pero, claro está, sin olvidar la salud física: “porque regla infalible es que de la leche que mamamos en la infancia depende la salud de nuestra vida” (p. 526). Poco después, en el capítulo xxi, señala, siguiendo a San Jerónimo, la importancia de que las amas “no beban vino” (p. 533), y también que han de ser “honestas y, sobre todo, bien acondicionadas” (Ibíd.), que coincide exactamente con las ideas de Feliciano:
Todas las cosas, para tener pe[r]fetos los fines, tienen necessidad de ponelles perfeción en los principios; y, para esto, para las hijas de los reyes y de las personas ilustres ay necessidad —y grande a mi parecer— de la eleción de las amas que las an de criar, que sean de noble sangre, sabias y bien acondicionadas. (fol. 79v)
De no ser bien acondicionadas, la niña heredaría estas condiciones como si se hubiera alimentado de veneno: “que no sean embidiosas, soberbias, deslenguadas, dobladas y maliciosas; porque menos ponçoña tiene la bívora que no la muger mal acondicionada”, se afirma en el Relox de príncipes (p. 539); por su parte, Silva indica que cuando “el ama es robusta, grossera y muy mal acondicionada, brava y finalmente tuviere otras semejantes tachas” (fol. 80v), la niña es alimentada “con tales tóssigos” (Ibíd.), de forma que las buenas maneras le resultan mortales. Me parece significativo que Feliciano no incida en la necesidad de que el ama no beba vino, indicación que se encuentra en San Jerónimo, Antonio de Guevara y otros. En principio, podría pensarse que la visión de una noble nodriza bebiendo en exceso no formaba parte de la poética caballeresca propuesta por Silva, pero precisamente este escritor rompió con muchas de las normas amadisianas al incorporar elementos menos idealizados y humorísticos en sus obras. Lo único cierto es que esta recomendación no aparece en el Ornamento de princesas.
Justamente el hecho de que las amas sean “sabias” también aparece en el Relox de príncipes (“las amas que crían a los hijos de los príncipes y grandes señores, si fuesse possible, devrían ser mugeres sabias”, p. 569). Como he dicho, las funciones de la nodriza y del aya se terminaron confundiendo, de forma que en ocasiones la misma persona llegó a ejercer las dos funciones.
En cualquier caso, una vez concluida la época de lactancia —Guevara indica que el período de lactancia ha de durar entre un dieciocho meses y dos años (p. 548)—, Silva indica la importancia de que se elija todo sustento con tanto cuidado como el ama, al tiempo que ofrece una serie de normas sobre la educación inicial de la niña. Señala el tipo de relaciones que ha de mantener tanto con otros niños como con adultos, enfatizando la importancia de esas primeras relaciones. Las otras niñas con las que trate han de tener las mismas buenas maneras que había de mostrar la nodriza (“que las tales niñas sean bien acondicionadas y castigadas”, fol. 81r). Para explicar la importancia de esto, ofrece una serie de consideraciones sobre el aprendizaje por imitación por parte de los niños (“porque los niños o las niñas ante de la edad de discreción son como los ximios, que no saben si no contrahazer lo que veen”, ibíd.), idea que aparece en San Jerónimo, si bien el santo indica que el ser humano tiende a imitar, pero sólo los vicios (“De nuestra cosecha somos siempre inclinados a imitar lo malo, y no pudiendo alcanzar las virtudes de los otros, con facilidad imitamos sus vicios”, p 91).
Silva concluye con unas opiniones sobre cómo lo aprendido en edad temprana se convierte casi en naturaleza: “con la costumbre de hazer muchas vezes una cosa se convierte en aquella el natural, que después con el tiempo endurecida con la costumbre es tan mala de quitar como convertida en naturaleza” (fol. 81r). Y recurre a la imagen del mimbre que estando verde se teje con facilidad para asumir definitivamente esa forma: “Como parece en las varas derechas de las mimbres o sauzes que, de su natural haziendo las trenças, se mudan con el tiempo de suerte que con él antes se dexaran quebrar que destexerse de lo que contra su natural tomaron, siendo nuevas con tanta facilidad al texerse” (Ibíd).
La misma imagen encontraremos en el Diálogo de mujeres, que Juan de Espinosa publicó décadas después: “doblase el mimbre quando es tierno, y ansi ni mas ni menos las hijas, de cuya castidad y virtud deuen ser muy curiosos sus padres, y aunque mucho las amen, no mostrarles la cara muy alegre”[43]; y explica que en “la edad pueril se enseñan, acostumbran, y humillan mas façilmente los hijos” (Ibíd.). Por su parte, Antonio de Guevara comentaba que “los árboles, quando son pequeños y tiernos, más necesidad tienen de podaderas que corten las ramas superfluas, que no de muchas cestas para coger sus fructas” (p. 666).
Ya en las epístolas de San Jerónimo se indicaba la necesidad de comenzar a educar en las buenas costumbres cuanto antes. En este sentido, se han de recordar sus palabras en la epístola A Gaudencio: “Porque como el agua en las eras de los huertos se va tras el dedo o herramienta que la guía, así la edad blanda y tierna es fácil de doblar a una parte y a otra, a lo bueno y a lo malo; y así la llevaréis donde quisiereis y adonde quisiereis” (p. 108).
San Jerónimo en su carta A Leta vuelve a señalar la importancia de que la niña aprenda buenas costumbres en la edad más tierna, porque “la experiencia nos enseña que lo que aprendemos en la niñez y se mama con la leche dificultosamente de olvida y rae del casco” (p. 90). Y, de igual manera, se ha de evitar desde el principio todo vicio, pues “con dificultad podréis corregir y enmendar lo que habéis consentido muchas veces hacer” (A Leta, p. 95)[44]. Las mismas conclusiones encontramos en Feliciano: “Y ansí que las niñas con mucha facilidad en la niñez toman lo que después de tomado no pueden salir de tal costumbre” (fol 81r).
Por otra parte, no deja de resultar significativo que Silva considere que es natural que la niña se relacione con otras “niñas para holgar con ellas —que no puede ser menos, pues lo demanda la edad—” (fol. 81r). En esto sigue las indicaciones de San Jerónimo (“que la niña trate con otras niñas”, p. 107), si bien el padre de la Iglesia se refería más bien a la necesidad de apartar a la doncella de los peligros que el varón, aun niño, podían suponerle (“y no sepa qué cosa es jugar con muchachos”, p. 107).
Silva continúa comentado las virtudes y características que han de tener los adultos con los que trate la niña. Se dedica entonces al aprendizaje de las facultades verbales (“Ansí mesmo en esta edad, ya que comiençan a hablar”, fol. 81r). En primer lugar señala la importancia de que su expresión sea correcta y decorosa, “polida, no sólo en los vocablos, mas en las sentencias” (Ibíd.); esto es, tanto en la forma como en el fondo, “porque los niños o niñas no hablan ni aprenden otra lengua más de la que oyen hablar” (ibíd.); una vez más, Feliciano alude al proceso de aprendizaje a través de la imitación. Las mismas ideas sobre el lenguaje que ha de escuchar la niña encontramos en San Jerónimo, cuando señala en la carta A Leta la importancia de que la criatura no oiga ni comprenda expresiones groseras y deshonestas[45].
Por otra parte, Feliciano indica la importancia de que la niña aprenda a callar; de hecho, una cualidad necesaria de su maestra es que sea capaz de enseñarle esta virtud: “la segunda es que tengan la condición de los maestros de los hijos de los atenienses, que lo principal que les enseñavan era a saber callar, que era mostralles a no saber errar, como para tal ciencia no ay mejor sabiduría que callar” (fol. 81r). De nuevo Antonio de Guevara coincide en esta idea: “Sócrates ordenó que la primera lición que se diesse al discípulo en su academia fuesse que por ninguna manera en dos años osasse hablar alguna palabra” (pp. 568-569); y ello “porque es imposible que sea alguno prudente en el hablar si no es muy sufrido en el callar” (Ibíd.). Siguiendo este ejemplo de la antigüedad clásica, los maestros de los príncipes han de enseñar a callar a sus discípulos, especialmente a los príncipes:
es necessario que los ayos o maestros de los príncipes y grandes señores sean muy moderados en palabras y muy resolutos en las sentencias, de manera que deven enseñar a los infantes que hablen poco y escuchar mucho; porque estremada virtud es en el príncipe que escuche con paciencia y responda con prudencia. (Relox de príncipes, p. 628)
Guevara considera que, para enseñar a callar, los maestros han de ser poco habladores, porque deben servir de modelo para sus discípulos. Esta misma idea se repite en El Scholástico de Cristóbal de Villalón (“lo primero que el buen maestro debe enseñar a su discípulo sea a callar mucho y a hablar poco”)[46].
La idea era común a diversos tratados de la época. No obstante, el comentario de Silva incide en la importancia del saber callar “especial en las mugeres, porque nunca mucho habló que no se juzgue por liviana” (fol. 81r). No obstante, en la época, como se ha visto, saber callar no era una virtud propuesta sólo para la mujer, sino también para el hombre, incluso para los príncipes. Villalón considera que resulta especialmente importante en los discípulos; es, por tanto, vital para el aprendizaje y esencial para que el joven no se vuelva un charlatán: “deben los buenos maestros enseñar a sus discípulos a callar mucho y hablar poco, porque moço parlero nunca habló cosa de provecho” (p. 207). Si Guevara acudía al ejemplo clásico de Sócrates, Villalón recurrirá a Pitágoras[47]; por su parte, Silva no cita ningún ejemplo clásico.
Silva parece poner el límite en los seis años, a partir de los cuales, su educación ha de especializarse en labores propias de su sexo. San Jerónimo también indica que a partir de los siete años, la doncella comienza “a tener vergüenza y a saber lo que ha de callar y a dudar qué ha de hablar” (pp. 107-108). En el Ornamento de princesas se recomienda que desde esa edad hasta los doce años la joven aprenda “lo que conviene saber a donzellas y ilustres, que es el leer, escrevir, rezar y labrar” (fol. 83r), pero también “a dançar y tañer y cantar” (fol. 83r), como “recreación”, claro esta, “si para ello tuvieren abilidad” (Ibíd). Esto nos indica que Feliciano es consciente de que para estas actividades es necesario tener aptitudes. Ciertamente, Silva indica la importancia de que la doncella sea alfabetizada, al tiempo que señala las laboras propias de su sexo. Estas labores, tal como indicó Cervantes en el Quijote, matenían alejadas a las jóvenes de la ociosidad y el amor (y, por tanto, del pecado):
Suele el coser y el labrar
y el estar siempre ocupada,
ser antídoto al veneno
de las amorosas ansias.[48]
Por otra parte, Silva no olvida la necesidad de descanso y de juego en su tierna edad (“dalles alguna hora en el día de onesta recreación en lo que ellas quisieren holgar”, fol. 83r), y esto, como él mismo afirma, “porque la edad lo pide” (Ibíd.). Parece que este escritor no olvida nunca las características propias de cada edad. En cualquier caso, la necesidad de descanso ya había sido señalada por San Jerónimo (“y después que haya trabajado, juegue y entreténgase un poco”, p. 104), así como por Cristóbal de Villalón, que propone, en el capítulo xvii de El Scholástico “que se le deba permitir al estudiante algún género de pasatiempo en algún honesto exerçiçio para su recreaçión”[49]. Se ha de observar cómo tanto Villalón como Silva indican que esta recreación ha de ser, en todo caso, honesta.
No sorprende la recomendación de enseñar a la doncella como modelos de comportamento honesto los múltiples ejemplos de notables damas de la antigüedad; estas enseñanzas en la realidad histórica se encontraban en repertorios de mujeres ilustres al modo la de obra de Boccaccio. Asimismo, Guevara recuerda también la importancia de estos notables ejemplos, aunque centrándose en los casos de fidelidad conyugal[50]. El fragmento antes citado del Quijote continuaba con una alusión a la importancia de la honestidad[51]. Pues bien, la honestidad es, para Silva, una de las virtudes fundamentales de la doncella, junto con la vergüenza:
Enseñallas principalmente a aver vergüença de sí mesmas, pues la mayor parte de perder la vergüença con los estraños es perderla el hombre de sí mesmo, porque contino el dilatalla para con otros la encoge para consigo. Y de aquí viene a perderla cerca de los estraños el que de sí la tiene perdida. (fol. 83v)
La importancia de esta última virtud es, para algunos, superior a la de la honestidad. Antonio de Guevara en una de sus Epístolas familiares afirmaba que “si en la muger no uviesse de aver más de una virtud forçosa, esta avía de ser sola la vergüença”[52]. Silva no parece alejarse demasiado de esa opinión, cuando en su Ornamento de Princesas se lee que es peor la infamia sin maldad cometida, que la maldad cometida en secreto “porque muchas vezes el secreto del hecho deja la honra sin infamia, lo que al contrario la infamia dexa dañada muchas vezes la honra sin el hecho, más que por juzgallo en la vista de las apariencias públicas en burlas y palacios de liviandades” (fol. 84v). En esto coincide con Antonio de Guevara en su opinión sobre la vergüenza expresada en sus Epístolas familiares: “Yo confiesso más peligroso para la conciencia, empero digo que es menos dañoso para la honrra, en que sea la muger secretamente desonesta que no que sea públicamente desvergonçada” (p. 332).
La vergüenza y la honestidad implican un comportamiento noble, de forma que la dama virtuosa no perderá un punto de la grandeza heredada. De lo contrario, tal como indica Silva, de poco le vale a la dama proceder de un origen noble:
Y esto principalmente enseñen a las niñas ilustres diziéndoles que a la ilustre la claridad de sus passados, si ella no la tiene en las obras, le pone más escuridad y reprehensión; porque la claridad de los passados no es de tal suerte sino de las hazañas passadas hazer hachas para ver la escuridad y tachas de sus decendientes. Y, como la autoridad de los linages no sea otra sino las virtudes que en un especie de mortales dife[re]ncia los unos de los otros con la antiguada riqueza, de la suerte que el que fue rico de oro es más pobre perdiéndolo qu’el que no lo tuvo, ansí el que haze fealdad siendo ilustre queda con más vituperio y escuridad qu’el que la haze no siendo de clara sangre. (fol. 83r)
Silva explica esta idea con diversas imágenes y comparaciones. Incluso acude una vez más a un ejemplo de la antigüedad clásica, el de Alejandro Magno, que era consciente de que las hazañas de su padre Filipo eran una meta que debía superar, y no un logro propio.
La idea de que la nobleza obliga a mantener unas determinadas costumbres también aparece en una obra posterior, el Diálogo en laude de las mujeres, de Juan de Espinosa:
¿Qué aprovecha ser de muy alto linaje, quando no se imita la bondad y valor de los antecesores? La corona, ornada de preçiosas joyas, no quita el dolor de cabeça, ni los anillos de oro aliuian el mal de la chiragra. Ansi tampoco, la gloria, y honra de los passados, quando no es imitada de los desçendientes, no absconde la deshonra, y vituperio dellos, ni les quita la macula y fealdad de sus vitios, antes, los tales, con la opposition de la virtud agena, mas se escurescen. (Diálogo de mujeres, p. 309)
No obstante, hay diferencias de matiz entre estos dos autores: para Espinosa lo verdaderamente relevantes es la virtud, no el linaje, mientras que en el texto de Silva el linaje era tan importante que debía llevar a la práctica de la virtud.
Una vez cumplidos los doce años, la doncella se encuentra ante los peligros contra su castidad. Por ello, la idea fundamental de Silva es mantener la honestidad a toda costa. Y lo hace a través de una elegante comparación: la doncella ha de defender su honestidad con el mismo cuidado y esfuerzo que un alcaide su fortaleza.
Por último, la reina Sidonia en el postrer parlamento se dedica a ofrecer unos comentarios sobre la vida de casada de la dama ilustre. El matrimonio era un tema fundamental en la educación femenina, pero también masculina; se habían compuesto diversas obras didácticas orientadas al marido: Juan Luis Vives compuso De officio mariti; Erasmo de Rotterdam había introducido recomendaciones para el esposo en su Encomium matrimonii; Pedro de Luján, en sus Coloquios matrimoniales, dedica uno de ellos a hablar de las obligaciones del marido[53]; por su parte Antonio de Guevara compuso una carta a mosén Puche, “en la qual se toca cómo el marido con la muger y la muger con el marido se han de aver”, una especie de tratadito “para los rezién casados” [54]; en esta carta, Guevara ofrece recomendaciones tanto a la mujer como al varón[55].
El Ornamento de princesas —orientado sólo a las damas— concluye con el parlamento de la reina Sidonia sobre la forma como se ha de comportar la mujer casada. En este parlamento se incide en la necesidad de que la esposa se adecue a la condición del marido. Afirma la enorme dificultad de sujetarse a la condición del esposo, fundamentalmente por lo difícil que resulta conocerla cabalmente, hasta el punto de que sólo con la ayuda de Dios puede conseguirse.
Por su parte, también Antonio de Guevara indicó en su Relox de príncipes la importancia de que la mujer conociera la condición de su marido para sobrellevarla (“la muger deve en todo seguir la condición de su marido”, p. 422), por su parte, las exigencias son menores para el esposo (“el marido deve en algo comportar la condición de su muger”, Ibíd.).
Décadas más tarde, Romero de Cepeda hace que en su Rosián de Castilla uno de sus protagonistas, Eduardo, explique concienzudamente a su mujer su condición (“quiero auisaros de mi condición, porque no tengáys alguna ocasión de dezir que por no auer sabido lo que me da contentamiento auéys algunas vezes decontentádome”[56]).
Por su parte, aunque de una manera más elegante que otros autores, Feliciano afirma la necesidad de que la esposa soporte las injusticias del esposo (“apercíbase para sufrir los dessabrimientos del esposo, que por ley divina y humana á de ser subjeta a él”, fol. 84v); en esto coincide con Guevara (“que ella con su paciencia sufra los dessabrimientos dél”, p. 422), pero éste también afirma la necesidad de que el esposo soporte los errores e impertinencias de su mujer (“que él con su prudencia disimule las importunidades de ella”, ibíd.). Cierto es que se constata una opinión distinta de cada uno de los conyuges, pues mientras se acepta que el marido pueda ser desabrido, de la mujer se afirma que llega a ser importuna; en definitiva, la tacha del marido es el mal genio, la de la mujer, las equivocaciones.
Por su parte, Joaquín Romero de Cepeda se mostró a este respecto mucho más tajante, al afirmar que lo primero que ha de hacer la esposa es negar su propia voluntad para seguir únicamente la de su marido. Así lo explica Eduardo a su esposa Albina al inicio del Rosián de Castilla:
Lo primero que conviene hazer, por ser lo más principal (dexado a parte cumplir en todo la divina voluntad, que sin esto ninguna cosa es algo), ha de ser negar la voluntad, que no se acuerde jamás de vuestro querer. Porque el día que la muger en el estado del matrimonio pensare cumplir su voluntad, siendo contra la de su marido, esse día se acaba aquel dulce trato del vínculo matrimonial, y no queda entre ambos verdadero amor ni voluntad[57].
Compárese este fragmento con las siguientes afirmaciones del Ornamento: “Y acabo con tornar otra vez a amonestar a las donzellas ilustres que sea tanto el amor que tengan y muestren a sus esposos, que parezca que no tienen otra voluntad ni las rige más que la suya d’ellos” (fol. 85v). Se constata una diferencia de matiz, pues mientras en el Rosián se propugna que la mujer abandone su voluntad y siga sólo la de su marido, en la obra de Feliciano lo que se recomienda es que el amor al marido sea tan grande “que parezca que” siguen en todo la voluntad del marido. Lo que en la obra de Romero de Cepeda se presenta como obligación y alienación de la mujer, en Silva es resultado de un amor extremado, tan extremado como sólo en los libros de caballerías podía encontrarse.
En cualquier caso, se ha de tener en cuenta, para valorar las opiniones de Silva, las que vertían los moralistas más tolerantes, como fray Vicente Mexía, quien en su Saludable instrucción del estado del matrimonio (Córdoba, Juan Baptista Escudero, 1566) considera que, si bien la esposa ha de obedecer al esposo, no ha de ser su esclava. Por su parte, Francisco de Osuna, aunque rechaza el castigo físico, considera que en ocasiones pueden ser recomendables los azotes (Norte de los estados en que se da regla de vivir a los mancebos y a los casados y a los viudos, Sevilla, Bartolomé Pérez, 1531)[58].
A pesar del tópico del matrimonio secreto, la reina Sidonia avisa de la importancia de no conceder favores amorosos antes del enlace: “Y, por tanto, la que se á de casar con el que se quiere casar no dé de sí señal de ningún deleite ni favor hasta que la virtud del sacramento haga virtuosos los deleites y favores” (fol. 85r). La reina recuerda entonces el ejemplo clásico de Zenobia (“Esta virtud, aunque gentil, guardó bien la reina Zenobia, que no consentía más deleite ni conversación del rey de cuanto se sentía preñada”, ibíd). Aunque las princesas e ilustres doncellas de los libros de caballerías tendían a comportarse de una manera bien distinta, no por ello es menos cierto que dentro de la ficción se veían forzadas a mantener en secreto esas relaciones, por lo que hubiera resultado contradictorio que en ese texto se propugnaran formas de comportamiento distintas a las honestas recomendaciones de la reina Sidonia.
El comportamiento de la mujer casada en ningún momento ha de ser, según Sidonia, causa de enojo en el marido. Es más, recomienda que se trate al marido como a un niño al que no se quiere hacer llorar y, por tanto, a quien se da todos los caprichos (“Pues, ya que tenemos dado este aviso, después de casadas —si quieren sello bien—, hagan con sus esposos lo que con los niños hazéis si no queréis que lloren, que es hazer todo lo que ellos quieren”, fol. 85r), de esa manera, la mujer ganará la voluntad del esposo y las voluntades se unificarán (“Pues ansí si quieren las casadas hazer lo que quieren los maridos, harán lo que ellas quieren”, ibíd).
Por otra parte, Silva recomienda que las mujeres no se muestren celosas de sus maridos, aunque tengan motivos para estarlo. Y justifica esa recomendación al afirmar que el marido, una vez importunado, no tendrá reparos en hacer desvergonzadamente lo que antes, con la intención de mantenerlo secreto, hacía de forma escondida:
De celos, principalmente las esposas se an de guardar, ni por pensamiento passalles de dar a entender a sus esposos que tienen d’ellos celos, porque debaxo de tal dissimulación los sostienen sin que se osen desvergonçar con ellas. Y, si alguna cosa hazen, es tan a hurto y con tanto secreto, porque ellas no lo sepan, que muchas vezes y las más por tal causa vienen a olvidar tales liviandades del todo; lo que pidiéndoles celos es al contrario, porque con tales renzillas y dessabrimientos, viénense del todo a desvergonçar con ellas, perdiendo la vergüença que les tenían antes con el secreto, y vienen a hazer con toda libertad lo que quieren. (fol. 85r)
Ideas muy parecidas también se encuentran en el Relox de príncipes; Guevara recomienda, aunque las mujeres son naturalmente celosas y “con el zelo de necessidad sean sospechosas”, que a sus maridos “deven trabajar por no enojarlos; porque si ella tiene ganado dél su coraçón, no entregará él a otra su cuerpo, ca dexará de hazer de vergüença lo que no dexaría por conciencia” (p. 436).
En definitiva, Silva compuso su diálogo incorporando en buena medida las ideas sobre el tema que podían leerse en diversos textos didácticos. Pero asimismo fue lo suficientemente hábil como para no destruir la ficción caballeresca. Aun manteniendo en buena medida las recomendaciones propias de la literatura pedagógica del momento, fue capaz de no incluir ningún elemento que rompiera con las expectativas de su público. Las propuestas didácticas de la reina Sidonia y de la princesa Lucela no contradicen el universo ficticio en que aparecen.
IV. Conclusiones: la educación femenina inserta en el universo caballeresco
En conclusión, Silva es uno más de los escritores que trataron sobre la mujer y la educación femenina en el siglo XVI. Este autor compuso un diálogo sobre educación femenina en un momento en el que este tema despertaba gran interés entre los moralistas y humanistas; desde las obras de Erasmo y Luis Vives hasta los textos de Juan de Espinosa y Fray Luis de León, por citar los más conocidos, se constata una nueva forma de analizar el papel de la mujer en la sociedad: ya no se trata de advertir a los hombres del pecado de la lujuria, causada por la mujer, sino, siguiendo los nuevos presupuestos pedagógicos del Humanismo, educarla de forma que se convierta en un elemento perfecto en la sociedad, eliminando toda característica que pudiera perturbar el orden establecido.
Estas obras ofrecían modelos de comportamiento femenino sin limitarse a enumerar heroínas que hubieran demostrado cualidades sobrehumanas en el pasado, pues pretendían indicar qué lugar había de ocupar la mujer en el contexto social.
Dentro de esta corriente, Silva compuso el Ornamento de princesas y lo insertó, paradójicamente, en una obra caballeresca. Recordemos que los moralistas no veían con buenos ojos la lectura de obras de ficción ni por parte del varón ni, especialmente, por parte de la mujer, quizá como un intento de controlar su imaginación. También hay que recordar que las damas en la ficción normalmente no se caracterizaban por un comportamiento ejemplar (siempre con respecto a las convenciones de la época), sino que frecuentemente eran doncellas enamoradas, no siempre bien sujetas a la autoridad paterna.
Ahora bien, Silva siempre fue consciente de que este tipo de normas habían de ajustarse al ámbito de ficción caballeresca en que se circunscribían. Para ello, debía ofrecer un modelo femenino que fuera coherente con las heroínas que él mismo había descrito tanto en esa obra como en las anteriores entregas amadisianas. Por tanto, la educación femenina propuesta había de resultar adecuada para las ilustres doncellas que moraban en los palacios caballerescos de sus páginas, al mismo tiempo que debía resulta útil para las lectoras españolas del siglo XVI. La manera como resuelve este dilema no es otro que ofrecer normas de tipo más bien abstracto, elegantemente escritas, pero nunca lo suficientemente concretas como para desentonar con el ámbito idealizado en el que se insertan ni en el entorno real histórico en el que se habían de aplicar.
En cualquier caso, Silva propone dentro de su ficción un apartado en el que sus heroínas se dedican a enseñar cómo educar a las doncellas, pero logra no romper con los presupuestos de su ficción; si bien todo lo indicado por las ficticias interlocutoras coincide plenamente con las normas pedagógicas del momento (no hay más que compararlo con lo expuesto en otros textos), Silva consigue que eso no signifique una ruptura con las expectativas ante estos personajes femeninos; dicho con otras palabras, el autor consigue que las enseñanzas expuestas resulten coherentes con el universo caballeresco en el que se expresan. De ahí que, por ejemplo, al señalar la importancia del tejer y labrar en la educación femenina, se compare con las hazañas que los caballeros realizan con sus armas, hazañas descritas siempre desde la ficción, pues alude a bestias fieras y malvados caballeros, y no, lo que históricamente sería más adecuado, a las guerras del emperador Carlos V. Pero, Silva, al conseguir no romper con la naturaleza caballeresca de su obra, logra al mismo tiempo que sus enseñanzas resulten especialmente efectivas. Tiendo a pensar que las doncellas y damas quinientistas deseaban parecerse más a las heroínas de los libros de Silva que las perfectas casadas descritas por doctos y santos varones.
Resumen:
El Ornamento de Princesas es un breve tratado sobre la educación de la mujer compuesto por Feliciano de Silva; el texto se encuentra en la última de las obras del ciclo amadisiano compuestas por este autor. Silva comenta en este tratado muchos de los temas que aparecen en otras obras pedagógicas de la época: la elección del ama idónea, diversos aspectos sobre la alimentación, la necesidad de iniciar una educación correcta desde la más temprana edad, el que la niña deba aprender a callar o las normas básicas de la mujer casada. Casi en todos estos aspectos coincide con la mayoría de los tratados de su época, pero también logra no romper con el espíritu del universo caballeresco en que se inserta el diálogo. De esa manera, las enseñanzas de Silva resultan coherentes con el mundo ficticio amadisiano y útiles, al mismo tiempo, para las lectoras del Renacimiento español.
Palabras clave: educación de la mujer, diálogo renacentista, Feliciano de Silva, libros de caballerías, ciclo amadisiano
Abstract:
The Ornamento de Princesas is a brief treatise on women’s education which was written by Feliciano de Silva; this text belongs to the last part of the Amadís cycle that this author composed. Silva deals in this work with many of the topics which appears also in other pedagogical books of the period: how to choose the right wet nurse, several aspects about nourishing, the need of an adequate education from the earliest age, the fact that the girl has to learn to keep silent or the basic rules for a married woman. Silva follows the ideas expressed in other treatises of the time in almost every topic, but he is also able not to destroy the spirit of the chivalric universe in which the dialogue appears. Thus, Silva’s teachings are coherent with the fictitious world of the Amadís cycle and, at the same time, useful for the female readers in the Spanish Renaissance.
Key words: Women’s Education, Renaissance Dialogue, Feliciano de Silva, Chivalry Books, Amadís Cycle
[1] Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto Gran Enciclopedia Cervantina-Versión Digital, proyecto concedido por el Ministerio de Educación con referencia: HUM2006-06393, y dentro de las actividades del grupo de Investigación de la Universidad de Alcalá-Comunidad de Madrid “Seminario de Filología Medieval y Renacentista” con referencia: CCG06-UAH/HUM-0680.
[2] Sendebar, ed. de M.ª J. Lacarra, Madrid, Cátedra, pp. 154-155. Sobre esta imagen, vid. los comentarios de la editora en la nota 7 a la p. 155.
[3] Ed. cit., pp. 132-134.
[4] P. 134.
[5] Vid. J. Ornstein, “La misoginia y el profeminismo en la literatura castellana”, Revista de Filología Hispánica, III (1941), pp. 219-232. Por su parte, María del Pilar Rábade Obradó afirma que “a partir de finales del siglo XIII la mujer se muestra cada vez más capaz de atraer sobre sí la atención de sus contemporáneos, y, ya en el siglo XIV, surge en torno a ella una polémica que opone a autores ‘feministas’ y ‘antifeministas’ dando lugar a una serie de obras literarias, dedicadas unas a glosar las grandes cualidades de la mujer, otras a denostarla por sus numerosos vicios y defectos”, M.ª del Pilar Rábade Obradó, “El arquetipo femenino en los debates intelectuales del siglo XV castellano”, En la España Medieval, 11 (1988), pp. 267-301. Vid. también M.ª Pilar Oñate, El feminismo en la literatura española, Madrid, Espasa-Calpe, 1938.
[6] No obstante, analizar el pensamiento medieval sobre la mujer exclusivamente a través de este tipo de obras didácticas y moralizantes puede llevar a conclusiones erróneas o limitadas sobre la consideración de la mujer en esta época. Como afirma Beceiro Pita, “Habitualmente, al considerar los aspectos ideológicos de la condición femenina en la Edad Media, la investigación hispana ha utilizado como base las formulaciones explícitas de las fuentes doctrinales y, sobre todo, las de carácter eclesiástico. El resultado es una visión restrictiva, que incide una y otra vez en la dependencia propugnada para las mujeres con respecto al hombre, en su papel pasivo o en la religiosidad ofrecida como único refugio”. Isabel Beceiro Pita, “Modelos de conducta y programas educativos para la aristocracia femenina (siglos XII-XV), en M.ª Teresa López Beltrán, De la Edad Media a la Edad Moderna: mujeres, educación y familia en el ámbito rural y urbano, Málaga, Universidad de Málaga, 1999, p. 42.
[7] Existe edición moderna de estas traducción realizada por J. L. Canet y publicada en la revista electrónica Lemir: J. Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, (Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494) [http://parnaseo.uv.es/Lemir/Textos/Mujeres/Index.html].
[8] Diego de Valera, Tratado en defensa de virtuossas mugeres, en Mario Penna (ed.), Prosistas castellanos del siglo XV, Madrid, Atlas, 1959, p. 61. Precisamente de esta obra boccacciana deriva el título con el que se conoce también el Arcipreste de Talavera de Alfonso Martínez de Toledo, a causa del carácter misógino de ambos textos.
[9] Diego de Valera, Tratado en defensa de virtuossas mugeres, ed. cit., p. 55.
[10] Vid. los comentarios sobre el debate sobre el amor y su vinculación con el debate sobre la mujer, en José Julio Martín Romero, Entre el Renacimiento y el Barroco. Pedro de la Sierra y su obra, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007, especialmente pp. 33-38.
[11] Precisamente este debate fue imitado por Esteban Corbera en su Febo el troyano, vid. los comentarios al respecto en J. J. Martín Romero, “Introducción”, a Esteban Corbera, Febo el troyano, Alcalá de Henares, 2005, pp. xvii-xix.
[12] Mariló Vigil, La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII, Madrid, Siglo XXI, 1986, esp. pp. 14-17.
[13] Vid. Martine Sonnet, “El surgimiento de una preocupación: debates y proyectos en torno a la educación de las niñas”, en Georges Duby y Michelle Perrot (coords.), Historia de las mujeres 3. Del Renacimiento a la Edad Moderna, Madrid, Taurus, 2000 (1º ed. 1993), pp. 143-147.
[14] Vid. la edición de Rogelio Reyes Cano, Diálogo de mugeres, en Cristóbal de Castillejo, Obras completas, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 1998, pp. 358-457. Con respecto a la visión de los moralistas sobre la mujer, vid. Manuel Fernández Álvarez, Casadas, monjas, rameras y brujas. La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento, Madrid, Espasa Calpe, 2002 (esp. “La visión de los moralistas” en pp. 96-107).
[15] De hecho, Espinosa no dudó en exhibir su erudición al incorporar toda una serie de apartados en los que trata aspectos que nada tienen que ver con la mujer (Juan de Espinosa, Diálogo en laude de las mujeres, ed. de Ángela González Simón, Madrid, CSIC / Instituto ‘Nicolás Antonio’, 1946). Por otra parte, parece intuirse una visión positiva sobre la mujer en la obra de Espinosa (no en vano su diálogo se titula “en laude de las mujeres”), frente a una más que sospechosa actitud pretendidamente neutral por parte de Castillejo.
[16] “La honda preocupación que el humanismo tenía por la educación alcanza tambén al género y varios son los escritores que incluyen en sus libros pasajes doctrinales pensados claramente para ellas.” M.ª C. Marín Pina, “La mujer y los libros de caballerías. Notas para el estudio de la recepción del género caballeresco entre el público femenino”, en Revista de Literatura Medieval, 3 (1991), pp. 129-148 (cita en p. 143).
[17] Sobre la recepción femenina de los libros de caballerías, resulta imprescindible el art. cit. de Marín Pina.
[18] Mariló Vigil afirma que “No hay contradicción en afirmar, por un lado que, Erasmo y Vives fueron conocidos y leídos por grupos de mujeres preocupadas por las innovaciones culturales de su tiempo. Que la generalidad de las mujeres estaba al tanto del contenido de la literatura cortés y que las que sabían y leían algo de vez en cuando, eran libros de caballerías”, La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII, p. 52. Por su parte, Ana María Jiménez Bartolomé ha señalado la importancia de la universidad baezana en la vida de las mujeres de esta población en el Renacimiento, “Las mujeres de Baeza durante el Renacimiento”, en Águeda Moreno Moreno (eda.), Estudios de Humanismo español. Baeza en los siglos XVI y XVII, Baeza, Excmo. Ayuntamiento de Baeza, 2007, pp. 263-280.
[19] Ya Marín Pina detectó que muchos autores de libros de caballerías también se dedicaron a redactar diálogos, art. cit., n 52 en pp. 145-146.
[20] José Julio Martín Romero, “´Buenas dotrinas y enxemplos´. Aspectos sapienciales y didácticos en los libros de caballerías”, Memorabilia, 8 (2004-2005) [www//http: parnaseo.uva.es].
[21] Vid. José Julio Martín romero, “La transformación de la materia clásica en materia caballeresca en el renacimiento” en Actas del Congreso de Humanismo y Pervivencia del mundo clásico. Homenaje a Antonio Prieto, Alcañiz, Insituto [en prensa].
[22] Marín Pina, art. cit., p. 143-146.
[23] Isabel Romero Tabares, I., «Modelos de mujeres en los libros de caballerías hispánicos. El Rosián de Castilla», en Acebrón Ruiz, J. (ed.), Fechos antiguos que los cavalleros en armas passaron. Estudios sobre la ficción caballeresca, Lleida, Edicions de la Universitat de Lleida, 2001, pp. 191-215; otros aspectos de la obra han sido analizados por E. J. Salés Dasí, «Una crónica caballeresca singular del quinientos: el Rosián de Castilla», ibíd., p.151-190.
[24] Todo este interés por la educación femenina sufrió un duro revés tras el Concilio de Trento y la Contrarreforma.
[25] Sobre el ciclo amadisiano, vid. Emilio José Sales Dasí, “Las continuaciones heterodoxas (el ´Florisando´ [1510] de Paéz de Ribera y el ´Lisuarte de Grecia´ [1526] de Juan Díaz) y ortodoxas (el ´Lisuarte de Grecia´ [1514] y el ´Amadís de Grecia´ [1530] de Feliciano de Silva) del ´Amadís de Gaula´”, Edad de Oro, 21 ( 2002), pp. 11-152.
[26] José Manuel Lucía Megías indicó, en su acertado análisis que realizó de las líneas de evolución del género caballeresco, que los textos de Feliciano de Silva se caracterizaban por la experimentación. Vid. J. M. Lucía Megías, “Libros de caballerías castellanos: textos y contextos”, Edad de Oro, 21 (2002), pp. 9-60 (esp. pp. 29-30). Con respecto a la temática pastoril en los libros de Silva, vid. la clásica monografía de Sydney P. Cravens, Feliciano de Silva y los antecedentes de la novela pastoril en sus libros de caballerías, Chapel Hill, N. C., Estudios de Hispanófila, 1976; para la fusión de elementos caballerescos y sentimentales en Feliciano, vid. Tobias Brandenberger, “Libros de caballerías y ficción sentimental: el taller de Feliciano de Silva”, Revista de Literatura Medieval, 15/1 (2003), pp. 55-80; de su producción celestinesca existe edición moderna: Feliciano de Silva, Segunda Celestina, ed. de Consolación Baranda, Madrid, Cátedra, 1988.
[27] Vid. José Julio Martín Romero, Florisel de Niquea (Cuarta parte/libro II) de Feliciano de Silva. Guía de lectura caballeresca, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2005.
[28] Actualmente estoy preparando una edición del texto que verá la luz en la colección “Libros de Rocinante” del Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares. Vid. también los fragmentos de la obra insertos en la Antología del ciclo de ‘Amadís de Gaula’ realizada por E. J. Salés Dasí (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2006, pp. 343-378).
[29] Vid. Elisabetta Sarmatti, Le critiche ai libri di cavalleria nel cinquecento spagnolo (con uno sguardo sul seicento) Un’analisi testuale, Pisa, Giardini Editori e Stampatori, 1996.
[30] “Esta práctica, que también puede interpretarse como salvarguarda de los ataques de los moralistas, es cada vez más frecuente en los epígonos del género, en unos libros que se alejan de los primitivos paradigmas amadisianos y, en un intento de aclimatarse a las nuevas demandas sociales, dan cabida toda suerte de materiales, incluidos los de carácter doctrinal”. M.ª C. Marín Pina, “La mujer y los libros de caballerías. Notas para el estudio de la recepción del género caballeresco entre el público femenino”, en Revista de Literatura Medieval, 3 (1991), pp. 129-148 (cita en p. 143).
[31] Por no recordar el claro carácter didáctico del Libro del Caballero Zifar, en especial su sección central (“Los castigos del rey de Mentón”). Vid. las consideraciones sobre los aspectos sapienciales en textos caballerescos en José Julio Martín Romero, “ ‘Buenas doctrinas y exemplos’...”.
[32] Esos palacios están bien protegios por un encantamiento. De hecho, las damas no pueden salir sino a un espacio denominado “cerrados de Sinestasia”, espacio comprendido entre muros de niebla que rodean su palacio. Vid. José Julio Martín Romero, Florisel de Niquea (Cuarta parte / Libro II). Guía de lectura caballeresca, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2005.
[33] Para el estudio del Ornamento de princesas he utilizado el ejemplar R-13.149 de la Biblioteca Nacional de Madrid; se trata de un ejemplar de la edición de Zaragozana, Pierres de la Floresta, 1568 del libro segundo de la Cuarta parte de Florisel de Niquea. Sigo las normas de edición de la colección Libros de Rocinante: regularizo u/i para el valor vocálico, frente a v/j para el consonántico; mantengo la distinción b/v, s/ss, ç/z y x/j; transcribo como c la qu- ante a; el grupo culto ph lo transcribo como f; acentúo y puntúo el texto atendiendo a las normas actuales, que también sigo en cuanto al uso de mayúsculas y minúsculas, y la unión y separación de palabras.
[34] Sobre el diálogo en el siglo XVI, vid. Jesús Gómez, El diálogo en el Renacimiento española, Madrid, Cátedra, 1988; y El diálogo renacentista, Madrid, Ediciones Laberinto, 2000; A. Rallo Gruss, La escritura dialéctica: Estudios sobre el diálogo renacentista, Málaga, Universidad de Málaga, 1996. Con respecto a los autores de libros de caballerías que también compusieron diálogos, vid. Marín Pina, art. cit., nota 52 en pp. 145-146.
[35] Isabel Romero Tabares indica la difusión de la obra de Eucario Rosslin Swangern Frauen (1513), esto es, las mujeres gestantes, La mujer casada y la amazona, nota 1 en p. 184.
[36] En concreto, los capítulos xviii (“Que las princesas y grandes señoras, pues Dios les dio hijos, no deven desdeñarse criarlos a sus pechos; <y de algunas razones que las deve mover a esto. De muchas y muy antiguas histoiras que trae el autor para provarlo>) y xix (“De cómo el auctor todavía persuade a las mugeres a que crían a sus hijos, <y que muchas señoras tienen por estado tener perricos en los pechos, y tienen por afrenta criar a sus propios hijos>”), Antonio de Guevera, Relox de príncipes, ed. de Emilio Blanco, Salamanca, ABL Editor / CONFRES, 1994, p. 511. Todas las citas de esta obra en el presente estudio proceden de esta edición.
[37] Vid. la nota c a la página 523 de Emilio Blanco a su ed. cit., de la obra de Guevara.
[38] Por su parte, Bernardo Gordonio en su Tractado de los niños indicaba que era necesario alimentar al niño y, por tanto, acudir a una nodriza en las situaciones (lícitas o no) en las que la madre no lo hiciera: “mas porque las mugeres son delicadas, o son muy viciosas, o que no quieren trabajar con el niño, o que no tienen leche, o que es el peçón de la teta mucho corto, o que es enferma, o por otras cosas semejantes no puede la leche ministrar la infante. Y por ende conviene poner remedio y buscar ama que sea loable.” (apud. Emilio Blanco, ed. cit., ibíd.).
[39] Vid. los comentarios de J. M. Cacho Blecua en su edición de Garci Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, Madrid, Cátedra, 1991, tomo II, nota 56 en pp. 1007-1008.
[40] Vid. Esteban Corbera, Febo el troyano, ed. de José Julio Martín Romero, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2005, p. 223.
[41] Emilie L. Bergmann, “Mujer y lenguaje en los siglos XVI y XVII: Entre humanistas y bárbaros”, en Actas del XII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas 21-26 de agosto de 1995, Birminghan, University of Birmingham, Department of Hispanic Studies, 1998, pp. 33-41 (cita en p. 36).
[42] Epístolas selectas de San Jerónimo, trad. por Francisco López Cuesta, Barcelona, Librería religiosa, 1896, p. 108. Seguimos esta edición, pero puntuando y acentuando atendiendo a las normas actuales.
Todas las citas de esta obra en el presente estudio proceden de esta edición.
[43] Juan de Espinosa, Diálogo en laude de las mujeres, ed. de Ángela González Simón, Madrid, CSIC/Instituto “Nicolás Antonio”, 1946, p. 243. Todas las citas de esta obra en el presente estudio proceden de esta edición.
[44] La misma idea expresa en su epístola A Gaudencia: “Con dificultad podréis corregir aquellos que habéis consentido mucho tiempo” (p. 109).
[45] “ni oiga palabra deshonesta, ni sepa qué cosa es; y si acaso oyere a alguno de los criados que andan en la casa, esté tan agena de eso, que no le entienda.” (trad. cit., p. 107).
[46] Cristóbal de Villalón, El Scholástico, ed. de José Miguel Martínez Torrejón, Barcelona, Crítica, 1997, p. 207. Todas las citas de esta obra en el presente estudio proceden de esta edición.
[47] “En t va a tratar sobre los momentos en la que doncella, aún bebé, toma el pecho anta manera los hazía callar que aun no los daba liçençia para preguntar lo que dudasen ni repetir lo que supiesen, mas poníales las lenguas en tanto silençio que preguntando a los disçípulos: ´¿Qué os enseña vuestro maestro Pithágoras´, respodían, ´A callar´”, ed. cit., p. 208.
[48] Miguel de Cervantes Saavedra, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed. de Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1994, p. 878.
[49] La cita continúa así: “Y es muy natural esperiençia que con el reposo mezclado en el trabajo se alivian los miembros cansados y se recuperan las perdidas fuerzas, y así con mayor ánimo vuelven a él. Por tanto me paresce a mí que pues hasta aquí hemos persuadido a los estudiosos mançebos el contino trabajo y exerçiçio de las letras, que les debemos de permitir algún género de pasatiempo para su plazer y recreaçión, porque las fuerzas del spíritu tienen mucha semejança con las corporales, porque desa mesma manera se sieten cansadas y se desean aliviar y recrear” (p. 165).
[50] “Muy notables exemplos tenemos en las hystorias de muchas mugeres generosas, assí griegas como romanas, las quales después de casadas, tuvieron tanta lealtad y fidelidad a sus maridos, a que no sólo los siguieron en sus trabajos, mas aun los libraron de grandes peligros” ( p. 424).
[51] “Las doncellas recogidas / que aspiran a ser casadas, / la honestidad es la dote / y voz de sus alabanzas”, ed. cit., p. 878.
[52] Antonio de Guevara, “Letra para mosén Puche, valenciano”, en Obras completas III. Epístolas familiares, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2004, pp. 326-347 (nota en p. 332). Todas las citas de esta obra en el presente artículo proceden de esta edición.
[53] Vid. Romero Tabares, “Modelos de mujeres en los libros de caballerías hispánicos. El Rosián de Castilla”, p. 202; asimismo, de la misma autora “Las obligaciones del marido” en La mujer casada y la amazona. Un modelo femenino renacentista en la obra de Pedro de Luján, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1998, p. 181-183.
[54] Ed. cit., pp. 326-347.
[55] El tema ha sido profundamente analizado por Tobías Brandenberger, Literatura de matrimonio (Península ibérica, s. XIV-XVI), Zaragoza / Laussanne, Sociedad Suiza de Estudios Hispánicos / Editorial Libros Pórtico, 1996.
[56] Joaquín Romero de Cepeda, La historia de Rosián de Castilla, ed. de Ricardo Arias, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas / Instituto “Miguel de Cervantes”, 1979, pp. 8-9.
[57] Ed. cit., p. 9.
[58] I. Romero Tabares, “Modelos de mujeres en los libros de caballerías hispánicos...”, p. 207.