Capí[tulo] XXXII: de la temperancia [f iiij]
1. Temperancia, según Tulio, es firme e segura señoría en refrenar la cobdicia del ánimo. E ésta puede ser en dos maneras: la primera es refrenar la codicia que nace e viene propiamente del ánimo; e ésta es propia temprança. La segunda es forçar la voluntad natural que viene por algún movimiento sensual, como aquéllos que naturalmente son inclinados a luxuria, o gula, o sobervia, o ira, o otros vicios, a los quales se mueven por inclinación natural o por mal costumbre; e ésta se llama suffrimiento. E ésta es mayor virtud que la temperancia, según dize Sancto Thomás.
2. Enxemplo. Puédese comparar esta virtud de temperancia a una bestia llamada camello, que naturalmente es el más luxurioso animal que sea en el mundo, tanto que irá tras una camella más de xxx leguas por haverla o por verla; e después, tiene tanto suffrimiento e temperancia, que si es su madre o su hermana, no la tocaría por cosa del mundo.
3. Tulio dize: “Si amas la temperancia, lança fuera de ti todos los deleites e refrena los vicios”.
4. Séneca dize: “No se puede haver mayor señoría ni menor, que la de hombre mismo”.
5. Ovidio dize: “Las cosas defendidas nos inclinan e ponen mayor gana de haverlas e de verlas que las que están en nuestra libertad”.
6. Tholomeo dize: “Contrasta a tus voluntades en mocedad, porque en / la vejez no te podrás apartar d'ellas”.
7. Sócrates dize: “Mayor cosa es vencer sus appetitos que a su enemigo”.
8. Platón dize: “El que non puede vencer a sí mismo, mucho menos vencerá a otro”. Esso mismo dize, que cinco temperancias plazen más que las otras: casto en mocedad, alegre en vejez, humilde en estado, paciente en las adversidades e soffrido en refrenar los appetitos.
9. De aquesta virtud se lee en las Historias romanas, que el rey Príamo, oyendo dezir a un philóso[f]o llamado Corrado: “El que no refrena su voluntad, no es hombre, mas con las bestias se puede acompañar”, el rey Príamo quiso provar si lo podría fazer turbar de alguna cosa, e envió por los que crehía que tenían peor lengua que hombres algunos de su reino e concertó que ellos le dixiessen lo peor que pudiessen a este philósofo. E el primero le dixo e preguntó: “¿De qué ciudad eres tú, Corrado?” E él respuso: “Mi ciudad tiene comienço e principio de mí, mas la tuya fenece en ti, de guisa que la mía se acrecienta por mí e la tuya diminuye por ti”. El segundo le dixo: “¡O, cómo tienes luzidos vestidos encima!” E él respuso: “Los hombres no se conoscen por los vestidos, mas por las obras”. El tercero le dixo: “Mira cómo fabla este traidor.” E él respuso: “Tú non tienes lengua e engáñaste mucho”. El quarto le dixo: “En hora buena sté este merdoso”. E él le respuso: “Grande tiempo ha / que tú aprendiste de dezir mal, e yo aprendí a no responder a tus locas palabras”. El quinto dixo: “Dexa star a esse loco. ¿Para qué fablas con él?” E entonces él calló. Dixo el rey Príamo: “¿Cómo no respondes tú, Conrado?” E él respuso al rey: “El callar es bella cosa e bella respuesta a tal pregunta, porque con el que dize e usa palabras descorteses, más deve obrar la virtud de las orejas que la de la lengua. Ni yo podría con mi lengua más denostar lo que ha fecho él mismo con la suya. E por cierto, assí como él es señor de su lengua, assí yo soy señor de mis orejas”. El seiseno dixo: “Di cómo tienes redondo el cabello”. E él respuso: “La virtud no está en los cabellos, mas en el coraçón”. El otro dixo: “Señor rey, guardadvos de Corrado, que es espía e adalid, e viene por escucha, ca yo lo vi estos días en la hueste de los griegos”. E él respuso: “Si fuesse verdad, tú no lo dirías”. El otro dixo: “Mira el ladrón cómo ralla e no ha vergüença”. E él respuso: “Si tú la temiesses, no fablarías assí”. Entonces, el rey Príamo, viendo su grande temprança, llamolo e fízolo assentar cabe sí, e preguntole cómo havía podido suffrir de oír tanta villanía e no turbarse. E respuso Corrado: “Porque yo soy señor de sus señores, e ellos son siervos de mis siervos, conviene saber, de los vicios, porque a qualquier que di / zen alguna villanía, deve pensar si es verdad o no; e si es verdad, non se deve enojar, porque el que faze el mal, deve suffrir con paciencia que le sea recitado e no turbarse de oírlo, pues no se turbó de fazerlo; e si es mentira lo que le imposan, non se deve curar d'ello, ca mayor ira ni perdón no se puede dar ni fazer a uno que diga alguna villanía, que mostrar de no curarse de sus palabras, porque el que la recibe, si se enoja, da ocasión que ge la digan otra vez”.