Argumento de la scena xj

 

Tractando Polytes de yr a ver a Justina, Felisino le /fol. xxxviiij r/ lleva a casa de Marcelia, y ansí le estorva su viaje.

Polytes. Felisino. Marcelia. Liberia.

 

Polytes.- Algún buen Pater noster se avrá oy rezado por mí, pues que con ya no yr Floriano fuera oy, el desseo con que oy me levanté de visitar a Justina creo que avrá sazón y effecto. Quiero agora dar conmigo en casa de Lucendo.

Felisino.- ¿Adónde tan cogitativo?

Polytes.- Si oviera qué te comunicar, créeme que a ti antes que a otro. Pero acá pensava conmigo cómo hazer cierta cosa.

Felisino.- Ya sabes que essa manera de no te me declarar es combidarme a más querer saber lo que sea. Porque si es de las puertas a dentro, te seré amigo, y si de las puertas afuera, acompañaré tu persona con mis armas y presta voluntad.

Polytes.- Dios te lo pague. Y yo lo agradesceré en semejante menester, que si no es la moneda no sé quién mal me quiera. ¿Pero mira si tienes dónde yr y guía?

Felisino.- A lo que dizes de la moneda: ‘dolencia de muchos, bueno es’, agora tan usada como el mal francés. Y a lo segundo, no tengo, por mis peccados, dónde me alvergar. Pero querría yr a la cal Nueva por un guante que olvidé en la posada de Fulminato ayer.

Polytes.- Anda, vamos, que calçar deves de querer el guante. Pero, guarda, no te desuelles las manos con el menudear.

Felisino.- Pues me entendiste sin me declarar, sabes ya, hermano, que, siquiera por cobrar buen crédito a los principios, es menester orgullo. Pero después de bien posseyda la heredad, una vez en la semana como pan bendito.

Polytes.- Para contigo basta y aún sobra. Pero, como tomas pleyto con quien sobre tal hazienda no sabe tener medio ni perder hambre de tal mantenimiento, piensa que tendrás trabajo. Y mira que entras a nadar en piélago donde otros más expertos nadadores que tú no hallaron vado. Y avisa que competidor tienes, que pocas vezes le hallarás satisfecho, no sólo con lo suyo pero aun con todo tu caudal y tiempo y fuerças, porque aún harás todo lo que puedes. Y si descaes del ordinario, y que sea harto ordinario, te meterán a ojos vista otro en la heredad, y te harán que la veles y el otro desfrute y tú no lo creas. Cata que no te contentes en esta feria si compras con sólo marcar la mercaduría, y aún esto no sé si avrás hecho.

Felisino.- Andando /fol. xxxviiij v/ hazia allá, te diré cómo me pienso aver. Abezar el estómago a poca vianda, y ansí quando tuvieren extraordinario, tomándolo, loarán a Dios por poca cosa que sea, como pupilos de plato tassado.

Polytes.- ¡Hi, hi, hi! ¿Qué ordinario quieres tú, donde quantos escrivieron d’esto no hallan en mugeres medio, sino uno que en esto las pone en extremos de contentamiento?

Felisino.- Pues yo no lo que los libros, pero lo que mis fuerças basten les daré; y aún de allí quitando algo, y si más quisieren que musen.

Polytes.- Si ansí lo guías, tú serás vezino de Cornualla, y tendrás possessión en Cervantes conoscida, a donde andes a caça de cuclillos.

Felisino.- Por esso bien, que no tienen mi palabra por más de quanto turare el uso y fruto, que por temor de essas aves temo el perpetuo vínculo. Y ansí más quiero andar a lo fresco: oy aquí, mañana allí, que perpetuar casta.

Polytes.- Si ansí te sabes aver, serás sabio; porque gran afán es buscar carretas y requas a cada passo, andando en estos palacios para llevar hijos, quiçá que hechos a medias.

Felisino.- No, no, ¡horro Mahoma!, ‘todo mi axuar a cuestas, como el caracol’, porque ‘buey suelto, bien se lame’. E ya que aya de tomar estado, será en mi naturaleza, porque ‘cada gallo canta en su muradal’, y ‘en la tierra agena la vaca acuerna al buey’.

Polytes.- Y aún ansí es lo acertado. Porque el que se casa en tierra agena toma la muger mala, y házense la buena. Y aunque vea el gayón, que calle el cornudo y vaya a trabajar; y aun siempre le dirán que todo lo huelga, que todo lo gasta. Y aun, hermano, en esta tierra vende en la tienda la hermosura de la muger que te dieren de día, y después a la noche, desnudándose quando le pidieres virgo, darte ha la verdugada, o emprestada o alquilada. Y a la mañana todo lo paga la sangre de un palomino, y lo ha de llorar el triste paciente.

Felisino.- No creas tal cosa.

Polytes.- Si estos principios no sabes, presto venderás cestos, y aun quemarás en tu casa cuernos y te lo harán olor de ámbar gris o menjuy. Y pues estás a la puerta, mira por ti. Y quédate a Dios. Y mira que llames antes que saludes, si no quieres ser mal recebido en estas casas de tracto secreto, con presumpción de buena fama y humos de honra; en especial que arriba ay gran trastavillar de pies, que te avrán visto, y avrá algún trasparamento o puerta falsa &emdash;si la tiene esta casa-. Y voyme

Felisino.- Perdona, que has de ser testigo de lo que oviere. Y llamo. ¡Ta, ta, ta!

Marcelia.- Presto, /fol. xl r/ acaba, hija. Pon en cobro esse galán, que no escusamos abrir a Felisino y Polytes.

Liberia.- Anda, ábreles la puerta, madre, y detenlos algo mientras le echo por la puerta del corralejo.

Polytes.- Cata, que aunque me llamas sospechoso, la tardança en abrir y el bullir del sobrado saca mi malicia cierta y mi sospecha verdadera.

Marcelia.- ¿Quién llama a la escalera tan apriessa? ¡O, qué buen encuentro, por cierto!

Felisino.- Bueno le es para nosotros en verte. ¿Pero pensavas averlo a solas?

Marcelia.- De tal compañía huelgo yo en mi casa. Pero, ¿dónde te subes?

Felisino.- Señora, quedóseme un guante este día, y aunque no tiene adobo, pero porque no aprovechará éste a mí ni el otro solo a nadie, le voy a buscar. Y con achaque d’él, vine a te ver.

Marcelia.- Bien parescen unos guantes a un galán. ¿Pero tú, señor Polytes, buscas guante?

Polytes.- Sí buscaría si me aprovechasse.

Marcelia.- Pues cata, que muchas vezes hallan unos lo que pierden otros. ¿Pero qué priessa es éssa, Felisino? Y espera, que todos nos subiremos.

Polytes.- A mí me perdona, que me voy a un negocio de prisa.

Marcelia.- Pues sabe que en esta casa ni comen a los hombres ni te quieren mal. Y tú, Felisino, sube, que tras ti me voy. Y ten en mucho fiártese la casa ansí.

Felisino.- Ansí lo tengo, por cierto. Pero mejor te ahorquen, que no te las entiendo. Pues ‘anda, que sendas no tendremos’, que si a ella le contenta el muchacho de abaxo, a mí la muchacha de arriba. [Ap.]

Liberia.- ¡O, bendito Dios, que me libró de hombre tan moledor! Pero buen albalá de quatro reales me queda en las uñas, sin lo que dio a mi madre. Bonica, pues, me estuviera yo royendo con hambre de mi casta honestidad, molestada de mil desseos de los que agora me vienen a manos llenas. Y pues que mi madre con su dissimular aprueva mi hecho, andémonos a ellas. En cargo soy a Felisino, que con pensar que me robava, me libertó; para que siendo suya de nombre pueda vestirme de tales ropas como la que agora desnudé. Pero, ¡o, qué dicha la mía! que, helo, venía ya tras mí, y por poco no me topó viendo su possessión que él primero labró. Pero hase de hazer a la carga, y aunque lo vea y no lo crea, sino que piense que sueña. Pero algún embaraço tiene mi madre que ansí le dexó subir. Aunque no se me da nada, que ésta, que es la primera y no será la postrera, no me la quitarán ya.

Felisino.- ¡A, mi señora Liberia!, vengo a verte porque no sossiego sin ti. ¿Qué hazías por allá abaxo?

Liberia.- Norabue- /fol. xl v/ -na vengas. No sé si te crea essas entradas, que decoradas tenéys todos, para embaucar a las que os atienden en lealtad. Y vosotros: y y , y nunca morys, ni aun os acordáys sino de lo que gozáys por el momento que tura.

Felisino.- Anda, que no me acuerdo de mí por tu causa.

Liberia.- Pues ya que digas lo que quieres, dexa estar mis tocados, y mira que estamos solos y subirá mi madre.

Felisino.- ¿Y que esso me dizes y éntraste a la cámara? Pues espera.

Polytes.- Señora Marcelia, sube a poner cobro en tu casa, y perdona mi priesa.

Marcelia.- ¡O, válasme Dios, qué desamorado eres! Quitémonos ya de la puerta y subamos a este entresuelo, que te quiero preguntar un poco mientras baxa tu compañero con el guante.

Polytes.- Al fin avrá de salir con la suya. [Ap.]

Marcelia.- Mucho te agradezco esto, pero mira que no seas tan atrevido como este día; y toma de mí la sana intención y llana conversación.

Polytes.- Ya no puedo con honra dissimular más, pues que harto se me declara en dichos y meneos. [Ap.]
-Señora, perdona mi pesadumbre, porque no quiero que taches mi covardía.

Liberia.- Paréscete pues, señor, que si mi madre agora subiera que ¿dabas donosa cuenta de mí?

Felisino.- Anda, mi señora, que ya me querías ver fuera porque tendrás otro que más ames que a mí.

Liberia.- ¡Ay, perdida yo por quererte, pues ya me juzgas por mujer común! ¡Vete, vete de delante de mí!, que aunque quede escarnida mi innocencia en te amar, avisará a mi malicia en tener de ti el crédito que devo.

Felisino.- Anda, vida mía, que me burlava.

Liberia.- Y aun ansí lo veo yo, que te burlas de mí. ¡Desdichada, que me robaste mi limpieza! ¿Y por ti engaño a mi madre, que piensa que soy la que ella me tenía? ¡Anda, anda, engañador, destruydor de mi honra! Y de oy más no te fíes en mi llaneza y fidelidad que te he tenido.

Felisino.- Agora que tu sentimiento me pregona tu bondad, te tendré y querré más. E ya sabes que ‘los amigos ciertos son los provados’.

Liberia.- Vete luego de delante de mí.

Felisino.- Pues dí que me perdonas y no quedas enojada e yréme.

Liberia.- Vete, y no quedo.

Felisino.- Pues a Dios quedes.

Marcelia.- ¡Ay, cómo te as avido mal comigo! Pero yo me tengo la culpa, que conosciéndote me fié de ti sola.

Polytes.- Donoso tirar de alesna es ésse. [Ap.]

Felisino.- ¡A, hermano, baste ya! Y vamos, y tú, señora Marcelia, perdona y haz las pazes de arriba.

Marcelia.- ¡Doy al diablo! El majadero derrama solazes. [Ap.]
¡Ay, señor Felisino, /fol. xlj r/ no te escandalizes de que a solas estava, preguntando a Polytes un poco! ¿Pero qué son las enemistades?

Felisino.- ¿Adónde le acudió? Digo que nos hagas amigos a mí y a Liberia, que le perdí una aguja por tomar mi guante.

Marcelia.- Tráele una dozena y hechas serán las pazes.

Felisino.- A Dios quedes, que yo lo haré.

Marcelia.- Dios os guíe. Y tú, señor Polytes, no olvides esta casa.

Polytes.- Pierde cuydado.
(Allá quedarás, diablo, bagassa, que para tu hambre, ésta y no más, si puedo).

Felisino.- Pues, para yr ya tú a otra parte no tendrás tiempo; encaminémos para palacio. Y dime, ¿cómo te fue, que demudado saliste de color?

Polytes.- Que quisiera que baxaras antes, pero creo que también huyes tú la compañía.

Felisino.- ‘Y aunque si bien lo supiesses arregañarías’, dixo el Bizcaíno. Pero la viuda de buen fregado es, y en ti que hallaría buen coçadero para su comezón.

Polytes.- No sé qué se halló en mí, pero sé que en el pueblo no la avrá muger tan lasciva. Y no tengo en nada ser amiga de Fulminato, sino como no es ropa común, pues no será menester rhetóricas para halagarla ni fuerças para derrocarla.

Felisino.- Pues no piensa el otro sino que tiene thesoro en caxa.

Polytes.- Bien mantendría estotra con palabras huecas del otro su gravedad, y con sólo su pasto su hambre.

Felisino.- ¡Aún creo que te abrió la bolsa!

Polytes.- Abrió para echarme en ella este real de a quarto con que me compró, y aún barato, para nunca más.

Felisino.- Esso no diga nadie, que no caerá otra y otra vez, si Dios no le guarda. Pero ésse yo se le vi a Fulminato, con que ayer hazía alarde. Y según veo págate sus cuernos con los quatro sueldos.

Polytes.- Pues no tengas esto en nada que me diessen para comprar ropa tan basta y de balde costosa. Pero mira que tú no los pagarás con los quarenta si el otro con quatro. Porque el pato ya te costó una cena, y aun apenas entraste en la confradía de los de esta casa, porque la hija ha de aprender de la madre.

Felisino.- Anda, hermano, que si me costó caro el pato, compréle y degolléle y comíle fresco, y trichéle de mi mano.

Polytes.- Dichoso fuyste, pues con essos adherentes compraste barato. Y aun creo que te vendieron lo que tenían gana de echar de sí, y que aparaste vianda que otros te coman del mesmo plato y abriste por donde te entren al melonar. E ruega a Dios por salud, que verás cómo en casa del herrero todos aprenden a majar hierro, y en casa del escrivano a escrevir, y la hija aprenderá el officio de la madre. /fol. xlj v/

Felisino.- Calla ya, que no entiende ella más las algaravías de su madre que si nunca la conosciera.

Polytes.- ¡Ay, peccadora de la bovilla! Tú eras proprio para casado, porque en tu opinión siempre fuera buena tu muger, y vivieras con las hechas sin las sospechas.

Felisino.- Mal me conosces. Antes, por provarla, la pedí zelos sin por qué, y ansí saltó como granizo en alvarda.

Polytes.- Y aun por ay me confirmas en mis sospechas, porque ‘quien se quema, ajos ha comido’.

Felisino.- Anda, que quando ay algo, malo es de encubrir.

Polytes.- Tú deves llamar algo el hallarle en la cama.

Felisino.- Di tú lo que quisieres, que yo bien sé lo que me tengo en Liberia.

Polytes.- Una trabajosa guarda si ella no quiere ser guardada.

Felisino.- Y aun, porque conozco yo en ella muestras de muy buena, no dudo de su seguridad.

Polytes.- Pues si tú crees las muestras y compras el paño por la lista, yo dudo de las obras. E si tú eres cierto de su seguridad, yo no seguro de su bondad, porque al fin es hija de madre y de unas puertas a dentro, de manera que ‘con quien pasce y de quien nasce...’ Pues mira, si bastando lo uno, a que se le pegassen de sus maternas costumbres, ¿que será viéndola y entendiéndola, siendo ya para lo que ella sin mancarse ya en la lavor?

Felisino.- Anda ya, que es tan buena que no la derrocará la madre, aunque sea más peor que tú la pintas.

Polytes.- Pues mira que, si buena fuera la hija, que no se diera a ti; y si no aprendiera de la madre, no supiera ya cumplir contigo. E al cabo, dámela tú muger y dártela he incostante; dámela moça, darétela peligrosa; dámela que se vea algo hermosa y no sea muy guardada, que yo te la doy por perdida; dámela loquilla y golosa, que yo te la doy por barata; dámela novicia o principiante en el officio o lavor que tú la enseñaste, que yo te digo que para ver si podrá cansar y por ver si podrá matar tu desseo, ella busque cómo experimentar sus fuerças y obrar sus desseos y aprovechar sus mañas y cumplir su nuevo apetito experimentado, aunque viejo en ser desordenado.

Felisino.- Aún dirás algo que me pussiesse temor, pero es muy desapegada y çahareña. Lo qual, como no tenga su madre, veo que cada una sigue por su natural inclinación: la una al vicio y la otra a la virtud.

Polytes.- ¿Y cómo? ¿Agora sabes que por muchacha que sea, que quando les cumple, sacan de las del saco? Y ansí se saben mostrar buenas y honestas y çahareñas, y halagueras y amorosas y muy pegajosas, y muy sacudidas y desa- /fol. xlij r/ -moradas. Y quiero que sepas, si no lo sabes -y si lo sabes oye mi opinión-, y es que las que más sacuden de sí los hombres y hazen de las honestas y turbadas de vergonçosas, éssas por la mayor parte con la turbación estropieçan y caen, no de manos como el gato, pero de lomo. Y más te digo, que lo querría yo aver -tractando en lo que tractamos agora de ellas- con las que a los primeros golpes son más sacudidas, porque todo lo que tienen de furia lo muestran luego. Y como se acceleran en el combate y gastan la munición de cólera que tienen, al segundo tiento -si vos como boçal no desmancháys a los primeros golpes- como no ay que hablar que no ayan hablado, ni que reñir que no ayan desembolsado, ni cólera furiosa que no ayan gastado, quedan unas flemáticas turbadas para caer y sanguinas de bien acondicionadas para conceder; y aunque la melancolía de mala inclinación les haga huyr, los chapines y faldas las hazen estropeçar sin que aya en qué, mas de las duras piedras que ellas os tiraron a los principios.

Felisino.- Moverme yan tus maliciosas y caladas razones vivas si no supiesse yo que ella no espera aún las primeras palabras. Porque aun conmigo, que tiene por qué conoscerme ya, no quiere sufrir de tres palabras arriba estando solos, que luego me dize: . Tanto que ya me da pena verla tan sentible.

Polytes.- No la has aún entendido. No querría tres palabras sin luego obras. Y no querría que no se quebrasse su honra, porque si con el hazer no pierde el buen crédito, haze y goza y mete moros, y siempre es la que era. Y descuyda los otros de que miren por ella, y con los otros se descuydar, quédanle a sus apetitos más lugar. Y si teme el venir la madre es porque quiere que no dilates el pleyto, sino que luego concluyas y pongas los tus testigos a la prueva; y enséñate que el que ha de pleytear no ha de temer el gasto y ha de hablar poco y obrar quanto pudiere. E ansí dizen las tales allá entre sí en sus audiencias, blasonando y mofando de los que en esta causa somos pleyteantes que ‘gato muy miador, nunca buen murador’. E si no digo la verdad, dime tú si puesta en juego si se pone mal al jugo, y entonces condéname.

Felisino.- No sé. Peligroso eres. Yo te prometo que, aunque no por antiguo, pero que por maestro podrás ya bien leer en esta escuela y ser abogado en estos pleytos que dizes.

Polytes.- Pues /fol. xlij v/ que ya estamos en casa y en esta plática recibes pena, entiende en buscar las agujas y ata bien la bolsa y mira bien por el amiga. Y perdona, que yo marcho arriba a ver qué aya.

 


 

Argumento de la scena xij

 

Passando Marcelia consigo y después con la hija pláticas de la bondad de la hija, el despensero de Lucendo les haze un banquete de cena. Y sobreveniendo Fulminato y Pinel; haze Marcelia a Fulminato guisar lo que el otro avía de comer. E sobre cierto achaque, Fulminato se va huyendo y viene el despensero.

Marcelia. Liberia. Despensero. Fulminato.

Pinel. Gracilia.

 

Marcelia.- ¡O, mezquina yo, y cómo se me abrasan las entrañas y me acompaña gran soledad en la absencia de Polytes! ¡O, quán sin ventura soy, pues siento que no me ama, y yo me aborrezco a mí y mi honra y casa, y a todos por él! ¡O, amor, qué grande es tu poder! ¡O, cómo si la honra no contradixesse a la voluntad y me atasse los pies tras él yría desbalida, como tras cosa necessaria a mi descanso! Pero, ¡o, desacordada de mí! ¿Yo qué digo? Quiero subir a ver qué haze esta muchacha. Porque si la mano de Dios no la sostiene, y ella no es muy inclinada a virtud, con mi perdición, o ella es perdida tras mí o no escapa de serlo. Porque el no poderla yo proveer, como yo querría y mi honra pide, me haze dissimular con ella en algunas desembolturas con la conversación de éstos que tractan en casa. Y quiera Dios que no aya tomado para su mal las libertades que yo le doy, y que mi mal hazer no la aya enseñado a perder simplicidad y a abrir puerta a la deshonestidad. Porque el mi no hazer con qué enmendarla me ata la lengua al corregirla, ni puedo castigarla; donde mi vida me muestra a mí digna del castigo y me embaraça el poderla yo a ella abonar. Porque poco monta ser madre reprehensora de lengua con vida y obras viciosas y occupación reprehensible, porque el enseñar ha de ser obran- /fol. xliij r/ -do y platicando bien yo.

Liberia.- Mi madre sube; quiero ganar por la mano en mi abono para que de quantas ella haze, que haziendo yo alguna errada, o no la vea o no la crea, como ella piensa que no la entiendo yo sus urdiembres. Ansí, ansí, ¿y no vistes quán de reposo se anda mi madre de iglesia en iglesia y dexa la casa franca a quantos van y vienen? Dios me libre de tan buen crédito como tiene de todos, que piensa que son, como ella, a las buenas. ¿Y no vistes qué descuydo? Que harto tengo que sacudir de mi importunidades de locos que, con la buena confiança de mi madre, a mí querrían robar de mi limpieza y estragar mi innocencia, y deshonrar su casa y amenguarla a ella.

Marcelia.- Buenas nuevas de mi hija son éstas. Pero quiero halagarla, pues mi vida no me permite reprehender su innocente vida.
-Calla, hija; no me reñas, por tu vida, que vengo de encomendarme a Nuestra Señora. Pero dime, ¿fuese el de endenantes?

Liberia.- Y aun, después que no deviera, vino Felisino.

Marcelia.- Ésse, como por de casa, le dexé subir, que le encontré a la puerta. ¿Y fuese ya?

Liberia.- ¡Tal venía él para parar mucho con él yo en casa! Y anda ya, madre, déxame allá con tus confianças que de todos tienes, que estos son hombres y de palacio, y oy aquí y mañana allí. Ansí como no paran en lugar, ansí no dexan cosa de intentar ni aun muger por burlar.

Marcelia.- ¿Y qué hizo?

Liberia.- ¿Qué? ¡Qué hiziera, me di, si yo lo dexara! Que lo que hizo fue poco en rasgarme la lavor y perderme una aguja, que según lo que quisiera fue nada.

Marcelia.- Déxalo, que él lo pagará, que es un burlón. Pero calla, que llaman.
-Suba quien es.

Despensero.- Dios guarde la honra y gentileza d'esta casa.

Marcelia.- ¿E tú eras? Perdona el no te aver respondido antes. Pero no sé por qué olvidas tanto esta casa do no te dessean mal.

Despensero.- Mis occupaciones impiden mi voluntad en te servir.

Marcelia.- Y aun por una onça de libertad que tengo en mi casa suffro una arroba de pobreza, porque la vida arriscan los hombres por la libertad. E ansí dizen que ‘mi casa y mi hogar cien sueldos val’. ¿Pero qué es lo que mandas agora?

Despensero.- Tengo un poco de olanda, y vengo a saber si me podrás vestir de tu mano de unas camisas al moderno.

Marcelia.- Por cierto, sí para otros, pero no faltará tiempo y voluntad para lo que tú quisieres.

Despensero.- Pues, señora, porque este es para mí tiempo muy occupado en mi officio, me perdona, que luego embío el lienço; y mandaré con /fol. xliij v/ que cenes. E si mandas vendré, sossegada la gente, a te ayudar a quitar los manteles para que sobre mesa me cortes las camisas.

Marcelia.- Por tu servicio huelgo de ello, con que mires que ay vezinos que velan vidas agenas en este varrio.

Despensero.- Yo proveeré de venir en quietud de todos; y por señal que soy yo, tiraré tres piedrezuelas a esta ventanilla por no pararme a llamar. Y con tanto, me da licencia, y perdonando mi pobreza, toma este real de a quatro para que se aya proveydo de fruta.

Marcelia.- No le tomara a no incurrir en mala criança. Ve con Dios, que en todo se proveerá.
(Allá yrás, majadero, que acá dexas para la lámpara de los necios y después darás para la vela de los cornudos).
-Cata, hija, que ‘a quien Dios ama, la casa le sabe’. Mira qué haze este hombre de hazernos bien sin darnos ninguna molestia. Pon, hija, esse hogar a punto, que yo aseguro que no tarde en embiar, y aun que sea menester desembolverte.

Liberia.- Yo bien tengo para mí que él proveerá, de suerte que aya para nos y aún las vezinas. Pero no te congoxes, madre, que para todo avrá tiempo. Yo voy a mi prima que se passe acá, y con ayudarnos al trabajo ahorrará ella la costa.

Marcelia.- Bien dizes. Ve luego y buelve, que me quedas sola.
(¡O, bendito el que lo govierna todo, y quán sin resabio de malicia anda mi hija sobre tantos estropieços como yo le pongo por esta negra de honrilla y ganancia, que pocas vezes son son de una mesa estas dos cosas. Pero, cata, cata, ¡y qué presto y qué gimiendo viene! Asuadas que trae cobro).
-¿Qué es esso, loquilla, que si fueras casada pensara que te hazía gemir tanto la preñez?

Liberia.- A la fe, ya que nos libró Dios de essos afanes, cátanos aquí en otros de más provecho y ganancia. Y plega a Dios que tales gemidos nos visiten cada día. ¿Pero no veys qué prisa se da mi madre, viendo que no puedo con la carga?

Marcelia.- Anda, bova, que de alegría no mirava en tanto; pero muéstrame essa bota de buen año. ¡O, qué cosa de ángeles! ¡Por tu vida, que es de Madrigal, y aun de más de tres hojas!

Liberia.- Ansí, ansí, madre, si truxera ponçoña, del lodo estabas.

Marcelia.- Bien sé yo que tan buen liquor no podría suffrirla. Pero desembaráçate ya, y ássese un capón de essos y essa ternera ençorça, que harto avrá.

Liberia.- Anda, madre, que el día de mañana no le vimos, y no diga que lo hurtó el moço, mayormente que ya verná Gracilia, y aun de aquí a la noche acudirá al- /fol. xliiij r/ -guien más al buen olor.

Marcelia.- Dizes bien. ¿Pero qué fue del lienço?

Liberia.- ¡Como que no entiendo yo que sabe mi madre qué corte de camisas busca el otro! [Ap.]

Marcelia.- ¿Qué dizes, hija?

Liberia.- Que no pudo el moço traello todo.

Marcelia.- Nunca y no, que la paga acá está. Ay viene tu prima. Desembolved esso. Yré yo por una ropa limpia de mesa a mi arca.

Fulminato.- ¿Tienes, hermano Pinel, qué hazer?

Pinel.- No lo avrá para no occupar la persona y las armas por ti.

Fulminato.- Pues vamos a un salto.

Pinel.- Pues espérame quanto visto un jaco de malla y tomo una rodela.

Fulminato.- Anda, que aquí va mi valenciana.

Pinel.- Pues porque no temas que busco escusas, guía.

Fulminato.- ¡O, descreo de los desconfiados de Dios y miedo en Fulminato! Pues, sígueme, que tú verás esta noche quién es Fulminato, y cómo por ser tú no lo tomo por injuria.

Pinel.- ¡Al diablo encomiendo tal hombre aún oy! Pero si me pusiere en más de lo que puedo, que lo haga a solas. Tomar viñas, porque otro día avise en lo que mete a los amigos. [Ap.]

Fulminato.- Ya creo que te arrepientes de venir.

Pinel.- No quieras de mí más de un sí.

Fulminato.- Pues guío por tras Sant Julián, que me salieron esta noche unos tres a quitar la capa; pero a no tener buenos pies, pagávanme el pato.

Pinel.- Pues por essas callejuelas, lugar es para esse officio. ¿Pero cómo te libraste?

Fulminato.- No quisiera que me lo acordaras, por el enojo que de mi poco correr tengo.

Pinel.- Dizen que ‘el que va a hazer mal, que ya va medio herido’.

Fulminato.- Por el sancto molde de la Litanía, que a no me conoscer en el denuedo del desenvaynar, que avían acometido con buen semblante.

Pinel.- Si ello fue ansí, tenían la vida en los pies. Y ansí dizen que ‘vale más salto de mata...’

Fulminato.- Mal me salió la peroña, pues sin priesa estoy ya a la entrada de la cal Nueva. [Ap.]

Pinel.- Y aun ay serían las tus bregas. Pero en esta calle, quando Dios amanesce, aún hallo yo día.

Fulminato.- Y aun yo os descubrí este Perú, y vosotros mal agradecidos.

Pinel.- De Dios avráslo bien hecho. Pero, pues ya estamos a la puerta de tu manida, cata que ay bullicio arriba; no sea que los que te huyeron acullá, se te acogieron aquí.

Fulminato.- Pues por esso sólo subo sin llamar, a puerta abierta.

Marcelia.- ¡Ay, mezquina yo, que quedó abierta la puerta, que no sé quién sube!

Fulminato.- Sí suben, que por tanto me llaman a mí Fulminato. ¿Y ésta qué burlería es?

Marcelia.- ¡Ay, qué fiero viene el desuellacaras, triste /fol. xliiij v/ de mí! Pero reniego de la leche que mamé si, sobre hazerle oy cornudo, no le hago que guise la cena al otro. [Ap.]

Pinel.- No te turbes, señora, con los de casa.

Liberia.- ¿Y cómo no nos hemos de turbar de la voz de hombre de súbito, viviendo tan descuydadas a la llana?

Fulminato.- ¿Y ésta qué boda es?

Marcelia.- No tuya.

Fulminato.- ¿Pues, cúya en esta casa?

Marcelia.- ¿Oyste, necio? ¿Y no veys qué señor de la posada?

Fulminato.- Sácame d’esta duda antes que haga algo.

Marcelia.- ¿Y qué has de hazer? A la fe, en mi casa no devo sino a Dios y al rey tributo, que aunque pobre de todos, sino de ti, soy honrada.

Pinel.- Ni aun pienses que Fulminato te haga desaguisado, sino que viene enojado de unos que se le fueron por los pies.

Marcelia.- Pues nadie se deve ensañar si no tiene buen desensañadero. Y váyase allá, que aquí no le deven centeno.

Gracilia.- Y calla, señora tía, que estos de palacio son ansí, maliciosos.

Liberia.- No es sino el diablo que reyna en ellos como ociosos, y ansí son tan absolutos y aun dissolutos.

Gracilia.- Calla ya, prima, que vendrá el señor tu tío y no hallará la cena hecha.

Marcelia.- ¡O, astuta moça! [Ap.]

Liberia.- En cargo me eres, prima, llamarte a tomar enojos escusados.

Pinel.- Anda, señora, que no ay nublado que ture un año; que si no me tuviéssedes por de casa, nunca acá asomaría ni sería amigo de quien tal no fuesse, aunque Fulminato e yo seamos de un señor.

Fulminato.- E aun, por tanto, passo yo por tus desafíos y en presencia de amiga.

Gracilia.- Todas le queremos bien; no digas esso.

Fulminato.- Bien paresces que hazes la salsa, que te quemas con ella.

Pinel.- Mas con todo, no seamos, Fulminato, estorvo donde no traemos pro.

Fulminato.- Baste que esta confradía nos trayga a nosostros pro.

Marcelia.- Mejor te ahorquen.

Pinel.- Dexémoslas, que será alguna apuesta de comadres.

Fulminato.- Pues seamos nos compadres.

Gracilia.- Que por demás es tener la boca llena de agua, sino dezirles la verdad. Que esto se adereça para un hermano de mi tía que vino oy de fuera, que es tutor de mi prima y vendrá agora, que anda a visitas de parientes.

Marcelia.- ¡O, bendición de Dios en tan sagaz moça! [Ap.]

Fulminato.- Pues para hombre tan de casa yo quiero assar estos capones; y si viniere, conoscerme ha por amigo.

Pinel.- Pues yo rodearé las perdizes; y quiera Dios que no sea afán de caçuela, que dizen, guisarla y no comella.

Gracilia.- ¿Pues qué te parescería, quál están /fol. xlv r/ los pacientes?

Marcelia.- Que eres como as de ser, y ansí temo que Liberia nunca valdrá nada. Pero mira que a Pinel tengas tú cobro d’él, que al otro yo le mostraré la puerta y aun el cuerno al ojo.

Pinel.- ¡O, pesar de la vida con los bellacos! Dos pedradas han dado en la ventanilla.

Fulminato.- Aun si han de tener los abbades oy responsos si son los que te dixe, Pinel. Baxa, baxa, defiéndeles la escalera que yo salto por la puerta del corral a tomarle el passo antes que sepan que yo estoy acá y se acogen.

Pinel.- Pues anda, que nuestros son, que en el portal suenan.

Fulminato.- Pues calla, no me sientan, sino yrseme han como la otra vez. Pero aun el diablo avrá parte oy en estas bagassas, si no creo que nos han vendido. Pero si yo llego a mañana no se me yrán sin el pago. No ay nadie; bien está. Yo me acojo para palacio, que después todo será dezir mañana a [Pinel], si no muere de bovo agora, que se me acogieron por pies.

Marcelia.- Ya se fue aquel panfarrón. Detén, sobrina, a Pinel, que va muy denodado, pues ya sabes quién llama. Y tú, Liberia, ve y cierra el corralejo, que el esforçado no le esperemos por agora.

Pinel.- ¿Dónde vas, hermana Liberia? Espera, yo voy contigo, que aún por Dios no entiendo esto de estos entremeses, aunque con todo no sé si me tienen por seguro.

Gracilia.- Anda, ve, que la bondad de mi prima assegura las partes.

Liberia.- Aun, pues, no sería mucho que te burlasses para mi sanctiguada, porque el buen aparejo abre la dañada voluntad a las vezes.

Pinel.- Por Dios, que agora a solas me paresce mejor la moçuela. Y aunque si no fuesse por la parentela suya y de Gracilia, que aún, aún…

Despensero.- Buenas noches, señora Marcelia. Y perdona que no esperé que me alumbrassen por deslumbrar sospechosos. Pero dime, ¿quién salió de la puerta del corral de tu casa?, porque es el más suelto de pies que jamás vi, porque pensé que fuesse algún ladrón. Y seguíle como le vi salir de corrida; pero como alcançar un galgo, ansí le pudiera yo alcançar ogaño si ansí corre siempre.

Marcelia.- ¡Mal peccado! Aunque fuera ladrón no tenía qué llevar, si no nos llevasse los mantos. Pero dime, ¿vístele la cara?

Despensero.- ¡Por Dios!, que aunque reconosció que yo solo le seguía, que no paresció sino ave. Hacia Sanct Benito me desaparesció.

Gracilia.- Asuadas, que era el valiente que mejor se amañava a assar que a defender lo assado. Pero pues no soy ya me- /fol. xlv v/ -nester, me da licencia.

Despensero.- No consiento que te vayas porque yo vengo.

Gracilia.- Ya sabe mi tía que tengo huéspedes. Voyme por la puerta del corralejo porque la cierre mi prima, y perdóname.

Marcelia.- Ya, ya, agora te entiendo. Dize bien, que tiene con quién cumplir.

Despensero.- Pues, porque no me consentirán acompañarte, no porfío a ello. Pero lleva un capón d’éstos que cenes, y perdona.

Gracilia.- Muchas mercedes. Y a buenas noches.

Marcelia.- Mira, sobrina, al oydo. Tráctame bien al galán. Dirás a essa muchacha que cierre bien la puerta y se suba luego; y anda con Dios.

Liberia.- ¿Dónde te vas, prima, por aquí?

Gracilia.- A mi casa. Sube presto, que está tu tío aguardando para cenar. Y tú, Pinel, pues acá no serás menester, te allega conmigo a mi casa.

Pinel.- De muy buena voluntad.

Liberia.- ¿Hasta la puerta dize? Yo seguro que sea hasta la cama. Y aunque esta es más venturosa que yo, pero algún día vendrá Dios por mi consuelo. Voyme arriba.

Marcelia.- ¡Ay, señor, qué mal lo has hecho conmigo! Siéntate y dissimulemos con comer, que sube mi hija.

Despensero.- Por mi fe, señora hermosa, que con poco más no os aguardáramos a la mesa.

Liberia.- Haga buena pro, que yo ya he comido dos bocados, que me bastan agora.

Marcelia.- Ni aun yo puedo passar bocado sino a poder de bever, que pensando que tardaras más comimos sendos pocos.

Despensero.- Pues yo allá cené. Por mí no se detenga la vianda.

Marcelia.- Sueltamente lo hazes. Pues no pienses yrte ansí. Anda acá, que te quiero dezir un poco a esta mi cámara. Y tú, hija, pon en cobro esso como te paresciere.

Liberia.- ¡Asuadas, que agora se corten las camisas! Pero allá lo aya mi madre, que yo quiero cenar de mi espacio e yrme a dormir, que mi madre ya tiene occupación hasta el día. Y aun para mi santiguada, que si yo puedo que me tengo de entregar. Que no me lleve de oy más, pues ansí juega, carta de más ni embite que no se le rebide, Dios queriendo.


 

Argumento de la scena xiij

 

Fulminato cuenta a Lydorio el destroço que hizo essa noche, y entran a Floriano. Y encárgase Fulminato de buscar alcahueta que remedie a Floriano.

Fulminato. Lydorio. Floriano.

  /fol. xlvj r/

Fulminato.- ¡O, reniego de Venus y aun de mí si aquellas bagassas no me lo pagan! Y si no tengo por mí que me tenían entrampado, que por secreto que salí aún uvo gente para mí. Pinel, como visoño, haría rostro, y haríanle criba. Perdónele Dios, que era buen mancebo. Y aunque él fue por mi causa allá, no tengo yo culpa de su muerte, pues no deviera él de hazer más que el compañero. ¡Ya, ya, no más de noche!, que aunque bien sé que no me alcançaron, aún pienso que me hirieron. Muchos me parescieron; nunca en tal peligro me vi de veras. Quiero oy llamar mi día primero y buscar cómo mi huyr no menoscabe mi estima, pues ya bien me atreveré a correr el palio. He allí a Lydorio y muy denodado. Aun el diablo sería si acá saben ya de la muerte del triste de Pinel y de la huyda del gozoso Fulminato.

Lydorio.- ¡O, qué malo eres de descubrir, Fulminato!

Fulminato.- Si es cosa de armas, dime el qué y por dónde comiençe, que verás si halla defensa esta valenciana.

Lydorio.- Anda, que pones gran dubda en tu ánimo con andar tan prevenido en acometimientos de armas. Porque pocas vezes vi ‘perro que bien apresasse que mucho ladrasse’.

Fulminato.- Agora lo vieras qué passé.

Lydorio.- ¿Qué fue?

Fulminato.- En el doblar de campanas lo sabrás; por unos tres que no conosciendo mis golpes me acometieron solo.

Lydorio.- Si ansí es, bien te fue, pues solo y sin armas te libraste. Pero vamos a Floriano, que ya oviera de aver cenado. Y espera a ti para encargarte sus negocios.

Fulminato.- Vamos, que descreo de Mars, si no se concluy[e]n presto estos negocios y aun a costa de más de tres cabeças.

Lydorio.- ¿De aves serán? Pero entra passo hasta ver si duerme.

Fulminato.- Agora os digo que estamos todos de un son. Y cantando está. Oye, oye.

 

Lamentación de su pena, dirigida a su señora,
llamando Floriano la muerte.

 

  Salga la voz lastimera
publicando mi passión
y tormento;
salgan mis sospiros fuera,
que riesguen mi coraçón
al momento.
Ábranse ya mis entrañas
si tú, dama, eres servida,
y verás
las mis bascas tan estrañas
y dolor tan sin medida
que me das.

/fol. xlvj v/

  En el campo del amor,
yo sin armas desafío
al que dixere
aver tan ygual dolor
ni tormento como el mío,
ni se espere;
porque yo, triste penando,
ni espero gualardón
ni soy creydo,
y mi pena publicando
siempre cresce la occasión
de ser perdido.

  Toda pena d’esta vida
con la mía comparada
gloria es.
¡O, muerte no fenescida!
¡O, vida desesperada!
¿Qué me quiés?
Dime en qué te aya offendido,
muerte buena para mí,
pues me huyes;
pide licencia a Cupido
que a él vengas y a mí
si concluyes.

  Ya me falta sufrimiento,
pues tanto cresce mi fuego
tan rabioso;
ya mis dolores no siento,
y a tino voy como ciego
sin reposo.
Porque doquier que ya fuere
yré la muerte buscando
con clamores,
pues mi tan querida quiere
estar siempre cevando
en mis dolores.

 

Concluye

  No sé qué remedio halle
para de mí más vengarte,
mi señora;
si el remedio es que yo calle,
callaré por no enojarte
desde agora.
Que aunque yo quiera otra cosa,
pues tú mi lengua goviernas,
no podré;
¡o, linda más que la rosa!,
con que mires que me infiernas
callaré.

 

Fulminato.- Ya calla. Y mal aya hembra que a un tal hombre se niega, que es para mover a compassión a las fieras. ¡Que de las que en la cara tengo y de todos los talmudistas reniego, si Floriano quiere, si no le traygo la dama a las uñas! Que todo es ayre andar ruando y trobando y sospirando, sino dezir y pegar. ¡Que descreo de quantos adoran el sol si me uviera yo puesto en amar a Belisea, si no la uviera yo havido y aun quiçá aborrescido, porque al fin donde las otras lo tendrá, y de carne!

Lydorio.- Calla, que si te oye esso no cabremos en casa, porque la tiene por dechado de hermosura; aunque a la verdad ella es joya tal.

Fulminato.- Pues si con la hermosura no tiene cordura, la tal cae más ayna; y las tales caydas son peores de levantar, y aun de hartar.

Floriano.- Pajes, metedme una vela o abrid las ventanas, si es de /fol. xlvij r/ día.

Lydorio.- ¡A, señor, mira que arden dos velas y es media noche! Y aquí está Fulminato que mandaste llamar.

Floriano.- ¿Y para qué?

Lydorio.- Para que te buscase remedio.

Floriano.- No le ay, sin el de Dios, fuera de aquella que me mata.

Fulminato.- Si no quedassen más muertos que los que me acometieron, bien les yrá.

Floriano.- Muerte corporal para mí vida es. ¿Pero qué fue esso?

Fulminato.- Que haze Fulminato de las que suele.

Lydorio.- Holgarás oyr las cosas de Fulminato de su boca.

Fulminato.- A la fe, qualquiera que diga verdad te contará que de los seys que me salieron, los cinco les valieron buenos pies; pero el uno, que por sus peccados alcançé, aunque por no afrentar la espada le di de llano; y por tener la mano cargadilla le hize a seys golpes perder la habla. Y aun yo seguro que ya le estén llorando, si tiene quien le duela.

Lydorio.- Doy a la muerte este lebrón, que ansí descose mentiras. [Ap.]

Floriano.- ¿Qué dizes, Lydorio?

Lydorio.- Que él me avía dicho, poco ha, que eran sólos tres, y agora ya son seys y mañana serán diez.

Fulminato.- ¿Y qué, los bocados me cuentas? ¿Pues no sabes que no trae contradición de antes tres y agora seys, pues que tres es la meytad de seys? Y a ti bastava dar cuenta de lo medio que yo hago, pero a mi señor de todo. Y con esto te quiero tapar la boca y soldar tus malicias.

Lydorio.- Más me la taparas con la verdad, porque ya sabes que ‘el que en mentira es asido, quando dize la verdad no es creydo’.

Floriano.- Cata, Fulminato, que no quiero los de mi casa reboltosos. Basta mi desassosiego sin que le aya en mi casa. Y tú no andes solo hasta que esso se aplaque, en especial que estás en tierra estraña.

Fulminato.- A la fe, señor, mis obras me la hazen ser tierra propria. Y por esso te suplico no encomiendes ni fíes tus cosas de muchachos, pues yo pondré la vida por tu sosiego. Y piensa que lo que me encargares que saldré con ello.

Floriano.- Mira lo que dizes.

Fulminato.- ‘A la prueba buen amor’, porque al fin ya yo sé dónde ay la pura y la buena, y la alcahueta y la hechizera en el pueblo. Y aun sé por qué canales ha de venir el agua que amate tu fuego.

Floriano.- Di, ¿serás para traerme retorno de una carta?

Fulminato.- Y aun a la dama, si menester fuere. Pero ha de ser con que me hagas una merced.

Floriano.- Pide.

Fulminato.- Que luego me desembaraces. Y tú que cenes, que es medianoche y duermas a sueño suelto.

Floriano.- ¿Qué te paresce, Lydorio?

Lydorio.- Que te aconseja como leal, y que cumplirá lo que dize como animoso, en especial si tú le animas con alegrarte.

Floriano.- Luego /fol. xlvij v/ me traygan de cenar, y en tanto escriviré. Y tú vete en tano a cenar; y cenen luego los que tú quisieres que vayan contigo. Y tú, Lydorio, darás a Fulminato la mi cuera de búfano con la guarnición de carmesí pelo y passamanos de hilo de oro; y darásle para calças quatro pieças de oro; y darásle de mis espadas la que quisiere, con que me dexes la que al presente anda en los talabartes, que agora yo suelo ceñir. Y a la respuesta le haré las mercedes.

Fulminato.- Pues yo espero con mi buen negociar recuperarte el alegría y salud.

Lydorio.- Luego voy a entender en que te den de cenar, y a todo lo que más mandaste.

Floriano.- Pues yo escrivo luego. Tú, Fulminato, buelve luego acá.

Fulminato.- Señor, ni me detengas ni escrivas, sino ‘sí por sí’ lo que quieres de allá, que yo me voy a poner a punto.

Lydorio.- Mira, Fulminato, que salgas con lo que te has encargado, pues las mercedes ya antevienen al servicio. Por tanto, huye de la ingratitud. Y vamos, daréte lo que me mandó. Y sábete que no me pesara que fuera más, pero ‘no se hizo Roma en un hora’.

Fulminato.- Pues créeme, señor Lydorio, que as de pensar que labras tu heredad, porque en mí no perderás tu buena voluntad y trabajo. Y piensa -dexando uno por otro y que bien veo-, que si no fuesse por tu cordura, que yva de cayda la casa de Floriano, porque la cabeça enferma no les puede yr bien a los miembros. Y aun esto veo por los que andamos en lo suez del mundo, que no podemos rehusar algunas no buenas compañías algunas vezes, y de ellas, con la ayuda de nuestra perversa inclinación, más nos damos a lo vicioso que a lo virtuoso. Y ansí proveyó Dios que en una casa donde ay tanta juventud y tan suelta a los malos apetitos, con estar la mano que nos avía de castigar enferma, que aya en ti un seso más viejo en saber que experimentado por los días para que a los unos, como yguales, vayas a la mano, y a otros aconsejes como sabios, y a otros loes como virtuosos, y a otros reprehendas como viciosos.

Lydorio.- Dios lo remedie todo de su mano, que Dios sabe el temor y lástima que tengo a Floriano. Uno, de la perdidicón presente; y otro, del temer que aún vaya a peor y que se pierda rocín y mançanas. Por esso me di qué remedio piensas tú poner.

Fulminato.- Conténtate que ‘tiene manos el pandero que le harán sonar’, y no me pidas más hasta que veas al claro quánto /fol. xlviij r/ puedo yo con ayuda de Dios.

Lydorio.- Pues no quiero sino dexarlo nadar como corcho en agua. Toma lo que te mandó dar Floriano y no tengas en poco la merced, que es más de lo que piensas. La cuera, ella dize su valor; pero esta espada vale un cavallo. Y toma las pieças de oro y no falte tu servicio, porque sobrará tu ingratitud.

Fulminato.- En esso dexa hazer. Pero en lo que dizes de la espada, quiero que sepas que no sufre qualquier hoja los golpes de mi braço, y que ha menester el ser tal para turar conmigo. Y aun la cuera, que quiçá avrá de mandar una dozena a Cervantes por mis caseros tras los que allá tengo, que gran maravilla será si esto colorado no entorpece oy alguna bovilla para que desmayada me cayga en los braços.

Lydorio.- Pues luego entra a Floriano, y desembaráçale presto porque cene.


 

Argumento de la scena xiiij

 

Fulminato sale de hablar a Floriano con la carta, y va en casa de Marcelia luego de mañana. Marcelia asconde al despensero en la cámara; apazíguanlo, al fin, madre e hija. Fulminato da la carta a Marcelia, en que pone ella ciertos polvos.

Fulminato. Marcelia. Despensero. Liberia.

 

Fulminato.- ¡O, reniego de ti, Mahoma, con hombre tan sin cabo como Floriano! Por más tengo verme ya libre de sus importunidades que el salir anoche de casa de Marcelia. Por donoso concierto de casa es este si va adelante, que ya es amanescido y aún no he podido coger sueño. Bien dizen que ‘un loco haze ciento’ y un desconcertado regidor desconcierta un pueblo. Yo no he dormido, pero passé cochura por hermosura. Oy tomemos la medra por sueño, que al contrario cada rato passa el poder dormir y el mal medrar. En la ropa voy hecho un cardenal, cevo de bovillas; y en la bolsa voy un papa, pues lleva oro, qual es muy raro en mi posada. Por la sancta Letanía que si agora yo fuesse a llevar la carta a Belisea, que presto recaudasse la dama para mí y los cuernos para mi amo; y aunque no me curasse de mucho dezir porque me entendiesse, y aun porque se contentasse, sino llegando y pegando y a Dio madona. Pero tornando en lo que me podría costar la ropeta, /fol. xlviij v/ descreo del que a Dios desama si no temo que esto, barato dado, me salga caro llorando. Porque yo quedo obligado a ser alcahuete de mi amo, porque este es nombre que tiene el tal officio que yo llevo. Y aun quiera Dios que este bermejo no annuncie algún derramamiento de sangre de Fulminato. Pues si muero por esto, ni me enterrarán con ello ni aun por ello me dirán más misas que en Córdova, porque dirán que no es mío para venderlo y gastarlo por mí; y aún, oxalá que me digan: . ¿Pero a mí quién me mata? Que agora bueno va, él dos vale con dos doblones en bolsa, ¡que no son ya buenos de aver!, que paresce que ellos y los virgos han aborrescido ya el reyno. Agora que yo ando bien y estoy pagado, mirar por mi persona y con los negocios y mensajerías a Marcelia; y como dizen: ‘échese a doze y nunca se venda’. Porque con lo poco que ella solicitare y lo mucho que yo mintiere, entrará en la fiesta del loco Floriano, pues ya está en la vigilia. Y con la locura y mi buen embaucar, vendrále la franqueza; y lo que a mí me cupiere, mío, y lo que a Marcelia, la primera y mejor parte de Fulminato. Y d’esta manera avrá medra, porque esperar el partido ello es poco y págase mal y gástase bien, por manera que a la vejez hospital. Con esto, pues, ya es día claro y podré yr seguro. Doy co[n]migo en casa de Marcelia, y veré si enterraron a Pinel y qué se diga de mí. Y si viere la mía, daré un traspié a Marcelia y haránse las amistades, porque todos los enojos de la muger aplaca el hombre en la cama. Y con tanto, salgo en nombre de Dios.

Marcelia.- ¡O, quán en un soplo se ha ydo la noche!

Despensero.- No sé si ha sido soplo, que aun con no me aver vacado para soplar las manos un momento, y aún mal contenta la señora. [Ap.]

Marcelia.- ¿Qué dizes?

Despensero.- Que es tarde.

Marcelia.- Anda, que será el lunar.

Liberia.- ¡Válasme Dios, y quán sin perro he dormido!, aunque no sin pena, porque esta cama me avezó a querer compañía en la cama, y por tanto nunca me quadró mongía, porque a cada uno inclina Dios para lo que es. Pero dexando esto, me voy [a] abrir la puerta de la calle, que a mi madre no la espero tan ayna. Y también, por el empacho de no les ver salir juntos de la cámara, me baxo al portal, que quiçá en tanto me deparará ventura alguna buena dicha.

Despensero.- Señora, tarde es, y Belisea a de yr oy en romería a Prado, y tengo de dar cobro /fol. xlix r/ para ella y sus mugeres que no lleva hombre ninguno. Y madrugarán, que querrán yr disfraçadas; por tanto, perdona para de más espacio.

Marcelia.- Holgara de yr con ella, pero dizen que la sirve un cavallero.

Despensero.- No me meto en essas cuentas. Allá lo aya, que muger es y no le faltará un hombre. Levántome.

Fulminato.- Bien me ha ydo, que ya estoy a la puerta, y aunque de mañana ya está abierta. Estas mugeres, en durmiendo solas, luego madrugan. Allá subo, que Liberia va por la escalera arriba.

Liberia.- ¡O, válgale el diablo de mañana! Siempre vendrá quien no cumpla. En pleyto veo la casa si Dios no remedia, y saldrán las cosas de mi madre a plaça. Quiero hablar alto por avisar a mi madre y que vea si le cabe dormirse en las pajas.
-¡Ay, válasme Dios, bien paresces ladrón de casa, Fulminato, que ansí subes sin llamar!

Fulminato.- ¡O, pesar de la vida! ¿No sé de mí y quieres que mire en essos puntos a tal tiempo? ¿Y qué fue del galán, aún duerme?

Liberia.- ¿Y qué galán? No ay hombre en esta casa para dormir después que mi padre faltó de ella.

Fulminato.- ¡Qué maestra está ya la muchacha! [Ap.]
-A la fe, hermana, quando tú nasciste ya yo sabía la litanía; y piensa que adonde tú agora vas, yo ya vengo.

Liberia.- Déxate de burlar con tus malicias y refranes viejos.

Fulminato.- ‘A otro perro...’, hermana, que agora no tienen sazón las burlas.

Marcelia.- ¡O, mezquina de mí, y si no está allí un primo mío! Y como no quiere Dios que queden los males sin castigo, y el castigo en la honra es muerte.

Despensero.- Y calla, señora, no llores. ¿Cómo se llama esse primo?

Marcelia.- ¡Ay, triste yo! ¿Qué? Fulminato.

Despensero.- Oydla a la puta. ¡Es d’en cas del diablo el otro y agora primo! Y aun él tiene tal fama que el diablo quiçá me empastel[e] oy aquí. [Ap.]

Marcelia.- ¿Qué dizes, señor?

Despensero.- Que salgo a él a sacalle el alma.

Marcelia.- ¡Ay, deshonrada yo, no hagas tal! Espera, oyamos en qué para la muchacha.

Fulminato.- ¡Ea, pues delante y respóndeme!

Liberia.- ¿Y a qué te he de responder, pues no sé si preguntas? Y calla, que duerme mi madre.

Fulminato.- Pues, ¿y el hermano?

Liberia.- ¡Miralde, y qué escarnio haze! A la fe, luego en cenando le llevaron unos parientes consigo sin poderse descabullir de ellos.

Fulminato.- Y aun pese a tal con tal gente. Pero voy a ver qué ay dentro. Y déxame, que me riesgas la ropa, si no aún atreverse ha hombre a la parentela.

Liberia.- ¡Ay, Dios le guarde de mal, pues no yrás de aquí agora, aunque /fol. xlix v/ más gruñas y digas malicias!

Marcelia.- ¡O, mezquina yo! Escóndete, señor, tras essa puerta. Y si entrare a abrir la ventana, saldráste. Y perdóname. E salgo allá, no se nos entre de rondón.

Despensero.- ¡Allá irás, diablo! Pero, por Dios, que aunque este diz que es un matasiete, que Dios lo ha de remediar todo.

Marcelia.- ¡O, qué buena venida tan de mañana! Pero, ¡ay!, ¿cómo me dexaste sola anoche? Bien paresce que no amas en mí sino tu interés.

Fulminato.- ¿Qué, qué? ¡O, reniego de los Jebuseos! ¿Y quién, sino yo, tiene tu honra en pie?

Marcelia.- A la fe, gracias a Dios y a mi buen vivir. Y si no, veldo en lo de anoche, aún sin aver por qué, Dios loado.

Fulminato.- Aún será él diablo si sabe que huy. Pero quiero hazer del bravo y atemorizalla porque no se me atreva. [Ap.]

Marcelia.- ¿Qué hablas entre dientes, que es género de trayción?

Fulminato.- ¡O, reniego de quantos a Dios perdieron! ¿Y palabra es éssa para dezir a Fulminato?

Marcelia.- ¡[Ay], mezquina, y qué fiero está! Quiero halagalle, no salga el otro y tengamos que llorar. [Ap.]
-¡Ay, no le habléys, que ha de salir a los toros con su carmesí!

Fulminato.- Y aun allá verás en lo que hago, que si hombre fueras agora no quedara tu palabra sin castigo de la vida.

Marcelia.- Y calla, mi amor, que me levanto descontenta.

Fulminato.- Ya te entiendo. Pésate porque fuy anoche tras aquellos y no torné. Pues anda, allá diréte el por qué.

Marcelia.- ¡Ay, perdida yo, y torna acá!
-¿Y qué buscas? No me abras la ventana. Anda tú, señor Despensero, salte de presto.

Despensero.- Voyme y bien burlado de ti, que si no por mi honra oy nos oyeran los sordos. Pero ‘más días ay que longanizas’.

Marcelia.- Allá iras, necio. [Ap.]

Fulminato.- ¡O, descreo de Mahoma! ¿Y quién botó fuera? ¡Y tal trayción, doña bagassa! Pues espera, que yo te haré pieças al gayón.

Marcelia.- ¡Ay, mezquina y deshonrada y sola! ¿Que ansí me has de parar en mí casa?

Fulminato.- ¡Qué lagrimas de puta!

Liberia.- ¿Dónde vas, la espada sacada, tan demudado? Quál hará si te mordió aquel perrazo que va huyendo que no me dexó gota de sangre, porque pensando que rabiava me venía huyendo para ti.

Fulminato.- ¡Suéltame!

Liberia.- Mas, por mi vida, ¿mordióte? ¿Y si mordió a mi madre? Que yo no sé cómo durmiste, madre, sin sentirle. Él parescióme al perro de mi tío que era grande, que desque anoche harto se echaría debaxo tu cama.

Marcelia.- A Dios /fol. l r/ gracias, que aclara las cosas y salva los sin culpa. ¡Mezquina yo, que no vea este hombre lo que padezco por sustentar la honra y que hago quiebra en mi casa por complazerle, y que me lo paga con malas palabras y peores injurias!

Liberia.- Y calla ya, madre. Entremos a ver si hizo el perrazo algún daño en tu cámara.

Fulminato.- Aún avrá de ser perro, aunque me pese. [Ap.]

Marcelia.- ¿Qué murmuras entre dientes? ¿Ya estás confuso de tus malicias?

Fulminato.- Que digo que, pues no me aprovecha lo que veo, que te he de llevar por testigo a que averigüemos el daño que hizo el perro.

Marcelia.- ¡Ay, déxame, déxame, que no osaré yr con tal hombre!

Fulminato.- Aunque ya gruñas, tú vendrás a la melena. Y con el llover se aplacarán essos terremotos.

Liberia.- ¡Ansí, ansí, con el diablo, que no paresce oy mi madre sino mortero de concejo! Pero al muy avisado vendísele por perro. A la fe, avézese a suffrirlos al ojo. Y aun el otro triste, qué aguijar lleva y aun que vendía mal estoraque. Pero pues éstos están conjurando las nubes passadas, voy a hazer la cama del entresuelo porque me da el coraçón que la avré oy menester.

Marcelia.- ¿Paréscete, amor mío, que después de averme injuriado, que agora me tienes donosa?

Fulminato.- ¿Y qué, aún ay enojos?

Marcelia.- No los tengo sino de mí, porque aunque la sensualidad me halaga, la honra me punge aún en medio del deleyte.

Fulminato.- Y calla, que más enojo y deshonra mía es, que se me fueron por pies los que anoche por tu servicio oxeé de tu casa.

Marcelia.- Antes me dixo mi hermano anoche que vido un hombre huyr sin que nadie le siguiesse, y aun por las señas que dio eras tú. La affectión que me haze no ver la perdición de mi honra me quita el advertir en cosas que sean contra ti, porque el amor deshaze las faltas del amante y ensalça sus loores. Ansí que conmigo puedes tú meter moros a tu salvo. Pero dime, ¿quién te dio esta ropa tan rica?

Fulminato.- Floriano, por lo que anoche hize, aunque fue en tu servicio.

Marcelia.- Algún por qué más avría, porque estos señores distilan mercedes y quieren a cántaros los servicios. Pero dime, ¿en qué son andan los amores de tu amo?

Fulminato.- Si no me lo nombraras no me acordara d’él, porque pena por necio. Pero con todo, porque veas si te sirvo y me acuerdo de ti, sábete que te tengo tan acreditada con Floriano que te manda esta carta /fol. l v/ rogándote que la lleves a Belisea en su mano. Y sabe que trayéndole respuesta, que la ganancia tuya será tal con que entrambos pelechemos.

Marcelia.- Donoso adobo es ésse, que sobre hazerme alcahueta de tu amo partes ya mi gananacia incierta. Pero porque no puedo no complazerte, y agora ay peligro en la tardança pues que va a Prado Belisea y la podré hablar a solas, duerme un poco que voy a ponerlo en obra, con tanto que no me tengas por alcahueta sino por muger que te haze plazer.

Fulminato.- Anda, cierra essa puerta, que esse mal nombre le ponen las malas gentes. Y Dios te encamine y a mí dé buen sueño.

Marcelia.- Pues que ya me encargué d’esto y no cumple tardarme, quiero echar unos polvillos del cabrón en esta carta que ya los he hallado aprovados, para que si Floriano ama a Belisea y ella lee la carta, ella le ame a él; y si no, quedarse ha libre, que al fin estas cosas sólo Dios las ha de saber. Y siempre avrá alguna ganancia más que con la almohadilla. Y con esto, pues mi hija está recogida y esto está hecho, me voy.


 

Argumento de la scena xv

 

Marcelia da la carta de Floriano con cierta cautela a Belisea, que yva al Prado. Y finalmente lleva un anillo de Belisea a Floriano.

Marcelia. Justina. Belisea. Pinel.

 

Marcelia.- Agora que voy en mi cabo, quiero loar a Dios que me libró de tan peligroso trance para la honra como el de anoche, y de oy más poner más cobro en mi vida, porque ‘quien yerra y se enmienda a Dios se encomienda’. Pero gran ceguera fue la mía en encargarme tan sin más pensar de esta cosa que tantas difficultades trae en la salida y tantos peligros descubre en el effectuarse y tan jugada trae mi honra, si los puntos d’esta carta de más con que yo juego son descubiertos. En especial que Belisea tiene con la bondad tanta altivez y tanto descuydo de mis telas, que como no experimentada ni herida ni usada en estos tractos tan comunes a señoras y tan públicos a las mugeres plebeyas, que si me alcança de /fol. lj r/ razones yo voy perdida a remate. Pero mezquina de mí, que tomé por medio para librarme de la ferocidad de aquel desuellacaras con razón sentida, con la sospecha cierta de lo que mi obra occulta le avía errado, venir a dar en tan gran extremo que yo ‘por huyr del fuego me lancé en las brasas’. Pero pues él como de burla me encargó este negocio, yo también haré como viere la mía en seguro, porque ‘duelo ageno de pelo cuelga’, aunque la charidad me pondrá espuelas al remediar un tan eminente cavallero como Floriano. Y la esperança del buen galardón para desterrar necessidades de mi casa me necessitará a que haga todo mi dever y me atreva a todo trance, pues ‘no se gana el pan sin afán’ ni ‘se toman truchas a ropas enxutas’.

Justina.- Ea, señora, que bien puedes salir, que vas tan disfraçada que no serás conoscida; y aun es tan de mañana que no ay de quien seas vista.

Belisea.- Pues váyanse todas essa mugeres por sí por otra calle, y tú sola ve conmigo por guía y encamina por San Llorente, que quiero allí encomendarme a Nuestra Señora.

Justina.- Pues en nombre de tal Señora salgo.

Marcelia.- Aún es gran de mañana para ser levantada Belisea. Quiero de passo yrme a recomendar a Nuestra Señora de los Remedios. Pero, ¡o, cómo creo que son mis passos meritorios!, pues o yo conozco mal o son las tan tapadas mis ovejuelas. Y aun la delantera cierto es Justina, y la que la acompaña como inferior o criada es la señora, porque el buen donayre y apuesto suyo la apregona por la que es. Y pues me paresce que guían hazia Sant Llorente, allá me voy a atenderlas y el tiempo me dirá qué haga. Por mi vida, pues que no ay viva criatura en la yglesia, que quiero aventurarme a poner esta carta en la grada del altar de la Madre de Dios, porque si éllas son, no dexará Belisea de llegar la primera a hazer su oración. E visto el papel, como son inquisitivas estas señoras y saben leer, tomarle ha; y si le lee, mi hecho va bueno, y entonces podré darme a conoscer si viere por qué; o si no, a peor librar, si ellas no entran, tomaré mi carta y buscaré otro camino. E si a dicha la criada llega y toma la carta, dársela ha; y si mal huviere, descargarán los ñublados sobre élla y podré yo llegar a poner las pazes, sobre aver sido la guerreadora.

Belisea.- Muy de mañana deve ser, pues no ay nadie en la iglesia ni aun es tiempo de yr solas al campo. Quiero llegarme al altar de la /fol. lj v/ Virgen soberana a offrecerle un Ave María.

Justina.- Señora, yo me voy a otro altar a hazer lo mesmo.

Belisea.- Alguna nómina deve ser ésta, que echaron aquí a nuestra Señora.

Marcelia.- Bien está, la carta ha guardado. Quiero agora yrme a assentar par de la donzella como que entro agora, pues no me han visto.

Justina.- ¡Ay, Jesús, y qué mal comedimiento de muger, quien quiera que es!
-Apartaos allá, señora, que harto vazío ay en el templo sin que os me pongáys delante, pues no devéys ser vos el sancto a quien yo vengo a encomendarme.

Marcelia.- Perdone, señora, que no la avía visto.

Justina.- ¡Cata, cata! ¿Y tú eres, señora Marcelia? Perdona mi demasía.

Marcelia.- ¿Quién es? Perdóneme que no la conozco. Ya, ya, ¡o, mi hermana y señora Justina! Razón fuera, pues, que el amor que te tengo me dixera ser tú. ¿Pero aquélla es Belisea? Porque tal joya, como tú, nunca la dexaran tales madrugadas salir sin gran guarda, y con razón, porque para tal thesoro qualquiera [sería] atrevido ladrón.

Justina.- ¡Ay, habla passo, no nos oya alguno!, porque vamos a Prado sin gana de ser conoscidas. ¡Y núnca acabará mi señoras de visitar altares! Y a lo que dizes de mi poco salir, yo nascí en signo de servir toda mi vida, y ‘quien a otro sirve no es libre’. Y aunque yo sea poco de cobdiciar, en estos palacios a viejas y moças y hermosas, y las que no lo somos, todas andamos más veladas que fortaleza cercada de enemigos, y más puestas tras llaves que el thesoro de Venecia.

Marcelia.- Y aun por todo esse thesoro no querría yo ver mi libertad tan al sombrío entre paredes, porque ‘buey suelto bien se lame’, y aun quiero más pobre libertad que rica prisión.

Justina.- ‘Quien más no puede, comporta la carga’. Y aun también en mí, la costumbre al encerramiento me tiene en hábito de no lo sentir por pena, pues desde niñez estoy en tal exercicio.

Marcelia.- E aun esso es lo que peor yo veo, que lo que avrás ganado en esse exercicio, que tú llamas, será tener agora menos libertad que quando començaste de niña esse uso.

Justina.- La mesma verdad dizes, porque más subjectión tengo agora que diez años avrá, que la niñez me libertava y la innocencia me acreditava en no me vedar las entradas y salidas ni me cortar los momentos ni me señalar los passos, de manera que agora ando como quien aprende a dançar, que assienta los pies a querer ageno y mide los passos por compases.

Marcelia.- Pues asuadas, que /fol. lij r/ aunque dances quanto quisieres, que no miren que eres ya tan para dançar con compañía, que el no te aver casado te priva ya de un hijo que tiemple los pesares passados y trayga cuydados presentes. Aunque, Dios te guarde y el ángel Sant Miguel te bendiga, tu hermosura y juventud no avrá menester dote, por el qual ahorrar te dexarán cargar de días y de desseos. Porque naturalmente, tales como tú las crió Dios para los hombres. Y porque hablemos a solas más al descubierto, la hembra ansí cobdicia al varón como la tierra al agua para produzir. Y las donzellas y gallardas, llenas de sangre ferviente [y] como tú hermosas, quanto soys agenas de experiencia tanto soys más combatidas de desseosos pensamientos, de lo que por el sagrado lugar me queda por dezirte.

Justina.- De toda tu larga plática, porque sólo entendí el dezir que ya soy vieja para dexar de casarme, aunque sin gran carga de dote, pocos avrá que me cobdicien. Pero no ay memoria de casar la heredera de la casa, que me lleva más de quatro años, y sus romerías creo que andan pidiéndolo y su hermosura no lo desvía, ¿y quieres que la aya de mí para más de acordarse de me mandar en qué los sirva toda mi vida?

Marcelia.- A la fe, sábete que en palacio anduve y sé que si te duele la muela tú te has de buscar quién te la bote fuera. Porque aunque sobre los diezyocho, que puedes a más largo aver, aunque estés otros tantos años, siempre avrá de nuevo en qué servir y siempre te hallarán más obligada a ello; y siempre te querrán donzella y siempre de nuevas fuerças para el trabajo; y siempre con el , , como niña, y siempre de menos ganancia en el crédito y confiança de tu persona. Por manera que aunque te amen como a buena y honesta, no te zelen como hermosa y te guarden como a moça y te riñan como a sospechosa de ser quien me callo por tu respecto. Y ansí, porque concluyamos razones, digo, y quiero de lo dicho aconsejarte, que pues ya yo te aviso y tú tienes experiencia de qué passa por allá, como yo lo digo aquí, haz, amiga, lo que te cumple, pues los hombres desde la mocedad han de granjear y buscar y tomar el estado en que querrían que les hallasse la tardía y cansada vejez.

Justina.- Pues me dizes lo que haga, dime el cómo, sin derogar a mi estado ni quebrar el hilo delgado de la honra, pues antes sin la vista que sin ésta me desseo.

Marcelia.- ‘A buen entendedor poca plática’, que /fol. lij v/ tú, bovilla innocentilla, quando en tan buen cevo, como tú traes, cayere algún pez de ganancia para el estado y de contento para la persona, si te faltaren mangas o no cupiere en ellas, a la fe, alça las faldas y cógele, y cogido tenle, y tenido ámale, y amado halágale, y halagado conténtale para que se te affectione. Porque siempre fue y será, que ‘quien tiempo tiene y tiempo atiende, tiempo viene que se arrepiente’.

Justina.- Aunque mejor acertaras en llamarme peccadora, pero pues me das officio de pescadora, ¿qué cevo es el que dizes que tengo?

Marcelia.- El primer nombre oy en día, desde el Papa hasta el que no tiene capa, le puede quedar, pues todos peccamos en Adán, dize la Escriptura. Pero pues quieres que te torne a llamar hermosa, digo que tu hermosura se haze el cevo que dixe. Y de lo al que tienes, ya me entiendes, que la vergüença de ver que es más tu appetitoso desseo que lo que yo digo, te haze baxar los ojos y cobrar color viva. Pues créeme que, si quando yo anduve al palacio no me desposara a hurtas, que nunca de allá uviera salido a governar casa por mí y tener algún libre reposo. E aun tu señora, que allí está muy rezadera, me da por testimonio si, al cabo de muy guardada, no ha de venir como cierva en tiempo de brama. Y aun las tales, tarde prende el fuego y tarde después se apaga.

Justina.- Más temor tendrías aún si supiesses quán seguida es. Pero no ay mella en ella.

Marcelia.- Todo lo sé: las justas, músicas y aun los toros de oy creo yo que por ella mueren.

Justina.- Si son por ella corridos no lo digo, pero sé que huyendo de no se obligar a los ver vamos a esta romería.

Marcelia.- ¿Y cómo va sola?

Justina.- Adelante van las mugeres, que hombre no va ninguno, y a mí sola me lleva en lugar de ama por no ser conoscida.

Marcelia.- Mi fe, tan mal se cubre su hermosura con manto pobre como la liebre con la cola, porque el oro más reluze acompañado de baxo metal. Y esto no lo digo por menoscabar tu gentileza.

Justina.- ¡Baste, baste! Y escucha, que no sé qué tardar es éste ni sé qué ha hallado en aquel papel, que rato ha que está mirando.

Marcelia.- Será oración de amor.

Justina.- ¿Qué dizes?

Marcelia.- Que será la oración del Salvador, que es larga.
(Pero por mi salud, que la deve de aver leydo y que debe de obrar, porque gran robador de amor es una carta bien ordenada, que hasta que ha dicho todo lo que tiene no es possible mandarla callar. En especial que /fol. liij r/ los adobos que yo le puse no deven de ser poco menos que buen ruybarbo para conmover en tal dolencia)

Belisea.- ¡O, soberana Virgen sin manzilla, y qué es esto que en vuestro templo ansí me desasossiega! Quiero ya, pues, salir con lo que el appetito pide y acabar de leer del todo este papel, que ni a él ni a mí bien entiendo.

 

Carta de Floriano a Belisea

Fuente de mi descanso, principio de mi gloria, último fin de mis desseos, la que tiene las llaves de mi vida, la que es posseedora de mi coraçón y señora de mi libertad, ángel en forma humana, mi señora Belisea.
Antes de publicar mi querella delante tu justicia, invoco tu piadosa clemencia para que despierte los oydos de tu libre señorío a oyr este tu captivo Floriano, el más dichoso de los cavalleros y el más penado de los siervos de amor. Bien veo, señora mía, que tengo llenas de fastío tus orejas con mis continuos y tan importunos clamores. Pero también deves tú de advertir en que para tan flaco suppuesto como es el mío ya son muy en excesso los tormentos. Y ansí, con el pedirte perdón por el atrevimiento, te pido que cortes el hilo de mi mortal vivir o alivies la mano en el atormentarme. O si mandas, porque no seas notada de cruel executora de amor, asiéntate a audi[en]cia de mis querellas, para que oyendo tú mi justicia oya yo la sentencia de tu voluntad. Porque te prometo que si me mandares matar, que por más te servir, yo sea el executor de su sentencia, pues en medio de mis tormentos tendré tu voluntad por retracto de mis obras. Porque sepas, si no lo sabes, que no es mi vivir por ti otra cosa que un continuo tormento muy a mí voluntarioso. Y ansí te aviso, mi señora, que si no propones de me acorrer, que no te determines de me oyr ni deliberes poner en mí tus ojos. Porque si me miras, aunque de rigor de justicia yo meresciesse muerte, la misericordia tuya te inclinaría a mandarme aliviar sin oyr allegación de mi parte, mas de que tú viendo que yo moría, fuesses sabidora ser tú la causa. En quien confiando, quedo por tuyo.

Marcelia.- ¡Ay, corre, corre, Justina, que tu señora se ha tendido, no sea algún desmayo!

Justina.- ¡Ay, Jesús, Jesús! ¡O, mi señora y mi bien! ¿Y qué es esto?

Belisea.- ¡Ay, captiva de mí!

Justina.- ¿Qué tienes, señora? Levántate, por un solo Dios, que te hazen mal estas piedras; y vamos antes que seas conoscida, que comiença ya /fol. liij v/ a venir gente.

Belisea.- Calla, que yo me esforçaré si pudiere, que fue una congoxa de coraçón.

Marcelia.- Pon, señora, la palma desnuda sobre él y aliviarásete el mal.

Belisea.- Creo yo que montará esso poco. ¿Pero, quién eres tú?

Justina.- ¿No conosces, señora, a Marcelia?

Belisea.- Conozco, pero ¿qué hazes por acá?

Marcelia.- Entré a hazer oración. Pero, ¿cómo te sientes? Y cata que nos vamos por ay abaxo hazia el río, que te hará gran bien ver las frescuras.

Belisea.- Vamos luego, no se nos llegue gente.

Marcelia.- Anda, señora, que yo me quiero yr contigo, que como vienes -Dios te guarde- muy endelgada y la mañana es fresca y tú no acostumbras madrugar, y también la frialdad d’estas piedras, todo esto junto te avrá hecho esse daño. Dame acá la mano, si mandas, que te acompañe y andemos.

Pinel.- ¡O, dichoso tú, Pinel, que tan a tu contento as gozado de una tal dama; y también llégasete a este gozo una alegría de saber que ansí queda el campo por mío, que de oy más no tenga puertas la casa de Gracilia para mí. Aunque si cada visita me ha de costar tanto afán, para pocos días me quieren si no me pongo en cena por no perder honra y tener aliento. Pues Fulminato anoche fue para no bolver, no quiero agora entrar en casa de Marcelia, que de mañana tiene la puerta abierta. Allá se lo ayan; quiero colarme hazia el río, que por aquí abaxo siempre suele aver buenos encuentros por las mañanas. Y quiero dar contentamiento a los ojos, pues naturalmente deleyta la vista del objecto hermoso, mayormente de mugeres. Pero hélas, van tres, y las dos muy de las manos, y aun que paresce ropa de pelo. ¡Cata, cata, por Dios, que es mi comadre Marcelia! Y que me maten si no deve llevar aquellas ovejuelas al matadero; o quiçá las trae de la charquería, y aun que la que lleva de mano que paresce de lustre. Pues la buena criança siempre paresce bien, quiero hablarlas, pues ya Marcelia me ha conoscido y pensó de se me desconoscer.
-Por demás es, señora Marcelia, el querérteme encubrir, que la luz de essa señora ha alumbrado mi vista al conoscerte. Y ansí con su licencia te beso las manos y mira si mandas algún servicio.

Belisea.- ¡Ay, por tu vida!, que le mandes passar de largo, que temo que me ha conoscido, pues me differenció de ti en el acatamiento.

Marcelia.- Mala es de ver la differencia de las dos. Pero espera, que yo le haré presto dexarnos.

/fol. liiij r/

Pinel.- ¿Di, señora, si mandas alguna cosa? Pues por el acatamiento de la compañera no llego a te acompañar.

Marcelia.- Mas antes a ella harás servicio y a mí plazer grande en que passes luego de largo.

Pinel.- Por cumplir la voluntad de essa señora y hazer tu mandado te beso las manos, y a essa dama los pies. Y perdona mi atrevimiento.
(¡O, hi de puta el diablo, y qué ojos y media frente descubrió, y qué albura de mano sacó del guante por descuydo, y qué loçanía de cuerpo de dama! ¡Doy a a la maldición esta Marcelia y si no creo que sabe quánto bueno ay en el pueblo! Voyme por sí o por no a la posada. Quiçá yrá a desembarcar con aquel flete allá en busca de algún merchante, que si assí fuesse, venderse [ha] hombre por comprar tal joya.

Belisea.- ¿Quién era aquél tan bien criado y que ansí te conoscía y que tan presto te obdesció en yrse?

Marcelia.- Es un criado de un cavallero, el más agraciado y más de los de tomo que agora pueblan la corte, y de más gloriosa fama de quantos yo avré visto.

Belisea.- En cargo te es, que ansí le loas. Pero dime el nombre del criado y quién es esse su amo.

Marcelia.- Este que agora va de aquí se llama Pinel, criado de un cavallero cuyo loor no tiene par; mancebo, gentil hombre y muy poderoso y de muy alta sangre.

Belisea.- O él no tiene nombre o le tiene tal que no deve ser para oyr.

Marcelia.- Para nombrar y loar. Por cierto, es, señora mía, aquel sin par de Floriano. ¡Ay, por Dios! ¡Jesús, Jesús, y de qué te me desmayas! ¡O, qué poco esfuerço para lo que ha de ser, si por bien es!

Belisea.- ¡Ay!, que no es nada, sino que se me torció el pie en el chapín.

Marcelia.- ¿Pues qué tal te hallas ya?

Belisea.- No te lo sabré dezir. Pero sentémonos un poco en este Prado.

Justina.- Cata, cata, y qué de reposo se sienta con Marcelia y qué olvidada está Belisea de la priessa de yr muy de mañana. No sé qué me diga d’estos secretos. Dios quiera que paren en bien. Allá lo ayan, que aquí apartada me siento, pues en no me llamar lo quieren aver a solas.

Belisea.- Agora me di, Marcelia, ¿por qué me visitas tan mal y tarde, pues sabes que no se muestra pesar contigo en casa, y aun estás bien acreditada en la reputación de mi padre?

Marcelia.- Con la enmienda en lo por venir soldaré, señora mía, las quiebras passadas; aunque yo sirvo a una señora que me da menos vagar y tiempo que yo querría para pagar semejantes deudas /fol. liiij v/ de visitaciones.

Belisea.- ¡Ay!, que no lo hazes bien en servir a nadie sino a mí, ni yo lo consiento.

Marcelia.- Y aun ansí confío yo en Dios que agora en tu servicio, como al presente ando occupada, las mercedes tuyas me harán libre de la señora que digo.

Belisea.- ¿Y quién es?

Marcelia.- La señora pobreza, que tiene don de la honra. Ansí que se llama: doña pobre honra.

Belisea.- Ayna me pudieras hazer reyr con tu señora. Dos me parescen a mí éssas, y aun que pocas casas pueblan juntas, porque de la honra también yo soy sierva. Y aun con sus importunidades de cosas differentes que manda, pierdo yo con el cuydado de cumplirlas el sueño [y] grandes y muchos ratos.

Marcelia.- Pues a mí me trae en vela de contino, pero ¿quál es la otra?

Belisea.- La pobreza, a la qual tú podrás servir, pero yo no la sirvo. Dios sea servido en ello y en todo.

Marcelia.- Mi fe, señora, pobreza a solas, sin el don que yo le doy, no la hallo yo servidumbre, porque no ay oy en el mundo gente más libre que la pobre, que de honra y todo lo es. Porque con no tener el tal o los tales qué perder, no se dexan de arriscar tras lo que les da el appetito; ni ay cosa que les sea vedada sino las que contradizen a la virtud, que a éstas la natura las aborresce. Y los ricos andan obligados a sustentar la loçanía y fausto y gala del mundo, que con ser un señor muy mal contentadizo es tan costoso que muchas vezes tras las grandes rentas les haze empeñar las almas y vender las virtudes, y arriscar los contentamientos y jugar con las vidas por vestirle de honra. Y al cabo, ni esta honra sabréys en qué o de qué es ni qué color saque ni en qué consista; porque unos le visten de lo que otros acaban de desnudar, y otros la honran y defienden donde otros la arrastran y blaspheman. Y ansí andan los ricos tras el mundo como personages sin son, perdidos por contentar [a] uno que los pobres traen por los pies y le pierden a cada passo; porque a la verdad ni haze mercedes más de por vida ni las dadas dexa gozar sino por su antojo; ni ensalza virtud ni perdona alguna falta ni olvida jamás el vituperio. Por manera que los señores, que los pobres llamamos, que porque más le sirven más entrada tienen en sus bienes, ni nunca bien le tienen ganado ni dexan de tener el cielo quasi perdido, porque como tengan mayor carga caminan menos, y como tengan más negocios tienen menos quietud. Y ansí dize la Escriptura que los ricos caen en tentaciones, aunque no lo digo por ti, pues toda /fol. lv r/ general regla tiene sus excepciones.

Belisea.- Aunque no hables contra mi persona, porque hablas contra mi estado, que voy en el cuento de los que vosotros allá lamáys ricos, quiero, tornando por mí, desengañarte, que no dize la Escritura que los ricos caen en tentaciones, sino que caerán en tentación los que quieren ser hechos ricos.

Marcelia.- ¿Pues qué me da más, ocho que ochenta, si los ochos son diezes? Que no me darás rico que con serlo no huelgue y que no le pese con el descaer del estado.

Belisea.- Dado que te conceda esso, aún no caes en el punto de la razón.

Marcelia.- Pues suplícote me la digas, porque es descanso verte sabiamente tractar lo que quieres. Y aun huelgo de tener en qué ocupar tu entendimiento en otra cosa que tu mal.

Belisea.- ¡Ay, amiga, que al fín allá quedan las rayzes! Y esto, aunque sea mondar las ramas, pero entiendo que ay ricos y ay desseosos de ser ricos. Los primeros llamo yo los que lo son desde sus antecessores, como los que tienen estados y señoríos de majorazgos o herencias seguras y rayzes. Y los tales, como desde que son o fueron, fueron ricos; con no tener que dessear ser ricos pueden occuparse en hazer grandes bienes, con estar contentos con la suerte que les dio el mundo. Pero los que son ricos, no de avolengos sino por industria, fortuna y mala ganancia, que van poco a poco o mucho a mucho augmentando el caudal para hartar el avaro appetito, éstos caerán en tentaciones de usuras, logros, robos, engaños, mentiras y olvido del divino culto por la adoración de la moneda. Y ansí, a donde los primeros que dixe en sustentar su estado, no empeñando a Dios por la hazienda ni haziendo desafueros sino con lo que tienen por proprio, pueden servir a Dios. Allí los segundos, que quieren a tuerto o derecho -como dizen- alçar casa y fama y acaudalar hazienda, hazen mil offensas a Dios y dos mil agravios a sus próximos.

Marcelia.- Altamente has provado tu intención. Pero dime si te sientes ya mejor que te vi en la iglesia endenantes, que estavas tan embarada que jamás pude sacarte un papel de la mano.

Belisea.- ¡Ay, amiga, qué grande fue mi mal no pensado! Pero dime, ¿viste lo que era el papel o sabes qué dezía?

Marcelia.- Bueno va el recado. [Ap.]

Belisea.- ¿Qué dizes?

Marcelia.- Que, mal pecado, no sé leer. Pero, ¿por qué me lo preguntas?

Belisea.- Porque le hallé en la grada del altar y no sé lo que es, y temo no sea algún mal, porque luego me sentí con las bascas que me viste.

/fol. lv v/

Marcelia.- No será sino alguna nómina de algún enfermo que la pondría delante Nuestra Señora para que tomasse virtud.

Belisea.- ¡Ay de mí!, que bien creo yo que si alguno sanó con ella que empeore yo.

Marcelia.- ¡Mas qué tacha! ¡Ay, Dios te guarde de enfermar! Pero dime, ¿tienes algún mal?

Belisea.- Déxame de preguntar lo que dicho no sabrás remediar. Y dime, mudando de plática porque me da pena ésta, ¿de dónde conosciste tú aquel mancebo?

Marcelia.- ¿Quál, mi señora? ¿A Floriano?

Belisea.- Que no, sino el de endenantes.

Marcelia.- Tan solo en ser criado de aquel valeroso y gentil cavallero de Floriano. Pues, ¡ay, señora! ¿Y de qué te turbas?

Belisea.- No te menees; está queda, que más mal se me va aparejando. Y desde agora començaré a esforçar mi flaqueza y a forçar mi voluntad.

Marcelia.- Y aún ansí te cumple Dios y ayuda. [Ap.]

Belisea.- ¿Qué dizes? No me hables tan entre dientes.

Marcelia.- Hablo ansí porque no sabe la persona si passará alguien que de palabra saque la razón, y declare la persona lo que quiere encubrir. Pero digo que yo te tengo de alegrar oy con mi compañía.

Belisea.- Ansí lo guíe Dios. Pero dime, ¿cómo tienes tú noticia de su amo de aquel mancebo?

Marcelia.- ¿Quál? ¿Floriano?

Belisea.- Que ya le sé bien el nombre. Dime lo que más sabes d’él. Y piensa que sólo me mueve curiosidad y occasión de tener qué hablar contigo.

Marcelia.- ¡Ay, mi ángel! y como en nombre del buen Floriano te quiero besar essas manos.

Belisea.- ¡Ay, amiga Marcelia!, como aunque me huelgo de te oyr, no me suena bien esso. Cata que ya sabes quánto abomino estas cosas.

Marcelia.- ¡O, qué gracia tienes aun en el enojarte, puesto que no tienes por qué culpar mi simplicidad en el hablar! Porque si te besé las manos, lo que agora torno a hazer, más en nombre de Floriano que de nadie es, porque con parescerme que a las damas deven los galanes servir, no le ay quién a ti merezca si Floriano no. Porque algunos que en mi casa entran de los suyos oyo dezir, y no acaban de contar sus loores, su llaneza, su señorío, su liberalidad, pues la edad que es de veynte y cinco para veynte y seys, que en seso paresce de ochenta. Y agora, mi señora, me dizen que anda tan malo que me ponen los criados duda en el escapar. Y si él, lo que Dios no quiera, muere, se cierra una gran puerta a menesterosos, porque a la verdad a mí me haría grande mal y a mis necessidades se quitaría un gran acorro. Y esto te digo como a mi señora, a quien desengañadamente amando doy cuenta de mis flaquezas.

/fol. lvj r/

Belisea.- No vives desengañada conmigo. Pero dime, ¿qué mal es el d’esse cavallero? Que cierto, tú lo cuentas de suerte y lo encaresces tanto que me has movido a gran lástima.

Marcelia.- ‘A otro perro con esse huesso’.[Ap.]
-Señora, no me saben dezir sus criados más de que huye toda alegría y aborresce la conversación humana y ama la soledad. Y puesto a solas, tañe como lo sabe bien hazer y canta como el que tiene linda gracia novedades y canciones en declaración de su mal.

Belisea.- ¿Y de qué en especial se quexa, si dizen?

Marcelia.- Pues no me llevarás por ay. [Ap.]
-Señora, no sé más de que dizen, que son bascas del coraçón, que algunas vezes le privan los sentidos.

Belisea.- Por mi vida, pues que si este mi anillo se pusiesse al dedo que le fuesse bien, porque tiene esta piedra [virtud] muy apropriada contra esse mal.

Marcelia.- Mejor anillo le serías tú, si quisiesses y él te tuviesse. [Ap.]

Belisea.- ¿Qué dizes si me tuviesse? Y háblame claro.

Marcelia.- ‘A buen entendedor poca parola’. [Ap.]
-Señora, digo que si no me entendiste, que si le diesses esse anillo y él lo tuviesse, que con el sanar te devería todo servicio. Pero como ni yo osé pedírtele ni el buen Floriano esté tan en tu gracia que se le quisieras dar, ansí con temor lo hablé entre dientes. Pero al fin, combidarte ha tu misericordia a que te fíes de mí, con tal seguro que en él sanando o sintiendo alivio te le tornaré; o él mesmo te yrá a besar las manos y dártele de su mano a la tuya, porque a todo esto saldré yo fiadora.

Belisea.- ¡Ay, calla!, que de ti sola lo fiaré y te lo daré para que él se aproveche tan sólo por ti.

Marcelia.- Yo le tomo con tal presupuesto. Y te beso las manos y se le llevo luego de tu parte al cavallero.

Belisea.- ¡Ay, ay, que no quiero que le lleves en essa manera!

Marcelia.- Que no digo que se le daré en tu nombre sino que por tu mandado. Pues sola lo fías de mí, yo mesma se le yré a llevar, aunque en mi vida le hable. Pero más que tanto haré yo por servirte y tornártele en tu mano como me le das.

Belisea.- Ansí lo haz. Y cierto, que holgara de verle por saber si es tanto su mal y ver lo que obra el anillo.

Marcelia.- Esso, señora, no se lo avré dicho quando vaya de ojos por tu servicio él.

Belisea.- No quiero dezir lo que entiendes, sino que holgara de que se offresciera occasión de verle, porque en el rostro le conosceré yo si tiene el tal mal.

Marcelia.- Ya, ya, entendida eres. Todo lo haré por tu contentamiento. ¿Pero dónde vas por acá oy que ay toros, según me dizen? Y aun bien sé por quién se corren.

Belisea.- No quiero más sa- /fol. lvj v/ -ber de ti. Pero voy a Nuestra Señora del Prado por huyr de no me hallar a los toros.

Marcelia.- Pues si mandas acompañarte he, aunque tenía bien que hazer. Y si has de yr, no aguardes a que entre el sol y ande más gente.

Belisea.- Anda, vete y no dexes de yrme a ver. Y ponme cobro en el anillo, que le estimo en mucho por su virtud.

Marcelia.- Los ángeles vayan contigo, que yo cumpliré mi palabra.

Belisea.- ¡A, Justina!, dame la mano y vamos de aquí, que ya se fue Marcelia y vase haziendo tarde.

Justina.- Sin duda, que ya me dormía. Pero huelgo que te alegraste con Marcelia.

Belisea.- Por cierto, que tengo de mirar de oy más por ella, porque creo que padesce necessidades y es buena muger y diligente.

Justina.- Buena obra harás, señora, en favorescerla, porque con el mal que te sobrevino en la iglesia endenantes, luego que tomaste aquel papel, ella mostró tanto sentimiento que mostró bien el amor que te tenga.

Belisea.- ¡Ay, mi Justina, que no te puedo encubrir lo que se trasluze! Porque en leyendo aquel papel me sentí y siento otra que solía, y inclinada a lo que poco antes aborrescía. Y consentir el mal no es más ya en mi mano, ni sé qué mal es el mío.

Justina.- ¡Ay, mala landre me dexe si no deve ser mal de aquel cavallero y que esta Marcelia lo ha urdido! Pero si este mal fuere, él se descubriría, porque ‘mal se asconde el fuego en el seno ni el amor en el pecho’. [Ap.]

Belisea.- ¿Qué vas diziendo? Tómame estos chapines agora que vamos ya por el campo, y déxame hasta allá yr a solas, porque yré rezando mi rosario.

Justina.- Hágase como tú fueres servida.

 


Escenas 16-20