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CAPITULO DIEZ DEL CAmino que hezimos desde la ciudad de Venecia hasta Sevilla.

 

EN VENECIA nos detuvimos mes y medio, por reparar la salud y trabajo del camino, y recoger y corregir mis libros que hallè estampados. Hospedome [48 r] un Cantor de la Señoria, que se llama Antonio de Ribera, adonde fuy en su casa tan regalado, que mis padres no lo pudieran hazer con mayor amor, que fue causa que tuviesse entera salud.

Salidos de Venecia, venimos a Ferrara, y a Bolonia, y Florencia, y Pisa, ciudades muy principales de Italia. Llegamos a Liorna puerto de Toscana en busca de las galeras del gran Duque de Florencia que yvan a Marsella por la gran Duquessa su esposa, hija del Duque de Lorena. Hallamos al gran Duque en Liorna, adonde me hizo favor que yo le besasse las manos: mandome dar posada, adonde me proveyan regaladamente, prometiome acomodar en las galeras del Papa, que las aguardava por horas, para yr en compañia de las suyas, las quales ya eran ydas adelante con las de Genova, y Malta, que por todas eran diez y seys. Yvan hermosamente armadas y adornadas, como para bodas de tan grandes Principes.

El Capitan general del Papa cumplio bien [es]se ruego del gran Duque, regalandome en la galera Capitana, dandome su mesa, y camara de popa, y assi vine hasta Marsella tan bien tratado, que no se echava menos la tierra. [48 v] Llegamos a Marsella la semana Sancta, y estuvimos la Pasqua. Las galeras quedaron en Marsella aguardando a la gran Duquessa. Fletamos un vergantin hasta Barcelona, y embarcados en el dos Ginoveses, el uno se llamava Juan Ansaldo, dos Italianos, y tres Españoles. Salimos del puerto con un poco de mal tiempo, y fuymos con pesadumbre por no bolver a Marsella, y aviendo andado como cinco leguas, nos entramos en un poco de abrigo de una caleta, porque no se podia passar adelante. Apenas haviamos llegado a poner los pies en tierra, quando vimos cerca de nosotros un vergantin. Quando lo vimos, entendimos que venian como nosotros a esperar alli buen tiempo, y no venian sino para hazer lo que dire.

Venia lleno de arcabuzeros ladrones, y aun algo Luteranos, y descubriendo sus malas personas con los arcabuzes apuntados en el rostro, les diximos que se detuviessen, y que nos davamos por rendidos, porque hazer otra cosa resistiendoles no se escusava la muerte, porque en nuestro vergantin no avia sino espadas, y dos arcabuzes mal en orden, que aunque fueran ocho eran pocos. [49 r] Estos soldados (o por mejor dezir ladrones) entraron en nuestro barco, y tomaron nos las llaves de nuestras balijas, y no quedò cosa en su lugar que no rebolvieron. Nosotros estavamos en tierra junto al agua viendo lo que passava, esperando el fin deste negocio, con tan poca esperança de la vida, mirandonos unos a otros sin hablar palabra. Era ya casi noche quando nos mandaron entrar en su vergantin, y se apoderaron de toda la ropa, y armas: bolvimos una legua mas a su estancia, a una fortaleza donde ellos bivian y salian a estos assaltos. Primero que llegassemos a su fortaleza, nos pusieron en una camara donde avia mucha paja, y junto a la dicha camara mucha leña, y todos ellos estavan defuera hablando en su lengua Francesa. Nosotros estuvimos alli encomendandonos a Dios con temor de ser alli quemados. Quiso Dios sacarnos deste temor y peligro. Llevaron nos a su fortaleza, y alli nos dieron de cenar, y sus pobres camas, donde començamos a perder el miedo. Dimos a la muger del Capitan algunos escudos de Oro, y ella nos assegurò que no havia peligro en nuestras vidas.

Passados tres dias que estavamos desta ma-[49 v]nera sin dexar nos salir desta fortaleza, adonde tambien tenian presos a nuestros marineros, tratamos de nuestra libertad, yendo y viniendo cierto Frances como tercero entre las partes. El Capitan nos pidio por cada uno cien escudos, y que nos daria la ropa. Todos diximos que no los teniamos, que hiziesse lo que quisiesse.

A este tiempo vino un hombre de Marsella desta compañia, y no supimos que recaudo traxo, mas de que el Capitan dixo luego, que no queria nada de nosotros, porque ellos eran Christianos, sino que como pobres soldados tenian necesidad. Dio cada uno los dineros que pudo, a mi me costaria como veynte y cinco escudos el rescate de la ropa. Dieramos el dia que nos prendieron por la seguridad de la vida, todo lo que teniamos.

Estuvimos aqui ocho dias, y embarcamonos con su buena voluntad. Y el Capitan y compañeros nos acompañaron tres, o quatro leguas en su vergantin, y nosotros en el nuestro. Quando se apartò nos dixo, que no bolviessemos a Marsella, que si nos tornava a tomar nos cortaria las cabeças: en esto no se engañava, porque si pudieramos, bolvieramos a Marsella a quexar de-[50 r]llos. Fuymos por esta costa de Francia dos dias, y en la Provincia de Lenguadoch, caminando al remo una mañana, vimos salir un vergantin muy a priessa de un Rio, y que entrava alguna gente de tierra en el, y començo a caminar empos de nosotros, y a costa del sudor de nuestros marineros nos alargamos dellos: y quando nos parecio que estavamos ya seguros, vimos venir un navichuelo a la vela viento en popa contra nosotros. Al principio entendimos que era navio que yva a Levante: y luego que emparejo con nuestro vergantin, amaynò, y mando que parassemos, y descubrieron se otra dozena de arcabuzeros ladrones, y Luteranos, y puestos los arcabuzes en el rostro, nos rindieron, y entraron en nuestro vergantin, y hizieron de la ropa y personas lo mesmo que los otros, despues de averles dado cada uno los escudos que en la bolsa llevavamos. Ataron nuestro vergantin a su navio, y por un rio arriba nos llevaron como una legua, junto a un pueblo que se llama Ciriñan. Esta segunda prision nos dio mas temor de morir, (segun dixo uno de los soldados a Juan Ansaldo) porque tuvo en el rostro el arcabuz para descargarle y matarme, y que no sabe como fue que dis-[50 v]paro en alto. Esto lo atribuymos a que todos a este tiempo nos encomendamos a nuestra Señora de Monserrate, haziendo voto de yr a su casa, y dezir missas. Estando en este rio passadas quatro horas, vino un cavallero Frances Alferez desta tierra, y tomo por memoria la ropa, y mando que se guardasse en el navio, y el nos llevò a una villa que estava de alli a una legua, rogandome muy importunamente que yo fuesse en su cavallo, que el yria a pie, como mas moço. Todos se lo agradecimos mucho el comedimiento. Llegamos al lugar, y a todos dieron posada. A mi me hizo llevar a su casa, adonde cenè con el, y fuy muy bien hospedado.

En este lugar reside un cavallero, señor de dos lugares, este nos recibio alegremente el dia siguiente, y dandonos seguridad (porque era Catholico) nos dixo que escriviria al Duque Memoransi, que es señor de aquella Provincia de Lenguadoch.

Era en este tiempo secretario deste Duque un Ginoves pariente y amigo de Juan Ansaldo: y luego que supo de nuestra prision, hizo su diligencia para nuestra libertad: y assi nos mandò despachar el Duque, y embiò un passaporte, para que si encontrassemos otros navios de su districto, tu-[51 r]viessemos seguridad.

Con esto salimos alegres, aunque se nos quedaron algunos escudos entre los soldados.

De aqui venimos en quatro dias a Barcelona, a donde dimos gracias a Dios por havernos escapado destos Franceses, y assi mesmo de muchas galeotas de Turcos que por la costa de Cataluña andavan, de las quales tomò un hijo de Andrea Doria nueve dellas. Digo ciertamente, que con aver andado entre Turcos, y Moros, y Alarabes, no tuvimos pesadumbre, ni peligro, sino en Francia.

De aqui fuymos a nuestra Señora de Montserrate a darle gracias de tantas mercedes como por su intercession Dios nos havia hecho. Salidos de Monserrate venimos por nuestro camino derecho a Valencia, y Murcia, y Granada, a la desseada patria de Sevilla, yo y mi compañero Francisco Sanchez con salud, donde halle muestras de contentamiento de mi llegada, especialmente del Illustrissimo Cardenal don Rodrigo de Castro, y del Cabildo de su santa Iglesia.

Yo he dado cuenta en este tratado, de mi viage a la tierra Sancta, con toda verdad Christiana, a quien quisiere saber deste ca-[51 v]mino. Ay desde Sevilla hasta Hierusalem, mil y quatrocientas leguas de yda: y por la buelta que hize por la ciudad de Damasco: hallo que de yda, y buelta, son tres mil leguas. Es facil andarlas: que pues yo las anduve siendo de sesenta años, no se porque los moços rezios, y que tienen possibilidad, emperezan de hazer este viage tan Sancto, y gustoso: que yo les certifico, que quando lo ayan andado, no truequen el contento de haverlo visto por todos los tesoros del mundo.

 

FIN.

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