[a j r]
que trata de
cómo sacó a su esposa que estaba en tierra de moros.
Assentado está Gayferos
assentado al
tablero
para las tablas
jugar.
Los dados tiene en la mano,
que los quería
arrojar,
quando entró
por la sala
don Carlos el
Emperante.
D’el que assí jugar lo vido
empeçóle de
mirar;
hablando le
está hablando
palabras de
gran pesar:
“Si también fuéssedes Gayferos
para las armas
tomar,
como soys para
los dados
y para las
tablas jugar,
vuestra esposa tiene moros,
yríadesla a
buscar.
Pésame a mí por
ello,
porque es mi
hija carnal.
De muchos fue demandada
y a nadie quise
tomar,
pues con vos
casó por amores,
amores la ayan
de sacar.
Si con otro
fuera casada
no estuviera en
captividad”.
Gayferos de que esto vido,
movido de gran
pesar,
levantose d’el
tablero
no queriendo
más jugar.
A manos toma el tablero
para averlo de
arrojar,
si no [es] por
el que con él juega,
que era hombre
de linaje.
Jugava con él Guarinos,
almirante de la
mar.
Bozes da por el
palacio,
que al cielo
quieren llegar.
Preguntando va preguntando
por su primo
don Roldán.
Halláralo en el
patín,
que quería
calvagar.
Con él era Oliveros
y Durandarte,
el galán, [a j v]
con él muchos
cavalleros
d’aquellos de
los Dozes Pares.
Gayferos de que lo vido
empeçóle de
hablar:
“Por Dios
ruego, mi tío,
por Dios vos
quiero rogar.
Vuestras armas y cavallo
vos me las
queráys prestar,
que mi tío el
Emperante
tan mal me
quiso tratar,
diziendo que soy para juego
y no para armas
tomar.
Bien lo sabéys
vos, mi tío,
bien sabéys vos
la verdad.
Si busqué a mi esposa,
culpa no me
deven dar.
Tres años
anduve triste
por los montes
y los valles,
comiendo la carne cruda,
beviendo la
roja sangre,
trayendo los
pies descalços,
las uñas corriendo
sangre.
Nunca yo fallar la pude
en quanto pude
buscar.
Agora sé que
está en Sansueña,
en Sansueña esa
ciudad.
Sabéys que estó sin cavallo
y armas, otro
que tal,
que las tiene
Montesinos,
que es ydo a
festejar
allá a los reinos de Ungría
para torneos
armar.
Pues sin armas
y cavallo,
mal la podré yo
sacar.
Por esto vos ruego, mi tío,
las vuestras me
queráys prestar”.
Don Roldán,
qu’esto oyó,
tal respuesta
le fue a dar:
“Calledes, sobrino Gayferos,
no queráys
hablar a tal.
Siete años ha
que vuestra esposa,
ella está en
captividad.
Siempre os he visto armas
y cavallo, otro
que tal.
Agora que n’os
las tenéys,
la queráys ir a
buscar.
Sacramento tengo hecho,
allá en San
Juan de Latrán,
a ninguno
prestar mis armas,
que no me las
hagan cobardes.
Mi cavallo
tengo bien bezado,
mal bezo no le
quieran dar”.
Gayferos que esto oyó,
la espada fue a
sacar,
con una boz muy
sañosa
empeçara de
hablar:
“Bien parece, don Roldán,
que siempre me
quesistes mal.
Si otro me lo
dixera,
mostrárele si
soy cobarde.
Mas quien a mí ha injuriado,
no lo váys por
mí a vengar.
Si vos, tío no
me fuéssedes,
con vos querría
pelear”.
Los grandes que allí se hallan
entre los dos
puesto se han.
Fablado le ha
Roldán,
empeçole de
fablar:
“Bien parecéys, don Gayferos,
que soys de
poca edad,
bien oystes un exemplo
que conocéys
ser verdad:
‘Que aquel que bien vos quiere,
aquel vos
quiere castigar’.
Si fuérades mal
cavallero,
no dixera esto
tal.
Mas porque sé que soys bueno,
por esto vos
quise castigar.
Que mis armas y
cavallo
a vos no se han
de negar.
Y si queréys compañía,
yo vos quiero
acompañar”. [a ij r]
“Mercedes, dixo
Gayferos,
de la buena
voluntad.
Solo me quiero ir, solo
para averla de
sacar.
Nunca me dirá
ninguno
que me vido ser
covarde”.
Luego mandó don Roldán
sus armas
aparejar.
Él encubierta
el cavallo
por mejor lo
encubertar.
Él mismo le pone las armas
y le ayudó para
armar.
Luego cavalgó
Gayferos
con enojo y con
pesar.
Pésale a don Roldán,
también a los
Doze Pares
y más a
l’Emperador,
de que solo le veen
andar.
De que ya él se salía
d’el palacio
real,
con una boz
amorosa
le llamara don
Roldán:
“Esperedes acá sobrino,
solo queréys
vos andar,
dexédesme
vuestra espada,
la mía queráys
tomar,
que aunque vengan dos mil moros,
nunca les
bolváys la haz.
Al cavallo
dalde rienda
y haga su
voluntad,
que si él vee la suya,
bien vos sabrá
ayudar,
y si vee
demassía,
d’ella vos
sabrá sacar”.
Ya le dava su espada,
toma la de don
Roldán,
da d’espuelas
al cavallo,
sálese de la
ciudad.
Don Beltrán, que ir lo vido,
empeçole de
hablar:
“Tornad acá,
hijo Gayferos,
que siempre me
toviste por padre.
Tan solamente vos vea
la Condesa,
vuestra madre,
tomará con vos
consuelo,
que tan tristes
llantos haze.
Darvos ha
cavalleros,
los que ayáys
necessidad”.
“Consolalda vos, tío,
vos la queráys
consolar.
Acuérdese que
me perdió
chiquito y de
poca edad.
Haga cuenta que de entonces
no me ha visto
jamás,
que sabéys que
en los Doze
corren malas
voluntades.
No dirá que buelvo por ruego,
mas que buelvo
por covarde,
que yo no
bolveré en Francia
sin Melisendra
tornar”.
Don Beltrán de que lo oyera
tan enojoso
hablar,
buelve riendas
al cavallo
y entróse en la
ciudad.
Gayferos en tierra de moros
empieça de
caminar.
Jornada de
quinze días
en ocho la fue
andar.
Por las tierras de Sansueña,
Gayferos mal
ayrado va,
las bozes que
yva dando
al cielo
quieren llegar.
Maldiziendo yva el vino,
maldiziendo yva
el pan,
el pan que
comían los moros,
mas no de la
christiandad.
Maldiziendo yva la dueña,
que tan sólo un
hijo pare,
si enemigos ge
lo matan,
no tiene quien
lo vengar.
Maldiziendo yva el cavallero,
que quiere
calvagar sin paje, [a ij v]
si se le cae el
espuela,
no tiene quien
ge la calce.
Maldiziendo yva el árbol,
que solo en el
campo nace,
que todas las
aves d’el mundo
en él van a
quebrantar,
que de rama ni de hoja,
al triste no
dexan gozar.
Dando estas
bozes y otras
a Sansueña fue
a llegar.
Viernes era aquel día,
los moros hazen
solemnidad.
El rey Almançor
va a la mezquita
para la çala[1]
rezar
con todos sus cavalleros,
quando allegó
Gayferos
en Sansueña
essa ciudad.
a quien pudiese
demandar.
Vido un captivo
christiano,
que andava por
los andarves.
Des que lo vido Gayferos
empeçóle de
hablar:
“¡Dios te salve
el christiano
Nuevas que pedir te quiero,
no me las
quieras negar.
Tú que andas
con los moros,
si les oyste
hablar,
si ay alguna
christiana
que sea de alto
linaje”.
El captivo, que lo oyera,
empeçara de
llorar:
“Tanto tengo de
mis duelos,
que de otros no
puedo curar.
Que de todo el día los cavallos
d’el rey me
hazen pensar,
y de noche en
honda simia
me hazen
aprisionar.
Bien sé que hay muchas captivas
christianas de
gran linage,
en
especialmente una,
que es de
Francia natural,
y el rey Almançor la trata
como a su hija
carnal.
Sé que muchos
reyes moros
con ella
quieren casar.
Por esso yd vos, cavallero,
por essa calle
adelante.
Verla heys a
las ventanas
d’el palacio
real”.
Derecho se yva a la plaça,
a la plaça la
más grande.
Allí estavan
los palacios
donde el rey
solía estar.
Alçó los ojos en alto
por ver los
palacios reales.
Vido estar a
Melisendra
en una ventana
grande
con otras damas
christianas
que estavan en
captividad.
Melisendra que lo vido,
empeçara de
llorar,
no porque lo
conosciesse
en el gesto ni
en el traje,
mas en verlo con armas blancas,
recórdose de
los Doze Pares,
recórdose de
los palacios
d’el Emperador,
su padre;
de justas galas, torneos,
que por ella
solían armar.
Con una boz
triste, llorosa,
le empeçara de
llamar:
“Por Dios os ruego, el cavallero,
a mí vos
queráys llegar,
si soys
christiano o moro,
no me lo
queráys negar.
Daros he unas encomiendas,
bien pagadas
vos serán:
cavallero, si a
Francia ydes,
por Gayferos
preguntad. [a iij r]
Dezilde que la su esposa
se le embía a
encomendar,
que ya me
parece tiempo
que la devía
sacar.
Que no lo dexa por miedo
con los moros
pelear;
debe tener
otros amores,
de mí no lo
dexan recordar.
Los ausentes por los presentes,
ligeros son de
olvidar.
Aun le diréys, cavallero,
por darle mayor
señal,
que sus justas y torneos,
bien las
supimos acá.
Y si estas
encomiendas
no recibe con
solaz,
darlas heys a Oliveros,
darlas heys a
don Roldán,
darlas heys a
mi señor,
el Emperador,
mi padre.
Diréys cómo estó en Sansueña,
en Sansueña
essa ciudad,
que si presto
no me sacan,
moza me quiero
tornar.
Casarme han con rey moro,
que está
allende la mar;
de siete reyes
de moros,
reyna me fazen
coronar.
Según los reyes que me traen,
mora me harán
tornar,
mas amores de
Gayferos,
no los puedo
olvidar”.
Gayferos qu’esto oyó,
tal respuesta
le fue a dar:
“No lloréys
vos, mi señora,
no queráys assí
llorar.
Porque essas encomiendas
vos mesma las
podéys dar,
que a mí, allá
dentro en Francia,
Gayferos me suelen
nombrar.
Yo soy el infante Gayferos,
señor de París
la Grande,
primo hermano
de Oliveros,
sobrino de don
Roldán.
Amores de
Melisendra
son los que acá
me traen”.
Melisendra que lo vido,
conocióle en el
hablar;
dexóse de la
ventana,
la escalera fue
a tomar.
Salióse para la
plaça,
donde lo vido
estar.
Gayferos que venir la vido,
presto la fue a
tomar,
abraçóla con
sus braços
para averla de
besar.
Allí estava un perro moro
para los
christianos guardar,
las bozes dava
tan altas
que al cielo
querían llegar.
Al gran alarido d’el moro,
la ciudad
mandan cerrar.
Siete vezes la
rodea Gayferos,
no falla por
donde andar.
Presto sale el rey Almançor
de la mezquita
y el rezar.
Veréys tocar
las trompetas
apriessa y no
de vagar,
veréys armar cavalleros
y en cavallos
cavalgar.
Tantos se arman
de los moros,
que gran cosa
es de mirar.
Melisendra que lo vido
en una priessa
tan grande,
con una boz
delicada
le empeçara de
hablar:
“Esforçaos, don Gayferos,
no querades
desmayar,
que los buenos
cavalleros
son para necessidad.
Si d’esta escapáys, Gayferos,
harto ternéys
que contar, [a iij v]
y sancta María,
su madre.
Fuesse tal vuestro cavallo
como el de don
Roldán.
Muchas vezes le
oý dezir
en palacio d’el
Emperante,
que se hallava cercado
de moros muchas
vegadas:
al cavallo
aprieta la cincha
y aflóxale el
petral.
Hincávale las espuelas
sin ninguna
piedad;
el cavallo
esforçado
salta de la
otra parte”.
Gayferos que esto oyó,
presto se fue
apear.
Al cavallo
aprieta la cincha
y afflóxale el
petral.
Sin poner pie
en el estribo
encima fue a
cavalgar.
Melisendra a las ancas
presto fue a
cavalgar.
El cuerpo le da
por la cintura,
porque le pueda
bien abraçar.
Al cavallo finca las espuelas
sin ninguna
piedad.
Corriendo
venían los moros,
a priessa y no
de vagar.
Las grandes bozes que davan
al cavallo
fazen saltar.
Quando fue
cerca los moros,
la rienda le
fue a soltar.
El cavallo era ligero,
púsolo de la
otra parte.
El rey Almançor
que esto vido,
mandó abrir la
ciudad.
Siete batallas de moros,
todos de çaga
le van.
Bolviéndose yva
Gayferos
mirando a todas
partes.
De que vido que los moros
le empeçavan de
cercar,
bolvióse a
Melisendra,
empeçóle de
hablar:
“N´os enojéys, mi señora,
fuerça vos será
apear,
y en esta
grande espessura
podréys,
señora, aguardar.
Que los moros son tan cerca,
de fuerça nos
han de alcançar.
Vos, señora, no
traéys armas
para aver de
pelear.
Yo, pues que las traygo buenas,
quiérolas
esecutar”.
Apeóse
Melisendra
no cessando de
llorar.
Las rodillas puestas en tierra,
como la parió
su madre,
los ojos
puestos al cielo,
no cessando de
llorar.
Sin que Gayferos bolviesse,
el cavallo fue
aguijar.
Quando fuýa de
los moros,
parece que no
puede andar.
Y quando yva hacia ellos,
yva con furor
tan grande,
que d’el rigor
que llevava,
la tierra hacía
temblar.
Donde vido la morisma,
entre ellos
fuera a entrar;
si bien pelea
Gayferos,
el cavallo
mucho más.
Tanto mata de los moros,
que no hay
cuento ni par.
De la sangre
que d’ellos salía,
todo va vuelto
en sangre.
El rey Almançor que esto vido,
empeçara de
hablar:
“O[h], válasme
tú, Alá,
esto que podía
estar,
que tal fuerça de cavallero
en pocos se
puede hallar. [a iiij r]
esse palacín
Roldán.
Este debe ser el esforçado,
Reynaldos de Montalván.
Este es aquel
de las marchas,
el esforçado
singular.
No ay ninguno de los Doze
que bastasse
fazer tal”.
Gayferos que
esto oyó,
tal respuesta
le fue a dar:
“Calle´s, calle´s el rey moro,
calle´s, no
digas a tal,
muchos otros ay
en Francia
que tanto como
essos valen.
Yo no soy ninguno d’ellos,
mas yo te me
quiero nombrar.
Yo soy el
infante Gayferos,
señor de París,
essa ciudad,
primo hermano
de Oliveros,
sobrino de don
Roldán”.
El rey Almançor que lo oyera
con esfuerço
assí hablar,
con los más
moros que pudo
encerróse en la
ciudad.
Solo quedava Gayferos,
no halló con
quien pelear.
Bolvió riendas
al cavallo
para Melisendra
buscar.
Melisendra que venir lo vido,
a recibir se lo
sale,
de que le vido
las armas blancas,
tintas en color
de sangre.
Con una boz triste y llorosa,
empeçóle de
preguntar:
“Por Dios vos
ruego, Gayferos,
por Dios vos
quiero rogar,
si traéys alguna herida
queráysmela vos
mostrar,
que los moros
eran tantos,
quiçá vos han
hecho mal.
Con las mangas de mi camissa
apretarvos he
la sangre,
con la toca que
es más grande,
yo la entiendo
de sanar”.
“Calledes, dixo Gayferos,
infanta no
digáys a tal;
por más que
fueran los moros
no me podían
hazer mal.
Que estas armas y cavallo
son de mi tío
don Roldán;
cavallero que las
trae,
ninguno le
puede hazer mal.
Cavalgad presto, señora,
que no es
tiempo de aquí estar;
antes que los
moros nos tomen
los puertos
hemos de passar”.
Ya cavalga Melisendra
en un cavallo
alazán;
razonando van
de amores,
de amores que
no en al.
Ni de los moros han miedo,
ni d’ellos
sentían parte;
con el plazer
de los juntos
el descanso es
muy grande.
De noche por los caminos,
de día por los
xarales,
comiendo de las
yervas verdes
y agua si
pueden hallar.
Fasta entrar por Francia,
en tierra de
christiandad.
Si fasta allí
alegres vinieron,
mucho más de
allí adelante.
A la entrada de un monte
e a la salida
de un valle,
cavallero de
armas blancas
de lexos vieran
assomar.
Gayferos de que lo vido,
buelto se le ha
la sangre,
diziendo a su
señora:
“Esto es mayor
pesar,
que aquel cavallero que assoma,
grande esfuerço
es el que trae. [a
iiij v]
forçado me será
pelear.
Apeaos vos, mi señora,
y venidme a la
par”.
De la mano la
traýa
no cessando de
llorar.
Y des que se vieron juntos,
comiénçanse
aparejar
las lanças y
los escudos
en son de bien
pelear.
Los cavallos ya de cerca
comiençan de
relinchar.
Conosció su
cavallo Gayferos
y empeçara de
hablar:
“Perded cuydado, señora,
y tornad a
cavalgar,
que el cavallo
que allí viene
mío es en la
verdad.
Yo le di mucha cevada
y más le
entiendo de dar.
Las armas,
según que veo,
mías son otro
que tal.
Aquel es Montesinos,
que me viene a
buscar,
que quando yo
me partí
no estava en la
ciudad”.
Plugo mucho a Melisendra
aquello si
fuesse verdad,
ya que se van
acercando
quasi juntos a
la par.
Con boz alta y crescida
empiéçanse de
interrogar.
Conócense los
dos primos
entonces en el
hablar.
Apeáronse a gran priessa,
muy grandes
fiestas se hazen,
des que ovieron
hablado
tornaron a
cavalgar.
Razonando van de amores,
de otro no
quieren hablar.
Andando por sus
jornadas
van a tierra de
christiandad.
Quantos cavalleros hallan,
todos los van
acompañar
y dueñas a
Melisendra,
donzellas otro
que tal.
Andando por sus jornadas
a París van a
llegar.
A siete leguas
de la ciudad
el Emperador a
rescibirlos sale.
Con él sale Oliveros,
con él sale don
Roldán,
con él, infante
Guarinos,
almirante de la
mar.
Con él sale don Belmúdez
y el buen viejo
don Beltrán,
con él muchos
de los Doze,
que a su mesa
comen pan.
Y con él yva Doñalda,
la esposica de
Roldán,
con él yva
Juliana,
la hija d’el
rey Julián,
dueñas, damas y donzellas,
las más altas
de linaje.
El Emperador
abraça a su hija
no cessando de
llorar.
Palabras que le dezía,
dolor eran de
escuchar.
Los Doze a don
Gayferos
gran
acatamiento le hazen.
Ténienle por esforçado
mucho más de
allí adelante,
pues sacó a su
esposa
de gran
captividad.
Las fiestas que le fazían
no tienen
cuento ni par.
[1]De zala, en DRAE, 1739: La adoración, ò reverencia, que hacen los
Moros à Dios, y à Mahoma, doblando el cuerpo, y poniendo la mano en el pecho
con varias ceremonias, y palabras.