DISCURSO SESENTA Y TRES. DE PERSEVERANCIA



En todo instituto y modo de vivir virtuosamente conviene perseverar, porque intentar aora una cosa, y luego, otra, es señal de ánimo liviano. Algunos passan del estado baxo al más alto, y no los lleva desseo de aprovechar, sino humor de novedad. Muchos mudan casa, no cansados del lugar, sino de sí mismos. Algunos, aviendo vivido bien (y es el peor género de inconstancia), dan en vicios y pecados. Si queremos salvarnos, mucho devemos procurar que, aviéndonos inspirado el Espíritu Santo algún buen propósito, y exercitádole algún tiempo, siempre insistamos en él, y con la misma promptitud | y gana que començamos le prosigamos, porque con tanto cuidado se deve procurar en el camino del Cielo el no bolver atrás como el ir adelante. Es la perseverança la túnica talar de Aarón, que llega de la cabeça a los pies. Es la cola del animal que mandava Dios se le ofreciesse. Es el calcañar que quebranta la cabeça de la serpiente, el demonio. Desto tratará el Discurso.


[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]


[1] De Enoc se dize en el capítulo quinto del Génesis que vivió trezientos y sesenta y cinco años, que anduvo con Dios, y que no pareció, porque se le llevó. Para que Dios lleve a uno, y que se salve, conviénele que ande con Dios, viviendo siempre en su servicio.

[2] De Noé se escrive también en el capítulo sexto del Génesis que anduvo con Dios, que era perfeto y halló su gracia, y que de quinientos años començó a edificar la arca, y la acabó /(403r)/ de seiscientos, y que era de novecientos y cincuenta cuando murió. El ser tan bueno y perseverar tanto tiempo en la bondad mereció que sólo él, con sus hijos y las mugeres, siendo todos ocho personas, quedassen con vida, pereciendo todo el mundo por agua. De donde merecen ser argüidos los que, no viviendo la dézima parte de esta edad, son floxos y tibios en el exercicio de las virtudes.

[3] Abraham vivió ciento y setenta y cinco años, Isaac, ciento y ochenta, Jacob, ciento y cuarenta y siete, y todos fueron gratos a Dios, de modo que quiso llamarse Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Y se entiende bien que si desde pequeña edad hasta la muerte no perseveraran en el exercicio de las virtudes, nunca llegaran a tanta cumbre de dignidad y privança. A nosotros, tanto más era conveniente perseverar en las virtudes cuanto es más breve la vida. Jacob, estando en casa de Labán, su suegro, queriendo casar con una de sus hijas, sirvióle por Raquel siete años, mas, siéndole dada Lía, sirvió otros siete, y alcançó a Raquel; sirvió otros siete, y enriquecióse de ganados y esclavos. La perseverancia del servir veinte años le dio en las manos tan florida ganancia. Es del Génesis, capítulo veinte y cinco, y veinte y nueve.

[4] Moisés fue siempre vigilantíssimo en piedad con Dios y en caridad con próximos, y Aarón, su hermano, fue constituido por sacerdote, precediendo méritos para que se le diesse tal cargo y dignidad. Y porque ambos hizieron pausa en la prosecución desta vida santa en el lugar que llamaron Aguas de Contradición, dudando en lo que Dios avía dicho por- que | no salió agua al primer golpe que dieron en la piedra, saliendo al segundo, por esta culpa no entraron en la Tierra de Promissión, sino a vista della murieron. ¿Cómo nosotros, pecando cada día, queremos entrar en la Tierra prometida a los que mueren en gracia de Dios? Necessario es dexar de pecar y hazer penitencia por lo ya pecado si queremos entrar en el Cielo. Es del capítulo diez y siete del Éxodo.

[5] Sara, hija de Raguel, afligida con la muerte de siete maridos, y perseguida, dándoselo en rostro una criada suya, perseveró en oración y fue libre de semejante angustia, quedando casada y muy contenta con Tobías, varón santo. Es del Libro de Tobías, capítulo octavo.

[6] David pecó, y limpió el pecado con la penitencia, viviendo en adelante con mayor cuidado de servir a Dios y ser humilde, por lo cual también fue después grato a Dios, como lo avía sido antes que pecasse. A cuya imitación, si interrumpiéremos el camino de la virtud con alguna culpa, bolvamos a él por la penitencia. Y porque antes de bolver al camino recto sucede venir la muerte, el apartarse dél es peligroso, el continuarle, seguro. Es del Segundo Libro de los Reyes, capítulo onze.

[7] Los que caminaron por el camino de la virtud y son estimados en las Divinas Letras son, entre los Profetas, Samuel, Natán, Elías, Eliseo, Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doze Profetas. Aunque Jonás un poco estuvo terco y distraído, mas el pece hizo que bolviesse a donde Dios le mandava, y él tornasse al camino de la obediencia. Entre los Reyes fueron, David, de que ya se ha hecho mención, Eze- quías /(403v)/ y Josías. aunque también Ezequías hizo falta en la ostentación de sus riquezas, por donde Dios le señaló castigo, y él, conociendo su culpa, pidió dilación en él, siéndole concedida hasta sus descendientes. Algunos otros reyes huvo que se salvaron, como Josafat y Manasses, mas los que en servir a Dios más se señalaron fueron tres: David, Ezequías y Josías. Consta lo dicho del Cuarto LIbro de los Reyes , por diversos capítulos.

[8] San Juan Baptista, precursor de Cristo, perseveró en ser abstinente. Nunca usó de manjares delicados, nunca bevió vino o cerveza, nunca vistió ricos adereços. Predicó en el desierto baptismo y penitencia, enseñando a los que venían a él por doctrina, de donde fue llamado del mismo Salvador «más que Profeta», y que ninguno de los nacidos de mugeres era mayor que él, y siendo varón tan constante pudo la tiranía y maldad de Herodes matarle, aunque no pudo espantarle. Es de San Marcos, capítulo sexto.

[9] Fuenos, como en todo lo demás, espejo y dechado de perseverancia el Hijo de Dios, Jesucristo, Nuestro Señor, como parece en el processo del Evangelio. Predicava a los pueblos sin cansarse, curava enfermos de diversas enfermedades. En cuarenta días ni comió ni bevió, en un desierto, desvelándose en oración y sufriendo ser tentado del diablo. Amó a sus Apóstoles hasta la fin y padeció afrentas y tormentos, muriendo en una Cruz. Nunca en el exercicio de las virtudes hizo pausa, para enseñar que devemos caminar siempre por esse camino. Y assí dixo por San Mateo, en el capítulo dézimo: «No el que comiença, sino el que perseverare hasta la fin, ésse será salvo». Y en particular es bien que | consideremos que por tres vezes oró Cristo en el huerto; no desistió de la primera vez, sino que añadió segunda y tercera, como desiste el gusanillo cargado de pecados si luego de la primera instancia no es despachado a su voluntad. Si persevera el Hijo de Dios orando, ¿cómo no persevera el hombre? Si ora el médico, ¿cómo no ora el enfermo? Si persevera clamando el que es fuente de todos los bienes, ¿cómo no perseverará el que es abismo de todos los males?

[10] Los Apóstoles y Discípulos de Cristo también perseveraron en seguirle y obedecerle. Esperaron la venida del Espíritu Santo y predicaron el Evangelio por todo el mundo, sin desistir de la predicación hasta que por martirio acabaron las vidas.

[11] De dos ciegos escrive San Mateo, en el capítulo veinte, que oyendo passar al Hijo de Dios, estando cerca del camino, le dieron bozes, llamándole hijo de David, y que, siendo amenazados porque callassen, davan mayores bozes. Perseveraron en su demanda y alcançaron la vista que pretendían.

[12] Ni fueron agenas desta virtud mugeres. San Lucas, en el capítulo segundo, haze mención de Ana, hija de Fanuel, que estuvo casada siete años, y, muerto el marido, perseveró en estado de viuda hasta el año ochenta y cuatro de su edad, entretenida en oración y ayuno en el templo. De la Cananea dize San Mateo, en el capítulo quinze, que perseveró pidiendo a Cristo salud para su hija, sin cansarla sus desvíos ni acedarla sus desdenes, llamándola perra, sino que al cabo alcançó lo que desseava y vido sana a su hija, que estava endemoniada. De la /(404r)/ Magdalena dize San Juan que fue al monumento, y, visto que avía resuscitado el Salvador, corrió a dar la nueva a los Apóstoles, y bolvió segunda vez al monumento con San Pedro y San | Juan. Y aunque ellos se bolvieron, visto que el cuerpo no estava allí, ella perseveró buscándole hasta que le halló, no contentándose con ver ángeles hasta que vido a su desseado maestro.

Lo dicho es de la Divina Escritura. |


[EJEMPLOS CRISTIANOS]


[1] San Policarpo, obispo de Esmirna, discípulo de San Juan Evangelista, estando preso por la confessión de la Fe y en presencia de un procónsul, començóle a hablar blandamente, diziendo que mirasse su edad y canas, y tuviesse duelo de sí, que adorasse a los dioses a quien los emperadores de Roma adoravan, y se libraría de la muerte. Respondió San Policarpo:
-Ochenta y seis años ha que sirvo a Jesucristo, y siempre me ha ido bien en servirle. Aora, por dos días que me quedan, ¿quieres que me aparte de su servicio?
Sentencióle el procónsul a quemar. Llevaron el Santo Pontífice a una plaça, donde él mismo por sí se desnudó sus vestidos, con grande ternura y lágrimas de muchos cristianos que estavan a ver este espectáculo. Hizo una devota oración a Dios, dándole gracias por averle traído a punto que diesse por Él su vida y fuesse contado en el número de sus santos mártires. Querían los verdugos clavar con clavos en un madero al Santo Pontífice. Él les dixo:
-No guardáis justicia, que la sentencia que el procónsul dio contra mí sólo dize que sea quemado vivo. Si es porque no huiga del fuego, no os dé pena, que más le amo que vosotros pensáis. Toda mi vida le he desseado; aora, que le tengo, no le dexaré.
Con todo esso, le ataron con sogas al madero, estando en medio de un amfiteatro. Y pegando fuego, y levantando la llama, apartávase del glorioso san- to | a una parte y otra. Salía un olor como de encienso del fuego, y participavan dél los circunstantes. Viendo esto los verdugos, hiriéronle con lanças desde fuera, y assí dio su alma al Señor, quedando su cuerpo sin lesión alguna de las llamas. Es de Eusebio Cesariense, libro cuarto, capítulo catorze y quinze, y libro quinto, capítulo veinte, y de Nizéforo, libro tercero, capítulo treinta, y treinta y cuatro.

[2] San Alexo, hijo de Eufemiano, patricio de Roma, mucho se mostró perseverante en estar en casa de su padre en un rincón despreciado, padeciendo graves persecuciones, assí de necessidades corporales como de muchos malos tratamientos que le hazían los criados de su padre, no conociéndole. Ni esto sólo le atormentava y dava pena; otro era que, aviendo sido desposado, y dexado a su esposa sin tocarla la noche de su desposorio, estava con su suegra, sin averse podido acabar con ella que bolviesse a casa de sus padres. Las dos juntamente lloravan, la una a su hijo, y la otra, a su esposo. Y con ser palabras las de ambas que quebrantaran las piedras, y oírlas muy de ordinario Alexo, no hizieron mella en él por diez y siete años. Los cuales cumplidos, él acabó la vida, y ellas acabaron de conocer al que lloravan ausente, teniéndole presente, y todo el mundo conoció su santi- dad, ganada por medio de su perseverancia. Refiérelo Surio, tomo cuarto.

[3] Taraco, soldado primero de César y después de Cristo, estando en la ciudad de Tarso, en presencia de Máximo, preso por la Fe de Cristo, preguntóle cómo se llamava y quién era. Él confessó ser cristiano.
-Lo que tú -dize- tienes por crimen y delito, es mi ornamento y apellido, y si quieres saber el nombre que me pusieron mis padres, llámome Taraco. Fui soldado, y dexé el exercicio y vida militar porque, si un tiempo me precié de las armas corporales, ya me precio de las espirituales, con las cuales somos poderosos para destruir al adversario. Por tanto, haz en mí lo que bien visto te fuere, que yo pienso con el favor de mi Señor Jesucristo, que mora en mí, serte estímulo y perturbación. Ni pienses, porque me vees viejo lleno de canas, que me podrás atemorizar o vencer, porque soy moço en la fuerça de ánimo.
Enojóse el juez de oír esto. Mandóle herir en el rostro y cuello, y duró tanto este tormento que, teniendo lástima dél algunos presentes, aconsejávanle que se retruxesse de lo que avía dicho y confessasse aver hablado mal. El mártir dio una bien acertada respuesta, diziendo:
-Sesenta y seis años ha que hablo desta manera, ¿y queréis que en una hora dexe lo que adquerí y usé en tan largo tiempo? Nunca Dios lo permita. Ni aunque venga otro Máximo más importuno y cruel que éste, no será parte para mudar mi propósito.
No pudiendo el juez oír palabras tan libres, hízole açotar con varas cruelmente. Después le hizo desollar la cabeça, y que le pusiessen brasas sobre ella. Hízole cortar las orejas y labios. Mandóle atravessar el cuerpo con assadores ardiendo, y que le cortassen | las piernas y los braços, y sacar los ojos. Echóle una leona que le despedaçasse más de lo que estava, y al cabo le mandó cortar la cabeça, estando el santo mártir perseverante en la Fe y en padecer alegremente semejantes martirios y la muerte. Refiérelo Surio, tomo quinto.

[4] Teridates, rey de Armenia, desseando que Gregorio, hijo de un noble persiano que tenía en su compañía y era cristiano, dexasse la Fe y adorasse sus falsos dioses, primero con buenas palabras, y después con terribles tormentos, intentó probar su constancia. Y porque Gregorio mostró en padecer gran perseverancia, merece bien que se haga dél mención en este Discurso, y le autorize y honre con su ilustre martirio. El cual començó el fiero y cruel Teridates con mandarle poner un gruesso palo en la boca, haziéndosela abrir tanto que la desgarraron y quedó fuera de su lugar la parte inferior. Colgáronle luego por los braços en alto y cargáronle los ombros con piedras de sal, que en Armenia las ay muy grandes y de mucho peso, y desta manera estuvo siete días, dándole Dios fuerças para no morir, aunque las de naturaleza le avían faltado, assí por el tormento, que era excessivo, como por el no comer en tanto tiempo. Después desto, hablóle el rey y preguntóle si avía mudado parecer, y si pensava sacrificar a los dioses. Y como le hallasse con la primera constancia, diole otros tormentos no más clementes que los primeros. Hízole colgar de un pie, y que debaxo le pusiessen fuego de estiércol muy humoso, y que diez verdugos le açotassen con crueles varas. Y assí era excessivo su tormento, porque los açotes le hazían apressurar el anhélito, y el humo /(405r)/ le impedía, no dándole lugar a que respirasse, sino que el vapor y humo del estiércol se le entrava en las entrañas. Otros siete días le tuvo colgado del pie, dándole Dios vida miraculosamente, y después dellos, mandóle traer el rey a su presencia, donde conoció de sus palabras que con mayor voluntad quería dexar esta vida que la Fe de Jesucristo. Pensó otros tormentos con que atormentarle. Hízole poner entre unas tablas los pies, y apretáronlos tanto con una cuerda que vinieron a distilar gotas de sangre por los dedos. Y no le avían bien quitado los pies de aquella aflición cuando le mandó hincar clavos en sus plantas, y forçóle a que corriesse con ellos, quedando el suelo bañado en sangre. Y aunque el dolor que padecía era grande, el amor que tenía a Jesucristo era mayor, y mostrávalo en padecer alegremente este tormento, pues, compelido a que corriesse con los clavos en los pies de unas partes a otras, cantava aquel verso de David que dize: «Caminando ivan y lloravan esparciendo la semilla de su doctrina; mas darán la buelta con regozijo, trayendo el fruto en manojos». Teridates, que le oyó cantar, más indignado, mandóle tender, el rostro al cielo, y que le apretassen en una prensa la cabeça, y con un cañuto le echassen dentro de las narizes salitre y sal, desatado con vinagre, el agro y el humo de lo cual se le entró por lo interior de la cabeça hasta los sesos. Después, halló otro modo de atormentar en que se mostró su crueldad y la fortaleza del mártir, y fue que hizo enchir un cesto de hollín, y dentro dél pusieron la cabeça del mártir, ligándosele al cuello, de modo que no se le podía quitar, ni él sacar la cabeça, y desta manera estuvo seis días. Veni- do | el séptimo, el rey le hizo llamar, y burlando dél como solía, le dixo:
-¿De dónde vienes? ¿Has estado por ventura en aquel reino, y gozado de aquellos bienes que tanto alabas y esperas alcançar?
El glorioso mártir, libremente y con grande confiança, le respondió:
-Aún no he ido, o rey, a aquella inefable ciudad, porque todavía estoy preso en esta pesada carga del cuerpo, y por lo que he padecido por Dios espero verme en su gloria, donde estará Jesucristo hecho juez, no sólo de los hechos, sino también de los pensamientos y desseos del coraçón, sin escondérsele cosa alguna, y a cada uno dará lo que sus obras merecieron. Y en aquel tiempo, ¡ay de tí, y en qué peligro te verás, y a qué tormento serás condenado!
El tirano, oyendo estas palabras, más indignado, mandóle levantar en alto de los pies, y por las partes inferiores echarle en el vientre, con un instrumento acomodado para este fin, cantidad de agua. Tormento vergonçoso para cualesquiere ojos, como no fueran los de Teridates, los cuales sufrían verlo por estar en aquél que tenía la alma llena de vicios y maldades, y por lo mismo, sucia y asquerosa. Visto, pues, que ni este tormento avía mudado punto la voluntad de Gregorio, tornóle a hablar con blandas palabras, pidiéndole que sacrificasse a sus ídolos. El santo le respondió:
-Yo sacrificaré, mas será a mi Salvador sacrificio de alabança, porque a dioses que carecen de sentido y entendimiento, que no tienen alma y están sordos, no permita mi Cristo que yo los honre con hecho o con palabra, aunque se me den graves tormentos.
Con estas palabras se ahogava Teridates de enojo. Hizo colgar otra vez al mártir, y que con uñas de hierro rompiessen los /(405v)/ costados del que era más duro y fuerte que el mismo hierro, hasta que de su cuerpo caían fuentes de sangre que teñían la tierra. Y estando todo abierto y despedaçado, echáronle sobre abrojos de hierro y rebolcáronle en ellos, trayéndole assido de los cabellos de unas partes en otras. El valiente soldado de Cristo, hecho un lago de sangre, no florecía menos que las generosas plantas cuando están bien proveídas de agua. El rey, viéndole tan atormentado, con sobervia grande le dezía:
-¿Donde está, Gregorio, tu Dios, en quien confías? Venga aora a librarte de mis manos.
Y con esto, le hizo llevar a la cárcel. El día siguiente le mandó llamar, y hallóle muy alegre y contento, y su cuerpo sano como si ningún tormento huviera padecido, aviéndole dexado tan despedaçado que le parecía no quedarle dónde se pudiesse entretener su vital aliento. Admirávase de verle, y la admiración no le mudava de quien era, antes pensava el ignorante vencer la invencible alma. Hízole poner en las piernas unas calças de hierro, y apretárselas con tornillos, y colgándole en alto, le dexó en esse tormento por tres días. El santo mártir hazía burla de todo ello y desengañávalos, que pensavan mudaría parecer. Mandó luego derretir plomo en una caldera, y, hecho fuego, derramarlo sobre el mártir, no mostrando él sentimiento alguno por esto. Y era prueva dello que, al mismo tiempo que estava en el tormento, reprehendía libremente al rey de su error y enseñava a los presentes el camino de la verdad. Espantávase el armenio rey de ver esto, y considerando que no valían con él tormentos, quiso grangearle con engaños, prometiéndole grandes riquezas, deleites y honras. Y cre- yendo | que el rey lo dezía de veras, uno de los sátrapas, que conocía bien a Gregorio, dixo:
-No es lícito que éste viva ni goze la vista del sol, como sea hijo de Anac Persa, el cual con engaño mató a tu padre Cusaro y entregó al tirano rey de los persas el reino de Armenia, quedando en captiverio y sujeción.
Como esto oyó Teridates, y certificado de lo que ya él tenía alguna noticia, con zelo rabioso de la sangre de su padre, cessó de hazer promessas a Gregorio y determinóse en quitarle la vida. Y assí, atado de pies y manos, le mandó echar en un lago muy hondo que estava cerca de la ciudad de Artaxat, cenagoso, lleno de serpientes y bestias ponçoñosas. Era fábrica antigua hecha por los armenios para echar allí hombres facinorosos, y era de suerte que ningún condenado pudo durar en él sólo un día sin ser muerto. En este lago fue echado el victorioso Gregorio, mas baxó un ángel que lo desató y sacó a la orilla de aquella agua cenagosa, aunque dentro de la misma profundidad, donde por milagro le sustentó Dios la vida catorze años, llevándole una devota viuda que vivía en Artaxat un pedaço de pan cada día, amonestada de cierta visión. Su comida era ésta, y su bevida, de la agua del mismo lago, que por estar enponçoñada a otro quitara la vida. Su vista era ofendida con aquellas bestias, su olfato, con olor malíssimo. Apenas tenía un pedaço de tierra para recostar su cuerpo. Allí estava el día y la noche; si llovía, si nevava, a todo se hallava sujeto. Su consuelo era levantar los ojos y mirar al Cielo, gastando lo más del tiempo en oración. Mas, passados los catorze años, aviendo Dios castigado al cruel Teridates, assí por lo que usó con Gregorio como por otras cruel- dades /(406r)/ con que martirizó muchos cristianos, estando loco furioso, despedaçándose con los dientes sus carnes y pareciendo a sus vassallos puerco (y no sólo el rey padecía este castigo, sino muchos de sus sátrapas y gente principal del reino que le avían seguido en sus crueldades), fuele revelado a una hermana del rey que estava su remedio en manos de Gregorio, si le sacavan del lago. Ella lo publicó, y aunque al principio lo tenían por cosa de burla por aver tantos años que Gregorio se juzgava por muerto, mas fueron al lago. Diéronle bozes, respondió, sacáronle de allí, y no sólo fue remedio del rey, sino de todo el reino, que por su ocasión se convirtió a la Fe de Cristo, siendo su perlado y pastor. Dízelo Simeón Metafraste, y refiérelo Surio, tomo quinto.

[4] Daniel Estilita, siendo monge y oyendo dezir de un santo ermitaño, llamado Siméon, que hazía vida de gran penitente sobre una columna levantada de tierra, y tan ancha que sólo podía estender en ella su cuerpo, quiso imitarle, aviéndole visto y hablado, y cerca de Constantinopla, en la halda de un monte, favoreciéndose de un devoto varón llamado Marco, levantó la columna y subió en ella. Pesóle dello al demonio. Incitó a un Gelasio, que se dezía ser señor del campo donde la columna estava, el cual habló a Daniel ásperamente, porque sin su consentimiento avía levantado allí columna para residir en ella. Fuese luego a quexar al emperador, aunque no le oyó. Tratólo con Genadio Patriarca, el cual, bien acompañado, salió de la ciudad con intento de quitar a Daniel de la columna y castigarle. Mas bolvió el Señor por él, embiando una tempestad de agua, viento, con truenos y | rayos, que él y todos los que le acompañavan pensaron ser muertos. Y con todo esto, no se apartava de su intento, hasta que algunos varones devotos le dixeron que la columna no se avía puesto en tierra de Gelasio, y que antes podía recebir bendición en sus frutos por tal vezino que daño. Con esto se aplacó el Patriarca, y quiso verle. Como llegó a él, mandóle que baxasse de la columna, que luego se subiría, y baxando al sexto escalón de una escalera de palo que le pusieron, vídole los pies muy hinchados y llenos de llagas, de aver estado tanto tiempo en pie. Tuvo dél compassión y díxole que se tornasse a subir, pidiéndole perdón del intento con que al principio venía. Hízole después otra columna más alta y estendida, y dio noticia al emperador de su vida. El santo començó a ser claro por milagros de personas que le llevavan endemoniadas y enfermas. El emperador León, como no tuviesse hijos, encomendóse a este varón admirable, el cual hizo oración por él, y luego le embió a dezir que Dios le avía oído y que la emperatriz concibiría, y assí sucedió. Y el emperador, en memoria deste beneficio, le edificó otra columna mejor y más comoda que las dos que avía tenido. Visitóle la emperatriz Eudoxia y hablóle con grande reverencia. Quisiera que dexara la columna y viviera en un monasterio que le ofrecía, y grandes possessiones, mas él no quiso aceptarlo, aunque le agradeció lo que le ofrecía. No desistía el demonio de le hazer guerra, y tomando por instrumento ciertos hereges de Constantinopla, por dádivas que prometieron éstos a una muger perdida, llamada Basiana, acabaron con ella que bien adereçada se fuesse a la columna y procu- rasse /(406v)/ provocar a pecado deshonesto a Daniel o a alguno de sus discípulos que ya tenía, y estavan cerca de la columna en celdas. Fue la engañosa muger, y aunque estuvo junto a la columna algunos días fingiéndose enferma, en cosa alguna no pudo dañar al santo o a sus discípulos, y no obstante esto, bolviendo a los hereges por sacarles el dinero que le avían prometido, dixo algunas mentiras, que ellos publicaron en deshonra del santo. Mas bolvió Dios por él, y dio lugar a un demonio que se apoderassse de la falsa muger, y publicava la verdad, confessando que era mentira todo cuanto de Daniel avía dicho, y como los hereges la avían impuesto en lo que hizo y dixo. Por donde, teniendo algunos católicos compassión della, la llevaron al siervo de Dios para que la curasse, y él la curó y perdonó. Començó un invierno tan áspero, con tantos vientos, fríos y eladas, que las gentes en mucho regalo no lo podían sufrir; pues ¿qué haría el glorioso Daniel sobre su columna? Mayormente que llegó a ser tanta la agua y tempestad que se cayeron algunas piedras de la columna, aunque estavan entre sí assidas con fuertes barras de hierro, y él quedo en muy pequeño espacio y sitio, combatido de intolerables tormentas. Sus discípulos, estando abaxo en sus celdas, lloravan amargamente y pensavan que no podría librarse de muerte en aquel estraño exercicio y combate. Mas era tanta su perseverancia y confiança en Dios que no temía ni la misma muerte. La tempestad se aplacó, y el emperador fue a ver al santo, y en el camino le derribó su cavallo, de modo que la corona se le cayó de la cabeça, y muchas piedras y perlas se esparcieron por el suelo. Mas, siendo | a vista de Daniel, con su oración le libró, que no se hizo daño en su persona. El cavallerizo del emperador, que se llamava Jordanes y era de secta ariana, temió que se atribuiría a su descuido aquella caída. Fuese a San Daniel para que le favoreciesse, el cual le prometió que le pondría en gracia con el emperador si dexasse la secta de Ario. Y como él se reduxesse a la Iglesia Católica, escrivió el santo al emperador una carta en esta manera: «Jordanes ha dexado su error y reduzídose a la verdad de la Iglesia. Ha venido a mí para que le alcance de ti perdón». Respondió el emperador: «De mi caída yo fui la causa, pues osé estar a cavallo en tu presencia y no me puse a pie lexos de tu sagrada columna. Yo me guardaré en adelante de caer en semejante error. Con Jordanes yo no tengo enojo, sino me huelgo, pues mi caída del cavallo fue causa que se levantasse él estando tan caído». El invierno siguiente fue aún más cruel que el passado, y demás de las tempestades y vientos que le combatían, cargó mucha nieve. Llevóle el viento la capilla de la cabeça y echósela en un valle, y assí la nieve y ventisca le dava en el rostro, sin tener con qué defenderse, y desta manera, (¡oh alma invencible!), por toda una noche sufrió la crueldad del tiempo, la nieve y hielo. Vino el día, y no cessava la tempestad, antes tomava más fuerça, y sus discípulos no podían valerle desde sus celdas por la mucha nieve que caía, y no avía persona que le diesse favor. Todo aquel día y la noche siguiente sufrió el generoso varón, con admirable perseverancia, la crueldad del tiempo tempestuoso y áspero. Venido el día tercero, pusieron sus discípulos la escala a la columna, y subiendo hasta cerca dél, vieron un espectá- culo /(407r)/ (¡o, Santo Dios, y cuanto sufren los que te aman!) digno de admiración. Avíale llevado el viento la mayor parte del hábito, y estando casi desnudo, tenía el rostro y los cabellos, con parte del cuerpo, cubierto de nieve elada y carambanos, de manera que representava hombre hecho de nieve y yelo. Parecióles que estava muerto. Subieron agua caliente, y con ella le derritieron y desataron el yelo. Después le bañaron y limpiaron con unas esponjas, y con esto bolvió en su sentido. Cobró su espíritu y boz, y como si resuscitara, dixo:
-¿Para qué usáis comigo de tanto regalo, mayormente estando yo durmiendo, que cierto, luego que invoqué el favor del Señor, me quedé dormido? Con todo esso, Dios os haga bien, hijos míos, pues tenéis tanto cuidado de vuestro padre. Dame alguna cosa que me vista, no porque tenga necessidad de calor, sino porque me avergüenço de estar desnudo.
Con esto, le truxeron otro hábito, pusiéronsele y quedó como de primero en su columna. Grandes maravillas hizo Dios por su siervo Daniel. Llegó el fin de sus días y murió santamente. Escrive lo dicho Nizéforo Calixto, libro quinze, capítulo veinte y dos.

[6] Eulogio, natural de Alexandría, muy sabio en letras humanas y muy rico, distribuyó a pobres grandes haziendas que tenía, quedándose con lo que era necessario para vivir templadamente. Vido un día en la plaça un paralítico, y teniendo lástima dél, con intento de obligarse, dixo, hablando con Dios:
-Señor mío, en tu nombre recebiré a este hombre impedido con tan grave enfermedad hasta el día de su muerte o la mía, para que por su medio pueda yo salvarme. Por tanto, Dios mío, favoréceme, y para tal servicio da- me | paciencia.
Y, buelto al enfermo, díxole:
-¿Quieres, hermano, irte a mi casa, donde te sustentaré lo mejor que pudiere?
Respondió el pobre que de buena gana. Llevóle consigo, y túvole en su casa quinze años, alimentándole y regalándole con grande solicitud, y en todo este tiempo sufrió con paciencia sus importunidades. Dávale por sus manos a comer, curávale y lavávale como mejor convenía para su salud. Passados los quinze años, por persuasión del demonio, el paralítico, no acordándose de lo que Eulogio avía hecho y padecido por él, tratávale mal de palabra, injuriávale y afrentávale diversas vezes, diziendo:
-Fugitivo, que te tragaste y comiste tu patrimonio y hazienda, ¿piensas que con lo que hazes comigo ya te ha Dios perdonado y tienes cierto el Cielo?
Eulogio le rogava que callasse, y satisfaziendo a sus quexas, le dezía:
-No hables, señor mío, tales cosas. Antes, me di en qué te he enojado, y enmendáreme.
El enfermo, con más furor, oyendo esto, le dezía:
-Vete, vete de aí, que no me agradan essas lisonjas. Buélveme a la plaça donde me hallaste, que no tengo necessidad de tus piedades tan costosas.
Replicava Eulogio:
-Suplícote, señor, que te quieras aplacar o me digas en qué te he enojado.
Con estas palabras se mostrava más impaciente el paralítico, y dezía:
-No puedo sufrir tus engañosas burlas y que mofes de mí. No me es agradable esta vida que llevo en tu casa, estrecha y estéril, porque me quiero hartar de carne.
Eulogio le truxo carne en abundancia y le hizo comer della. Y con todo esso, el enfermo dezía:
-No puedes satisfazer mi voluntad, ni vivir yo contigo solitario, porque desseo ver el pueblo y lo que en él passa.
El paciente Eulogio le dixo:
-Pues yo haré que /(407v)/ vengan aquí algunos religiosos para que hables y converses con ellos.
Más airado se bolvía el paralítico oyendo estas suaves palabras, y dezía:
-¡Ay de mí! Enfádame ver tu rostro, ¿y quieres que vea otros semejantes a ti? Eres un tragador de pan, ¿y piensas entretenerme y engañarme a que haga lo que tú hazes?
Y meneando la cabeça, dezía:
-No quiero conversación en casa, sino que me lleven a parte donde vea gentes. No me tengas aquí forzado, llévame al lugar donde me hallaste.
Tanto era el furor que el demonio avía en él levantado que, si tuviera manos, hiziera un laço y se colgara dél y desesperara. Muy triste quedó Eulogio de oír esto. Fue a hablar a algunos monges y díxoles:
-¿Qué haré, que el tollido me haze desesperar?
Preguntáronle la causa, y respondió:
-Son duras las palabras que me dize, véole desesperado, no puedo echarle de comigo, porque prometí a Dios de le servir y regalar toda la vida. Si le dexo en casa, no ay sufrir tan malos días y noches.
Dixeron los monges:
-Pues, ¿sabes dónde reside el gran Antonio? Pon el enfermo en una barca y vete a él, y lo que te mandare piensa que te lo manda Dios, pues él te dirá lo que a Él le agrada.
Pareció bien este consejo a Eulogio, y con blandas palabras llevó su enfermo al mar, y en una barca le passó al monasterio del grande Antonio. El santo abad vino del desierto el día siguiente, donde se estava solo ocho y diez días. Llegó a hora de vísperas, vestido un hábito de pellejos. Cuando llegava solía preguntar a Macario, su discípulo, si avían venido algunos hermanos, y si le dezía que sí, replicava si eran de Egipto o Jerusalem. Y sabía ya Macario que por los de Egipto entendía personas indignas de su conversación, que | sólo por curiosidad de ver los milagros que hazía le visitavan; por los de Jerusalem entendía varones espirituales. Assí, conforme a su costumbre, preguntó si eran de Jerusalem o de Egipto. Respondió Macario que de unos y otros. San Antonio replicó:
-Pues cueze unas lantejas y comeré con ellos.
La misma tarde, estando assentado, llamava a cada uno de los que avían venido a verle, y dávales remedio, y, siendo ya de noche, llamó tres vezes a Eulogio, y él no respondía, pensando que algún otro se llamava assí. La cuarta vez, dixo San Antonio:
-A ti llamo, Eulogio, que veniste de Alexandría.
LLegó Eulogio, y dixo:
-¿Qué me mandas, señor?
San Antonio replicó:
-¿A qué has venido aquí?
Respondió Eulogio:
-El que tuvo por bien de revelarte mi nombre te avrá ya descubierto la causa de mi venida.
Dixo el santo:
-Bien sé a lo que as venido, mas cuéntalo en presencia destos hermanos, porque todos lo entiendan.
Eulogio refirió el caso como avía passado, y al cabo dixo:
-Por esto pensé dexarle, mas vine a ti, o padre, para que tengas por bien de enseñarme con tu consejo y favorecerme con tus oraciones, porque cierto estoy fatigado con diversos pensamientos.
San Antonio, con severa y enojada boz, dixo:
-¿Tú le echas de ti, Eulogio? Pues no le echa de sí el que le conoce que fue por Él hecho. Si tú le echas, otro mejor hallará y escogerá Dios que lo recoja, estando desamparado.
Con grande temor quedó Eulogio oyendo esto. Después, San Antonio se bolvió al enfermo, y dixo en boz alta:
-Tollido espantoso, lleno de cieno y lodo, indigno de la Tierra y del Cielo, pues injurias a Dios, ¿no sabes que el que te sirve es Cristo? ¿Cómo has osado hablar contra Cristo tales palabras, pues por Cristo se /(408r)/ sujetó éste a servirte y regalarte?
Aviéndole reprehendido ásperamente, dixo:
-Ninguno de vosotros se vaya a otra parte, sino bolved en paz a la casa donde tanto tiempo avéis vivido, que no tardará el Señor de embiar por vosotros. Sabed que os ha sucedido esta tentación porque estáis muy cerca del fin de vuestra vida, y cada uno a punto de conseguir la corona. Por tanto, no os apartéis de en uno, si no queréis perder lo ganado.
Eulogio se bolvió con el paralítico en mucha paz y concordia a Alexandría, y dentro de cuarenta días murió Eulogio, y al tercero día, el paralítico, aviendo hecho penitencia de sus impaciencias. Sufrir a un enfermo, aun bien acondicionado, un día, es mucho a quien no le tiene obligación; sufrir a un paralítico sin tenérsela, y siendo mal acondicionado, quinze años, como le sufrió Eulogio, mucho es. Bien mostró la virtud de perseverancia. Refiérelo Paladio en su Lausiaca.

[7] San Pablo, el Primer Ermitaño, perseveró en servir a Dios desde edad de diez y seis años, hasta el de ciento y treze, en que murió, sin ver a hombre, si no fue al gran Antonio. El cual también entra en número de los que perseveraron en la soledad, desde edad de diez y ocho años hasta el de ciento y cinco, que fue el de su muerte. Cuyo discípulo Paulo, llamado el Simple, viniendo a pedirle el hábito, y saliendo a la sazón del monasterio San Antonio, díxole que esperasse hasta la buelta, y como tardasse tres días, un punto no se apartó de la portería, sin que bastasse hambre, sed o sueño a quitarle de allí, y estuviera más tiempo si más tardara en venir el santo abad, que, vista su perseverancia, le admitió a la religión. Y dio maravillosa cuenta de | aquel estado, porque, entre otras pruevas, fue una que por cierta indiscreta pregunta que hizo, le mandaron callar, y no habló en tres años, aprendiendo en este tiempo lo que es bien callar y lo que es bien hablar. Refiérelo Marulo, libro quinto.

[8] Simeón, de treze años fue a pedir el hábito al abad Timoteo, y negándosele por de poca edad, estuvo cinco días a la portería sin comer y sin bever, aparejado a morir si no le recebían; hasta que, vista su perseverancia por el abad y los demás monjes, le admitieron. Y si es verdad lo que dél se dize, ninguno en su tiempo trató su cuerpo con mayor aspereza. Es del De Vitis Patrum.

[9] Mucio estuvo tanto tiempo a las puertas del monasterio rogando que le admitiessen a la religión con un hijo suyo pequeño, que, contra lo acostumbrado en aquel monasterio, fue recebido. Alcançó con su constante propósito lo que vedava la regla monástica de que no se recibiessen niños, ni hijos con sus padres, porque era llamado del que es sobre la ley y regla. Y no hizo esto Mucio porque no podía ser apartado de su hijo, sino porque desseava juntamente salvarse con él. Y assí, quiso más ofrecerle a Cristo que dexarle en el mundo. Es del De Vitis Patrum.

[10] En el monasterio del abad Siscio estava un monge anciano privado de la vista, el cual tenía celda fuera de la congregacion del desierto, y distava del poço donde se proveía de agua casi mil passos, y para ir por ella tenía una soga atada desde su celda al poço, y iva pisando sobre ella, y si la cubría de arena el viento sacudíala con la mano, y guiávase por ella. Padecía en esto trabajo, y compadeciéndose dél otro /(408v)/ monge moço, díxole:
-Padre, yo quiero ahorrarte del trabajo y irte cada día por agua.
Respondió el viejo:
-Hijo, no quiero que hagas esso por mí, porque si me ahorrares del trabajo, también me harás indigno del premio que se consigue con la perseverancia.
Es del Prado Espiritual, capítulo ciento y sesenta y nueve.

[11] Grande fue la perseverancia de tres monges: Pesio, Juan y Elpidio. El primero, por cuarenta años guardó un general ayuno de no comer en todo el día hasta que era puesto el sol. Y assí dize dél Cassiano, en la Colación quinta, capítulo veinte y siete, que en todo este tiempo no le vido el sol que huviesse comido; antes que él se pusiesse, no le vido comer. Juan, el segundo, con presidir a grande número de monges y aver de regirlos y governarlos, por otros cuarenta años nunca le vido el sol airado. Elpidio, el tercero, por veinte y cinco años tuvo oración, buelto el rostro al oriente, que sólo dexava este santo exercicio por cumplir con las necessidades del cuerpo. No tenía por malo orar buelto al occidente o a otra parte, sino que quiso ser señor de sí para que, refrenando su cuerpo de lo que era lícito, más fácilmente le refrenasse de lo ilícito. Es de Paladio en su Lausiaca.

[12] Teodoro Monge, discípulo de Pacomio, fue sumamente perseguido de su madre que dexasse la vida monástica y se fuesse con ella. Y con traer cartas y licencias de los superiores para que lo hiziesse, él no sólo no lo hizo, mas la vista de su madre escusó, porque no pareciesse que tornava a su rostro el ojo que por escandalizarle avía quitado de sí. Por lo cual, dexando de ser hijo de su madre, lo fue de Dios. Es del De Vitis Patrum . |

[13] Al beatíssimo Patriarca San Francisco, el mismo padre que le engendró le perseguía, aunque no pudo tanto que dexasse de seguir a Cristo, como avía començado. Fue Francisco despojado de cuanto le avía dado el mundo, fue menospreciado y fue aprisionado, y gozávase por hallarse digno de padecer afrentas por el nombre de Cristo. Y porque estava determinado de sufrir cualquier adversidad antes que dexar su intento, aprovechó tanto en virtudes y en santidad de vida que el mundo estava lleno de su fama, y el Cielo, de su gozo. Es de San Buenaventura, en su Vida, capítulo primero.

[14] A Santo Tomás de Aquino, del Orden de Predicadores, madre y hermanos, queriendo estorvar que no fuesse fraile, aunque prevalesció su constancia, con que le prendieron, le maltrataron de palabra y obra, le despedaçaron el hábito, y en una torre donde le tenían encarcelado le echaron una mala muger para que le solicitasse a pecado deshonesto, y ninguna cosa déstas fue parte para que él no saliesse con su intento. Antes, a la deshonesta muger hizo salir de donde él estava más que deprissa, con un tizón que tomó del fuego para herirla, mereciendo por este hecho que ángeles le ciñessen con cinta de castidad, en que perseveró toda la vida. Fue luego dexado libre, que bolviesse a su monasterio, donde, assí como el sol que estava impedido por nuves negras y escuras, quitado el impedimento y serenado el Cielo, estiende sus dorados rayos por la tierra, assí Tomás, quitado el estorvo de los hermanos y cárcel, començó a iluminar la Iglesia con resplandor de costumbres, de ingenio y de doctrina, y parece que no llegara a tanta | claridad de gracia si la niebla de la persecución de sus hermanos no le rodeara, de la cual se libró, firme en su propósito, y en sus tentaciones, vencedor. Es de Surio, tomo segundo.

[15] Natanael Solitario, treinta y siete años perseveró en una celda, donde era visitado de obispos y de otros claros varones, a quien él hazía suma reverencia. Y de semejante cárcel boló a la libertad de la Gloria. Es de Marulo, libro quinto.

[16] Causa admiración considerar la | perseverancia de Sara, abadessa en el monasterio escitiótico, junto al cual corría un apacible río, y hazía riberas agradables, pobladas de arboledas muy vistosas; y con oír esto Sara y tener su celda en alto, y en ella ventanas que caían sobre el río, tuvo tesón de nunca verle, ni separarse a alguna de las ventanas, por merecer en hazerse fuerça, dexando de tomar semejante recreación, y esto, no un día ni un mes, sino por espacio de sesenta años. Refiérelo Marulo, libro quinto.

Fin del Discurso de Perseverancia. |