DISCURSO SESENTA Y DOS. DE PENITENCIA


Salomón, en el capítulo primero de los Proverbios, dize: «Ninguno ay de los que viven que no peque», y que el justo y bueno cae siete vezes al día, esto es, cae y estropieza en culpas veniales. Y San Juan, en el principio de su Primera Canónica , afirma que si dixéremos que no tenemos pecados, nos engañamos y no dezimos verdad. Pues siendo assí, como lo es, que todos pecamos, todos tenemos necessidad de penitencia, la cual, cuán | importante sea, de cuánto fruto, y cómo deve hazerse, parecerá por exemplos. Aunque se ha de advertir que no porque veamos lo que en este punto hizieron algunos santos, que fue tanto, y lo poco que nosotros hazemos, devemos desconfiar, pues algunas cosas se escriven aquí dellos que son más para admirar que para imitar. Y assí devemos, afligiendo nuestros cuerpos, usar de una moderación, de suerte que obedezcan a la razón y no que mueran; como el mal esclavo, que se ha de castigar y no matar, de suerte que sirva a su señor con buen término. Si a un navío le ponen demasiada carga, iráse a fondo, y si liviana, andará bor- lateando /(390r)/ por el mar y vendrá a perderse. Y si a un jumento se le pone carga demasiada, caerá en el camino, y si muy liviana, dará cozes y saltos. Deven tantearse y examinarse las fuerças de cada uno y igualar con ellas la carga, de modo que, llevándola, ni por ser grave quite la vida, ni por ser ligera tome licencia para ensobervecerse. Vamos a los exemplos.


[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]


[1] Adam y Eva, nuestros primeros padres, pecaron, y como se dize en el capítulo dézimo de la Sabiduría, sacólos Dios de su delito porque hizieron asperíssima penitencia, llorando muchos años la falta de un día. Y no les fue pequeño quebranto ver a su amado hijo Abel muerto por el pérfido Caín, cuya muerte llevaron en paciencia, con todos los demás trabajos que en criar sus hijos y sustentarlos del trabajo de sus manos padecieron, por donde vinieron a salvarse. Es del capítulo tercero del Génesis.

[2] De los israelitas leemos que diversas vezes quebrantaron su ley y levantavan ídolos que adoravan. Castigávalos Dios por medio de tiranos que los aperreavan, venciéndolos y captivándolos. Mas, corrigiéndose y pesándoles de lo hecho, haziendo penitencia y pidiendo a Dios perdón, luego los perdonava y bolvía en su primer estado. Sólo un pecado no les a perdonado, que fue la muerte que dieron a Jesucristo, por la cual les destruyó su ciudad y los desterró por diversas partes del mundo, estando en todas ellas sujetos, avassallados y en grande miseria. Y es lo peor que se condenan miserablemente por estar ciegos en su dureza, sustentando la que ya no es ley, sino secta perniciosa y que lleva al Infierno, y todo es pena de su pecado, en que están impenitentes. |

[3] Grave fue el pecado de David, pues cometió adulterio con la muger de Urías, fiel vassallo suyo, que estava a peligro de morir por la conservación de su reino. Añadió quitarle la vida, siendo homicida de uno de los más justos y más aficionados hombres a su servicio que tenía en sus estados. Embióle Dios a reprehender con el profeta Natán. Reprehendido, dixo muy de coraçón:
-Pequé;
y en pronunciando esta palabra, le dixo de parte de Dios el Profeta que le perdonava la vida, que merecía bien aver perdido. Es del Segundo de los Reyes, capítulo doze.

[4] En tiempo de Roboam, hijo de Salomón, vino Sesach, rey de Egipto, de improviso a Jerusalem, y robó la ciudad y templo. Mandó Dios al profeta Semeya que juntasse a los hebreos y les dixesse de su parte:
-Vosotros me dexastes, y por lo mismo, Yo os he dexado.
Oída esta razón, convirtiéronse a penitencia, y mandó Dios al mismo Semeya los juntasse otra vez y les dixesse:
-Porque os avéis humillado, no permitiré que seáis totalmente destruidos; mas es mi voluntad que sirváis algunos años a esse pagano, para que veáis si es mejor servirle a él que a Mí, viendo el tratamiento que Yo os hize, y el que él os hará.
Es del Primero del Paralipomenon, capítulo doze.

[5] Acab, rey de Samaría, no sólo dio en idolatrías, sino que quitó la vida a Nabot, inocente varón, por gozar de una viña suya. En lo cual ay dificultad si se mostró más cruel que avaro o al contrario. Avisóle Dios por el profeta Elías y él se tornó muy penitente, vistiéndose cilicio y ayunando, por lo cual, el castigo que tenía bien merecido se dilató hasta en tiempo de sus hijos Ochozías y Joram. Es del Ter- cero /(390v)/ de los Reyes , capítulo veinte y uno.

[6] En tiempo de Ezequías, rey de Judá, aunque él era varón santo, mas por los pecados de Acaz, su padre, vino el rey Senaquerib a hazerle guerra y destruirle el reino. Vistióse el rey un saco, fue al templo y pidió a Dios misericordia. Oyóle su Magestad y embió un ángel que mató en una noche ciento y ochenta y cinco mil hombres de los paganos, por donde quedó Ezequías y su reino libre. El cual también, puesto en una enfermedad y avisado por el profeta Isaías que se moría, hizo oración con lágrimas a Dios, y añadióle quinze años de vida. Es del Cuarto de los Reyes, capítulo veinte.

[7] Manasés, hijo de Ezequías, ofendió a Dios gravemente con idolatrías y con muertes de varones sanctos. En su tiempo se vieron bañadas las calles de Jerusalem en sangre de profetas, porque le reprehendían sus pecados, y porque eran ellos buenos, y él, malo. A Isaías, con quien tenía parentesco de afinidad, mandó asserrar. Éste fue llevado captivo a Babilonia, y estando preso tuvo dolor de sus pecados y hizo dellos penitencia, por lo cual Dios le perdonó y bolvió al reino, acabando en bien su vida. Es del Primero del Paralipomenon, capítulo treze.

[8] Los ninivitas, pecados graves cometieron, y alcançaron perdón de Dios porque de coraçón les pesó de sus ofensas y hizieron penitencia. Es de Jonás, capítulo segundo.

[9] La reina Ester, ayunando ella y haziendo a los hebreos que ayunassen y hiziessen penitencia, con este medio alcançaron perdón del rey Assuero, que los tenía a todos encartados de muerte. Es del capítulo cuarto de su Libro. |

[10] San Juan Baptista, sanctificado en las entrañas de su madre, desde niño se fue al desierto, donde con palabras y obras predicó penitencia. Su vida fue allí tan áspera y de penitente, que dél dixo Jesucristo, y lo refiere San Mateo en el capítulo cuarto, que ni comía, ni bevía (entiéndese comidas ordinarias de hombres, pues se sustentava con langostas y miel silvestre). Fue bien semejante en la aspereza de vida a Elías. Mandóle Dios que predicasse, y hizo principio diziendo: «Hazed los hombres penitencia, que se acerca el Reino de los Cielos».
[11] El Apóstol San Pedro, aunque negó en el atrio del príncipe de los sacerdotes, como Cristo le mirasse salió de allí, lloró su pecado y hizo dél penitencia, y bolvió a su primera privança con Cristo; y refiérenlo todos los cuatro Evangelistas. Y San Clemente Papa escrive en el Itinerario, también de San Pedro, que en memoria del pecado que cometió en las tres negaciones tenía costumbre de levantarse a la media noche, que fue la hora en que pecó, y derramava muchas lágrimas, y lo mismo siempre que oía cantar algún gallo, y que desto tenía abiertos y hechos surcos en los lagrimales de los ojos. Esto que dize San Clemente no es Escritura Sagrada , aunque es muy cierto y recebido.

[12] San Pablo Apóstol dize de sí, escriviendo a los de Corinto, en la Segunda, capítulo doze, que castigava su cuerpo y le tenía a raya, para que, predicando a otros, él no perdiesse lo que podía ganar. Y porque los favores de Dios y sus revelaciones no le ensoberveciessen, tenía licencia un demonio de hazerle guerra y atormentarle crudamente. Y si el que era vaso de elección, y en quien habitava el Espíritu /(391r)/ Santo, con andar peregrinando, predicando, padeciendo persecu ciones en mar y tierra, verse en tantos peligros, sufrir cárceles y calumnias, todo esto ni le contentava ni le parecía que le bastava, por lo cual, él mismo castigava su cuerpo y le açotava rigurosamente, ¿quién se tendrá por seguro, y quién no será atropellado de su proprio cuerpo, si con imperio no le domina castigándole y no dándole hora de descanso que no lleve otra de penitencia por contrapeso?

[13] El ladrón que fue cruzificado en compañía de Cristo, por los ladronicios que avía cometido justamente fue condenado a muerte, y él confessó que era justo su castigo. Pidió al Salvador se acordasse dél en su Reino, y prometióle el Paraíso, dándosele a letra vista, siendo el mismo día bienaventurado. Mateo, por acumular riquezas, enfrascado estava en trato de arrendador, que tenía malíssimo nombre entre los hebreos; Zaqueo, el mismo trato, y cabeça y príncipe de arrendadores. Éste fue hecho huésped de Cristo, y aquél, su Apóstol y Evangelista, siendo el medio de ambos la penitencia. El otro, que golpeava su pecho en el templo y no osava levantar la cabeça, también la penitencia le hizo que bolviesse justificado a su casa. La muger cananea lloró por la salud de su hija, y la alcançó del Señor. María Magdalena, no hallando a Dios en su casa, | buscóle y hallóle en la agena. Lloró a sus pies, y bastaron sus lágrimas a bañárselos. Limpiólos con sus cabellos, besólos con su boca y derramó sobre ellos precioso ungüento. Todas fueron prendas de penitencia y señales de amor, y assí el Salvador dixo della que se le avían perdonado muchos pecados, porque amó mucho; vino pecadora, y por humillarse con la penitencia bolvió santa. Después, estando Cristo muerto y ella buscándole en el monumento, lloró tiernamente, y apareciósele el Salvador resuscitado primero que a los Apóstoles, porque era justo que fuesse primero consolada la que derramó lágrimas. Es de San Juan, capítulo veinte, y de San Lucas, capítulo séptimo. El cual también afirma en el capítulo veinte y tres, que cuando llevavan a cruzificar a Cristo, ivan en su seguimiento muchas devotas mugeres, llorando amargamente, y enseñan al modo como se ha de seguir Cristo, que es llorando. El que llora por aver pecado, ésse le sigue y ésse le hallará por gracia. Todos estos, y los demás santos, aprendieron a llorar de Cristo, cordero inocentíssimo, que sin dezirse dél que riesse alguna vez, lloró muchas: en el pesebre, luego que nació, lloró; resuscitando a Lázaro, lloró; viendo la ciudad de Jerusalem el día que entró triumfando en ella, lloró; y en la Cruz también derramó lágrimas.

Lo dicho de coligió de las Divinas Letras. |


[EJEMPLOS CRISTIANOS]


[1] Marcelino Papa, con temor de los tormentos, ofreció encienso a los ídolos, y por la penitencia fue perdonado y vino a ser laureado de mártir. Y aunque tenía mandado a los cristianos, en detestación de su culpa, que su cuerpo no fuesse sepultado, | y por temor de inobediencia le dexavan en la plaça donde fue su martirio, mas apareciéndose de noche el Apóstol San Pedro a Marcelo Presbítero, le mandó que le sepultasse junto a su cuerpo, juzgando por cosa justa que quien pecó como él pecó, y lloró /(391v)/ como él lloró, fuesse honrado en su sepulcro. Es de Platina en su Vida.

[2] Cecilia, virgen santa, ni el día del desposorio con Valeriano quitó de su cuerpo el cilicio. Estava vestida exteriomente la nueva esposa de oro y seda, y en lo interior traía el cilicio áspero. Sonava la música, no cessavan los bailes y danças, y Cecilia encomendava a su primer primer esposo, Cristo, su virginidad y limpieza. El cual, por medio de un ángel, la conservó donzella, casta y honesta, diole corona de mártir en el suelo, y por el cilicio, luz de inmortalidad en el Cielo. Dízelo Adón en su Martirologio.

[3] Jacobo, de nación, persa, y de professión, cristiano, siendo muy privado del rey de Persia, por agradarle adoró ídolos, mas tuvo luego dolor grande de lo hecho. Públicamente confessó que era cristiano y que los ídolos eran demonios, por lo cual el persiano le mandó despedazar miembro por miembro. Y es mucho de considerar cómo por la penitencia fue libre de perdición y subió a tanta perfeción y gloria de ser contado entre los ínclitos mártires de Cristo. Refiérelo Marulo, libro quinto.

[4] Bonifacio, mayordomo de Aglaes, matrona romana, aviendo vivido con ella deshonestamente, ambos hizieron penitencia, y en la persecución de Diocleciano, Bonifacio passó a Tarso con intento de traer de allí a Roma el cuerpo de alguno de los mártires que cada día martirizavan, y edificarle un oratorio, donde pidiessen por su intercessión perdón de sus culpas. Y sucedió que fue él mismo martirizado, y los que le acompañavan no curaron de otro cuerpo sino de aquél, con que bolvieron a Roma, y Aglaes le edificó capilla. Y ella acabó encerrada con | hábito de monja santamente. Es de Surio, tomo tercero.

[5] Victorino Ermitaño, engañado por el demonio, que se le apareció en figura de muger, aviendo cometido pecado sensual, fue tan grande su dolor que, buscando nuevo modo como purgarle, dio en abrir un árbol por el tronco, y en la abertura puso las manos, dexándole que se cerrasse, y allí estuvo tres años, dándole otro monge a comer hierbas crudas, y a bever, agua con su propria mano. Después desto, siendo insigne en milagros, fue electo obispo amiternense y rigió santamente aquella iglesia, y al cabo, en una persecución fue martirizado. Dízelo San Gregorio en la Homilia treinta y cuatro sobre los Evangelios.

[6] David Monge, cerca de Hermópolis, empleóse muchos años en ser ladrón. Vino a mudar la vida y a hazer penitencia, tomó hábito y professión de monge, y de lobo se convirtió en cordero. Vivió de suerte que un ángel le declaró de parte de Dios que sus pecados le eran perdonados. Refiérese en el De Vitis Patrum.

[7] Moisés Mauro perseguía la tierra de Egipto con robos y muertes, mas, vista la vida de los anacoretas, desseóla y aceptóla. Hízose monge, y con la penitencia mudó el etíope su piel, y el tigre, sus colores varios. Sirvió a Dios treinta y cinco años en soledad. Seis dellos estuvo encerrado en su celda, y no se contentava con el día, sino que grande parte de la noche gastava en oración. Sustentávase con pan y agua. Passados los seis años, salía de noche y entrava en otras celdas de solitarios, y tomava los cántaros que hallava vacíos de agua, y iva por ella largo camino, y tornava a ponérselos donde los halló, sin hablar palabra. Y cum- pliendo /(392r)/ con esta obra de misericordia, bolvía al silencio de su celda. Y con esta vida de penitente, el que primero estava maculado con homicidios se hizo famoso en santidad, y el que con hurtos molestava la provincia robó con la penitencia el Reino de los Cielos. Es de la Historia Tripartita , libro octavo, capítulo primero.

[8] Banón Francés, primero fue ladrón y después se hizo monge, y el que en las silvas robava a los caminantes, después se encerró en una celda y se echó grillos a los pies y esposas a las manos, pagando los hurtos con cárcel y prisiones. Comía pan de cebada polvoreado con ceniza, y bevía agua. Dormía sobre un cilicio, con una piedra por cabecera. Rezava sus devociones, y entretanto tenía la piedra que le avía servido de almohada, que no era pequeña, sobre sus hombros. Con estas asperezas y penitencias, siendo primero culpado de gravíssimos delictos, después fue contado entre santos. Refiérelo Marulo, libro cuarto.

[9] Albano, tocado de grande ira, mató a su padre. Por este pecado se impuso penitencia de andar peregrinando toda la vida, y al cabo murió por la confessión de la Fe y alcançó corona de mártir, y con tocar a su cuerpo sanaron algunos leprosos. Nadie diga con el desesperado Caín: «Mayor es mi pecado que merezca perdón», porque no ay alguno, por grave que sea, que con la penitencia no se perdone. Es de Marulo, libro cuarto.

[10] Juliano, llamado el Hospedador, por ignorancia más que por quererlo hazer, mató a sus padres. Y fue el caso que, viniendo de camino, llegó a su casa muy de mañana, y su muger avía ido a Missa. Entró en su aposento y halló en su propria cama a su padre y | madre, que la muger, por regalarlos, entretanto que su marido estava fuera les dio aquel aposento. Parecióle a Juliano que su muger le cometía adulterio, y antes que descubriesse la verdad ya los tenía muertos. Mas, enterado en todo del caso, lloró amargamente su pecado, y para hazer dél penitencia edificó una casa o mesón cerca de un río donde peligrava gente, y con una barca passava a los caminantes, y hospedávalos en aquella casa. En esto se empleó mucho tiempo, hasta que divinalmente le fue dicho que su pecado le era perdonado; donde el parricida, por la penitencia, alcançó la Eterna Vida. Refiérelo Marulo, libro cuarto.

[11] Genebaldo, obispo laudunense, aviendo sido primero casado, y apartádose de su muger cuando recibió órdenes sacros, tornó después a conocerla, y aunque fue un día el que cometió el pecado, estuvo siete años encerrado en su iglesia, llorando y haziendo dél penitencia, suspenso de su dignidad. Al cabo deste tiempo hablóle un ángel, diziéndole que le era perdonada su culpa, y él mismo dio aviso a San Remigio, obispo de Rheins, para que le bolviesse a su primer estado, quitándole la suspensión, y vivió con más recato; donde, el que antes era notado de incontinente, después fue honrado por santo. Es de Surio, tomo primero.

[12] Evagrio Presbítero, varón santíssimo, estando en el desierto habló una palabra de murmuración, y por ella se penitenció, estando cuarenta días al sol y al sereno, sin entrar en su celda ni debaxo de tejado. Bien dixo el Profeta David en el Salmo treinta y seis : «Si el justo cayere no se lastimará mucho, porque el Señor pondrá debaxo su mano para que se levante luego por /(392v)/ la penitencia y no pierda con la tardança en la culpa el nombre de justo». Es de Marulo, libro cuarto.

[13] Maurilio, obispo de Angers, ciudad de Francia, llamado para que baptizasse un niño que se temía de muerte, detuvo la ida, y cuando fue hallóle muerto. Sintió tanto esta su negligencia que, teniéndose por indigno para el govierno de iglesia, dexó la suya y se fue en un navío peregrinando por el mundo. Estando en el mar, echó de ver que llevava la llave del Santíssimo Sacramento, y echóla en el mar, diziendo:
-Hasta que buelva ésta a mis manos, no entenderé que Dios ha perdonado mi descuido y culpa, ni bolveré a mi silla.
Passó el mar, y en hábito de seglar sirvió de hortelano a un hombre rico. Y después de aver estado en esta vida y penitencia siete años, llegaron allí ciertos clérigos de su iglesia que le andavan buscando para bolverle a ella. Conociéronle, y no avía acabar con él la buelta, hasta que dando cuenta de la llave que echó en el mar y su determinación, los clérigos se la mostraron, diziendo que en un pece la avían hallado, y con esto bolvió con ellos, visto ser aquélla la voluntad de Dios. Y tornando al govierno de su iglesia, fue fama que un día hizo oración en el campo donde estava enterrado el niño que se le murió sin Baptismo, y que resuscitó y le baptizó. En este exemplo, como en otros, se advierte que los santos hizieron algunas cosas más para admirar que para imitar, y aunque Maurilio tuvo razón de sentir mucho que el niño se le muriesse sin Baptismo por negligencia suya, mas el dexar su iglesia y irse, quedando a peligro otros muchos de morir sin los Sacramentos, en esto no deve ser imitado, porque si de presente y guiado só- lo | por su parecer otro lo hiziesse, sería digno de culpa. Lo que del exemplo se puede sacar, y la razón por que yo le puse, dexando de poner otros en que hallo semejantes dificultades, es para que los que tienen cargo de almas vivan con grande cuidado en que por su negligencia no muera algún súbdito sin los Sacramentos de Confessión, Comunión y Extrema Unción, en daño de su alma, que si por falta desto se condenasse, sería una lástima digna bien de llorar y de que les sería demandada cuenta estrecha. Imiten a aquel santo cura Luciano, a el cual descubrió San Estevan, primer mártir, donde estava su cuerpo, como se dize en su Invención, que, contándolo él mismo, dize de sí que de día no osava apartarse de su iglesia, y de noche dormía junto a la pila del Baptismo, estando siempre esperando si tenía dél necessidad algún parroquiano. El caso de Maurilio es de Fortunato, y refiérelo Surio, tomo quinto.

[14] Matrón Confessor, cuyo cuerpo es venerado en Verona, ciudad de Italia, hallándose culpado de pecados viejos y queriendo hazer dellos penitencia, entre otras cosas hizo una, que se puso un grillo al pie y echó la llave en el río Atesin, con determinación de no quitársele hasta que bolviesse a su poder la llave. Passaron algunos años y hallóla dentro de un pece, y con esto dexó el grillo y murió santamente. Dichosas prisiones, por las cuales fue libre de los vicios y pecados. Con bastante causa pudo dezir con David, en el Salmo ciento y quinze : «Rompiste, Señor, mis prisiones, y sacrificarte he sacrificio agradable». Es de Marulo, libro cuarto.

[15] Estando juntos con Eugenio, arçobispo metropolitano de Toledo, /(393r)/ en la misma ciudad diez y siete obispos, en el octavo año del rey Recesiunto, celebrando concilio, presentó en él una cédula Potamio, obispo bracarense, escrita de su letra y firmada de su nombre. Leída que fue, las lágrimas y gemidos de los perlados declararon mejor que palabras lo que allí venía escrito. Mandóse que, estanto solos los obispos, pareciesse personalmente Potamio delante dellos. Y venido, llorando y solloçando, todos dierónle su cédula, y preguntósele si conocía por suya la letra. Vídola, y confessó averla escrito él mismo. Tornósele a preguntar, tomándole juramento, si de su voluntad con mentira se avía levantado aquel testimonio contra sí, o si era forçado y amenazado de alguna persona poderosa. Él, con boz triste y sus ojos llenos de lágrimas, dando algunos gemidos, juró por el nombre de Dios que con verdad confessava de sí lo que allí dezía, y esto sin ser por persona alguna forçado, y que por nueve meses tenía dexado el govierno de su iglesia y estado este tiempo encerrado en un lugar solitario o cárcel, haziendo penitencia de su pecado, el cual declaró aver sido carnal, llegándose ilícitamente a muger. Vista su confessión, decretaron los obispos, y dixeron:
-Aunque por los cánones y reglas eclesiásticas pudiéramos privarle de todo nombre de honra, mas usando con él de misericordia, sin quitarle el nombre de honra, determinamos que hiziesse perpetua penitencia, teniendo por mejor que por este camino, aunque áspero y pesado, siendo perdonado de Dios, se vea en su Bienaventurança, que no, dexándole en la relaxación de su proprio apetito y desseo, venga a condenarse.
Luego, | por parecer de todo el concilio fue constituido en lugar de Potamio por obispo bracarense el venerable Fructuoso, obispo dumiense. Y assí, por un pecado carnal Potamio fue privado de su obispado y hizo penitencia toda su vida. Lo dicho se refiere en los Hechos del Concilio Dézimo Toledano, y celebróse año de seiscientos y cincuenta y ocho.

[16] Mayoro, obispo de Sarina, isla de Bretaña, dexando su dignidad se fue a vivir solitario en un desierto, donde, sin los ayunos y abstinencias increíbles que hazía, siempre usava de un cilicio, y por ser casto aborreció el vestido delicado y curioso, como enemigo de castidad. Es de Marulo, libro 3.

[17] Eadmundo, arçobispo cantuariense, traía siempre cilicio, y en los días de Cuaresma trocávale en una loriga de plomo, de manera que no sólo refrenava su carne con la aspereça del cilicio, sino que la atormentava con la carga del plomo, de donde vino a ser tan señor della, que al cabo de la vida quedó con la palma de virgen. Es de Surio, tomo sexto.

[18] Santo Tomás Cantuariense traía una túnica y paños menores de cilicio, no pareciéndole que dignamente podía ser cabeça y mandar en su iglesia si no fuesse señor y mandasse a sus miembros. Domávalos con cilicio y hazíase señor dellos porque no quisiessen ellos el señorío y les siguiesse, estándoles sujeto, su dañado apetito. Es de Surio, tomo 6.

[19] Mederico, abad edunense, traía un cilicio, el cual fue remedio a otras personas contra las tentaciones carnales, porque un monge tan atormentado de los estímulos de carne, que ya se dava por vencido, como se pusiesse el cilicio de Mederico, el espíritu de fornicación huyó dél, y perseveró en cas- tidad. /(393v)/ Dízelo Marulo, libro tercero.

[20] Luis, rey de Francia, mucho más le aprovechó el cilicio que traía junto a su carne en lo interior que la púrpura le honró en lo exterior. Ésta era insignia de reino, y aquél le grangeó la entrada en el Cielo, porque miró Dios más la aspereza y grosería del cilicio, que la hermosura y resplandor de la púrpura, y assí le defendió el temporal reino y le concedió el Eterno. Es de Surio, tomo cuarto.

[21] Macario Alexandrino Abad, como viesse que su cuerpo le hazía alguna guerra y se le mostrava rebelde, hinchó de arena un costal que con dificultad pudiera llevar un hombre, y púsosele sobre sus ombros, y andava por el desierto. Vídole Teosebio, otro ermitaño, y preguntado qué pretendía en aquello, respondió:
-Atormento a quien me atormenta.
Si no damos a nuestro cuerpo alguna sofrenada, padecerá la alma detrimento. La fuerça y valor del uno consta de la flaqueza y menoscado del otro; son dos balanças, que si la una sube, baxa la otra. Dízelo Paladio en su Lausiaca.

[22] San Hierónimo, escriviendo a las Vírgines Sagradas, dize que vido en el desierto un monge que por mandado de su abad ocho años continuos truxo cada día tres millas de tierra, que hazen una legua, una grande piedra sobre sus ombros, y él, contentíssimo con esto y pidiendo a su abad que le añadiesse otro trabajo a éste, el cual pareciera superfluo y vano si no se considerara de cuánto fruto era, pues obedecía al perlado y evitava la ociosidad. Quien considerare del mismo San Hierónimo su inmenso trabajo en leer y escrivir, parecerle ha que a un ánimo tan ocupado no podía hazer guerra algún mal pensamiento, y dize | él mismo de sí, escriviendo a Eustoquio: «Acuérdome de mí mismo que juntava el día con la noche dando bozes a Dios, golpeando mi pecho con una piedra, y con dificultad me sossegava y alcançava tranquilidad». De donde parece que entre los trabajos llegan las tentaciones, y no pudiendo vencerlas el proprio trabajo, deven vencerse con açotes, implorando el divino favor, porque si en nosotros no ay suficiencia, ha de venir del Cielo. Refiérelo Marulo, libro tercero.

[23] Bonifacio, arçobispo en la Misia Inferior, estando la tierra poblada de paganos, fue a predicarles la Fe. Algunos que le acompañavan ivan a cavallo, y él, a pie descalço, por medio de un campo nevado. Y llegando a una sierra asperíssima, fuele necessario subir en una bestia, aunque no quiso calçarse, y llevava los pies descubiertos. Caía nieve, y la que dio en los pies congelósele y pegóse con el estrivo, y aferróse a él, de modo que llegando a la posada fue menester echarle agua caliente para despegar el pie del estrivo. Imitemos a este santo perlado en ser pacientes con el frío, en especial si dentro de los huessos haze guerra el fuego de la luxuria, para que se aplaque; porque, estando frío el cuerpo, no es dificultoso de que se resfríe Venus. Es de Marulo, libro tercero.

[24] Hospicio, monge solitario en Nuceria, provincia de Italia, traía ceñida una cadena de hierro. Y dízelo Paulo Diácono, en la Historia de los Longobardos.

[25] Filoronio Presbítero estava dentro de una cueva cavada en la piedra, y tenía grillos a sus pies y esposas a las manos, sufriendo cárcel y prisiones. Éste, el día último de su vida, dando gloria a Dios confessó que no se le /(394r)/ avía passado hora después que començó aquella vida sin que tuviesse su pensamiento en Dios. Y assí, en tanto que su cuerpo era afligido con castigo voluntario, el espíritu, libre de los terrenos afectos, siempre pensava en las cosas celestiales. Dízelo Paladio en su Lausiaca.

[26] Martino, solitario en Marcico, monte de Campañia, tenía ligada a su pie una cadena, que por el otro cabo estava aferrada a una piedra, sin poder andar más espacio de tierra de lo que la cadena permitía. Vídole San Benedicto Abad, y díxole que no era perfeción que le tuviesse más ligado la cadena de hierro que la de Cristo. Quitósela Martino, y, libre, no atravessava más tierra de lo que la cadena le dava lugar. Dura cosa y dificultosa era a un hombre tener cadena como perro rabioso, y mucho más lo fue, no teniendo cadena, estar ligada la voluntad para no exceder de lo que antes, y las dos dificultades venció el amor de Cristo. Dízelo San Gregorio en los Diálogos, libro tercero, capítulo diez y seis.

[27] Juan Monge estuvo en una cueva al pie de un monte tres años en pie, sin assentarse ni echarse, y con esta postura comía y dormía. Hincháronsele las piernas y hiziéronsele llagas. ¿Qué cosa más intolerable que semejante paciencia (si hay algo intolerable con que se alcança la Vida Eterna)? Y porque no se dude que Juan está gozando de Dios, por ministerio de un ángel fueron curadas sus piernas. Es del De Vitis Patrum.

[28] Pacomio Abad, padeciendo tentación sensual, descalçóse los pies y passeó por un lugar lleno de abrojos y espinas, para que con sus puntas sanasse las punçadas del deleite, sacan- do | con un clavo otro. Bolvía a la celda, abiertos sus pies y derramando sangre, y tan contento de la victoria como atormentado de las heridas. Es del De Vitis Patrum.

[29] San Antonio de Florencia, en su Segunda Parte Historial , cuenta de dos ermitaños que, aviendo caído en vicio deshonesto y bolviendo a hazer penitencia, encerráronlos en dos cuevas, y estuvieron allí un año. Salieron después, el uno, gordo y lucido, y el otro, flaco y amarillo. Preguntada la ocasión, el flaco dixo que avía estado siempre pensando en la justicia de Dios, y el gordo, en la misericordia. Determinóse por los monges que igualmente avían hecho penitencia.

[30] Arnulfo, señor de Lotaringia y abuelo del emperador Carlomagno, dexando su estado se fue a vivir solitario en un monte, y de camino echó un anillo en el río Mosela, diziendo que entendería aver satisfecho por sus culpas cuando le fuesse buelto. Después desto, eligiéronle en obispo metense, y governó aquella iglesia santamente. Y un día le fue traído el anillo en las entrañas de un pece. Dio gracias a Dios, y no dexó el rigor de la penitencia, antes, renunciando el obispado, bolvió al desierto, donde en vida rigurosa y de grande exemplo acabó su jornada. A quien se le hiziere dificultoso que se halle anillo o llave en buche de pece, no siendo su proprio manjar, lea el Evangelio de San Mateo, en el capítulo diez y siete, y verá en la boca de un pece moneda, y entenderá ser todo hecho por la divina voluntad. Lo uno se ordenó para que San Pedro tuviesse con que pagar el tributo por Cristo y por sí, y lo otro, para que entendiessen /(394v)/ éstos que les eran perdonados sus pecados. Es de Marco Marulo, libro cuarto.

[31] Confessándose con San Antonio, del Orden de los Menores, un moço, entre otras cosas dixo que con ira avía dado una coz a su padre. El santo le reprehendió ásperamente este pecado, y díxole que merecía aquel pie estar cortado. De tal manera fue la reprehensión, que temiendo mayor castigo, por escusarle, estando en su casa se cortó el pie. Y sabido después por San Antonio, admiróse del hecho y reprehendióle de nuevo por ello; hizo oración y sanóle el pie. De modo que quien antes vino con un pie, bolvió con dos a su casa, y quien tuvo tal dolor por aver ofendido a su padre, digno fue que rogasse por él San Antonio, y que, teniendo tal intercessor, Dios tuviesse dél misericordia. Aunque no se loa aquí el hecho del penitente, sino de que lo hizo entendemos el dolor que tuvo y su penitencia. Es de San Antonio de Florencia en su Tercera Parte Historial.

[32] Piamón, sacerdote en el monasterio escitiótico, estando diziendo Missa vido un ángel que escrivía los nombres de algunos monges, estando presente todo el convento; otros dexava de escrevir. Notó los unos y los otros, y halló que los no escritos estavan en pecado mortal. Lloró con ellos, y díxoles tales cosas con que los provocó a penitencia, y siendo verdaderos penitentes, en otra Missa vido que también escrivían sus nombres. Y era aquello como distribución de la assistencia en la Missa para recebir la paga en el Cielo. Desto recibió tanto contento Piamón como fue el desconsuelo de primero, viendo que por la penitencia estavan escritos en | el Libro de la Vida. Es de la Historia Tripartita, libro octavo, capítulo primero.

[33] Arsenio Abad, por las muchas lágrimas tenía sin pelos los párpados y hinchados los ojos, y bañadas en roxo sus mexillas. Es del De Vitis Patrum.

[34] María Egipciaca, que regalando su carne ofendía a Dios, castigándola alcançó perdón de las ofensas cometidas. Vivió cuarenta años en el desierto. Antes se adornava para agradar a los hombres, allí andava desnuda por agradar a Dios. Antes se exercitó en cantares lascivos y en manjares delicados, allí era su exercicio oración y ayuno. Con el trabajo y la penitencia de cuarenta años alcançó el gozar de Dios para siempre. Es del De Vitis Patrum.

[35] Pelagia, que hazía ventaja a todas las mugeres de Antioquía en hermosura, en riquezas y en deshonestidades, convirtióse por la predicación de Nonio, obispo de Heliopoleos. Convertida, confessó sus pecados y llorólos, y hizo penitencia dellos. Dezía que no se devía llamar Pelagia, sino piélago de todos los vicios. Dio libertad a sus esclavos, distribuyó su hazienda a pobres, trocó el vestido de muger en el de monge, y con nombre de Pelagio fue al monte Olivete, donde vivió solitaria. Y allí tanto atormentó su cuerpo con penitencias, cuanto antes le regaló con deleites, y con esto evitó las penas del Infierno y compró los gozos del Paraíso. Halló el sumo bien con huir el sumo mal, y hallándole, gozóle eternalmente. Es del De Vitis Patrum.

[36] Taide Alexandrina, aviéndose convertido de vida deshonesta por la industria y exortación de Pafuncio /(395r)/ Abad, allegó en la plaça a vista de mucha gente todo lo que avía ganado con malos tratos, y quemólo allí, y con el consejo del mismo Pafuncio entró en un monasterio de monjas, y encerrada en una celda llorava sin cessar sus pecados, sustentándose sólo con pan y agua. Y no osava tomar en su boca el nombre de Dios, sino dezía, estando en oración: «Tú, que me formaste, ten piedad de mí». Tres años se exercitó en semejante vida, y al cabo dellos, un discípulo del grande Antonio vido de noche en el Cielo una silla de oro, adornada de piedras y perlas, hecha con maravilloso arte. Y preguntando si era para su maestro Antonio, fuele respondido que no, sino para Taide, que fue un tiempo muger deshonesta. Desde a quinze días se siguió su muerte, y se fue al Cielo, donde posseyó el tálamo celestial la que por averse visto en el del mundo se dolió gravemente. Es del De Vitis Patrum.

[37] Teodora, sintiendo mucho el aver cometido adulterio, dexó el mundo, y en hábito de varón se entró en un monasterio de monges, llamándose Teodoro, donde venció terribles tentaciones del demonio. Y fue una entre las demás, que fingió cierta muger estar preñada della, y lo sufrió pacientemente. Crió el niño, y estuvo siete años a la puerta de su monasterio, no dexándola entrar por el pecado que nunca cometió. Al cabo deste tiempo, siendo recebida con el niño, encerróse en una celda, y enseñávale el camino del Cielo. Dos años después passó desta vida y honróla Dios a la que deshonraron los hombres, porque, siendo conocida en su muerte por muger santa la que en vida fue tenida por hombre deshonesto, su cuerpo fue | respetado, y su nombre, levantado hasta el Cielo, donde su alma goza del fruto dulce y sabroso de la penitencia amarga y desabrida. Refiérelo Marulo, libro cuarto.

[38] Aurea Virgen, priora en un monasterio de París, como en cierta solemnidad se dixesse Missa solemne, y el diácono, por leer mal, dixesse algunos malos latines cuanto cantava el Evangelio, enfadada de oírle, salió del coro de las monjas, fue al altar, quitóle la estola, y haziéndole callar cantó ella el Evangelio, no osando contradezirla el preste, ni otro de los que estavan presentes, por ser ella la que mandava en la casa. Cayó luego en la cuenta de que avía hecho mal en ser arrogante y presumptuosa, y cometido culpa grave; dexó el cargo de priora y condenóse a estar en su celda encarcelada, donde sin salir della perseveró siete años. Hizo una silla de madera que tenía espaldar y lados altos, en los cuales puso muchos clavos, las puntas salidas afuera, y cuando tenía de dezir sus horas, que, aunque sola, las cantava, poníase en pie en aquella silla, donde a cualquiera parte que se arrimava se le entravan por el cuerpo las puntas de los clavos, y assí estava con gravíssima pena. De modo que por ella misma se penitenció por la culpa que cometió en presumir más de lo que devía, queriendo dezir el Evangelio con solemnidad en la Missa, y fue la pena privación de su oficio, cárcel en su celda, trabajo de leer y dolor de assentarse, ayunos de cada día y vigilias de noche. Aprendan los que presiden a otros con qué penitencia deven limpiar sus culpas si las cometieren, porque es digno de mucho castigo, aunque el pecado no sea muy grave, de quien otros han de sacar /(395v)/ exemplo. Es de Marco Marulo.

[39] Santa Mónica, madre del gran Augustino, llorava sin cessar por ver a su marido apartado del camino del Cielo y al hijo caminar con toda furia al Infierno, tocado de la heregía de los Maniqueos. Ella se dio tal prissa a llorar que alcançó de Dios el remedio de los dos, siendo parte para que el marido enmendasse su vida y el hijo se hiziesse cristiano. Dízelo el mismo San Augustín en sus Confessiones, libro tercero, capítulo doze.

[40] San Teodoreto, en su Historia Religiosa , en la Vida de Simeón Ermitaño , dize dél que, yendo con otros monges al monte Sinaí, vieron en un desierto, sacadas de la tierra y puestas en alto, las manos de un hombre. Llegaron cerca y vieron esconderse las manos, porque, cuyas eran, sintiendo ruido, se entró por una caverna angosta debaxo de tierra. Simeón llegó a la boca della y rogó con mucha eficacia al que estava dentro que saliesse y les hablasse, diziendo que eran ermitaños y que ivan al monte Sinaí con desseo de servir a Dios en soledad. Añadió algunas razones que convencieron al que estava dentro, y salió de la caverna, mostrando el rostro como de salvaje, los cabellos mal compuestos, el rostro arrugado, y todos los miembros de su cuerpo secos. Tenía un vestido texido de hojas de palmas. Habló a Simeón y a los que ivan con él, preguntándoles adónde era su camino. Simeón le dio razón de sí y de su viaje, y le preguntó por qué avía escogido aquella vida tan estraña. Él respondió que también tuvo desseo de hazer aquel viaje con otro su amigo, de su hábito y professión, y que se avían ambos jura- mentado | de no apartarse jamás, aunque el uno muriesse, y sucedió que murió en aquel lugar el otro, y él le dio allí sepultura, y por verse obligado con juramento hizo aquel sepulcro para sí, donde esperava el fin de sus días, sustentándose con dátiles que le traía un su hermano, mandándoselo el que tiene cuidado de todas las criaturas. Diziendo esto, apareció de lexos un león que puso temor a todos, mas el ermitaño de la caverna se levantó y hizo señas al león que passasse a la otra parte. Él obedeció, y, llegado cerca, le dio un ramo de dátiles que traía, y, dándole licencia, se apartó algo lexos y se echó a dormir. El ermitaño repartió entre todos los dátiles, y cantaron juntos algunos Salmos, y con esto los despidió, yendo ellos admirados de la novedad de vida y penitencia de aquel ermitaño.

[41] En el mismo libro escrive también San Teodoreto de Baradato Ermitaño, el cual buscó un tormento, y no casa, donde viviesse. Y fue que hizo una jaula de maderos delgados, más baxa que la estatura de un hombre, y en ella se encerró, donde avía de estar siempre acorvado, y sin librarse con ella de las aguas, aires y rayos del sol, no teniendo más defensa que si viviera en el campo sin cobertura. Sólo le servía para estar encerrado y no poderse enderezar, y con esta vida passó muchos años, y después salió de la jaula por dar contento a Teodoro, obispo de Antioquía, rogándole grandemente que saliesse de aquella muy penosa cárcel y dexasse libre el cuerpo para servir a Dios. Dize de Taleleo, también ermitaño, que hizo otro encage de dos ruedas, asidas con gruessos /(396r)/ palos, y dentró vivió diez años, estando siempre encorbado, por aver poca distancia en el hueco dellas. Fuele a visitar Teodoreto y hallóle leyendo en los Evangelios, y desseando saber la causa de aquella grande penitencia, preguntósela; y respondióle:
-Yo estoy obligado a la satisfación de muchos pecados, y creyendo que por ellos se me han de dar intolerables penas, determiné hazer esta vida, por castigar mi cuerpo con penas medianas y librarme de las grandes que merezco, porque son aquéllas más pesadas y fuertes que éstas, no solamente en la cantidad, sino en la cualidad. También aquéllas se reciben contra nuestra voluntad, y es muy más molesto. Y lo que es voluntario, aunque sea más trabajoso, da menos dolor, por cuanto se recibe de buena gana, lo que no es assí en el trabajo forçoso. De aquí se sigue que si con aquestas pequeñas molestias disminuyo las penas que se esperan, es grande la ganancia que saco.
De oír esto San Teodoreto al siervo de Dios Taleleo, quedó edificado y admirado de su ingenio y valor, pues a tantos trabajos se avía ofrecido, y aventajado a otros. Escrive assí mismo de dos santas donzellas llamadas Marana y Cira, nacidas en Berca, ciudad de Suria, de claro linaje. Fabricaron fuera de la ciudad un cercado de piedra y lodo bien alto, con dos ventanas. La una salía a otro aposento que también labraron para algunas criadas suyas que les quisieron seguir e imitar su vida, aunque el aposento donde las criadas estavan tenía cubierta que las defendía de la agua y sol, mas el cercado donde ellas residían estava sin cubierta, y assí no tenían defensa para el sol, ni para la agua, nieve y granizo; sobre sus | cuerpos recebían todos estos golpes del tiempo. La otra ventana les servía de puerta por donde les davan el sustento, bien templado, pues sólo era en los tres días de la semana; los demás, ninguna cosa comían. Y en dos salidas que hizieron, una a Jerusalem, con aver veinte jornadas de camino desde Berca, solamente comieron tres vezes: una a la salida, otra en la santa ciudad, y otra, a la buelta. También visitaron el sepulcro de Santa Tecla en Isauria, y ni a la ida, ni a la buelta comieron. Dize San Teodoreto que él proprio las visitó y las vido, aunque a nadie querían ver si no era el día de Pentecostés, que se mostravan por ser día señalado y de mucha fiesta para ellas, y dize que traían sobre sus cuerpos grandes pesos de hierro, que eran unos collares al cuello y ceñidor, y argollas a los pies y manos, y eran tan pesados que Cira, por ser más flaca y delicada, andava con el cuerpo encorbado. Traían unos mantos hasta el suelo, con que se cubrían rostro, cuerpo, manos y pies; desta suerte vivieron cuarenta y dos años. De otra donzella, llamada Domina, escrive que hizo en cierto huerto de la casa de su madre una choza y la cubrió de paja, donde eran tantas sus lágrimas, que no sólo regava con ellas sus mexillas, sino el cilicio con que andava vestida. Al amanecer iva a una iglesia que estava cerca de su casa, acompañada de otras mugeres, donde rezava y ofrecía a Dios loores y alabanças, y oía los oficios divinos. Su comida era solamente lantejas remojadas en agua. Tenía su cuerpo seco y con sólo el pellejo, que como un pergamino cubría sus huessos. Admitía a todos los que la querían visitar, mas /(396v)/ era de modo que ni ella veía el rostro de los que entravan, ni ellos el suyo, porque le tenía cubierto con un velo. Su boz era muy subtil, sin exprimir claramente lo que dezía, por ser muchas las lágrimas que hablando derramava. Exemplos son éstos maravillosos y más para admirar que para imitar. Lo dicho es de San Teodoreto.

[42] Santa Isabel Viuda, la cual no ay discurso virtuoso donde no pretenda tener parte, en éste la tiene y principal, porque aun en la vida de su marido se encerrava con algunas donzellas suyas en un aposento secreto de su casa, y hazía que la açotassen crudamente, y con esto domava su carne y se hazía humilde, recibiendo açotes de sus criadas, siendo hija de rey. Refiérelo Marulo, libro tercero.

[43] Santa Isabel de Esconaugia, monja, tenía horas señaladas cada día para açotarse, y assí, mortificada su carne, viviesse a Cristo, no olvidada de que su Esposo recibió también açotes. Dízelo Esberto Monge.

[44] María Decegnies, contra su voluntad y por quererlo sus padres se casó, y no porque fuesse casada dexava de castigar su cuerpo con ayunos, con vigilias y oraciones, y con sangrientas disciplinas. Vino a persuadir al marido que los dos hiziessen voto de castidad, y guardáronle. Padeció naufragio la virginidad desta señora por razón del matrimonio, mas, assiéndose al tablón del ayuno, oración y disciplina, salió libre al puerto de la gloria. Dízelo Jacobo de Vitriaco Cardenal, y refiérelo Surio en el tercero tomo.

[45] Radegunde, muger de Clotario, rey de Francia, debaxo de los vestidos preciosos y delicados traía un cilicio riguroso, y con esto hizo ageno su cuerpo de todo desseo carnal y des- honesto. | Y tantos ruegos hizo al marido, que alcançó dél licencia para guardar castidad en un monasterio, teniendo el cuerpo sujeto al espíritu. Antepuso al marido, Cristo, y al reino, el monasterio. Es de Laurencio Surio, tomo cuarto.

[46] El Abad Taleleo, sobre el cilicio truxo el hábito de religioso por sesenta años, y en todo este tiempo no se vido su rostro alegre, sino bañado siempre en lágrimas, y dezía muy de ordinario:
-Todo el espacio de nuestra vida nos fue dado para que hagamos penitencia, y serános pedida estrecha cuenta si no nos aprovecháremos dél.
Es del Prado Espiritual, capítulo cincuenta y nueve.

[47] Santa Brígida, quedando viuda, repartió su hazienda, dando a sus hijos su parte, y de otra edificó un monasterio en un lugar llamado Vuarzsteno, adonde dio principio a una nueva religión, que de su nombre se llamó después de Santa Brígida. Viéndose sin hazienda, començó la santa otra vida de mayor rigor y aspereza que antes. Por treinta años no usó paños de lino en su cabeça. Vestíase un áspero cilicio, y sobre él, un vestido sólo. Dormía en el suelo. Poníase tantas vezes de rodillas a orar entre día y noche, que parecía impossible un cuerpo tan delicado como el suyo sufrir tanto trabajo. Vino a que tenía las rodillas como de camello. Acostumbró los viernes, en memoria de las llagas que Cristo padeció en su Passión, echarse sobre sus braços y manos algunas gotas de cera ardiendo, con que se hazía señales y sentía mucho dolor. Este mismo día, en memoria de la hiel que dieron a Cristo cuando le querían poner en la Cruz, tomava ella de una yerva llamada greciana, muy amarga, su raíz, que parti- cipava /(397r)/ del mismo amargor, y teníala en su boca, sintiendo grande tormento. Sin el cilicio, traía ceñida una soga a su cuerpo, y otras dos a los muslos, en memoria de la Santíssima Trinidad. Refiérelo Surio, tomo cuarto.

[48] Simeón, llamado Estilita, natural de un pueblo dicho Osisán, en tierra de Cilicia, en Menor Asia, fue exemplo de penitencia. De pastor de ganados se hizo monge en el monasterio del Abad Heliodoro, donde estuvo nueve años, y señalóse en ayunos, porque, como otros monges de dos en dos días comiessen una vez, Simeón comía una sola en toda la semana. Traía junto a su cuerpo una soga ceñida, hecha de hoja de palmas, y tan apretada que le hizo una grande llaga, de la cual corría sangre algunas vezes, y fue causa por donde se vino a entender este secreto. Quitáronle la soga, y porque no se quiso curar la llaga el abad le dixo que se fuesse del monasterio, temiendo no le quisiessen imitar otros de menores fuerças, y les fuesse ocasión de daño notable. Simeón se fue en un monte, donde halló una cisterna sin agua, y en ella se dexó caer. Estuvo cinco días cantando alabanças de Nuestro Señor, sin tener otro cuidado. Entretanto, los ancianos del monasterio, sintiendo mucho la ausencia de Simeón, hablando al abad embiaron a buscarle. Los que fueron a esto, informados de unos pastores, llegaron a la cisterna, y trayendo sogas, con dificultad le sacaron y reduxeron a su convento. Aunque estuvo en él poco tiempo, porque desseando más aspereza se fue al desierto, donde se encerró en una ermita, y estuvo allí tres años. Quiso imitar a Moisés y Elías, ayunando cuarenta días, comunicólo con un santo abad llamado Basso, a quien estava | sujeto él y otros solitarios que moravan en aquel monte, y díxole que sería darse la muerte, y por lo mismo grave pecado. Simeón replicó:
-Pues, padre mío, ponme aquí diez panes y un vaso de agua, que si tuviere necessidad dello, yo lo tomaré y comeré.
Hízolo assí el abad Basso, púsole allí los panes y agua, tapiándole la puerta a su petición y ruego. Dexóle y bolvió a los cuarenta días. Rompió la pared que avía hecho en la puerta, y entrando dentro, halló el pan y agua sin muestra de averse tocado a ello. Simeón estava como muerto, mudo y sin movimiento alguno. Tomó una esponja, y mojándole los labios, poco a poco le hizo que los abriesse. Abiertos, recibió manjar, con que tornó en su fuerças. Passados tres años que estuvo en esta ermita, subióse a lo alto de un monte, y tomando una cadena de veinte cobdos en largo, por la una parte hizo que la aferrassen a una piedra, y por la otra, a su pie derecho, pretendiendo no apartarse del término que le dava aunque quisiesse. Allí passava su vida en oración y contemplación. Era Melecio, varón santo, obispo de Antioquía a esta sazón. Visitóle y díxole que no tenía necessidad de aquella cadena, siendo hombre que usava de razón, con la cual y con su voluntad libre podía no exceder ni passar de los mismos límites y términos, y que por faltarles esto a las fieras les ponían cadenas. Parecióle buena razón al santo, hizo llamar un herrero para que le quitasse la cadena, y por la parte que la tenía assida a su pie, como estuviesse sobre una piel vellosa para que no le mordiesse la carne, quitando aquella piel, descubriéronse como veinte chinches, animalejos de mal olor y penosos, que tenían assiento, no sin grave pena del santo, /(397v)/ que podía fácilmente echarlas y las dexava, sufriendo sus picadas enojosas para más mérito suyo, queriendo ensayarse en estas cosas menudas para otra mayores. Visitávale mucha gente, teniéndole por santo, y érale muy molesto, y para librarse desto imaginó una nueva manera de vivir, aunque más propria era para morir, y fue una columna en que estava subido. Al principio era de seis cobdos, después de doze, passó tiempo y levantó a veinte, y no contentándose con esto, llegó a ser de treinta y seis cobdos. Pareció en Simeón -dize San Teodoreto, el cual le vido en la columna- aver querido Dios que se pusiesse la luz sobre el candelero y luciesse más, como se vido por experiencia, porque viniendo paganos a verle en grande número, desde allí los predicava y persuadía a que fuessen castos, que por tener licencia de no serlo estavan en sus idolatrías. Baptizávanse algunos, y bolvían a sus casas con grandes propósitos de ser buenos. «Yo mismo -dize San Teodoreto- le vi en la columna, aunque con peligro mío notable, y fue que, estando cercado de gente bárbara que venían a que los bendixesse, como él me vido y conoció que era sacerdote, díxoles que llegassen a mí por la bendición. Llegaron unos y otros, levantavan las manos, tomavan mis vestidos y despedaçávanmelos. Assíanme de las barbas y sacávanmelas, y de veras que ellos me mataran si el santo varón no les diera bozes que se apartassen de mí y me dexassen». Dize más San Teodoreto, que la perseverancia en tan áspera vida de este hombre le tenía admirado. «De día y de noche tenía oración, ya en pie, ya postrado en la columna. Cuando orava en pie hazía muchas inclinaciones. Contólas una vez | uno de mis familiares, y llegó el número a mil y dozientas y cuarenta y cuatro, y de cansado no contó más. Cuando se inclinava llegava con la frente hasta los pies, y con tomar solamente una vez en la semana el manjar, tenía fuerças para inclinarse como se ha dicho, y tantas vezes. Padeció grave dolor y pena de una llaga ulcerada que tenía en el pie, y vídola un estrangero, que dudó si era hombre mortal, y quiso el santo que se enterasse en que lo era, haziendo poner una escalera a la columna por la cual subió el estranjero, y diole lugar a que con sus manos, por entre el cilicio que tenía vestido y le cubría todo, le tocasse los pies, y tocándolos descubrió aquella llaga, y cierto de que una vez en la semana recebía algún manjar, asseguróse que era hombre». El cual, dize San Teodoreto que le habló y certificó de la llaga que el santo tenía en el pie. Hazía otra penitencia maravillosa en las noches de fiestas principales, y era que desde puesto el sol hasta que amanecía estava en pie en la columna, levantadas al Cielo sus manos, estendidos los braços, no cansándose con tan penosa postura, ni derribándole de la columna el importuno sueño, no siendo más ancha que lo bastante a estar tendido su cuerpo en ella. Admirava mucho que, siendo varón de tanta penitencia y aspereza de vida, no era áspero de condición, sino humaníssimo y afable, respondiendo a las preguntas que le hazían, y predicando cada día dos vezes doctrina del Cielo. Estuvo treinta años en esta columna el santo, y acabó en ella santamente su vida. Escrivió dél San Teodoreto y Evagrio Escolástico Epifanense, y refiérelo Surio, tomo primero.

[49] San Macario Alexandrino, /(398r)/ aviéndose exercitado en vida monástica mucho tiempo, y siendo viejo, oyó dezir grandes cosas de los monges tabenensiotitas. Desseó verlos para aprender más virtud, tomó un vestido seglar, como de hombre trabajador, y fue a la Tebaida, donde estava su monasterio, y era en él abad Pacomio, varón santo y ilustrado con don de profecía, aunque de Macario, que iva a su monasterio, no le fue revelada cosa alguna. Llegó a él y rogóle que le recibiesse en su casa, porque desseava ser monge. Respondióle Pacomio:
-Ya eres viejo, no tendrás fuerças para llevar los trabajos de la religión; especialmente que, viendo la abstinencia que los monges guardan aun siendo ancianos, y que tú, estando entre ellos, no la podrás guardar, dexarlos has, y fuera del monasterio dirás mil males dellos, por no aver podido imitarlos.
Perseveró Macario un día y otro, hasta toda una semana, a las puertas del monasterio, pidiendo a Pacomio que le admitiesse en él, diziendo que le provasse y si le hallasse inferior en la abstinencia a los demás monges que le despidiesse. Oído esto, con acuerdo de los demás monges le admitió Pacomio a su monasterio, en que de ordinario residían mil y cuatrocientos religiosos. Vido Macario en ellos mucha virtud y exercicios santos, en particular, llegando presto el tiempo de la Cuaresma, entendió de unos que comían una sola vez al día, ya tarde, otros, al segundo día, y otros, al quinto día. Vido también a uno que toda la noche permanecía en pie, y de día se assentava y trabajava de manos. Considerado todo esto por Macario, recogióse en un rincón, y allí, en pie, sin assentarse en tierra, passó la Cuaresma, sin comer pan ni bever agua. So- lamente | los domingos tomava alguna hortaliza cruda, y esto más para cumplir con los otros monges que por necessidad, y para las del cuerpo forçosas iva y bolvía luego a su puesto, sin abrir su boca ni hablar palabra con alguno, antes dentro de su coraçón orava, y con sus manos trabajava lo que le era dado conforme al orden que tenían los otros monges en las labores del convento. Los cuales, considerando la vida de aquel novicio, sentidos contra su mayor, fuéronse a quexar a él, diziendo:
-¿De dónde nos truxiste este hombre, que vive como ageno de humana carne, para confusión de todos nosotros? Conviene, una de dos, o que él se vaya deste monasterio, o que todos nosotros oy salgamos dél, porque ni él con nostoros, ni nosotros con él podemos tener vida.
Pacomio se puso en oración y pidió a Dios eficazmente le descubriesse quién aquél era. Descubrióselo su Magestad, fue a él, y assido por la mano le llevó a un oratorio. Allí le abraçó, y dixo:
-Buen viejo, tú eres aquel Macario tan nombrado, y encubríaste de mí, que de muchos años te desseava ver y conocer, por oír de ti grandes cosas. Doyte gracias porque dexas avergonçados y confusos a estos mis monges, viendo cuán poco es lo que todos ellos hazen respeto de lo que tú hazes. Buelve a tu habitación y casa, que suficientemente nos has edificado, y ruega por nosotros a Dios.
Con esto se despidió Macario y bolvió a su estancia. Refiérelo Surio, tomo primero.

[50] En un viaje que hizo Simeón Metafraste, santo varón, por mandado de cierto emperador de Constantinopla, cuyo nombre no declara, dize que en una isla llamada Paro vido un ermitaño, sacerdote y de vida santís- sima, /(398v)/ el cual le refirió el caso semejante, encargándole que le escriviesse entre las Vidas de Santos que tenía recopiladas: «Passaron -dize- a esta isla de Paro ciertos vezinos de Negroponte con designio de caçar ciervos y cabras, de que ay grande abundancia, para aprovecharse de los cueros y pieles. Entre ellos vino uno devoto y siervo de Dios, y como llegasse a ella, fuese a visitar una iglesia antigua de la Madre de Dios, aunque yerma y sola, como lo está de gente la isla, y deshabitada por incursiones que siempre hazen en ella enemigos del imperio. Estando, pues, haziendo oración, vido al lado diestro del altar una como cobertura que la meneava al viento, y mirando más atentamente, parecióle que eran telas de arañas, y queriendo acercarse para discernir lo que fuesse, oyó una boz, que le dixo:
-Detente, no passes adelante, o hombre, porque soy muger y tengo vergüença de ser vista desnuda.
El buen hombre, oyendo esto, recibió algún temor, mas, tomando ánimo, preguntóle quién y cómo habitava en aquella soledad. La boz tornó a dezir:
-Ruégote que me des tu capa, y estando cubierta, yo te diré cuanto me permitiere la divina voluntad.
Oyendo esto, diole la capa y fuese a la puerta del templo, dándole lugar a que se cubriesse. Bolvió luego y vido que en la figura solamente era muger: los cabellos tenía blancos, el rostro, denegrido, aunque mostrava un poco de blancura, y el pellejo que sustentava la composición de sus miembros, como no tenía carne, parecía sombra; y assí, solamente era una figura humana. Mas quedó espantado de verla el hombre, y por assegurarle ella y que no la tuviesse por fantasma, bolvióse al oriente y hizo oración. Luego dixo:
-Dios, | o hermano, tenga de ti misericordia. Dime qué es la causa por que veniste a esta isla deshabitada, y si es que te truxo Dios por mi ocasión, quiero contarte la historia de mi vida, si la quieres saber. Mi patria es Lesbos, nací en la ciudad de Metimna. Mi nombre es Teoctista, y mi professión, de monja. Siendo pequeña murieron mis padres, y mis parientes encerráronme en un monasterio de vírgines, donde recebí el hábito y professión de monja. Después desto, siendo de diez y ocho años, en una solemnidad de Pascua, salí del monasterio y fui a cierta aldea cerca de la ciudad a visitar una hermana mía que tenía allí casada. Venida la noche, saltearon la isla los árabes de Creta, cuyo capitán era Nisiro, y llevaron captivos a todos los que estavan en la aldea, y a mí con ellos. Luego que fue de día, hizieron señal de recogerse a sus navíos, y levantadas áncoras, llegaron a esta isla de Paro para certificarse de la presa y ver qué captivos traían, apreciando el rescate. Yo, que vi ocasión, procuré huir a lo más escondido del desierto, no dexando de correr hasta que mis pies, heridos de agudas piedras, rebentaron sangre, que corría en abundancia, y assí, desalentada y sin fuerças, caí en tierra como muerta, y passé toda la noche con terribles angustias. Venida la mañana, vi que los cossarios se avían ido, por lo cual yo quedé bien contenta en esta isla. Y an ya passado treinta y cinco años que hago vida en ella, sustentándome con altramuçes y yervas, y por dezir mejor, con palabras de Dios. Cuando me libré de los cossarios, quedé desnuda, porque ellos me quitaron la ropa, y ha sido mi vestido la mano del Señor, que contiene el Universo.
Aviendo dicho esto la santa donzella, levantó las /(399r)/ manos al Cielo, dando gracias al Criador, y calló. El buen hombre estava, sus ojos baxos, sin osar mirarla, y callava. Ella le tornó a dezir:
-Ya te he manifestado lo que toca a mi vida. Ruégote que hagas una cosa por mí, y es que el año siguiente has de bolver a esta isla a la que aora veniste, y traerme as en un pequeño vaso el Santíssimo Sacramento del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, porque después que habito en esta isla no he sido merecedora de tal don.
Dicho esto, encomendándole que a ninguno de los que ivan con él diesse parte dello, bendíxole y despidióle. El buen hombre prometió de lo hazer assí, y muy contento por averle Dios descubierto semejante caso, fue al navío y bolvió a su tierra. El siguiente año, aviendo de hazer su viaje, acordóse de lo que le avía rogado aquella santa donzella. Habló con un sacerdote, y dándole cuenta para qué lo quería, siendo cosa que a la sazón se usava, y por ventura mandando Dios al sacerdote que assí lo hiziesse, diole una forma consagrada en un pequeño vaso o cáliz, y con ella passó a la isla de Paro con otros caçadores. Y aviendo salido en tierra y ido al templo de la Madre de Dios, vido a la santa monja cubierta de la capa que él le avía dado el año antes. Quiso arrodillarse delante della, mas diole bozes que no lo hiziesse, porque traía consigo el Divino Sacramento. Descubrióle él del caliz la forma consagrada, y ella se derribó en tierra, y luego la recibió derramando muchas lágrimas, y dixo:
-Aora, Señor, dexa en paz a tu sierva, pues vieron mis ojos tu salud. Aora que he recebido al que perdona mis pecados, iré donde tu grandeza me mandare.
Dicho esto, levantó las manos al Cielo y hizo oración por aquel hombre, y embióle con los de- más, | que andavan por la isla entretenidos en sus caças. Y aviéndose ocupado en esto algunos días, y muerto muchos ciervos y cabras, queriendo bolverse, el devoto varón fue a la iglesia para recebir la bendición de Teoctista, y entrando en ella, vídola que estava muerta. Derribóse en el suelo y besóle sus santos pies, derramando lágrimas. Estava dudoso, sin saber qué hazerse, y determinóse en lo que menos le estava bien, y fue que, cortándole una mano, puesta en un paño de lino, se bolvió al navío, y dieron a la vela. Vino luego un viento tan a propósito, que pensaron llegar otro día a Negroponte, y fue de otra manera, que, salido el sol, se hallaron en el mismo puerto de donde avían partido, y el navío tan sossegado como si estuviera sobre áncoras. Estavan todos espantados y confusos, preguntávanse unos a otros si avían cometido algún pecado por el cual mereciessen castigo semejante. El buen hombre, entendiendo cuál fuesse la ocasión, salió fuera, guió al templo y restituyó la mano al cuerpo de la santa, y bolvióse al navío. El cual luego se hizo a la vela, y navegava con gran velocidad a Negroponte. Visto esto por el buen hombre, contó el caso como avía sucedido a los demás de la compañía, los cuales, admirados de tan peregrina historia, reprehendieron su atrevimiento, y de común acuerdo bolvieron a la isla de Paro por ver el cuerpo de la santa. Y entrando en la iglesia hallaron una señal y figura del santo cuerpo donde avía estado, mas a él no le vieron, aunque miraron todos los rincones de la iglesia y grande parte de la isla. Y visto que era voluntad de Dios que estuviesse escondido, aviendo venerado la señal y figura del santo cuerpo bol- vieron /(399v)/ a su navío, y en él passaron a su tierra, alabando a Dios, que es maravilloso en sus santos». Lo dicho refiere Simeón Metafraste, y escrívelo Surio, tomo sexto.

[51] Zoerardo, monge solitario en el desierto de Nitria, entre otras asperezas de penitencia que hazía fue una, que después del trabajo del día tomava de noche algún descanso, y era en esta forma: cortó un ancho roble y allanóle, y hizo alrededor dél un seto de cañas bien agudas, y poníase allí dentro, donde si el cuerpo, cansado del sueño, se recostasse en alguna parte, herido de las cañas y sintiendo el dolor, despertasse, y assí su dormir era acorvado de rodillas. Ni se contentó con esto. Antes hizo un círculo o corona de palos del tamaño del tronco donde estava reclinado y, puesta en alto, colgó de allí cuatro piedras, con intento que si durmiendo se cabeceasse, por cualquiera parte se hiriesse en aquellas piedras, de modo que lo poco que durmiendo tomava algún descanso, era con todos estos contrapesos e inconvenientes. ¡Oh bienaventurado varón, que la corona que avía de tener en el Cielo la comprava tan a su costa en el suelo! Siendo muerto el mismo San Zoerardo, como le desnudassen para lavar el cuerpo, como era a la sazón costumbre, halláronle una cadena algo delgada, que tenía ceñida, y tan apretada, que se le avía entrado por sus carnes, y teniéndolas rompidas, el cuero se avia juntado sobre ella, de modo que si no era donde venían los cabos a añudarse, no se echava de ver, y desatándola, y tirando de la una parte, sonavan las costillas, por las cuales se venía resbalando. Dízelo Surio, tomo tercero.

[52] Santo Domingo, llamado el Lo- rigado, | fue clérigo seglar. Juntóse con unos ermitaños que vivían apartados unos de otros, y eran en número diez y ocho, en el desierto de Luceola, donde hazía vida de grande penitencia. Nunca bevían vino. El domingo y el jueves dexavan de ayunar. Los demás días era su ayuno de pan y agua. Su ordinario exercicio era oración y trabajar de manos. No poseían cosa alguna. Toda la semana guardavan silencio hasta el domingo, en el cual, aviendo dicho vísperas, comían juntos, y hablavan unos con otros hasta hora de completas, que se bolvían a sus celdas, donde estavan los pies descalços. Santo Domingo, juntado a esta compañía, cada día crecía en virtudes, no cotentándose con lo que los demás hazían de penitenias y asperezas. Vistióse una loriga de hierro junto a la carne, sin quitársela en todos los días de su vida, sino cuando se disciplinava, y con ella estava armado contra las batallas que cada día tenía a fuego y sangre con los demonios, y por esto se le dio nombre de Domingo el Lorigado. Cada día rezava dos vezes el Salterio, teniéndole de memoria, y al tiempo que le rezava, se disciplinava. La Cuaresma y los días de ayuno eran tres vezes. Hazía muy de ordinario la penitencia de cien años, usada por ermitaños, y contávala en esta manera: tres mil açotes hazían un año de penitencia, y a cada mil açotes rezavan o cantavan diez Salmos, de modo que al fin de los ciento y cincuenta Salmos del Salterio venían a ser cinco años de penitencia, y acabado el Salterio veinte vezes se cumplían los cien años. Y no pocas vezes lo cumplió en seis días este insigne varón. Los açotes que se dava Domingo excedían a los de los otros religiosos, porque ellos usa- van /(400r)/ de una mano, y él, de las dos, y assí eran más rigurosos y sangrientos. Confessándose una vez, principio de Cuaresma, pidió al confessor le impusiesse mil años desta penitencia, y impuestos, la cumplió antes que viniesse la Pascua. Perseveró toda la vida en estos exercicios, y siendo viejo, añadía a los Salterios y disciplinas estar en pie y arrodillarse al suelo cien vezes, de quinze en quinze Salmos. Escrivió su Vida Pedro Damián, que le conversó y trató. Quiso informarse dél un día acerca de su comida, cómo le iva, y respondió:
-Yo vivo en essa parte remissa y destempladamente, en especial los domingos y jueves.
Preguntóle si en essos días comía él algún guisado, huevos o queso. Respondió que no. Añadió Pedro Damián:
-Pues, ¿qué es la comida? ¿Peces y mançanas?
Dixo el siervo de Dios:
-Es verdad que me dan algunos de essos días peces y mançanas si los ay, mas guárdolo yo y doylo a pobres enfermos, que ay muchos en esta tierra.
-Pues, ¿en qué está la destemplança -replicó Pedro Damián-, si no comes cosa que llegue a fuego o se coge de los árboles?
Respondió el admirable Domingo:
-Como pan y hinojo, y esto es destemplança, porque siento mucho gusto y regalo comiéndolo.
Parecíale a este bienaventurado varón que era destemplança comer pan y hinojo. Alcançó de Nuestro Señor don de lágrimas, cayendo muy de ordinario de sus ojos arroyos dellas. Dormía poco, y esto cuando su cuerpo estava demasiadamente cansado. Algunas vezes era estando de rodillas, y otras, reclinado en la desnuda tierra. También hazía otro exercicio no menos penoso que los declarados, y era que se ponía en pie y levantava los braços en alto en forma de cruz, y rezava | doze Salmos, repitiéndolos cuatro vezes. Dezía assí mismo otras vezes el Salterio, y después de cincuenta Salmos, un nocturno de finados, estando también los braços levantados en cruz. Preguntó el mismo Pedro Damián a los otros monges si en lo penoso del verano dormía Domingo las siestas como los demás, y él respondió:
-En noches tan largas, ¿para qué tengo de dormir en el día?
Y dio esta respuesta porque estava de noche tan elevado en contemplación que no advertía por cuál tiempo del año hazía mayores o menores noches. Dezía que un sueño trae otro sueño, y una vigilia, otra vigilia, y que el cuerpo humano en aquello que le imponen se halla bien. Era recatado en no dezir mentira, y si le preguntavan qué hora era, no respondía son las tres, o las seis, sino cerca de las tres o las seis. Por sus grandes abstinencias vino a ser muy enfermo del estómago y de la cabeça. Aconsejáronle que se purgasse. Tomó una purga y luego espiró, en el año de mil y setenta. Escrivió lo dicho Pedro Damián Cardenal por mandado del Papa Alexandre Segundo, y refiérelo Surio, tomo quinto.

[53] El Seráfico Patriarca San Francisco, del mucho llorar tenía flaca la vista, y diziéndole que se moderasse porque no acabasse de cegar, respondía que no eran de tanto precio los sentidos que por su causa la fuerça y vigor de la devoción devía enflaquezerse, la cual se sustenta con sospiros, y con lágrimas camina para Dios. Es de San Buenaventura en su Vida, capítulo quinto. El mismo santo, cuán sin piedad fuesse para sí, mostrólo diversas vezes, y en particular una, que se vido tentado de deshonestidad gravemente. Desnudóse y açotóse con grande /(400v)/ rigor, y visto que la tentación no cessava, salió del monasterio, y en un monte donde avía mucha nieve se dexó caer y se detuvo algún tiempo. Hizo luego una pella grande, y otras chicas, y dezía:
-Ves, Francisco, aquí tu muger y hijos, procura cubrirlos, porque perecen de frío.
Y con esto domó su carne con açotes, y resfrió sus ardores con la nieve que juntava a su cuerpo. Es del mismo lugar.

[54] San Vicente Ferrer, del Orden de Predicadores, eran sus ojos fuentes, en especial cuando dezía Missa y tenía en sus manos el Santíssimo Sacramento. Es de Pedro Raufano, y refiérelo Surio, tomo segundo.

[55] Residía en París un eclesiástico prebendado y muy rico. Era moço, de gentil presencia, bien nacido. Todo esto le era contrario y hazía guerra, por donde se entregó a graves vicios de gula y de luxuria. Cayó enfermo, confessó sus pecados, recibió el Santíssimo Sacramento y la Unción, con que murió. Antes avía hecho el tiempo tempestuoso, y aquel día salió un sol muy claro, por donde se le hizo un solemníssimo entierro, por ser muy emparentado. Considerando su vida y muerte, muchos le juzgavan por dichoso y bienaventurado. Dezían:
-Veis este hombre, toda su vida vivió a su gusto, recibió cuantos deleites y plazeres quiso. Su enfermedad fue breve. Recibió los Sacramentos, por donde se presume que se salvó, y al cabo, su cuerpo ha sido sepultado con tanta honra. Y aun el tiempo le ha favorecido, que parece quiso regozijar su entierro y solemnizarle.
Esto se plativava en el vulgo, y un siervo de Dios quiso ver si dezía con lo verdadero y si de veras aquél era dichoso. Pidió a Dios con gran instancia se lo declarasse. Y para en- mienda | y escarmiento de otros, le fue concedido. Vídole arder en el Infierno, y muy admirado preguntó la causa, y cómo no le avían aprovechado los Sacramentos en su muerte. Y fuele respondido que nunca tuvo intento de enmendarse, antes juzgó en sí mismo que si sanava de la enfermedad no podía ser otro del que antes avía sido. Su confessión fue cumplimiento, el dolor de sus pecados, corto, el intento y propósito de enmendarse, ninguno; por esso se condenó. Y de aquí viene San Augustín a poner tanto escrúpulo en la salvación de los que aguardan a convertirse al cabo de la vida, porque no todos tienen los requisitos necessarios para que les sean de provecho los remedios y prevenciones de aquella hora. Este caso se escrive en el Promptuario de exemplos.

[56] Un cavallero exercitado en la milicia y cargado de pecados gravíssimos, a instancia de su muger se fue a confessar con un obispo. El cual, oída su confessión, señalóle algunas penitencias, sin que él aceptasse alguna, diziendo que ni podía ayunar, ni rezar. Díxole el obispo:
-Pues sea ésta la manera, que estéis en la iglesia encerrado toda una noche en silencio, sin hablar palabra, hasta que yo vaya por la mañana a visitaros.
Aceptó esto el hombre, y dexóle encerrado el obispo después de aver hecho por él oración. Vino luego el demonio en figura y traje de mercader caudaloso. Mostróle paños de diversos colores, dávaselos por pequeño precio, y algunos graciosos, con que le acompañasse y llevasse seguro hasta passar una silva allí cercada. A todo esto el penitente no dixo palabra. Desde a poco tomó forma de un su pariente, entró en la iglesia dando bozes, diziendo que enemi- gos /(401r)/ suyos avían acometido su casa, muértole la muger y hijos, y puéstole fuego, y desde allí le mostrava la llama. Todo esto no fue parte para que él quebrantasse el silencio. Llegó con figura de un hijo suyo pequeño, y dezíale:
-Acaba ya, padre. ¿Qué hazes? Toda la familia muerta, la casa abrasada, el enemigo buscándote, y puedes con facilidad vengarte dél. ¿Qué hazes?
Y como no le respondiesse, añadió:
-Pues si no quieres favorecerme, yo mismo me quitaré la vida.
El cavallero estava inmovible. Finalmente, llegó una caterva de demonios en figura de bestias fieras, que le acometieron y maltrataron, aunque ni ésta fue parte para que él dexasse el silencio, ni se perturbasse o moviesse. Vino la mañana, entró el obispo en la iglesia para sacarle della, preguntóle el penitente por los que avían muerto a su muger y hijos.
-No están muertos -dixo el obispo-. ¿Qué es lo que dezís?
-Yo -replicó el cavallero- oí el ruido de las armas y vi la llama.
Llegaron los hijos, y visto que era ilusión del demonio, dixo al obispo:
-Padre, ruégote que me des y señales toda la penitencia que quisieres, que yo lo cumpliré por no quedar obligado a que el demonio se vengue de mí. Yo sé que tengo de pagar lo que devo. Si lo dexo, dará Dios lugar al demonio que tome la mano y me atormente, pues por mucho que yo haga, lo sentiré menos que lo poco que a él se le dé licencia. Cargad la mano, que todo lo haré.
Y assí fue, que cumplió la penitencia que le fue impuesta por el obispo, y fuera desso añadió él otras muchas obras penales, con que hizo satisfación y recompensa por todo lo passado, y murió bien. Lo dicho es del Promptuario | de exemplos.

[57] Amonestava a un usurero frecuentemente cierto sacerdote que enmendasse la vida y hiziesse penitencia de sus pecados. Respondíale:
-Tiempo ay, temprano es.
Cayó enfermo, visitóle el sacerdote exortándole a que ya era tiempo que confessasse sus pecados y propusiesse enmienda de vida. Él dio bozes:
-¡Ay, penitencia! ¿Dónde estás? Justo juizio de Dios es que, pues hasta aora te menosprecié, aunque te quiera no te halle.
Y diziendo estas palabras, espiró. Refiérese en el Promptuario de exemplos.

[58] Un hombre rico y grande limosnero fue arrebatado en espíritu y vido algunos particulares juizios de Dios. Estava en silla de juez, y llegavan diversas personas a dar cuenta de sus vidas. Llegó uno, y declaró algunas limosnas que hizo con caridad; otro, las oraciones que ofreció a Dios, y otro, obras de misericordia que exercitó: vestir pobres, hospedar peregrinos. Él, que estava a la vista de todo esto y veía los premios con que Cristo premiava a los semejantes, tenía mucho contento, esperando que viniese su vez, sabiendo que avía hecho más que todos éstos. Llamáronle, y no se hizo pregunta de buenas obras que huviesse hecho, sino qué penitencias y obras penales fueron las suyas, y qué deleites y regalos dexó de gozar por su amor. Enmudecióse, porque era hombre dado a semejantes regalos y deleites. Añadió luego el Juez, viéndole que callava:
-¿No oíste mi Evangelio, que es estrecho el camino del Cielo?
Del todo quedó el hombre confuso, mas hallóse luego el remedio. Vido allí a la Ma- dre /(401v)/ de Dios y a muchos santos que tenía por particulares patronos y los avía hecho magníficos servicios. Postróse en su presencia implorando su favor, dando palabra que siéndole concedido tiempo cessaría en los regalos y se emplearía en penitencias. Alcançáronlo con facilidad los buenos intercessores. Tornó en su sentido, y la verdad desta visión provó con el trueco de su vida, que, sin dexar las obras de caridad, se empleó en otras de mortificación y penitencia, de modo que vino a ser varón consumadíssimo en virtudes, y acabó santamente. Lo dicho es del Promptuario de exemplos.

[59] Fray Pedro Nicolás, Factor del Orden de los Menores, fue varón de grandes mortificaciones y penitencias. Disciplinávase los más días con mucho rigor, hasta derramar sangre, y aun a vezes traía otro religioso y se concertava con él que le hiriesse con varas de membrillo, y él lo hazía, siendo Guardián en un convento llamado el Valle de Jesús, tres leguas de Valencia, en la cual ciudad, que es nobilíssima en España, nació el año de mil y quinientos y veinte, día de San Pedro Apóstol. Teniendo, pues, este cargo, hizo grandes mortificaciones. Cada día, antes de dezir Missa, se disciplinava. Ordinariamente no comía más de pan y agua, y si alguna vez excedía desto, era una escudilla de caldo. Nunca faltava a Maitines. Dormía sobre unas tablas, y por cabecera, un palo. Quedóse un día fuera del refectorio, y desnudándose su hábito, con solos los paños menores, añudándose una soga al cuello y tomando una Cruz en la mano, y en la otra, una piedra, hiriéndose los pechos, entró de rodillas por el refectorio, diziendo con | muchas lágrimas, gemidos y solloços, que era grande pecador, y rogando a los frailes que rogasssen a Dios por él. Quedaron todos llenos de admiración, y muchos derramando lágrimas de ver a su perlado y padre de aquella suerte. El vicario le pidió de parte del convento y suya que se fuesse de allí y vistiesse el hábito, y él, besando primero los pies a los frailes, se fue y vistió. Y, bolviendo al refectorio, se assentó y comió un poco de pan, y bevió agua, y su ración, con alguna fruta, embió a pobres que estavan a la puerta. Otra vez, en medio del invierno, entró desnudo en un estanque de agua y estuvo en él por tres horas, adonde no le desamparó Dios, antes le encendió su espíritu con llamas de divino fuego. Y para indicio desto, quiso que la agua del estanque se viniesse a calentar hasta hervir. Salió de allí alabando a Dios y rogándole le diesse conocimiento de sí mismo y gracia para cumplir en todo su voluntad. Después desto, estando en el convento de San Francisco de Valencia, tuvo cargo de Maestro de novicios, los cuales eran veinte y dos. Él los criava y doctrinava con grande diligencia y continuo cuidado, exercitándolos y exercitándose en grandes mortificaciones y actos de humildad. Teníalos un día juntos en el noviciado; hincóse de rodillas, y, descubierta la cabeça, encrucijó los braços sobre los pechos, y mandóles por virtud de santa obediencia que de uno en uno se pusiessen delante dél y le dixessen muchas palabras injuriosas y feas, y después de se las aver dicho, le escupiessen en el rostro. Aceptaron el mandato los novicios, aunque con solloços y lágrimas. Inclinó el devoto padre /(402r)/ los ojos en el suelo, con una maravillosa composición y mortificación, para oír las palabras injuriosas que le dirían y recebir en su rostro las salivas que le echarían. Llegavan los novicios temblando, y uno le llamava ribaldo, otro, traidor, otro, quebrantador de su regla, otro, hipócrita. Uno le dezía que no era digno del pan que comía, y otro, que eran tan abominables sus pecados y vida, que estavan espantados cómo la tierra no se abría y el Infierno no se le tragava. Después de dichas semejantes afrentas, le escupían en el rostro. El humilde padre, derramando lágrimas, tenía puesto delante de los ojos de su consideración a Jesucristo assentado en una silla, açotado, coronado de espinas y escupido en su divino rostro, por cuyo amor procurava imitarle en lo que podía. Luego que cessó la tormenta, limpiándose el rostro, habló con su Magestad, y dixo:
-Dios mío y Señor mío, ben- dito | seáis, que por la boca de los infantes se dizen las verdades. Estos mancebitos me conocen a mí y me dizen la verdad. Estos angelitos me tratan como yo merezco, y no los del siglo, que unos me besan el hábito, y otros, las manos, otros me alaban, otros me llaman santo y se van siguiéndome. Los del siglo, ¿por qué lo hazen, o bien mío, sino porque no me conocen? Mas estos angelitos, que continuamente me tratan y están comigo, veen quién soy, y con verme y conocerme aún no me dizen lo que merezco. Apiadáos, Señor, deste gran pecador, y no miréis con los ojos de vuestra justicia rigurosa esta criatura tan abominable y este estiércol tan suzio y de mal olor.
Exercitóse en estas y otras obras semejantes hasta que murió, en veinte y tres días de deziembre, año de mil y quinientos y ochenta y tres. Dízelo Fray Cristóval Moreno, Provincial de su mismo Orden, en la Vida que dél escrivió. |


EXEMPLOS ESTRANGEROS


[1] Sócrates Filósofo se estava algún día desde que salía el sol hasta que se ponía en pie sin mudarse de un puesto. Y preguntado qué fin tenía en hazer esto, dezía que se ensayava para cuando le sucediessen casos ásperos y dificultosos, que los sufriesse pacientemente y sin descomponerse. ¡Oh, quién viera a este filósofo lavado con el agua del Baptismo! Dízelo Sabélico, libro segundo.

[2] Diógenes Cínico andava con sola una túnica, traía los pies descalzos, y la cabeça, descubierta al frío y al calor, sin mostrar más sentimiento en lo uno que en lo otro. Primero usava para bever de un vaso de madera como hortera, después, porque vido a | un rústico que bevía con las manos, dexó el vaso y bevía con ellas. En los años postreros de su vida comía carne cruda por no mostrar que tenía necessidad de favor o servicio ageno. Con el Baptismo corrigiera Diógenes sus faltas y fuera gran varón. Es de Sabélico, libro segundo.

[3] Fue embiado de Alexandre a los ginosofistas Mnesarco para que le truxesse relación cierta del modo de vivir de aquella gente, y llegó a un campo donde vido muchos hombres desnudos que se ensayavan para sufrir y padecer trabajos. Era tiempo de verano y el sol abrasava con los rayos la tierra, era arena cernida el suelo y quemava como fuego. Unos /(402v)/ estavan en pie, otros miravan el sol sin pestañear, algunos se tendían en la arena, aquél del lado derecho, éste del izquierdo, el otro, el rostro al cielo, abrasándose todos y todos mostrando grande paciencia y sufrimiento. ¡Oh, qué bien cayera sobre éstos la agua del Baptismo! Afírmalo Sabélico, libro dos.

[4] Catón Uticense, siendo moço, todo un día estuvo orando en el Senado, que era al talle de lo que entre cristianos es predicar. Las nieves y soles sufría descubierta la cabeça. Iva | camino a pie en compañía de otros amigos que caminavan a cavallo. Cuando estava enfermo con calentura no se dexava ver de persona alguna. Siendo capitán romano guió por siete días continuos el exército, caminando por lugares dificultosos a las fieras, sin ir a cavallo ni en carro, sino a pie, guiando la primera escuadra, sin assentarse sino cuando dormía o comía. Buenos azeros de hombre si fuera cristiano; y en tiempo de mártires valeroso se mostrara en el martirio. Dízelo Sabélico, libro segundo.

Fin del Discurso de Penitencia. |