DISCURSO SESENTA Y DOS. DE PENITENCIA
Salomón, en el capítulo primero de los
Proverbios, dize: «Ninguno ay de los que viven que
no peque», y que el justo y bueno cae siete vezes al día, esto es, cae y estropieza en culpas veniales.
Y San Juan, en el principio de su Primera Canónica
, afirma que si dixéremos que no tenemos pecados, nos engañamos y no dezimos verdad. Pues siendo assí, como lo es, que todos pecamos,
todos tenemos necessidad de penitencia, la cual, cuán
| importante sea, de cuánto fruto, y cómo
deve hazerse, parecerá por exemplos. Aunque se ha de advertir que no porque veamos lo que en
este punto hizieron algunos santos, que fue tanto, y lo poco que nosotros hazemos, devemos
desconfiar, pues algunas cosas se escriven aquí dellos que son más para admirar que para imitar. Y
assí devemos, afligiendo nuestros cuerpos, usar de una moderación, de suerte que obedezcan a la
razón y no que mueran; como el mal esclavo, que se ha de castigar y no matar, de suerte que sirva
a su señor con buen término. Si a un navío le ponen demasiada carga, iráse a fondo, y si liviana,
andará bor- lateando /(390r)/ por el mar y vendrá a perderse. Y si a un jumento se le pone carga
demasiada, caerá en el camino, y si muy liviana, dará cozes y saltos. Deven tantearse y examinarse
las fuerças de cada uno y igualar con ellas la carga, de modo que, llevándola, ni por ser grave quite
la vida, ni por ser ligera tome licencia para ensobervecerse. Vamos a los exemplos.
[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]
[1] Adam y Eva, nuestros primeros padres, pecaron, y como se dize en el capítulo dézimo de la
Sabiduría, sacólos Dios de su delito porque hizieron asperíssima penitencia, llorando muchos años
la falta de un día. Y no les fue pequeño quebranto ver a su amado hijo Abel muerto por el pérfido
Caín, cuya muerte llevaron en paciencia, con todos los demás trabajos que en criar sus hijos y
sustentarlos del trabajo de sus manos padecieron, por donde vinieron a salvarse. Es del capítulo
tercero del Génesis.
[2] De los israelitas leemos que diversas vezes quebrantaron su ley y levantavan ídolos que adoravan.
Castigávalos Dios por medio de tiranos que los aperreavan, venciéndolos y captivándolos. Mas,
corrigiéndose y pesándoles de lo hecho, haziendo penitencia y pidiendo a Dios perdón, luego los
perdonava y bolvía en su primer estado. Sólo un pecado no les a perdonado, que fue la muerte que
dieron a Jesucristo, por la cual les destruyó su ciudad y los desterró por diversas partes del mundo,
estando en todas ellas sujetos, avassallados y en grande miseria. Y es lo peor que se condenan
miserablemente por estar ciegos en su dureza, sustentando la que ya no es ley, sino secta perniciosa
y que lleva al Infierno, y todo es pena de su pecado, en que están impenitentes. |
[3] Grave fue el pecado de David, pues cometió adulterio con la muger de Urías, fiel vassallo suyo,
que estava a peligro de morir por la conservación de su reino. Añadió quitarle la vida, siendo
homicida de uno de los más justos y más aficionados hombres a su servicio que tenía en sus estados.
Embióle Dios a reprehender con el profeta Natán. Reprehendido, dixo muy de coraçón:
-Pequé;
y en pronunciando esta palabra, le dixo de parte de Dios el Profeta que le perdonava la vida, que
merecía bien aver perdido. Es del Segundo de los Reyes, capítulo doze.
[4] En tiempo de Roboam, hijo de Salomón, vino Sesach, rey de Egipto, de improviso a Jerusalem,
y robó la ciudad y templo. Mandó Dios al profeta Semeya que juntasse a los hebreos y les dixesse
de su parte:
-Vosotros me dexastes, y por lo mismo, Yo os he dexado.
Oída esta razón, convirtiéronse a penitencia, y mandó Dios al mismo Semeya los juntasse
otra vez y les dixesse:
-Porque os avéis humillado, no permitiré que seáis totalmente destruidos; mas es mi voluntad
que sirváis algunos años a esse pagano, para que veáis si es mejor servirle a él que a Mí, viendo el
tratamiento que Yo os hize, y el que él os hará.
Es del Primero del Paralipomenon, capítulo doze.
[5] Acab, rey de Samaría, no sólo dio en idolatrías, sino que quitó la vida a Nabot, inocente varón,
por gozar de una viña suya. En lo cual ay dificultad si se mostró más cruel que avaro o al contrario.
Avisóle Dios por el profeta Elías y él se tornó muy penitente, vistiéndose cilicio y ayunando, por lo
cual, el castigo que tenía bien merecido se dilató hasta en tiempo de sus hijos Ochozías y Joram. Es
del Ter- cero /(390v)/ de los Reyes
, capítulo veinte y uno.
[6] En tiempo de Ezequías, rey de Judá, aunque él era varón santo, mas por los pecados de Acaz, su
padre, vino el rey Senaquerib a hazerle guerra y destruirle el reino. Vistióse el rey un saco, fue al
templo y pidió a Dios misericordia. Oyóle su Magestad y embió un ángel que mató en una noche
ciento y ochenta y cinco mil hombres de los paganos, por donde quedó Ezequías y su reino libre. El
cual también, puesto en una enfermedad y avisado por el profeta Isaías que se moría, hizo oración
con lágrimas a Dios, y añadióle quinze años de vida. Es del
Cuarto de los Reyes, capítulo veinte.
[7] Manasés, hijo de Ezequías, ofendió a Dios gravemente con idolatrías y con muertes de varones
sanctos. En su tiempo se vieron bañadas las calles de Jerusalem en sangre de profetas, porque le
reprehendían sus pecados, y porque eran ellos buenos, y él, malo. A Isaías, con quien tenía parentesco
de afinidad, mandó asserrar. Éste fue llevado captivo a Babilonia, y estando preso tuvo dolor de sus
pecados y hizo dellos penitencia, por lo cual Dios le perdonó y bolvió al reino, acabando en bien su
vida. Es del Primero del Paralipomenon, capítulo treze.
[8] Los ninivitas, pecados graves cometieron, y alcançaron perdón de Dios porque de coraçón les
pesó de sus ofensas y hizieron penitencia. Es de Jonás, capítulo segundo.
[9] La reina Ester, ayunando ella y haziendo a los hebreos que ayunassen y hiziessen penitencia,
con este medio alcançaron perdón del rey Assuero, que los tenía a todos encartados de muerte. Es
del capítulo cuarto de su Libro. |
[10] San Juan Baptista, sanctificado en las entrañas de su madre, desde niño se fue al desierto,
donde con palabras y obras predicó penitencia. Su vida fue allí tan áspera y de penitente, que dél
dixo Jesucristo, y lo refiere San Mateo en el capítulo cuarto, que ni comía, ni bevía (entiéndese
comidas ordinarias de hombres, pues se sustentava con langostas y miel silvestre). Fue bien semejante
en la aspereza de vida a Elías. Mandóle Dios que predicasse, y hizo principio diziendo: «Hazed los
hombres penitencia, que se acerca el Reino de los Cielos».
[11] El Apóstol San Pedro, aunque negó en el atrio del príncipe de los sacerdotes, como Cristo le
mirasse salió de allí, lloró su pecado y hizo dél penitencia, y bolvió a su primera privança con
Cristo; y refiérenlo todos los cuatro Evangelistas. Y San Clemente Papa escrive en el
Itinerario, también de San Pedro, que en memoria del pecado que cometió en las tres negaciones tenía costumbre
de levantarse a la media noche, que fue la hora en que pecó, y derramava muchas lágrimas, y lo
mismo siempre que oía cantar algún gallo, y que desto tenía abiertos y hechos surcos en los lagrimales
de los ojos. Esto que dize San Clemente no es Escritura Sagrada
, aunque es muy cierto y recebido.
[12] San Pablo Apóstol dize de sí, escriviendo a los de Corinto, en la
Segunda, capítulo doze, que castigava su cuerpo y le tenía a raya, para que, predicando a otros, él no perdiesse lo que podía
ganar. Y porque los favores de Dios y sus revelaciones no le ensoberveciessen, tenía licencia un
demonio de hazerle guerra y atormentarle crudamente. Y si el que era vaso de elección, y en quien
habitava el Espíritu /(391r)/ Santo, con andar peregrinando, predicando, padeciendo persecu ciones
en mar y tierra, verse en tantos peligros, sufrir cárceles y calumnias, todo esto ni le contentava ni le
parecía que le bastava, por lo cual, él mismo castigava su cuerpo y le açotava rigurosamente, ¿quién
se tendrá por seguro, y quién no será atropellado de su proprio cuerpo, si con imperio no le domina
castigándole y no dándole hora de descanso que no lleve otra de penitencia por contrapeso?
[13] El ladrón que fue cruzificado en compañía de Cristo, por los ladronicios que avía cometido
justamente fue condenado a muerte, y él confessó que era justo su castigo. Pidió al Salvador se
acordasse dél en su Reino, y prometióle el Paraíso, dándosele a letra vista, siendo el mismo día
bienaventurado. Mateo, por acumular riquezas, enfrascado estava en trato de arrendador, que tenía
malíssimo nombre entre los hebreos; Zaqueo, el mismo trato, y cabeça y príncipe de arrendadores.
Éste fue hecho huésped de Cristo, y aquél, su Apóstol y Evangelista, siendo el medio de ambos la
penitencia. El otro, que golpeava su pecho en el templo y no osava levantar la cabeça, también la
penitencia le hizo que bolviesse justificado a su casa. La muger cananea lloró por la salud de su
hija, y la alcançó del Señor. María Magdalena, no hallando a Dios en su casa,
| buscóle y hallóle en
la agena. Lloró a sus pies, y bastaron sus lágrimas a bañárselos. Limpiólos con sus cabellos, besólos
con su boca y derramó sobre ellos precioso ungüento. Todas fueron prendas de penitencia y señales
de amor, y assí el Salvador dixo della que se le avían perdonado muchos pecados, porque amó
mucho; vino pecadora, y por humillarse con la penitencia bolvió santa. Después, estando Cristo
muerto y ella buscándole en el monumento, lloró tiernamente, y apareciósele el Salvador resuscitado
primero que a los Apóstoles, porque era justo que fuesse primero consolada la que derramó lágrimas.
Es de San Juan, capítulo veinte, y de San Lucas, capítulo séptimo. El cual también afirma en el
capítulo veinte y tres, que cuando llevavan a cruzificar a Cristo, ivan en su seguimiento muchas
devotas mugeres, llorando amargamente, y enseñan al modo como se ha de seguir Cristo, que es
llorando. El que llora por aver pecado, ésse le sigue y ésse le hallará por gracia. Todos estos, y los
demás santos, aprendieron a llorar de Cristo, cordero inocentíssimo, que sin dezirse dél que riesse
alguna vez, lloró muchas: en el pesebre, luego que nació, lloró; resuscitando a Lázaro, lloró; viendo
la ciudad de Jerusalem el día que entró triumfando en ella, lloró; y en la Cruz también derramó
lágrimas.
Lo dicho de coligió de las Divinas Letras. |
[EJEMPLOS CRISTIANOS]
[1] Marcelino Papa, con temor de los tormentos, ofreció encienso a los ídolos, y por la penitencia
fue perdonado y vino a ser laureado de mártir. Y aunque tenía mandado a los cristianos, en detestación
de su culpa, que su cuerpo no fuesse sepultado,
| y por temor de inobediencia le dexavan en la plaça
donde fue su martirio, mas apareciéndose de noche el Apóstol San Pedro a Marcelo Presbítero, le
mandó que le sepultasse junto a su cuerpo, juzgando por cosa justa que quien pecó como él pecó, y
lloró /(391v)/ como él lloró, fuesse honrado en su sepulcro. Es de Platina en su
Vida.
[2] Cecilia, virgen santa, ni el día del desposorio con Valeriano quitó de su cuerpo el cilicio. Estava
vestida exteriomente la nueva esposa de oro y seda, y en lo interior traía el cilicio áspero. Sonava la
música, no cessavan los bailes y danças, y Cecilia encomendava a su primer primer esposo, Cristo,
su virginidad y limpieza. El cual, por medio de un ángel, la conservó donzella, casta y honesta,
diole corona de mártir en el suelo, y por el cilicio, luz de inmortalidad en el Cielo. Dízelo Adón en
su Martirologio.
[3] Jacobo, de nación, persa, y de professión, cristiano, siendo muy privado del rey de Persia, por
agradarle adoró ídolos, mas tuvo luego dolor grande de lo hecho. Públicamente confessó que era
cristiano y que los ídolos eran demonios, por lo cual el persiano le mandó despedazar miembro por
miembro. Y es mucho de considerar cómo por la penitencia fue libre de perdición y subió a tanta
perfeción y gloria de ser contado entre los ínclitos mártires de Cristo. Refiérelo Marulo, libro quinto.
[4] Bonifacio, mayordomo de Aglaes, matrona romana, aviendo vivido con ella deshonestamente,
ambos hizieron penitencia, y en la persecución de Diocleciano, Bonifacio passó a Tarso con intento
de traer de allí a Roma el cuerpo de alguno de los mártires que cada día martirizavan, y edificarle un
oratorio, donde pidiessen por su intercessión perdón de sus culpas. Y sucedió que fue él mismo
martirizado, y los que le acompañavan no curaron de otro cuerpo sino de aquél, con que bolvieron
a Roma, y Aglaes le edificó capilla. Y ella acabó encerrada con
| hábito de monja santamente. Es de Surio, tomo tercero.
[5] Victorino Ermitaño, engañado por el demonio, que se le apareció en figura de muger, aviendo
cometido pecado sensual, fue tan grande su dolor que, buscando nuevo modo como purgarle, dio en
abrir un árbol por el tronco, y en la abertura puso las manos, dexándole que se cerrasse, y allí estuvo
tres años, dándole otro monge a comer hierbas crudas, y a bever, agua con su propria mano. Después
desto, siendo insigne en milagros, fue electo obispo amiternense y rigió santamente aquella iglesia,
y al cabo, en una persecución fue martirizado. Dízelo San Gregorio en la
Homilia treinta y cuatro sobre los Evangelios.
[6] David Monge, cerca de Hermópolis, empleóse muchos años en ser ladrón. Vino a mudar la vida
y a hazer penitencia, tomó hábito y professión de monge, y de lobo se convirtió en cordero. Vivió
de suerte que un ángel le declaró de parte de Dios que sus pecados le eran perdonados. Refiérese en
el De Vitis Patrum.
[7] Moisés Mauro perseguía la tierra de Egipto con robos y muertes, mas, vista la vida de los
anacoretas, desseóla y aceptóla. Hízose monge, y con la penitencia mudó el etíope su piel, y el
tigre, sus colores varios. Sirvió a Dios treinta y cinco años en soledad. Seis dellos estuvo encerrado
en su celda, y no se contentava con el día, sino que grande parte de la noche gastava en oración.
Sustentávase con pan y agua. Passados los seis años, salía de noche y entrava en otras celdas de
solitarios, y tomava los cántaros que hallava vacíos de agua, y iva por ella largo camino, y tornava
a ponérselos donde los halló, sin hablar palabra. Y cum- pliendo
/(392r)/ con esta obra de misericordia, bolvía al silencio de su celda. Y con esta vida de penitente, el que primero estava maculado con
homicidios se hizo famoso en santidad, y el que con hurtos molestava la provincia robó con la
penitencia el Reino de los Cielos. Es de la Historia Tripartita
, libro octavo, capítulo primero.
[8] Banón Francés, primero fue ladrón y después se hizo monge, y el que en las silvas robava a los
caminantes, después se encerró en una celda y se echó grillos a los pies y esposas a las manos,
pagando los hurtos con cárcel y prisiones. Comía pan de cebada polvoreado con ceniza, y bevía
agua. Dormía sobre un cilicio, con una piedra por cabecera. Rezava sus devociones, y entretanto
tenía la piedra que le avía servido de almohada, que no era pequeña, sobre sus hombros. Con estas
asperezas y penitencias, siendo primero culpado de gravíssimos delictos, después fue contado entre
santos. Refiérelo Marulo, libro cuarto.
[9] Albano, tocado de grande ira, mató a su padre. Por este pecado se impuso penitencia de andar
peregrinando toda la vida, y al cabo murió por la confessión de la Fe y alcançó corona de mártir, y
con tocar a su cuerpo sanaron algunos leprosos. Nadie diga con el desesperado Caín: «Mayor es mi
pecado que merezca perdón», porque no ay alguno, por grave que sea, que con la penitencia no se
perdone. Es de Marulo, libro cuarto.
[10] Juliano, llamado el Hospedador, por ignorancia más que por quererlo hazer, mató a sus padres.
Y fue el caso que, viniendo de camino, llegó a su casa muy de mañana, y su muger avía ido a Missa.
Entró en su aposento y halló en su propria cama a su padre y
| madre, que la muger, por regalarlos, entretanto que su marido estava fuera les dio aquel aposento. Parecióle a Juliano que su muger le
cometía adulterio, y antes que descubriesse la verdad ya los tenía muertos. Mas, enterado en todo
del caso, lloró amargamente su pecado, y para hazer dél penitencia edificó una casa o mesón cerca
de un río donde peligrava gente, y con una barca passava a los caminantes, y hospedávalos en
aquella casa. En esto se empleó mucho tiempo, hasta que divinalmente le fue dicho que su pecado
le era perdonado; donde el parricida, por la penitencia, alcançó la Eterna Vida. Refiérelo Marulo,
libro cuarto.
[11] Genebaldo, obispo laudunense, aviendo sido primero casado, y apartádose de su muger cuando
recibió órdenes sacros, tornó después a conocerla, y aunque fue un día el que cometió el pecado,
estuvo siete años encerrado en su iglesia, llorando y haziendo dél penitencia, suspenso de su dignidad.
Al cabo deste tiempo hablóle un ángel, diziéndole que le era perdonada su culpa, y él mismo dio
aviso a San Remigio, obispo de Rheins, para que le bolviesse a su primer estado, quitándole la
suspensión, y vivió con más recato; donde, el que antes era notado de incontinente, después fue
honrado por santo. Es de Surio, tomo primero.
[12] Evagrio Presbítero, varón santíssimo, estando en el desierto habló una palabra de murmuración,
y por ella se penitenció, estando cuarenta días al sol y al sereno, sin entrar en su celda ni debaxo de
tejado. Bien dixo el Profeta David en el Salmo treinta y seis
: «Si el justo cayere no se lastimará mucho, porque el Señor pondrá debaxo su mano para que se levante luego por
/(392v)/ la penitencia y no pierda con la tardança en la culpa el nombre de justo». Es de Marulo, libro cuarto.
[13] Maurilio, obispo de Angers, ciudad de Francia, llamado para que baptizasse un niño que se
temía de muerte, detuvo la ida, y cuando fue hallóle muerto. Sintió tanto esta su negligencia que,
teniéndose por indigno para el govierno de iglesia, dexó la suya y se fue en un navío peregrinando
por el mundo. Estando en el mar, echó de ver que llevava la llave del Santíssimo Sacramento, y
echóla en el mar, diziendo:
-Hasta que buelva ésta a mis manos, no entenderé que Dios ha perdonado mi descuido y
culpa, ni bolveré a mi silla.
Passó el mar, y en hábito de seglar sirvió de hortelano a un hombre rico. Y después de aver
estado en esta vida y penitencia siete años, llegaron allí ciertos clérigos de su iglesia que le andavan
buscando para bolverle a ella. Conociéronle, y no avía acabar con él la buelta, hasta que dando
cuenta de la llave que echó en el mar y su determinación, los clérigos se la mostraron, diziendo que
en un pece la avían hallado, y con esto bolvió con ellos, visto ser aquélla la voluntad de Dios. Y
tornando al govierno de su iglesia, fue fama que un día hizo oración en el campo donde estava
enterrado el niño que se le murió sin Baptismo, y que resuscitó y le baptizó. En este exemplo, como
en otros, se advierte que los santos hizieron algunas cosas más para admirar que para imitar, y
aunque Maurilio tuvo razón de sentir mucho que el niño se le muriesse sin Baptismo por negligencia
suya, mas el dexar su iglesia y irse, quedando a peligro otros muchos de morir sin los Sacramentos,
en esto no deve ser imitado, porque si de presente y guiado só- lo
| por su parecer otro lo hiziesse, sería digno de culpa. Lo que del exemplo se puede sacar, y la razón por que yo le puse, dexando de
poner otros en que hallo semejantes dificultades, es para que los que tienen cargo de almas vivan
con grande cuidado en que por su negligencia no muera algún súbdito sin los Sacramentos de
Confessión, Comunión y Extrema Unción, en daño de su alma, que si por falta desto se condenasse,
sería una lástima digna bien de llorar y de que les sería demandada cuenta estrecha. Imiten a aquel
santo cura Luciano, a el cual descubrió San Estevan, primer mártir, donde estava su cuerpo, como
se dize en su Invención, que, contándolo él mismo, dize de sí que de día no osava apartarse de su
iglesia, y de noche dormía junto a la pila del Baptismo, estando siempre esperando si tenía dél
necessidad algún parroquiano. El caso de Maurilio es de Fortunato, y refiérelo Surio, tomo quinto.
[14] Matrón Confessor, cuyo cuerpo es venerado en Verona, ciudad de Italia, hallándose culpado de
pecados viejos y queriendo hazer dellos penitencia, entre otras cosas hizo una, que se puso un grillo
al pie y echó la llave en el río Atesin, con determinación de no quitársele hasta que bolviesse a su
poder la llave. Passaron algunos años y hallóla dentro de un pece, y con esto dexó el grillo y murió
santamente. Dichosas prisiones, por las cuales fue libre de los vicios y pecados. Con bastante causa
pudo dezir con David, en el Salmo ciento y quinze
: «Rompiste, Señor, mis prisiones, y sacrificarte
he sacrificio agradable». Es de Marulo, libro cuarto.
[15] Estando juntos con Eugenio, arçobispo metropolitano de Toledo,
/(393r)/ en la misma ciudad diez y siete obispos, en el octavo año del rey Recesiunto, celebrando concilio, presentó en él una
cédula Potamio, obispo bracarense, escrita de su letra y firmada de su nombre. Leída que fue, las
lágrimas y gemidos de los perlados declararon mejor que palabras lo que allí venía escrito. Mandóse
que, estanto solos los obispos, pareciesse personalmente Potamio delante dellos. Y venido, llorando
y solloçando, todos dierónle su cédula, y preguntósele si conocía por suya la letra. Vídola, y confessó
averla escrito él mismo. Tornósele a preguntar, tomándole juramento, si de su voluntad con mentira
se avía levantado aquel testimonio contra sí, o si era forçado y amenazado de alguna persona poderosa.
Él, con boz triste y sus ojos llenos de lágrimas, dando algunos gemidos, juró por el nombre de Dios
que con verdad confessava de sí lo que allí dezía, y esto sin ser por persona alguna forçado, y que
por nueve meses tenía dexado el govierno de su iglesia y estado este tiempo encerrado en un lugar
solitario o cárcel, haziendo penitencia de su pecado, el cual declaró aver sido carnal, llegándose
ilícitamente a muger. Vista su confessión, decretaron los obispos, y dixeron:
-Aunque por los cánones y reglas eclesiásticas pudiéramos privarle de todo nombre de
honra, mas usando con él de misericordia, sin quitarle el nombre de honra, determinamos que
hiziesse perpetua penitencia, teniendo por mejor que por este camino, aunque áspero y pesado,
siendo perdonado de Dios, se vea en su Bienaventurança, que no, dexándole en la relaxación de su
proprio apetito y desseo, venga a condenarse.
Luego, | por parecer de todo el concilio fue constituido en lugar de Potamio por obispo
bracarense el venerable Fructuoso, obispo dumiense. Y assí, por un pecado carnal Potamio fue
privado de su obispado y hizo penitencia toda su vida. Lo dicho se refiere en los
Hechos del Concilio Dézimo Toledano, y celebróse año de seiscientos y cincuenta y ocho.
[16] Mayoro, obispo de Sarina, isla de Bretaña, dexando su dignidad se fue a vivir solitario en un
desierto, donde, sin los ayunos y abstinencias increíbles que hazía, siempre usava de un cilicio, y
por ser casto aborreció el vestido delicado y curioso, como enemigo de castidad. Es de Marulo,
libro 3.
[17] Eadmundo, arçobispo cantuariense, traía siempre cilicio, y en los días de Cuaresma trocávale
en una loriga de plomo, de manera que no sólo refrenava su carne con la aspereça del cilicio, sino
que la atormentava con la carga del plomo, de donde vino a ser tan señor della, que al cabo de la
vida quedó con la palma de virgen. Es de Surio, tomo sexto.
[18] Santo Tomás Cantuariense traía una túnica y paños menores de cilicio, no pareciéndole que
dignamente podía ser cabeça y mandar en su iglesia si no fuesse señor y mandasse a sus miembros.
Domávalos con cilicio y hazíase señor dellos porque no quisiessen ellos el señorío y les siguiesse,
estándoles sujeto, su dañado apetito. Es de Surio, tomo 6.
[19] Mederico, abad edunense, traía un cilicio, el cual fue remedio a otras personas contra las
tentaciones carnales, porque un monge tan atormentado de los estímulos de carne, que ya se dava
por vencido, como se pusiesse el cilicio de Mederico, el espíritu de fornicación huyó dél, y perseveró
en cas- tidad. /(393v)/ Dízelo Marulo, libro tercero.
[20] Luis, rey de Francia, mucho más le aprovechó el cilicio que traía junto a su carne en lo interior
que la púrpura le honró en lo exterior. Ésta era insignia de reino, y aquél le grangeó la entrada en el
Cielo, porque miró Dios más la aspereza y grosería del cilicio, que la hermosura y resplandor de la
púrpura, y assí le defendió el temporal reino y le concedió el Eterno. Es de Surio, tomo cuarto.
[21] Macario Alexandrino Abad, como viesse que su cuerpo le hazía alguna guerra y se le mostrava
rebelde, hinchó de arena un costal que con dificultad pudiera llevar un hombre, y púsosele sobre
sus ombros, y andava por el desierto. Vídole Teosebio, otro ermitaño, y preguntado qué pretendía
en aquello, respondió:
-Atormento a quien me atormenta.
Si no damos a nuestro cuerpo alguna sofrenada, padecerá la alma detrimento. La fuerça y
valor del uno consta de la flaqueza y menoscado del otro; son dos balanças, que si la una sube, baxa
la otra. Dízelo Paladio en su Lausiaca.
[22] San Hierónimo, escriviendo a las Vírgines Sagradas, dize que vido en el desierto un monge
que por mandado de su abad ocho años continuos truxo cada día tres millas de tierra, que hazen una
legua, una grande piedra sobre sus ombros, y él, contentíssimo con esto y pidiendo a su abad que le
añadiesse otro trabajo a éste, el cual pareciera superfluo y vano si no se considerara de cuánto fruto
era, pues obedecía al perlado y evitava la ociosidad. Quien considerare del mismo San Hierónimo
su inmenso trabajo en leer y escrivir, parecerle ha que a un ánimo tan ocupado no podía hazer
guerra algún mal pensamiento, y dize |
él mismo de sí, escriviendo a Eustoquio: «Acuérdome de mí
mismo que juntava el día con la noche dando bozes a Dios, golpeando mi pecho con una piedra, y
con dificultad me sossegava y alcançava tranquilidad». De donde parece que entre los trabajos
llegan las tentaciones, y no pudiendo vencerlas el proprio trabajo, deven vencerse con açotes,
implorando el divino favor, porque si en nosotros no ay suficiencia, ha de venir del Cielo. Refiérelo
Marulo, libro tercero.
[23] Bonifacio, arçobispo en la Misia Inferior, estando la tierra poblada de paganos, fue a predicarles
la Fe. Algunos que le acompañavan ivan a cavallo, y él, a pie descalço, por medio de un campo
nevado. Y llegando a una sierra asperíssima, fuele necessario subir en una bestia, aunque no quiso
calçarse, y llevava los pies descubiertos. Caía nieve, y la que dio en los pies congelósele y pegóse
con el estrivo, y aferróse a él, de modo que llegando a la posada fue menester echarle agua caliente
para despegar el pie del estrivo. Imitemos a este santo perlado en ser pacientes con el frío, en
especial si dentro de los huessos haze guerra el fuego de la luxuria, para que se aplaque; porque,
estando frío el cuerpo, no es dificultoso de que se resfríe Venus. Es de Marulo, libro tercero.
[24] Hospicio, monge solitario en Nuceria, provincia de Italia, traía ceñida una cadena de hierro. Y
dízelo Paulo Diácono, en la Historia de los Longobardos.
[25] Filoronio Presbítero estava dentro de una cueva cavada en la piedra, y tenía grillos a sus pies
y esposas a las manos, sufriendo cárcel y prisiones. Éste, el día último de su vida, dando gloria a
Dios confessó que no se le /(394r)/ avía passado hora después que començó aquella vida sin que
tuviesse su pensamiento en Dios. Y assí, en tanto que su cuerpo era afligido con castigo voluntario,
el espíritu, libre de los terrenos afectos, siempre pensava en las cosas celestiales. Dízelo Paladio en
su Lausiaca.
[26] Martino, solitario en Marcico, monte de Campañia, tenía ligada a su pie una cadena, que por el
otro cabo estava aferrada a una piedra, sin poder andar más espacio de tierra de lo que la cadena
permitía. Vídole San Benedicto Abad, y díxole que no era perfeción que le tuviesse más ligado la
cadena de hierro que la de Cristo. Quitósela Martino, y, libre, no atravessava más tierra de lo que la
cadena le dava lugar. Dura cosa y dificultosa era a un hombre tener cadena como perro rabioso, y
mucho más lo fue, no teniendo cadena, estar ligada la voluntad para no exceder de lo que antes, y
las dos dificultades venció el amor de Cristo. Dízelo San Gregorio en los
Diálogos, libro tercero, capítulo diez y seis.
[27] Juan Monge estuvo en una cueva al pie de un monte tres años en pie, sin assentarse ni echarse,
y con esta postura comía y dormía. Hincháronsele las piernas y hiziéronsele llagas. ¿Qué cosa más
intolerable que semejante paciencia (si hay algo intolerable con que se alcança la Vida Eterna)? Y
porque no se dude que Juan está gozando de Dios, por ministerio de un ángel fueron curadas sus
piernas. Es del De Vitis Patrum.
[28] Pacomio Abad, padeciendo tentación sensual, descalçóse los pies y passeó por un lugar lleno
de abrojos y espinas, para que con sus puntas sanasse las punçadas del deleite, sacan- do
| con un clavo otro. Bolvía a la celda, abiertos sus pies y derramando sangre, y tan contento de la victoria
como atormentado de las heridas. Es del De Vitis Patrum.
[29] San Antonio de Florencia, en su Segunda Parte Historial
, cuenta de dos ermitaños que, aviendo caído en vicio deshonesto y bolviendo a hazer penitencia, encerráronlos en dos cuevas, y estuvieron
allí un año. Salieron después, el uno, gordo y lucido, y el otro, flaco y amarillo. Preguntada la
ocasión, el flaco dixo que avía estado siempre pensando en la justicia de Dios, y el gordo, en la
misericordia. Determinóse por los monges que igualmente avían hecho penitencia.
[30] Arnulfo, señor de Lotaringia y abuelo del emperador Carlomagno, dexando su estado se fue a
vivir solitario en un monte, y de camino echó un anillo en el río Mosela, diziendo que entendería
aver satisfecho por sus culpas cuando le fuesse buelto. Después desto, eligiéronle en obispo metense,
y governó aquella iglesia santamente. Y un día le fue traído el anillo en las entrañas de un pece. Dio
gracias a Dios, y no dexó el rigor de la penitencia, antes, renunciando el obispado, bolvió al desierto,
donde en vida rigurosa y de grande exemplo acabó su jornada. A quien se le hiziere dificultoso que
se halle anillo o llave en buche de pece, no siendo su proprio manjar, lea el
Evangelio de San Mateo, en el capítulo diez y siete, y verá en la boca de un pece moneda, y entenderá ser todo hecho
por la divina voluntad. Lo uno se ordenó para que San Pedro tuviesse con que pagar el tributo por
Cristo y por sí, y lo otro, para que entendiessen
/(394v)/ éstos que les eran perdonados sus pecados.
Es de Marco Marulo, libro cuarto.
[31] Confessándose con San Antonio, del Orden de los Menores, un moço, entre otras cosas dixo
que con ira avía dado una coz a su padre. El santo le reprehendió ásperamente este pecado, y díxole
que merecía aquel pie estar cortado. De tal manera fue la reprehensión, que temiendo mayor castigo,
por escusarle, estando en su casa se cortó el pie. Y sabido después por San Antonio, admiróse del
hecho y reprehendióle de nuevo por ello; hizo oración y sanóle el pie. De modo que quien antes
vino con un pie, bolvió con dos a su casa, y quien tuvo tal dolor por aver ofendido a su padre, digno
fue que rogasse por él San Antonio, y que, teniendo tal intercessor, Dios tuviesse dél misericordia.
Aunque no se loa aquí el hecho del penitente, sino de que lo hizo entendemos el dolor que tuvo y su
penitencia. Es de San Antonio de Florencia en su
Tercera Parte Historial.
[32] Piamón, sacerdote en el monasterio escitiótico, estando diziendo Missa vido un ángel que
escrivía los nombres de algunos monges, estando presente todo el convento; otros dexava de escrevir.
Notó los unos y los otros, y halló que los no escritos estavan en pecado mortal. Lloró con ellos, y
díxoles tales cosas con que los provocó a penitencia, y siendo verdaderos penitentes, en otra Missa
vido que también escrivían sus nombres. Y era aquello como distribución de la assistencia en la
Missa para recebir la paga en el Cielo. Desto recibió tanto contento Piamón como fue el desconsuelo
de primero, viendo que por la penitencia estavan escritos en
| el Libro de la Vida. Es de la Historia Tripartita, libro octavo, capítulo primero.
[33] Arsenio Abad, por las muchas lágrimas tenía sin pelos los párpados y hinchados los ojos, y
bañadas en roxo sus mexillas. Es del De Vitis Patrum.
[34] María Egipciaca, que regalando su carne ofendía a Dios, castigándola alcançó perdón de las
ofensas cometidas. Vivió cuarenta años en el desierto. Antes se adornava para agradar a los hombres,
allí andava desnuda por agradar a Dios. Antes se exercitó en cantares lascivos y en manjares delicados,
allí era su exercicio oración y ayuno. Con el trabajo y la penitencia de cuarenta años alcançó el
gozar de Dios para siempre. Es del De Vitis Patrum.
[35] Pelagia, que hazía ventaja a todas las mugeres de Antioquía en hermosura, en riquezas y en
deshonestidades, convirtióse por la predicación de Nonio, obispo de Heliopoleos. Convertida,
confessó sus pecados y llorólos, y hizo penitencia dellos. Dezía que no se devía llamar Pelagia, sino
piélago de todos los vicios. Dio libertad a sus esclavos, distribuyó su hazienda a pobres, trocó el
vestido de muger en el de monge, y con nombre de Pelagio fue al monte Olivete, donde vivió
solitaria. Y allí tanto atormentó su cuerpo con penitencias, cuanto antes le regaló con deleites, y con
esto evitó las penas del Infierno y compró los gozos del Paraíso. Halló el sumo bien con huir el
sumo mal, y hallándole, gozóle eternalmente. Es del
De Vitis Patrum.
[36] Taide Alexandrina, aviéndose convertido de vida deshonesta por la industria y exortación de
Pafuncio /(395r)/ Abad, allegó en la plaça a vista de mucha gente todo lo que avía ganado con
malos tratos, y quemólo allí, y con el consejo del mismo Pafuncio entró en un monasterio de
monjas, y encerrada en una celda llorava sin cessar sus pecados, sustentándose sólo con pan y agua.
Y no osava tomar en su boca el nombre de Dios, sino dezía, estando en oración: «Tú, que me
formaste, ten piedad de mí». Tres años se exercitó en semejante vida, y al cabo dellos, un discípulo
del grande Antonio vido de noche en el Cielo una silla de oro, adornada de piedras y perlas, hecha
con maravilloso arte. Y preguntando si era para su maestro Antonio, fuele respondido que no, sino
para Taide, que fue un tiempo muger deshonesta. Desde a quinze días se siguió su muerte, y se fue
al Cielo, donde posseyó el tálamo celestial la que por averse visto en el del mundo se dolió
gravemente. Es del De Vitis Patrum.
[37] Teodora, sintiendo mucho el aver cometido adulterio, dexó el mundo, y en hábito de varón se
entró en un monasterio de monges, llamándose Teodoro, donde venció terribles tentaciones del
demonio. Y fue una entre las demás, que fingió cierta muger estar preñada della, y lo sufrió
pacientemente. Crió el niño, y estuvo siete años a la puerta de su monasterio, no dexándola entrar
por el pecado que nunca cometió. Al cabo deste tiempo, siendo recebida con el niño, encerróse en
una celda, y enseñávale el camino del Cielo. Dos años después passó desta vida y honróla Dios a la
que deshonraron los hombres, porque, siendo conocida en su muerte por muger santa la que en vida
fue tenida por hombre deshonesto, su cuerpo fue
| respetado, y su nombre, levantado hasta el Cielo,
donde su alma goza del fruto dulce y sabroso de la penitencia amarga y desabrida. Refiérelo Marulo,
libro cuarto.
[38] Aurea Virgen, priora en un monasterio de París, como en cierta solemnidad se dixesse Missa
solemne, y el diácono, por leer mal, dixesse algunos malos latines cuanto cantava el
Evangelio, enfadada de oírle, salió del coro de las monjas, fue al altar, quitóle la estola, y haziéndole callar
cantó ella el Evangelio, no osando contradezirla el preste, ni otro de los que estavan presentes, por
ser ella la que mandava en la casa. Cayó luego en la cuenta de que avía hecho mal en ser arrogante
y presumptuosa, y cometido culpa grave; dexó el cargo de priora y condenóse a estar en su celda
encarcelada, donde sin salir della perseveró siete años. Hizo una silla de madera que tenía espaldar
y lados altos, en los cuales puso muchos clavos, las puntas salidas afuera, y cuando tenía de dezir
sus horas, que, aunque sola, las cantava, poníase en pie en aquella silla, donde a cualquiera parte
que se arrimava se le entravan por el cuerpo las puntas de los clavos, y assí estava con gravíssima
pena. De modo que por ella misma se penitenció por la culpa que cometió en presumir más de lo
que devía, queriendo dezir el Evangelio
con solemnidad en la Missa, y fue la pena privación de su
oficio, cárcel en su celda, trabajo de leer y dolor de assentarse, ayunos de cada día y vigilias de
noche. Aprendan los que presiden a otros con qué penitencia deven limpiar sus culpas si las
cometieren, porque es digno de mucho castigo, aunque el pecado no sea muy grave, de quien otros
han de sacar /(395v)/ exemplo. Es de Marco Marulo.
[39] Santa Mónica, madre del gran Augustino, llorava sin cessar por ver a su marido apartado del
camino del Cielo y al hijo caminar con toda furia al Infierno, tocado de la heregía de los Maniqueos.
Ella se dio tal prissa a llorar que alcançó de Dios el remedio de los dos, siendo parte para que el
marido enmendasse su vida y el hijo se hiziesse cristiano. Dízelo el mismo San Augustín en sus
Confessiones, libro tercero, capítulo doze.
[40] San Teodoreto, en su Historia Religiosa
, en la Vida de Simeón Ermitaño
, dize dél que, yendo con otros monges al monte Sinaí, vieron en un desierto, sacadas de la tierra y puestas en alto, las
manos de un hombre. Llegaron cerca y vieron esconderse las manos, porque, cuyas eran, sintiendo
ruido, se entró por una caverna angosta debaxo de tierra. Simeón llegó a la boca della y rogó con
mucha eficacia al que estava dentro que saliesse y les hablasse, diziendo que eran ermitaños y que
ivan al monte Sinaí con desseo de servir a Dios en soledad. Añadió algunas razones que convencieron
al que estava dentro, y salió de la caverna, mostrando el rostro como de salvaje, los cabellos mal
compuestos, el rostro arrugado, y todos los miembros de su cuerpo secos. Tenía un vestido texido
de hojas de palmas. Habló a Simeón y a los que ivan con él, preguntándoles adónde era su camino.
Simeón le dio razón de sí y de su viaje, y le preguntó por qué avía escogido aquella vida tan estraña.
Él respondió que también tuvo desseo de hazer aquel viaje con otro su amigo, de su hábito y
professión, y que se avían ambos jura- mentado
| de no apartarse jamás, aunque el uno muriesse, y
sucedió que murió en aquel lugar el otro, y él le dio allí sepultura, y por verse obligado con juramento
hizo aquel sepulcro para sí, donde esperava el fin de sus días, sustentándose con dátiles que le traía
un su hermano, mandándoselo el que tiene cuidado de todas las criaturas. Diziendo esto, apareció
de lexos un león que puso temor a todos, mas el ermitaño de la caverna se levantó y hizo señas al
león que passasse a la otra parte. Él obedeció, y, llegado cerca, le dio un ramo de dátiles que traía,
y, dándole licencia, se apartó algo lexos y se echó a dormir. El ermitaño repartió entre todos los
dátiles, y cantaron juntos algunos Salmos, y con esto los despidió, yendo ellos admirados de la
novedad de vida y penitencia de aquel ermitaño.
[41] En el mismo libro escrive también San Teodoreto de Baradato Ermitaño, el cual buscó un
tormento, y no casa, donde viviesse. Y fue que hizo una jaula de maderos delgados, más baxa que
la estatura de un hombre, y en ella se encerró, donde avía de estar siempre acorvado, y sin librarse
con ella de las aguas, aires y rayos del sol, no teniendo más defensa que si viviera en el campo sin
cobertura. Sólo le servía para estar encerrado y no poderse enderezar, y con esta vida passó muchos
años, y después salió de la jaula por dar contento a Teodoro, obispo de Antioquía, rogándole
grandemente que saliesse de aquella muy penosa cárcel y dexasse libre el cuerpo para servir a Dios.
Dize de Taleleo, también ermitaño, que hizo otro encage de dos ruedas, asidas con gruessos
/(396r)/ palos, y dentró vivió diez años, estando siempre encorbado, por aver poca distancia en el
hueco dellas. Fuele a visitar Teodoreto y hallóle leyendo en los
Evangelios, y desseando saber la causa de aquella grande penitencia, preguntósela; y respondióle:
-Yo estoy obligado a la satisfación de muchos pecados, y creyendo que por ellos se me han
de dar intolerables penas, determiné hazer esta vida, por castigar mi cuerpo con penas medianas y
librarme de las grandes que merezco, porque son aquéllas más pesadas y fuertes que éstas, no
solamente en la cantidad, sino en la cualidad. También aquéllas se reciben contra nuestra voluntad,
y es muy más molesto. Y lo que es voluntario, aunque sea más trabajoso, da menos dolor, por
cuanto se recibe de buena gana, lo que no es assí en el trabajo forçoso. De aquí se sigue que si con
aquestas pequeñas molestias disminuyo las penas que se esperan, es grande la ganancia que saco.
De oír esto San Teodoreto al siervo de Dios Taleleo, quedó edificado y admirado de su
ingenio y valor, pues a tantos trabajos se avía ofrecido, y aventajado a otros. Escrive assí mismo de
dos santas donzellas llamadas Marana y Cira, nacidas en Berca, ciudad de Suria, de claro linaje.
Fabricaron fuera de la ciudad un cercado de piedra y lodo bien alto, con dos ventanas. La una salía
a otro aposento que también labraron para algunas criadas suyas que les quisieron seguir e imitar su
vida, aunque el aposento donde las criadas estavan tenía cubierta que las defendía de la agua y sol,
mas el cercado donde ellas residían estava sin cubierta, y assí no tenían defensa para el sol, ni para
la agua, nieve y granizo; sobre sus | cuerpos recebían todos estos golpes del tiempo. La otra ventana
les servía de puerta por donde les davan el sustento, bien templado, pues sólo era en los tres días de
la semana; los demás, ninguna cosa comían. Y en dos salidas que hizieron, una a Jerusalem, con
aver veinte jornadas de camino desde Berca, solamente comieron tres vezes: una a la salida, otra en
la santa ciudad, y otra, a la buelta. También visitaron el sepulcro de Santa Tecla en Isauria, y ni a la
ida, ni a la buelta comieron. Dize San Teodoreto que él proprio las visitó y las vido, aunque a nadie
querían ver si no era el día de Pentecostés, que se mostravan por ser día señalado y de mucha fiesta
para ellas, y dize que traían sobre sus cuerpos grandes pesos de hierro, que eran unos collares al
cuello y ceñidor, y argollas a los pies y manos, y eran tan pesados que Cira, por ser más flaca y
delicada, andava con el cuerpo encorbado. Traían unos mantos hasta el suelo, con que se cubrían
rostro, cuerpo, manos y pies; desta suerte vivieron cuarenta y dos años. De otra donzella, llamada
Domina, escrive que hizo en cierto huerto de la casa de su madre una choza y la cubrió de paja,
donde eran tantas sus lágrimas, que no sólo regava con ellas sus mexillas, sino el cilicio con que
andava vestida. Al amanecer iva a una iglesia que estava cerca de su casa, acompañada de otras
mugeres, donde rezava y ofrecía a Dios loores y alabanças, y oía los oficios divinos. Su comida era
solamente lantejas remojadas en agua. Tenía su cuerpo seco y con sólo el pellejo, que como un
pergamino cubría sus huessos. Admitía a todos los que la querían visitar, mas /(396v)/ era de modo
que ni ella veía el rostro de los que entravan, ni ellos el suyo, porque le tenía cubierto con un velo.
Su boz era muy subtil, sin exprimir claramente lo que dezía, por ser muchas las lágrimas que
hablando derramava. Exemplos son éstos maravillosos y más para admirar que para imitar. Lo
dicho es de San Teodoreto.
[42] Santa Isabel Viuda, la cual no ay discurso virtuoso donde no pretenda tener parte, en éste la
tiene y principal, porque aun en la vida de su marido se encerrava con algunas donzellas suyas en
un aposento secreto de su casa, y hazía que la açotassen crudamente, y con esto domava su carne y
se hazía humilde, recibiendo açotes de sus criadas, siendo hija de rey. Refiérelo Marulo, libro
tercero.
[43] Santa Isabel de Esconaugia, monja, tenía horas señaladas cada día para açotarse, y assí,
mortificada su carne, viviesse a Cristo, no olvidada de que su Esposo recibió también açotes. Dízelo
Esberto Monge.
[44] María Decegnies, contra su voluntad y por quererlo sus padres se casó, y no porque fuesse
casada dexava de castigar su cuerpo con ayunos, con vigilias y oraciones, y con sangrientas
disciplinas. Vino a persuadir al marido que los dos hiziessen voto de castidad, y guardáronle. Padeció
naufragio la virginidad desta señora por razón del matrimonio, mas, assiéndose al tablón del ayuno,
oración y disciplina, salió libre al puerto de la gloria. Dízelo Jacobo de Vitriaco Cardenal, y refiérelo
Surio en el tercero tomo.
[45] Radegunde, muger de Clotario, rey de Francia, debaxo de los vestidos preciosos y delicados
traía un cilicio riguroso, y con esto hizo ageno su cuerpo de todo desseo carnal y des- honesto.
| Y tantos ruegos hizo al marido, que alcançó dél licencia para guardar castidad en un monasterio,
teniendo el cuerpo sujeto al espíritu. Antepuso al marido, Cristo, y al reino, el monasterio. Es de
Laurencio Surio, tomo cuarto.
[46] El Abad Taleleo, sobre el cilicio truxo el hábito de religioso por sesenta años, y en todo este
tiempo no se vido su rostro alegre, sino bañado siempre en lágrimas, y dezía muy de ordinario:
-Todo el espacio de nuestra vida nos fue dado para que hagamos penitencia, y serános
pedida estrecha cuenta si no nos aprovecháremos dél.
Es del Prado Espiritual, capítulo cincuenta y nueve.
[47] Santa Brígida, quedando viuda, repartió su hazienda, dando a sus hijos su parte, y de otra
edificó un monasterio en un lugar llamado Vuarzsteno, adonde dio principio a una nueva religión,
que de su nombre se llamó después de Santa Brígida. Viéndose sin hazienda, començó la santa otra
vida de mayor rigor y aspereza que antes. Por treinta años no usó paños de lino en su cabeça.
Vestíase un áspero cilicio, y sobre él, un vestido sólo. Dormía en el suelo. Poníase tantas vezes de
rodillas a orar entre día y noche, que parecía impossible un cuerpo tan delicado como el suyo sufrir
tanto trabajo. Vino a que tenía las rodillas como de camello. Acostumbró los viernes, en memoria
de las llagas que Cristo padeció en su Passión, echarse sobre sus braços y manos algunas gotas de
cera ardiendo, con que se hazía señales y sentía mucho dolor. Este mismo día, en memoria de la hiel
que dieron a Cristo cuando le querían poner en la Cruz, tomava ella de una yerva llamada greciana,
muy amarga, su raíz, que parti- cipava /(397r)/
del mismo amargor, y teníala en su boca, sintiendo
grande tormento. Sin el cilicio, traía ceñida una soga a su cuerpo, y otras dos a los muslos, en
memoria de la Santíssima Trinidad. Refiérelo Surio, tomo cuarto.
[48] Simeón, llamado Estilita, natural de un pueblo dicho Osisán, en tierra de Cilicia, en Menor
Asia, fue exemplo de penitencia. De pastor de ganados se hizo monge en el monasterio del Abad
Heliodoro, donde estuvo nueve años, y señalóse en ayunos, porque, como otros monges de dos en
dos días comiessen una vez, Simeón comía una sola en toda la semana. Traía junto a su cuerpo una
soga ceñida, hecha de hoja de palmas, y tan apretada que le hizo una grande llaga, de la cual corría
sangre algunas vezes, y fue causa por donde se vino a entender este secreto. Quitáronle la soga, y
porque no se quiso curar la llaga el abad le dixo que se fuesse del monasterio, temiendo no le
quisiessen imitar otros de menores fuerças, y les fuesse ocasión de daño notable. Simeón se fue en
un monte, donde halló una cisterna sin agua, y en ella se dexó caer. Estuvo cinco días cantando
alabanças de Nuestro Señor, sin tener otro cuidado. Entretanto, los ancianos del monasterio, sintiendo
mucho la ausencia de Simeón, hablando al abad embiaron a buscarle. Los que fueron a esto,
informados de unos pastores, llegaron a la cisterna, y trayendo sogas, con dificultad le sacaron y
reduxeron a su convento. Aunque estuvo en él poco tiempo, porque desseando más aspereza se fue
al desierto, donde se encerró en una ermita, y estuvo allí tres años. Quiso imitar a Moisés y Elías,
ayunando cuarenta días, comunicólo con un santo abad llamado Basso, a quien estava
| sujeto él y otros solitarios que moravan en aquel monte, y díxole que sería darse la muerte, y por lo mismo
grave pecado. Simeón replicó:
-Pues, padre mío, ponme aquí diez panes y un vaso de agua, que si tuviere necessidad dello,
yo lo tomaré y comeré.
Hízolo assí el abad Basso, púsole allí los panes y agua, tapiándole la puerta a su petición y
ruego. Dexóle y bolvió a los cuarenta días. Rompió la pared que avía hecho en la puerta, y entrando
dentro, halló el pan y agua sin muestra de averse tocado a ello. Simeón estava como muerto, mudo
y sin movimiento alguno. Tomó una esponja, y mojándole los labios, poco a poco le hizo que los
abriesse. Abiertos, recibió manjar, con que tornó en su fuerças. Passados tres años que estuvo en
esta ermita, subióse a lo alto de un monte, y tomando una cadena de veinte cobdos en largo, por la
una parte hizo que la aferrassen a una piedra, y por la otra, a su pie derecho, pretendiendo no
apartarse del término que le dava aunque quisiesse. Allí passava su vida en oración y contemplación.
Era Melecio, varón santo, obispo de Antioquía a esta sazón. Visitóle y díxole que no tenía necessidad
de aquella cadena, siendo hombre que usava de razón, con la cual y con su voluntad libre podía no
exceder ni passar de los mismos límites y términos, y que por faltarles esto a las fieras les ponían
cadenas. Parecióle buena razón al santo, hizo llamar un herrero para que le quitasse la cadena, y por
la parte que la tenía assida a su pie, como estuviesse sobre una piel vellosa para que no le mordiesse
la carne, quitando aquella piel, descubriéronse como veinte chinches, animalejos de mal olor y
penosos, que tenían assiento, no sin grave pena del santo,
/(397v)/ que podía fácilmente echarlas y
las dexava, sufriendo sus picadas enojosas para más mérito suyo, queriendo ensayarse en estas
cosas menudas para otra mayores. Visitávale mucha gente, teniéndole por santo, y érale muy molesto,
y para librarse desto imaginó una nueva manera de vivir, aunque más propria era para morir, y fue
una columna en que estava subido. Al principio era de seis cobdos, después de doze, passó tiempo
y levantó a veinte, y no contentándose con esto, llegó a ser de treinta y seis cobdos. Pareció en
Simeón -dize San Teodoreto, el cual le vido en la columna- aver querido Dios que se pusiesse la luz
sobre el candelero y luciesse más, como se vido por experiencia, porque viniendo paganos a verle
en grande número, desde allí los predicava y persuadía a que fuessen castos, que por tener licencia
de no serlo estavan en sus idolatrías. Baptizávanse algunos, y bolvían a sus casas con grandes
propósitos de ser buenos. «Yo mismo -dize San Teodoreto- le vi en la columna, aunque con peligro
mío notable, y fue que, estando cercado de gente bárbara que venían a que los bendixesse, como él
me vido y conoció que era sacerdote, díxoles que llegassen a mí por la bendición. Llegaron unos y
otros, levantavan las manos, tomavan mis vestidos y despedaçávanmelos. Assíanme de las barbas y
sacávanmelas, y de veras que ellos me mataran si el santo varón no les diera bozes que se apartassen
de mí y me dexassen». Dize más San Teodoreto, que la perseverancia en tan áspera vida de este
hombre le tenía admirado. «De día y de noche tenía oración, ya en pie, ya postrado en la columna.
Cuando orava en pie hazía muchas inclinaciones. Contólas una vez
| uno de mis familiares, y llegó el número a mil y dozientas y cuarenta y cuatro, y de cansado no contó más. Cuando se inclinava
llegava con la frente hasta los pies, y con tomar solamente una vez en la semana el manjar, tenía
fuerças para inclinarse como se ha dicho, y tantas vezes. Padeció grave dolor y pena de una llaga
ulcerada que tenía en el pie, y vídola un estrangero, que dudó si era hombre mortal, y quiso el santo
que se enterasse en que lo era, haziendo poner una escalera a la columna por la cual subió el
estranjero, y diole lugar a que con sus manos, por entre el cilicio que tenía vestido y le cubría todo,
le tocasse los pies, y tocándolos descubrió aquella llaga, y cierto de que una vez en la semana
recebía algún manjar, asseguróse que era hombre». El cual, dize San Teodoreto que le habló y
certificó de la llaga que el santo tenía en el pie. Hazía otra penitencia maravillosa en las noches de
fiestas principales, y era que desde puesto el sol hasta que amanecía estava en pie en la columna,
levantadas al Cielo sus manos, estendidos los braços, no cansándose con tan penosa postura, ni
derribándole de la columna el importuno sueño, no siendo más ancha que lo bastante a estar tendido
su cuerpo en ella. Admirava mucho que, siendo varón de tanta penitencia y aspereza de vida, no era
áspero de condición, sino humaníssimo y afable, respondiendo a las preguntas que le hazían, y
predicando cada día dos vezes doctrina del Cielo. Estuvo treinta años en esta columna el santo, y
acabó en ella santamente su vida. Escrivió dél San Teodoreto y Evagrio Escolástico Epifanense, y
refiérelo Surio, tomo primero.
[49] San Macario Alexandrino, /(398r)/
aviéndose exercitado en vida monástica mucho tiempo, y
siendo viejo, oyó dezir grandes cosas de los monges tabenensiotitas. Desseó verlos para aprender
más virtud, tomó un vestido seglar, como de hombre trabajador, y fue a la Tebaida, donde estava su
monasterio, y era en él abad Pacomio, varón santo y ilustrado con don de profecía, aunque de
Macario, que iva a su monasterio, no le fue revelada cosa alguna. Llegó a él y rogóle que le recibiesse
en su casa, porque desseava ser monge. Respondióle Pacomio:
-Ya eres viejo, no tendrás fuerças para llevar los trabajos de la religión; especialmente que,
viendo la abstinencia que los monges guardan aun siendo ancianos, y que tú, estando entre ellos, no
la podrás guardar, dexarlos has, y fuera del monasterio dirás mil males dellos, por no aver podido
imitarlos.
Perseveró Macario un día y otro, hasta toda una semana, a las puertas del monasterio, pidiendo
a Pacomio que le admitiesse en él, diziendo que le provasse y si le hallasse inferior en la abstinencia
a los demás monges que le despidiesse. Oído esto, con acuerdo de los demás monges le admitió
Pacomio a su monasterio, en que de ordinario residían mil y cuatrocientos religiosos. Vido Macario
en ellos mucha virtud y exercicios santos, en particular, llegando presto el tiempo de la Cuaresma,
entendió de unos que comían una sola vez al día, ya tarde, otros, al segundo día, y otros, al quinto
día. Vido también a uno que toda la noche permanecía en pie, y de día se assentava y trabajava de
manos. Considerado todo esto por Macario, recogióse en un rincón, y allí, en pie, sin assentarse en
tierra, passó la Cuaresma, sin comer pan ni bever agua. So- lamente
| los domingos tomava alguna hortaliza cruda, y esto más para cumplir con los otros monges que por necessidad, y para las del
cuerpo forçosas iva y bolvía luego a su puesto, sin abrir su boca ni hablar palabra con alguno, antes
dentro de su coraçón orava, y con sus manos trabajava lo que le era dado conforme al orden que
tenían los otros monges en las labores del convento. Los cuales, considerando la vida de aquel
novicio, sentidos contra su mayor, fuéronse a quexar a él, diziendo:
-¿De dónde nos truxiste este hombre, que vive como ageno de humana carne, para confusión
de todos nosotros? Conviene, una de dos, o que él se vaya deste monasterio, o que todos nosotros
oy salgamos dél, porque ni él con nostoros, ni nosotros con él podemos tener vida.
Pacomio se puso en oración y pidió a Dios eficazmente le descubriesse quién aquél era.
Descubrióselo su Magestad, fue a él, y assido por la mano le llevó a un oratorio. Allí le abraçó, y
dixo:
-Buen viejo, tú eres aquel Macario tan nombrado, y encubríaste de mí, que de muchos años
te desseava ver y conocer, por oír de ti grandes cosas. Doyte gracias porque dexas avergonçados y
confusos a estos mis monges, viendo cuán poco es lo que todos ellos hazen respeto de lo que tú
hazes. Buelve a tu habitación y casa, que suficientemente nos has edificado, y ruega por nosotros a
Dios.
Con esto se despidió Macario y bolvió a su estancia. Refiérelo Surio, tomo primero.
[50] En un viaje que hizo Simeón Metafraste, santo varón, por mandado de cierto emperador de
Constantinopla, cuyo nombre no declara, dize que en una isla llamada Paro vido un ermitaño,
sacerdote y de vida santís- sima, /(398v)/
el cual le refirió el caso semejante, encargándole que le
escriviesse entre las Vidas de Santos que tenía recopiladas: «Passaron -dize- a esta isla de Paro
ciertos vezinos de Negroponte con designio de caçar ciervos y cabras, de que ay grande abundancia,
para aprovecharse de los cueros y pieles. Entre ellos vino uno devoto y siervo de Dios, y como
llegasse a ella, fuese a visitar una iglesia antigua de la Madre de Dios, aunque yerma y sola, como
lo está de gente la isla, y deshabitada por incursiones que siempre hazen en ella enemigos del
imperio. Estando, pues, haziendo oración, vido al lado diestro del altar una como cobertura que la
meneava al viento, y mirando más atentamente, parecióle que eran telas de arañas, y queriendo
acercarse para discernir lo que fuesse, oyó una boz, que le dixo:
-Detente, no passes adelante, o hombre, porque soy muger y tengo vergüença de ser vista
desnuda.
El buen hombre, oyendo esto, recibió algún temor, mas, tomando ánimo, preguntóle quién
y cómo habitava en aquella soledad. La boz tornó a dezir:
-Ruégote que me des tu capa, y estando cubierta, yo te diré cuanto me permitiere la divina
voluntad.
Oyendo esto, diole la capa y fuese a la puerta del templo, dándole lugar a que se cubriesse.
Bolvió luego y vido que en la figura solamente era muger: los cabellos tenía blancos, el rostro,
denegrido, aunque mostrava un poco de blancura, y el pellejo que sustentava la composición de sus
miembros, como no tenía carne, parecía sombra; y assí, solamente era una figura humana. Mas
quedó espantado de verla el hombre, y por assegurarle ella y que no la tuviesse por fantasma,
bolvióse al oriente y hizo oración. Luego dixo:
-Dios, | o hermano, tenga de ti misericordia. Dime qué es la causa por que veniste a esta isla
deshabitada, y si es que te truxo Dios por mi ocasión, quiero contarte la historia de mi vida, si la
quieres saber. Mi patria es Lesbos, nací en la ciudad de Metimna. Mi nombre es Teoctista, y mi
professión, de monja. Siendo pequeña murieron mis padres, y mis parientes encerráronme en un
monasterio de vírgines, donde recebí el hábito y professión de monja. Después desto, siendo de
diez y ocho años, en una solemnidad de Pascua, salí del monasterio y fui a cierta aldea cerca de la
ciudad a visitar una hermana mía que tenía allí casada. Venida la noche, saltearon la isla los árabes
de Creta, cuyo capitán era Nisiro, y llevaron captivos a todos los que estavan en la aldea, y a mí con
ellos. Luego que fue de día, hizieron señal de recogerse a sus navíos, y levantadas áncoras, llegaron
a esta isla de Paro para certificarse de la presa y ver qué captivos traían, apreciando el rescate. Yo,
que vi ocasión, procuré huir a lo más escondido del desierto, no dexando de correr hasta que mis
pies, heridos de agudas piedras, rebentaron sangre, que corría en abundancia, y assí, desalentada y
sin fuerças, caí en tierra como muerta, y passé toda la noche con terribles angustias. Venida la
mañana, vi que los cossarios se avían ido, por lo cual yo quedé bien contenta en esta isla. Y an ya
passado treinta y cinco años que hago vida en ella, sustentándome con altramuçes y yervas, y por
dezir mejor, con palabras de Dios. Cuando me libré de los cossarios, quedé desnuda, porque ellos
me quitaron la ropa, y ha sido mi vestido la mano del Señor, que contiene el Universo.
Aviendo dicho esto la santa donzella, levantó las
/(399r)/ manos al Cielo, dando gracias al Criador, y calló. El buen hombre estava, sus ojos baxos, sin osar mirarla, y callava. Ella le tornó a
dezir:
-Ya te he manifestado lo que toca a mi vida. Ruégote que hagas una cosa por mí, y es que el
año siguiente has de bolver a esta isla a la que aora veniste, y traerme as en un pequeño vaso el
Santíssimo Sacramento del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, porque después que habito en esta
isla no he sido merecedora de tal don.
Dicho esto, encomendándole que a ninguno de los que ivan con él diesse parte dello, bendíxole
y despidióle. El buen hombre prometió de lo hazer assí, y muy contento por averle Dios descubierto
semejante caso, fue al navío y bolvió a su tierra. El siguiente año, aviendo de hazer su viaje, acordóse
de lo que le avía rogado aquella santa donzella. Habló con un sacerdote, y dándole cuenta para qué
lo quería, siendo cosa que a la sazón se usava, y por ventura mandando Dios al sacerdote que assí
lo hiziesse, diole una forma consagrada en un pequeño vaso o cáliz, y con ella passó a la isla de
Paro con otros caçadores. Y aviendo salido en tierra y ido al templo de la Madre de Dios, vido a la
santa monja cubierta de la capa que él le avía dado el año antes. Quiso arrodillarse delante della,
mas diole bozes que no lo hiziesse, porque traía consigo el Divino Sacramento. Descubrióle él del
caliz la forma consagrada, y ella se derribó en tierra, y luego la recibió derramando muchas lágrimas,
y dixo:
-Aora, Señor, dexa en paz a tu sierva, pues vieron mis ojos tu salud. Aora que he recebido al
que perdona mis pecados, iré donde tu grandeza me mandare.
Dicho esto, levantó las manos al Cielo y hizo oración por aquel hombre, y embióle con los
de- más, | que andavan por la isla entretenidos en sus caças. Y aviéndose ocupado en esto algunos
días, y muerto muchos ciervos y cabras, queriendo bolverse, el devoto varón fue a la iglesia para
recebir la bendición de Teoctista, y entrando en ella, vídola que estava muerta. Derribóse en el
suelo y besóle sus santos pies, derramando lágrimas. Estava dudoso, sin saber qué hazerse, y
determinóse en lo que menos le estava bien, y fue que, cortándole una mano, puesta en un paño de
lino, se bolvió al navío, y dieron a la vela. Vino luego un viento tan a propósito, que pensaron llegar
otro día a Negroponte, y fue de otra manera, que, salido el sol, se hallaron en el mismo puerto de
donde avían partido, y el navío tan sossegado como si estuviera sobre áncoras. Estavan todos
espantados y confusos, preguntávanse unos a otros si avían cometido algún pecado por el cual
mereciessen castigo semejante. El buen hombre, entendiendo cuál fuesse la ocasión, salió fuera,
guió al templo y restituyó la mano al cuerpo de la santa, y bolvióse al navío. El cual luego se hizo
a la vela, y navegava con gran velocidad a Negroponte. Visto esto por el buen hombre, contó el caso
como avía sucedido a los demás de la compañía, los cuales, admirados de tan peregrina historia,
reprehendieron su atrevimiento, y de común acuerdo bolvieron a la isla de Paro por ver el cuerpo de
la santa. Y entrando en la iglesia hallaron una señal y figura del santo cuerpo donde avía estado,
mas a él no le vieron, aunque miraron todos los rincones de la iglesia y grande parte de la isla. Y
visto que era voluntad de Dios que estuviesse escondido, aviendo venerado la señal y figura del
santo cuerpo bol- vieron /(399v)/ a su navío, y en él passaron a su tierra, alabando a Dios, que es
maravilloso en sus santos». Lo dicho refiere Simeón Metafraste, y escrívelo Surio, tomo sexto.
[51] Zoerardo, monge solitario en el desierto de Nitria, entre otras asperezas de penitencia que
hazía fue una, que después del trabajo del día tomava de noche algún descanso, y era en esta forma:
cortó un ancho roble y allanóle, y hizo alrededor dél un seto de cañas bien agudas, y poníase allí
dentro, donde si el cuerpo, cansado del sueño, se recostasse en alguna parte, herido de las cañas y
sintiendo el dolor, despertasse, y assí su dormir era acorvado de rodillas. Ni se contentó con esto.
Antes hizo un círculo o corona de palos del tamaño del tronco donde estava reclinado y, puesta en
alto, colgó de allí cuatro piedras, con intento que si durmiendo se cabeceasse, por cualquiera parte
se hiriesse en aquellas piedras, de modo que lo poco que durmiendo tomava algún descanso, era
con todos estos contrapesos e inconvenientes. ¡Oh bienaventurado varón, que la corona que avía de
tener en el Cielo la comprava tan a su costa en el suelo! Siendo muerto el mismo San Zoerardo,
como le desnudassen para lavar el cuerpo, como era a la sazón costumbre, halláronle una cadena
algo delgada, que tenía ceñida, y tan apretada, que se le avía entrado por sus carnes, y teniéndolas
rompidas, el cuero se avia juntado sobre ella, de modo que si no era donde venían los cabos a
añudarse, no se echava de ver, y desatándola, y tirando de la una parte, sonavan las costillas, por las
cuales se venía resbalando. Dízelo Surio, tomo tercero.
[52] Santo Domingo, llamado el Lo- rigado,
| fue clérigo seglar. Juntóse con unos ermitaños que
vivían apartados unos de otros, y eran en número diez y ocho, en el desierto de Luceola, donde
hazía vida de grande penitencia. Nunca bevían vino. El domingo y el jueves dexavan de ayunar.
Los demás días era su ayuno de pan y agua. Su ordinario exercicio era oración y trabajar de manos.
No poseían cosa alguna. Toda la semana guardavan silencio hasta el domingo, en el cual, aviendo
dicho vísperas, comían juntos, y hablavan unos con otros hasta hora de completas, que se bolvían a
sus celdas, donde estavan los pies descalços. Santo Domingo, juntado a esta compañía, cada día
crecía en virtudes, no cotentándose con lo que los demás hazían de penitenias y asperezas. Vistióse
una loriga de hierro junto a la carne, sin quitársela en todos los días de su vida, sino cuando se
disciplinava, y con ella estava armado contra las batallas que cada día tenía a fuego y sangre con los
demonios, y por esto se le dio nombre de Domingo el Lorigado. Cada día rezava dos vezes el
Salterio, teniéndole de memoria, y al tiempo que le rezava, se disciplinava. La Cuaresma y los días
de ayuno eran tres vezes. Hazía muy de ordinario la penitencia de cien años, usada por ermitaños,
y contávala en esta manera: tres mil açotes hazían un año de penitencia, y a cada mil açotes rezavan
o cantavan diez Salmos, de modo que al fin de los ciento y cincuenta Salmos del Salterio venían a
ser cinco años de penitencia, y acabado el Salterio veinte vezes se cumplían los cien años. Y no
pocas vezes lo cumplió en seis días este insigne varón. Los açotes que se dava Domingo excedían
a los de los otros religiosos, porque ellos usa- van
/(400r)/ de una mano, y él, de las dos, y assí eran
más rigurosos y sangrientos. Confessándose una vez, principio de Cuaresma, pidió al confessor le
impusiesse mil años desta penitencia, y impuestos, la cumplió antes que viniesse la Pascua. Perseveró
toda la vida en estos exercicios, y siendo viejo, añadía a los Salterios y disciplinas estar en pie y
arrodillarse al suelo cien vezes, de quinze en quinze Salmos. Escrivió su
Vida Pedro Damián, que le conversó y trató. Quiso informarse dél un día acerca de su comida, cómo le iva, y respondió:
-Yo vivo en essa parte remissa y destempladamente, en especial los domingos y jueves.
Preguntóle si en essos días comía él algún guisado, huevos o queso. Respondió que no.
Añadió Pedro Damián:
-Pues, ¿qué es la comida? ¿Peces y mançanas?
Dixo el siervo de Dios:
-Es verdad que me dan algunos de essos días peces y mançanas si los ay, mas guárdolo yo
y doylo a pobres enfermos, que ay muchos en esta tierra.
-Pues, ¿en qué está la destemplança -replicó Pedro Damián-, si no comes cosa que llegue a
fuego o se coge de los árboles?
Respondió el admirable Domingo:
-Como pan y hinojo, y esto es destemplança, porque siento mucho gusto y regalo comiéndolo.
Parecíale a este bienaventurado varón que era destemplança comer pan y hinojo. Alcançó
de Nuestro Señor don de lágrimas, cayendo muy de ordinario de sus ojos arroyos dellas. Dormía
poco, y esto cuando su cuerpo estava demasiadamente cansado. Algunas vezes era estando de
rodillas, y otras, reclinado en la desnuda tierra. También hazía otro exercicio no menos penoso que
los declarados, y era que se ponía en pie y levantava los braços en alto en forma de cruz, y rezava
| doze Salmos, repitiéndolos cuatro vezes. Dezía assí mismo otras vezes el Salterio, y después de
cincuenta Salmos, un nocturno de finados, estando también los braços levantados en cruz. Preguntó
el mismo Pedro Damián a los otros monges si en lo penoso del verano dormía Domingo las siestas
como los demás, y él respondió:
-En noches tan largas, ¿para qué tengo de dormir en el día?
Y dio esta respuesta porque estava de noche tan elevado en contemplación que no advertía
por cuál tiempo del año hazía mayores o menores noches. Dezía que un sueño trae otro sueño, y una
vigilia, otra vigilia, y que el cuerpo humano en aquello que le imponen se halla bien. Era recatado
en no dezir mentira, y si le preguntavan qué hora era, no respondía son las tres, o las seis, sino cerca
de las tres o las seis. Por sus grandes abstinencias vino a ser muy enfermo del estómago y de la
cabeça. Aconsejáronle que se purgasse. Tomó una purga y luego espiró, en el año de mil y setenta.
Escrivió lo dicho Pedro Damián Cardenal por mandado del Papa Alexandre Segundo, y refiérelo
Surio, tomo quinto.
[53] El Seráfico Patriarca San Francisco, del mucho llorar tenía flaca la vista, y diziéndole que se
moderasse porque no acabasse de cegar, respondía que no eran de tanto precio los sentidos que por
su causa la fuerça y vigor de la devoción devía enflaquezerse, la cual se sustenta con sospiros, y con
lágrimas camina para Dios. Es de San Buenaventura en su
Vida, capítulo quinto. El mismo santo, cuán sin piedad fuesse para sí, mostrólo diversas vezes, y en particular una, que se vido tentado de
deshonestidad gravemente. Desnudóse y açotóse con grande
/(400v)/ rigor, y visto que la tentación
no cessava, salió del monasterio, y en un monte donde avía mucha nieve se dexó caer y se detuvo
algún tiempo. Hizo luego una pella grande, y otras chicas, y dezía:
-Ves, Francisco, aquí tu muger y hijos, procura cubrirlos, porque perecen de frío.
Y con esto domó su carne con açotes, y resfrió sus ardores con la nieve que juntava a su
cuerpo. Es del mismo lugar.
[54] San Vicente Ferrer, del Orden de Predicadores, eran sus ojos fuentes, en especial cuando dezía
Missa y tenía en sus manos el Santíssimo Sacramento. Es de Pedro Raufano, y refiérelo Surio,
tomo segundo.
[55] Residía en París un eclesiástico prebendado y muy rico. Era moço, de gentil presencia, bien
nacido. Todo esto le era contrario y hazía guerra, por donde se entregó a graves vicios de gula y de
luxuria. Cayó enfermo, confessó sus pecados, recibió el Santíssimo Sacramento y la Unción, con
que murió. Antes avía hecho el tiempo tempestuoso, y aquel día salió un sol muy claro, por donde
se le hizo un solemníssimo entierro, por ser muy emparentado. Considerando su vida y muerte,
muchos le juzgavan por dichoso y bienaventurado. Dezían:
-Veis este hombre, toda su vida vivió a su gusto, recibió cuantos deleites y plazeres quiso.
Su enfermedad fue breve. Recibió los Sacramentos, por donde se presume que se salvó, y al cabo,
su cuerpo ha sido sepultado con tanta honra. Y aun el tiempo le ha favorecido, que parece quiso
regozijar su entierro y solemnizarle.
Esto se plativava en el vulgo, y un siervo de Dios quiso ver si dezía con lo verdadero y si de
veras aquél era dichoso. Pidió a Dios con gran instancia se lo declarasse. Y para en- mienda
| y escarmiento de otros, le fue concedido. Vídole arder en el Infierno, y muy admirado preguntó la
causa, y cómo no le avían aprovechado los Sacramentos en su muerte. Y fuele respondido que
nunca tuvo intento de enmendarse, antes juzgó en sí mismo que si sanava de la enfermedad no
podía ser otro del que antes avía sido. Su confessión fue cumplimiento, el dolor de sus pecados,
corto, el intento y propósito de enmendarse, ninguno; por esso se condenó. Y de aquí viene San
Augustín a poner tanto escrúpulo en la salvación de los que aguardan a convertirse al cabo de la
vida, porque no todos tienen los requisitos necessarios para que les sean de provecho los remedios
y prevenciones de aquella hora. Este caso se escrive en el
Promptuario de exemplos.
[56] Un cavallero exercitado en la milicia y cargado de pecados gravíssimos, a instancia de su
muger se fue a confessar con un obispo. El cual, oída su confessión, señalóle algunas penitencias,
sin que él aceptasse alguna, diziendo que ni podía ayunar, ni rezar. Díxole el obispo:
-Pues sea ésta la manera, que estéis en la iglesia encerrado toda una noche en silencio, sin
hablar palabra, hasta que yo vaya por la mañana a visitaros.
Aceptó esto el hombre, y dexóle encerrado el obispo después de aver hecho por él oración.
Vino luego el demonio en figura y traje de mercader caudaloso. Mostróle paños de diversos colores,
dávaselos por pequeño precio, y algunos graciosos, con que le acompañasse y llevasse seguro hasta
passar una silva allí cercada. A todo esto el penitente no dixo palabra. Desde a poco tomó forma de
un su pariente, entró en la iglesia dando bozes, diziendo que enemi- gos
/(401r)/ suyos avían acometido su casa, muértole la muger y hijos, y puéstole fuego, y desde allí le mostrava la llama.
Todo esto no fue parte para que él quebrantasse el silencio. Llegó con figura de un hijo suyo
pequeño, y dezíale:
-Acaba ya, padre. ¿Qué hazes? Toda la familia muerta, la casa abrasada, el enemigo
buscándote, y puedes con facilidad vengarte dél. ¿Qué hazes?
Y como no le respondiesse, añadió:
-Pues si no quieres favorecerme, yo mismo me quitaré la vida.
El cavallero estava inmovible. Finalmente, llegó una caterva de demonios en figura de
bestias fieras, que le acometieron y maltrataron, aunque ni ésta fue parte para que él dexasse el
silencio, ni se perturbasse o moviesse. Vino la mañana, entró el obispo en la iglesia para sacarle
della, preguntóle el penitente por los que avían muerto a su muger y hijos.
-No están muertos -dixo el obispo-. ¿Qué es lo que dezís?
-Yo -replicó el cavallero- oí el ruido de las armas y vi la llama.
Llegaron los hijos, y visto que era ilusión del demonio, dixo al obispo:
-Padre, ruégote que me des y señales toda la penitencia que quisieres, que yo lo cumpliré
por no quedar obligado a que el demonio se vengue de mí. Yo sé que tengo de pagar lo que devo. Si
lo dexo, dará Dios lugar al demonio que tome la mano y me atormente, pues por mucho que yo
haga, lo sentiré menos que lo poco que a él se le dé licencia. Cargad la mano, que todo lo haré.
Y assí fue, que cumplió la penitencia que le fue impuesta por el obispo, y fuera desso añadió
él otras muchas obras penales, con que hizo satisfación y recompensa por todo lo passado, y murió
bien. Lo dicho es del Promptuario |
de exemplos.
[57] Amonestava a un usurero frecuentemente cierto sacerdote que enmendasse la vida y hiziesse
penitencia de sus pecados. Respondíale:
-Tiempo ay, temprano es.
Cayó enfermo, visitóle el sacerdote exortándole a que ya era tiempo que confessasse sus
pecados y propusiesse enmienda de vida. Él dio bozes:
-¡Ay, penitencia! ¿Dónde estás? Justo juizio de Dios es que, pues hasta aora te menosprecié,
aunque te quiera no te halle.
Y diziendo estas palabras, espiró. Refiérese en el
Promptuario de exemplos.
[58] Un hombre rico y grande limosnero fue arrebatado en espíritu y vido algunos particulares
juizios de Dios. Estava en silla de juez, y llegavan diversas personas a dar cuenta de sus vidas.
Llegó uno, y declaró algunas limosnas que hizo con caridad; otro, las oraciones que ofreció a Dios,
y otro, obras de misericordia que exercitó: vestir pobres, hospedar peregrinos. Él, que estava a la
vista de todo esto y veía los premios con que Cristo premiava a los semejantes, tenía mucho contento,
esperando que viniese su vez, sabiendo que avía hecho más que todos éstos. Llamáronle, y no se
hizo pregunta de buenas obras que huviesse hecho, sino qué penitencias y obras penales fueron las
suyas, y qué deleites y regalos dexó de gozar por su amor. Enmudecióse, porque era hombre dado
a semejantes regalos y deleites. Añadió luego el Juez, viéndole que callava:
-¿No oíste mi Evangelio, que es estrecho el camino del Cielo?
Del todo quedó el hombre confuso, mas hallóse luego el remedio. Vido allí a la Ma- dre
/(401v)/ de Dios y a muchos santos que tenía por particulares patronos y los avía hecho magníficos
servicios. Postróse en su presencia implorando su favor, dando palabra que siéndole concedido
tiempo cessaría en los regalos y se emplearía en penitencias. Alcançáronlo con facilidad los buenos
intercessores. Tornó en su sentido, y la verdad desta visión provó con el trueco de su vida, que, sin
dexar las obras de caridad, se empleó en otras de mortificación y penitencia, de modo que vino a ser
varón consumadíssimo en virtudes, y acabó santamente. Lo dicho es del
Promptuario de exemplos.
[59] Fray Pedro Nicolás, Factor del Orden de los Menores, fue varón de grandes mortificaciones y
penitencias. Disciplinávase los más días con mucho rigor, hasta derramar sangre, y aun a vezes
traía otro religioso y se concertava con él que le hiriesse con varas de membrillo, y él lo hazía,
siendo Guardián en un convento llamado el Valle de Jesús, tres leguas de Valencia, en la cual
ciudad, que es nobilíssima en España, nació el año de mil y quinientos y veinte, día de San Pedro
Apóstol. Teniendo, pues, este cargo, hizo grandes mortificaciones. Cada día, antes de dezir Missa,
se disciplinava. Ordinariamente no comía más de pan y agua, y si alguna vez excedía desto, era una
escudilla de caldo. Nunca faltava a Maitines. Dormía sobre unas tablas, y por cabecera, un palo.
Quedóse un día fuera del refectorio, y desnudándose su hábito, con solos los paños menores,
añudándose una soga al cuello y tomando una Cruz en la mano, y en la otra, una piedra, hiriéndose
los pechos, entró de rodillas por el refectorio, diziendo con
| muchas lágrimas, gemidos y solloços,
que era grande pecador, y rogando a los frailes que rogasssen a Dios por él. Quedaron todos llenos
de admiración, y muchos derramando lágrimas de ver a su perlado y padre de aquella suerte. El
vicario le pidió de parte del convento y suya que se fuesse de allí y vistiesse el hábito, y él, besando
primero los pies a los frailes, se fue y vistió. Y, bolviendo al refectorio, se assentó y comió un poco
de pan, y bevió agua, y su ración, con alguna fruta, embió a pobres que estavan a la puerta. Otra
vez, en medio del invierno, entró desnudo en un estanque de agua y estuvo en él por tres horas,
adonde no le desamparó Dios, antes le encendió su espíritu con llamas de divino fuego. Y para
indicio desto, quiso que la agua del estanque se viniesse a calentar hasta hervir. Salió de allí alabando
a Dios y rogándole le diesse conocimiento de sí mismo y gracia para cumplir en todo su voluntad.
Después desto, estando en el convento de San Francisco de Valencia, tuvo cargo de Maestro de
novicios, los cuales eran veinte y dos. Él los criava y doctrinava con grande diligencia y continuo
cuidado, exercitándolos y exercitándose en grandes mortificaciones y actos de humildad. Teníalos
un día juntos en el noviciado; hincóse de rodillas, y, descubierta la cabeça, encrucijó los braços
sobre los pechos, y mandóles por virtud de santa obediencia que de uno en uno se pusiessen delante
dél y le dixessen muchas palabras injuriosas y feas, y después de se las aver dicho, le escupiessen
en el rostro. Aceptaron el mandato los novicios, aunque con solloços y lágrimas. Inclinó el devoto
padre /(402r)/ los ojos en el suelo, con una maravillosa composición y mortificación, para oír las
palabras injuriosas que le dirían y recebir en su rostro las salivas que le echarían. Llegavan los
novicios temblando, y uno le llamava ribaldo, otro, traidor, otro, quebrantador de su regla, otro,
hipócrita. Uno le dezía que no era digno del pan que comía, y otro, que eran tan abominables sus
pecados y vida, que estavan espantados cómo la tierra no se abría y el Infierno no se le tragava.
Después de dichas semejantes afrentas, le escupían en el rostro. El humilde padre, derramando
lágrimas, tenía puesto delante de los ojos de su consideración a Jesucristo assentado en una silla,
açotado, coronado de espinas y escupido en su divino rostro, por cuyo amor procurava imitarle en
lo que podía. Luego que cessó la tormenta, limpiándose el rostro, habló con su Magestad, y dixo:
-Dios mío y Señor mío, ben- dito
| seáis, que por la boca de los infantes se dizen las verdades.
Estos mancebitos me conocen a mí y me dizen la verdad. Estos angelitos me tratan como yo merezco,
y no los del siglo, que unos me besan el hábito, y otros, las manos, otros me alaban, otros me llaman
santo y se van siguiéndome. Los del siglo, ¿por qué lo hazen, o bien mío, sino porque no me
conocen? Mas estos angelitos, que continuamente me tratan y están comigo, veen quién soy, y con
verme y conocerme aún no me dizen lo que merezco. Apiadáos, Señor, deste gran pecador, y no
miréis con los ojos de vuestra justicia rigurosa esta criatura tan abominable y este estiércol tan
suzio y de mal olor.
Exercitóse en estas y otras obras semejantes hasta que murió, en veinte y tres días de
deziembre, año de mil y quinientos y ochenta y tres. Dízelo Fray Cristóval Moreno, Provincial de
su mismo Orden, en la Vida que dél escrivió.
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EXEMPLOS ESTRANGEROS
[1] Sócrates Filósofo se estava algún día desde que salía el sol hasta que se ponía en pie sin mudarse
de un puesto. Y preguntado qué fin tenía en hazer esto, dezía que se ensayava para cuando le
sucediessen casos ásperos y dificultosos, que los sufriesse pacientemente y sin descomponerse.
¡Oh, quién viera a este filósofo lavado con el agua del Baptismo! Dízelo Sabélico, libro segundo.
[2] Diógenes Cínico andava con sola una túnica, traía los pies descalzos, y la cabeça, descubierta al
frío y al calor, sin mostrar más sentimiento en lo uno que en lo otro. Primero usava para bever de un
vaso de madera como hortera, después, porque vido a
| un rústico que bevía con las manos, dexó el
vaso y bevía con ellas. En los años postreros de su vida comía carne cruda por no mostrar que tenía
necessidad de favor o servicio ageno. Con el Baptismo corrigiera Diógenes sus faltas y fuera gran
varón. Es de Sabélico, libro segundo.
[3] Fue embiado de Alexandre a los ginosofistas Mnesarco para que le truxesse relación cierta del
modo de vivir de aquella gente, y llegó a un campo donde vido muchos hombres desnudos que se
ensayavan para sufrir y padecer trabajos. Era tiempo de verano y el sol abrasava con los rayos la
tierra, era arena cernida el suelo y quemava como fuego. Unos
/(402v)/ estavan en pie, otros miravan el sol sin pestañear, algunos se tendían en la arena, aquél del lado derecho, éste del izquierdo, el
otro, el rostro al cielo, abrasándose todos y todos mostrando grande paciencia y sufrimiento. ¡Oh,
qué bien cayera sobre éstos la agua del Baptismo! Afírmalo Sabélico, libro dos.
[4] Catón Uticense, siendo moço, todo un día estuvo orando en el Senado, que era al talle de lo que
entre cristianos es predicar. Las nieves y soles sufría descubierta la cabeça. Iva
| camino a pie en compañía de otros amigos que caminavan a cavallo. Cuando estava enfermo con calentura no se
dexava ver de persona alguna. Siendo capitán romano guió por siete días continuos el exército,
caminando por lugares dificultosos a las fieras, sin ir a cavallo ni en carro, sino a pie, guiando la
primera escuadra, sin assentarse sino cuando dormía o comía. Buenos azeros de hombre si fuera
cristiano; y en tiempo de mártires valeroso se mostrara en el martirio. Dízelo Sabélico, libro segundo.
Fin del Discurso de Penitencia. |