DISCURSO SESENTA. DE PACIENCIA
Dezía Job en el capítulo dézimo: «Si fuere malo y vicioso, ¡ay de mí!, que lo tengo de pagar;
y si fuere justo, no levantaré la cabeça, porque no faltará quien me calumnie y persiga». Hombres
se hallarán que se tienen por espirituales, y no ay arostrar a sufrir agravio ni injuria, y son los que
suelen quexarse diziendo: «Que aunque yo quiera ser bueno y servir a Dios, no me han de dexar
rabia en tal vida, juizio en quien me persigue; a Dios dará cuenta, y Él se la demande muy estrecha,
del mal que me haze». Esto murmuran, y no miran que si dizen de los otros que an de dar cuenta a
Dios de que los persiguen, ellos la darán de su poca paciencia, siendo ocasión de que los verdaderos
pacientes y humildes sean menospreciados y tenidos por hipócritas, porque como el vulgo vee que
aquellos se vendían por santos, y son tan impacientes y soberbios, juzgan lo mismo de los otros.
Pues para que tengan paciencia los perseguidos servirá este
Discurso, en que se ponen diversos exemplos de pacientes.
[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]
[1] Gran derecho tiene al primer lugar en materia de paciencia el santo Job, pues de todos es
llamado exemplo della. Tuvo dél embidia el demonio, dio en perseguirle, alcançó de Dios licencia.
Y comiença por la hazienda, y fue assí que, estando un día el santo Patriarca en su casa, aviendo he-
cho | oración y ofrecido sacrificio a Dios porque sus hijos, que estavan combidados en casa del
mayorazgo, no le ofendiessen, vino un mensajero que le dixo:
-Sabed, señor, que los sabeos acometieron vuestras labranças y se llevaron todas las bacas y
asnas. Mataron a los labradores. Yo, por grande ventura me libré dellos, para traeros la nueva.
No bien avía acabado éste su mensaje cuando llegó otro, y dixo:
-Fuego cayó del cielo sobre vuestras ovejas y pastores. Yo sólo quedé libre para poderlo
contar.
Ni aún éste avía acabado su razón cuando llegó otro, que dixo:
-Los caldeos, divididos en tres partes, acometieron a vuestros camellos, robáronlos, y mataron
a los que los guardavan. Yo sólo pude librarme de sus manos, y he venido a dar cuenta dello.
Ultimamente vino otro, que le certificó que se avía caído la casa donde sus hijos estavan, y
que todos quedaron muertos. Con todos estos trabajos e infortunios, no perdió Job la paciencia, y
visto por el demonio, usando plenariamente de la comissión que tenía de Dios, hirióle de una llaga
malíssima, desde el pie hasta lo alto de la cabeça, y sacóle a un muladar, donde con una teja se raía
la podre que salía de su cuerpo. Avía dexado el demonio a Job su muger, y fue con intento que
llegasse a este punto y le dixesse:
-¿Cómo? ¿Y aun todavía permaneces en tener ley con Dios? Maldízele y muérete.
Fue dezir: «Ya vees la paga que tienes de Dios por cuanto le as servido. Acaba ya, rompe
con su amistad, pues no te haze obras de amigo, sino de enemigo, y véngate dél, maldiziéndole, y
con esto acaba la vida, que algún /(375v)/
consuelo te será tomar esta pequeña vengança de Quien
te ha sido ingrato y hecho tanto mal. Maldízele y acaba». Ni aun esto fue parte para que Job faltasse
un punto de lo que devía; antes, usando de la superioridad que tiene el marido a la muger, por lo que
le oyó dezir, reprehendióla, diziendo:
-Has hablado como loca. Si recebimos bienes de la mano de Dios y nos holgamos con ellos,
los males y trabajos que nos embía para bien y provecho nuestro, ¿por qué no los sufriremos?
Orígenes, en la Homilía Segunda en Job
, dize que estuvo el santo Patriarca tres años y
medio en el muladar, porque dize que fue figura de Cristo, el cual padeció grandes persecuciones el
tiempo que predicó, que fueron tres años y medio. Si esto es verdad, que tanto tiempo pudo cuerpo
tan llagado estar sin morir, el no perder la paciencia cosa es que espanta, particularmente que,
estando en esta miseria, vinieron a visitarle tres amigos suyos, a los cuales el
Libro de Tobías, capítulo segundo, llama reyes, y en lugar de consolarle, uno dellos, llamado Elfaz, le dixo que por
sus graves pecados le castigava Dios, que se convirtiesse a Él y cessaría de afligirle. Sintió mucho
Job esta palabra, y con todo su sentimiento y palabras que dixo de mucha pena, el Espíritu Santo le
haze la salva, diziendo que no pecó Job, sino que tuvo paciencia, sin jamás perderla de vista en
todos sus trabajos. Refiérese en el capítulo segundo, y en los siguientes, de su
Libro.
[2] Mucho se pareció a Job en ser paciente el santo viejo Tobías, pues aviéndose empleado desde
niño en servir a Dios, fue llevado captivo a Nínive por el rey Salmanasar, y ni allí el estar en tierra
agena y en captiverio le | hizo perder la paciencia, pues la tenía, y muy grande, consolando y
remediando a otros hebreos desconsolados, y en particular se exercitava en enterrar muertos. Y
sucedió que, bolviendo Senaquerib, que tenía el reino de Nínive, destruido de tierra de Judá, por
averle muerto un ángel en sola una noche ciento y ochenta y cinco mil hombres de su exército,
haziendo guerra al rey Ezequías, y queriendo destruir la ciudad de Jerusalem, por lo cual, enojado
con los hebreos que tenía captivos en su reino, lo poco que la vida le duró después desta plaga, por
vengarse matava millares dellos, y Tobías tenía bien en qué exercitar la obra de misericordia de
enterrarlos. Tuvo el rey noticia dello, mandóle matar y secrestar sus bienes. Los bienes le fueron
secrestados, mas por ser bienquisto tuvo quien le escondiesse y guardasse de aquel peligro. Después
desto perdió Tobías la vista y quedó ciego, junto con estar pobre, y todo lo llevó con singular
paciencia, hasta que bolvió, como Job, a ser libre de semejantes infortunios y trabajos, como parece
en su Libro por diversos capítulos.
[3] Bien notoria es la afrenta y mala obra que hizieron a Josef sus hermanos, embidiándole,
empoçándole y vendiéndole por esclavo, y la paciencia que él tuvo, sufriendo todas estas injurias,
y perdonándolos de palabra y de obra, dándoles sustento y comida en tiempo que estavan a punto
de perecer de hambre, en lo cual, tanto más loa mereció, cuanto fue mayor el daño que recibió. Es
del Génesis, capítulo cuarenta y dos.
[4] Moisés fue murmurado de Aarón y de María, sus hermanos, y él los perdonó y rogó por la
hermana, a quien /(376r)/ Dios castigó, cubriéndola de lepra por aquel pecado, como parece en el
Libro de los Números, capítulo doze. También fue diversas vezes murmurado de los hebreos, y
alguna huvo que quisieron poner en él las manos, y estava él tan lexos de vengarse, que rogava a
Dios por ellos, con palabras que encarecidamente mostrava tenerles amor. Y es del
Éxodo, capítulo diez y siete, y treinta y dos.
[5] Grande y muy exemplar fue la paciencia de David, siendo perseguido del rey Saúl, sólo por oír
a unas donzellas parleras que le adelantavan al mismo Saúl en hechos de guerra. Diversas vezes
quiso y procuró matarle, y algunas que pudiera David satisfazerse dél y quitarle la vida muy a su
salvo, no lo hizo; por lo cual es más de loar en este santo rey su paciencia y sufrimiento, que las
hazañas que hizo contra sus enemigos, alcançando dellos gloriosos triumfos, pues mucho más es
vencerse uno a sí, que a sus enemigos. Con Semei, del linaje de Saúl, también se mostró pacientíssimo,
cuando desde un monte alto le dixo muchas afrentas y denuestos, yendo él por el baxo huyendo de
Absalón, su hijo, harto afligido y quebrantado. Quisieran los que ivan con David subir a él y
despeñarle de allí abaxo, y fuérales fácil de hazerlo, mas David, con alta paciencia, dixo:
-Dexadle. Maldígame y afrénteme, que el Señor le da lugar para ello, que quiere provar mi
paciencia. Y ¿quién dirá a éste, mi contrario y conocido enemigo, que me haze mal? Pues el hijo
que salió de mis entrañas me procura la muerte, no es mucho que lo haga éste, que es del linaje de
Saúl, a quien el Señor quitó el reino y me lo dio a mí. Possible será que por las afrentas que éste me
dize y yo padez- co, | el Señor perdone mis culpas y me libre de la angustia en que me veo, perseguido
de mi hijo, y que me procura la muerte.
Esto dixo el santo rey, y no se engañó, porque salió libre de semejante persecución, y ganó
triumfo de todos sus enemigos. Es del Segundo Libro de los Reyes
, capítulo diez y ocho, y veinte y dos.
[6] Como Tolomeo, falsa y alevosamente, matasse a Simón Macabeo, Pontífice y príncipe de los
judíos, suegro suyo, teniendo presa a su suegra, con dos hijos pequeños, en una fortaleza llamada
Dragón, Hircano, hijo del muerto Simón, aviendo dado orden como el estado paterno estuviesse a
su devoción, hizo gente y cercó al cuñado en su fuerça, con intento de dar libertad a su madre y
hermanos, y castigar la traición de aquel mal hombre. Viéndose Tolomeo apretado en aquel cerco,
añadió otra maldad a la primera, y fue que sobre el muro hizo açotar crudamente a la suegra, y darle
graves tormentos, amenazando que la mataría si no le dexavan libre. La valerosa muger, no espantada
de los tormentos, sino con singular paciencia, dava bozes al hijo que no levantasse el cerco, sino
que tomasse vengança de aquel cruel tirano. El piadoso hijo, enternecido más de ver a la afligida
madre padecer tales tormentos, que exasperado y llevado con desseo de vengança, levantó el cerco,
por donde el pérfido Tolomeo, matando a la suegra y cuñados, se passó a Filadelfia, tierra de
Zenón, adonde pudo assegurarse. Es del Primer Libro de los Macabeos
, capítulo diez y seis.
[7] La paciencia de Jesucristo, Nuestro Señor, ¿quién bastará a explicarla? Pues, siendo Hijo de
Dios, padeció de los hombres afrentas, açotes y la muerte; el Justo, de los pecadores, el Señor, de
los siervos, el que venía a redemir y salvar, de aquellos que avían de ser salvados y redemidos.
Pudiera con un menear de ojo perderlos a todos, y librarse dellos, y no lo hizo, sino que de su
voluntad y gana se ofreció en sacrificio, para reconciliarnos a todos con su Eterno Padre. Era
escarnecido y callava, era acusado y no respondía, era açotado y sufríalo, crucificáronle y rogó por
los que le crucificavan. ¿Quién será tan duro que, considerando esto consigo, no se enternezca para
perdonar a los que le ofendieron? Ningún tormento de los que Cristo padeció merecía padecer,
porque nunca pecó. Todo lo que nosotros padecemos lo merecemos, mereciéndolo nuestros pecados,
y por lo mismo debríamos sufrirlo en paciencia, pues lo devemos a Dios, y assí, no es ofensa que se
nos haze, sino castigo que de nosotros se toma. El mismo Salvador Jesucristo, no siendo recebido
de los samaritanos en su ciudad, sufriólo, de suerte que a Santiago y a San Juan, Após- toles
| suyos, que como parientes y de los más privados recibieron por suya aquella afrenta, quisieron vengarse,
y dixeron:
-¿Queréis, Señor, que digamos que caiga fuego del Cielo que los abrase?
Y respondióles el Redemptor:
-No sabéis el espíritu que os lleva. No vino el Hijo del Hombre a perder almas, sino a
salvarlas.
Fue como si dixera: «Parece que os lleva a dezir tales razones zelo de mi honra, y llévaos un
espíritu de ira y vengança. Por tanto, apaciguaos, que Yo no vine a quitar vidas, sino a redemir
almas». Coligiólo Marulo de diversos lugares del
Evangelio.
[8] Cubríanle de piedras al Protomártir San Estevan sus enemigos, y él, como buen soldado, imitando
a su buen capitán Jesucristo, no sólo no mostró impaciencia con ellos, sino que hizo por ellos
oración. Y para hazerla, el que antes avía orado por sí en pie, ya se derriba de rodillas a orar por sus
enemigos. Es del capítulo séptimo del
Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Lo dicho se colige de la Sagrada Escritura. |
[EJEMPLOS CRISTIANOS]
[1] Los Apóstoles y Mártires, todos en general y cada uno en particular, en los martirios que
padecieron dieron exemplo maravilloso de paciencia, como se puede ver en el
Discurso del Martirio en este libro, y en las
Partes del Flosanctorum, en las Vidas
proprias de cada uno; y por lo mismo, dexa aquí de repetirse.
[2] En la primitiva Iglesia se usava que de las limosnas ofrecidas en el templo se sustentavan
viudas, o que por ser pobres, o que por averles martirizado a sus maridos. Una noble señora, y rica,
de Alexandría, pidió a San Atanasio
| que le diesse una déstas, para que le tuviesse compañía en su
casa, y ella le daría lo necessario a la vida. Diole una, y por ser de buena condición y agradecida,
tomóle gana a la matrona de remediar otra, porque la afabilidad y buen término de la primera le
despertó el apetito para procurar la segunda. Diósela San Atanasio, y fue bien contraria de la primera,
porque era mal acondicionada, triste, áspera, desabrida, y assí, cuando se le antojava, y aun sin
ocasión, ponía lengua y, a las vezes, manos en la señora. Ella lo llevava con singular paciencia. Es
de Cassiano, /(377r)/ en la Colación diez y ocho, capítulo catorze.
[3] El mismo Cassiano escrive, como raro exemplo de paciencia, el de un novicio del monasterio
del abad Paulo en Egipto, que, estando juntos muchos monges y assentándose a comer, porque el
novicio se detuvo un poco más de lo que su abad quisiera, diole una bofetada tan de buena gana,
que cuantos estavan en la mesa (y passavan de ciento), si no vieron dársele, a lo menos oyeron el
golpe. Possible era ser de mejor linaje y casta el novicio que el abad, a lo menos era más moço y
valiente que no él; la afrenta, en ser delante de tanta gente, la ocasión tan liviana; nada desto fue
parte para que faltasse en la paciencia el novicio, sino que, sin dar respuesta, sin mostrar pena, ni
sin baxar la frente, prosiguió en servir a la mesa, con admiración de todos los presentes y exemplo
a los que dello tuvieren noticia.
[4] A San Cristóval Mártir dio una bofetada el prefecto de los sammios, teniéndole en su tribunal, y
el santo, con grande paciencia, le dixo:
-Vengárame si no fuera cristiano;
dando a entender que la piedad y paciencia cristiana pide no vengar la injuria, sino sufrirla
pacientemente. Refiérelo Marulo.
[5] Alexio, patricio romano, aviendo vivido de limosnas en Siria, vino a Roma, y fue recebido en la
propria casa de su padre por pobre, y en ella estuvo diez y siete años en un mal aliñado rincón,
padeciendo en este tiempo de los criados de su padre grandes afrentas y malos tratamientos. Reíanse
dél, teniéndole por mentecapto, apaleávanle, derramavan sobre él inmundicias, y todo lo sufría en
paciencia, hasta que llegó su muerte. En la
| cual fue premiada en el Cielo su alma, y su cuerpo,
siendo conocido, fue venerado como de santo en el suelo. Dízelo en su
Vida Surio.
[6] Paulo, llamado «el Simple», hallando a su muger en adulterio, por no vengarse desta injuria, ni
parecer que favorecía el pecado, fuese al desierto, y hízose monge y discípulo de San Antonio,
donde fue tal su vida, que las manos que tuvo quedas sin vengarse, levantándolas a Dios, alcançava
todo cuanto le pedía, y Dios por él hizo grandes milagros. Es de la
Historia Tripartita, libro primero, capítulo onze.
[7] Macario Alexandrino, porque, mordiéndole un mosquito, le hirió con la palma y le mató, y
pareciéndole que avía sido impaciente, quedó tan penado que se fue a vivir a cierta parte del desierto,
donde avía grande abundancia de mosquitos, tábanos y otras malas sabandijas, y allí estuvo por seis
meses desnudo, padeciendo terrible tormento, y sufrió muchos bocados de mosquitos, por uno que
vengó. Traía de ordinario en su boca aquel testimonio de la
Escritura, que dize en persona de Dios: «Déxese a Mí la vengança, que yo daré buena cuenta della». Refiérelo Surio en su
Vida.
[8] Cassiano escrive en sus Colaciones
de un viejo monge de Alexandría, que, cercándole unos
paganos y haziéndole muy malos tratamientos de palabra y de manos, al cabo, por manera de
afrenta, dezíanle:
-Ea, decláranos qué milagros hizo Cristo, tu Dios.
El monge respondió:
-No es pequeño milagro, sino grande, de que no me descomponga ni pierda la paciencia con
las injurias que me dezís y con los malos tratamientos que me hazéis.
Refiérelo Marulo, libro 5. /(377v)/
[9] A Adón, abad cluniacense, aviéndole hurtado de noche un cavallo, venida la mañana, hallóse el
ladrón sobre él y junto a las puertas del monasterio, sin poder baxar dél ni hazerle dar passo. Salió
a él el abad con sus monges, y muy vergonzoso les pidió perdón. Adón le perdonó y le dio cinco
monedas de plata, estando muy alegre, no tanto por el cavallo que cobrava como por ver el ladrón
compungido y penado por lo que avía hecho. Es de Marulo, libro quinto.
[10] Eustaquio Romano padeció grandes trabajos y infortunios, y llevólos con admirable paciencia,
siendo bien assimilado a Job en todo. Perdió riquezas y bienes de fortuna, perdió la muger y los
hijos, aunque siempre tuvo a Dios en su pecho, dándole gracias por todo. Y assí, por la constancia
de su ánimo y grande paciencia, mereció después de algunos años recuperar la muger que le avía
sido robada de cossarios, dos hijos -el uno que le llevó un león, y el otro, un lobo, librándolos
pastores de aquellas fieras-, bolvió a la privança del emperador Trajano, y lo que más es de estimar,
en tiempo de Adriano mereció la corona de mártir en compañía de la muger y hijos, y assí, los que
fuera de esperança recobró vivos en la Tierra, con ellos vivió y se gozó en el Cielo. Refiérelo Surio
en su Vida.
[11] San Eulogio, glorioso mártir de Córdova, llevándole al martirio, uno de los eunucos del rey,
sentido porque le avía oído dezir mal de Mahomad, siendo él moro, llegó a él y diole una bofetada
en su rostro. El santo, sin turbación alguna, ofreció la otra mexilla, diziéndole que podía allí darle
otro golpe. Lo cual hizo el maldito hombre, dando testimonio de su per- fidia
| y maldad, y el santo, de que era verdadero discípulo de Jesucristo, cumpliendo lo que Él aconseja en su
Evange lio, y refiérelo San Mateo en el capítulo quinto: «Si alguno te hiriere en la una mexilla, dale la otra».
Dízelo Alvaro Cordovés en la Vida
que escrivió deste santo.
[12] Nizéforo Calixto, libro dézimo, capítulo veinte y ocho, dize que en tiempo del emperador
Juliano Apóstata, un su prefecto llamado Salustio atormentó gravemente por la Fe de Cristo a cierto
cristiano, cuyo nombre era Teodoro. Y dexándole con la vida, después, preguntándole Rufino, el
que escrivió la Historia Eclesiástica
, cómo avía podido sufrir tales tormentos, si fue con dolor o sin
él, respondió que el dolor era terrible, mas que llegó allí un hermoso mancebo, el cual con un lienço
delgado le limpió el sudor del rostro y le derramó sobre las heridas agua fría, con que le mitigó el
dolor y quitó el sentimiento dél, dándole fuerças con que padeciesse y en tan grandes tormentos
sintiesse consuelo y descanso.
[13] San Martín, obispo de Tours, iva cierto camino en un asnillo, el cual era de suerte, y con tal
aliño, que encontrándose con él unos passageros que ivan en mulas y cavallos, de verle se espantaron,
y de suerte que dieron con sus amos en tierra, cayendo unos aquí, y otros, allí, y ayudándoles con
pernadas y cozes. De lo cual ellos, muy indignados contra el santo, fueron a él y tratáronle mal de
palabra y de obra, sacudiéndole algunos palos, por recompensa de las cozes que por su ocasión les
parecía que avían recebido. Fueron luego a sus cavallos y mulas, que les tenían assidos sus criados,
y, subidos en ellos, no avía remedio /(378r)/
que diessen passo, hasta que cayeron en la cuenta que
venía este daño por el que avían hecho a aquel santo obispo. Fueron a él y puestos de rodillas le
pidieron perdón. San Martín, en recompensa de la injuria, los recibió amorosamente y los abraçó, y
junto con esto mandó a las bestias que obedeciessen a sus señores; las cuales, como si salieran
libres de la cárcel y les quitaran prisiones de los pies, tomaron carrera y caminaron. Con razón hizo
milagros el que, herido, no supo airarse. Es de Severo Sulpicio, en la
Vida del mismo San Martín.
[14] Teniendo el obispado de Trecasina Lobo, varón santo, venía a cercarle la ciudad Atila y queriendo
informarse quién era aquel pagano, y oyendo dezir que era Atila, y que se llamava «Açote de Dios»,
gimió, diziendo:
-Yo soy Lobo, destruidor de su rebaño y merecedor de su açote.
Con esto hizo abrir las puertas de la ciudad, y fue por particular moción del Cielo, y no
porque a los cristianos se les vede el defenderse de los paganos, como dizen algunos hereges, que
merecían, por lo mismo, que les diessen muchos palos y apercebirlos que no se defiendan, que Dios
se los embía. La defensa es lícita, y aun la justa guerra, como dize San Augustín en los libros de la
Ciudad de Dios, que puede el príncipe cristiano satisfazerse por armas, y a fuego y a sangre, del
pagano y infiel que le haze injusta guerra, o para satisfazerse dél si le tiene hecho agravio. Entraron,
pues, los enemigos en Trecasina, donde estava el santo obispo Lobo, y passaron por la ciudad de
claro en claro sin hazer daño en cosa alguna. Y sin parecer que viessen personas en ella, salieron
por otra puerta y fueron adelante. Este nuevo modo de
| conservar aquella ciudad concedió Dios a
Lobo porque se tuvo por digno del açote, y assí fue libre dél. Es de Surio, tomo cuarto.
[15] San Benedicto Abad sufrió con grande paciencia las persecuciones del presbítero Florencio.
Embióle presentado un pan con veleño, y aunque lo entendió, recibióle, dando las gracias al que le
traía, y después mandó a un cuerbo que le llevasse donde nadie le comiesse. Añadió nuevas
persecuciones contra el santo el mal clérigo, visto que el pan no le hizo efeto, y pagava a mugeres
deshonestas porque fuessen a la huerta de los frailes desnudas y hiziessen bailes deshonestos para
provocarlos a pecar. Por ser dañosa esta persecución para las almas, procuró el bendito padre irse
de allí con sus monges, y sabido de Florencio, por ser aquello lo pretendido por él, no pudiendo
sufrir la luz entre las tinieblas, ni que el santo varón estuviesse tan cerca dél, por donde más se
echavan de ver sus vicios, muy contento en su casa hazía fiesta y se regozijava como victorioso.
Donde sucedió que, repentinamente, el aposento donde estava se hundió y él quedó allí muerto.
Avisó deste caso Mauro a su maestro San Benedicto, diziéndole que bolviesse, que ya su enemigo
avía llevado el merecido. El santo lo sintió grandemente y penitenció al discípulo, dando a entender
que nadie deve alegrarse del mal de los enemigos, como sea precepto del Señor que deven ser
amados y que se ha de rogar por ellos. Refiérelo San Gregorio en el libro segundo de sus
Diálogos, capítulo siete.
[16] A San Bernardo hirió malamente en el rostro un mal hombre porque le negó el hábito, diziéndole
que en su estado podía servir a Dios, y el negársele fue
/(378v)/ por no ver en él partes de monge.
Quisieron satisfazerse dél los que estavan con el santo abad, y pudieran bien hazerlo, y él no lo
consintió, diziendo que era razón perdonar a otro una vez, el que cada día recebía perdón de Dios
por sus culpas, especialmente diziendo la misma verdad: «Si no perdonáredes, no seréis perdonados».
Es de la Vida de San Bernardo, libro tercero, capítulo sexto.
[17] A San Gregorio perseguía el emperador Mauricio. Embióle el santo una carta que dezía: «Por
ser yo pecador, cuanto más me persiguieres, tanto pienso que servirás a Dios más». Después, estando
el emperador solo en su aposento, vido a un monge con una espada desnuda que le amenazava de
muerte si más perseguía al Santo Pontífice. Desto quedó Mauricio tan atemorizado que procuró
luego su amistad, pidiéndole perdón de lo pasado, y convirtiendo el aborrecimiento en amistad. Y
a quien muchos exércitos de gente armada no pudo hazer resistencia, el sufrimiento de un hombre
le quebrantó, vencido de paciencia el que no pudo serlo de armas. Es de la
Vida de San Gregorio, capítulo diez y siete.
[18] Agilio, monge de San Columbano, iva con cierto mensage al rey Teodorico, y en el camino
quiso matarle un mal hombre. Levantó la espada para herirle, mas quedósele el braço seco, y por
oración del mismo Agilio fue sano. Cuando llegó al rey, tenía ya nueva del milagro. Hízole mucha
honra, y por su respeto restituyó a su maestro San Columbano en su monasterio, del cual le avía
hecho ir desterrado. De modo que la paciencia de Agilio curó la mano del que pretendía matarle,
mitigó la ira del rey y bolvió en
| su gracia a su abad, y nada desto hiziera dexando de orar por su
enemigo. Es de Marco Marulo, libro quinto.
[19] Siendo Pafuncio moço de poca edad y estando en el monasterio escitiótico, por mostrarse
virtuoso y santo no faltó quien le persiguiesse, y fue otro monge que tenía embidia dél. Aguardó
que los demás monges estuviessen en la iglesia, entró en la celda del Pafuncio, y entre las palmas
que tenía para hazer cestas, puso un libro suyo, y fuese con los demás monges. Y acabado el oficio
divino, quexóse en presencia de todos que le avían hurtado su libro, y pedía que dos de los ancianos
visitassen las celdas de los monges antes que saliessen de allí, para que, siendo hallado su libro, le
fuesse restituido. Hízoseles cosa nueva a todos oír que entre ellos huviesse ladrón, mas por averiguar
la verdad fueron a visitar las celdas, y hallaron el libro en la celda de Pafuncio. Publicado el caso,
él se admiró, y todos se admiraron, mas sin poder negar cosa tan manifiesta, pidió que le
penitenciassen conforme a aquel delito. Estuvo dos semanas apartado de la congregación, ayunando
y llorando, sin ser admitido a la Sagrada Comunión. Passados los quinze días, vino a la puerta de la
iglesia pidiendo perdón, con ser inocente. Mas por juizio de Dios el autor desta maldad fue
atormentado del demonio, y confessó públicamente su pecado y el engaño que avía hecho. Hizieron
por él oración todos los ancianos, y fue sin efeto, hasta que por la oración de Pafuncio fue sano. Y
assí, el mancebo modesto y mansueto, con la paciencia reparó su fama y buen nombre, que estava
en peligro, y con la piedad la /(379r)/ la acrecentó, sufriendo estando sin culpa y teniendo misericordia
siendo ofendido. Es de Cassiano, en la Colación diez y ocho
, en el capítulo quinze.
[20] Estéfano, anacoreta en la región Mareótide, teniendo su cuerpo llagado, no recusó la cura, que
fue penosíssima, antes dio exemplo notable de paciencia al tiempo que se curava, porque, rompiendo
el cirujano sus carnes y labrándolas con hierro y fuego, no dio gemido, ni hizo más sentimiento que
si lo padeciera en ageno cuerpo. Ni por padecer enfermedad tan rabiosa dexó de trabajar de sus
manos, haziendo cestas de palma, ni faltó en consolar almas, que venían a él necessitadas de consuelo.
Y desta manera, la molestia de la enfermedad vencíala con la virtud de paciencia. Dízelo Marulo,
libro quinto.
[21] Libertino, prepósito del monasterio de Fundi, en Italia, al tiempo que Totila, rey de los godos,
hizo guerra en aquella provincia, iva en un cavallo camino, y encontrándose con algunos soldados
de Darida, capitán del mismo Totila, derribáronle en tierra, y llevávanle el cavallo. Visto por el
paciente monge, sin mostrar alteración en su rostro, dio a los que le llevavan el cavallo un açote,
diziendo:
-Tomad, hermanos, porque la bestia es lerda y no podréis aprovecharos della sin él.
Con esto se puso en oración, y los soldados caminaron adelante, y llegando a un río no les
fue possible hazer passar bestia alguna de las que llevavan, aunque lo porfiaron mucho tiempo.
Cayeron en la cuenta que era orden del Cielo por el agravio que hazían al monge en le llevar su
cavallo. Bolviéronsele y halláronle puesto en oración. No quería recebir- le,
| diziendo que le hazía poco al caso. Al fin por fuerça le subieron en él, y se fueron. Donde, en llegando al río, las bestias
caminaron con grande belocidad, passándole como si estuviera sin agua. Dízelo San Gregorio en el
primero libro de sus Diálogos, capítulo segundo. En el mismo lugar refiere también San Gregorio
otro exemplo de paciencia deste proprio monge Libertino, que antes de ser prepósito en el monasterio
Fundense tenía aquel cargo otro, que sucedió a un santo monge llamado Honorato, aunque bien
contrario a él en la condición, por ser iracundo y vengativo. Lo cual mostró con el mismo Libertino,
que, sintiéndose dél ofendido, quiso vengarse, y no hallando otra cosa a mano, levantó un banco y
diole con él de palos en la cabeça y rostro, dexándole hinchado y acardenalado. No mostró sentimiento
ni quexa Libertino, sino inclinó su cabeça y fuese de allí. Y el día siguiente, después de dichas
Maitines, como le sucediesse ir fuera del monasterio a negocios tocantes al convento, fue a pedir
licencia a su prepósito, el cual juzgó dél que se quería ausentar del monasterio y dexar el hábito, por
el mal tratamiento que le avía hecho sin ocasión. Preguntóle:
-¿Y dónde quieres ir?
Respondió:
-Tiene el convento necessidad, la cual puedo yo cumplir. Ofrecíme a ir y cumplirla, y ésta es
la ocasión de mi ida.
Consideró el perlado cuán grande era la paciencia y humildad de aquella bendita alma,
aviéndole tratado el día antes con tanta aspereza, sin culpa de su parte; conoció la propria suya.
Levantóse de la cama donde estava y derribóse a sus pies, reconociendo lo mal que avía hecho en
mostrarse cruel contra él. Libertino /(379v)/
hizo lo mismo, que se derribó en tierra, diziendo que
de su ira él avía tenido la culpa. Y assí, el abad se mostró mansueto en adelante, y el súbdito
descubrió cuánta era su humildad. El cual, saliendo por la calle, y visto su rostro hinchado y
acardenalado, preguntávanle algunos, sus devotos y que le respetavan sobremanera, la causa, y él
dezía:
-Por mis pecados, ayer ya anochecido encontré con un banco y quedé como me veis.
Y con esta respuesta, el varón santo, sin mentir, encubría la impaciencia y severidad de su
perlado. Hasta aquí es de San Gregorio.
[22] Avía cogido su sementera el abad Estéfano, y teníala allegada en la era, en el campo, siendo su
sustento y de sus discípulos. Llegó tentado del demonio un malíssimo hombre, y pególe fuego.
Fuéronselo a dezir a Estéfano, y el que llevó la nueva dolíase dél, diziendo:
-¡Ay de ti, padre, qué grande daño y pérdida te ha venido!
Sabido por él el caso, respondió:
-¡Ay del que hizo esse hecho, que mayor mal es el suyo!
Dezía esto porque considerava que era mayor daño el pecado del que cometía el incendio,
que su pérdida. Vino a morir este santo abad, y muchos de los que se hallaron en su muerte vieron
compañías de ángeles que entraron en su aposento para acompañar su bendita alma en aquella
partida. Dízelo San Gregorio, libro cuarto de sus
Diálogos, capítulo diez y nueve.
[23] Tenía lexos de su celda un ermitaño la agua de que se proveía, y cansávase mucho en traerla.
Dixo, hablando consigo mismo:
-¿Qué necessidad tengo yo de padecer este trabajo, pudiéndolo escusar? Quiero mudar más
cerca mi celda.
Bolvió atrás la cabeça cuando ya se mudava y vido un
| mancebo que medía los passos que él dava con una vara. Preguntóle quién era, y respondió:
-Soy ángel de Dios, y embióme a que midiesse los passos que das, para darte el premio
conforme al trabajo.
Oído por el ermitaño, mudó la celda más apartada de la agua, para aún acrecentar más
mérito. Es del De Vitis Patrum.
[24] Un cozinero de cierto monasterio, fraile lego, padecía trabajo grandíssimo en adereçar la comida,
no sólo a los religiosos de casa, sino a muchos huéspedes que cada día ocurrían a ella. Con todo
esso, era devoto de la Madre de Dios, y acabado su trabajo, que llevava con grande paciencia,
rezava algunas devociones a la Sagrada Virgen. Sucedió un día que vinieron tantos huéspedes, y a
horas extraordinarias, que era ya de noche cuando acabó su obligación. Quedó cansado y quebrantado,
quiso cumplir con su devoción, y dio sueño en él, de tal suerte que no tenía fuerças para resistirle,
por ocasión del trabajo de todo el día. Él porfiava para cumplir con sus devociones, y estando en
esta lucha, apareciósele la Madre de Dios hermosíssima, y con un rostro muy gracioso, le dixo:
-Hijo, bien as trabajado. Harto as hecho. Vete a dormir.
Desta visita quedó el fraile muy consolado, y más obligado a la paciencia en su oficio y
devoción a la Virgen. Refiérese en el
Promptuario de exemplos.
[25] Llegaron ciertos ladrones a la celda de un santo ermitaño, y dixéronle:
-Venimos a llevarte cuanto aquí tienes.
Respondióles él:
-Todo lo que quisiéredes, hijos, llevar, podéis llevarlo.
Cargaron de todo, y ívanse. Dexavan sólo un costal que estava escondido. El buen viejo les
fue /(380r)/ siguiendo con él, y llegando cerca, díxoles:
-Hijos, tomad este costal que os dexávades.
Vista por ellos su paciencia, restituyéronle lo que le llevavan, diziendo:
-Verdaderamente éste es siervo de Dios.
Es del De Vitis Patrum.
[26] El emperador Diocleciano, cruel perseguidor de cristianos, sabiendo que un camarero suyo
llamado Pedro era baptizado y seguía la vida cristiana, procuró apartarle de su intento. Y para esto
le mandó açotar con correas en que estavan enxeridas plomadas, y después desgarrar su cuerpo con
uñas azeradas. Y viéndole que en estos tormentos mostrava rostro alegre y risueño, mandóle derramar
sobre las llagas vinagre y sal, y desnudo como estava, estender en una cama o cratícula de hierro y
ponerle debaxo fuego lento, para que, durando el tormento, fuesse mayor su sentimiento. Ninguna
cosa déstas fue parte para que él mostrasse impaciencia, sino, con rostro sereno y alegre, juntamente
dio fin a la vida con los tormentos. Es de Eusebio en la
Historia Eclesiástica.
[27] Pedro, abad de Claravalle, de cierta enfermedad perdió el un ojo, y mostrando algunos amigos
suyos sentimiento de su pena, él, con grande paciencia, dixo:
-Antes lo tengo yo por beneficio de Dios, que de dos enemigos me aya librado del uno.
Refiérelo Sabélico, libro quinto.
[28] Embiávanle a San Bernardo dozientas libras de plata para fundar un monasterio, y robáronselo
en el camino a quien lo llevava ciertos ladrones salteadores. Oyendo el robo el santo, con grande
paciencia dixo:
-Bendito sea Dios, que me ha librado de tan grande carga.
Refiérelo Marulo, libro quinto. |
[29] Mayolo, monge cluniacense, era ciego, y no obstante la ceguedad, por ser santo y muy docto
fue hecho abad del monasterio Maticense. Y teniendo este cargo, por medio de su oración sanó
ciegos, sordos, mudos y coxos. Bien se entiende que si quisiera sanar, como lo alcançava de Dios
para otros lo alcançara para sí, sino que grangeava con la ceguedad, teniendo paciencia, mayor
utilidad y provecho. Es del De Vitis Patrum.
[30] Egidio Solitario tenía su celda cerca del Ródano. Fue herido de una saeta de ciertos caçadores
que dispararon inconsideradamente sus tiros, y no sólo no consintió ser curado, sino que pidió a
Dios le durasse mucho tiempo la herida. Hiziéronsele poco las vigilias cotidianas, la oración, el
ayuno y otros trabajos corporales; quiso que la herida, que permitiéndolo Dios tenía, permaneciesse,
para que ocupado el cuerpo con aquel dolor aborreciesse los desseos de deleite. Refiérelo Marulo,
libro quinto.
[31] En el año de mil y dozientos y tres juntaron los cristianos un poderoso exército para defender
el reino de Jerusalem contra los moros. Huvo muertos y captivos de ambas partes, y entre otros
fueron captivos un cavallero noble y dos soldados, el uno, francés, y el otro, flamenco. Todos tres
padecían mucho trabajo en el captiverio, y sentíanlo más cuanto eran menos acostumbrados a ello.
Estando un día todos tres juntos, dixeron los dos soldados que desseavan sumamente verse libres
en sus tierras y que se lo pedían a Dios. El cavallero replicó:
-No sabéis lo que desseáis. Possible es que en vuestra tierra padezcáis mayores trabajos que
éstos, y si aquí tenéis paciencia y su- frís
/(380v)/ lo presente por amor de Dios, alcançaréis de su
Magestad perdón de vuestros pecados.
Y diziendo esto, levantó las manos al Cielo, y, puesto de rodillas, dixo:
-No permitáis, Señor, que de mí suceda sino lo que más conviene a mi alma. Dame, Señor,
paciencia, y alarga el padecer.
Al cabo de algún tiempo, los soldados fueron libres y bueltos a sus tierras, donde padecieron
mayores trabajos que en el captiverio. El cavallero, aunque procuró el rey de Jerusalem rescatarle,
nunca tuvo efeto, antes murió en prisión y captiverio, y halláronle las rodillas como de camello, de
lo mucho que orava. Escrive esto Cantiprado, en el libro segundo
De Bono Universali, capítulo sexto, y afirma que lo oyó al uno de los soldados.
[32] Isabel, hija del rey de Hungría, aviendo perdido el marido y hazienda, servía a Dios en pobreza.
Iva cierto día por una calle en que estava mucho lodo; venía a encontrarse con ella otra muger, a
quien avía hecho antes mucho bien. Ambas ivan por una senda que tenía menos lodo, y llegando a
juntarse, la descomedida muger dio un empellón a la santa que la hizo caer en el lodo, y passó ella
muy ufana. Quedó Santa Isabel mal enlodada, aunque bien contenta por padecer esta persecución
pacientemente. Dízelo Marulo, libro quinto.
[33] Entre otras muchas virtudes que tuvo Juan de Dios, el de Granada, fue una de paciencia. Nadie
le vido turbado, ni salía de su boca palabra airada; antes, en las mayores afrentas estava más quieto
y alegre, como quien no tenía otra voluntad sino la de nuestro Señor Jesucristo, en cuya Cruz se
gloriava, como se vido en algunos casos que le sucedieron. Y fue uno, que
| passando por la calle de los Gomeles derribó la capa a cierto cavallero estrangero, tocándole inadvertidamente, por lo cual,
muy enojado, le dixo:
-¡A, vellaco, pícaro! ¿No miráis cómo vais?
Él, con mucha paciencia, le dixo:
-Perdonadme, hermano, que no miré lo que hize.
El cavallero, oyendo estas palabras de «vós» y «hermano» (como acostumbrava dezir a
todos), mucho más airado bolvió a él y diole una bofetada. El hermano Juan, con mucha serenidad,
dixo:
-Yo soy el que erré; bien merezco que me deis otra.
Viendo el hidalgo que todavía le dezía de vos, dixo a sus criados:
-Dad a esse villano malcriado.
Estándole maltratando, salió un vezino, hombre principal, llamado Juan de la Torre, y viendo
lo que passava, dixo:
-¿Qué es esto, hermano Juan de Dios?
Y como el que lo avía injuriado le oyó nombrar, dixo:
-¿Cómo? ¿Y éste es Juan de Dios, tan nombrado en España?
Derribóse a sus pies, porfiando que no se levantaría de allí hasta que se los besasse. Levantóle
el hermano Juan, pidiéndose perdón el uno al otro con muchas lágrimas. El cavallero le embió
después cincuenta escudos para sus pobres. También ciertos pajes, burlando dél, le echaron en una
alberca de cieno, y él salió con harto trabajo bien enlodado, y se lo agradeció con palabras y rostro
alegre, quedando admirados los que lo vieron. Y otra muger importuna, porque no le dava limosna,
la que ella quisiera, estando en su hospital, le deshonró, llamándole mal hombre, hipócrita y santón.
Él le dixo:
-Toma dos reales, y salte a la plaça y di esso a bozes.
Ella perseverava en deshonrarle. Díxole él:
-Tarde que temprano te tengo de perdonar; yo te perdono desde luego.
Diole una buena limosna y embióla
/(381r)/ más contenta. Refiérese en su
Vida, escrita por Francisco de Castro, Rector del Hospital de Granada, que el mismo Juan de Dios fundó.
[34] García de San Pedro, clérigo natural de Toledo, varón de vida admirable, como estuviesse en
un hospital sirviendo y curando a los pobres, enfermos y llagados, siendo su caridad tanta que
admitía en él a cuantos pobres incurables venían, otras personas que tenían cargos en él, pareciéndoles
que no se podía cumplir con tantos, tratávanle mal sobre ello, y no sólo de palabra, sino hasta
querer poner en él las manos y venir a le echar del hospital; todo lo cual sufría el siervo de Dios con
rostro sereno y sin mostrar alteración o pena. Y con singular paciencia tornava a su ministerio de
curar y servir a los pobres. En el mismo tiempo que este buen sacerdote gastava su vida en aquel
hospital que tiene nombre del rey, y es de incura- bles,
| se empleava otro siervo de Dios, de estado lego, aunque nunca se casó, llamado Alonso Dávila, con los presos de la cárcel, haziéndoles el bien
possible, como ya se ha tocado en otro Discurso
deste libro; y lo que toca a éste, es que un día,
porque un preso atrevido y desvergonçado no recebía dél tanta limosna como quisiera, le dio un
bofetón en su rostro con la fuerça que pudo. Pudiera bien satisfazerse dél por su persona, porque era
de grande cuerpo y recio de miembros, o por castigarle la justicia, y nada hizo, sino con paciencia
maravillosa dissimuló, no queriendo perder el mérito en todo o en parte, si el caso fuera público y
manifiesto a muchos, por lo que de saberse podía resultar, aunque algunos lo vieron y no pocos lo
supieron. A los dos conocí yo, y afirmo ser verdad lo que dellos digo, y pudiera dezir mucho más.
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EXEMPLOS ESTRANGEROS
[1] Estando el rey Alexandre ofreciendo sacrificios, por ser costumbre de los reyes de Macedonia,
servíanle en aquel ministerio algunos niños hijos de nobles. De los cuales uno tenía un pequeño
brasero de lumbre en que se ponía el encienso; saltó una ascua sobre el braço y quemóse el vestido
y llegó a la carne. El humo y olor hizo que advirtiesse dello el rey, y no poco quedó admirado de ver
la paciencia del moço, que se dexava quemar sin mostrar sentimiento alguno por no ser estorvo al
sacrificio. Y para más provarle ívase poco a poco el rey con él, y todo no fue parte para perderla,
sino que dissimuló hasta ser acabado, que començó el rey a engrandeçer la
| paciencia y sufrimiento admirable de aquel moço. Dízelo Valerio Máximo, libro tercero.
[2] Las crueldades y malos hechos de Falaris, tirano de Sicilia, movieron el ánimo de Zenon Eleate
para procurar quitar del mundo semejante mostro. Fuese a Agrigento, donde el rey estava, y de
secreto solicitava los ánimos de los ciudadanos para lo que pretendía. Y teniendo ya muchos de su
parte, el negocio fue descubierto y llegó a oídos del tirano. Prendióle y en una plaça pública, en
presencia de los principales de su casa y corte, le mandó atormentar, pidiéndole que declarasse los
conjurados. Y en este punto mostró Zenón grande paciencia y mu- cha
/(381v)/ sabiduría. Sufrió algunas horas los tormentos sin muestra alguna de dolor y sentimiento, y luego, cuando le pareció
tiempo, dixo que por acabar de morir quería hazer lo que el rey le mandava, y con esto, sin nombrar
persona de los conjurados, declarava que eran de su parecer y que estavan determinados de matar al
rey muchos de sus privados. Y con esto añadió que su intento era conforme a razón por quitar del
mundo hombre tan inhumano y cruel, señalando juntamente algunas de sus crueldades y culpando
al pueblo porque lo sufría. Con esto que dixo Zenón los privados del rey se alborotaron, y viendo su
peligro acordaron de hazer lo que antes no tenían en pensamiento, que era de matarle, y de improviso
se hizieron a una, y los verdaderamente conjurados se juntaron con ellos, y todo el pueblo siguió su
boz en intento, y con esto assieron piedras y cubrieron dellas al tirano. Dízelo Valerio Máximo,
libro tercero.
[3] Otro filósofo del mismo nombre de Zenón, estando dándole tormento Nearco Tirano porque
descubriesse los cúmplices de otra conjuración, sufrió pacientemente el tormento. Y visto que iva
adelante y que su paciencia no era parte para cansarle y que le dexasse, dixo que al oído le diría los
nombres de los conjurados. Quitóle del tormento, llególe al oído, mas el filósofo, como si fuera
lebrel de Irlanda, le assió de la oreja y redonda se la sacó con los dientes, aunque a costa de su vida,
que le quitó después el tirano. Es de Valerio Máximo, libro tercero.
[4] Diole un descomedido a Sócrates una coz o pernada. Sufriólo pacientemente, y diziéndole otros
que lo hazía mal y que se vengasse, él respon- dió: |
-Si mi jumento me diesse una coz o pernada, ¿era aviso darle otra?
Refiérelo Sabélico, libro quinto.
[5] Licurgo, legislador de Lacedemonia, sobre reformar la República levantóse contra él un motín,
y cierto moço llamado Alexandre con un bote de lança le sacó un ojo, lo cual él no sólo lo dexó sin
vengança, sino que lo sufrió con grande paciencia, y en lugar de hazer castigar al moço atrevido, le
recibió en su casa y le enseñó Filosofía, y salió excelente filósofo y virtuoso varón. Es de Sabélico,
libro nono.
[6] Grande fue la paciencia y sufrimiento de un moço de Lacedemonia que hurtó un leoncillo, y
llevávale cubierto debaxo de la capa porque no se echasse de ver el hurto. La bestia, viéndose
cubierta y de aquel modo, embravecióse, y con las uñas y los dientes le hizo grandes heridas, y todo
esto no fue parte para que él descubriesse el hurto, hasta que llegó a su casa. Refiérelo Fulgoso,
libro tercero.
[7] A Catón, estando en la plaça y delante de mucha gente, le escupió en el rostro Lentulo, y con ser
grande afrenta, limpiándose el rostro, solamente dixo:
-Osaría yo afirmar, o Lentulo, que se engañan los que dixeron que no tienes boca.
Refiérelo Erasmo en las Apotegmas.
[8] Emilia, muger de Escipión, no sólo sufrió pacientemente que su marido dentro de su casa le
hiziesse traición cometiendo adulterio, sino que después de su muerte dio dote a la criada y la casó
conforme a su estado.
[9] Al tiempo que Xerxes passó en Grecia con todo el poder de Assia con designo de destruir a
Atenas y a toda la Grecia, Agesilao, hermano de Temístocles Ateniense, por librar
/(382r)/ su patria de tan cruel enemigo, disfraçándose se fue a su real, y en una tienda principal vido un capitán de los
persas, en cuyo traje le pareció que era Xerxes. Llegó a él y matóle. Prendiéronle y lleváronle a
Xerxes, que estava sacrificando en aquella hora, y contándole el caso, Agesilao llegó al fuego
donde se ofrecía el sacrificio y puso la mano diestra en él, dexándose quemar sin dar muestra de
dolor o sentimiento. Estava Xerxes admirado de la paciencia de aquel griego. Él le dixo:
-Sabe, rey, que los atenienses tienen el mismo ánimo que en mí as visto, y si quieres que lo
confirme me dexaré quemar esta otra mano.
No lo consintió Xerxes, antes, sin darle otra pena, le dexó bolver libre a Atenas. Refiérelo
Fulgoso.
[10] Cayo Mario, de una enfermedad llegó a punto que le mandaron los médicos asserrar las piernas.
No consintió que le atassen las manos ni el cuerpo, sino libremente dio la pierna y se la asserraron,
sin mostrar sentimiento en su rostro. Aviéndosela asserrado, dixeron que convenía asserrarle la
otra. Él preguntó:
-¿Y para qué es conveniente?
Respondieron los médicos:
-Para conservar la vida.
Él replicó:
-No es la vida tanto de estimar que por ella se deva padecer tanto dolor.
Y en esta palabra dio a entender que avía sido mucho lo que avía padecido, sino que por ser
grande su paciencia y sufrimiento mostró no sentirlo. Refiérelo Fulgoso, libro tercero.
[11] Fue embiado Pompeyo por embaxador del Senado romano al rey Gentio, el cual le mandó
dezir algunas cosas que desseava saber del mismo Senado, amenazándole si no las declarasse que
le atormentaría. Oyéndolo Pompeyo, puso un dedo de su ma- no
| en una hacha que ardía delante del rey, y dexósele bien quemar sin mostrar dolor ni sentimiento alguno, y con esto desconfió el
tirano que sabría con tormentos lo que desseava, y despidióle. Dízelo Valerio Máximo, libro tercero.
[12] Fuele dicho a Alexandre Severo que Ovinio Camilo, senador de antigua familia en Roma, rico,
delicado, y muy dado a regalos, pretendía matarle y alçarse con el Imperio. Embióle a llamar bien
de mañana a su palacio un día, y díxole que tenía en mucho que se quisiesse encargar del govierno
del Imperio, cosa tan pesada. Llevóle al Senado, y dixo allí que le quería hazer igual suyo en el
Imperio. Bolvió a su palacio y hízole vestir de vestidos imperiales. Sacóle luego a pie, como él
andava, visitando la ciudad, y anduvo cinco mil passos. Viéndole cansado y molido, hízole subir a
un cavallo, subiendo él en otro, y desta manera le truxo otras dos horas visitando plaças y dando
traça en lo tocante al govierno de la ciudad. No podía ya llevarlo Ovinio; el emperador le hizo dexar
el cavallo, y ambos entraron en un coche, en que anduvieron hasta que era noche, entendiendo en
negocios de la República. No le quedava sino espirar de quebrantado y muerto de hambre al nuevo
emperador. Renegava ya del Imperio, y aun de quien le puso en la cabeça que le pretendiesse. Dio
muestra dello al emperador, Alexandro Severo, y él le dixo:
-Pues si no tenéis fuerças para llevar esta vida, podéis iros a alguna aldea vuestra y descansar.
Tomólo él por grande regalo, y el emperador le embió, acompañado con la gente de su
guarda, sin darle otra pena por su dañado intento de quererle quitar la vida por aver el Imperio,
/(382v)/ sino que entendiesse la carga que trae consigo semejante dignidad; y mostró en esto grande
paciencia. Refiérelo Lampridio.
[13] Prendió Encelino, cruel tirano, a un veronés llamado Juan Boneto, diziendo que se avía conjurado
contra él y que le procurava la muerte. Sobre este artículo le embió a Ansedino, ministro de sus
crueldades, que era pretor en Padua. Éste le hizo primero algunas caricias para saber dél lo que
pretendía y que nombrasse todos los que sabía que tenían culpa en aquella conjuración, y sobre esto
le dio terribles tormentos. El Juan Boneto los sufría con admirable paciencia. Al cabo, viéndose en
punto de morir, porque el temor de la muerte no le hiziesse
| condenar a alguno, con los dientes se apretó la lengua y se la cortó. Después de lo cual acabó la vida en el tormento. Lo mismo y por la
misma ocasión le sucedió a Bardilón Vicentino, que siendo atormentado ásperamente, temiendo no
le fuesse ocasión de que confessasse lo que era falso y perdiesse a sí y a otros, primero se escusó
con palabras y después con los dientes se cortó la lengua. Es de Fulgoso, libro tercero.
Estos y otros semejantes exemplos no son para imitar, porque no es lícito hazer lo que éstos
hizieron, pues nadie es señor de su cuerpo y miembros. Sólo se alaba el zelo que tuvieron a no hazer
daño a otros ni a sí mismos, y mostrar su grande paciencia en padecer.
Fin del Discurso de Paciencia. |