DISCURSO CINCUENTA Y SIETE. DE OBEDIENCIA


Iva Gedeón a la batalla contra los madianitas, como parece en el capítulo séptimo del Libro de los Juezes, y estando apurado su | exército, y con poca gente, mandóles que hiziessen todos lo que viessen hazer a él, y assí lo hizieron. Quebró él su cántaro, ellos también. Sacó su hacha encendida, ellos también. Y por serle tan obedientes, ganaron la victoria junta- mente /(348r)/ con él. Cristo, Salvador Nuestro, esto pide, lo que Él hizo. Él que quisiere victoria de sus enemigos obedezca a Cristo, mire lo que Él hizo, y hágalo, que esso le manda que haga. En este Discurso se verán exemplos de Obediencia y castigos de Desobediencia.


[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]


[1] Queriendo Dios que el hombre viviesse en obediencia, aun en el estado de la inocencia, luego que le formó, le puso precepto, vedándole la comida de cierto árbol, y porque fue desobediente, castigó con severidad. Echóle del Paraíso, sujeto a muerte y a otros muchos trabajos y miserias, comprehendiéndole a él y a toda su posteridad. Es del Génesis, capítulo tercero.

[2] Abraham, por obedecer a Dios, dexó la patria, su casa y parientes, circuncidándose a sí y a todos los varones de su casa. Puso a Isaac, su hijo, a quien amava tiernamente, el cuchillo a la garganta para degollarle, y hiziéralo si Dios, que se lo avía mandado, no lo estorvara. No dixo: «En Isaac, Señor, me avéis prometido grande generación, ¿pues por qué me mandáis que muera?». No dixo: «¿Cómo se compadece que el padre ensangriente sus manos en la sangre de su hijo?». A todo calló, y procuró cumplir lo que Dios le mandava como buen obediente, y enséñanos en esto que no se ha de argüir el mandato de los superiores, sino de cumplir. Y es del capítulo doze del Génesis, y de los siguientes.

[3] Al rey Saúl le fue mandado de parte de Dios que destruyesse el reino de Amalec. Perdonó al rey Agag, y por castigo de su desobediencia perdió el reino. No se cumple con la ley si queda algo por hazer, y a quien Saúl perdonó, Samuel degolló, para enseñar que la crueldad es piedad cuando se haze lo que Dios manda. Es del Primero de los Reyes , capítulo quinze. |

[4] Al rey Acab habló un profeta de parte de Dios; reprehendióle ásperamente, porque aviendo vencido a los de Siria, dexó libre a su rey Benadab, siendo digno de muerte, y entre otras palabras, le dixo:
-Será tu alma por su alma, y tu pueblo por su pueblo.
Que fue dezirle: «Porque le perdonaste la vida, perderás la tuya, y tu pueblo padecerá, porque el suyo no padeció». Es del Tercero de los Reyes, capítulo 20. Y en el mismo lugar se dize de un profeta, que pidió a otro de parte de Dios que le hiriesse, y porque no lo hizo, le amenazó que sería muerto de un león, y assí se cumplió. Díxolo a otro, y hirióle, y éste vivió. Y de aquí se infiere que es grave pecado, por querer mostrarse alguno piadoso, desobedecer a Dios. Adviértelo Marulo, libro cuarto.

[5] Jehú, rey de Israel, porque cumplió el mandato de Dios de que destruyesse la casa del mal rey Acab, mereció oír:
-Tus hijos reinarán en Israel hasta la cuarta generación.
Y assí sucedió, de modo que fue su obediencia provechosa a sus hijos y descendientes. Es del Cuarto de los Reyes, capítulo dézimo.

[6] Amasías, rey de Judá, teniendo hecho un campo copiosíssimo contra los de Siria, por el dicho de un profeta, que le habló de parte de Dios, despidió cien mil soldados de las Diez Tribus, y con solos treinta mil de la Tribu de Judá acometió al enemigo y le venció, y fuera él vencido con la una y otra gente si desobedeciera. Y vídose en que, quedando sobervio con esta victoria, como menospreciasse otro mandato que le truxo el mismo profeta, en otra jornada que hizo contra el rey Joás de Israel, fue vencido y preso, y conoció cuánto le aprovechó primero el obedecer, pues tanto el no obedecer después le dañó. Es del Segundo del Paralipomenon, capítulo 25. /(348v)/

[7] Los recabitas eran obedientíssimos a los preceptos de Jonadab, su padre, y por mandárselo él, no bevían vino, no edificavan casas, ni sembravan pan, ni plantavan viñas, sino que andavan peregrinando, viviendo en tabernáculos o tiendas de campo. Y si éstos cumplían mandatos tan dificultosos por ser de su padre, cuánto es digno de reprehensión el que los mandatos de Dios, muy más fáciles, los menosprecia. Miró Dios la obediencia destos recabitas a su padre, y la desobediencia de los judíos a sus mandamientos, e increpando por un profeta la inobediencia déstos, amenazólos con captividad, y promete a los otros que siempre estarían en su presencia, sirviendo algunos dellos de ministros en el templo. Y si assí remunera Dios a quien obedece a su padre, cuánto más remunerará a los que obedecen al mismo Dios. Es de la Profecía de Jeremías , en el capítulo treinta y cinco.

[8] El mismo Jesucristo, Salvador Nuestro, nos dio exemplo de obediencia. De quien dize San Lucas, capítulo segundo, que estava obediente a Josef y a la Sagrada Virgen. Y San Pablo, escriviendo a los Filipenses, dize que se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Por San Juan, capítulo cuarto, hablando de sí el Hijo de Dios, dize: «Mi manjar es hazer la voluntad del que me embió»; y en otra parte: «No quiero -dize- mi voluntad, sino la de mi Padre, que me embió»; y en otra: «Descendí del Cielo, no para hazer mi voluntad, sino la del que me embió». Y hablando con el Padre en el huerto, dixo: «No lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres se haga». Esto todo dixo para que entendamos que la voluntad divina se ha de preferir a la humana, y a los afectos de la carne, los del espíritu. |

[9] Grande fue la obediencia de los Apóstoles. No avían visto hazer milagros, ni les avían prometido el Reino de los Cielos; en el punto que los llamó, dexando todas las cosas, le siguieron, y de tal suerte se juntaron con su Magestad, que ninguna adversidad o persecución fue parte para dexarle y apartarse dél por mucho tiempo, porque el que una vez gusta de veras cuán suave es el Señor, todas las demás suavidades menosprecia fácilmente. Ni fue pequeña señal de obediencia cuando en el desierto, estando assentados cinco mil hombres, mandó darles de comer cinco panes de cebada y dos peces, que era todo lo que todos tenían, y sin guardar cosa para sí, le obedecieron, sin dezir: «Poco es para tantos. Comerán cinco dellos, los demás burlarán de nosotros»; sin alegar: «Y cuando lo diéremos, ¿qué será de nosotros? Que éstos perezcan, tienen su merecido en salir al desierto sin provisión. Y no perezcamos nosotros, dando lo que traíamos, que aunque poco, bastará hasta buscar más de otra parte». Nada desto dixeron, sino que obedecieron, y por ser obedientes, mucho más recibieron. Lo que dieron fue cinco panes, y recibieron doze espuertas de pan. Después, embiándolos a predicar, y avisándolos que padecerían cárceles, tormentos, y la muerte, nada les espantó, ni cosa alguna bastó para dexar de obedecer, porque en toda la Tierra se oyó su boz y predicación, y cuando los amenazavan con cárceles y tormentos, dezía el Apóstol San Pedro en nombre de todos:
-Conviene que obedezcamos más a Dios que a los hombres.
Y en particular, el mismo San Pedro se mostró obedientíssimo, cuando por humildad se estrañava de que Cristo le lavasse los pies. Visto que porfiava y /(349r)/ le amenazava, se rindió luego, diziendo:
-Señor, pies, manos y cabeça.
Y danos documento que cualquiera cosa que nuestros superiores nos mandaren, sin averiguar causas o motivos, obedezcamos.

[10] Sin algunos que se an declarado que fueron desobedientes, haze mención la Escritura Divina de otros que también lo fueron, y llevaron su castigo y pena: como la muger de Lot, | que fue convertida en estatua de sal; Onán, hijo de Judas y nieto de Jacob, murió herido del Señor; Datán y Abirón fueron tragados de la tierra; de Saúl se ha dicho que fue desobediente y perdió el reino, aora se añade que murió atravessado su cuerpo con su propria espada; Ahiel, que reedificó la ciudad de Hiericó contra lo que Dios mandó, murió junto con sus hijos.

Lo dicho se coligió de la Divina Escritura. |


[EJEMPLOS CRISTIANOS]


[1] Declarando San Gregorio aquel testimonio del capítulo quinze del Primero Libro de los Reyes que dize: «Mejor es obedecer que sacrificar», escrive estas palabras: «Prefiérese la obediencia al sacrificio porque en el sacrificio se ofrece la carne agena del animal, y en la obediencia, la voluntad propria racional».

[2] Lamberto, obispo de Traiecto, como por embidia de sus súditos le fuesse forçado dexar su dignidad, recogióse en el monasterio escabolanense, donde guardava la regla de los monges. Tenía su cama en el dormidor, y sucedió que, levantándose una noche a tener oración, queriéndose poner el calçado, cayósele de la mano sobre una tarima y hizo ruido, de suerte que despertaron algunos monges, y entre ellos, el abad. El cual, indignado porque era hora de silencio, sin saber quién era el culpado, con boz arrojada, dixo:
-El que cometió esta culpa, váyase luego a la Cruz, sin bolver hasta que sea de día, ni quitarse della.
Estava la Cruz de que hablava fuera del monasterio, en el campo al descubierto, y solían embiar allí por horas a los que cometían algunas culpas, estando arrimados a ella. Oyendo el mandato Lamberto, | descalços sus pies, que aún no los avía calçado, y sólo cubierto su cuerpo con el cilicio, se fue a la Cruz. Era tiempo de invierno, por donde se admiraron mucho los monges cómo no avía muerto de frío. A la mañana, cayendo en la cuenta el abad de que era Lamberto el que estava en la Cruz, afligióse demasiadamente, hízole traer medio elado, pidióle perdón, afirmando que no entendió que hiziera esto alguno de los monges, cuanto más él, siendo obispo, y que la palabra avía sido dicha, antes por burla que por querer obligar. Hiziéronle algunos regalos, con que reparó el daño recebido. Y con este merecimiento de obediencia ganó Lamberto el bolver a su silla, y finalmente ser coronado de mártir. Dízelo Godes Calco, que escrivió su Vida, y refiérelo Surio, tomo quinto.

[3] San Juan Damasceno, siendo monge, iva a vender cestas de palma por mandado de su maestro de novicios a la ciudad de Damasco, donde primero avía tenido el govierno. Y llevava comissión de venderlas por más subido precio de lo que valían, y esto, no por codicia del superior, sino para que se mortificasse el Damasceno, estando en /(349v)/ la plaça más tiempo, y fuesse mayor su mérito con aquella obediencia. Refiérese en su Vida. Y de otro monge de ilustre linaje dize lo mismo Cassiano en su libro cuarto, capítulo veinte y nueve.
[4] Entró monge Mucio en cierto monasterio de Egipto con un hijo suyo pequeño, y para mortificarle el abad, apartóle del hijo, estando en celdas diversas. Junto con esto, de industria mandava que açotassen al moço en presencia del padre, y aunque le oía y veía llorar y quexarse, no hablava palabra el padre. Visto por el abad, fingiéndose un día muy enojado porque el mochacho llorava del mal tratamiento que le hazían, mandó al Mucio que le llevasse y echasse en cierto río que passava por allí cerca. No se detuvo punto Mucio, sino que, como buen obediente, aunque no estava obligado a obedecer en esto, como no lo está el súbdito en cosa que le mande su superior contra lo que Dios manda, mas arrebatado de la sombra de obediencia, o por ventura, con instincto del Cielo, para que fuesse exemplo en este caso como otro Abraham, assió de su hijo, y iva con acelerado passo a echarle en el río, según le era mandado. Embió el abad otros monges diligentes que le estorvassen que no lo hiziesse. Fuele revelado después al abad, que tuvo Mucio en este caso mucho del merecimiento de Abraham, y assí mereció también que le sucediesse en el cargo de abad, quedando con la abadía y cargo del monasterio por su muerte. Es de Cassiano, libro cuarto, capítulo séptimo.

[5] Juan Abad, en el desierto de Escitia, recibiendo un regalo de algunos higos, embiados por un su mayordomo desde Mareote de Libia, dio par- te | dellos en una cesta a dos monges moços para que los llevassen a cierto ermitaño viejo que estava distante de allí una jornada. Començaron su viaje, y por venir una escuridad grande, perdieron el camino y anduvieron perdidos el día todo y la noche. Visto por su abad que no bolvían, embiólos a buscar, y halláronlos puestos de rodillas y muertos de hambre, y con la cesta en el braço del uno, sin que faltasse higo, queriendo antes morir, que ir contra lo determinado por su abad, y no gustar de la fruta que tenían en sus manos por mostrarse obedientes y ser exemplo a otros de obediencia. Aunque a la verdad, no ser pecado en ellos el dexarse morir, o fue instincto del Cielo, o los escusó su sana intención y parecerles que tenía obligación a proceder desta suerte por cumplir con la obediencia. Refiérelo Marulo, libro cuarto.

[6] Embió el abad Columbano a Galo, discípulo suyo, a pescar al río Brusca, y pareciéndole que importava poco, fue al río Ligón a hazer la pesca, y por buena diligencia que se dio, bolvió sin escama de pescado. Rebolvía consigo qué sería la causa, y parecióle poder serlo el aver dexado de cumplir con la obediencia. Fue al río Brusca, donde su abad le avía señalado que fuesse, y prendió grande copia de pescado, y entendió por este sucesso que de los superiores no sólo en parte, sino en el todo deven cumplirse, assí las palabras como el hecho. Dízelo Beda, tomo cuarto.

[7] Venerio Monge, con desseo de más perfección, sin licencia de su abad dexó el monasterio y fuese a hazer vida solitaria, en la cual tenía muchos inconvenientes y no pocas imperfeciones. Habló con él San Romualdo, y repre- hendióle /(350r)/ porque sin licencia de su abad avía dexado el monasterio. Volvió a él, pidió perdón de lo passado y licencia para proseguir aquella vida. Ambas cosas alcançó de su abad, y buelto al desierto, su vida era en todo acertada, de modo que, según el parecer de San Romualdo, y por el exemplo de Venerio, no acierta el que passa a vida más estrecha si no es con licencia de su superior. Dízelo Marulo, libro cuarto.

[8] A Juan Monge, en un monasterio de la Tebaida, para prueva de su obediencia, mandóle su abad que regasse dos vezes al día un palo que el mismo abad puso en la tierra, aviendo de traer la agua de dos millas del monasterio. Passó un año, y visto que no se cansava, preguntóle si avía el palo echado raízes. Él respondió que no sabía. Sacóle el abad de la tierra y echóle a mal.
-Dexa -dize- ya de regarle, que es trabajo perdido.
Otra vez le mandó que dexasse caer de una ventana un vaso de óleo, lo cual hizo él diligentemente, sin mirar que era necessario en el convento, y no avía otro ni se podían proveer dél sin dificultad, por estar en el desierto. También le mandó el abad otra vez que volcasse una grande piedra, sin considerar que a muchos hombres les fuera dificultoso hazerlo. Fue allá, y hazía fuerças para cumplir con la obediencia, hasta que, muy sudado y cansado, le dixo que lo dexasse. Es del De Vitis Patrum.

[9] Vercario Monge, estando sacando vino de una cuba, y oyendo que le llamava su abad, sin detenerse a cerrar la canilla fue a cumplir con la obediencia. Bolvió de a un poco, y vido él, y vierónlo muchos otros, que se avía detenido, como si estuviera congelado el vino; el cual milagro fue atri- buido | a la obediencia. Otro monge muy obediente, estando escriviendo, lla mándole su abad al tiempo que hazía una o, antes que la cerrasse, sino hecha la media, se levantó y fue a cumplir con su obediencia. Es del De Vitis Patrum.

[10] La Glosa moral, en la Ordinaria sobre la Profecía de Ezequiel , al principio, dize que un religioso, teniendo lepra, quexávase de Adam, que por su inobediencia le avía venido aquel trabajo. Oyólo su abad, y para que dexasse aquella quexa y conociesse de sí su condición, diole una arquita en que estava encerrado un páxaro vivo, y dándole la llave, mandóle que no le abriesse. No era bien ido de allí el abad, cuando el monge, sin poder resistirse, abrió la arquita para ver qué estava dentro, y abriéndola, fuese el páxaro. Llegó el abad, y sabido lo que passava, díxole que mirasse la razón que tenía en quexarse de la desobediencia de Adam, pues él, ni una hora avía guardado obediencia.

[11] Eufrosina, donzella, hija de Pafuncio Alexandrino, en traje de varón entró por monge en un monasterio, donde el abad, por ver que otros monges la miravan mucho siendo de buen parecer, y temiendo no les fuesse ocasión de mal, aunque ignorava ser muger, mandóla que se estuviesse en su celda sin salir de allí. Hízolo assí, y perseveró en aquella cárcel estrecha treinta y ocho años, hasta que murió, y muerta, fue hallada ser muger, por lo cual fue tenida por santa. Y un monge que sólo tenía un ojo, llegando con devoción a besar su cuerpo, milagrosamente cobró el ojo que le faltava, y assí, la que por obediencia se avía apartado de los ojos de los hombres, con sólo el tacto, siendo muerta, reparó el /(350v)/ ojo sacado. Es del De Vitis Patrum.

[12] Pedro Cluniacense, en el libro primero de Milagros, capítulo veinte y dos, dize que en un pueblo llamado Marciniano, en Francia, pegándose fuego una noche, y creciendo la llama con grande ímpetu y furor, llegava cerca de un monasterio de monjas, que guardavan clausura. Entre las cuales avía algunas de sangre real, y todas eran de vida santíssima. El temor fue grande en el pueblo, creyendo que avían de ser quemadas aquellas benditas monjas, porque estavan ciertos que ni el temor de la muerte las avía de sacar de su clausura. Y assí ocurrieron a Hugo, obispo de León, que acaso se halló allí, para que fuesse al monasterio y las mandasse salir dél, por evitar semejante daño. Hízolo assí Hugo. Entró en el monasterio, congregó a las monjas y mandólas que luego saliessen dél, pues el quedar allí no serviría sino de ser abrasadas, y que desto no se servía Dios. Una dellas, en boz de todas, respondió:
-Poco importa, padre y señor nuestro, que esta congregación que tiene Dios aquí encerrada muera, y importa mucho que no vamos contra la obediencia que al Sumo Pontífice Romano, que está en su lugar en la Tierra, avemos dado de encerramiento y clausura hasta la muerte. Y si todavía te parece que es bien mandarnos huir del fuego, mándale a él que huiga deste lugar, que possible será te obedezca.
Quedó confuso Hugo de ver la constancia de aquellas santas almas. Salió a la puerta del monasterio, y buelto a la llama, que ya estava bien cerca, dixo, derramando lágrimas de devoción:
-Yo te mando, fuego, en nombre de Jesucristo, que por la virtud de fe viva de esta santa muger que aquí avemos oído razonar, te apartes | de la casa y convento de estas siervas del Señor.
Esto dixo el perlado, y en el mismo instante, el fuego, como si hallara defensa de algún muro de hierro, bolvió atrás, quedando libre el monasterio y monjas, mostrándose el fuego obediente, y ellas obedientíssimas.

[13] Paulo Simple, discípulo de San Antonio, aviéndole mandado su maestro que fuesse y lançasse un demonio de cierto hombre, fue a él y díxole:
-Sal fuera, que Antonio lo manda.
No quería el demonio. Desnudóse su hábito de pieles, y dávale con él, diziéndole que saliesse, que lo mandava su maestro. No hazía caso. Subióse a un risco en medio del día, quemando el Sol como horno de vidrio, y allí, sin moverse, levantado en pie, comiença a dezir a Dios:
-Señor, Vós sabéis que yo no comeré, ni beveré, ni baxaré deste risco hasta que salga aquel demonio, que manda Antonio, mi maestro, que salga.
Y con esta oración tan simple, salió el demonio. Refiérelo San Antonio de Florencia, en su Tercera Parte Historial.

[14] Estéfano, monge del Orden Grandimontese, como hiziesse muchos milagros su cuerpo en el sepulcro e inquietasse el monasterio, mandóle su abad, en virtud de santa obediencia que no hiziesse más milagros, y obedeció. Es de San Antonio, en su Segunda Parte Historial.

[15] En el año de mil y ciento y setenta y cinco, murió un fraile cartuxo, y hazía milagros en su sepulcro. Su abad, llamado Jancelino, viendo la inquietud del monasterio, fue a él y díxole:
-Hijo, ¿qué es esta vida que nos das? ¿Fúistete tú a la gloria a descansar, y házesnos padecer a nostros tanto trabajo? No lo hagas assí, hijo. Yo te /(351r)/ mando, en virtud de santa obediencia, que no hagas más milagros.
Y assí fue, que obedeció a la boz de su perlado, y no se hizo allí más milagro. Es del mismo San Antonio, en su Segunda Parte.

[16] Severo Sulpicio, arçobispo de Bourges, ciudad de Francia, visitó algunos monges que residían cerca del Nilo, y dize que llegaron él y otro a un viejo venerable, el cual los hospedó, y tomando algunas ortalizas de un huerto que tenía, las puso en una olla con agua, la cual sin fuego se cozió, con la fuerça de los rayos del Sol. Comieron, y por más regalo, los llevó dos millas de allí que viessen y comiessen la fruta de una palma, y en el camino toparon una leona, que no poco temor les causó. Díxoles el ermitaño que no temiessen. Y llegando a la palma, cogió algunos dátiles, y llamando a la leona, llegó muy obediente y comió algunos de su mano, y fuese. Lo cual visto por Sulpicio, alabó a Dios, considerando cuánta era la fe y confiança de aquel varón, y la obediencia de la leona, siendo animal silvestre. Escrívelo el mismo Severo Sulpicio.

[17] En Cilicia tenía monasterio el abad Juliano, el cual supo que allí cerca andava un ferocíssimo león, que matava muchos caminantes y peregrinos. Llamó a un discípulo suyo, llamado Pancracio, y díxole:
-Ve a la parte del Austro dos mil passos, y verás echado un león. Dirásle: «El humilde abad Juliano, en nombre de Jesucristo, vivificador de todas las cosas, te manda que te vayas desta provincia».
El monge obedeció a su abad, halló al león, diole su recaudo, el cual obedeció luego, y se fue. Es del Prado Espiritual, capítulo cincuenta y ocho.

[18] Ay un monte cerca del mar Muerto que se llama Mardes, donde habita- van | muchos monges anacoretas, los cuales tenían una huerta al pie del monte, y cerca del mar, distante dellos seis millas. En la huerta residía un hortelano, y cuando los monges querían comer, aparejavan un jumento, y solo le embiavan a la huerta, y llegando golpeava con la cabeça las puertas, y salía el hortelano y cargávale de hortaliza, con la cual, solo, como avía ido, se bolvía. A un monasterio destos solitarios, cerca del Jordán, fue un hombre limosnero y rogó al abad que embiasse a otros dos monasterios del contorno para que viniesse allí quién recibiesse limosna para ellos. El abad embió un monge, y dio aviso en el uno de los monasterios para que fuessen por aquella limosna y avisassen en el otro de lo mismo. Mas el que regía aquel monasterio dixo al mensajero que no tenía quién fuesse a dar el aviso, que fuesse él mismo. Mas escusávase diziendo que no sabría ir allá. Diole un perrillo por guía, que fue delante del monge y le enseñó el monasterio, y bolvió camino seguido, de modo que aun las bestias se muestran obedientes. Es del Prado Espiritual, capítulo ciento y cincuenta y siete, y ciento y cincuenta y ocho.

[19] En las Crónicas de los frailes Franciscos se dize que en un monasterio de su Orden se criava un cordero, que todas las noches iva al coro cuando començavan Maitines, y mirava las sillas de los frailes, y viendo alguna vazía, iva a la celda del fraile cuya era, y con la cabeça y cuernos dava golpes, hasta que se levantava y iva a Maitines, yendo delante el cordero, muy regozijado por llevar al fraile a Maitines. En esto perseveró hasta que uno dellos, mal acondicionado y colérico, enfadado porque /(351v)/ una noche le llamava y golpeava la puerta de la celda, no teniendo gana de levantarse, salió a él y le aporreó a la pared, de suerte que le mató, con grande desconsuelo de todos los otros monges, que tenían en el cordero un espejo de obediencia.

[20] Alexandre, abad del monasterio de Calamón, cerca del Jordán, visitando a un monge llamado Paulo Telladico, y estando con él en su celda, oyó llamar a la puerta. Salió Paulo con un pan, y en un vaso garvanços cozidos, y dio al que llamava para que comiesse. Alexandre creyó ser algún huésped. Miró por una ventana y vido que era un ferocíssimo león. Dixo al viejo:
-¿Para qué, padre, das de comer a essa bestia?
Y respondió:
-Estamos de concierto, que no ha de dañar hombre ni jumento, y que le daré cada día esta ración, y an passado siete meses que viene aquí cada día por ella.
Después de algunos días, bolvió Alexandre a verse con Paulo para comprarle un vaso de palo, que era lo que trabajava de manos, y preguntándole cómo le iva con el león, dixo:
-Mal me va, y es la causa que vino ayer aquí por su comida, vile la barba ensangrentada y díxele: ¿Qué es esto? Desobediente as sido. Pues sea Dios bendito que no llevarás más ración, porque no es razón que coma manjar de monges el que ha comido carne. Por tanto, vete de aquí». No quería irse, tomé un cordel y hize dél un açote de tres ramales, y dile tres buenos açotes, y tuvo por bien de irse. Es del Prado Espiritual , capítulo ciento y sesenta y tres.

[21] En la guerra que los godos hizieron en Italia, uno dellos, hombre poderoso, llevava captivos dos niños de la ciudad de Turdeto. Salióle al encuentro Fortunato, obispo de aquella ciu- dad, | y rogóle que le dexasse aquellos dos niños, y que le daría el rescate, todo lo que pidiesse por ellos. No quiso el godo hazerlo. Replicó el santo obispo:
-Ocasión me eres, hijo, de mucha tristeza, mas entiende que no te conviene llevar los niños, porque de hazerlo te sucederá mucho mal.
No hizo caso el godo, sino que cargó dellos, dándolos a criados suyos que los llevassen en cavalgaduras y que caminassen, siguiéndolos él detrás en un cavallo. Llegó a las puertas de San Pedro, en la misma ciudad, y cayó con el cavallo, y quebróse la pierna, de modo que un huesso se hizo dos partes. Lleváronle a una casa cercana para curarle. Él cayó en la cuenta que le venía este trabajo por la inobediencia que tuvo al santo obispo Fortunato. Embióle a rogar que hiziesse venir un diácono suyo donde estava. Vino el diácono, y el godo le dixo que llevasse los dos niños a su perlado, y le dixesse que él tenía el castigo merecido por averle sido inobediente, que le embiava los niños, y que rogasse a Dios por él. Sabido el caso por Fortunato, enternecióse mucho, tomó un vaso de agua bendita, y diole al mismo diácono, diziendo:
-Ve a donde dexaste el enfermo, y rocíale con essa agua.
Hízolo assí el diácono, y en tocándole la agua, quedó sano, como si nunca huviera tenido lesión. Levantóse y subió en su cavallo, y prosiguió el camino que antes llevava. Y assí, el que no quiso bolver los niños al santo varón Fortunato, con precio, obedeciéndole, la pena le forçó a que sin él y con su daño los bolviesse. Lo dicho es de San Gregorio, en el Diálogo primero, capítulo dézimo.

[22] Siendo de pequeña edad Plácido, discípulo de San Benedicto, fue por su /(352r)/ mandado con un cántaro a traerle agua de cierto lago para el monasterio, y al tiempo de cogerla, fuésele de la mano el cántaro, y por asirle cayó en el lago, y la agua le llevó desviándole de tierra un buen trecho. Fuele revelado a San Benedicto este acaescimiento en su celda, y llamó a Mauro, otro discípulo suyo, con prissa grande, declarándole el peligro en que estava Plácido, y mandándole que fuesse a librarle dél. Fue cosa maravillosa y no usada después que el Apóstol San Pedro se vido en otra semejante, que llegó Mauro al lago, y no advirtiendo más que era agua, que si fuera tierra, entró por él andando sobre las aguas, hasta que llegó a Plácido, y asiéndole por los cabellos, le sacó a tierra. Donde echó de ver lo que avía hecho mirando atrás, y que en ninguna manera presumiera hazer cosa semejante, si advirtiera en ello, que sólo la fuerça de la obediencia le llevó. Buelto a San Benedicto, y contándole el caso, atribuyólo el santo, no a sus proprios méritos, sino a la obediencia de Mauro. Él dezía que no, sino que se devía atribuir a los merecimientos del santo. Porfiando en esta santa contienda, dixo su razón el niño Plácido, de que al tiempo del salir del lago, vido sobre sí los hábitos de su abad, y él entendía que le libró de aquel peligro, aunque fue por medio del obediente discípulo Mauro. Dízelo San Gregorio en la Vida de San Benedicto, que está en el segundo libro de sus Diálogos.

[23] Era tentado un monge, súbdito del mismo San Benedicto, de salir cada día de su monasterio. Procurava el santo varón enmendarle, y que se sossegasse en su celda, y no avía remedio. Importunóle un día grandemente por la licencia, y diósela de mala gana. Sa- lió | del monasterio, y púsosele delante un terrible dragón, que le hizo bolver más que deprissa, pidiendo favor contra aquella bestia que le quería tragar. Salieron los frailes, y aunque no vieron el dragón, porque su venida no era para ellos, mas hallaron el monge en tierra tal como muerto, y con propósito de nunca más salir del monasterio, sino a negocio importante, y siéndole mandado de su perlado. Es de San Gregorio en sus Diálogos, libro segundo, capítulo veinte y cinco.

[24] Estava afligida la provincia de Campania, donde residía San Benedicto, de cruel hambre. Repartía el santo todo lo que hallava en el monasterio a los pobres que venían a él. Hallóse un día el convento con sólo un vaso de vidro, en que avía algún óleo para su provisión. Llegó cierto subdiácono, llamado Agapito, a pedir un poco de óleo. Oyó la petición el varón santo, y por estar determinado de darlo todo en la Tierra, porque nada le faltasse en el Cielo, mandó al cillerizo que partiesse de aquel óleo con el subdiácono. Oyó el mandato el monge, mas estuvo inobediente para cumplirlo. Preguntó después San Benedicto si se dio el óleo al subdiácono. El cillerizo respondió que no, porque dándoselo, no quedava qué poder dar a los monges. Mostró indignación el santo, y mandó echar por una ventana el vaso, diziendo que en el monasterio no avía de quedar cosa que tuviesse parte de inobediencia. Echaron el vaso por la ventana, y con estar alta, y debaxo un peñasco, y ser el vaso de vidro, no se quebró, ni derramó el óleo. Mandóle subir el santo Patriarca y dársele con el óleo al subdiácono, y reprehendió ásperamente al cillerizo de su inobediencia y poca fe. Entró luego en un /(352v)/ aposento, donde estava una tinaja de óleo vasia. Hizo oración el santo, y permaneciendo en ella, la tinaja se hinchó de óleo milagroso, y se derramava en tierra, hasta que el santo se levantó de la oración, que no creció más el óleo. Lo dicho es de San Gregorio en sus Diálogos, libro segundo, capítulo veinte y ocho, y siguiente.

[25] Siendo obispo en la ciudad Placentina, que es en Italia, Sabino, díxole un día cierto diácono suyo que el Pado, saliendo de madre, hazía daño notable en las tierras de la Iglesia. Él respondió:
-Pues irás a el río, y dirásle: «El obispo Sabino te manda que te refrenes y buelvas a tu corriente».
El diácono se fue riendo, sin hazer caso de lo que le era dicho. Mandó el obispo a un notario que hiziesse una cédula en que dixesse: «Sabino, siervo de Jesucristo, te manda en su nombre que en adelante no salgas de tu corriente, por la parte que están las tierras de la Iglesia, porque no las dañes, en perjuizio de sus ministros y pobres». Pidió al mismo notario que echasse la cédula en el río. Hízolo assí, y desde que la cédula fue echada en el río Pado, obedeciendo el mandato del santo perlado, nunca más hzo daño en las tierras de la Iglesia, deteniendo su corriente por aquella parte. Escrive este caso San Gregorio, en el tercero libro de sus Diálogos, capítulo dézimo, y añade que en él se confunde la dureza de los hombres inobedientes a los mandatos de Dios, viendo que un río obedece a lo que manda un hombre, aunque obispo y santo.

[26] Tenía por discípulo cierto abad a un escriviente llamado Marcos, cuya obediencia era grande, y por lo mismo le amava sobre todos los otros monges, de lo cual algunos de los mo- ços | tenían embidia. Y entendido por los ancianos, procurando la paz del convento, hablaron al abad, diziéndole que en favorecer a Marcos se moderasse, porque otros monges de su edad no se escandalizassen. El abad, sin responderles, sabiendo bien quién andava en semejantes tratos, fue con los ancianos mano a mano, y llamávalos de sus celdas, y llevándolos todos juntos, llegaron a la celda de Marcos. Llamóle por su nombre, salió luego, y el abad entró en ella, y tomando el cuaderno en que estava escriviendo, vido que la letra que hazía cuando oyó la boz del abad no estava acabada, sino que dexó de formar la media por ir a la obediencia. Lo cual visto por los ancianos, dixeron:
-Con justa causa, padre abad, amas a Marcos más que a todos, porque Dios le ama por su obediencia, y todos es razón que le amemos y estimemos en mucho.
Es del Promptuario de exemplos.

[27] En tiempo del emperador Juliano Apóstata cobrava en la provincia de Toscana todo el dinero devido al fisco y renta del emperador un hombre llamado Eustasio. Sucedióle hazer un camino, y dexó a guardar a su muger lo que tenía cobrado, que era grande cuantía. Ella, por temor no se lo hurtassen, hizo un hoyo en cierto lugar de su casa, y enterrólo allí. Vino a que ella murió de repente, sin poder dar noticia dónde avía puesto el dinero. Bolvió el marido, y sintió mucho la muerte de su muger, y también por no saber del dinero. Vídose en peligro de ser preso y muerto por ello, con graves tormentos que se presumía le darían, pareciéndole al cruel y acelerado emperador que se le quería alçar con ello, y que era malicia. No tuvo remedio, sino ir a San Donato, /(353r)/ que a la sazón era obispo de Arezo, y después fue mártir de Jesucristo. Contóle su trabajo. Dolióse dél, y fue en su compañía al sepulcro donde estava Eufrosina, que assí se llamava su muger. Hizo San Donato oración a Nuestro Señor, y luego, en boz alta y oyéndolo mucha gente, dixo:
-Eufrosina, dinos dónde dexaste el dinero.
Respondió:
-Dentro del sepulcro.
Y señaló el lugar donde le hallarían. Y assí fue, que cabando donde la boz dixo, lo hallaron. Razón sería que los vivos se muestren obedientes, pues los muertos les dan exemplo para que lo sean. Refiérese en la Vida de San Donato, y están los autores della en la Primera Parte del Flos Sanctorum.

[28] Espiridón, natural de la isla de Cipro, primero fue casado y tuvo una hija, que se llamó Irene, y después fue obispo en Tremitunte. Murió la hija, y una muger fue al santo obispo y díxole que le avía dado a guardar cierto vestido de brocado, que le rogava se le bolviesse, y no hallándose en toda la casa, afligíase la muger grandemente. San Espiridón fue al sepulcro de Irene y llamóla por su nombre. Ella respondió y dixo:
-¿Qué me quieres, señor padre?
-Que declares -replicó el santo- dónde pusiste el vestido que se te encomendó.
Irene señaló el lugar donde estava. Espiridón dixo:
-Descansa, hija.
Y buelto a su casa, hallóle donde le dixo, y entrególe a la muger que le pedía. Es de Simeón Metafraste.

[29] Severo, obispo de Rávena, fue casado antes, y tuvo una hija llamada Inocencia. Avía primero muerto su madre, quiso que la sepultassen con ella. Y abierto el sepulcro, habló Severo a su muger difunta, y díxole:
-Ea, Vicen- cia | (que éste era su nombre), dad lugar en esse sepulcro a la que le tuvo en vuestras entrañas.
Dicho esto, por sí mismo se apartó a un lado el cuerpo de la madre, y dio lugar a la hija. Es de Laurencio Surio, tomo primero.

[30] Radegunde, muger que fue de Clotario, rey de Francia, con su licencia se entró monja en un monasterio de la ciudad de Poitiers, y recibió el hábito de manos de Medardo, obispo de Noyon, y hazía vida santíssima. Sucedió que truxo al monasterio un carpintero a su muger, que estava endemoniada, para que rogassen por ella a Dios que sanasse. Estuvo allí algunos días, y la abadessa dixo como burlando a Radegunde:
-Si dentro de tres días esta muger no sana, cierto que os tengo de excomulgar, madre y señora.
Oído esto por la sierva de Dios, Radegunde, muy afligida, hizo con tanta instancia oración a Dios, que al segundo día salió della el demonio, dando grandes aullidos, y la llevó sana su marido. También, como se secasse un laurel, que por orden de la abadessa se avía trespuesto, dixo a la santa:
-Si no hazéis que este árbol torne a reverdecer, yo mandaré que no os den comida alguna.
Esto le dixo assí mismo burlando, mas tomólo ella tan de veras, que por medio de su oración, el árbol, que estava perdido, se reparó y reverdeció. Semejantes maravillas haze la obediencia. Es de Surio, tomo cuarto.

[31] Cutberto, de nación inglés, antes que fuesse obispo lindisfarnese, hazía vida de monge solitario en una isla llamada Farne, donde sembró cebada un año, y con grande fertilidad llegó hasta que estava para cogerse. Mas vinieron muchas aves y comíansela. El /(353v)/ siervo de Dios, viéndolo, díxoles:
-¿Por qué os coméis la semilla que no sembrastes? ¿Por ventura tenéis más necessidad della que yo? Si es que Dios os manda que os lo comáis, sea en buena hora, mas siendo de otra suerte, id a buscar otro pasto, que déste tengo yo necessidad.
Acabando de dezir estas palabras, todas las aves se fueron, sin venir más allí a hazer daño. Tenía el siervo de Dios cubierta parte de su celda con heno. Vido un día que dos cuerbos se lo llevavan para hazer nido; amenazólos con la mano que se fuessen de allí, y ellos no le obedecieron, por lo cual les dixo:
-Yo os mando en nombre de Jesucristo que os vais desta isla.
Ellos se fueron, y al tercero día bolvió el uno, y estando cabando el siervo de Dios, púsose a sus pies, y estendidas las alas, baxó a la tierra su cabeça como pidiéndole perdón. Cutberto, viendo su humildad, le perdonó, y dio licencia que bolviesse a la isla. Fue haziendo mucho regozijo a llamar al otro, y los dos bolvieron al santo, trayéndole media empeña de puerco, como por satisfación de su desobediencia. Y Cutberto la guardó, y mostró a algunos monges después, para que alabassen al Señor y aprendiessen a ser obedientes y humildes en aquella ave, presumptuosa y sobervia. Es de Beda, y refiérelo Surio, tomo segundo.

[32] Equicio Abad, en la provincia de Valeria edificó diversos monasterios, assí de varones como de mugeres, y en uno déstos, entrando una monja en la huerta, puso los ojos en una lechuga, y como si fuera cosa de más precio y de mayor deleite, desseóla, y sin pedir licencia a su abadessa, ni echarle la bendición, como era cos- tumbre | en aquella casa, comió della. Y permitiéndolo Dios, dio lugar a que el demonio se apoderasse della, y cayendo en tierra, dio muestra de que estava endemoniada. Avisaron al santo varón Equicio, para que con sus oraciones la favoreciesse. El siervo de Dios entró en la huerta donde la enferma estava, y el demonio començó, hablando con él, a desculparse, diziendo:
-¿Yo qué hize? Assentado estava sobre la lechuga; vino ella y mordióme.
El santo abad, con indignación y imperio, le mandó se fuesse y la dexasse, y él obedeció sin más la atormentar. Lo dicho es de San Gregorio en sus Diálogos. Y passa adelante diziendo de Equicio que fue famoso en diversas virtudes, y particularmente en obediencia. No tenía órdenes sacros, apareciósele de noche un ángel en traje de mancebo hermosíssimo, el cual le tocó su lengua con una lanceta, y díxole:
-Puesto he las palabras de Dios en tu lengua. Predica en todas partes.
Hazíalo assí el siervo de Dios, con grande aprovechamiento de las almas. Llegó la fama a Roma de cómo predicava, y no faltaron maliciosos que fueron al Sumo Pontífice que era a la sazón, y dixéronle:
-¿Quién es este rústico que se atreve a predicar y usurpa la autoridad devida a esta Apostólica Silla, siendo ignorante y sin letras? Embía, señor, quien le traiga aquí, para que entienda el mal que haze, y que merece castigo.
El Pontífice embió a Juliano, que fue después obispo sabiniense, para que se viesse con él, y con mucho comedimiento, sin injuriarle, sino honrándole, le truxesse a Roma. Juliano fue con este orden al monasterio, y preguntando por el abad, fuele dicho que estava en el valle, /(354r)/ abaxo del monasterio, segando heno. Tenía Juliano un criado sobervio y mal acondicionado. Embióle para que le llamasse. Fue el criado muy arrogante, con propósito de hazerle venir por fuerça, y llegando al valle, vido algunos hombres segando. Preguntó por Equicio, mostráronsele, y viéndole de lexos, començó a temblar, y con mucho temor y reverencia se derribó delante dél. Tomóle las rodillas y besóselas. Díxole como su señor le aguardava. El siervo de Dios le habló amorosamente, diole una manada de heno, diziendo que llevasse aquello, que comiessen las cavalgaduras que avían traído, que luego iva él, como acabasse un poco que le quedava de su jornal. Estava desengañado Juliano en que tardasse tanto su criado, viéndole venir cargado de heno, y muy airado, dixo:
-¿Qué es esto? Yo a que me truxesses un hombre te embié, y no por heno.
Respondió el criado:
-El hombre que buscas viene luego aquí.
Pareció Equicio con un calçado de siega, y su hoz al hombro. Viéndole Juliano de lexos con semejante traje, túvole en poco, y pensava cómo le hablaría con menosprecio, mas en llegando cerca el santo, començó a estremecerse con un temor tan grande, que con dificultad pudo dezir a qué iva. Al cabo, muy humilde se derribó a sus pies, pidiéndole que rogasse a Dios por él, y declarándole como el Sumo Pontífice Romano y padre suyo tenía mucho desseo de verle, y que él venía a llevarle. Equicio se mostró muy alegre, y dio muchas gracias a Dios, Nuestro Señor, en que su Vicario en la Tierra, el Sumo Pontífice, le visitasse. Llamó luego a los monges, y mandóles que aparejassen cavalgaduras, | porque en la misma hora se avía de partir, como buen obediente. Juliano dixo que no podía caminar aquel día por venir muy quebrantado del camino. Equicio replicó:
-Pena me da, hijo, de oír esso, porque si oy no salimos de aquí, ya mañana no iremos.
Quedaron aquel día en el monasterio, por quererlo assí Juliano, y a la alba del siguiente día, llegó por la posta un mensajero con una carta a Juliano del Papa, por la cual le mandava que no sacasse al siervo de Dios de su monasterio, y era la causa que la misma noche en que salió de Roma, avía tenido el Pontífice una visión, la cual no poco le atemorizó, siendo reprehendido en ello porque inquietava al siervo de Dios, y assí embiava a que se quedasse y rogasse por él en sus oraciones. Visto y oído esto por el santo abad, mostrando mucha pena, dixo:
-¿Yo no te avisé ayer que si luego no nos partíamos, que cessaría nuestra ida, y que yo no visitaría al Sumo Pontífice Romano?
Hasta aquí es de San Gregorio.

[33] Eufrasia, monja santíssima, siendo embidiada del demonio, hazíala cruda guerra con tentaciones interiores, las cuales ella vencía afligiendo su carne con ayunos y asperezas. Y visto que la guerra no cessava, dio parte de su trabajo a la madre abadessa, por ser assí costumbre en aquella congregación. La prudente muger, para provarla y sanarla, le mandó que passasse mucha cantidad de piedras de un lugar a otro, donde parecía estarían mejor. Hízolo assí Eufrasia, y siendo algunas tan grandes que pedían fuerças de dos personas para mudarlas, ella, sin dezir que le ayudassen, por sí misma las llevó, no remitiendo por esto algo de sus ayunos. /(354v)/ Otro día le dixo la abadessa:
-¡Oh, qué mal lo miramos, hija, que las piedras están aquí desacomodadas, y será necessario que las tornes a donde primero estavan!
Ella, con rostro muy alegre, hizo lo que le era mandado, cantando Salmos de David que tenía de memoria. No faltavan hermanas que burlassen della, mas otras alabavan su obediencia. Refiérelo Surio, tomo segundo.

[34] Teodora Alexandrina estava en hábito de monge en un monasterio, y crecía cada día más en el servicio de Dios. El abad, cierto de su santidad, quiso que fuessen otros certificados della, y para esto, como estuviesse cerca del monasterio una laguna, en la cual hazía su habitación un cocodrilo y salía della con daño notable de los caminantes, por donde el prefecto de Alexandría, llamado Gregorio, avía puesto guardas allí cerca para que avisassen deste daño y se escusassen muertes; el abad mandó a Teodora que truxesse un cántaro de agua de aquella laguna. Ella, obediente, fue por él, y aunque las guardas se pusieron de por medio, avisándole del cocodrilo, ella dixo que la obediencia le mandava ir a la laguna, que no podía escusarlo. Dexáronla, y llegando cerca, vieron que la bestia asió della y la llevó a la agua. Visto por ella que no le hazía daño, hinchió su cántaro de agua, y la misma bestia la bolvió a tierra. Estando fuera, púsose la santa a mirarle, y reprehendióle por las muertes que avía hecho. ¡Oh, cosa admirable, que luego quedó allí muerto el cocodrilo y Teodora bolvió a su monasterio, con grande opinión de santidad, adquirida por la obediencia! Es de Simeón Metafraste. |

[35] San Antonio, fraile menor, nacido en Lisboa de Portugal, y llamado comúnmente de Padua, desseando padecer martirio por Cristo, passó en Africa con designo de predicar en Marruecos o en otra ciudad de moros el Evangelio del mismo Jesucristo, Dios y Señor Nuestro, lo cual hazía sumamente bien, por ser gran teólogo y gran santo. Mas fue contra la voluntad de Dios, porque estuvo todo un invierno enfermo en un pueblo de cristianos, y por cobrar salud tornó a embarcarse para España con intento de ir a su tierra. Mas por contrarios vientos que se levantaron, aportó el navío en Sicilia, donde, sabiendo que el Padre San Francisco celebrava Capítulo General en Assis, ciudad de Italia, aunque del todo no estava sano de su enfermedad, procuró hallarse con él. Hecho el capítulo, y bolviendo los frailes a sus monasterios, no se halló quién quisiesse llevar consigo a San Antonio, porque no conociéndole, y viéndole malsano, parecíales inútil y sin ningún provecho. El mismo pidió a un Ministro de la provincia de Romania, llamado Gracián, que le llevasse consigo con licencia del Ministro General. Vista por él su humildad, hízolo assí. Y estando en aquella tierra, fue por morador a un cierto monasterio que estava en un desierto llamado el Monte de Paulo, y allí, como ermitaño y solitario estuvo algunos días sin dar muestra que supiesse ningunas letras, sino ocupado en oración y meditación. Sucedió que fue por mandado de su guardián con él y con algunos otros religiosos a la ciudad de Forlivio para recebir Ordenes. Juntáronse en el camino con algunos otros frailes del Orden de Predi- cadores, /(355r)/ y llegando a una posada, y comiendo juntos, trataron que el uno dellos predicasse y dixesse algunas cosas de Dios para edificación de todos. Los Predicadores se escusaron diziendo que no se atrevían sin primero estudiar lo que avían de dezir, y visto que ninguno salía a quererlo hazer, el guardián, que se llamava Antonio, le mandó que dixesse allí lo que Dios le inspirasse. Esto dixo porque no tenía entendido dél que sabía letras algunas, si ya no fuesse lo que tocava a rezar sus horas, porque en el monasterio donde avía estado, su exercicio ordinario era en la cozina, fregar los platos y escudillas, barrer y limpiar las celdas de otros religiosos, y toda la casa. Escusávase Antonio cuanto podía, diziendo a su mayor que ya sabía él en lo que se avía exercitado en el convento, que no le mandasse tal cosa delante de gente tan sabia y exercitada en letras. El guardián, porfiando que tenía de dezir alguna cosa, se lo mandó por santa obediencia. Oído esto por Antonio, obedeció, y al principio començó a dezir algunas razones comunes, y las palabras con que las dezía, no muy cortadas en lenguaje de Italia, que para él era nuevo. Mas por ser la voluntad de Dios que no estuviesse más tiempo escondida la luz de su doctrina, visto que ni desta manera el guardián le mandava callar, entrando en calor, dixo tales cosas, tan subidas y delicadas, y con tanto ornato y elegancia de palabras, que los presentes quedaron admirados, y mucho más por ver en él tantas letras como mostró en el processo de su sermón, sin tener entendido dél sino que era idiota y estraño de todas esciencias. Dezían que nunca tan alto y tan fundado ser- món | avían oído en su vida, y no poco los edificó ver al que lo predicava tan humilde y que tanto tiempo huviesse estado sirviendo en ministerios humildes y baxos. Dio el guardián noticia desto a su Ministro Provincial, y él le mandó que de allí adelante predicasse en público, el cual oficio exercitó maravillosamente y con grande provecho de las almas. Refiérelo Laurencio Surio, tomo tercero.

[36] Embió el abad Paulo a Juan, discípulo suyo, para ministerio del convento a cierta parte, y aviendo de passar por un desierto donde a tiempos parecía una fiera leona que matava a los que podía aver a las uñas, el monge Juan advirtió deste inconveniente a su abad, mas díxole como por donaire:
-Si encontrares a la leona, lleva un cordel y tráela contigo atada.
Fue el monge, y no se olvidó del cordel. Aviendo hecho lo que le fue mandado, y siendo de buelta, encontró con la leona, que vino a él bramando por tragársele. No la tuvo miedo, antes le salió al encuentro por asirla. Mas ella, perdiendo su ferocidad y convirtiéndola en temor, se huyó de sus manos. El monge Juan la siguió, diziendo:
-Mi abad me mandó que te atasse con este cordel y te llevasse al convento; no huyas.
Detúvose la leona, y luego llegó el monge. Atóla con el cordel, y venía guiándola, y ella, siguiéndole camino del monasterio. Y como se detuviesse, estava el abad muy cuidadoso por él, y viéndole venir con la leona atada, admiróse grandemente y dio muchas gracias a Dios. Llegó Juan, y dixo:
-He aquí, padre abad; traigo ligada la leona como me mandaste.
Mas queriéndole humillar el abad Pau- lo, /(355v)/ díxole:
-Como eres un insensato, as traído essa bestia insensata, la cual en el convento nos será de ningún fruto. Por tanto, suéltala y déxala ir libre a donde vino.
Esto es del Vitis Patrum, y refiérese en el Promptuario de exemplos.

[37] Paulo Monje, llamado «el Simple», discípulo del gran Antonio, como por ignorancia hiziesse una pregunta, si los profetas fueron primero que Cristo o después, fuele mandado callar, y por tres años no habló palabra, aunque obedecía en cuanto le era mandado, como sacar agua, regar la casa, descoser y coser hábitos, y cosas semejantes. No mirava tanto que era todo de poco momento, como de que le era mandado lo hiziesse. Es de Paladio en su Lausiaca.

[38] Albino, que después fue obispo de la ciudad de Angers, que es en Francia, siendo moço estava en un monasterio, y fue por mandado de su abad cierto camino, y sucediendo repentinamente un turbión de viento y agua, entróse en una venta, donde también se recogieron otros por defenderse de la tempestad. La cual arrebató el tejado, y quedaron todos sin reparo. Fue cosa notable que los demás se mojaron hasta calarse los vestidos, sin que la agua le tocasse. Admirávanse de verle, y oyendo dezir que iva camino por mandado de su abad, atribuyeron el milagro al mérito de la obediencia. ¡Oh, maravillosa virtud, a la cual el animado elemento tanto la reverenció, que no osó tocarla! Dízelo Gregorio Turonense, De Gloria Confessorum , capítulo noventa y seis. Y refiérelo Surio, tomo segundo.

[39] Gulielmo, Duque de Aquitania y de Provença, y después monge, era tan humilde, que ningún oficio del con- vento | recusava como se lo mandasse su abad, y dándole cargo del pan del convento, siendo cerca de la hora de comer, él encendió el horno, y estando bien caliente, con una pala de hierro llegó la lumbre a una parte, y faltándole con qué barrerle para poner el pan, confiado de que era aquélla obediencia, saltó dentro, y con el escapulario barrió el horno, y estando limpio, puso dentro el pan, y cosido lo llevó a buen tiempo para que comiesse el convento, sin daño alguno de su persona ni del hábito, para que se entendiesse cuánto vale la obediencia, que en los peligros está segura, y en las cosas baxas muestra su grandeza. Avía Gulielmo, de Duque de Aquitania y Provença, héchose fraile, y hízole la obediencia hornero. Mas de hornero monge fue hecho perpetuo posseedor del Reino de los Cielos, mayor que los reyes de la Tierra, y igual a los ángeles celestiales. Dízelo Teobaldo, y refiérelo Laurencio Surio, tomo primero.

[40] Gallo, discípulo de San Columbano Abad, y Hildeboldo Diácono, aviendo sacado peces con una red de cierto río, estando lexos de poblado, tratavan de assarlos haziendo lumbre, y llegó a donde estavan un osso de estraña grandeza. Espantóse el diácono, mas Gallo, el monge, le mandó que cortasse leña y la echasse en el fuego, y él obedeció. Esto se escrive para confusión de los que no obedecen a sus perlados, viendo que las fieras del campo obedecen a lo que los santos les mandan. Dízelo Sigeberto, De Viris Illustribus, capítulo sesenta y uno.

[41] En el monasterio donde estava San Hierónimo, y le edificó en Betleem, estava un león a quien el mismo /(356r)/ santo sacó una espina que se le avía atravessado en la mano, el cual llevava a pacer un jumento de la misma casa haziendo la guarda. Y estando durmiendo el león, lleváronse la bestia ciertos arrieros, por donde, creyendo que él se le avía comido, hazíanle que sirviesse de todo lo que servía el asno, assí de traer leña, como de otras cosas, y él obedecía en todo. Hasta que, viendo el jumento, que bolvía con otras bestias cargadas, dio el león en la rueca, y espantados los arrieros, llevólo de tropel al monasterio. Fueron allí los dueños, y reprehendidos de los monges por el hurto de su jumento, ellos se contentaron con sus bestias, y dieron la carga que traía el jumento por el agravio que avían hecho a los religiosos. Y puede verse en este exemplo cómo los brutos obedecen a los mandatos de los ancianos, y el hombre, que usa de razón, se pone a contradezir a sus mayores a las vezes, y merece el que en esto es culpado de ser tenido por más irracional en este punto que las bestias.

[42] Un religioso llamado Meingotz, senzillo y santo hombre, cayó enfermo al tiempo que el abad de su monasterio iva a un Capítulo General. Visitóle y díxole:
-Hermano Meingotz, no te mueras, sino espera a que yo buelva.
Díxole esto para entretenerle y probar su senzillez. Respondió el enfermo:
-Haré, padre, lo que dizes, cuanto en mí fuere.
-No ha de ser assí -replicó el abad-, sino que yo te lo mando en obediencia.
Fue al Capítulo, y al tiempo que bolvía, llegando a la puerta del monasterio, oyó que tañían a que el convento se juntasse para la muerte de un monge. Preguntó al portero quién era el que estava acabando, y dixo:
-Nues- tro | hermano Meingotz es el que se muere.
El abad añadió:
-Pues yo tenía necessidad de hablarle.
Fue con presteza a la enfermería, y en entrando en ella, espiró el monge.
Llegó a él y llamóle en boz alta, y no respondiendo, tornava a llamarle por su nombre. El prior dixo:
-No se fatigue, padre abad, que sin duda ya a espirado.
El abad se reclinó a su oreja y le dixo:
-Yo te avía mandado que no muriesses hasta que yo fuesse de buelta, y aora te mando que me respondas.
A esta palabra, como despertando de un grave sueño, el muerto abrió los ojos, y gimió, diziendo:
-¡Oh, padre! ¿Y qué as hecho? Bien estava yo ¿A qué me llamaste?
-¿Y adónde estavas? -preguntó el abad.
Respondió Meingotz:
-En el Paraíso tenía ya silla, y como me llamaste, llegó a mí Isinhardo, que fue aquí sacristán, y murió días ha, y estorvó que no me assentasse, diziendo: «No te assentarás en ella, porque veniste aquí contra la obediencia del abad; buelve a él». Y assí buelvo, aunque me fue prometido que la silla me estará guardada, cerca de Isinhardo, el cual vi en grande gloria y magestad.
Lo dicho es del Promptuario de exemplos.

[43] Predicava la Cruzada Jacobo de Vitríaco, cardenal y legado del Papa en Flandes, contra los hereges albigenses, y en el camino vídose con Fulcón de Gandavo, gran teólogo. Rogóle que fuesse con él y le ayudasse en aquel ministerio de predicar. No lo hizo. Mandóselo en virtud de santa obediencia, con el poder que tenía de legado, y puso por terceros a algunos amigos de Fulcón para que aceptasse aquella obediencia, y nada pudo con él a que lo hiziesse. De lo cual muy sentido el cardenal, /(366v)/ díxole:
-Bien pudiera por vuestra inobediencia excomulgaros y privaros de todo beneficio eclesiástico, y no lo hago por no parecer que pongo gravamen tan duro en persona de tanto merecimiento, mas yo ruego a Dios, que sabe y conoce los coraçones, que os haga inábil, no sólo para esto que yo os he pedido, sino también para cualquiera otra cosa.
Fue mucho de considerar que le dio luego una fiebre cuartana, con fluxo de vientre que le duró veinte y cinco años, hasta que murió. Y éste fue el fruto de la inobediencia. Refiérese en el libro De Apibus primero, capítulo veinte y dos.

[44] En la provincia de Suevia, en un monasterio de monjas del Orden de Predicadores, estava por priora una virtuosa muger, la cual, por estar enferma y tullida en una cama, hallándose allí el prior del monasterio Turicense, a quien era sujeta, rogóle afetuosamente que atento a su enfermedad tan pesada y larga, la absolviesse del oficio de perlada, y pusiesse otra sana y con fuerças para regir aquel cargo en su lugar. Quiso hazerlo el prior, mas llegaron todas las monjas y con lágrimas le pidieron no les quitasse aquella perlada, en tanto que tuviesse lengua con que pudiesse regirlas y governarlas, pues hazía esto santamente, y enferma en la cama cumplía mejor su oficio, que otra sana y sin enfermedad. Señaláronse cuatro monjas para que tuviessen cargo della y la llevassen en una silla al Capítulo, cuando se juntava el convento, y quedó en su cargo. Mas visto que era el trabajo grandíssimo de aquellas religiosas, y que no hazía todo lo que quisiera en el oficio de perlada, aviéndose hecho llevar a la iglesia, delante el Santíssimo Sacramento, con grande fe y confiança, dixo: |
-Pues, Dios Mío, no es vuestra voluntad que yo dexe el govierno desta casa, ruégoos, Señor, que os compadezcáis del trabajo destas hermansas y mío, y me deis salud.
Fue cosa miraculosa, que dicho esto se halló sana de repente, y levantándose en sus pies al tiempo que salía el convento del refectorio y venía a la iglesia diziendo el Salmo del Miserere, como es de costumbre, y viéndola las hermanas que les salía al encuentro, turbadas querían huir. Mas ella les dixo:
-No temáis, que vuestra priora soy, y Dios me ha dado salud.
Visto el milagro por las monjas, mudaron el canto del Miserere en Te Deum laudamus. Y éste es fruto de la obediencia. Y refiérese en el libro primero De Apibus, capítulo veinte y cuatro.

[45] Estava enfermo en el monasterio Escitio un monge. Quiso ir a la ciudad a curarse. Ivale a la mano el abad Moisés, de que allí le daría Dios salud sin ir a la ciudad, que tuviesse por cierto si iva allá, que perdería la castidad. No quiso obedecerle. Fue a la ciudad; curóle en su casa una muger honesta, y el pago que le dio fue deshonrarla estando ya sano, y ambos perdieron la castidad. Cuánto mejor le fuera morir de la enfermedad en su monasterio, que en la ciudad caer su alma en pecado mortal. Temió la muerte, y cayó en mayor mal que la muerte por quebrantar la obediencia. Es del De Vitis Patrum.

[46] En la Crónica de los frailes del Bienaventurado San Hierónimo se dize que en el monasterio de Guadalupe residía un fraile muy obediente, llamado fray Augustín. Sucedió que vino a aquella casa un cavallero eclesiástico, cuyo nombre era don Pedro de Fonseca, que después fue cardenal de /(357r)/ San Angel. Era a la sazón prior fray Hernán Diáñez, y quiso hazer prueva en presencia dél don Pedro de la obediencia de fray Augustín. Supo que le estavan afeitando y que tenía quitada la mitad de la barba. Embióle a llamar. Levantóse luego sin ser parte el barbero a detenerle, y fue donde estava el prior, y púsose de rodillas a un lado. Él dissimulava y hazía que no le veía, para más probarle, y estávase hablando con él don Pedro. El cual, viendo al fraile de aquella manera, pensó | en sí que era loco, y dixo al prior:
-¿Qué haze este pobre hombre aquí?
El prior, por no darle ocasión de vanagloria, díxole:
-¿A qué veniste tú aquí?
Respondió:
-Padre mío, ¿por qué me llamaste?
Replicó al prior:
-Aora yo digo que por saber que avía gente de fuera veniste tan presto. Anda, buélvete a donde estavas.
Bolvió el fraile algo confuso, y el prior declaró el misterio al don Pedro, y cuán obediente era aquel fraile, y él se admiró de oírlo por lo que vido con sus ojos. |


EXEMPLOS ESTRANGEROS


[1] Cambises, rey de Persia, tenía preso a Creso, rey de Lidia, a quien venció su padre Ciro, y se le dio como por ayo. Enojóse con él un día, y mandó a ciertos criados suyos que le matassen. Los cuales, entendiendo que era ira súbita, y que después le pesaría dello, acordaron de guardarle algunos días, para ver si mudava parecer, y no matarle. Sucedió de a poco que mostró Cambises pesar grande de la muerte de Creso. Truxéronsele los criados, esperando grandes mercedes del rey. Él holgó mucho de verle vivo y hizo mercedes a los criados, y desde a poco mandólos matar porque no le avían obedecido. Dízelo Heródoto, libro segundo.

[2] Los arseces, que son los partos o assirios, en cosa alguna les parecía que merecían mayor loa que en ser obedientes a sus príncipes. Queriendo pues dar muestra desto a Henrico, conde de Campania, que avía ido a verse con su príncipe y señor, mostróle que estavan algunos hombres en lo alto de una torre, de los cuales llamó a uno por su nombre, y el a quien nombró, sin detenerse un punto, se arrojó de la | torre abaxo, para más presto llegar donde su señor que le llamava estava, y de la caída murió allí. Luego quiso llamar a otros, y el Henrico le fue a la mano que no lo hiziesse, lleno de admiración y espanto, diziendo que no diesse ocasión a que muriessen tan fieles y obedientes vassallos. Refiérelo Fulgoso, libro primero.

[3] Heródoto, en el libro octavo, dize que bolviendo Xerxes de aquella tan memorable guerra y muy desgraciada para él que hizo a los griegos dentro de sus proprias casas, destruido y deshecho, ofreciósele a passar cierto braço de mar, llamado Helesponto, y no aviendo sino un navío de Fenicia, y siendo muchos los que ivan con él de los principales señores de Persia, con el temor que traían del enemigo, que se les figurava venir dándoles caça, entraron tantos en el navío con el rey, que estando en el golfo, dixo el piloto que si no se descargava de algunos, peligrarían todos. Oído por Xerxes, dixo a sus persas:
-Ea, amigos, que aora se verá el amor que tenéis a vuestro rey, y si le desseáis la vida, aunque sea a trueco de las vuestras.
Dicho esto, /(357v)/ muchos de los que estavan con él se hincaron de rodillas, y adorándole saltavan en el mar, donde luego eran ahogados, porque las armas que en las batallas les avían defendido las vidas, allí ayudavan con el peso a que más presto las perdiessen, hundiéndose. Fueron tantos los que hizieron esto, que faltó poco para quedarse solo el rey, el cual, puesto en el puerto, y salvo de aquel peligro, al piloto, porque le avía conservado la vida, le mandó poner una corona de oro, y porque fue ocasión de la muerte de la flor de Persia, admitiendo tantos en el navío, le mandó degollar.

[4] En los Anales de Persia se halla un exemplo notable a propósito del respeto y obediencia que deven los súbditos a sus superiores y cabeças, y fue de un rey de aquella provincia, que tenía un açor, la mejor ave que se avía visto en aquella edad y siglo, por su valor y destreza en la caça. Estava el rey tan contento con él, que se olvidava de lo que era obligado de hazer en el govierno del reino, por irse con su açor a caçar. No faltó quien le dio aviso de que era murmurado por esta ocasión, y el rey, como prudente, desseava tenerla para verse sin el açor, que tanto le tratava y traía olvidado de sí. Sucedió que estando un día caçando en presencia de algunos grandes de su corte, salió una garça, a la cual echó su açor. Fue en su seguimiento, y después de averle dado algunos alcançes, y teniéndola muy cansada y casi rendida, vido venir a ellos una aguila, la cual vista del açor, sin punto de temor dexó la garça y quiere averlo con la águila. Hizo con ella muy galanas entradas y salidas, apartándose libremente della cuando quería, sin que | le pudiesse la águila echar sus fuertes uñas; antes, aviendo hecho presa en la garça, con aquello se contentava sin hazer caso del açor. El cual, de ver que le huviesse quitado su caça, más furioso, hizo muestra de irse, y rebolviendo con grande ímpetu y presteza, echóle al cuello sus uñas, y con el pico le cortó la cabeça, llevándosela consigo y dexando caer de grande caída el cuerpo, con la garça ya muerta, a los pies del rey. El cual, con todos los presentes, espantados de la bondad y destreza del açor, alabándole cuanto era possible de valiente y atrevido, parecióle al rey aquélla buena ocasión para librarse dél, con un dexo memorable, y cumplir con su oficio de rey. Y assí mandó que se hiziesse un cadahalso en la plaça, cubierto de paños de oro, y ordenó que saliesse como en triumfo el açor, muy acompañado de la gente de su casa y corte, en un carro triumfal. Llevava en su cabeça una corona de laurel como victorioso, y a sus pies iva la águila sin cabeça. llegando al cadahalso, y puesto en él el açor, salió un verdugo, y cubriéndole los ojos con una venda, dixo en boz alta que el rey de Persia, atento a la hazaña que el açor avía hecho de matar la águila, porque le quitó su presa, le avía mandado hazer semejante honra y sacar en triumfo, mas, por averse atrevido a su reina, que era la águila, mandava le fuesse cortada la cabeça, y assí se la cortaron. Y es exemplo notable éste para los súbditos, que deven respetar a sus superiores y obedecerlos, y si faltando en esto se les atreven, aunque parezca que su atrevimiento (haziéndolo con algunos colores que tienen buena aparencia), merezca ser digo de loa, mas, por otra parte, son dignos de castigo.

Fin del Discurso de Obediencia. /(358r)/