DISCURSO CUARTO. DEL AMOR DE DIOS
En el capítulo sexto del Levítico
mandava Dios que en el altar continuamente resplandeciesse
fuego, el cual avía de venir de lo alto y perpetuarse siempre, y de aquél se devía de servir en los
sacrificios. Y porque Nadab y Abiu, hijos de Aarón, se sirvieron y aprovecharon de otro y no de
aquél para sus encensarios, fueron abrasados con fuego del Cielo. Esto da a entender que el cristiano
que está por la fe y baptismo encorporado con Cristo, ha de aver siempre fuego de amor, el cual ha
de venir de lo alto, porque ha de ser de Dios. Y si viene de otra parte, como de concupiscencia y de
deleites y bienes de la tierra demasiado, perecerán los que en esto fueren culpados, como perecieron
los hijos de Aarón.
Deste Amor de Dios habla el presente
Discurso, y dize dél Marco Marulo, en el tercero libro
de la Imitación de Cristo y de exemplos
, que devemos amarle de toda nuestra alma y de todas
nuestras fuerças, y es dezir que sólo el amor de Dios exceda todos los demás amores y quereres.
Sobre todas las cosas deve ser amado el Autor y Conservador dellas. Ninguna cosa assí deve estar
en nuestro coraçón, que por su causa Aquél que las crió todas menos sea honrado, menos sea
venerado. Ténganse en poco las riquezas, déxense los parientes, de la muger no se haga caso, y
menos de los hijos; tormentos gravíssimos no sean parte, ni el perder la vida, ninguna cosa dexe de
hazerse y ninguna dexe de padecerse que pueda el hombre padecer o hazer, con tanto que Dios sea
siempre obedecido y sea siempre servido.
[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]
[1] Isaac era hijo de Abraham; amávale el Santo Patriarca como a su propria vida, y quiso él mismo
matarle por obedecer a Dios. En más estimó el querer de Dios que la vida del hijo. Ni creyó de sí
que era cruel derramando la sangre del hijo con obedecer
| al mandato de Dios. Abíale dicho su Magestad, por el mismo Isaac, que se le daría por hijo, le bendiciría y dél nacerían reyes, pueblos y
naciones. Mandóle aora siendo moço que se le sacrifique. ¿Quién no vacilara en la fe? ¿Quién no
temiera que muerto Isaac el oráculo quedava falto? Mas a Abraham, haziéndole la promesa, creyó,
y mandándole, obedeció, estando cierto que lo prometido se cumpliría. Es del
Génesis, capítulo 22.
[2] Helí Sacerdote, siendo remiso en castigar a sus hijos por amarlos tiernamente, ofendió a Dios.
Y aunque el amor que les tenía era grande, oyendo dezir que eran muertos de los filisteos, pareció
llevarlo con buen ánimo, mas entendiendo que la Arca del Señor quedava en su poder, impaciente
por el dolor, cayó de una silla, y de la caída, siendo de noventa años, murió. Dio muestra cuánto
más grave le fue careçer de la presencia del Señor que denotava la Arca, que perder los hijos
aunque muy amados. Es del Primero de los Reyes, capítulo cuarto.
[3] Cuanto sentimiento de pena tuvo Helí por la pérdida de la Arca, tanto le tuvo de contento David
con su buelta. Porque, siendo rey de los famosos que tuvo el pueblo hebreo, no se avergonçó de
que, siendo llevada la Arca a su alcáçar de Sión, dexando todo ornato real, con una vestidura de lino
y a pie iva delante della con muestras de grande regozijo, dançando y saltando. Y de cuánta piedad
y amor con Dios resultasse el contento del rey, manifestólo la pena de su muger Micol, la cual,
porque le arguyó de liviandad y truhanería, Dios la castigó con perpetua esterilidad. Es del
Segundo de los Reyes, capítulo sexto.
[4] Siendo Josué muy viejo, mandó juntar el pueblo israelítico, y dándoles a todos documentos muy
buenos, entre otras cosas díxoles ésta: «Encárgoos sobre todo que améis al Señor
/18r/ Dios Vuestro». Es de su Libro, capítulo veinte y tres.
[5] ¿Quién negará de los tres moços de Babilonia aver tenido caridad perfeta, pues les quitó el
temor de verse echar en un horno (que levantava la llama cuarenta y nueve cobdos), y estando
dentro, no haziéndoles daño el fuego, cantavan loores al Señor? Y por el contrario abrasó a los que
estavan fuera y eran ministros del rey, el cual, movido por este milagro, dexando de tratar de su
estatua, por edito mandó adorar al Dios de Israel. Y con esto, la constante y verdadera piedad hizo
a los captivos más fuertes que al rey que los captivó y puso en el fuego a peligro de ser muertos,
perdonándoles la llama y abrasando a los autores de aquel hecho. Es del primero capítulo de Daniel.
[6] Eleazar Escriva, persiguiendo el rey Antíoco Epifanes a los católicos, porque contra lo contenido
en sus leyes no quiso comer carne de perro (ni otra que se podía comer puesta en su lugar,
nombrándola de puerco, queriéndole con esta dissimulación sus amigos librar de muerte), él vino a
padecer tormentos graves, hasta perder la vida, con ánimo constante, escogiéndolo antes que hazer
lo que no devía o dar mal exemplo pareciendo que lo hazía. De modo que dio su cuerpo al verdugo
para ser crudamente atormentado, porque el espíritu sin mácula de pecado, cometido o sospechado,
fue ofrecido a Dios. Es del Segundo de los Macabeos, capítulo sexto.
[7] Los siete hermanos macabeos, ni por grandes promezas que les hizo el Rey Antíoco fueron
convencidos, ni con amenazas terribles espantados, para quebrantar la Ley de Dios. Estava presente
su madre y no la afligía tanto el dolor de ver atormentar a sus hijos, aunque eran la lumbre de sus
ojos, como la afligía el temor si vencidos de los tormentos avían de obedecer al tirano. Mas siendo
el amor que los santos moços tenían a Dios de mayores quilates que el con que se amavan a sí
mismos, | quisieron perder las vidas antes que ofender a su Magestad. De lo cual contentíssima la
madre, no quiso ser consigo más piadosa que con sus hijos: también los siguió en la muerte recebida
por la misma ocasión amorosa ¡Oh hijos dignos de tal madre! y ¡Oh madre digna de tales hijos!,
pues assí los hijos como la madre con igual constancia de ánimo mostraron que el amor de Dios es
más fuerte que la muerte. Es del Segundo de los Macabeos. capítulo séptimo.
[8] El Apóstol San Pedro bien mostró ser grande el amor que tenía a Cristo en diversos trances,
como fue cuando vido el milagro que cuenta San Lucas en el capítulo 5, de que, aviendo toda la
noche pescado sin provecho alguno, por su mandado echó una redada en que sacó multitud grande
de peces, que embaraçava el navío. Visto por él, arrodillóse delante del Salvador diziendo:
-Apartaos, Señor, de mí, que soy un grande pecador.
No dixo esto el Apóstol porque se quería quedar con la pesca, sin dar parte ni aun a Jesucristo,
sino de humildad. Y quien tanto se humillava ya començava a amar. Después, como dize San Juan
en el capítulo veinte y uno, aviendo Cristo resuscitado, y estando el Apóstol en el mismo exercicio
de pesca, viéndole en la ribera y conociéndole, dixo:
-Señor, si sois vós, dadme licencia que vaya a donde estáis, andando sobre la agua.
Y alcançóla. Pudiera ir en el navío a vela y remo, y todo se le hizo tarde por verse presto con
el que amava, cuyo amor ardía tanto en su pecho a este tiempo que le pareció no bastara a apagarle
toda la agua del mar. También, como refiere San Juan antes desto en el capítulo sexto, estando
Cristo predicando y pareciendo cosa dura una sentencia que le dixo, de que era necessario comer de
su carne y bever de su sangre para entrar en el Cielo, entendiendo esto algunos de los que le
seguían, que era dezirles que avían de comer su cuerpo en su propria especie y bever su sangre
como corriesse de sus venas, dexaron de seguirle; visto por el Salvador, como se ivan aquéllos y le
dexavan, habló /18v/ a sus Apóstoles diziendo:
-Y vosotros, ¿también queréis os ir?
San Pedro, tomando la mano, habló en nombre de todos y dixo:
-Señor, ¿y adónde iremos, y cómo podremos dexarte, teniendo palabras de Vida Eterna?
Nosotros creemos que eres Cristo, Hijo de Dios vivo.
Considerava el Apóstol en Cristo que nada diría sin razón bastante, y que todo lo que les
dezía era verdad, y de tal modo se avía llegado a él, que cuando todos se fueran y le dexaran, él no
le dexara ni se fuera. Escrive assí mismo San Mateo en el capítulo diez y seis que, tratando Cristo
de lo que avía de padecer en Jerusalem, San Pedro salió delante y dixo:
-No será assí, Señor. Nunca tal yo vea.
Véase la fuerça del amor, que le hazía dezir lo que era dañoso a sí y a todo el mundo, no
entendiendo el misterio de cuán importante era la muerte de Cristo para el remedio de los hombres.
El mismo San Pedro, en el monte Tabor, como afirma San Mateo en el capítulo diez y siete, viendo
a Cristo transfigurado tan hermoso y resplandeciente, sin considerar la soledad del monte, la
incomodidad del desierto, la aspereza de los riscos, allí le pareció estaría muy bien como se hallasse
en presencia de su amado, y assí dixo:
-Señor, si soys servido, hagamos aquí tres aposentos: para vos uno, para Moisés, otro, y otro
para Helías.
No pide cuarto aposento para sí, porque quiere el proprio de su amado Cristo. Desseava
tener siempre presente a la vista al que tenía dibuxado en el coraçón. Y cuando se estrañava de
dexarse lavar los pies, como dize San Juan en el capítulo treze, amenaçándole el Salvador de que no
tendría en Él parte, luego se rindió todo a su voluntad, diziendo:
-Señor, no sólo los pies, sino las manos y la cabeça.
En ambas cosas mostró grande amor; primero reverencial, pareciéndole mucho que en tan
baxo ministerio le sirviesse el que confessó por Hijo de Dios, y después de temor de perder la vista
de Cristo, que para él era lo más dulce y más sabroso que se podía dessear. Y qué diremos de
| lo que en el mismo capítulo treze dize también San Juan que, como oyesse dezir que uno de los Apóstoles
avía de vender a su amado Jesús, hizo sus diligencias para saber quién era, solicitando a San Juan
que se informasse dello. Y ay indicios que fue su intento, sabiendo quién era, apechugar con él, y
negra la tuviera Judas si San Juan se lo declarara. Y en prueva desto, al tiempo del prendimiento,
con ser tantos los contrarios y venir con vara de justicia, él puso mano a su terciado y arrojó un
hendiente a Malco, que devía ser el más atrevido y descomedido, en el cual por traer caxco no
prendió, y disparó a la oreja, que cayó a cercén en tierra. Y si Cristo no le fuera a la mano, sin dubda
que el buen viejo dexara por tierra no sólo orejas sino cabeças. También fue centella de amor
cuando, oyendo dezir a Cristo, poco antes que le prendiessen «Donde yo voy, vosotros no podéis
ir», preguntó con mucha ternura:
-Y Señor, ¿adónde vais? ¿Por qué no os podré seguir? Mi alma pondré por Vos.
Todo lo presumía poder el amor, mas la humana flaqueza no todo lo alcança. Y aun cuando
iva preso el Redemptor, San Pedro y San Juan ivan siguiendo sus pisadas, y con el mismo Evangelista
entró en el atrio o portal de la casa del pontífice, donde Cristo estava. Y allí se llegó al fuego, porque
temor le avía hecho resfriar el amor, y, siendo preguntado, niega que conoce al que poco antes
ofreció su vida. Dio lugar por un breve tiempo el amor al temor, para que se echasse de ver cuán
flaca es nuestra naturaleza si aparta su mano el auxilio divino. Mas, aunque negó, en él la fe no se
anegó, y Cristo le avía dicho que rogaría por él no faltasse su fe. Pecó no de incredulidad, sino de
pusilanimidad. Parecióle que si confessara conocerle le llevaran a un calaboço donde no viera más
a su buen maestro, y assí, con segamiento, negó conocerle. Y tornando en sí, viendo a Cristo que le
mirava y que, no con la boca, sino con los ojos y el coraçón, Él
/19r/ le dezía: «Pedro, ¿y vuestro
amor? ¿Cómo? ¿Y a tal tiempo faltan los amigos?». De sola aquella mirada concibió en sí tanto
dolor de aver negado, que la muerte fuera menos sentida dél. Y assí, después de la culpa, fue
preferido por la penitencia a los que no cayeron en otra semejante, fue hecho Príncipe de los Apóstoles
y cabeça de la Iglesia, por aver más amado. Y para darle esta dignidad, después de aver Cristo
resuscitado, examinóle en el amor, preguntándole tres vezes si le amava más que los otros Apóstoles,
y a la tercera se entristeció, temiendo si sabía dél Cristo otra cosa. Y assí dixo:
-Señor, Vós lo sabéis si yo os amo, como sabéis todas las cosas.
Y porque no pareciesse que sólo eran palabras, el que temió a una esclava, ya no teme reyes
ni emperadores; delante del Nerón confessó claro y abiertamente a Jesucristo por Dios, y él le
mandó poner en una cruz, donde el fiel amante y verdadero enamorado Pedro mostró sumissión y
respeto a su amado en tal trance, pues, dándole contento morir en una cruz como Él murió, quiso
diferenciarse en el modo, poniendo su rostro y boca donde Cristo puso sus pies, siendo crucificado
cabeça abaxo.
[9] El Evangelista San Juan tuvo muy buena parte en este divino amor, pues, diziendo Dios en el
capítulo octavo de los Proverbios: «Yo amo a los que me aman», y amando el Salvador a San Juan,
de tal manera que sólo él gozava entre los demás Apóstoles y discípulos deste dichoso y levantado
apellido del Amado de Cristo, llana cosa es que correspondía a amarle. Y lo mostró particularmente
hallándose a su lado cuando murió en la Cruz, no queriendo faltar en aquella hora a su muy amado
Señor y Maestro. Y como buen maestro, en su
Primera Carta, capítulo cuarto, pone una razón para
que le amemos, que tiene grande fuerça y devría dar calor a los más tibios y elados coraçones,
diziendo: «Nosotros devemos amar a Dios, pues primero Él nos amó».
[10] San Juan Baptista principal assiento tiene entre los que amaron mucho a Dios,
| pues también en el Evangelio por San Juan
, en el capítulo tercero, es llamado Amigo del Esposo, por quien se
entiende Cristo. El respeto que le tuvo cuando dixo que era indigno para desatar la correa de su
calçado, la penitencia tan espantosa de su vida, començándola temprano, y el remate de todo,
dando su cuello al verdugo por bolver por la honra de Dios, todo fue llamaradas de amor.
[11] San Pablo, sus puntas tuvo de enamorado cuando dixo escriviendo a los Romanos, en el capítulo
octavo: «¿Quién nos apartará de la caridad de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la hambre, la
desnudez, el peligro, la persecución o el cuchillo?» «Estoy cierto -dize luego- que ni la muerte, ni
la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las virtudes, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo fuerte,
ni la alteza, ni la profundidad, ni criatura alguna, puede apartarnos de la caridad de Dios, que es en
Cristo Jesú Señor Nuestro». Y escriviendo a los de Corinto, en la
Primera, capítulo diez y seis, dize: «Si alguno no ama a Jesucristo sea
anathema, maranata», que es dezir: «Sea apartado de la
compañía de los fieles, cuando Cristo venga a juzgar vivos y muertos, el que fuere hallado ageno de
su caridad y amor». Y si él amó a Cristo, testigos son los trabajos que por predicar su Evangelio
padeció, hasta dar la vida, que es la prenda más cierta del verdadero amor morir por la cosa amada.
[12] También se vido este amor de Dios muy encendido en muchas santas mugeres, de las cuales su
Sacratíssima Madre assí a ellas como a todos los santos y a los más levantados serafines hizo
ventaja en amarle.
[13] María Magdalena muy enamorada fue de Dios, porque trocó con Él el amor que antes tenía al
mundo, y desseando agradar a su Magestad, entró en casa del fariseo Simón, donde estava combidado,
inclinóse a sus pies, regávalos con sus lágrimas, limpiávalos con sus cabellos y, aviéndolos besado
devotamente, los bañó con preciosos ungüentos.
/19v/ Y porque la caridad encubre muchos pecados,
della se dixo que le fueron perdonados muchos, porque amó mucho. Otra vez ungió la cabeça al
mismo Cristo en casa de Simón, leproso. Avía alcançado perdón de sus culpas, levantava ya más
altos sus pensamientos, la que ungió los pies ya es merecedora de ungir la cabeça. También fue
señal y prendas de amor cuando su hermana Marta, aviendo recebido por huésped en su casa al
Señor, andava solícita aparejando la comida; entretanto estava María a los pies de Cristo, oyendo
sus dulces palabras, y no pudieron las quexas de la hermana arrancarla de allí para que la ayudasse.
Y por lo mismo dixo el Salvador que escogió la mejor parte. Y quién bastara a especificar la angustia
y congoxa de la misma Magdalena, estando el Señor en el sepulcro. Avía comprado ungüentos
aromáticos, fue al monumento antes del día y, no hallando el santo cuerpo, fue a dar la nueva a los
discípulos y bolvió luego al |
monumento. Buscávale y no hallándole llorava de pena. Hablóla el
Redemptor y, no conociéndole, dixo:
-Lleváronme a mi Señor, dime si tú le llevaste.
Parecióle que todos pensavan en lo que ella pensava, que todos tenían la pena que ella tenía.
Siendo muger y sola, no teme, y le parece que tiene tantas fuerças que adondequiera que le dixeran
que estava, fuera y le truxera consigo. Digna por cierto de tanta caridad que, resuscitando el Señor,
ella gozasse primero que los Apóstoles de su gloriosa vista. Es de San Juan, capítulo veinte.
[14] Santa Marta, el hospedarle en su casa, y en tiempo que por público edito estava encartado de
los príncipes de la Sinagoga, y se ponía a riesgo de perder su hazienda, como al cabo la perdió,
teniéndosela guardada aquella gente non santa, cuando en un navío sin velas ni remos fue echada
en el mar. Refiérese en su Vida.
Lo dicho se coligió de la Sagrada Escritura.
[EJEMPLOS CRISTIANOS]
[1] San Ignacio, discípulo del Evangelista San Juan, cuánto fuesse el amor que tenía a Dios Nuestro
Señor vídose en que, siendo llevado de Asia a Roma para ser echado a bestias bravas, iva
contentíssimo, y si temor llevava no era otro sino pensar que las bestias le avían de perdonar como
perdonaron a otros mártires. Siendo echado a ellas, despedaçáronle leones, y quedando el corazón
entre los huessos, fue visto escrito en él el nombre de Jesús con letras de oro. Su vida escrivió el
Metafraste.
Santa Agata tenía tan grande amor a Dios que, llevada a la cárcel para ser atormentada, iva
alegre y contenta por extremo, como si fuera a un combite para ser servida de ricos y sabrosos
manjares. Después, estando en el tormento levantada del suelo, colgada de los braços, estirándola
de los pies con cordeles, hiriendo su cuerpo con varas de hierro, desgarrándole con garfios y uñas
aze- radas, | cubriéndose todo de sangre, la valerosa donzella con voz alegre y regozijada dezía:
-El plazer que siente el que vee al que ha mucho tiempo que ver dessea, el contento que
toma el que se halla grandes tesoros, ésse recibo yo puesta en este tormento por padecerle por
Cristo.
Cortáronle los pechos y diéronle otros terribles martirios hasta que perdió la vida y fue a
gozar en el Cielo del que tanto amor tuvo en el suelo. Refiérese en su
Vida, escrita por el Metafraste.
[2] Por mandado del emperador Diocleciano, entre otros cristianos fue preso Eutiquiano, hombre
sin malicia alguna. Era muy rico, quitáronle su hazienda y ninguna pena mostró por ello. Y si le
dezían algo sobre el caso, sólo respondía esta palabra:
-No me quitarán a Cristo aunque me quiten la cabeça.
Fue prenda de ferboroso amor dezir esto y hazerlo verdad, que se dexó quitar la
/20r/ vida por no hazer falta en la fe de Jesucristo. Es de la
Vida de Santa Atanasia, escrita por Simeón
Metafraste.
[3] Hermenigildo, hijo de Leovigildo, rey de los visigodos en España, fue convertido a la fe, de la
secta ariana en que antes estava, por medio de San Leandro, arçobispo de Sevilla. Sabido por el
padre, que era ariano, procuró cuanto le fue possible bolverle a su pérfida secta y, no pudiendo,
privóle del reino y púsole en una estrecha y áspera cárcel, cargándole de cadenas y grillos. Era tan
grande el amor que tenía a Cristo y a su fe santa el santo rey Hermenigildo, que a la aspereza de las
prisiones y cárcel añadía él otras, como estar echado sobre un cilicio y domar su cuerpo con
abstinencias. Vino el día santo de la Pascua y el pérfido padre embió al católico hijo un obispo
herege ariano para que de su mano le comulgasse, según su rito y costumbre; en lo cual, si
Hermenigildo consintiera, era declararse que seguía su error, y con ella quedara bien contento
Leovigildo su padre y le reduxera a su gracia. No lo consintió el valeroso moço, sino que despidió
y echó con mal al herege. Porque, aunque su cuerpo estava ligado con prisiones, su espíritu se
hallava libre para seguir lo justo y aborrecer lo malo. Bolvió el obispo al rey y, dándole cuenta de lo
hecho, exasperóse más contra el príncipe, de suerte que embió hombres de su guarda que le matassen
en la prisión. Entraron los crueles carniceros y con un segur o partesana le hirieron en la cabeça,
quitándole la vida. Oyéronse allí cantos celestiales y viéronse lámparas encendidas, por donde vino
a ser honrado de los católicos como verdadero mártir. El padre murió en su error, y el reino quedó
a Recaredo, hermano del santo mártir Hermenigildo, el cual, enseñado de San Leandro y favorecido
de Dios, intercediendo los méritos del mismo mártir y hermano, fue desterrada de España la heregía
de Ario, cumpliéndose lo | que Cristo dixo de sí mismo, que, muriendo el grano de trigo, daría
mucho fruto. Verificóse en la muerte de Cristo, con la cual se amplió el Cristianismo en todo el
mundo, y assimilósele Hermenigildo que, muriendo por su fe santa en España y por su amor, se
augmentó en ella la cristiandad y religión católica. Lo dicho es de San Gregorio en el tercero libro
de sus Diálogos, capítulo treinta y uno.
[4] Dos hermanos monges solitarios, el uno moço y el otro anciano, cuya vida de ambos era santa
y de grande exemplo, siendo invidiados del demonio, particularmente el de menor edad, que se
mostrava más fervoroso en el servicio de Dios, tomando figura de Angel de Luz habló aparte con el
de más edad y díxole:
-Yo soy Angel de Dios y vengo a te revelar un secreto de que grandemente me duelo. Sabe
que tu hermano es précito y hijo de condenación, y cuanto sirve a Dios nada le aprovecha para la
Vida Eterna.
Dicho esto, desapareció. Quedó apessarado el monge cuanto era possible de oírlo, y siempre
que ponía los ojos en el hermano gemía y dava grandes sospiros. Preguntóle una vez la causa por
que se entristecía mirándole, y respondióle que un ángel le avía dicho que era de los señalados para
el Infierno.
-No por esso, hermano -dixo el menor-, os entristezcáis, porque si Dios quiere que yo me
condene, su voluntad se cumpla. Que yo no le sirvo principalmente porque me dé el Cielo y libre
del Infierno, sino por su amor; porque lo merece siendo sumamente bueno, y porque siendo Él
quien es y yo el que soy, tuvo por bien morir por mí. Si quiere puede darme el Cielo y si no, también
puede hazerlo. Y aunque sea verdad que esté determinado de condenarme, yo no dexaré de servirle
en tanto que tenga vida, pues en el Infierno no podré hazerlo.
Ésta fue la respuesta que el moço dio al anciano. Y a la noche vino un Angel de Dios que le
declaró como era /20v/ demonio el que primero se le apareció a su hermano, y por la constancia y
prendas de amor que mostró avía merecido
| grande augmento de gracia con Dios. Lo dicho es del
De Vitis Patrum y refiérese en el
Promptuario de exemplos.
EXEMPLOS ESTRANGEROS
Lo que acerca de los cristianos es piedad amando a Dios y mostrando prendas dello, en
paganos y idólatras puede llamarse superstición, aunque el pensar que tenían dioses verdaderos les
obligava a hazerles servicios y mostrarles afición. Adviértelo Sabélico, libro quinto.
[1] Ganada Troya de los griegos, y teniendo piedad de los afligidos troyanos, fueles dicho por
público pregón que cada uno de los ciudadanos libres sacasse de la ciudad lo que pudiesse llevar
consigo. Eneas, sin hazer caso de otra cosa, echó mano de los simulacros y ídolos, y con esto se iva.
Visto por los griegos, y considerada su religión, permetiéronle que llevasse alguna persona de su
casa. Echó mano de su padre Anquises, viejo y cercano a la muerte. Añadió admiración este hecho
en los griegos y concediéronle libre possessión de sus bienes, diziendo que los que exercitan piedad
con Dios y con los padres merecen que los enemigos se les tornen piadosos. Dízelo Eliano,
De varia historia, libro tercero. |
[2] Metelo Romano, pegándose fuego en el templo de Vesta, entró por medio de la llama y sacó el
Paladión, que era una figura de la misma Vesta. Y aunque quedó con la vida, mas perdió la vista.
Esta falta la recompensaron los romanos por aquel hecho, dándole magníficos dones y poder ir en
coche a la Curia y Magistrado, que fue honra no concedida a otro de su orden y estado. Dízelo
Sabélico, libro quinto.
[3] A los ceretes se dio título de ciudadanos romanos porque, en cierta batalla que puso a Roma en
peligro grande de perderse, recibieron las vírgines Vestales y ornamentos de aquella casa consigo,
y fielmente los guardaron, hasta ser restituidos en la ciudad, libres de aquella guerra. Y por más
honra, a los ritos y costumbres de los templos llamaron ceremonias, de aquella ciudad de Cerete,
por la ocasión ya dicha. Es de Sabélico, libro 5.
Fin del Discurso 4, de Amor de Dios.