Autor: Francisco José Herrea
Título Artículo: SOBRE LA GANANCIA EN LA MATERIA CELESTINESCA
Fecha de envío: (29/01/97)

Abstract:

Análisis sobre el provecho privado de los personajes secundarios, que viene a sustituir en fuerza al amor de la clase alta en diferentes obras celestinescas: la propia Celestina, Comedia Thebayda, Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Auto de Clarindo, Doleria, Comedia Florinea, Comedia Hymenea, Comedia Pródiga, Segunda Celestina y Tercera Celestina


SOBRE LA GANANCIA EN LA MATERIA CELESTINESCA

Cuando nos enfrentamos con los textos que conforman la materia celestinesca, se observa que son tres los objetivos perseguidos por sus protagonistas. En este triángulo escaleno el lado mayor lo ocupa la furia amorosa, dado que ésta es la energía que mueve a los personajes superiores (la dama y el caballero). Del mismo modo, el segundo lado lo conformarían el lucro y el interés personal de cada uno de los personajes, representado esencialmente por la avaricia de las alcahuetas y la rapiña de los criados. Para terminar con el lado más pequeño y, por lo tanto, menos valorado a lo largo de todos los textos celestinescos, la defensa del honor familiar y social. Vamos a centrarnos en el lado intermedio.

Trataremos en primer lugar la cuestión del provecho privado de los personajes, materia que, como iremos observando en el desarrollo de este artículo, viene a sustituir en fuerza y presencia al amor de la clase alta. No quiere esto decir que los lacayos y las criadas no se contagien de la pasión amorosa de sus amos, puesto que existen casos de esta actitud. Pero es más común que entre los sirvientes y, aún más claramente, en la clase social inferior, donde hallaremos a las alcahuetas, las prostitutas y los proxenetas, sea la promesa de la ganancia la que haga mover las conciencias y los intereses, dejando para los amos las entelequias de la locura amorosa. Este rasgo se acabará convirtiendo en la característica definitoria de las protagonistas máximas del ciclo: las trotaconventos. Aunque las hay de todo tipo, accidentales y profesionales, jóvenes y viejas, enamoradas y desengañadas, en todos los casos será bueno abrir la bolsa para que sus pies anden más rápido y sus hechizos surtan mejor efecto.

Vamos a ver, a continuación algunos ejemplos de esta actitud. Para empezar, acudamos a la anónima Comedia Thebaida, en la que Simaco, uno de los criados del caballero, advierte sobre el poder del interés propio:

Y donde no hay dádivas no se quebrantan las peñas, porque cada uno no tiene ojo sino a lo que le han de dar, y en ver bullir dinero todos se alegran (XIV, pág. 233).

Llama la atención la generalización de la fórmula. Aquí no se está hablando de un personaje en concreto, ni siquiera de un grupo social. Aclara muy contundentemente el criado que la avaricia es el motor de todos, nadie escapa a este entusiasmo. En la Tragicomedia de Lisandro y Roselia, será el rufián fanfarrón el que, en conversación con el protagonista masculino, arguya:

BRUMANDILÓN.- Así den dineros, que bailaremos todos, que todas las cosas obedecen a la pecunia (I, 5, pág. 67).

De un modo metafórico, la vida se contempla como una gran danza, en la que los participantes actúan según la fuerza del interés. La misma comparación aparece en la Comedia intitulada Doleria, donde uno de los caballeros, Logístico -que representa la resistencia de la razón dentro de la alegoría- avisa a otro personaje:

Aquí, señor, por dinero baylla el perro, como en tierra de Salomón. Y sepa que si el señor Homero viene sin él, duerma al sereno, aunque trayga a Héctor de rienda (III, 10, pág. 358).

Y en la misma obra, Manía, una de las damas que está encargada de representar los vicios en la escena, apostilla ante la tardanza de los caballeros en actuar como sería su deber, de la siguiente forma:

No es tiempo ya de cortesías. Todo nos merecen mientras no abren la bolsa y cierran la boca (op. cit. IV, 1, 359).

Este tipo de concepción materialista aparece de igual manera en el género picaresco, con el que comparte muchos puntos de interés. Así Maravall (1986) pone en contacto ambos mundos a través de su interés por la ganancia:

El afán de dinero se muestra en unos [los personajes celestinescos] y otros [los pícaros], no como en la comedia barroca que procuraba exculpar a los señores; en individuos de estratos altos y bajos se señala el vicio o pecado de la codicia, sólo que se observa una tendencia a insinuar, por lo menos, como más brutal y agresiva en sus consecuencias, la codicia que se manifiesta en los señores, a lo cual responde la negativa valoración de su conducta por los de abajo y su hostil actitud consiguiente (pág. 121).

De aquí viene la desconfianza mutua entre criados y amos. Los primeros ya han roto su nexo feudal y no esperan la protección del vasallaje por parte de sus superiores. Los segundos miran con malos ojos el interés privado que mueve a sus sirvientes e intentan minimizarlo para que no afecte a su propia posición económica. De ahí las continuas advertencias sobre la importancia de mover la bolsa que recorren el ciclo celestinesco, en especial de boca de las alcahuetas y los criados, empeñados en recordarles a los caballeros el papel que deben representar.

En muchos casos la actitud de la clase superior consiste en prometer para el futuro y pedir para el presente. De este modo pretenden escamotear a los sirvientes y medianeras sus servicios y confiar en el olvido del mañana. No obstante, la mayoría de las veces la estratagema no tiene sentido, pues los afectados reclaman la parte que les corresponde de la transacción comercial -con el resultado trágico que conocemos en la obra rojana-. Veamos un ejemplo de una obra alejada del canon celestinesco, la Doleria de Pedro Hurtado de la Vera. En este texto el personaje que da nombre a la obra, poniendo en práctica su rol del engaño, se queja de la falta de solvencia económica que demuestran los caballeros, queriendo sustituirla por promesas:

La buena paga haze milagros, que palabras llévalas el viento como las plumas, y maldita la cuenta que yo hago dellas (III, 3, pág. 346).

Claro que en otros casos, la avaricia aparece criticada, en especial por parte de los criados moralistas que arremeten contra el vicio de la pasión amorosa. Estos personajes conectan ambas ideas y hacen su propia deducción: el afán de lucro de unos enciende el enamoramiento de los otros. En la obra de Juan Rodríguez Florián, Felisino se queja de la actitud tan peligrosa que toma Marcelia, la medianera:

Al diablo doy tanta avaricia de muger: bien dizen que es vicio el pedir a quien se aveza a él (Comedia Florinea, XXVIII, pág 243).

De igual modo, Lydorio, otro de los personajes de la misma obra, insiste en la crítica contra el comportamiento de la alcahueta, pero esta vez desde un punto de vista puramente social, desde su propio estamento laboral:

Que más ha medrado ésta con dos passos del diablo que ha dado, con treynta embustes que le trae, que gana un fiel criado antiguo en toda su vida, echando la hiel, siriviendo honesta y christiana, y lealmente (op. cit. XXXIX, pág 258).

Aquí aparece, junto a la avaricia, la envidia, otro de los pecados capitales que distingue a los criados traidores de los leales. Este decaimiento en la fe del trabajo, producido por el mal ejemplo de uno de los sirvientes o de la alcahueta, tiene su origen en las primeras intervenciones de Pármeno y Sempronio en la obra fundacional del género. Esta idea de la avaricia corruptora de almas aparece muy arraigada en la conciencia popular del momento. Como nos advierte Maravall (1986):

El dinero, según la estimación de la época, está en el origen de la agudización del mal de la codicia que se sufre (pág. 115).

A pesar de que existan ocasiones en las que los caballeros parecen entrar en estos juegos de la avaricia y la ruindad, haciendo oídos sordos a las peticiones de los criados, en general estos personajes se muestran dadivosos y, muchas veces, manirrotos. En la Comedia Himenea de Torres Naharro, el protagonista recompensa a sus criados por acompañarle en su ronda nocturna, una actitud muy común también en la materia celestinesca. Así el amo le dice a cada uno de sus sirvientes:

Toma tú el sayón de raso
y tú el jubón de brocado (Jornada 2, versos 736-7).

Palabras y comportamientos similares a los que muestra el personaje de Felides, el caballero enamorado y largamente generoso, en la continuación cíclica de la Celestina escrita por Feliciano de Silva:

Corta luego, Sigeril, cuatro varas de contray de aquella pieça que me trajeron de la feria, y dalas a Pandulfo que se las lleve [a Celestina], y a él otras ocho varas para sayo y capa que le mandé (Segunda Celestina, XV, pág. 258).

Vemos que no se olvide de sus promesas tanto a la trotaconventos como al proxeneta fanfarrón que trabaja en sus servicio. Más adelante añadirá en el reparto a su criado fiel:

Y tú, Sigeril, toma un vestido de terciopelo de los míos, por pago del trabajo de anoche (op. cit. XXXII, pág. 264).

Claro que la actitud de los criados no es igual ante el comportamiento desprendido de sus amos. Mientras los buenos sirvientes le están agradecidos, los más avarientos maquinan ruindades para hacerle soltar al loco enamorado hasta la última de sus pertenencias, sin dejar pasar ninguna ocasión:

PANDULFO.- Aun tengo de mudar el pelo malo con estos amores, que mi amo es liberal y está caído en el lazo, y no ha de doler ni estimar el gasto (op. cit. XVI, pág 262).

Como es de suponer, los personajes que sacan la mayor tajada son las alcahuetas, quienes, con su profesionalidad y su arrojo, consiguen hacer realidad el viejo refrán de a tuerto o a derecho, mi casa hasta el techo. Observemos un ejemplo de la liberalidad de los caballeros a la hora de pagar los servicios de las mediadoras. En la misma obra , Felides le envía a la vieja, por medio de Sigeril

dos pares de gallinas, más ocho pares de perdizes, tres liebres, quatro conejos, esse quarto de carnero, estas dos pieças de vaca, el pernil de tocino, (...) Ese costalejo de pan, (...) estas dos botas de vino, y ésta del blanco yo te doy mi fe que es del Sanct Martín de Valdeyglesias, y esa otra de tinto de lo de Toro, muy bueno y estremado. También traygo ay unos melones y unos duraznos (op. cit. XXXIII, pp. 493-4).

Bien se puede observar que no falta de nada, varios tipos de carnes, diferentes vinos -la perdición de Celestina- y frutas. Sabemos que es más común en el ciclo celestinesco el pago en especies que la ganancia directa en monedas, aunque en la mayoría de los casos, las dos son complementarias. La alcahueta sabe hacerse enviar ropas, comida, bebida, para más tarde recibir la compensación a su trabajo en oro.

En la obra de Gaspar Gómez de Toledo, el mismo Felides se ha convertido en el mejor cliente -y, en consecuencia, el más generoso- de Celestina, a la que en premio por haber urdido la trama que le llevará al matrimonio oficial -pues el oficioso ya tuvo lugar en la primera continuación aparecida en 1539 de la mano de Feliciano de Silva- con Polandria. En pago a su esfuerzo y perseverancia será obsequiada por el caballero.

FELIDES.- Para gratificación de tus consejos y principio de paga de las obras, toma este par de jarros de plata y aquella pieça de contray con que te vistas, que es razonable (Tercera Celestina, XXXVI, pág. 314).

En realidad esta obsequiosidad de los caballeros surge como la primera muestra de sentido común tras la tormenta de la pasión amorosa. Si durante la enfermedad del amor el afectado no era capaz de discernir entre lo que le era útil para su salud y lo que le perjudicaba, una que vez que haya accedido a su objetivo convertirá esta sinrazón en cordura y empezará a comportarse como es debido. Socialmente el caballero tiene la obligación de mostrarse liberal y dadivoso, en especial con sus criados y con aquellos que le presten cualquier tipo de servicio. De lo contrario, está faltando a sus deberes de casta superior.

En un diálogo entre dos de los criados de la Comedia Thebaida, se nos presenta muy claramente esta idea de la obligatoriedad social de ser liberal:

AMINTHAS.- Pues buena cosa es la templança.
SIMACO.- Ya lo sé. Pero [es buena] y loable entre mercaderes y ciudadanos y cavalleros pobres, pero en el género de los grandes señores muy reprovada es la templança, porque todos lo tienen por avaricia (XIV, pág. 233).

Este concepto aparece en la tesis de Maravall (1972) según la cual la ostentación y el lujo en la clase alta era un deber social, un signo clasificador implícito en la nobleza, heredera del sistema feudal. Por el contrario la tacañería y el ahorro serían síntomas de la nueva e incipiente burguesía comercial y urbana.

En muchas de las ocasiones, serán los criados los que lleven la ganancia a las alcahuetas por su trabajo:

LYDORIO.- ¿Qué es lo que mandas, señor?
FLORIANO.- Que luego des a esta dueña diez varas del refino que este día sacaste para mí, para que se vista, y darás le para chapines veynte pieças de oro, y tendrás cuydado de mandar la cada día a su casa ración (Comedia Florinea, XVI, pág. 217).

En esta recompensa vemos los elementos más característicos de la ganancia celestinesca: la ropa, el dinero y la comida. La prodigalidad del caballero se ve muy bien representada en esta obra por la actitud de Floriano también hacia los sirvientes. Primero le ofrece a Justina, la dama de Belisea, por medio de su propio criado:

de la pieça de altibaxo azetuní, que saqué para las fiestas passadas, diez varas para una capa (op. cit. III, pág 167).

Como Polytes, que es el que realiza la entrega, alega que el regalo hace demasiado bulto para ser entregado sin compromiso, el señor lo cambia por el collar de los esmaltes moriscos (ibídem). Pero, sin lugar a dudas, será la mediadora Marcelia la que se lleve el primer premio en pago por todas sus tercerías:

FLORIANO.- Pon te tú esse [anillo] de esse diamante mío en el tu dedo, no en prenda, sino por tuyo (op. cit. XVI, pág. 216).

¿Qué técnica siguen estas mujeres para sacar todo lo posible -y a veces lo imposible- de los caballeros? Desde luego, tienen un arte especial para desplumar a los pobres incautos que caen en sus manos. En realidad se trata de una estrategia muy antigua, desarrollada después por otros colectivos sociales, y que consiste en alargar el tiempo de la cura para recibir más paga. Así, Leblon la explica de la siguiente manera cuando habla de las mujeres gitanas en los siglos XVII y XVIII:

En suma, dineros, joyas, objetos preciosos, ropa blanca, vestidos, comida, todo es bueno para nuestras magas; y la técnica consiste en hacer durar lo más posible el trámite a fin de obtener un máximo de ventajas en especie o en naturaleza, reactivando periódicamente el interés mediante una operación "mágica" más o menos espectacular (pág. 126).

Como dice la Celestina original del anónimo Primer Acto:

Alargarle he la certenidad del remedio, porque, como dizen, el esperança luenga aflige el coraçón, y quando él la perdiere, tanto gela promete (La Celestina, I, pág. 38).

De todas las alcahuetas, la que destaca por su avaricia y sed de lucro es la creada por Fernando de Rojas. Ya desde su primera aparición exige y lucha por arañar hasta la última moneda. Cuando le explican el mal que aqueja a Calisto, le dice a Sempronio:

Dile que cierre la boca y comience abrir la bolsa; que de las obras dudo, quanto más de las palabras (op. cit. I, pág. 46).

Para añadir después, una crítica aún más feroz contra la falta de liberalidad de Calisto y su desconocimiento de la realidad humana:

Este tu amo, como dizen, me parece rompenecios: de todos se quiere servir sin merced (op. cit. I, pág. 51).

Y en el mismo acto aparece la norma vital de Celestina, el refrán que anteriormente citamos y que se convierte en el resumen perfecto de su actitud:

A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo (op. cit. I, pág. 51).

Sentencia que casi con las mismas palabras aparece como un eco en otra de las obras de la materia celestinesca:

LIBERIA.- Pues quiero, como dizen, a tuerto o a derecho, que mi casa vaya hasta el techo (Comedia Florinea, XLII, pág. 301).

Como se deduce de todas estas intervenciones, Celestina nunca esconde su amor por el dinero y su avaricia. Para la vieja tercera, la ganancia es la fuerza vital que mueve el mundo, capaz de conseguir todo aquello que nos propongamos:

Todo lo puede el dinero; las peñas quebranta, los ríos passa en seco. No ay lugar tan alto que un asno cargado de oro no le suba (La Celestina, III, pág. 70).

Y, no sólo para Celestina, también para el resto de los personajes, resulta sorprendente que la propia alcahueta actúe desinteresadamente, sin perseguir el lucro. Así, la sirvienta Lucrecia se extraña de que la trotaconventos venga a casa de su ama sin ninguna intención específica, tan sólo para saber de su vida:

Maravíllome de ti, que no es essa tu costumbre, ni sueles dar passo sin provecho (op. cit. IV, pág 77).

La misma criada añade un poco más adelante:

En mi seso estoy, que nunca metes aguja sin sacar reja (op. cit. IV, pág. 78).

Naturalmente Celestina esconde bajo una capa de modestia y altruismo la perfidia de su comportamiento interesado. De ahí que, cuando hable con Sempronio sobre cómo repartir la ganancia que genere la locura de su amo, le insinúa:

Aunque ayas de aver alguna partezilla del provecho, quiero yo todas las gracias del trabajo (op. cit. V, pág. 96).

La vieja mediadora sabe muy bien que no se debe romper el saco de la avaricia. Compartiendo una pequeña parte de su ganancia con los criados, se garantiza la seguridad y el buen fin de sus tejemanejes. Pero, lo que no está dispuesta a dividir es las albricias y los parabienes resultantes de su misión, porque sabe muy bien que con ellos conseguirá un estipendio mucho mejor.

Nuestra protagonista sabe muy bien que toda su fuerza no está en su aspecto físico -vieja y borracha ya- ni en su posición social -pobre, avarienta, cargada de historias truculentas- y que debe confiar el triunfo al éxito de su lengua:

No ay palabra de las que dize, que no vale a la vieja Celestina más que una saya (op. cit. V, pág. 99).

Con todo esto, podemos asegurar que la característica más claramente delimitadora del carácter celestinesco se encuentra en su capacidad para sacar provecho en el momento oportuno, con las palabras justas. Sabe insinuarse, poner la mano con disimulo, justo en el instante en el que se afloja la bolsa del caballero con las buenas noticias y los corretajes amorosos. Así, tras la primera victoria celestinesca contra la furia melibea, Celestina le recuerda a Calisto:

¿Con qué pagarás a la vieja, que oy ha puesto su vida al tablero por tu servicio? (op. cit. VI, pág. 100).

Esta profesión debió ser aún más lucrativa en sus años mozos, cuando junto al trabajo de mediadora, la encontraremos quizá como prostituta, sanadora y miles de oficios más, como pretende enseñarle a las mochachas. En sus referencias al pasado, la alcahueta siempre usa un tono elegíaco, del tipo cualquier tiempo pasado fue mejor:

Apenas era llegada a mi casa quando entravan por mi puerta muchos pollos y gallinas, ansarones, anadones, perdizes, tórtolas, perniles de tocino, tortas de trigo, lechones (op. cit. IX, pág. 150).

No sólo se encontraba rodeada de buena vituallas, tampoco le faltaba el líquido precioso e indispensable para el paso de sus días:

Pues, ¿vino? ¡No me sobrava! ¡De lo mejor que se bevía en la cibdad! Venido de diversas partes: de Moviedro, de Luque, de Toro, de Madrigal, de Sant Martín y de otros muchos lugares (ibídem).

Ya sabemos que uno de los rasgos más típicos del personaje celestinesco es su afición sin límite a la bebida.

No pensemos que la alcahueta sabes sonsacar su ganancia tan sólo de los bolsillos superiores. También, a la hora de enfrentar las bolsas de los criados y los rufianes, saca a relucir toda su perfidia. De este modo, en la Tercera Celestina, cuando Bravonel -el nombre ya dice todo sobre su carácter arrufianado- reclama los servicios de Areusa, la vieja le advierte:

si tienes ay algunas blanquillas, no dexes de dármelas para unos tocados que le avía de comprar mañana (XXIX, pág. 275).

En muchos casos, los servicios prestados son bien fáciles, como ocurre en la misma obra, en el Auto XXIV, cuando recibe cincuenta ducados sólo por llevar una carta de Polandria a Felides.

De cualquier modo, nadie en el ciclo celestinesco hace su trabajo por amor al arte y Berintho, el caballero de la Comedia Thebaida, lo sabe de sobra:

Será cosa conveniente que a Franquila, a quien somos en tanta obligación, le embíes tres pieças de seda y algunas cosas de oro, de manera que se cumpla con ella y no que en cosa querellase, pues ya sabéis lo que se le deve (XIV, pág. 232).

La magnanimidad del enamorado, que no necesita que la mediadora le afloje la bolsa con zalamerías y trampas, se reparte entre todos aquellos que le ayudan a superar los obstáculos de su carrera amorosa. Del mismo modo que la alcahueta aficionada Cantaflua recibe su parte de la ganancia, otros personajes, como Claudia y Veturia no se quedarán atrás.

El mejor resumen de la filosofía vital celestinesca lo podemos encontrar en el Famoso entremés de Celestina de Juan Navarro de Espinosa, cuando la propia trotaconventos anuncia:

En buena razón me fundo,
que no hay más amor en el mundo
que tener o no tener (pág. 221).

Sin embargo, la alcahueta que mejor sabe arrimar el ascua a su sardina será la protagonista de la Florinea. Desde luego, Marcelia es la mediadora que se lleva la mejor tajada en todo el ciclo. Floriano le ofrece nada menos que la dote para casar a su hija:

Y en pago de tus trabajos, quiero que te den (porque me dize que tienes una hija para casar ya), para en dándole matrimonio, treynta mil maravedís (XXXVIII, pág. 290).

Aún continúa haciendo gala de su liberalidad, pues le ofrece otros veinte mil maravedíes si Liberia se casa con alguno de sus criados. Y finalmente:

una librança de veynte cargas de trigo (...) y cinquenta ducados para sus menesteres (ibídem).

No creamos, sin embargo, que todo este derroche y esta dadivosidad se deben tan sólo a la propia generosidad del caballero, pues también la propia mediadora ha sabido poner el anzuelo para que la bolsa se abriera de mejor modo:

Sin vergüença osaré parescer por tu servicio donde gane mayores mercedes, con tanto que no me mandes yr descubierta a parte de afrenta, porque traygo malas sayas, que me corro de verme (op. cit. XXIV, pág. 240).

Ésta es la estrategia más utilizada por los personajes femeninos para conseguir lo que se proponen: insinuar o mostrar indirectamente una necesidad que puede ser aliviada sin dificultad por la intervención masculina. Pues, como añade más adelante la propia Marcelia:

Agora me cumple a mí al primer descorchar tener presta la lengua al pedir y abiertas las manos al asir; porque más vale verguença en cara que lástima en coraçón (op. cit. XXV, pág. 242).

Y de igual modo sabe tratar no sólo a los caballeros enamorados, sino también a las damas que pretenden:

Si la veo picadilla [a la dama], vender me caro, porque pite también para la lumbre del candil con que yo alumbro, y aun encandilo, a tales bovos como los que al presente traygo entre manos (op. cit. XXV, pág. 241).

En conclusión, sólo la confianza en el lucro y el interés hacen que la alcahueta participe en el juego amoroso de la casta superior. Aunque, lógicamente, ella lo expresa de otra manera:

La esperança del buen gualardón para desterrar necessidades de mi casa me moverá a que haga todo mi dever y me atreva a todo trance; pues no se gana el pan sin afán, ni se toman truchas a ropas enxutas (op. cit. XV, pág. 208).

En contraposición a la figura clásica de la alcahueta avariciosa, ejemplificada a la perfección en los personajes de la Celestina original y de la Marcelia de Juan Rodríguez Florián, la Lozana de Francisco Delicada opera de una manera muy diferente:

Su conducta, contraria al dinero, concuerda con una ideología no capitalista que miraba las monedas como un mal social que venía a acabar con un intercambio más básico y "natural" en el que se relacionaban los hechos humanos y los productos de la naturaleza, todo ello situado al mismo nivel (HERNÁNDEZ ORTIZ, pág. 75).

Aunque Aldonza no renuncia a la ganancia, la acepta y la busca de una forma muy diferente a la de sus compañeras alcahuetas, tan sólo para su propio disfrute. Lozana desarrolla toda su labor profesional para su goce vital y su propia supervivencia, sin ningún deseo avaricioso. Como aclara de nuevo el mismo autor:

La andaluza tiene unos fines de sobrevivencia y satisfacción inmediata que van de acuerdo con la naturaleza; mientras sea para ganarse la vida y sin hacer mal a nadie, ella piensa que su labor no va contra la ley del Creador (op. cit. pág. 88).

Otra mediadora que aparece con rasgos originales y escapa del cliché rojano es la de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia de Sancho de Muñón. En esta obra, Elicia, la mediadora, ejerce la crítica contra su propia ambición:

En mi seso me estaba yo en dejar este trato si la maldita e insaciable codicia del más haber , que a los más de los mortales fuerza a cometer lo ilícito, no me venciera (II, 1, pág. 73).

Y, algo más adelante:

Cuando era pobre, entonces me hallaba más rica porque nada codiciaba y agora que, bendicto Dios, me sobra, más y más deseo (op. cit. II, 1, pp. 76-7).

Hasta ahora hemos desgranado las virtudes lucrativas de las alcahuetas, sin tener en cuenta que la avaricia y el afán de ganancia aparece como un rasgo fundamental en otro tipo de personajes: los criados. La relación entre los amos y los sirvientes ha cambiado sustancialmente en la época que nos ocupa. El viejo nexo feudal de la Edad Media, apuntalado en el vasallaje y la protección señorial, ha dado paso a una nueva forma de enlace entre ambas capas sociales, más cercana a la concepción capitalista que empieza a desarrollarse. Como explica Maravall (1972):

Lo que había sido una relación de adscripción personal (...) se convierte en una relación de mero contenido económico, conforme lo permiten los recursos de la economía monetaria, al generalizar el sistema de pago de los servicios en dinero (IV, pág. 87).

No obstante, nos encontramos ante una situación de indeterminación: el viejo sistema no acaba de desaparecer y la nueva concepción no se impone aún del todo. De ahí, las estrategias que celestinas y criados deben desarrollar para tomar la parte que les corresponde de la ganancia. En la mayoría de los casos, los propios servidores tienen que coger lo que les pertenece por su trabajo, sin esperar a que la generosidad de sus amos les invite a hacerlo. En la obra seminal del ciclo, Pármeno aconseja a Sempronio:

De lo que ay en la despensa basta para no caer en falta: pan blanco, vino de Monviedro, un pernil de toçino, y más seys pares de pollos (La Celestina, VII, pág. 135).

Todo para llevarlo a casa de la vieja mediadora y conquistar así el corazón de las mochachas, Elicia y Areusa. De todos modos, no es Pármeno el más ambicioso de los criados de Calisto. Muy al contrario, su compañero tendrá que ir ganándolo para su causa y venciendo sus escrúpulos morales, recuerdos del sistema de fidelidad medieval. Sempronio, desde el principio, deja de lado las viejas concepciones feudales y se adhiere al concepto monetarista del trabajo:

De la burla yo me llevo lo mejor (op. cit. I, pág. 34).

No faltan en su discurso las explicaciones a su comportamiento, como si quisiera justificarse a sí mismo su falta de escrúpulos en las relaciones con Calisto. Así nos dice más adelante:

Desseo provecho, querría que este negocio hoviesse buen fin; no porque saliesse mi amo de pena, mas por salir yo de lazería (op. cit. III, pág. 72).

En las continuaciones cíclicas la situación continua de igual manera, agravándose desde el momento en el que el caballero protagonista decide incluir entre sus sirvientes a un fanfarrón arrufianado, más interesado en sacar el dinero de las prostitutas que tiene bajo su dominio que de favorecer la política amorosa de su amo, como ocurre en el texto de Feliciano de Silva:

FELIDES.- Yo te prometo que yo te lo satisfaga si llevas a fin estos hechos.
PANDULFO.- No querría yo que fuesse todo parolas, porque más quiero un toma que dos te daré (Segunda Celestina, VIII, pág. 185).

De igual manera, opina uno de los sirvientes de la obra de Antonio Díez, cuando conversa con el caballero sobre la ganancia y el lucro:

Sin mentir,
siempre oí, señor, dezir
un refrán que yo me sé:
vale más, as de sentir,
un toma que dos daré (Auto Clarindo, II, 7, pág. 258).

De todo esto se desprende que los criados y el resto de los personajes populares deberán abrir la bolsa para acceder a otros servicios. Como es el caso de Barrada, que se ve obligado a aceptar el juego y ha de pagar por los servicios de Elicia, ya que sabe que, sin mostrar antes sus generosidad, no podrá acceder al objeto deseado.

BARRADA.- Señora, que assí está bien, que al buen pagador no le duelen prendas; ves aquí cuatro ducados para una saya, para paga y señal (Segunda Celestina, XXXIV, pág. 492).

Por el contrario, en la continuación de Gaspar Gómez de Toledo, los criados están más interesados en satisfacer su apetito, procurando llenar su estómago, sin preocuparse tanto por su bolsa. Así ocurre cuando, después de haber descargado la comida, Sigeril trae ya el almuerzo preparado:

Ves aquí este capón assado, y este par de palomas fiambres que hallé con este jamoncillo de tocino; y aún el queso no es podrido (Tercera Celestina, XXXIII, pág. 294).

Y, del mismo modo, los enamorados de las mochachas, personajes con rasgos de rufián en muchos casos, no se ocupan de la ganancia monetaria y sí de calmar su hambre. De esta manera, Grajales le pide a Areusa que le aderece

dos pares de perdices (op. cit. XXVII, pág. 255).

En las continuaciones no directas, el interés por la vestimenta supera a la satisfacción del apetito. Aparece en la anónima Thebaida, como en otros textos, la envidia del resto de los criados hacia el sirviente gratificado por su amo.

GALTERIO.- ¿Qué te parece, Simaco, cuál va Aminthas? Con capa de damasco y sayón de carmesí y penacho de oro en la gorra, triumphando ante la vida.
SIMACO.- Bien haze de preciarse, qu'es mancebo y de gentil dispusición (XI, pág. 172).

En la obra de Juan Rodríguez Florián, el protagonista, uno de los más liberales de la materia celestinesca, llena de regalos a sus criados. En primer lugar para Polytes:

A él darle as el jubón de brocado bordado con las calças que saqué para estas fiestas. En aunque no sea paga, será principio de lo que quiero darle (Comedia Florinea, III, pág. 168).

Y más adelante para Fulminato a quien le ofrece:

la mi cuera de bufano con la guarnición de carmesí, pelo y passamanos de hilo de oro, y darasle para calças quatro pieças de oro, y daras le de mis espadas la que él quisiere (op. cit. XIII, pág. 205).

La inclusión de un arma entre los presentes destinados al pago de los servicios prestados tiene su lógica aquí. Fulminato es el típico rufián celestinesco, caricatura del clásico miles gloriosus, que pone todo su honor en el filo de su espada.

Entre las continuaciones teatrales aparece el mismo resultado. En la obra de Antonio Díez, el caballero protagonista le dice a uno de sus criados:

Yo te daré de vestir
sayo y capa,
que mucha verguença tapa,
gorra y calças que pediste;
y essos cabellos te rapa,
mira que me andes triste ( Auto Clarindo, III, 1, pág. 266).

Aunque de forma esporádica, es posible también encontrar casos en los que los señores pagan a los criados con joyas. Así pasa en el texto teatral de Luis Miranda Placentino, cuando el caballero pretende comprar el favor de la criada de la dama:

No sé qué me le dezir,
aqueste anillo le doy,
que pocos negocios ay
sin dádivas prevenir ( Comedia Pródiga, III, 6, pág. 326).

De todo esto se deduce que a ninguno de los personajes del ciclo celestinesco se le escapa la importancia del dinero a la hora de mover las conciencias y recibir los favores de los demás. Justina de la Comedia Florinea lo resume de forma concisa:

Si el gualardón no terciasse, ni avría señor servido, ni pobre subjecto (XXV, pág. 247).

Casi siempre son los criados los que abren los ojos a los incrédulos idealistas que confían más en la fuerza del amor que en el poder del lucro. En la continuación de Feliciano de Silva, la realista Poncia, criada de Polandria, rebate los argumentos del ensimismado Sigeril, sirviente del caballero:

SIGERIL.- Señora mía, no pensé yo que en precio pusieras lo que yo juzgava si ninguno.
PONCIA.- Pues agora sabes tú que sin él no se han las mugeres (Segunda Celestina, XXXI, pág. 454).

Esta lección le sirve al criado de Polytes para hacerse una idea más cercana a la realidad de la naturaleza del amor y las pasiones que se entretejen en la trama celestinesca. De aquí su afirmación sobre el dinero:

Por el cuál no hay falta que con él no se cobre, pues no hay tacha ni falta que la riqueza no supla ni virtud, ni linage y saber que la pobreza no asconda (op. cit. I, pág. 114).

El mismo personaje, pero ahora en la obra de Gaspar Gómez de Toledo, observa, no sin sorpresa, que la virtud de su amada Poncia pronto se pierde al escuchar el soniquete de las monedas:

Veo que los dineros fueron intercessores más quel ruego. Y ansí hallo por cierto lo que se dize, que dádivas quebrantan peñas (Tercera Celestina, XXVIII, pág. 271).

En contadas ocasiones, se produce un enfrentamiento -más retórico que argumental- entre el afán de lucro y la defensa de la honra femenina. Este tópico, tan común en el teatro barroco, empieza a despuntar en las continuaciones teatrales de la materia celestinesca. Veamos, como un ejemplo, la intervención de Felisero en la obra de Luis Miranda Placentino:

Que se perdiesse el dinero,
váyase para quien es,
que no es te el interés
del ilustre cavallero;
pero traer al tablero
la honra con tal ultraje,
en tal caso su linaje
le deve matar primero (Comedia Pródiga, IV, 4, pág. 339).

En conclusión, la finalidad de la mayoría de los personajes celestinescos -si exceptuamos a la pareja de enamorados y a alguno de los criados moralistas- es conseguir al mismo tiempo aumentar la ganancia sin manchar la honra familiar. Por eso, a veces, nos parece muy delgado el límite entre el honor celestinesco y la prostitución sin ambages, pero en ese punto se encuentra la inteligente actitud de la vieja tercera: no ofrecer públicamente la mercancía, para encarecer de este modo su valor privado. Las palabras y consejos que la alcahueta rojana dedica a Areusa son definitivas en este punto:

Que honrra sin provecho, no es sino como anillo en el dedo. Y pues entramos no caben en un saco, acoge la ganancia (La Celestina, VII, pág. 126).