Este tratado dedica, en el capítulo 10, una sección a casos de íncubos y súcubos. En el primero de ellos, del cual tuvo noticia el mismo autor porque fue su confesor, una virgen de la diócesis de Basilea, era perturbada continuamente por un demonio. Ella, precavida, iba siempre vestida, tanto de día como de noche, y por eso permaneció intacta.