Este ejemplo es protagonizado por el juez Petrus, del que se ha hablado en varias ocasiones. Esta vez el juez, que siempre se protegía con la señal de la cruz, lo cual le libraba de numerosos maleficios, olvidó una noche santiguarse y el desenlace fue fatal. Así resume los hechos la introducción del relato, y posteriormente se desarrolla por extenso.
Nider escuchó de boca del juez el suceso y lo cuenta tal y como él se lo narró. Este hombre tenía su residencia en el castillo de Blanckenburg, en Berna. No siempre estaba allí debido a su trabajo, pero cierto día hubo de ir a resolver unos asuntos. Tantas cosas tenía pendientes que se despistó con sus obligaciones. De madrugada, pensando que era ya de día, se levantó para escribir unas cartas. Encontró su despacho cerrado y, por ello, al subir las escaleras maldijo. Acto seguido, y por dicha maldición ("en nombre del diablo"), fue arrojado escaleras abajo a las tinieblas. Acudió rápidamente un criado a socorrerlo, pero le costó varios días recuperarse.
Posteriormente, supo por un brujo, que había alardeado en una taberna, que aquel incidente se debió a los actos mágicos de una bruja y sus secuaces, que no había quedado contenta en alguna ocasión con una de sus sentencias.
Llama la atención que este es un relato que destaca por su larga extensión en el tratado, con respecto a otras narraciones.
Por otra parte, también resulta llamativo el hecho de que el brujo capturado, gracias al cual se descubre la mediación de la vieja bruja en la caída de Petrus, confiesa al tercer día de ser interrogado, tras dos largas sesiones de tortura. Esta aclaración nos remite a la dimensión real de estos ejemplos, que hoy se pueden estudiar como cuentos de ficción, pero que en realidad poseen una interesante y sobrecogedora dimensión histórica.