Scavius tuvo un discípulo que aprendió sus artes, Hoppo. A su vez, este último fue maestro de Stédelin. Gracias a los relatos de ambos, el autor determina cuáles eran sus capacidades: podían llevar a su campo una parte del abono, trigo o heno de los campos vecinos, provocar granizadas y vientos dañinos, tomar la forma de los padres para arrojar a los niños al agua, causar esterilidad en hombres y ganado, dañar los bienes y el cuerpo de los demás, enloquecer a los caballos cuando llevaban jinete, transportarse de un lugar a otro por el aire, causar mal olor cuando iban a ser atrapados, o bien provocar temblor en las manos y el ánimo de los captores, manifestar las cosas ocultas, predecir el futuro, ver cosas ausentes, matar a otras personas con un rayo y causar otros muchos actos dañinos. Todo esto siempre con la permisión de Dios.
En apenas un párrafo, Nider realiza un detallado elenco de las capacidades mágicas de estos brujos, que parecen infalibles en sus actos, aunque sabemos por el destino de Scavius que no lo son. Al parecer, todo depende de la permisión de Dios.