A mediados del siglo XIX, en Formiguera, una anciana acudió a la parroquia con el fin de pedir ayuda al sacerdote. Afirmó que era bruja y que quería abandonar tales prácticas y regresar al seno de la Iglesia. Pedía absolución y penitencia. El cura pensó primero que quería tomarle el pelo y luego, al verla tan convencida, que estaba loca. Así que la absolvió y como penitencia regresara al día siguiente a comulgar. No obstante, la vieja no pudo volver al día siguiente, pues el resto de brujas de la congregación no la iba a dejar marchar tan fácilmente, y su cadáver apareció calcinado, a pesar de no haber restos de fuego en los alrededores. El sacerdote se estaría culpando durante toda su vida por no haber atendido mejor a la anciana.

Estamos ante un relato de terror que otorga la victoria a las brujas, que consiguen su propósito.