La bruja a la que hace referencia José María Pereda en este relato publicada en la prensa no se puede catalogar como tal, pues de bruja solo posee la fama, mas no se trata de una de esas mujeres que cerraba un pacto con el diablo y asistía a aquelarres. No obstante, en el texto se deja muy claro qué se entiende por brujería, y por eso mismo resulta una obra de interés en relación con esta temática.
El relato gira en torno al miedo y rechazo que genera la anciana tía Bernarda, para la mayoría una bruja capaz de causar enfermedades y echar a perder las cosechas. Los vecinos la temen y ese miedo se transmite a las nuevas generaciones, de modo que los más pequeños también lo interiorizan y sienten terror ante esta pobre mujer. De hecho, el núcleo de la historia se concentra en el momento en que algunos niños toman de manera ilícita frutos del terreno de La Miruella. Y al verla aparecer, se arma un gran revuelo que se zanja con una pedrada de uno de los chicos a la anciana. Este golpe dejará a la vieja malherida, de forma que a los pocos días se hallará al borde de la muerte.
Por otra parte, el autor nos informa sobre la vida cotidiana en la aldea, por ejemplo sobre el maltrato físico que sufre una de las vecinas por parte de su marido alcohólico; o la depresión en que se halla sumida una joven que ha sido burlada y abandona por el hombre con quien iba a casarse cuando queda embarazada, etc.
La muerte de La Miruella reúne junto a su cama a varios de los vecinos que la habían acusado y la tenían por bruja sin serlo. Aprovecha para pedir perdón por cualquier daño causado, aunque niega rotundamente ser bruja y en este trance la comunidad se reconcilia y todos reflexionan sobre sus actos y sus faltas.
Como consecuencia de esta situación y tras la muerte de la tía Bernarda, Teresa deja de ser maltratada, pues su marido deja la bebida; y la moza abandonada por Felipe consigue casarse con él y rehacer su vida. Aun así, la función que había cumplido la bruja hasta entonces, servir como chivo expiatorio, tendrá que ser desempeñada por alguien. Muerta la Miruella, pronto existirá una nueva bruja en el pueblo. No podría ser de otro modo.
En este relato de tipo costumbrista, el autor presenta la brujería de un modo muy realista, porque no hay absolutamente nada de sobrenatural. La bruja es una figura pintoresca más necesaria en cualquier aldea porque cumple una misión imprescindible en la vida del pueblo, como ya hemos dicho, sirve como chivo expiatorio sobre el que descargar el ansia y la culpa. La bruja ayuda a explicar las desgracias y, por tanto, a enmascarar la realidad, como cuando Teresa dice que las brujas le pellizcan y muerden por las noches, pero el párroco, muy racional, le rebate su tesis y expone que esas señales y cardenales son resultado de las palizas que le pega su marido cuando regresa borracho a casa.