En este ejemplo 268 (199), hallamos a un caballero que se ha arruinado y como se acercan unas fiestas en las que él solía ser muy generoso, se retira a un lugar solitario hasta que pasen esas fechas, para esconder su pena y su vergüenza. Estando en este trance, mientras el hombre llora desconsolodamente, se acerca a él un individuo que le promete restituirlo en su estado y otorgarle todo lo que desee si promete obedecerlo en todo. Se trata, claro está, del mismísimo príncipe de las tinieblas. El caballero acepta este trato y, de esta manera, se convierte en el prototipo perfecto de pactante. No se completa, eso sí, la transformación del susodicho en nigromante, pues no es poder mágico lo que va a recibir, sino bienes materiales.
El demonio solicita, además, a su siervo que le entregue a su mujer, pues quiere vengarse de ella por ser esta una gran devota de la Virgen. El pactante llega a su casa y comienza a gozar, inmediatamente, se las riquezas prometidas por Satán, y cuando llega el día establecido ordena a su esposa que lo acompañe. Una vez ante el diablo, este comienza a reprochar su desvergüenza al caballero, quien no comprende lo que está sucediendo, por haber traído ante él a la Madre de Dios. La Virgen ordena a Lucifer que regrese al infierno, y cuando esto ocurre, el protagonista de la historia se halla, avergonzado, postrado a los pies de María.
Ella le asegura que su mujer duerme en la iglesia y lo envía de regreso a casa, donde se deshace de los bienes acumulados por obra del diablo y se dedica a honrar a la Virgen, por lo cual reciben, él y su esposa, una recompensa, recuperan de nuevo su posición, por intercesión de la Madre de Dios.
La figura del pactante abunda en esta clase de exempla y el desenlace suele coincidir también en estos relatos, pues la intercesión de un santo o de la Virgen es la responsable de que quien ha cerrado un trato con el diablo pueda verse libre de él.