La carta VIII es la última dedicada a personajes mágicos de cuantas redactó Bécquer.
En esta ocasión, se refiere a la primera bruja de Trasmoz que inicia la dinastía de la Tía Casca.
Dorotea, la muchacha en cuestión, de dieciocho años, es la sobrina huérfana del cura del pueblo. Según se nos dice, el castillo de Trasmoz ya está en ruinas, pues ha pasado mucho tiempo desde que pasó a manos de los cristianos. Allí se reunían las brujas, pero Mosén Gil, el sacerdote, pudo echarlas de la zona.
Dorotea es una joven vanidosa, que rabia al ver las galas de sus vecinas, frente a su propia pobreza. Por ello es presa fácil de una vieja bruja que finge pedirle limosna, para ponerla a prueba. Finalmente, la anciana la atrae contándole todas las riquezas que tendrá si adora a su señor. No le cuesta convencerla ni conseguir que sustituya el agua bendita de la casa por otra sustancia. De este modo, ella y sus compinches pueden visitarla por las noches, entrando por la chimenea, y ayudarla en las tareas del hogar, y a coser sus vestidos para las fiestas.
Dorotea pronto se casa con el mancebo más acomodado de la aldea. Y gracias a su comportamiento vuelven a abrirse las puertas de Trasmoz a las brujas.
Desde ese día, el castillo es, nuevamente, asentamiento de las reuniones; y, como la brujería es vicio difícil de abandonar, Dorotea iniciará toda una casta, que llega, según la leyenda, hasta los días en que el autor está redactando sus misivas.