En la carta VII, Bécquer se dispone a narrarnos la historia de las brujas de Trasmoz, pero termina exponiendo la conseja acerca del origen del castillo de Trasmoz, lugar en el que las brujas gustan de reunirse.
Se remonta a la Edad Media y nos presenta a un viejo mendigo que llega a los parajes del Moncayo. Allí topa con la comitiva real (de un rey moro) y le demanda la alcaldía del castillo de la montaña, pues dice ser capaz de levantar allí un castillo en una sola noche. El monarca, tomándolo por loco, le concede su petición.
También lo toman por un demente los pastores musulmanes de Trasmoz. Pero, en realidad, se trata de un poderoso nigromante, quien, por la noche, sube hasta la cima del monte en cuestión y con ayuda sobre todo de un libro, invoca a las fuerzas infernales y oscuras, así como a los espíritus naturales, con el fin de que sean ellos quienes levantes la fortaleza.
Así sucede, y a la mañana siguiente el rey se ve en la tesitura de cederle la alcaldía.
Vemos cómo el origen de tal construcción es diabólico, y por ella las brujas se reúnen, mucho tiempo después, allí para celebrar sus aquelarres.
El autor nos transporta a la Edad Media, en concreto nos dice "en los tiempos de los moros". En esos difusos e imprecisos años se construye el castillo de Trasmoz, mas todavía no se habla de brujas.
Sí destacan los nigromantes, pues la nigromancia gozó de mucha difusión durante el Medievo; no obstante, la brujería llega más tarde. De ahí que Bécquer no ubique todavía ahí a sus brujas de Trasmoz.